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Shadowmaker por Syarehn

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Notas del fanfic:

Y aquí está “Anita la huerfanita” reportándose, ok, no, sólo Syarehn :P

Este fanfic participa en la segunda convocatoria del grupo de Facebook Aomine x Kagami [Español], con la temática “Terror/sobrenatural”, así que espero que al menos duerman inquietos esta noche~ si no, pues soy un fiasco y me conformaré con que les guste el lemmon xD

 

Advertencias: Muerte de un personaje y muy probable OoC (aún no manejo bien a Kagami).

Notas del capitulo:

Estoy perturbada y emocionada a partes iguales; ¡es el OS más largo que he escrito hasta este momento! 

Gracias al encantador ángel que se desveló por mi culpa leyendo esto ¡Te quiero a montones, Su!

SHADOWMAKER 

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"La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido."

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H.P. Lovecraft

 

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El incendio para el que nos llamaron era en una bodega de textiles y el poco personal que laboraba había sido evacuado eficazmente, por lo que nuestro único trabajo consistía en apagar las llamas y evitar que éstas se expandieran. Sin embargo, desde mi posición noto que algo se mueve entre las telas ardiendo frente a una de las ventanas abarrotadas del lugar, enfoco mejor para asegurarme que no es más tela cayendo o un juego de sombras y humo pero logro verlo con  un poco más de nitidez; la silueta de alguien corriendo de un lado a otro, al parecer intentado salir.

Dejo caer la manguera que estaba sosteniendo y bajo de un salto del camión para entrar a la fábrica. De fondo puedo escuchar los gritos de Hyūga y otros compañeros.

—¡Hay alguien dentro! —les grito como única explicación sin girar o detenerme. No hay tiempo que perder; debo sacar a quien esté atrapado.

Me abro paso entre los rollos de tela en llamas, buscando con la mirada a la persona que vi, al tiempo en que la llamo pidiéndole que siga mi voz que si puede escucharme o haga algún sonido para ir por ella. Giro hacia todos lados pero no distingo nada entre el humo, hasta que en una esquina observo a alguien sentado abrazándose la rodillas, pero no está solo, alguien más está parado a su lado, un hombre alto y fornido, o eso es lo que se vislumbra. Suspiro aliviado avanzando aprisa hacia ellos mientras los llamo para obtener su atención y darles instrucciones, cuidándome también de no quedar atrapado entre telas encendidas u otros materiales inflamables.

Desde mi perspectiva ambos son sólo sombras borrosas debido al humo, sin embargo, conforme me acerco mi visión parece aclararse. El hombre de pie parece más bien alguien de mi edad, su piel morena y sus orbes marinas resplandecen a la luz de las llamas y sus facciones masculinas se marcan más cuando, a través del fuego, me dirige una mirada indescifrable para luego sonreír con suficiencia, casi emocionado, supongo que se debe a que lo ayudaré a salir de allí, sin embargo, no hace ningún ademán de ayudar a quien está sentado o si quiera de ir a mi encuentro.

—¡Kagami! Hey, ¿dónde estás? —Reconozco la voz de Izuki y sin detenerme le contesto, escuchando sus pasos acercarse precipitadamente—. ¡Kagami, sal de aquí, la construcción colapsará en cualquier momento! —Coloca su mano en mi hombro justo cuando llegamos a la esquina.

—¡Hay personas aquí! ¡Tenemos que sac…!

Nadie.

En la maldita esquina no hay nadie y ante la mirada inquisitiva de Izuki sólo atino a mirar hacia la esquina y sus alrededores una y otra vez, buscando a ese par.

—¡Kagami, tenemos que salir! —me ordena tomándome por el brazo y halándome hacia la salida.

—Pero… ¡Estaban aquí!… Yo… ¿Dónde…?

Sé que debo verme como un idiota balbuceando y mirando a todos lados, ¡pero no puedo evitarlo! ¡Estaban allí! ¡Justo frente a mis narices!

Cuando salimos de la bodega el incendio ya había menguado considerablemente, al final la edificación no cayó pero terminó con severos daños, aunque, sinceramente eso era lo que menos me importaba.

Frotó el puente de mi nariz desesperadamente, intentando tranquilizarme y pensar con claridad, inquieto y preocupado por quienes estaban dentro, pero sobre todo por la forma en la se esfumaron, ¿a dónde y cómo carajo se fueron?

Una vez asegurada y limpia la zona, noto que la seria mirada de Hyūga, nuestro comandante, está fija en mí y sé que me espera una reprimenda, pero él simplemente niega con la cabeza mientras habla el encargado de la bodega, así como con los policías y paramédicos que ya han llegado al sitio. Después de un rato da la orden de marcharnos sin decir nada más.

Intento concentrarme en conducir pero las dudas y una extraña sensación me impiden centrarme sólo en la carretera y el volante. Me pregunto si en verdad había alguien allí o si fue una ilusión mía, pues aunque aquel chico de radiantes ojos azules parecía demasiado perfecto para ser real, sé que estaba ahí. De hecho, la impresión de que aquellos irises aún me miran sigue presente, permeándome con un sentimiento de desasosiego y ansiedad como nunca antes había experimentado.  

—Kagami, deja de mirar por el retrovisor y de conducir como mujer de la tercera edad o te quedaras a doblar turno —amenaza Hyūga.

Resoplo molesto por el comentario de Hyūga, pero no hay nada que pueda decir a mi favor, así que fijo la mirada en la calle una vez más, pero por el rabillo del ojo veo a alguien sentado en la escalera lateral del camión, por lo que enfoco de nuevo la vista en el retrovisor, sin embargo, quien sea que esté arriba se mueve rápido hacia la parte trasera, de modo que giro de lleno el rostro para ver mejor de quién se trata, si algún idiota se cae…

—¡¡Imbécil!! ¡¡Pon atención!! —me grita Hyūga y siento cómo toma el volante y lo gira con fuerza hacia la derecha, evitando que nos estrellemos contra el muro de un establecimiento. Con la maestría que sólo da la práctica, lo veo estabilizar el camión sin ocasionar daño alguno y de paso sin detener el avance, bajando de la acera para retomar la calle y continuar a nuestro destino—. ¿¡Quieres matarnos, idiota!? —exclama una vez que me devuelve el control del volante —. Son sólo 5 cuadras más y si vuelves a distraerte así te degradaré a limpia-botas.

—Lo siento… ¡Pero había un alguien sentado en la escalera y…!

Guardo silencio al notar su incredulidad ante mis palabras, pues, si lo pienso bien, ninguno de los miembros de la división es tan irresponsable como para colgarse de la escalera lateral a mitad del trabajo. Podremos actuar como niños en la estación, pero en horario laboral sabemos que hay gente en riesgo y ninguno se atrevería a jugar en una situación así.

El resto del camino manejo con los ojos pegados al pavimento y los señalamientos.

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—¿Podrías decirme por qué estás intentando suicidarte y encima llevarnos a nosotros entre las patas, Bakagami? —me cuestiona Hyūga al bajar del camión. Su tono está impregnado de molestia y tintes de preocupación.

—Había dos personas dentro —explico sin mirarlo—. Las vi, sé que estaban allí y sé que me escucharon pero no sé a dónde carajo fueron. No pudieron desaparecer como si fueran parte del humo. —En algún punto dejé de hablar con Hyūga para tratar de explicarme a mí mismo lo que había ocurrido allí dentro.

—La lista de trabajadores fue revisada por el jefe de personal de la empresa; todos están a salvo, evacuaron a tiempo y sin complicaciones. Aquella bodega es una zona restringida, hay un registro de quienes ingresan y salen, y nadie entró hoy salvo nosotros.—Desvío la mirada del suelo para verlo directamente.

—¡Sé lo que vi! —respondo indignado.

—¿Así como al compañero que notaste en la escalera? —Algo en su forma de decirlo me impide saber si lo dice con sarcasmo o es una pregunta seria—. Pasamos cerca de dos patrullas de camino aquí —vuelve a hablar, aunque con más tranquilidad—. Una casi nos detiene cuando intentaste estrellarnos, y en verdad lo habría hecho si hubiese visto a alguien del cuerpo jugando imprudentemente en la escalera. —Abro la boca pero no sé qué contestarle, de modo que vuelvo a cerrarla—. Y allí dentro —Señala imaginariamente en dirección a donde está la bodega—, no había gritos o llamadas auxilio. Izuki dijo que no vio a nadie cuando entró por ti y nadie salió salvo ustedes.

