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Memorias por Circe 98

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Notas del fanfic:

Yu-Gi-Oh! es propiedad de Kazuki Takahashi, la historia es de mi propiedad hasta cierto punto.

Notas del capitulo:

Buenos días, buenas tardes, buenas noches, buenas madrugadas, depende de la hora en que me lean.

Primero, Yu-Gi-Oh! Es propiedad de Kazuki Takahashi, partes importantes de la trama de este fanfic son a base de su obra original pero también vuelco parte de mi imaginación a base de una teoría que creé hace mucho rato.

Segundo, contador de palabras.

Total de palabras: 2288

Tercero, espero que lo disfruten

El joven Moto negó la convocación de Osiris al campo, revelando la carta sellada en su ataúd dorado: Renace el Monstruo. Atem tuvo la mirada seria al ver desaparecer al Dios de los Cielos lentamente.

Otogi, Honda, Jonouichi, Bakura e incluso el abuelo Sugoroku se alertaron puesto que era el final del duelo. Anzu solo puso una cara destrozada debido a que ya se sabía el resultado. Yugi soltó un pequeño quejido que se perdió entre la conmoción.

Sin embargo, la mueca fue cambiada a una de orgullo y una pequeña sonrisa apareció en el rostro del antiguo espíritu. El joven que murió por salvar a su mundo en aquel entonces miró a su compañero, reconociendo a un alma milenaria, como la propia solo que también muy distinta.

Da el golpe final… Mi amigo, mi compañero.

—¡Mago Silencioso! —llamó Yugi, con lágrimas en los ojos que saltaron cuando cerró los mismos, dolía realmente pero era lo correcto para ambos. Ya no podía depender de Atem y Atem no podía quedarse en su mundo—. ¡Atácalo directamente! —el monstruo se movió de su posición y se preparó para atacarlo—. ¡Silent Burning! —exclamó Yugi lo más firme que pudo.

Una onda de luz salió de aquel ataque, provocando que los espectadores cerraran los ojos. El espíritu se protegió del mismo, un viejo ritual por costumbre, sabía que sus últimos puntos de vida se irían y que aquello no lo detendría.

Al bajar la luz, se vio la expresión de todos. Anzu sufría en demasía de escuchar el conteo de puntos bajar hasta hacer el sonido característico de quedar en cero. Los muchachos más cercanos a los dos de cabellos ligeramente extravagantes no podían creerlo. Sí, confiaban mucho en Yugi pero Atem era un rey después de todo, alguien que no permitiría una derrota, como lo vieron tiempo atrás, ante la pérdida del alma de su amigo de enormes ojos.

Bakura, Otogi y Sugoroku tampoco podían ocultar su sorpresa pero era mucho menor que la del rubio y el castaño.

Con los Ishtar, solo Marik mostraba aquello. Finalmente se cumplían todos los requisitos.

Simultáneamente a eso, Atem se recuperaba del golpe. La espada que alguna vez osó portar era hora de dársela al único en todo el mundo y en tantos siglos que era capaz de quitársela: su compañero. Al levantar la vista, lo vio caer de rodillas, sollozando. Se acercó, retirándose el duel disk que dejó en el suelo, al lado de Yugi. Los sollozos aumentaban, terminando en un llanto de pura desesperación. Lo vio, había golpeado el piso al caer y dejó que las cartas en su otra mano se desperdigaran.

—Lo hiciste, compañero —murmuró con una sonrisa tranquila, esas que él mismo sabía que no daba muy a menudo—. Ganaste.

El joven Moto mordió su labio inferior, tratando de contenerse, de contener esa debilidad que sentía ante lo hecho. No quería seguir llorando.

—Levántate —dijo, arrodillándose frente a él, manteniéndose calmo. Era mejor eso a recordar que los papeles se invertían en aquel momento, algo que prefería mantener realmente al margen—. Un campeón no debe estar de rodillas.

Llevó su mano izquierda hasta su hombro derecho, dándole un ligero apretón sin borrar la calma que se tenía. Comprendía la situación por muy diferente que fuera en aquellos instantes.

—Si yo fuera tu… —comenzó a decir mientras Yugi calmaba de a poco el llanto— no lloraría.

