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Ángel o Demonio por YazzSiHan

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Época de oscuridad, horror.
Época lúgubre.

El mundo tornandose oscuro mucho antes del nacimiento de Cristo.
Guerras, sangre, gritos desgarradores, cenizas... Muertes no terrenales.

En el centro de todo ese terrible y desértico lugar se vislumbra una silueta tan blanca y pura que se distingue de toda la oscuridad.

De toda la maldad.

Piel clara, cabello oscuro y corto.
Un traje blanco siendo el único que puede adivinar los músculos marcados debajo de ello.

Y sus enormes alas blancas se extienden, simulando que emiten pequeñas lucecitas más parecidas a chispas.
Una mirada al cielo con los brazos abiertos. Una bocanada de aire, como si pidiera ayuda y apoyo del señor.

Y frente suyo, a no más de siete metros, una sonrisa que denota sardonia, una mirada oscura.
Caminata lenta, que deja grietas por cada paso dado.
Las manos en los bolsillos de su traje negro por completo.

—Ahora sólo quedamos tú y yo, SiWon.—

Su voz es fina para ser lo que es.
Un demonio.

SiWon regresa la mirada a aquel ser infernal, y tan sólo con abrir la palma derecha, aparece allí mismo lo que parece ser un cetro de color dorado, con un brillo igual al que él tiene.

—Conmigo basta para derrotarte, HeeChul.—

Y su risa macabra se hace escuchar, pues apesar de ese tono fino en su voz, un eco grave y enzordecedor se aprecia de fondo.
Pero a SiWon no le parece ni un poco gracioso.

HeeChul mueve el rostro con suavidad, acomodando su rojizo cabello de ese modo, y su figura delgada sigue acercandose al contrario, sin prisa.

SiWon no muestra miedo o algo por el estilo. No. Pues no lo tiene.
Él es Metatrón, el máximo arcángel del cielo, el único al que le es permitido ver a Dios; porque sí, nadie es digno.
Él es el encargado de recibir y dar a todos las órdenes y palabras del Altísimo, y su sola presencia en el mundo, es por sí una bendición, pues él, sólo por una causa mayor, descendería de las alturas; y esta vez fue necesario, pues HeeChul llegó sin saber porqué al planeta tierra, haciendo de las suyas, poniendo todo el órden terrenal de cabeza, pues es obligación del cielo, custodiar el planeta tierra.

Cuando los guardianes angelicales bajaron para luchar contra él, el demonio HeeChul asesinó a todos sin remordimiento alguno, y ahora, todos esos cuerpos convertidos en cenizas, en estrellas, han regresado al lugar de donde provinieron. Y sólo así fue como SiWon se vió obligado a bajar, encontrandose con que HeeChul no estaba solo, estaba, en tiempo pasado, por supuesto, porque cuando él pisó tierra humana, notó como los demonios entre grito y suplicas descendían como sombras al lugar donde pertenecen.
El infierno.

HeeChul baja la mirada, y puede observar a uno de sus demonios aferrarse a él, o sí eso se le puede llamar, pues es sólo una oscura sombra que se quema ante el contacto con el demonio.
El pelirojo sonríe a medio lado, y con su mirar rojizo, los gritos de ese ser se incrementan, desapareciendo entre las grietas del suelo.

SiWon crea una mueca de asco, por ello, porque inclusive con los suyos, HeeChul llega a ser un maldito.
Y no es para más, pues él, es bafomet, quien secunda al señor de las tinieblas, es quien tiene el mismo puesto que SiWon, pero en el temible infierno.

—Con un poco de sexo podríamos arreglar nuestras diferencias, SiWon~.— Por fin habla HeeChul, cambiando su voz a una con un tono seductor.

Aquello sólo logra enfurecer más al arcángel. —El pecado y yo no vamos del mano. No necesito de sexo, no necesito de tu sucio ser homosexual. No necesito de tí.—

HeeChul frunce el ceño. —Nadie me rechaza... ¡Nadie!— Voz oscura.