—Podemos esperar a ver si hay restos. —El golpe que le dio Mitobe a Koganei fue aplaudido por todos ante su comentario… Anque éste tenía su lógica.

—Mañana tomate el día, no quiero verte hasta que dejes de lado esas ansias de matarte.

—¿¡Qué?! ¡No! ¡Hyūga, no es necesario!

—Tampoco te quiero aquí el fin de semana y por hoy tu turno ha terminado.

Ante su tono severo y su mirada seria no pude replicar más, así que con la frustración atorada en la garganta y la sensación de haberlo echado a perder, tomo mis cosas y me dirijo a casa, ni siquiera tengo ganas de cambiarme o ducharme aquí.

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Cierro la puerta del departamento con pesadez, sintiéndome aliviado de estar por fin en casa tras la masacre muscular y psicológica de hoy, y aunque me siento tranquilo por los nulos fallecidos o heridos graves, el cansancio, la duda por lo ocurrido y la frustración pueden más que yo, por lo que termino dejándome caer en el sofá sin importar nada, cerrando los ojos y acomodándome entre los mullidos cojines. Sin embargo, de súbito llega a mi mente la imagen de aquel chico moreno… ¿qué hacía allí? ¿En verdad estaba en la fábrica o lo imaginé? Detallo su rostro en mi mente, es ciertamente atractivo y aquel aire de arrogancia le da un aspecto fiero, casi seductor. Pero si algo llamó mas mi atención de él –fuera de su inexplicable desaparición– son sus ojos, ese par de cuencas oceánicas tan profundas y enigmáticas que no parecen terrenales.

Me siento estúpido por el rumbo de mis pensamientos hasta que un peso extra cae sin consideración sobre mí, pero ni siquiera tengo los ánimos de quejarme, así que sencillamente me giro para que esa bestia se quite de encima al tiempo que escucho los pasos de Alex junto al sillón.

—Aleja tu monstruo de aquí —le exijo agobiado, pero no recibo respuesta.

La siento acercarse y despejar con su mano el cabello de mi frente, extrañándome por lo hosco y firme del toque, pero alegrándome al no recibir un inesperado e incómodo beso de su parte, por ello no abro los ojos ni siquiera cuando la bestialidad marrón comienza a ladrar.

Los ignoro a ambos para regocijarme al sentir como el sueño va venciéndome, regresándome a mi línea de pensamientos anterior: el moreno del incendio, y no tengo intensiones de pensar en otra cosa, sin embargo, algo en mi cabeza me dice que quizá debo prestar atención a los ladridos desesperados del labrador, pues no es común que se comporte así, no obstante, separar los parpados se vuelve la tarea más complicada del día, y cuando lo logro veo la puerta de la entrada abriéndose para dejar entrar a Alex con una enorme cantidad de bolsas del supermercado a cuestas. Automáticamente me levanto a ayudarla.

—¡Taiga, llegaste temprano! —Se arroja sobre mí y deduzco sus intenciones, por lo que giro el rostro antes de que logre su cometido, recibiendo aquel beso en la mejilla. Ella me mira con indignación que sé de sobra es fingida, para luego sonreír, sentándose en una de las sillas de la cocina mientras acomodo las bolsas sobre la mesa—. ¿Todo bien? Luces más cansado de lo normal.

—Sólo fue un día pesado.

—Esperaba llegar antes que tú, pero la cajera en turno era demasiado lenta —ldice fastidiada, yo sólo puedo mirarla incrédulo—. ¿Qué?

—¿Acaso no ya estabas aquí cuando…? Olvídalo —le resto importancia porque sé que el cansancio suele jugarnos malas pasadas y ya tuve suficiente de eso por hoy—. Prepararé la comida.

—No, yo lo haré y de paso acomodaré la despensa, tú ve a bañarte, pareciera que trabajas en una mina… —arruga la nariz en un gesto gracioso—. Incluso hueles como si vinieras de una.

No para de reír ni siquiera cuando le arrojo el paquete de servilletas que encuentro a la mano, así que tras una mirada de falso enojo me marcho al baño, quitándome la camisa en el trayecto y olfateándola. Sólo por curiosidad, claro.

Frunzo el ceño; en verdad huelo a minero. Y no es un aroma agradable, definitivamente necesito un baño.

La estancia bajo el agua tibia logra relajarme mucho más que el intento de siesta de hace unos momentos, –a pesar de escuchar las molestas garras del monstruo rasgando la puerta al otro lado, queriendo entrar–, pero no es suficiente; mi cuerpo exige la comodidad de mi cama, aunque mi estómago es aún más demandante y ¿quién soy yo para contradecir a ninguno de los dos?, de manera que salgo del baño más aprisa de lo que desearía, mirando de paso los rasguños en la puerta, corroborando con ello que esa bestia canina es enorme, pues las marcas de sus garras llegan poco más arriba de la perilla.

Me cambio rápido agradeciendo que Alex cocine decentemente y en abundantes cantidades y pasamos la cena conversando un poco sobre nuestros respectivos días laborales; ella entrenando pubertos y yo en la estación. Al principio no pensé que fuera una buena idea que viviera aquí después de mudarse a Japón pero aunque disfruto plenamente de mi propia soledad, debo admitir que tener a una casi hermana mayor esperándome en casa con anécdotas y risas o una sonrisa reconfortante en días cansados y agobiantes como hoy, es una sensación de calidez irremplazable… aunque no es algo piense decirle.

Lo único malo es la gigantesca bestia que trajo con ella desde América.

—Cuando entré creí que teníamos visitas —me comenta mientras recogemos los platos. Yo sólo asiento para indicarle que tiene mi atención—. Me dio la impresión de que había alguien más en casa —concluye encogiendo los hombros.

Estoy a punto de decirle que me pareció lo mismo pero no lo hago, ni siquiera hablar de lo que vi en la bodega en llamas tiene caso, puesto que sé que el estrés de los últimos días me tiene así, por ello espero llegar a la cama, caer cual roca y olvidar todo al tocar mi mullido colchón.

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Sin mencionar los molestos rasguños de Jordan, “el monstruo” García sobre mi puerta, podría decir que la noche pasó tranquila, incluso me siento más descansado que de costumbre a pesar de la enorme erección que me provocó pensar en aquel chico de ojos azules.

Cuando miro el reloj me doy cuenta de que son las 11:45 am. Sólo en mi adolescenciame había levantado tan tarde pero a decir verdad, si no tuviera el hambre voraz que siento, no podría asegurar que me separara de la cama.

Salgo de la habitación, dispuesto a lavarme el rostro pero los ruidos en el baño me anuncian que Alex está dentro, así que sigo de largo a la cocina para hacer el desayuno, topándome con el monstruo dormido en la sala. Busco la harina para Hot-cakes pero no está en la parte superior de las gavetas y si no está abajo entonces tendremos que desayunar huevos y tocino.

—¿Quieres café o jugo de naranja? —Le pregunto a Alex al escucharla entrar con la bestia ladrando tras ella. También puedo advertir a través del reflejo del cristal de la gaveta cómo se sienta en la barra—. Comeremos huevos con tocino —le anuncio después de rebuscar entre las cosas—. ¿Estás escuchándome?

Giro aún sobre mis rodillas para mirarla, pero antes de hacerlo desvío descuidadamente la vista hacia la ventana lateral y siento el palpitar de mi corazón acelerándose ruidosamente al vislumbrar que allí, en la barra, hay alguien sentado pero definitivamente no es una mujer. Volteo de golpe para corroborarlo pero…

—¿Taiga, qué pasa? Estás pálido, parece que viste un fantasma. —Alex está en la entrada de la cocina; a una mesa, un perro y varios metros de distancia de la barra. Se acerca a mí y yo simplemente respiro profundo, escurriéndome hasta sentarme en el piso y aunque no quiero admitirlo: los tontos fantasmas me asustan, y yo sé que había alguien allí, ¡incluso ese horrible perro lo sabe! Abro la boca para tranquilizar su mirada preocupada, pero ningún sonido sale de ella—. ¿Te sientes bien? Llamaré al médico.

Inhalo tratando de calmar mis desbocados latidos.

—N-no es necesario, Alex. Estoy bien, sólo… —¿Sólo qué? ¿Sólo que si vi un fantasma?—. Me giré muy rápido y perdí en el equilibrio —miento rápidamente.

—No te creo nada, Taiga. ¿Seguro estás bien?... Igual te agendaré una cita con el médico por la tarde y no quiero un “no” por respuesta.

