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El principe "de los reyes" por SheylaNanami

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Notas del fanfic:

 Es una adaptación de La Mica del libro

"Los cuentos de mi tía Panchita"

 

Muchas de las palabras son costarricenses

la espresión "Se va de bruces"  quiere decir sorprenderse o caerse, algo parecido, lo usamos en mhas expresiones... que ni yo sé...

En un hermoso y humilde reino. En un alto y despampanante castillo, vivía un rey junto a sus tres hijos y su amado esposo. Este rey Akashiawa sama, llamado por todos, estaba desconsolado con sus hijos, llamados Naraku, el mayor, Bankotsu, el del medio y el menor de los príncipes, Sesshomaru Akashiawa. A pesar de ser hermanos el único que salió diferente a sus hermanos, fue Sesshomaru.

Desconsolado, porque los encontraba algo “mamitas”, él deseaba que fueran atrevidos y valientes. Se puso a idear como haría para sacarlos de entre las “enaguas” de su esposo, quien los tenía consentidos como a criaturas recién nacidas y no deseaba ni que les diera el viento.

Una noche cuando su esposo se fue a dormir, el rey los llamó para hablarles de temas triviales y sobre un asunto en específico. Con un cuestiono. Ofreció. Y advirtió.

 

             Muchachos  – dijo su padre ¿Por qué no se van a rodar tierras? cuestionó –. Le ofrezco el trono a aquel que venga con el príncipe más hábil y hermoso ofreció –. Y lo mejor será que no digan nada a su padre, porque ¿Quién lo quiere ver, si ustedes chistan algo de lo que les he propuesto? – advirtió.

 

Y dicho y hecho: a escondidas de su otro padre, los príncipes alistaron su viaje. Para no dar malicia, no salieron todos al mismo día, primero Naraku un lunes. Bankotsu un miércoles y Sesshomaru un domingo. El mayor cogió la carretera y anda y anda, llegó al anochecer a pedir posada a una casita aislada entre un potrero en un pueblo.

 Cuando se acercó, oyó unos gritos dolorosos, se asomó por una hendija que tenía la vieja casita y vio una vieja que estaba dando de latigazos a un pobre miquito, de pelaje plata – algo raro, según él– largo en su cabeza. El animal lloraba y se quejaba como un cristiano, encaramado en un palo suspendido por mecates de la solera.

El príncipe llamó. Al escucharle la vieja se asomó alumbrando con la candela. Era una vieja más fea que un susto en ayunas: tuerta, con un solo diente abajo, que se le movía al hablar, hecha a la cara un arruguero y con un lunar de pelos con barba.

El joven pidió posada y la vieja le contestó de muy mal modo que su casa no era hotel, que si quería se quedara en el corredor y se acostara en la banca.

El príncipe aceptó, porque estaba muy rendido. Desensilló la bestia, la amarró de un horcón y él se echó en la banca y se privó –Se durmió–

A media noche, se levantó asustado porque alguien le tironeaba de una manga. Sobre él, colgando del rabo, estaba el monito, que se había salido quien sabe por dónde. Iba a gritar el príncipe, pero él le puso su manecita peluda en su boca, para evitarle hacer eso.

 

                  No grites – le advirtió – Porque entonces va y me pillan aquí y me dan otra cuereada – en sus ojos, todavía habían rastros de las lágrimas que derramó el pobre. – Vengo a proponerte matrimonio y me sacas de esta casa.

 

Al muchacho le cogieron unas grandes ganas de reír, y no fue cuento, sino que reventó en una carcajada lastimera.

 

                  Vos sos tonto le contestó el príncipe – ¿Cómo me voy yo a casar con una mica? Lo siento… no puedo – susurró al ver los ojitos llorosos del animal Lo lamento. Enserio…. Pero si te llevo conmigo… será para que tengáis un hogar… soy un príncipe y me debo casar con uno… en verdad lo lamento… solo podré de darte un hogar…

 

El pobre animalito se echó a llorar y empezó a negar.

