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Mayordomo Negro: Cenizas Azules por Richie Ness

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Notas del capitulo:

Espero sea de su agrado. No olviden comentar.

Mayordomo Negro: Cenizas Azules

Capítulo Uno

–Ese mayordomo, es mío–

 

    Cubrió sus manos con los blancos guantes, acomodó su corbata y agarró la bandeja de plata transportando la taza de té y demás. Abrió la puerta con la mano derecha dejando la gran bandeja en la izquierda y con equilibrio inigualable se movió entre la habitación de su Lord. De un estirón de brazos separó las ostentosas cortinas rojas con encajes de hilo dorado. La luz se filtró por el cristal dando vida a la habitación. El niño durmiendo en la cama frunció el ceño ante la luz que golpeaba su rostro, se dio la vuelta entre refunfuños.

    –Mi Lord, ya ha dormido lo suficiente.

    –Vete, sebastian –. Exclamó entre sueños.

    –Hoy recibe una visita del Barón Jeptha –. Sebastian descubrió a Ciel.

    –Prepara la sala de reuniones –. Buscaba taparse nuevamente con la sabana.

    –Ya está preparada. El Barón llegará en veinte minutos –. Finalmente Sebastian ganó la batalla haciendo que Ciel se sentara al borde de la cama.

    –¿A quién se le ocurre organizar una reunión tan temprano? –. Frotaba sus ojos intentado despejar el sueño.

    –El Barón asegura que es muy importante, entre más rápido lo trate, más rápido podrá tomar medidas –. Sebastian le sirvió el té.

    Ciel soltó un largo suspiro.

    Sebastian desabotonó la camisa de dormir, dejando expuesta la blanca y suave piel de Phantomhive. Tomó un pañuelo de seda y lo mojó con agua tibia. Frotando los brazos, espalda y pecho. Cuando acabó, lo vistió. El moño, los guates.

    Deslizó las medias hasta las rodillas y sus zapatos fueron a su lugar. Como último toque, el parche que cubría su ojo derecho.

    Sebastian, en cuclillas donde estaba:

    –Su desayuno está servido.

 

    El galope de los caballos rompía el silencio del bosque. Dentro del carruaje dos personas se encontraban hablando.

    –¿Es seguro confiar el Phantomhive?

    –Es un perro de la Reyna, tiene una correa que lo limita.

    –De vez en cuando los perros desobedecen a su amo.

    –Los Phantomhive no.

    –Los Phantomhive ya no existen.

    –Cállate, desaparece otra vez. Estamos por llegar.

    La puerta del carruaje se abrió y el Barón Jeptha descendió. Sebastian ya lo esperaba.

    –¿En dónde está Ciel Phantomhive?

    –Lo espera adentro, Barón –. La sonrisa del mayordomo no despearía.

    –Llevame con él, rápido.

    –Sígame, mi Lord ya lo está esperando.

    Sebastian escucho un murmuro a su espalda.

    –¿Disculpe?

    –Nada, no se preocupe y saga andando.

 

    Era la segunda taza de té que Ciel se tomaba. Más de una vez se cruzó por su mente la idea de seguir durmiendo, pero ser el señor de la familia Phantomhive no era cosa de niños y debía comportarse como tal. El crujido de la perilla lo saco de sus pensamientos. Era sebastian que inmediatamente dejo espacio para otra persona, vestida de manera elegante y relativamente joven.

    –Ya sabe quién soy –. Se presentó el invitado –. Vayamos directo al punto.

    Ciel enconó los ojos ante el comportamiento del Barón. Jeptha tomó asiento sin ser ofrecido y de su abrigo saco una carpeta con documentos. La tiró sobre la mesa haciendo que se sacudieron las tazas.

    –Es información de la policía de Inglaterra sobre un asesino serial.

    Hizo una pausa esperando escuchar palabra de su anfitrión. Silencio.

    –Este asesino, está cazando única y exclusivamente a los integrantes de mi familia. Los Nasnarin.

    Nuevamente hizo una pausa. Ciel se limitaba a observarlo, tragó saliva.

    –¿Por qué me cuentas esto?

    –Vengo a pedir tu ayuda, Phantomhive.

    –Déjale eso a la policía –. Ciel le ordenó a Sebastian otra taza de té.

    –La Reyna Victoria quiere encontrar lo más rápido posible a este criminal. Los Nasnarin son fundamentales en los planes de un nuevo proyecto. No gracias –. Jeptha declinó la oferta de un té.

    –¿Qué proyecto?

    –Es secreto real. La Reyna requiere discreción ante esto. Si gustas te muestro una orden de ella para que los Phantomhive entren en el caso.

    Jeptha le dio la carta al mayordomo y este se la entregó a Ciel. El niño abrió el sobre y comenzó a leer.

 

    La noche había caído sobre Inglaterra y ellos se encontraban en silencioso callejón, intercambiando palabras. Los dos encapuchados.

    –Hoy lo haremos de nuevo –. La voz recorría las ajustadas paredes.

    –Es importante no fallar. Uno de los Nasnarin cruzará frente al callejón con una escasa escolta, están aumentando sus precauciones.

    –Claramente no son suficientes, no nos tomará más de un minuto.

    –Guarda silencio, escucho algo.

    El trotar de los caballos se acercaba.