—Yo… Yo soy muy débil —comenzó. Tomó un poco de aire, haciendo un torpe intento por calmarse—. Tú eras mi héroe… Mi meta… Quise ser fuerte… como tú… Eso es todo…

Atem sonrió en su mente, enternecido de lo que pasaba. Era aquella alma que perdió y olvidó mucho antes de la aparición de Zorc. Un alma que quería más o igual que a la nodriza que le crio.

—Tú no eres débil… —dijo, conteniendo las emociones que le golpeaban—. Tú siempre has tenido un poder que nadie pudo vencer… —tuvo que pelear un momento consigo mismo, era Yami, la oscuridad y contraparte del joven que tenía enfrente pero también Atem, quien deseaba borrar toda educación, importándole poco si era egipcia o japonesa y abrazarle por verle una sola vez más respirando—. El poder de la bondad… Eso es lo que aprendí de ti, compañero.

Al escuchar eso, Yugi paró sus lágrimas y levantó el rostro, confundido y sorprendido de lo dicho por el ente que le acompañó por un año y medio. Yami tomó ambos hombros y lo levantó, dándole por primera y última vez un tacto que recordar, más allá de esa inestabilidad que sentía cuando vivía dentro de Rompecabezas, más allá del contacto compartido dentro de la única vez en que Yugi terminó en su recámara mental.

—El coraje que mostraste al luchar contra mí —dio un pequeñísimo apretón, no controlado por el ente creado sino por aquel otro que existió antes—, me mostró el camino que debo tomar.

Sería de los últimos recuerdos que Yugi tendría de él, por lo mismo no se iba a permitir que se culpara de su partida. Además, nunca culparía a su compañero de eso, era lo justo.

—Otro yo… —susurró y fue cortado al ver que negaba ligeramente con la cabeza. Un par de lágrimas seguían queriendo escapar de sus ojos.

—No, Yugi —era la primera vez en que le llamaría por su nombre y no pudo evitar cambiar su sonrisa de orgullo y tranquilidad a otra más sincera, podría decirse que parte de él estaba emocionado—. Yo no soy más tu otro yo nunca más… —el muchacho levantó el rostro, sorprendido de lo dicho—. Y tú… —tentado estuvo a decirle el pasado de una época más atrás a la propia siendo faraón de Egipto pero no lo hizo, no era justo hacerlo puesto que era libre finalmente, como él se sintió al ser completado el Rompecabezas—. ¡No eres nadie más que tú! Tú eres Yugi… —y Heba en algún tiempo, agregó mentalmente—. ¡El único Yugi Moto del mundo! —el nombrado asintió con la cabeza, tragándose las lágrimas.

Lo que provocó que ambos se separaran del cómodo contacto fue ver por el rabillo del ojo un extraño brillo proviniendo del ojo de Udyat. Ishizu narró que al ver la verdad tras el alma del faraón en aquel duelo, finalmente se concluía su deber y, por lo tanto, el alma perdida en aquel mundo después de tres mil años iba a regresar a su lugar de procedencia, al siguiente mundo. Le dijo el siguiente paso: anunciarse, decir su nombre para que aquella puerta se abriera.

Atem la miró todavía frente a Yugi, peleando consigo mismo. Ya era el momento de volver. Caminó hasta colocarse a los pies de la Lápida del Milenio que resguardaba la puerta y mantenía los artículos que él junto a su compañero reunió para terminar en ese punto. Finalmente, tras aceptar que debió haber hecho algo más para decirle la verdad a quien era su más íntimo amigo, dijo, con la voz más firme que podía, su nombre. Un pequeño soplo de aire le llegó, moviendo sus cabellos. Solo vio luz, una luz que le esperaba.

Dio un paso que fue seguido de otro. Solo dos pasos pudo dar cuando casi todos sus amigos le llamaron. Honda le dijo que no era necesario irse a la otra vida después de todo, rogándole al final que se quedara. Escuchó a Anzu y a Jonouichi sacar un quejido de molestia y dolor junto a un susurro de Otogi. Bajó la mirada solamente, sabiendo que Yugi estaría llorando. Supuso que Anzu estaría igual por el quejido que escuchó aunque no le tomó verdadera importancia al estado de la castaña.