 

–                  Así no, entonces no; yo solo casado puedo salir de aquí.

 

Y se puso a contar los malos tratos que le daba la vieja y a querer que le tocara su cuerpecito peludo, y viera como lo tenía llagado de golpes. Pero el príncipe no le veía, porque se había vuelto a dejar caer y estaba dormido.

Otro día, muy de mañana, se levantó y oyó otra vez a la vieja dando de escobazos al pobre miquito. Tuvo lastima, pero no se podía casar con él, debía hacerlo con un príncipe o princesa. Así que con mucho pesar, siguió su camino.

Eso mismo le pasó al segundo hijo, quien siguió con la misma carretera, con igual de lástima que su hermano. No pudo llevarse al animalito, por la misma razón: Debía de casarse con un príncipe o princesa.

El tercero también tomó la carretera y al anochecer llegó a la casita del potrero. Y la misma cosa: la vieja dando de palos al pobre animalito. Pero este tenía el corazón derretido y no podía con la crueldad. Abrió la puerta, le quitó el palo a la vieja y la amenazó con él, sino dejaba de pegarle al pobre animal.

La vieja se puso como un toro guaco de brava y no quería dar posada al príncipe, pero este dijo que se quedaría en la banca del corredor y que allí pasaría la noche, aunque se enojara el Padre Eterno.

Allá en la madrugada lo despertaron unos jalonazos que le daban. Despertó azorado, restregándose los ojos. Una manita peluda le tapó la boca. Como ya comenzaban las claras del día, distinguió a la mica que se mecía sobre él, agarrada del techo por su larga cola. El pobre animalito se puso a llorar y a contarle su martirio. Luego le propuso lo mismo que a los demás príncipes: Matrimonio.

Al principio el joven le llevó la corriente y quiso tomarla a broma: le ofreció a llevarla consigo y tratarla con mucho cariño, pero la mica comenzó a sollozar con gran tristeza y por su carita peluda corrían las lágrimas.

 

–                  Así no – contestó – es imposible. Esa mujer es bruja y solo si hallo quien se case conmigo, podré salir de entre sus manos – a los tres príncipes les dijo lo mismo.

 

El príncipe, que siempre había sido de ímpetus, se decidió de repente a casarse con la mica. Donde dijo que sí, y entre en un humarasco apareció la bruja que gritaba:

 

–                  ¡Y ahora! ¡Carga con tu mica para toda la vida!

 

El sintió de verdad, como si una cadena atara a su vida sobre la de aquel animal. El príncipe montó el caballo y se puso la mica en el hombro. Conforme caminaba reflexionaba en su acción, y comprendía que había hecho una gran tontería.

A cada rato inclinaba más la cabeza.

¿Qué iba a decir su padre cuando fuera a salir con que se había casado con un mono?

¡Y su otro padre! ¡Que no encontraba buena para sus hijos ni a la mona liza –por decirlo así–!

¡Cómo se iban a burlar sus padres! … ¡sus hermanos y toda la gente!

¡Poco a poco se arrepentía! ¡Pero no hay vuelta atrás!

La mica, que parecía que le iba leyendo el pensamiento, le tironeó de su camisa y apuntó la montaña.

 

–                  Mire, su alteza. No vayamos a ninguna ciudad. Metámonos entre esa montaña que ve a su derecha y en ella encontraremos una casita que será nuestra vivienda.

 

El otro obedeció y a poco de internarse, dieron con una casa de madera que tenía una sala, cocina y un pequeño cuarto, con sala y muebles pobres, pero que todo daba a gusto de limpio. Al frente estaba una huerta y atrás un maizal, un frijolar, matas de chayotes, de zanahorias, y matas de ayotes que ya no tenían por donde echar de estos. También han de haber otros más, pero si lo escribo, no sé hasta donde he de llegar.

El animalito pidió al príncipe que fuera a buscar leña; él cogió la tinaja y salió a juntar agua que quedaba cerca. Un rato después, por el techo salía una columnita de humo y por la puerta, el olor de la comida que preparaba el animalito y que abría el apetito.

