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Anoche por Red Giant

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Notas del fanfic:

Intenté hacerlo gracioso...

Notas del capitulo:

No sé qué es esto. Perdón, quería practicar tercera persona y lime y eh, creo que... no, no sé, juzguen por ustedes mismas.

Si hubiera sabido que todo iba a terminar así, bueno, probablemente no habría despertado como Dios lo trajo al mundo al lado de su, también desnudo, mejor amigo. Le habría gustado que junto con el dolor de cabeza tuviera un caso severo de pérdida de memoria, pero no era así. Leonardo recordaba a detalle todo lo que había pasado, sabía bien por qué le dolía tanto el trasero y, lo que era peor, sabía que nadie tenía la culpa sino él mismo.

¿Cómo fue que todo había acabado así? Para entenderlo bien haría que contar todo desde el principio...

Todo comenzó en primer año cuando un Leo un par de años más joven había estado a punto de resignarse a hacer solo un proyecto grupal y Sergio, como enviado por el espíritu santo, lo había invitado a trabajar con él. Desde ese momento su amistad había crecido de forma tan natural como moho en pan viejo.

Para cuando estaban en tercer año todo parecía ir como debería. Todo, excepto por un pequeño y molesto detalle: Leonardo no había podido ligarse a ni una sola chica y hasta parecía que las mujeres huían de él.

Sabía que gran parte de su desgracia era culpa de Sergio porque, si bien él no estaba tan mal, al lado de esos ojos azules y sonrisa de modelo de pasta dental parecía una pobre iguana con problemas de desnutrición. De nada le servían sus rizos cabellos negros, sus ojos color café chocolate, su estatura que a duras penas lograba ser promedio y su físico que demostraba que lo suyo no eran los deportes, sino los videojuegos. Nunca quedaba bien parado al lado de su alto y atlético mejor amigo y sabía que ni siquiera él se elegiría a sí mismo.

Nunca había entendido cómo él había terminado siendo amigo de alguien tan... bueno, para qué mentir, tan guapo. Lo que sí sabía bien era que no era precisamente alguien extrovertido y que prefería no tener que buscarse un nuevo mejor amigo.

Siempre había visto a Sergio como todo un modelo de masculinidad, así que cuando hasta él llegó el rumor de que su amigo había sido visto más de un par de veces en un antro homosexual, no se molestó en hacerle caso.

Estaban almorzando y a Leo se le ocurrió que sería divertido reírse de las habladurías de la gente. Imaginen su cara cuando Sergio le dijo tranquilo que, en ese caso, la gente no decía nada más ni nada menos que la verdad.

— ¿Jhé?  — fue lo único que atinó a decir con la boca llena de los fideos que estaba comiendo.

— Que sí, que era yo.

Tragó con dificultad y lo miró como una abuela mira al nieto que acaba de rechazarle un postre. Tomó un sorbo de su Coca—Cola e intentó encontrar algo en la cara de su amigo que le dijera que todo era una broma. Por un par de segundos le pareció ver aparecer mágicamente un arcoíris sobre su cabeza.

— Es incómodo que me mires así, ¿sabes? — dijo Sergio.

— Es incómodo enterarme por terceros que estabas en un bar gay.

—Bueno, lo que pasa es...

—No, ya, no me interesan los detalles— interrumpió Leo.

—Pero es que mi... —intentó explicar.

—No, en serio, déjalo, prefiero no saber. Estoy comiendo.

— Pero... — Comenzó nuevamente Sergio.

—No — lo volvió a cortar.

— Es que...

— No.

— Deja que...

— No.

— Dios, eres desesperante. Deja que te explique — pidió irritado.

— No, está bien, soy tu amigo y te acepto como eres — dijo con un tono de madre comprensiva.

— Agh, como sea, piensa lo que quieras — se rindió.

Y eso fue precisamente lo que Leo hizo, después de todo nunca habría imaginado que su mejor amigo fuera gay... o bisexual en todo caso. Lo había visto con decenas, si no cientos, de mujeres.

Como es natural (o al menos así lo creía Leo) no pudo evitar comenzar a preguntarse si existía la posibilidad de que Sergio gustara de él.

Cada acción que estaba acostumbrado a tomar como signo de una buena amistad comenzó a parecerle sospechosa. Cada sonrisa requería un tiempo extra antes de devolverla y cada vez que tenían algún tipo de contacto físico inconscientemente se ponía a analizar la posibilidad de segundas intenciones.