Por muy amigos que fueran, el único que en verdad le ataba con fuerza era Yugi, por haberle soportado a como lo hizo, por haberle enseñado las cosas del mundo moderno y, más que nada, por haberle acompañado y aceptarle después de sus groseras formas de hacerse con el control del cuerpo que compartían.

Con los Ishtar, solo Rishid hizo un ademán de despedida, colocando su mano a la altura del corazón, con los ojos cerrados. Sus hermanos veían la escena, solo hacían eso, reservándose sus pensamientos.

Yugi miraba la espalda de Atem pero no pudo más, sabiendo en dónde estaba por lo que el llanto volvió, secándolas con el puño. Estaba cansado de ser débil, de ser tan débil.

Anzu comenzó a hablar, haciendo bastante hincapié en lo que sabían pero también en la difícil comprensión que tenía sobre su ida. Preguntó varias veces por qué y diciendo que no lo entendía realmente. Una vez terminadas sus interrogantes, Jonouichi fue quien habló, diciéndole que era lo mejor, el no entenderlo puesto que así todos los sentimientos y recuerdos quedarían grabados a fuego en su memoria.

—¡Yugi! —escuchó por último el grito de Jonouichi, antes de avanzar. Relajó su cuerpo solo un poco, Atem ya no daría pelea—. ¡Incluso si eres el Faraón o Atem, tú siempre serás Yugi!

Levantó el rostro, sobresaltado. ¿Su identidad? ¡No! El joven que fue alguna vez quería remarcar que nunca sería él, su hermano. Deseaba tantas cosas, decirlas más que nada.

—¡Aunque pasen más de mil años, siempre seremos amigos! —una sonrisa apareció en su rostro.

Se giró y asintió, viendo a los ojos a su otro yo. Pensando afirmativamente en aquella exclamación. Siempre serían amigos, ellos y él, solo una diferencia en relación refiriéndose al muchacho que fue su compañero. Luego, regresó la cabeza al frente y comenzó a avanzar.

—¡Jamás te olvidaré! –escuchó a Yugi.

Yami —por muy Atem que fuera alguna vez— levantó el brazo, dejando el pulgar en alto, retomando el camino, obligándose a hacerlo.

Si hubiera sido mi elección, en aquel momento no hubiera dudado en mirar atrás. Fue el pensamiento de Atem, apretando la mandíbula imperceptiblemente.

Aquel ente que peleaba por unirse al yo actual sabía la verdadera identidad de Yugi: la del príncipe Heba de Egipto, el segundo heredero al trono que su padre había dejado al morir aunque, claro, era la primera vez que Atem le veía de adulto(1), listo para tomar a una esposa y de haber engendrado ya a varios hijos e hijas, futuros sacerdotes y reinas, incluso el futuro Rey de la Tierra Negra, su sucesor tras su temprana muerte —quizá el más joven en morir en toda la historia de aquella misteriosa arena que prefería esconder gran parte de sus secretos— al intentar matar a Zorc y fallar, quedándole como alternativa el haber hecho lo que hizo.

Habría renunciado a todo… Hubiera dejado mi reino… por la oportunidad… de continuar siendo parte de su vida. Bajó el brazo, dejándolo hecho puño en su costado.

Gracias, mi compañero… mis amigos… pensó cuando casi atravesaba la luz, sintiendo cómo las ropas del uniforme que Yugi solía usar, eran cambiadas a las últimas que vistió cuando vivía.

Solo sus amigos del Inframundo notaron la obvia tristeza que sus ojos revelaron, las expresiones de sus rostros se deformaron al comprenderlo aunque ninguno de los vivos lo notó, las puertas se cerraron para siempre, cortando todo lazo entre ambos mundos.

—Atem —le llamó Mahad—, algún día.

El anterior Faraón al tricolor se acercó a su hijo, colocando una mano sobre el hombro de este.

—Hijo, sé que todavía sientes eso. No fue tu culpa —el muchacho se sorprendió, era la primera vez que escuchaba esas palabras—. Zorc te quería débil y sabía que si Heba moría a como lo hizo, no lo podrías derrotar.

Asintió con respeto, siguiendo a la corte que le ayudó y murió al enfrentar al ser que más odiaba. A la siguiente sacerdotisa y a su protector. Ocultó sus sentimientos en una máscara de confianza y seguridad en sí mismo, agregando algo de aburrimiento. Eso era mejor que nada.