Se acerca tendiéndome la mano para ayudarme a levantarme, sonriéndome como la madre regañona que a veces parece ser. Palmea mi cabeza una vez de pie y la veo perderse en la sala para llamar al médico. Suspiro resignado, sabiendo de antemano que negarme o no asistir implica un mar de quejas y regaños de su parte y seguramente de Hyūga también.

Al escucharla hablar por teléfono, me dispongo a analizar fríamente la situación; quizá no dormí lo suficiente y mi mente sigue cansada pensando sin parar en las personas que vi en el incendio, y al no poder sacarlas de mi cabeza las traigo a mí en forma de alucinaciones sin sentido –aunque en realidad sólo se trata del chico de ojos azules–. Si, debe ser eso.

Y Jordan ladra porque está loco.

Suspiro convencido y sigo con el desayuno. Para cuando Alex regresa comemos tranquilamente, acordando salir a jugar baloncesto un rato, aprovechando mi día libre, no obstante, primero la acompañaré por la comida del monstruo, pues lo mejor que puedo hacer ahora es distraerme.

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—Deja de mirar hacia atrás, Taiga, parece que te robaste algo.

—¡Claro que no! —La voz de Alex me hace regresar la vista al frente instantáneamente—. Es sólo que… olvídalo, no tiene importancia.

—Has estado actuando raro desde ayer. Cancelaré el entrenamiento de hoy y te acompañaré al médico… ¿o te preocupa algo? ¿Tienes algún problema? Sabes que puedes contarme lo que sea, Taiga, yo estoy aquí para apoyarte en lo que necesites.

Su cálida mano aprieta mi brazo con suavidad y su mirada refleja el profundo cariño que sé que siente por mí. Tal vez lo mejor sea hablar con ella pero eso será en la cena, ahora tenemos cosas pendientes, y así se lo hago saber, por lo que continuamos caminando entre tiendas de ropa y establecimientos de todo tipo, sin embargo, la sensación de tener una constante y pesada mirada sobre mí me está poniendo nervioso y molesto a partes iguales.

—¿Cuánto crees que deba comprar de comida para Jordan? Al igual que tú, es una aspiradora de alimentos.

—¡Hey! ¡No me compares con ese monstruo! Jamás debí permitir la entrada de esa horrorosa bestia a mi casa.

—Oh, vamos, Taiga, Jordan es adorable y bien portado, incluso le agradas a pesar de tu mal humor; ni siquiera muerde tus zapatos —me recalca con orgullo, como si no hacerlo fuera causa de merito.

—Si lo hiciera estaría durmiendo en el pasillo del edificio, pero al parecer comer es lo único que lo mantiene lejos de mí, así que cómprale el bulto completo.

 Entramos a la tienda de mascotas más cercana y al abrir la puerta el simple hecho de estar allí se convierte en la acción más horrible de mi día; apenas dimos dos pasos dentro, los animales comenzaron a hacer molestos ruidos, como si los estuvieran asesinando sádicamente, así como a removerse en sus respectivos contenedores.

—Taiga, comienzo a pensar que los animales perciben tu mala actitud hacia ellos.

—¿¡Eh!? ¿Qué mala actitud? Mi única aversión son los perros, pero si estas cosas siguen chillando... —suspiro—. Sólo compra rápido y vámonos. Te espero afuera.

Salgo de la tienda recargándome en el cristal de la entrada, ¿qué rayos le pasa a esas bestias? No tengo una mala actitud hacia los animales. Exhalo fastidiado, aún puedo escuchar el molesto sonido de maullidos y ladridos al interior de la tienda, lo que es más que incómodo y si a eso le sumo el hecho de ver siluetas errantes en todos lados y la inquietante y perturbadora sensación de tener a alguien detrás, mirándome constantemente…

—Es por tu amigo. —Volteo a todos lados pero no veo a nadie, hasta que me doy cuenta de que la chillona voz vino de abajo, donde un enano mini-piloto de cabellos rubios me mira sonriente mientras sostiene un helado. Yo sólo enarco una ceja sin saber si me habló a mí y sin entender lo que quiso decirme—. Es que él asustó a los animales... Su sonrisa da miedo.

—¿Mi sonrisa? ¿De qué hablas, enano? —No estoy para bromitas infantiles.

—No, la sonrisa de él. —Señala a mí un costado haciéndome girar en esa dirección, pero allí no hay nadie—. Ella debería tener cuidado; no parece agradarle.

—Deja de jugar conmigo, niño, ve con tu madre y no me molestes.

Pero el mini-piloto ya no me mira a mí, sus doradas y atentas orbes están fijas en el punto que me señaló segundos atrás, luego retrocede un paso y asiente casi forzadamente.

—No importa a dónde vayas o lo que hagas —dice mirándome—. Eres suyo. —No me da el tiempo de decir nada más, sus ojos están llenos de miedo y aflicción antes de echarse a correr hacia la elegante mujer que parece ser su madre y abrazarse a ella con fuerza.

—¿Ahora también asustas a los niños? —Alex niega con la cabeza, dejando que la puerta del establecimiento se cierre sola.

—¿Qué? ¡No! ¡Yo no…! —Me sonríe y damos el asunto por concluido—  ¡Hey, dame eso! —Le arrebato el bulto de croquetas que lleva campantemente en el hombro—. No puedo creer que debo cargar el alimento de esa monstruosidad —me quejo, pero ambos sabemos que no la dejaría cargar veinte kilos de croquetas ni siquiera media cuadra, así que lo coloco en mi hombro y continuamos caminando, después de todo, todavía tenemos un partido pendiente y ella debe ir a entrenar con los enanos de preparatoria por la tarde mientras yo tengo que asistir al médico.

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Ni siquiera puede quedarme al final del entrenamiento de los pubertos por asistir a la tonta cita, en la cual el esplendido y elaborado diagnostico fue estrés agudo debido al trabajo. Espero que las sobrevaloradas pastillas para combatirlo en verdad funcionen.

Al salir de la clínica tomo un taxi, pues me niego a perderme el partido de los Chicago Bulls contra los Lakers, ¡y encima de todo sigo cargando con la comida del monstruo! Aunque, para mi suerte llego justo a tiempo para comprar una decena de hamburguesas, alimentar al monstruo e incluso preparar la cena para cuando llegue Alex, por lo que a las nueve en punto me acomodo en el mullido sillón dispuesto a pasar la noche viendo el partido. Sin embargo, a los dos segundos de encender el televisor las luces se apagan, ¡maldita sea la electricidad del edificio!

Aspiro ruidosamente y tanteo hasta llegar a la puerta y bajar a revisar el regulador, no obstante, afuera noto que todo el pasillo está en penumbras y uno de los vecinos nos comunica que será él quien vaya a revisar acompañado del guardia. Todos aceptamos la propuesta, por lo que regreso al departamento a encender un par de velas; adiós noche de partido.

Dejo una de las velas en la cocina y pongo otras dos en la mesa de centro de la sala, volviendo a  echarme en el sofá a la espera de que la luz vuelva y no me pierda el final del primer cuarto, pero la comodidad dura poco pues la bestia García  ha decidido sentarse a mis pies,  mientras, por mi parte decido ignorarlo y tomar una de las revistas deportivas para hojearla y entretenerme un rato, forzando la vista a fin de lograr leer algo en la molesta oscuridad.

No sé cuánto tiempo llevo ahí hasta que tocan la puerta; es el vecino que se ofreció a ir. Según nos dijo, no es un problema del regulador, sino que los cables fueron cortados y los técnicos llegarán en una hora, más lo que tarden en cambiar el cableado. Lo mejor será resignarme a dormir temprano y olvidar el partido en vivo para ver la repetición posteriormente.

Cierro la puerta enfurruñado y regreso a la sala para tomar la revista y una de las velas, decidido a dirigirme a mi habitación y  leer hasta quedarme dormido. Si no puedo ver basquetbol, leeré sobre basquetbol.

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Despierto gracias al peso del monstruo sobre la cama, su pelo haciéndome cosquillas en la espalda y su lengua húmeda semi-rasposa pasándose por cuello, así como su aliento cálido provocándome un molesto y bochornoso estremecimiento.

—Largo de aquí, monstruo.

Me remuevo para voltearme pero frente a mí siento un cuerpo que no estaba hace unos segundos, y por inercia retrocedo aún acostado, cayendo patéticamente de espaldas por la impresión. Estoy por levantarme y echar a Alex y/o a su perro fuera de mi cama a base de zapatazos pero me detengo en seco a mitad del movimiento al escuchar a la bestia ladrar fuera de mi cuarto, en realidad a una distancia considerable.