Después de un tiempo se dio cuenta de que existía también la posibilidad de que Sergio tuviera a alguien más como el objeto de su afecto. Esto le pareció más lógico dado que él estaba seguro de ser casi un adefesio. Se sintió un tanto incómodo con su nueva teoría y él lo tomó como consecuencia de un daño a su orgullo masculino. Redujo el amplio círculo de amigos del popular Sergio a dos personas que, según su extraña lógica, era posible fueran el verdadero "crush" de su mejor amigo: Diego y Luis.

Diego, con quien Sergio jugaba fútbol dos o tres veces a la semana desde que estaban en secundaria, era la ejemplificación del perfecto caballero. Sus ojos color miel y su cabello a juego hacían suspirar a más de una.

Luis, bueno... Luis era Luis. Ojos obscuros, moreno, cabello negro recogido en una coleta y una voz profunda que volvía locas a todas.

Se armaba un lío en la cabeza de Leo digno de ser sacado de algún libro tonto para adolescentes sobre hormonadas.

Ni siquiera hacía intención de compararse con "el trío mojabragas" de la facultad, pero sí se ponía a hacer comparaciones entre los tres. En cuestión de mujeres, por alguna extraña razón que él no comprendía, Luis tomaba la delantera, lo seguía de cerca Sergio y Diego no se quedaba muy atrás, aunque, en su opinión, Sergio era el más atractivo de los tres.

Siempre que llegaba a ese punto sus pensamientos frenaban en seco. Para cuando se sorprendía a sí mismo preguntándose si besar a un hombre se sentiría lo mismo que besar a una mujer entendía muy bien que lo que necesitaba urgentemente era salir de putas.

El problema era que se encontraban en época de finales y su cerebro terminó convirtiéndose en una tortilla. Hasta tal punto llegaron sus desvaríos que comenzó a preguntarse qué se sentiría si Sergio lo besara.

Siguió midiendo cada acción de su amigo. Cada risa, cada mirada, cada palabra y cada roce accidental tenían a Leonardo al borde de un colapso nervioso. No dejaba de preguntarse qué pasaría si su amigo...

Se detenía un momento, acalorado, intentando apartar de su cabeza esos pensamientos pecaminosos. Intentando apartar de su cabeza sus manos, su boca, su lengua, la respiración agitada, su piel y su voz repitiendo su nombre.

— Leo, Leo, Leonardo te estoy hablando — llamó Sergio interrumpiendo el estado de trance en el que estaba metido.

— Perdón, ¿qué dijiste? — preguntó atontado.

— Hay fiesta hoy para celebrar el fin de los exámenes, ¿vienes?

— Yo... eh...— balbuceó inteligentemente.

— Vamos, a lo mejor por fin tienes algo de suerte — intentó persuadirlo.

Leonardo enrojeció furiosamente y no pudo responderle nada.

— Es en la casa de Diego si quieres venir. Voy a estar esperándote — dijo terminando la conversación.

— No, pero, Ser... — alcanzó a decir mientras su amigo se alejaba ignorándolo totalmente.

Esa noche antes de tocar el timbre le pareció que en lugar de su corazón tenía un tambor africano dentro del pecho. Un brazo lo rodeó sorpresivamente por los hombros y casi saltó al sentir el contacto de esa piel canela.

— Hola, Luis — saludó. Estaba casi acostumbrado a que lo tratara como a un hermano menor.

— ¿Qué haces ahí parado? — preguntó. — Vamos, ayúdame a llevar estas cervezas — entre pidió y ordenó poniéndole una caja en las manos.

Después de llevar todo a la cocina Luis lo estuvo llevando de aquí para allá por un buen rato. No le sorprendió que no lo soltara porque desde siempre había sido así con él.

Cuando finalmente se animó a preguntar por Sergio Luis aflojó el abrazo.

— Ah... sí, creo que está arriba — contestó con desánimo.

— Gracias — se despidió con una sonrisa.

Luis podría ser un hijo de puta con las mujeres, pero no era un mal amigo.

Toda la casa era un hervidero de gente y se le hacía difícil caminar. Cuando estaba por la mitad de las escaleras se tropezó con sus propios pies, fue a dar de nalgas contra el piso y para colmo se golpeó la cabeza contra la pared. Por un rato se quedó ahí sin que a nadie pareciera importarle.

— ¿Qué haces ahí tirado? — Preguntó Diego.

— Yo, bueno, me caí — respondió sin hacer ni la intención de levantarse.

— ¡¿Por las escaleras?! Dios, ¿estás bien? — preguntó usando su mejor tono de madre preocupada.

— Sí... no, no realmente... ¿no sabes dónde está Sergio? — medio sonrió Leo.

— ¿Sergio? ¿Es en eso en lo que piensas después de descalabrarte así? Vamos, te llevo al hospital — le regañó.

— No, está bien, me duele el trasero pero eso es todo.

— Pero...