Yami —así se autonombraba y sería su nombre; tal vez se lo debió de haberle dicho a Yugi aunque muchos ya lo sabían a pesar de decirle faraón sin nombre— decidió mirar sus recuerdos para pasar el tiempo aunque usar aquella expresión ya carecía de significado para ese momento: la muerte hacía eso.

Sin embargo, todavía podía ir y regresar en minutos o años a lo que fue su pasado que generaba tanta controversia con ambos. Sí, estaba sufriendo un problema de identidad ya que por un lado estaba Atem, el muchacho egipcio que fue criado para ser Faraón, el que desconocía tantas cosas del mundo pero que aprendió otras de la peor forma posible, aquel que olvidó a la fuerza a su hermano menor pero que siempre quiso mientras que Yami —o Yugi, como siempre se llamó desde su aparición en aquel otro mundo— veía de otra manera a Heba, desconociendo quién era. Viendo y aprendiendo todo lo que podía, teniendo tan bloqueada su mente y aprendía cada cosa por mano de su mejor amigo, de su compañero, de su protegido.

Si bien, un humano normal carecía de la capacidad para ver el momento de un nacimiento, él sí lo recordaba por la misma razón de que ahora estaba en una crisis: el hechizo que encerró a Zorc junto a él y la fragmentación de su memoria para proteger el hechizo. Ahora, el recuperar todo significaba todo.

Con solo cerrar los ojos podía ver a su parturienta madre, los gritos de esta y a las comadronas del palacio atenderla, rezando(2) mientras él nacía. Su llanto había alegrado los corazones de los presentes ya que Isis(3) había escuchado los ruegos de la Reina y el heredero al trono había nacido con vida y gozaba de buena salud.

Iba a ver su historia. Otra vez. Como Atem, quien la vivió y como Yami, el observador.

Notas finales:

(1) Los egipcios se casaban entre los 12 y 15 años, entrando en reproducción a esa edad. Eran otros tiempos y la calidad de vida oscilaba hasta los cuarenta años como muy mayor entre la población en general, en Palacio, posiblemente era mayor debido a los privilegios que se gozaban. Tampoco eran tan altos como el manga y el anime lo ponen. Atem era de los más altos si lo trasladamos a esos tiempos -tomando la medida del manga únicamente-. Bueno, regresando al tema central: Heba se hubiera casado entre esas edades y hubiera comenzado a reproducirse tan pronto se casara. Otro dato curioso es que las mujeres egipcias llegaban a su primer luna de sangre -menstruación- a los catorce años de edad.

(2) No debemos confundir nuestras costumbres con las de los antiguos. El hecho de que hoy en día la mujer dé a luz acostada se aplicó desde que el rey Luis XIV de Francia decretó que para presenciar el nacimiento de sus hijos, sus mujeres debían estar acostadas. Esto pronto se volvió general pero es la posición más incómoda que existe. Antiguamente, el parto natural era aquel en que la mujer embarazada decidía cómo dar a luz (parada, de cuclillas, etc.), no por comodidad del médico y ayudantes, como es el hoy en día.

(3) Isis es la diosa de la fertilidad y maternidad, todas las mujeres egipcias se encomendaban a ella para quedar embarazadas y poder dar a luz a su bebé sin mayor problema que los que ya se tenían. Quiero imaginarme que cuando ya daban a luz, hacían alguna ofrenda para la divinidad mientras oraban porque les permitiera tener a más hijos. Esto último quiero explicarlo luego, es una visión que no muchos compartirán conmigo.

 

Dios santo, sí que fueron notas largas esta vez. Creo que sí me interesa desarrollar lo mejor posible este fanfic. Tal vez MDMO sufrirá serios cambios respecto a la trama original del arco de las memorias pero todavía no se espanten ni emociones, estoy pensando seriamente en hacerlo. Quien sabe cuándo lo continúe u otra cosa que haga. Ya veré yo.

Feliz cumpleaños amor mio n-n


Nota: Esto es la reedición xD así que aquellos que se relean esto y hubieran leído lo primero pues se darán cuenta xD así que perdón pero esto me convenció más :D


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