Y así fue pasando el tiempo, Sesshomaru conoció un par de cosas del animal como, su nombre, que era Inuyasha Taisho, tenía 25, dos menor que su esposo, pero lo único que no le dijo fue de dónde provenía.

Cuando Sesshomaru se encontró por casualidad… con sus hermanos… lejos de las montañas…. los tres príncipes habían quedado en encontrarse… al cabo de un año… en cierto lugar…  el príncipe Akashiawa, por supuesto no quería… o no podía ir… le avergonzaba… que sus hermanos y sus padres… se dieran cuenta que se ha querido casar con un animal… eso es inmoral… y más porque… ¡Sesshomaru es un príncipe!

 

Acercándose el día señalado, la mica le dijo a su marido:

 

–                  Sessh – el animalito había agarrado esa bonita costumbre de llamarle así a su esposo. Cualquiera esperaría que el mencionado se enojara, lo cual nunca pasaba – venga váyase para que este en el lugar en el que encontrará a sus hermanos.

–                  ¿Cómo sabes eso? – preguntó el chico.

 

Pero él, se hizo oídos sordos.

De verdad, otro día partió. La mica tenía los ojos llenos de agua al decirle adiós y a él le dio mucha lástima.

Cuando llegó al lugar, ya estaban allí Naraku y Bankotsu, muy alegres. Le contaron que se habían casado con unos príncipes muy guapos, que tenían unas manos que sabían hacer milagros, cocinaban muy bien a pesar de ser de la realeza. El pobre no masticaba palabra al oírlos, sentía ganas de que se lo tragara la tierra.

 

–                  Contadnos hermano ¿Cómo es tu esposo? – preguntó con interés Bankotsu, le tenía mucho respeto a su hermano menor.

 

No se atrevió a confesarle la verdad y les metió una mentira.

 

–                  Es un niño tan bello que se para el sol al verla, y sabe convertir los copos de algodón en oro que hila en un hilo más fino que el de una telaraña – pero eso le dolía.

 

Sus hermanos al escucharlo, sintieron envidia, pero a la vez felicidad. Cuando llegaron donde sus padres, fueron recibidos con gran alegría.  Cada uno se puso a poner a su esposo por las nubes.

 

–                  Bueno – les dijo su padre – quiero ver antes que nada, los prodigios que saben hacer. Vuestras esposas van a hilar y tejer una camisa, una para mí y otra para mi esposo, tan finamente que un muchachito de pocos meses, las pueda guardar en sus manos.  Les doy un mes de plazo.

 

Devolvieron los príncipes donde sus esposos y les explicaron el deseo del rey. Inmediatamente los príncipes encargaron seda fina y se pusieron a hilar. En cambio Inuyasha… él no hizo nada, ni volvió a mentar la camisa.

Sesshomaru le llamaba la orden, pero se hacía como si no fuera con él. Y el príncipe se ha de poner cada vez más triste. El día de ir al palacio, el peli plata le despertó muy de mañana; ya le tenía el caballo ensillado.

 

–                  ¿Para qué me has de ensillar a mi bestia? – Indagó cruzándose de brazos – No pienso ir con mis padres, porque no he de tener lo que me han de haber pedido.

 

Ve que Inuyasha le enseña dos semillas de tacaco.

 

–                  Aquí están las camisas – respondió sumiso.

–                  Esto no es lo que…

–                  Ábrelas ante vuestros padres y si al hacerlo, no obtienes lo que has de querer… quedaras libre de mí… serás libre de buscarte a otro esposo… – aunque Inuyasha dijera eso, en el pecho le dolía la idea de dejarle ir.

 

Quiso opinar en contra, pero ante los ojos de su “esposo”, no dijo nada. Agarró las semillas de tacaco y las metió entre sus bolsillos, se encaminó a su caballo y se fue hacia su padre.

Cuando iba a más de medio camino, encontró a sus hermanos, que en cajas de oro, llevaban las camisas de un tejido de seda muy fino. Las costuras apenas si se veían y los botones eran de oro.