Me incorporo para tomar la vela y alumbrar la cama, pues aunque está encendida mi campo de visión no es tan amplio ya que está por consumirse. No obstante, ni siquiera he terminado de tomarla cuando siento mi sangre helarse al paso de un gélido escalofrío que me recorre el cuerpo; del sitio donde sentí el cuerpo se escurre una sombra hacia mis pies, fundiéndose entre la penumbra de la habitación.

¡¿Qué carajo se supone que fue eso?!

Me alejo instintivamente del lugar donde estaba parado y de la propia cama, sin querer ver de nuevo, repitiéndome una y otra vez que los fantasmas no existen, aunque aquello no se sintió como un fantasma –en realidad jamás he sentido su “tacto”, si es que lo tienen, y tampoco es algo que quiera experimentar–, pero me niego a admitir que estoy temblando. Miró en todas direcciones suponiendo que algún enfermo entró al departamento, alertándome inmediatamente por Alex, pues no sé si ya llegó o incluso si es ella jugándome una broma, sin embargo descarto la última posibilidad

Inhalo lento y profundo para calmar mis nervios y salgo del cuarto a toda prisa, tomando lo que queda de la vela para verificar si  Alex ya llegó y sobre todo si está bien, pero al estar a unos pasos de su habitación escucho los ladridos y rasguños de Jordan dentro del baño, por lo que me acerco a abrirle y cuando lo hago sale corriendo, parándose detrás de mí y gruñéndole a la oscuridad del pasillo.

En la puerta del baño veo las marcas por encima de la perilla que él mismo dejó ayer, sin embargo, con un espeluznante escalofrío me doy cuenta de que los rasguños que dejó dentro apenas si rasgan la madera de la puerta, mientras los que hay por fuera y en mi habitación son profundas hendiduras que, comparándolas, no son las muchas marcas desesperadas que dejó el perro en el interior, sino líneas profundas y casi calculadas. Cierro la puerta y toco las marcas corroborando que, en efecto, allí hay 10 hendiduras profundas de garras definitivamente más gruesas que las de Jordan.

—Eres mío, Kagami Taiga… —Siento cada vello de mi cuerpo erizarse ante el ronco susurro a mi espalda y por la forma en la que pronuncia mi nombre.

Me volteo para encarar a quién sea que esté allí, pero la escasa luz de la vela no me revela nada.

—¿¡Quién eres!? ¿¡Cómo entraste!? ¿¡Cómo sabes mi nombre!? —No hay respuesta—. ¡Sé que estás ahí, bastardo! ¡Sal! ¡Dime qué diablos quieres!

Miro furtivamente al cuarto de Alex, rogando porque ella esté bien y planeando la manera de llegar allí antes que aquel sujeto, así que, sin desviar la vista del frente y sosteniendo la vela a una distancia que me permita ampliar mi campo de visión, avanzo hacia la puerta de su habitación mientras Jordan me sigue de cerca, lanzando fieros gruñidos al frente y dándome una idea de dónde está aquel sujeto. Es la primera vez que me alegra tener tan cerca a un perro.

—¿Alex? —La llamo al abrir la puerta y veo su cuerpo tapado con las sábanas. Me acerco y su respiración tranquila me indica que está bien, pero lo mejor será despertarla, salir de aquí y buscar un lugar seguro para pasar el resto de la noche—. Alex, tenemos que irnos.

Miro hacia la puerta constantemente, alerta por si aquel enfermo intenta algo. Muevo su cuerpo con más rudeza de la que debería pero ella sólo se reacomoda entre las cobijas, ignorando mi prisa porque despierte, así que retiro las mantas aún sabiendo la condición en la que voy a encontrarla –desnuda–, por lo que giro el rostro para no verla una vez más en esas condiciones y espero paciente el reproche por despertarla tan hoscamente. Regaño que jamás llega.

—¡Alex, despierta ya! Debemos marcharnos.  

Le dirijo una mirada molesta… o lo habría hecho de haber estado ella allí; la cama está vacía

—No está aquí. —Un aliento cálido me roza el lóbulo izquierdo y me estremezco tanto por el miedo como por la intimidad de la propia acción. ¡¿Quién diablos se cree este tipo?!

Busco con la mirada al sujeto que debería estar cerca de mí pero no veo a nadie, ni siquiera escucho pasos alejándose aunque siento su presencia del modo en que sentía que alguien me observaba. Es casi como si mi instinto me gritara “alerta”, no obstante, esa sensación es mucho más intensa ahora, incluso siento un sudor gélido recorriéndome la espalda y manos. Algo no anda bien y aunque la experiencia como bombero me hace saber que debo pensar fríamente y analizar de forma racional sin entrar en pánico, no es nada fácil, sin embargo, ¿cuántas veces no he ayudado a la gente a calmarse a mitad de un incendio con palabras de tranquilidad y confianza? ¿Cuántas no he tratado de alejar el miedo de ellos? Ahora que sé lo difícil que es controlar la sensación de inseguridad y pánico me siento como un miserable al pensar que hacerlo debía ser un proceso sencillo para las personas.

Sigo mis propios consejos y respiro profundo, intentando calmar mi desbocado corazón, convenciéndome de que puedo lidiar con un demente que ha entrado al departamento, pues darle una connotación sobrenatural a lo que está ocurriendo no tiene sentido, sin mencionar que ese simple hecho deja mi mente en blanco, porque ¿qué podría hacer en mi defensa en una situación así?

¡Y sin embargo había alguien acostado en la cama! ¡Carajo, vi su silueta, escuché su respiración y sentí su cuerpo a través de las sábanas!

—¿Dónde estás, Alex? —Incluso mi propia voz murmurando me sobresalta.

—En donde la dejaste…

Ahogo un grito ante la ronca respuesta que no esperaba. Giro en todas direcciones deseando ver algo pero la oscuridad lo absorbe y devora todo. Mis manos tiemblan y no sé definir si es por miedo, desesperación, frustración o preocupación. Quizá es una combinación de todo. Lo único seguro es que mis nervios van a colapsar y traicionarme en cualquier momento… si no lo han hecho ya.

Mi primer plan es salir de la habitación, del departamento mismo, y buscar a Alex en la preparatoria; donde la dejé. Corro hacia la puerta y al cruzar el pasillo escucho las puertas de las dos habitaciones y el baño cerrarse estrepitosamente a mi paso mientras Jordan ladra con vehemencia poniéndose frente a mí, pero después de un rato comienza a rodearme, como si quien estuviera allí estuviese haciendo lo mismo, aunque el pasillo es demasiado estrecho para ello, pues de ser así tendría que estar a centímetros de mí y yo necesariamente debería poder verlo.

—Eres mío… —repite y yo retrocedo trastrabillando con el alma en un hilo al sentir su aliento cálido chocar contra mi rostro, pero el verdadero pánico comienza cuando, en un parpadeo, veo el moreno rostro del chico del incendio a un par de centímetros de mi cara. Su sonrisa es siniestra y el juego de luces y sombras producido por el fuego de la vela le dan una apariencia escalofriante. Los ojos oceánicos que no había podido quitar de mi cabeza ahora resplandecen de manera espeluznante. Y aun así me atraen.

Salgo del trance cuando veo a Jordan arrojándose contra el extraño, dándome tiempo de correr hacia la puerta principal sin siquiera meditarlo y saliendo a toda prisa. Comienzo mi descenso por las escaleras de los nueve pisos como si mi vida dependiera de ello, pero la sensación de tenerlo tras de mí sigue allí, atosigándome y estrujando mis nervios.

Mientras bajo, puedo escuchar el ensordecedor sonido de algo arañando el barandal, y me detengo al sentir algo tomándome de los tobillos; un par de manos sin duda. Miro al suelo esperando ver a alguien tirado a mis pies pero son justa y únicamente dos manos lo que me sostiene, o mejor dicho, dos sombras de manos saliendo del escalón, apretando mis pies con fuerza. No puedo evitar que un grito escape de mis labios. Y ¡Carajo! ¿Dónde están los vecinos cuando se les necesita! ¿Es que nadie escucha? ¿Es que nadie saldrá a hacer algo?

Esto me supera, va más allá de mi raciocinio, es simplemente ilógico e inhumano… pero debo salir de aquí. No hay manera en que me dé por vencido todavía.

Lucho para quitármelas de encima pero no ceden, sólo cuando bajo la vela con la esperanza de que el fuego las aleje, éstas se disipan como las sombras que son. Pero él sigue tras de mí, lo sé porque el ruido en el barandal no se ha detenido y se escucha horrorosamente cerca. Miro hacia arriba e incluso en la oscuridad puedo verlo bajando con pasos tan lentos que bien podría estar flotando pero no me detengo a averiguarlo, sobre todo cuando, de un momento a otro, lo pierdo de vista y el ruido para.