— ¿Leo? — interrumpió la voz de su mejor amigo.

— Hola — lo saludó levantando la mano, mirándolo desde el piso.

— Por favor, necesito que lo hagas entrar en razón. Tiene que ir al hospital — rogó Diego.

— ¿Hospital? — repitió con tono confundido.

— Tu amigo acaba de caerse por las escaleras — contestó.

—Oh, Dios, Leonardo, ¿estás bien? — se puso de rodillas y le ofreció una mano.

— ¿Te parece que estuviera bien, pendejo? — aceptando la ayuda.

— Bueno, ¿seguro que no quieres ir al hospital?

— Sí — contestó Leo sobándose las posaderas.

— Bueno, está bien, ¿puedes caminar? — pasó el brazo alrededor de su cintura.

— Creo que sí...

— ¿Qué? No, no está bien, solo míralo — reclamó Diego con tono alarmado.

— Tranquilízate, él no es un niño. Puede cuidarse solo — intentó calmarlo Sergio.

— ¡Es más que obvio que no puede! — casi gritó alterado.

— Tranquilo, yo me hago cargo. Aparta por favor — mandó.

El pobre Diego se quedó parado sin saber qué hacer mientras los dos se alejaban en dirección del auto de Sergio. Leo se sintió un poco culpable por todo. Sabía bien que él era casi como una madre y lo apreciaba, pero muchas veces le resultaba molesto.

— Ugh, mierda — se quejó poniéndose el cinturón de seguridad. — ¿A dónde vamos?

— A mi departamento. Está cerca y no pienso dejarte solo en ese estado. Ambos sabemos que lo que le dije a Diego no es verdad.

Leonardo se quedó callado, no tenía ganas de protestar. Se dejó dormitar por un rato hasta que llegaron al edificio.

Sergio intentó volver a ayudarlo, pero fue rechazado. Al llegar al sexto piso el ascensor se detuvo, Sergio abrió la puerta de su departamento y Leonardo lo siguió al interior.

— Quítate la camisa — le ordenó su amigo.

— ¿Qué? — se sorprendió Leo.

— Que te quites la camisa. Quiero asegurarme de que no tienes nada roto.

— Estoy bien — replicó.

— Si no lo haces te llevaré a rastras al hospital — amenazó. — Quítate la camisa.

Obedeció de mala gana y se tardó tanto que Sergio se impacientó y se la quitó de un tirón.

— Déjame ver… — comenzó a palpar una a una sus costillas. — ¿Te duele?

Negó con la cabeza y Sergio siguió con su improvisada revisión. Dedos, manos, muñeca, brazos y cuando llegó a su hombro derecho Leonardo soltó un quejido.

— ¿Te duele? No parece estar roto pero se te está haciendo un moretón… Se me olvidaba, ¿te golpeaste la cabeza?

— Sí.

— ¿No te sientes mareado?

— No, no me golpee tan fuerte. Ya te dije que lo que me duele es el culo — dijo Leo irritado.

— ¿Con esa boca besas a tu madre? — se burló Sergio.

Llevó su mano hasta la nuca de Leo y subió hasta encontrarse con la bola que se le había formado por el golpe.

— Ngh — se quejó nuevamente.

Leonardo se puso rojo al darse cuenta en la posición en la que estaban. La cara de su mejor amigo estaba a pocos centímetros de la suya y no podía evitar preguntarse a qué sabrían sus labios.

— Perdón… Está bastante hinchado, ¿no quieres que te traiga algo frío para…?

No pudo terminar su oración porque fue interrumpido por un corto beso que a su vez dio paso a otro no tan corto. Sergio reaccionó, se apartó de Leonardo y se le quedó viendo con los ojos como un par de huevos fritos.

— Q… yo… yo no soy gay — medio balbuceó. — Ese día no dejaste que te explique. Mi… mi hermana es lesbiana y yo voy con ella a cuidarla.

— Oh, mierda, yo creí… Perdón — dijo cubriéndose la boca.

Quería que se lo tragara la tierra. Intentó escapar pero sintió que lo sujetaban por la muñeca. Se dio la vuelta, confundido.

— Leo… yo… no… no soy gay… pero… — parecía estar haciendo un gran esfuerzo para hablar.

— ¿Pero? — preguntó con el corazón a punto de volvérsele merengue.

Sergio se inclinó y apenas posó sus labios en los de Leo, quien lo jaló hacia adelante obligándolo a profundizar el beso. Nuevamente, después de unos segundos, su amigo se separó con la respiración agitada.

— No… No está bien — comenzó sin sonar muy convencido.

Leonardo coló su lengua en la boca entreabierta de su amigo y lamió despacio su labio superior. Esto hizo que este perdiera todo lo poco que le quedaba de autocontrol.