Y su enfrentamiento comienza.
SiWon se observa levantar los pies del suelo, ascender sólo un poco con ayuda de sus blancas alas, pues HeeChul con sólo un paso, guía un camino de fuego hasta él.

De un momento a otro, el cetro que SiWon sostenía en la diestra, pasa a tomarlo con ambas manos, transformandose en una larga espada de plata, con quién sabe qué escrito en la navaja, pues no es una escritura terrenal.

Los ojos de HeeChul cambian a un color rojizo, más parecido al de la sangre, y con una sonrisa lúgubre, extiende los brazos a los lados, cuando en ese mismo momento las llamas del infierno se hacen aparecer desde el suelo, rodeandolo a él sin quemarlo, subiendo más y más, tal y como SiWon lo hace en el cielo.

Hay pocas maneras de asesinar a un arcángel, y una, es quemando o cortando sus alas.
Son seres casi indestructibles, casi inmortales.

SiWon se mantiene en valentía, sabiendo que el Altísimo no lo dejaría solo en un momento como ese.
Todo el desierto ahora está en llamas, y la belleza de la que HeeChul es poseedor en su forma humana, va perdiendo su silueta tras el estar buscando la derrota de metratrón, convirtiendose en un ser realmente horrible e inimaginable.

Pero la luz del cielo se hace presente, alumbrando a SiWon, haciendolo sonreír.
DongHae y YeSung, los Tronos han descendido en su ayuda.

Los Tronos, arcángeles quienes custodian a Dios, quienes se encuentran sentados a su lado.
Una verdadera divinidad.

—No seguirás torturando a los seres humanos.— Dice SiWon en otra lengua, en Latín, es lo más seguro.

Tanto YeSung como DongHae alzan los brazos hacia el cielo, iluminandolo con rapidez, y en un fugaz momento, SiWon se dirige hacia HeeChul, levantando la espada poco más arriba de su cabeza, y lo parte en dos.

Una vez más esos gritos desgarradores, entre agudos y graves, con muchas voces de por medio.
HeeChul regresa a su simulación de forma humana, hasta que en humo, en cenizas se transforma, y regresa al infierno.

Las bellas y blancas alas de SiWon desaparecen, ahora sólo parece un simple mortal pisando suelo humano, suelo en el que ahora ya no hay más fuego.

¿La guerra ha terminado?
No, por supuesto que no.
Y se sabe cuando una gota de la sangre de HeeChul, resbala por la plata de la espada de Metatrón.

Una maldición.
Maldición que lo hace resignarse a quedarse en el cielo eternamente; porque si regresa a la tierra, HeeChul revivirá, y las muertes para los humanos y ángeles comenzarán una vez más.

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China, año 1990 después de Cristo.
El crujir de la madera quemando se escucha tan cerca.
Un pequeño niño de cuatro años, oculto en el armario, llorando, cubriendose los oídos con ambas manos, mientras que otro infante, poco más grande, dos años nada más; lo abraza con protección.

Los dos están temblando, allí adentro. Y el más pequeño de los dos, se cubre la boca con ambas manos cuando escucha el grito de su padre de una manera tan aterradora, que sabe que él gritaría.

—Sh, sh. Tranquilo, Hyukkie. Hagamos lo que mamá dijo.—

El menor asiente con el rostro lleno de lágrimas a su hermano mayor, ocultandose en su abrazo.
Un digno signo de valentía por parte del hermano mayor.

—¿Todo estará bien, Hannie?— Cuestiona el pequeño.
Y el otro con una sonrisa sólo asiente, dandole un beso en la frente a su hermano.

Hannie, HanGeng. Apesar de su corta edad, seis años de edad, es un niño que se caracteriza por su valentía, por su preocupación y cuidado de su hermano. Él está completamente enterado de lo que sus padres hacen, él sabe que el grito que se escuchó por parte de su padre, no indica más que su muerte.
Porque si, él no es ningún tonto.

Hace unos meses, durante la media noche. HanGeng bajó de su litera al escuchar los sollozos de su madre provenientes de la cocina.
Checó que su pequeño hermano menor, HyukJae, o Hyukkie como él lo llama, estuviera completamente dormido.
Y así lo hacía.