Cuando el menor enseñó sus semillas de cacao, los mayores aguantaron sus carcajadas y sus rubores.  Al llegar ante el rey, se regocijó este del trabajo de las dos nueras y se puso furioso cuando este le dio las semillas de tacaco.

Como las cogió con cólera, ante la mirada sería y benevolente de sus hijo, las destripó cayendo unos pedazos en la cara y otros en el pelo de su hijo, quien ni se inmuto en limpiarse. Al hacerlo de cada una salió una camisa de tela tan fina que una rosa se veía extraordinaria a la par, y de una blancura tal, que parecía tejida con hebras hiladas del copo de luna.  Los botones eran piedras preciosas  y las costuras no se podían ver, ni buscándolas con lente. Los reyes casi se van de bruces y los hermanos salieron felices de su hermano menor. No eran envidiosos, eso era lo mejor.

 

–                  Bueno – argumentó feliz su padre – He de estar muy satisfecho del trabajo de vuestros esposos. Ahora quiero que cada una me envíe un platillo cocinado por ella mimas. Tráiganmelo entre un mes – “Quiero ver quien ha de cocinar mejor”

 

El menor volvió un poco confundido e impresionado ante su “esposo” y le contó el nuevo mandado. Inuyasha se sentía feliz, después de todo, seguirá con su adorado príncipe “por un rato más” eso se decía.

Inuyasha no volvió a mencionar el asunto, pero el príncipe esta vez espero pacientemente. Eso sí, se encontraba algo impaciente para sus adentros, cuando ha de llegar el día. Le vio ir a la huerta y agarrar un gran ayote y echarle a hervir en la olla.

 

–                  Llevadle esto a su padre – le dijo sacándolo y echándolo en una canasta.

 

Iba a replicar ¿Cómo iba a llegar con aquello?

La primera vez estuvo bien, pero ¿un chayote?

El no hallaba como hacerlo. Pero los ojitos del animal estaban nadando en malicia, pero se decidió, cogió su canasta y se fue con su padre. En el camino, se encontró a sus hermanos que venían seguidos de criados cargados de bandejas de oro y plata, con manjares exquisitos preparados por sus esposos.

Cuando lo vieron a él con su ayote entre su canasto, se sonrojaron al querer aguantarse la risa, como la vez pasada.

Se sentaron a la mesa y comenzaron a servir los platos, los reyes hasta se chupaban los dedos. Pero cuando fue entrando con el ayote entre el canasto, el rey se enfureció como un patán y lo cogió y lo reventó contra una pared. Y al reventarse, salió volando de él una bandada de palomas blancas, con unas canastillas de oro en el pico, llenas de manjares muy deliciosos; otras con flores que dejaban caer sobre los presentes ¡Ave María! ¡Aquello sí que fue algazara y media!

 

El rey les dijo: – Bueno, ahora quiero que me traigan una vaquita que ojalá se pueda ordeñar en la mesa, a la hora de las comidas – Les dio ocho días de plazo.

 

Los príncipes se fueron renegando de su padre tan antojado. Les estaba cansando, llegaron un poco cansados y les contaron el nuevo capricho de su padre. Solo Sesshomaru no dijo nada, porque la cosa le parecía imposible.  

 

¿De dónde ha de sacar Inuyasha una vaquita?

Aunque con las cosas con su esposo, ya estaba pensando que eso era “im” posible

A los ocho días fue entrando el monito con un cañuto de caña de bambú y se lo entregó a su esposo.

 

–                  Ten, y ve al palacio. Ten confianza y verás que te va bien – Sesshomaru iba a decir algo pero… – acaso ¿desconfías de mí? Las veces pasadas, te dí cosas que no tenían mucho que ver con el pedido de tu padre… y ¿Qué paso? – Sesshomaru se quedó pensativo y al final aceptó – Pero no debéis de abrirlo hasta llegar.

En el patio encontró a sus hermanos con unas vaquitas enanas del tamaño de un ternero recién nacido y llenas de cintas. Al verlo se extrañaron y no dijeron nada.