—¿Vamos a jugar a las escondidas, Kagami?—me dice cuando me estrello contra su cuerpo al intentar retomar mi camino. 

Sus ojos brillan con satisfacción de forma innatural. La vela cae y él pisa la flama en un gesto elegante y despectivo. Mi única iluminación se ha ido. No sé qué esperar pero me pongo en guardia, atento a cualquier movimiento, pero definitivamente la única posibilidad que no contemplo es lo que ocurre: sus manos jalándome hacia él y sus labios sobre los míos en un gesto rudo y posesivo, con su lengua y sus dientes jugando seductoramente y yo, yo sólo puedo quedarme allí, completamente paralizado, estremeciéndome al darme cuenta de que la textura de aquella ávida lengua es la misma que confundí con la de Jordan momentos atrás; no es humana y se nota pero, aun dentro del miedo y la impresión, me provoca una sensación de velado placer a su paso. Pero la fascinación y desconcierto no terminan ahí; su aroma es indescriptiblemente embriagante, tanto que hay un toque mórbido en ello, pues es algo que escapa a cualquier fragancia que haya percibido antes. Él definitivamente no es humano.

Siento sus manos apretar mi cadera pero hay algo extraño en su tacto, algo que no sé definir pero es justo eso lo que me saca de la confusión y ansiedad para empujarlo con fuerza. En el proceso siento que pierdo el equilibrio logrando sostenerme de la barandilla, y así, pegando ella, reinicio mi descenso con su risa grave y siniestra de fondo.

Bajo dos pisos más sin percances pero sé que sigue aquí, puedo sentirlo.

—¿Quién eres? ¿Qué quieres? —le cuestiono otra vez, cansado y sintiendo mis nervios al límite.

—Soy el aliento que roza tu cuello, el miedo que sientes justo ahora —la gruesa voz suena divertida al resonar por toda la estancia, y sigo bajando, bajo lo más rápido que dan mis piernas. Debo salir. Por mí, por Alex, porque no quiero que este sea el final—. Soy quien está haciendo temblar tus sentidos y tu razón, Kagami Taiga. Soy tu amo, el que tomará lo más profundo de tu alma.

Cierro la mandíbula con fuerza ante sus palabras, no estaré a merced de ese imbécil, sea lo que sea, pero estando en la oscuridad llevo las de perder así que una vez fuera, con luz y Alex a salvo podré pensar con mayor claridad.

Al llegar a la entrada del edificio y ver las luces de la ciudad un respiro de tranquilidad rebosa en mi alma, pero éste no dura nada al ver la cantidad de sombras sin dueño paradas a las puertas del edificio, saliendo cadenciosamente de él, guiadas por la sobrecogedora silueta de él, y sólo entonces me doy cuenta de que es el mismo que vi en el incendio. Miro desesperado a todos lados, anhelando que alguien más las vea, pero las escasas personas que transitan sólo parecen verme amí, y lo hacen como si vieran a un borracho o un demente mientras, a mi ojos,  las sombras de los muros y el resto de las cosas se mueven y contorsionan de forma monstruosa, algunas pronto comienzan a tomar formas humanoides, unas más nítidas que otras y unas cuantas casi tranparentes pero todas me parecen igual de macabras y todas se dirigen a mí, y aunque quiero pelear, defenderme, gritar, pedir ayuda o que alguien acabe con la pesadilla en que esto se está convirtiendo, lo único que logro hacer es correr. Tal vez sea por la impresión de sentirme irremediablemente solo a pesar de estar a la mitad de una ciudad tan poblada como lo es Tokio; o quizá la certeza de que aunque lo haga nadie se detendrá a escucharme, mucho menos a ayudarme, lo cual me remite a la factible posibilidad de estar volviéndome loco. Quizá eso piensen y quizá se verdad, pero sin importar lo que esté ocurriendo, el miedo y la preocupación están haciendo mella en mí, por lo que correr hasta encontrar a Alex y ponernos a salvo, son los únicos dos pensamientos coherentes que tengo y a los que me aferro con fuerza. No hay más, solo el irrefrenable temor a enfrentarme a algo que desconozco y que sobrepasa mi razón.

Corro en dirección a la preparatoria y el miedo se vuelve pánico cuando las sombras en la calle se mueven a mis costados o cuando éstas, con siluetas humanas se arremolinan a mis pies como si quisieran tocarme como ocurrió en las escaleras. Por ello no me importan las consecuencias de pasar entre los autos aun si el semáforo no me da el paso ni de brincar las barras de protección de la escuela media.

—No importa cuánto corras o lo mucho que creas alejarte; siempre voy a estar allí. No hay lugar donde puedas ocultarte.  

Su voz resuena en la soledad de la calle cuando doy vuelta a la izquierda, ya a una cuadra de llegar a la preparatoria. No me detengo ni siquiera cuando el contacto directo con el asfalto me provoca un terrible ardor en los pies, notando hasta entonces que no llevo zapatos, pero eso no importa ahora, de modo que acelero todo lo que puedo, incluso cuando, al llegar a las puertas de la preparatoria me percato del leve rastro rojo que he dejado desde hace unos momentos. De un potente salto me apoyo en las barras para ingresar a Seirin pero estando en el aire a plena caída, desvío la mirada a la calle, notando como el chico moreno avanza en mi dirección, acompañado de un sequito de siluetas indefinidas que se mueven pesadamente a su alrededor.

Una vez del otro lado busco a Alex con la mirada y una parte de mi anhela toparme con el guardia para encontrarla más fácilmente o, en el mejor de los casos, que me detenga para despertar, aunque sea en prisión, de esta horripilante pesadilla. Volteo a mi espalda deseando no ver a aquel sujeto y para mi alivio no está allí al igual que sus siniestras sombras. Aspiro ligeramente más tranquilo, aunque no tengo la más remota idea de por dónde empezar a buscar. ¡Maltita sea la hora en que olvidé el celular en la sala! ¡Maldito sea el momento en el que dejé sola a Alex!

Casi por inercia me dirijo al gimnasio, no sólo porque es lo más cercano, sino porque es quizá el lugar más obvio donde puedo hallarla… y espero que esté a salvo…

Me detengo al notar un cuerpo en el suelo, y me aterra pensar que sea Alex pero al acercarme me doy cuenta que es el guardia. Me inclino a revisar sus signos vitales; está muerto. Sus ojos están abiertos cual platos y su boca parece haberse congelado justo cuando gritaba pues está completamente abierta. Es la expresión de más tórrido horror que he visto, incluso siento como el miedo en mí aumenta ante la escalofriante mirada vacía del cadáver.

Inhalo con fuerza para retomar mi camino, tranquilizándome a mí mismo. La puerta entreabierta del gimnasio está abierta y me adentro con cautela esperando ver a Alex sin toparme de nuevo con él. Enciendo las luces, adentrándome en el lugar y después de revisar las gradas y todo punto ciego, llego a la conclusión de no está allí.

Aprieto los puños, dispuesto a continuar la búsqueda por los salones pero detengo todo movimiento al escuchar un balón botando en la duela, resonando tétricamente por todo el gimnasio. Siento mi cuerpo tensarse mientras giro lentamente el rostro, sabiendo ya de quién se trata, y no me equivoco; por los breves segundos que dura un parpadeo veo una silueta masculina perfectamente definida lanzando un tiro mientras cae de espaldas. Es un  tiro sin forma que escasos jugadores consiguen ejecutar con la maestría de aquella sombra.

—¿Te gustó? —Sus potentes y burlonas carcajadas me sacan de mi admiración para devolverme al estado de preocupación e impaciencia.   

—¿¡Q-quién diablos eres!? —Grito furioso, aunque sin poder ocultar mi turbación, pero aun así denotando que estoy harto de esta maldita situación y de la sensación de miedo constante. Lo busco con la mirada pero sólo veo el balón rodando por el piso—. ¡Maldita sea! ¿¡Qué quieres!? ¡Da la cara!

Entonces veo como la duela comienza a quebrarse de forma tan estridente que me cubro los oídos. La madera cruje horripilantemente bajo el yugo de algo y por el tipo marcas sé que fue él quien hizo lo mismo con las puertas del departamento.

—¡¿Quién eres!? ¡Maldición! —cuestiono de nuevo— ¡Ya no quiero respuestas ambiguas! —Los rasguños cesan, dejando en la duela once letras grabadas—: Aomine Daiki —leo en voz alta.