No dejaron de besarse mientras avanzaban como podían en dirección a la habitación. Los dedos de Sergio se enredaban en los cabellos de su “amigo” mientras sin cuidado ni pudor este prácticamente le arrancaba la ropa.

Llegaron hasta la cama y Leo sintió que lo alzaban en el aire como si de una muñeca de trapo se tratara, lo acostaban con cuidado y le quitaban los pantalones de un tirón. Sergio lo miró desde arriba y se lamió lo labios. A Leonardo le pareció lo más sexy que había visto en toda su vida, bueno, hasta que este comenzó a atacar su cuello y a detenerse solo para clavar sus ojos en los suyos.

— Auch — se quejó cuando sintió que el peso de Sergio sobre él le lastimaba.

— Perdón, ¿te duele mucho? ¿Seguro que no quieres ir al hospital? — se detuvo y lo miró preocupado.

— Si sigues hablando, te mato — gruñó Leo a modo de respuesta.

Retrocedieron hasta que la espalda de Leonardo quedó contra el cabecero de la cama y Sergio siguió con lo suyo. Su mano bajó por el abdomen de su mejor amigo y un dedo travieso se aventuró dentro de su ropa interior. Cuando quiso desnudarlo Leo lo detuvo.

— Es raro — se excusó ruborizándose.

— Claro, ahora eres tímido — se burló.

Bajó la mano sintiendo los marcados abdominales de su amigo y sin dudarlo la metió dentro de los boxers de este.

— Le… oh… mhm… — jadeó y hundió la cara en el hueco de su hombro.

A él le encantó esa voz que no había escuchado antes, aunque no tanto como sentir que lo tenía totalmente bajo su control.

— Mírame — le ordenó al oído. — Quiero recordarte bien.

No es que no lo intentara, es solo que era algo difícil de lograr. No podía controlar los temblores que recorrían su cuerpo y lo único que lograba hacer era medio decir “Leo” entre jadeos y resoplidos.

Se detuvo por un momento y lo obligó a mirarlo.

— Tócame — pidió casi en un susurro poniendo la mano de Sergio sobre el notorio bulto en su ropa interior.

Primero intentó ahogar cualquier sonido extraño en la boca del otro, pero después de un Rato Leonardo dejó de intentar contener su voz. Respiraba agitadamente contra el pecho de su mejor amigo y gemía, oh sí, gemía como puta y no le importaba. La mezcla del placer y del dolor del madrazo que se había dado hacía que todo se volviese confuso. Por momentos no sabía dónde terminaba él y comenzaba Sergio y dos segundos después ya ni estaba seguro de si seguían existiendo.

No supo quién terminó primero porque no importaba realmente. Se desternillaron de risa todavía sin entender bien lo que había pasado. Se besaron de nuevo entre carcajadas y maldiciones lanzadas al aire y volvieron a empezar.

Pasaron lo que aguantaron de la noche intentando compensar los tres años que habían desperdiciado. Nada les importó aun sabiendo que en la mañana tendrían que lidiar con las consecuencias de sus acciones.

Ya cuando los huesos se les habían convertido en gelatina, el sueño les pesaba como dos camiones y su ropa parecía haberse teletransportado a otra dimensión, ambos se tumbaron a descansar entre el desastre que eran las sábanas.

— La primera vez que te vi creí que eras mujer — soltó Sergio. — No sé si es algo tarde para esto, pero me gustas, siempre me has gustado — confesó, cayendo dormido casi inmediatamente después.

Leonardo lo miró dormir por un rato pensando en lo que acababa de enterarse hasta que, finalmente, Morfeo ganó la batalla.

Cuando despertó esa mañana la realidad lo golpeó en la cara. Solo le quedaba esperar a que Sergio despertara y, bueno, no tenía idea de qué pasaría después. No estaba seguro de si todo lo que había pasado había sido por una calentura o si había algo más.

Y ahí estaba, comiéndose los sesos, dándole vueltas al asunto y analizando lo que había pasado con la esperanza de que se le hiciera demasiado tarde en caso de necesitar escapar.

Notas finales:

Desastre de fic. Solo sé que si le saqué una sonrisa a alguien todo valió la pena, creo n.n" Reviews serán apreciados (aun si son tomatazos o amenazas de muerte es bueno saber que alguien me lee xD) Se me olvidaba, creo que mi linea favorita es "¿te parece que estoy bien, pendejo?"

No estaba segura de si ponerle "lemon" como advertencia porque solo hay lime, pero bueno, prefiero evitarme problemas. Mil disculpas a quienes esperaban algo más... no sé, lemonoso(?)


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