    Un disparo se escuchó y el soldado encabezando la marcha cayó al suelo chorreando sangre de la cabeza. Dos encapuchados rojos aparecieron de la nada. Uno llevaba un puñal en la mano izquierda y en la derecha una pistola. El otro, una espada larga de doble filo. La escolta se preparó para el combate, muy organizados para un puñado de mercenarios.

    Los disparos no se hicieron esperar, el primer encapuchado esquivo las balas solo con rasguños a la capa y disparo tres tiros certeros que atravesaron a un infeliz en el tórax, el cuello y la frente. El segundo, a pesar de su pesada espada, logró evadir a dos enemigos y arrojar una tajada contra el tercero, del hombro hasta el abdomen, propino una patada al cuerpo para destrabar su espada. Un hilo de sangre surcó el aire en forma curva siguiendo el ángulo del filoso metal, salpicando a los demás combatientes. La escaramuza siguió su ritmo entre sonidos del metal contra metal, cada tanto un ruido sordo de gargantas cortadas o gritos ahogados entre sangre indicando el inevitable final. Con un disparo, el último mercenario se deslizo de espalda contra la pared de una tienda, dejando un rastro de sangre descendiente. Finalmente el sonido nuevamente se apodero de la noche, y la sangre esparcida por la calle parecía una alfombra liquida.

    Los encapuchados se miraron mutuamente y el primero asintió. Abrieron la puerta del carruaje. Una niña de escasos doce años se encontraba temblando al otro extremo del asiento, mirando aterrorizada  con ojos azules a sus captores.

    –Asesinala –. Ordenó el segundo encapuchado. El primero dudó.

    –No creo que nos sirva muerta.

    –¿Qué dices? Es una Nasnarin.

    –Lo sé, pero tengo un presentimiento.

    –Apartate, yo me encargo –. Ya estaba alzando su larga espada cuando el primero puso su mano en el pecho.

    –Espera –. Se dirigió a la niña. –Dime tu nombre.

    –Selina –. Respondió ella con la voz quebrada.

    Ambos encapuchados se miraron.

 

    Ciel acabó de leer la carta y con expresión inquisitiva habló:

    –Parece verdadera, y si es una orden directa de la Reyna no la puedo ignorar.

    –¿Entonces ayudara?

    –Nunca dije eso, sigo pensando que es una tarea de poco valor para los Phantomhive, pero me aseguraré que tenga la debida atención.

    –Es una tarea que supera a su familia, no por nada la mismísima Reyna ordenó que usted se encargase de la tarea.

    El anfitrión mostro signos de irritabilidad, el Barón otra vez dejaba en descubierto su descaro. Ir a la casa de los Phantomhive para ordenarles que hacer.

    –Como le dije Barón Jeptha Nasnarin, su petición obtendrá la debida atención. Sebastian, acompañe a nuestro invitado a la salida.

    Jeptha metió su mano en el bolsillo interno del abrigo y mostró una foto.

    –Sebastian –. Llamó Ciel.

    Jeptha no se dio cuenta del motivo hasta que miró por el rabillo del ojo al mayordomo, empuñaba un cuchillo a pocos centímetros de su nuca.

    –Disculpe a mi mayordomo, solo procura la paz en la sala.

    –Mis más sinceras disculpas –. Sebastian hizo una reverencia mientras desaparecía el cuchillo entre sus manos.

    –Esta es mi hija, se llama Selina –. Siguió el Barón intentando ignorar la extraña situación que acababa de ocurrir. –Anoche la raptaron, supongo, fueron los mismos asesinos. Son los únicos intentando dañar a la familia Nasnarin.

    La foto mostraba a una bella niña. Cabello rubio y ojos azules resaltados por su piel blanca, vestía una ropa ligera primaveral.

    –Si la encuentras, te pagaré bien.

    –No me interesa el dinero –. Respondió cortante.

    –Te lo suplico, encuéntrala –. Sus ojos mostraban miedo y clemencia, era casi patético. Mostrarse altanero para luego suplicar el favor de los Phantomhive.

    –¿Tienes una copia en el expediente? –. Ciel observó la carpeta sobre la mesa.

    –No, pero le dejo esta; tengo más en casa –. Esbozó una sonrisa de consuelo.

    La despedida fue corta y precisa. Ciel hasta cierto punto entendía el orgullo de un Barón, excusar la investigación de una serie de asesinatos para encontrar a su hija, era una movida normal; sin embargo, no contaba con la dureza y el fiero orgullo de la familia Phantomhive. Al final, todos pedían clemencia.

   

    –Mi Lord, ¿Por qué acepto? –. Sebastian se posó al lado de Ciel.

    –Esa chica, Selina, me parece familiar.

    –¿Conexión de niños?

    –No te hagas el gracioso, Sebastian.

    –Lo comprendo, es de aquella vez cuando hiciste el contrato.

    –¿También la recuerdas?

    –Recuerdo muchas cosas de ese día, en especial a un indefenso niño torturado que suplicaba por su vida.

    Ciel miró con desprecio a Sebastian, este le sonreía como si nada.

    –Realmente no me interesa la niña.

    –Lo que le interesa es la conexión que podrían tener los asesinos.

    El niño se levantó de su enorme silla y agarró entre sus manos la carpeta, miró un largo rato la foto, casi meditando.

    –Sebastian, prepara todo, nos vamos de la mansión por un tiempo.

    –Yes, my Lord –. Sebastian hizo una reverencia.

–Fin del capítulo uno–

Notas finales:

Gracias por leer, espero sus comentarios.


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