—Repítelo.

No puedo evitar el espasmo en el cuerpo cuando, a mis espaldas, un par de manos se posan en mis hombros. Su voz grave resuena en mis oídos más melódica de lo que lo había hecho, casi de forma agradable y el insano encanto que me provoca su aliento sobre la piel del cuello terminan por crisparme los nervios, por lo cual me separo rudamente, alejándome un par de pasos para girarme y encararlo, aunque en el fondo sé que no estará allí, como en cada ocasión que esto ha ocurrido. No obstante, al dar la vuelta puedo verlo claramente esta vez, ya no como una sombra difusa sino como el ser que es; sus facciones masculinas, sus tonificados y marcados músculos recubiertos por piel morena que parece firme y rígida al tacto, tal como lo recordaba del incendio; su cabello, pulcramente peinado, que en aquel momento me pareció negro, en realidad es azul oscuro, al igual  que el par orbes marinas e inusualmente brillantes que me miran imponentes y que al parecer se han quedado grabadas en mi memoria. Su vestimenta es ordinaria; musculosa blanca, jeans deslavados y una chamarra de piel negra. A distancia y bajo esa iluminación parece más atractivo de lo que recuerdo, pero algo en él le da una apariencia tétrica, sutilmente maligna que me corta la respiración al ser consciente de lo inhumano que parece sin tener si quiera que rayar en lo monstruoso. Pero algo en sus manos llama mi atención: los lentes de Alex. ¡El bastardo está jugando con los lentes de Alex!

Su sonrisa se ensancha con cinismo, mi expresión debe parecerle divertida al muy maldito.

—¿Estás molesto o asustado, Kagami? —se burla, comenzando a avanzar hacia mí.

—¿Dónde está Alex? —siseo furioso, anteponiendo mi rabia al miedo.

—Dormida en tu cama. Saliste tan rápido que no la viste, ni siquiera escuchaste sus gritos preocupados…aunque me admito culpable por robar sus lentes y no dejarla salir —se ríe—. Quita esa cara, no es mi culpa que no sepas escuchar, Bakagami —usa el apodo que me da Hyūga para reprenderme, eso quiere decir que ha estado ahí desde el incendio, no se ha ido…

Un gélido estremecimiento me recorre el cuerpo.

—¡Bastardo, tú dijiste…!

—¿Y siempre confías en todo lo que un desconocido te dice? —Una carcajada más— ¿En lo que alguien como yo te cuenta? Además, tú la dejaste dormida en tu cama, no en el gimnasio de esta escuela, pero estabas tan ocupado haciéndote ideas y sobrepensando las cosas que olvidaste buscar más cerca~

—¡Maldito!

En un arranque de furia, precipito mi puño contra su rostro pero aunque sé que el impacto fue fuerte –debido el escozor en mis nudillos–, él ni siquiera parece haberlo sentido.

—Ella es lo que menos debería preocuparte ahora —se encoge de hombros sin detener su avance. Las luces tintinean hasta que tres de las cuatro lámparas estallan de súbito.

Por instinto doy un paso atrás, estampándome contra el frio y duro concreto de la pared, él se acerca como un depredador y yo me niego a su presa, así que estrello mis adoloridos nudillos en el cristal de la ventana, salir por allí sería estúpido, pues es apenas si mis manos alcanzan, pero los largos y filosos cristales que caen son un arma útil, por no decir que la única a la mano.

Aomine continua acercándose y yo abro la boca para amenazarlo pero antes de poder hacerlo él se ríe y me mira con burla.

—Dime que no volverás a preguntar quién soy porque ya te lo dije, incluso lo escribí en el piso para que lo leas cada que quieras olvidarlo —me mira altivo, rebosante de cinismo—. Además, “quién soy” no importa, lo interesante es “quién voy a ser” —susurra al tiempo que continua su avance con una parsimonia única, como si no quisiera hacerlo pero con movimientos tan cadenciosos que lo hacen ver como una fiera acechando—: estoy a nada de ser el grito de piedad más intenso en tu garganta, el dolor entre tus piernas… —se detiene frente a mí, con la mirada llena de una contagiosa y oscura excitación, apoyando ambas manos en la pared, a cada lado de mi cabeza para impedirme el paso y colando a la fuerza una de sus piernas entre las mías—  seré el que convierta la radiante luz de tu esencia en la sombra de nada.

—¿Q-qué?... ¿¡Qué clase estupidez es esa!? ¡¡Aléjate, maldito demente!! —me responde con la misma sonrisa cínica y autosuficiente con la que lo vi la primera vez— ¡Camina hacia atrás!

Levanto el cristal hacia él, amenazándolo, pero lejos de separase observo con horror como se acerca lo más posible y toma mi mano jalándola hacia él hasta incrustarse él mismo el puntiagudo vidrio en el pecho. Aún con la poca iluminación de la habitación puedo notar la espesa y caliente sangre que emana de la herida, misma que se hace más profunda conforme cierra la distancia entre nosotros.

Suelto el “arma” deseando que la pared no detuviera mi retroceso y  su sonrisa se ensancha en una mueca frívola y siniestra, dejándome notar con ello que en lugar de dos pares de colmillos, posee cuatro: dos superiores y dos inferiores, claramente más largos y afilados que los de un humano normal. También, teniéndolo tan cerca, puedo notar el resto de su anómala anatomía: de su frente hacia el puente de la nariz bajaban tres finísimas líneas negras, casi imperceptibles, que bien podrían ser pequeñas venas puesto que parecían sobresalir ligeramente de la piel, así como tres pequeñas marcas negras bajo la cuenca ocular izquierda, cada una más pequeña que la otra, bajando de la más grande a la más pequeña. Las tres con forma de triángulos escalenos; Por otro lado, sus dedos son definitivamente más largos de lo que serían los de un humano –incluso si éste fuese de manos grandes–, con terminaciones casi puntiagudas que nada tenían que ver con las uñas, pues al parecer así era la forma misma de sus huesos, mismos que se marcaban bajo la piel como si ésta fuera un simple forro.

—¿Q-qué eres? ¿Un demonio? ¿Qué quieres?

—Preguntas demasiado, Kagami, pero voy a responderte porque de cualquier forma serás mío —lo veo sacar sin tapujos el cristal que perfora su pecho para acercarlo lleno de sangre a mi rostro. Siento su fría humedad en mi mejilla y el ardor del corte que hace—. No soy un “demonio”, a decir verdad, es muy arrogante, y vaya que sé de arrogancia, pensar que ustedes son la única especie “racional” aquí… aunque una hormiga tampoco es consciente de la inmensidad del mundo en que vive ni de la cantidad de seres que lo habitan; es demasiado para su pobre intelecto, al igual que ocurre con ustedes, humanos, y pese a que muchas especies han sido lo suficientemente descuidadas para dejar rastros de su existencia, ustedes, ilusos, gustan de ignorarlas y fingir no existen, mitificándolas y convirtiéndolas en simples cuentos para asustar niños.

—Eso… ¡eso no tiene sentido!

—No, ustedes no tienen sentido —susurra contra mis labios mientras siento el cristal hundiéndose más en mi piel—. Temen a lo que no conocen y rehúyen de ello como ratas aterrorizadas, ocultándose tras su obsoleta ciencia, una que ni siquiera ha logrado explicar qué es el motor que hace andar a sus frágiles cuerpos. Se regodean de su intelecto cuando no han sabido descifrar esa enigmática energía que los hace andar, esa a la que desinteresadamente llaman “alma” —concluye ante mi atónita mirada, perdida desde hace rato en los pozos azules y paralizado irremediablemente por el impacto de saber que la situación va más allá de lo sobrenatural pero que es tan real como el dolor que siento por el corte. Y aunque quiero decir algo no puedo, en lugar de eso fijo mis sentidos en apreciar la forma en que su lengua lame la sangre de mi herida de aquella forma tanto sombría como erótica—. Esa energía mantiene vivo a los seres, y cada energía o “alma” es única —continua sin separarse de mí, con su lengua ahora en mi cuello—, pues cada una tiene un núcleo o esencia que hace a cada ser inigualable; no hay dos esencias iguales en este mundo y es de ese núcleo de lo que los seres como yo vivimos, así como ustedes se alimentan de carne y plantas, o los vampiros de sangre, nosotros requerimos del núcleo de esa energía que mantiene viva a toda especie.

Lo miro sin poder procesar la cantidad de información que está dándome, y sin poder decidir si creerle o no, pero su diestra moviéndose hacia mi miembro borra todo pensamiento coherente, pues la excitación me sobrepasa pese al temor, el coraje y al hecho de saber que él no es como yo.