Con cautela, salió de su habitación tenuemente alumbrada por nubes y ángeles, para ir a la cocina.

—Sólo... Sólo quiero que nuestros hijos estén bien— Decía su madre entre sollozos mientras su padre la abrazaba.

HanGeng estaba allí de pie, detrás de la pared de la cocina, apenas asomando los ojos para ver lo que ocurría, por qué su madre lloraba.

—Los demonios no los tocarán. Eso por mi cuenta corre.—

Los ojos del pequeño Hannie se agrandaron como platos.

¿Demonios?
Una vez en la escuela primaria, había escuchado de ello.
Según los sacerdotes, son seres del infierno; lo contrario al cielo.
Pero... ¿Por qué sus padres hablaban de tales cosas tan terribles?

Su padre sóltó el abrazo en el que mantenía a su madre, y de un cajón del que tanto a él como a Hyukkie no les permitían tocar, sacó una daga color plata con rojo, con algo grabado en el mango, pero desde allí, en su lejanía, no alcanzaba a leerlo.

—Con esto debemos matarlos, y así nos dejarán en paz. Lo leí en unos escritos sagrados.—

Él sólo observaba dicha daga con atención, con interés.
Y su madre entre el llanto, formó una sonrisa acariciando el filo de la daga. —Por fin podremos vivir en paz.—


El sonido brusco de la puerta de aquel armario abrirse, saca al pequeño HanGeng de sus pensamientos.
Tanto HyukJae como él tiemblan por la impresión.

—¡Tenemos que irnos de aquí!— Grita la mujer tomando a ambos pequeños de los brazos.
La expresión de ella en su rostro demuestra desesperación.
Miedo.

—¿Qué pasa, mami? ¿Dónde está papi?— Pregunta Hyukkie con insistencia.

Ella sólo corre con rapidez, sin soltar a sus hijos en ningún momento. —Él... Él está bien, no te preocupes, mi amor.— Su voz femenina está quebrada.

Mientras HanGeng corre de la mano de su madre, puede notar como en la funda de su cinturón, lleva consigo esa misma daga, la que vió hace unas noches en manos de su difunto padre.

Si, él sabe lo que sus padres hacen.
Enfrentar a los demonios.
Pero, ¿Por qué lo hacen?

Su madre se detiene en seco, creando una expresión un sonido de espanto.
De inmediato coloca a los dos pequeños detrás suyo, protegiendolos.

El pequeño HyukJae comienza a gritar, a llorar con más fuerza. HanGeng toma a su hermano de la mano, y camina con pasos lentos hacia atrás, pero cae al suelo.
Y es que es horrible ver a algo parecido a un ser humano, flotando frente a ellos, con la cara distorcionandose de una manera claramente demoniaca.

—¡Aléjate de mi familia maldito bastardo! La madre de los pequeños coloca su diestra en su cinturón, justo donde está la funda de la daga.

El demonio ríe con gozo, y de repente, con una mirada, frunciendo el ceño, extiende la mano acercandose a ella, atravezandola por completo.

—¡No!— Grita el pequeño HanGeng cuando su madre cae al suelo de espaldas, con un agujero en el pecho, escupiendo sangre, tosiendo.

Corre hacia su madre, tomandola del rostro, y HyukJae se coloca en su pecho, gritando y llorando allí mismo.

—Sólo... Cuida mucho de tu hermano.— Termina por decir ella, antes de morir.

El pequeño niño de seis años de edad, con el rostro lleno de lágrimas, y con una mueca de enojo, toma la daga del cinturón de su madre y corre hacia el demonio, quien va descendiendo entre risas, hasta desaparecer.

HanGeng sólo con un grito, alcanza a casi clavar aquella daga en el suelo.

—Mami, mami...— Dice HyukJae entre sollozos.
Hannie sólo mira hacia atrás, y tomando la daga, gatea hasta su madre, dando un beso en su frente.

—Cuidaré de Hyukkie, mami... Y también te vengaré.—

 


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