A la hora del almuerzo fueron entrando con sus vacas y se empeñaron en que subieran a la mesa, pero allí los animales dejaron una quebrazón de loza y una hasta una gracia hizo en el mantel. El rey Akashiawa y su esposo se enojaron mucho y se levantaron de la mesa sin atrever bocado.

A la comida, el rey llamó a su hijo Sesshomaru:

 

–                  Hijo ¿Dónde está tu vaquita?

–                  Yo… yo… – recuerda el cañuto de caña de bambú y se lo enseña a su padre, este levanta una ceja.

 

Sesshomaru abre la pieza y va saliendo de ella una vaquita alazana con una campanita de plata en el pescuezo y los cachitos y casquitos de oro. Las téticas parecían botoncitos de rosa miniatura. Se fue a colocar muy mansita frente al rey sobre su taza, como para que la ordeñara. El rey lo hizo y llenó la taza de una leche amarillita y espesa. Después se colocó ante el otro rey e hizo lo mismo, y así fue haciendo con cada uno de los presentes que estaban sentados. Al terminar de beber, todos tenían un bigote de espuma sobre su boca.

 

Por supuesto que ustedes imaginarán como estaba los reyes con su hijo menor. ¡Ni para que decir nada sobre eso!

 

–                  Ahora – argumentó su padre menor – quiero que traigan a sus esposas el domingo entrante.

–                  “¡aquí sí que me llevó la trampa!” pensó Sesshomaru y de la impresión se desmayó, cayendo encima de su hermano Naraku, a quien tenía a la par.

–                  ¡Hermano! ¡Hermano! ¿Estás bien? – preguntaban sus hermanos.

 

Cuando volvió en sí, estaba tan pálido que parecía cubierto en harina. Respondió con “Sí, lo siento… ya no llores Naraku”  cuando sintió unas lágrimas caer sobre su cara provenientes de su hermano.

 

Al levantarse. Por si un acaso, se fue a las tiendas y compró un corte de seda, un sombrero, guantes largos blancos, zapatillas, ropa interior, polvos, perfume y que se yo.

Llegó con sus regalos adonde su esposo, y le contó lo que deseaba su padre. Inuyasha se hizo el sordo y en toda la semana trabajó en nada más que en sus labores de costumbre, barrer, limpiar, hacer la comida y lavar.

 

A cada rato Sesshomaru le ha de decir: – Amor, ¿Por qué no has de sacar el corte que le traje y hace un traje? – le decía “amor” de forma cariñosa, no quería que Inuyasha se sintiera rechazado. Además ya le ha de agarrar a su esposo “cariño”

 

Pero Inuyasha lo que hacía era encaramarse en su trapecio que estaba suspendido en la solera y hacer maroma colgada del rabo.

Cuando le veía en esas piruetas al príncipe se le fruncía la boca del estómago de la vergüenza… ¡Sí su esposo no era sino una pobre mica!

El sábado pidió a su marido que fuera a conseguir una carreta y que le pidiera con manteado para ir así a conocer a sus suegros. Él quiso persuadirle de que era muy feo ir en carreta, menos adonde el rey; que se iban a reír de ellos; que la gente de la ciudad era rematada y que por aquí y que por allá. Pero Inuyasha metió cabeza y dijo que si no iba en carreta, no iría.

El príncipe pensaba que eso sería lo mejor, y a ratos intentó no volver a poner los pies en el palacio, pero el caso es que fue a contratar carreta.

El joven quiso que su esposo se arreglara y adornara, que se envolviera siquiera en la seda que él había traído, porque deseaba que no le vieran la cola. Inuyasha, que era terco y cabezón como el mismo, no quiso hacer caso y le contestó:

 

–                  Sesshomaru, para el santo que es con un repique basta – y se pasó la lengüilla rosada por el pelo.

 

Le mandó que se fuera adelante y él se metió entre la carreta.