—Mmmm~…—un patético gemido ahogado escapa de mí cuando acaricia mi miembro con rudeza para luego acercar toscamente nuestras pelvis e iniciar una fricción abrumadoramente sensual y peligrosa.

—Pero no todas las especies son de mi agrado… así como entre ustedes hay carnívoros y vegetarianos o quienes gustan de los condimentos y quiénes no, entre nosotros también varían los gustos por la comida; hay quienes prefieren las esencias melancólicas o depresivas, las que emanan perversidad o las bondadosas... —suspira en mi cuello y su aliento me estremece— pero hay seres cuyo núcleo es radiante, cálido… delicioso. No sé a qué se debe ese brillo único pero me resulta exquisito poseer y subyugar a esas almas hasta que su núcleo apaga convirtiéndose en meras siluetas sin cuerpo y esencia, extinguiéndose a la larga —acelera el movimiento de sus caderas y seguir el hilo de lo que dice resulta difícil ante el placer—. Alguna vez en tu vida debiste haber visto una sombra sin explicación alguna, en un vistazo rápido o un parpadeo —me mira y yo asiento, entonces sigue susurrando y siento sus colmillos dobles tirando de mi lóbulo pero no es una sensación desagradable y me siento como un maldito enfermo por disfrutarlo—; eso es en realidad un alma sin esencia, sin sentido ni razón de ser, algo que vaga sin rumbo a menos que quién tomó su núcleo decida lo contrario, pues bien podemos esclavizar esas almas hasta que terminan de extinguirse o, lo menos probable, decidir no devorar el núcleo y convertirlo en uno de nosotros.

Reprimo el gemido que está por salir de mi boca ante sus movimientos pélvicos e intento centrarme en sus palabras.

—¿E-estás diciéndome que vas… vas a comerte mi alma? —decirlo en voz alta me ayuda a entender la peligrosidad de la situación –de ser aquello verdad–, pero en el fondo sé que debe serlo; alguien que no muere tras perforarle el pecho con un cristal y que sigue sangrando sin inmutarse por ello, no tendría razón para mentir de forma tan elaborada. Si quisiera podría matarme ya, sin necesidad de toda esa palabrería

—¿No pusiste atención, imbécil? —Detiene el delicioso vaivén de su cadera para mirarme mira como si hablara con un retrasado pero luego sonríe de esa forma tan sádica y siniestra que me causa escalofríos—. No quiero tu alma; quiero el núcleo en ella, lo que te hace ser tú, la esencia se desarrolla cada vez que la energía adquiere un cuerpo nuevo y pasa por un proceso de aprendizaje distinto y, en cada transición corporal o “vida” dota al ser de una “personalidad” única. Todos los seres poseen esta energía aunque algunos desarrollan su esencia más que otros. Incluso los de mi especie la tenemos…

Al no ser presa de aquellas morbosas caricias mi mente se aclara.

—¡El punto es que vas a matarme para conseguir ese núcleo, ¿no?! —Su única respuesta es una sonrisa e instintivamente busco alejarlo pero su fuerza me supera.

—Quita esa cara, prometo que no será tan largo pero sí excitante y doloroso… para ti, claro, pues arrancar el núcleo de un alma no es fácil, para ello necesito que esté en su momento más intenso y vulnerable. Lo primero lo conseguiré teniéndote al borde de la muerte, y lo segundo —me muerde el labio sugerentemente—, cuando te haga tener un orgasmo. 

—¿¡Y qué te hace pensar que voy a permitirlo, idiota!?

Elevo la rodilla que está entre sus piernas y golpeo su dura erección con fuerza. Lo veo cerrar los ojos y aleja sus manos de mí mientras una mueca entre el disgusto y el placer se refleja en su rostro. Yo aprovecho para alejarme trastabillando, tropezando con mis propios pies pero logrando salir del gimnasio. No sé a dónde dirigirme y siento el caos de ideas contradictorias colisionando en mi cabeza, sin permitirme tomar una decisión inmediata, por lo que corro sin rumbo.

—Puedes correr todo lo que quieras, Kagami; nunca escaparás de mí. No importa a dónde vayas o lo que hagas; serás mío.

Aquellas son las mismas palabras que el enano dijo ayer en la tienda de mascotas, entonces él de verdad lo vio…

—¡Maldición, deja de decir eso!

Escucho el sonido de cosas y cristales quebrándose lo que significa que está cerca, provocándome la necesidad de correr e incluso arrastrarme lo más lejos posible. Al parecer le divierte anunciarme su llegada y verme escabullirme. Entonces una idea perdida se instala en mi mente; si él es un ser de sombras, una luz demasiado intensa podría matarlo. Sonrió al saber lo que creo que debo hacer, así que corro hacia el salón de arte, que es la habitación con más iluminación que recuerdo.

Pero antes de siquiera llegar al piso correcto caigo una vez más en esa noche, presa de las sombras que atan mis pies como si fueran cuerdas mientras lo veo acercarse divertido.

—Dije que podemos controlar sombras, no que puedo desintegrarme como una, idiota —se burla, al parecer sabe de mi plan—. No eres el único que ha intentado matarme con luz, pero yo no soy una sombra. Mi naturaleza escapa a tu pobre capacidad intelectual.

—¡Tú tampoco eres muy brillante con tus trucos de casa del terror barata! —Le grito tratando de relegar el miedo y aferrarme a la ira. Él, como ha hecho en toda la noche, simplemente se ríe, deteniéndose frente a mí y mirándome desde arriba.

—Pero ha funcionado ¿no? Estás temblando de miedo y eso —dice inclinándose hasta rozar nuestros labios—, me excita más.

Me remuevo para quitármelo de encima pero sólo consigo recargarme en el escalón más cercano. La sombra del barandal se mueve y se convierten en amarres sobre mis brazos, forzándome a colocarlos a cada lado de mi rostro. Pataleo como si vida dependiera de ello pero Aomine me toma ambas piernas con firmeza sin permitirme moverlas, no importando la fuerza que aplique para liberarlas, aunque en el fondo sabía que aquello sería inútil. ¿¡Cómo rayos puedo librarme de algo así?!

Siento sus manos recorrer con suavidad desde los tobillos que sostiene hasta detenerse en la parte superior de mis muslos mientras me muevo intentando alejarlo, sin embargo, él es más rápido;  manos desgarran mi ropa con facilidad, como quien rompe una hoja de papel mojado. Su húmeda y tibia lengua pasa por mi pecho, mirándome mientras lo hace.

Sus afilados colmillos rasgan la piel a su paso con cortes que me resultan dolorosamente eróticos. Sus labios vuelven a tomar los míos, tan fieros y demandantes que despierta en mí la indignación de sentirme dominado y el morbo de querer tomar el control pues me niego a subyugarme a él, no voy a darle la presa sencilla que desea. Pero una nueva ola de pánico me inunda al notar que la repulsión que debería sentir ante el exótico sabor de sus labios y la extrañeza de su naturaleza no está, incluso podría afirmar que algo en él me incita. ¿Qué tan enfermo se necesita estar para disfrutar en una situación así?

—No puedo esperar para estar en ti… para probarte —Su voz ronca, apasionada e impregnada de  contagioso deseo fluye a través de los tímpanos hasta llegar como una brisa de excitación a mi entrepierna.

Sus largos dedos su posan en mi despierto miembro y su risa ante ese hecho me irrita, por lo que continuo removiéndome desesperado por quitármelo de encima, tanto a él como a las embriagantes y ambiguas sensaciones que me provoca, esas que están ocasionándome el debate mental más vehemente que he atravesado; lo detesto y lo anhelo con la misma intensidad.

—¡No te atrevas, bastardo! —Mi exigencia es inmediata al hecho de advertir el brusco movimiento con el que arranca mi pantalón de su lugar y, con una inhumana pero controlada fuerza, separa rudamente mis piernas, produciendo el dolor común que se siente cuando los tendones se estiran más de lo que están acostumbrados.  

Me sonríe antes de alejar su rostro del mío al tiempo que empuja mis piernas hacia mi torso, colocando cada una junto a mis brazos atados, condición en la que posteriormente se encuentran cuando las sombras a mi alrededor toman nuevamente forma de gruesas y firmes sogas.

La posición en la que me encuentro es tan incómoda como vergonzosa. La odio. Odio sentirme expuesto y más ante él. Él, que ha puesto mi vida de cabeza y está a punto de terminar con ella.