El príncipe encontró de camino a sus hermanos que iban en sendas de carrozas de cuatro caballos, cada uno con sus esposos, quienes iban bien vestidos al igual que cabizbajos. Eran muy hermosos, no se podían negar, y Sesshomaru volvió la cabeza y pegó un gran suspiro, cuando allá vio venir la carreta pesada y despaciosa.

 

–                  ¿Y tu mujer?  - preguntaron Naraku y Bankotsu.

 

Señalo con una mano la carreta y con la otra se tapaba la mano lleno de vergüenza, a la vez que apartaba la mirada.

Los esposos de sus hermanos volvieron a ver el lugar donde señalaba su yerno, al hacerlo abrieron los ojos como platos al ver la carreta desenmarañada. Para no soltarse a carcajadas se escondieron en los pechos de sus esposos siendo recibidos en un beso en sus cabezas.

En cambio los príncipes se pusieron como chiles de rojos, al pensar lo que podrían imaginar sus esposos, al ver que su cuñado venia entre una carreta, cubierta con un manteado como una campirana cualquiera.

Llegaron a la puerta del palacio. Sus padres salieron a recibir a sus hijos y sus nueros les hicieron reverencia. En esto la carreta quiso entrar por el patio, pero los guardias lo impidieron.

 

–                  ¿Y tu esposa? – preguntó el rey al menor de sus hijos, que andaba para adentro y para afuera haciendo pinino.

–                  Allí viene entre esta carreta – contestó chillado.

–                  ¡Entre esa carreta! Pero hijo, ¡Vos estás loco!

 

Y el gentío que estaba en la entrada del palacio se puso a silbar y a burlarse, al ver la carreta con su manteado detrás de aquellas carrozas que brillaban como espejos.

El rey gritó que dejaran pasar la carreta. La carreta fue entrando, cararán, cararán… se detuvo frente a la puerta…

¡Al príncipe un sudor se le iba y otro se le venía! Deseaba que la tierra lo tragara. Tuvo que sentarse en una grada, porque no se podía sostener y ¿su cara?

Ni para que decir. Si le preguntaran como está, dirían. Pálido. ¡Ya le parecía oír los chiflidos de la gente donde vieran salir de la carreta a una mica!

Pero fue saliendo un príncipe tan bello que se paraba el sol al verla,  con unos ojos ámbares hermosos parecidos a los suyos, largo y sedosos cabellos plata, amarrado en una alta trenza adornada en flores, traje azul de oro y brillantes, riendo y enseñando unos dientes, que parecían pedacitos de cuajada.

Lo primero que hizo fue buscar al menor de los príncipes. Lo cogió de la mano con mucha gracia y le habló, pero al ver que no reaccionaba, le dio un cálido beso en los labios, haciéndole reaccionar.

 

–                  Sesshomaru, cariño, esposo mío – dijo Inuyasha con una linda sonrisa en sus labios – ¿Me presentas a tus padres?

–                  S-sí... mi a-amor... – ¿acaso ha tartamudeado?

–                  Hijo – su padre levantó una ceja.

–                  Padre… él es… Inuyasha, mi esposo... Inuyasha, él es mi padre… – “¿en serio este es Inuyasha? No me lo creo…”

–                  Un gusto su alteza – respondió Inuyasha, en una reverencia.           

 

Cuando se los hubo presentado, los reyes se sintieron encantados porque hacía unas reverencias y decía unas cosas con tal gracia, como jamás se había visto.

El rey en persona, le llevó del bracete – sin malas intenciones – al comedor y lo sentó a su derecha. Sus cuñados, durante la comida, que no le perdían el ojo, vieron que el príncipe se echaba entre los pantalones, con mucho disimulo, cucharadas de arroz, picadillo, pedacitos de pescado y empanadas. No hicieron ni dijeron nada, se miraron a los ojos y no le prestaron más atención.

Seguido, hubo un gran baile. Cuando empezaron a bailar, el príncipe se sacudió sus ropas y salieron rodando perlas, rubíes y flores de oro.

Terminado el baile, el rey cogió a su hijo menor y a su esposo de la mano y los llevó al trono.

 

–                  Ustedes serán nuestros sucesores – les dijo.

 

Pero Inuyasha negó sonriente y cruzado sus dedos, con los brazos colgando hizo una decente pero elegante, reverencia dijo:

 

–                  Le damos las gracias, pero yo soy el único hijo del rey, Inu no Taisho, que está muy pasado de años y quiere que mi esposo y yo nos hagamos cargo de la corona.

 

Al oír que era el hijo del rey Inu no Taisho, el rey casi se va de bruces, porque dicho rey, era el más millonario y famoso del mundo. El príncipe habló algunas palabras al oído de su marido, para después Sesshomaru asentir.

 

–                  Padre mío, ¿Por qué no reparte el reino entre mis dos hermanos? Así estará mejor atendido.

 

Al rey le pareció muy bien la idea y en ese lugar se hizo la repartición. Los hermanos quedaron muy agradecidos contra su hermanito menor. Luego se despidieron y se dirigieron hacia el palacio de Inu no Taisho, en una carroza de oro con ocho caballos blancos, que tenían la cola y las crines, como cataratas espumosas. Esta carreta llegó, cuando la carreta que trajo al príncipe, iba saliendo del patio del palacio, cuando estuvieron solos, Inuyasha recargó su cabeza en los hombros de su esposo.

 

–                  ¿Sigues queriendo ser mi esposo? – pregunta el peli plata menor.

–                  ¿Por qué lo preguntas? Siempre lo he querido… por eso te acepté cuando me lo pediste – respondió Sesshomaru, dándole un beso a su amado esposo en los labios.

–                  Mmmm pero Sessh… Mmmm… yo era un animal… una mica para… ser específicos.

–                  Sí. Pero, no te dejaría con esa horrible mujer, que te pegaba todo el tiempo – le agarró de la cintura posesivamente.

–                  Tranquilo, que no me iré… – así que solo me rescataste por compasión ¿eh? Y ¿Por qué tus manos bajan de pronto… a un lugar remoto… más debajo de mi cintura? Para ser específicos”

–                  Pero… después de conocerte mejor, te agarré cariño… poco después creo que – le beso los labios, que hace mucho ha querido besar, en el día ya lo ha hecho como cuatro ¿tres veces?… pero no con lengua.

–                  Sessh… yo no sé besar… no creo que…

–                  Amor – pronunció el príncipe interrumpiendo al otro.

–                  ¿Eh?

–                  Amor… cuando te fui conociendo más… te agarré amor… y ¿Qué importa si no sabes besar? Puedes aprender ¿ne? – dijo insinuante. Sonrojando al menor.

–                  S-sí.

–                  Bien – pega sus frentes suavemente, para después besarle – Ahora que recuerdo ¿Cómo es que te convertiste en una mica?

–                  Una bruja enemiga de mi padre, porque este no había querido casarse con ella, se vengó convirtiéndome a mí en una mica. Y yo volvería a ser humano, cuando un príncipe quisiera casarse con un “mono” – respondió automáticamente.

–                  Vaya – no hallaba donde poner esas palabras. Aunque fueron pocas, le sorprendió.

 

Los dos se volvieron a besar. Cuando llegaron al palacio, hicieron una boda más “formal” invitando a todos, incluidos los familiares del príncipe Akashiawa.

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Pasados los años, Sesshomaru e Inuyasha  fueron los mejores reyes en sus tiempos, gobernaban con justicia y sabiduría. Fueron muy queridos por todos en su reino, tuvieron tres hijos, muy hermosos, Horoshimaru, Kana y Kagome.

 

 

Y yo fui

Y todo lo vi

Y todo lo curioseé

 Y nada saqué

 

 

Notas finales:

Historia, sin intenciones de plagio... La verdadera historia se encuentra en el libro Los cuentos de mi tia Panchita de Carmen Lyra.... La e escrito en adaptación para poder subrle aqui y que ustedes conozcan esta bella historia...


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