Lo observo sacarse la chamarra en un gesto rápido y desesperado que me causa una oscura satisfacción, pero verlo inclinarse entre mis muslos es mucho más apasionante. Sus colmillos rozan la parte interior de mi muslo derecho, tan cerca de la ingle que su aliento tibio me provoca escalofríos que terminan convertidos en cálida sangre que yergue mi virilidad.

Puedo sentir sus dedos acariciando mis glúteos con avidez pero también con una suavidad que no creo propia de él. Quiero quejarme cuando una de sus largas falanges tantea mi entrada con descaro pero lo único que emito es una maldición entrecortada por un lastimero gemido. Su risa hace eco en la solitaria escuela, aunque los tintes tenebrosos que eso provoca son un insignificante detalle ante la placentera sensación de sus labios sobre mi miembro aún cubierto por la tela, que no es más que una barrera de papel para sus colmillos, mismos que la rompen a su paso, dejándome una sensación de leve dolor y creciente excitación que me obliga a mover las piernas desesperadamente, deseando liberarme de mis ataduras.

—No… ¡Ah! —exhalo pesadamente cuando separa mis glúteos con firmeza y pierdo todo control de mí en el momento en que dos de sus morenos dedos perforan la tela y se adentran en mi entrada. Duele. Quema. Siento que me desgarra por dentro pero ha tocando también un punto que me hace morderme los labios. El dolor y el placer son uno; se complementan de forma perturbadora.

Su sonrisa se ensancha y sus brillantes océanos se llenan de lujuria, quizá por ello mueve ambos dedos en un vaivén sin contemplaciones, detesto admitirlo pero su longitud me hace desear más. Me muerdo la lengua desando no gritar pero dejó escapar un ronco gruñido en cuanto sus tibios labios comprimen mi virilidad, mordiendo la tela hasta sentirlo directamente.

—Deja de resistirte y disfruta al máximo tu última noche de sexo, Kagami —me susurra, para luego retomar su labor engullendo mi miembro por completo, teniendo como melodía de fondo mis jadeos mal disimulados combinándose con la húmeda succión de su boca.

—¿P-por qué yo? —consigo formular antes de perderme en el placer y la resignación.

—Porque tu esencia es impresionantemente cálida casi resplandeciente y deseé tenerla desde que te vi en el incendio —se relame los labios en un gesto que, en otras circunstancias, bien podría parecerme sensual—. Voy a disfrutar tanto sodomizándola…

Mi mente cansada por las extremas emociones entre el terror, la preocupación y el placer, así como a cadencia de sus succiones sobre mi falo, la forma innatural pero deliciosa en la que sus colmillos hacen ligeros cortes sobre él, y sus dedos tocando mi punto más sensible son la combinación perfecta que me hace perder la cordura. Quizá tenga razón, esta es la última noche es de convertirme en nada. Tal vez deba dejar de resistirme y…

—¡Ah~!

Un dedo más dentro mí al tiempo que sus manos toman mis caderas elevándolas más y yo, patéticamente inmóvil de pies y manos –no sólo por la ataduras de sus sombras sino por la propia parálisis que hay en mi mente–, me dejo hacer.

Escucho su bragueta bajando, intento observar lo que hace pero sólo percibo el frenético movimiento de su mano; está mesturándose y el ronco gruñido que dentro de su garganta choca con mi sensible miembro me lo confirma. Siento sus dedos cada vez más dentro, tan profundo que me descubro a mí mismo moviendo las caderas por más. Quiero correrme, estoy a punto, tan cerca…

—No, no todavía —me dice privándome de la tibieza de su boca, haciéndome sentir miserable por mis malsanos y aberrantes deseos.

Saca sus dedos de mi interior, provocándome una sensación contrapuesta de vacío y alivio. Las sombras que me atan se disipan, de modo que lo miro confundido, no obstante, le resto importancia cuando me gira boca abajo; al parecer únicamente buscaba un cambio de posición.

Sus manos vuelven a posarse en mi cadera, mientras la mías se sostienen del escalón, y tras una inesperada mordida en mi hombro siento como se adentra en mi interior de un solo golpe, duro y certero. El dolor es lacerante e  indescriptible y esa terrible sensación es sólo comparable con el oscuro e inquietante placer que siento al notar su miembro golpeando con exactitud e inclemencia mi próstata. Retorcerme, gritar  y pretender clavar mis uñas en el suelo para aferrarme a algo no aminora el dolor ni significa alivio alguno para alguna de las tórridas sensaciones que me abruman.

Una de sus manos toma mi falo, frotando la punta, humedeciendo su longitud con mi propia excitación hecha preseminal. Muevo la cadera hacia atrás porque el dolor y el gozo se han fundido, creando en mí la necesidad de tenerlo más adentro, de disfrutar la última noche que me queda aún sabiendo que este intenso placer es parte del satánico proceso.

—Taiga… —me llama en un jadeo, acelerando el movimiento de su pelvis, entrando más, obligándome a no pensar para llenar mi mente sólo con él y lo que estoy sintiendo— di que eres mío.

Cierro los ojos luchando por negarme, por despertar del trance de oscura seducción en el que he caído pero sólo logro abrir la boca para decir su nombre: Daiki, Aomine Daiki. Y repetirlo como poseso mientras su lengua se pasea por mi nuca y espalda.

La mano con la que presionaba mi cadera se mueve a mi cuello, girándolo para fundirnos en un nuevo beso, uno que le contesto sin importar nada. Muerdo su lengua, succiono sus labios y él se excita más fingiendo embestidas en mi boca. Su mano baja hasta mi pecho, junto al corazón. Lo siento sonreír contra mi boca, seguramente se burla por el incesante palpitar que delata mi estado de insano éxtasis.

Sus colmillos perforan superficialmente mi labio inferior justo cuando la oleada más intensa de placer me atrapa, liberando toda esa pasión acumulada en su mano, sintiéndolo a él hacer lo mismo en mi interior. Abro los ojos porque su fogoso beso ahora es parsimonioso, plácido. Sus orbes marinas me observan pero hay algo en su mirada que lo hace ver diferente, la lascivia sigue presente pero algo ha cambiado. Sin embargo, el mundo se detiene cuando la mano en mi pecho presiona con fuerza; está dentro; los largos dedos que me llenaron de placer estrujan mi corazón con fuerza, separo los labios en un impulso por maldecirlo pero de ellos sólo brota sangre, aunque no parece importarle pues retoma el beso, robándome el escaso aliento que me queda.

Un agudo dolor se apodera mí, me nubla los sentidos, deseo gritar pero los labios de Daiki me lo impiden, por lo que entierro las uñas en su brazo, el mismo con el que me arranca la vida de a poco. Pero el dolor no viene del pecho, está en todo mi ser y es tan profundo que no puedo contener las molestas lágrimas. Duele como el infierno. Ningún dolor o sensación es comparable a esta, es como si estuviera arrancándome la piel a tirones, los músculos, los tendones, los propios órganos, como si jalara cada fibra de alguna espeluznante forma y la extirpara sin piedad.

Muerdo sus labios deseando hacerle sentir también el terrible dolor que él me provoca, pero en lugar de eso sólo siento su sangre fluyendo hacia mí y su beso lento empujándome a una bruma desconocida y oscura que me aterra.

 —Ahora ya eres mío, Taiga  —Lo escucho como un murmullo lejano—, aunque aún no decido qué hacer contigo.

Lo último que escucho es el murmullo de su voz, lo último que ven mis ojos son los suyos, lo último que saboreo es su sangre, lo último que siento son sus labios sobre los míos y mi último anhelo es seguir viviendo pero la escasa fuerza que poseo se extingue, como si terminará de arrancar lo que ya había estado cortando tan afanosamente.

Ya no siento nada; ni miedo, rabia, inconcebible dolor o si quiera la insana satisfacción del reciente orgasmo. Lo único que queda es la sensación de flotar en la nada, dentro de una espesa niebla que me nubla mis atrofiados sentidos. Entonces, de alguna manera, sé que tanto la lóbrega bruma que me envuelve como Aomine Daiki obtienen pleno imperio sobre mí…

…O lo que queda. 

.

Notas finales:

¡Dioses, me siento como una criminal por haberlo escrito! Sé lo que estarán diciendo “¿qué diablos fue eso?”… pues, ni yo lo sé. Mi moreno sensual se la paso entre cameos y es algo completamente fumado. Culpen a los días de espera en el servicio, a Lichtgestalt de Lacrimosa de donde nace una que otra fracesilla de Aomine y a mi trastornado cerebro.

Aun así espero que los haya entretenido un rato, besos y gracias por leer~ 


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