Mil veces había ocurrido, otras mil, lo habían soñado. El llevar una cuenta exacta de los hechos era simplemente innecesario.
Uno poseía al otro, así había sido desde el inicio de los tiempos. Se pertenecían de forma innegable.
Tampoco importaban los años o los días, el correr de tiempo jamás había sido un enemigo fulminante. Por el contrario, cada hora que el reloj marcaba, cada instante muerto; era sin más un fragmento infinito de fortuna y maldición que como un todo dividido en dos partes compartían. El destino, había sido benévolo y cruel en igual proporción.
Así como Bill pertenecía a Tom, y este último a su prójimo. Cada cual se debía entre otras cosas al ojo público. Cada lente siempre estaba al acecho de cualquier migaja de descuido que ellos dejaran a su paso.
"No se puede disfrutar de la ambrosía frente a los hambrientos y golosos, unos desearán obtener un poco para calmar el hambre, los otros querrán obtener aquel manjar para saciar el vacío de sus almas necesitadas por el pecado."
Y el mundo estaba lleno de hambrientos, de personas que buscaban de forma incansable el amor, la pasión y el deseo. Rondaban solos, caminaban con los ojos vendados y el corazón encadenado, buscando, siempre buscando.
Los golosos por su parte, encontraban, siempre encontraban, poseían y se ceñían con dientes de hierro a la idea equivocada de la carne. Mordían cada posibilidad, deglutían cada encuentro. Se atragantaban bebiendo y poseyendo. Pero nunca se encontraban satisfechos, "más" era una oración que rezaban a diario, y que lograban satisfacer mediante engaños, mentiras que los hambrientos creían y que ellos mismos concebían como verdades.
Ellos eran el par de cada cual...
Un hambriento que anhelaba amor, que buscaba, que necesitaba. Tom era a veces el hambriento de amor que caminaba buscando a Bill. Y contrario a todo, sus ojos siempre se encontraban descubiertos, no había ceguera en ellos, podía ver y admirar aquel camino escarpado, se maravillaban con la sutil complejidad del sentimiento más puro. El con gusto había encadenado su corazón al palpitar acelerado de la sangre espesa e idéntica de su hermano.
Bill disfrutaba de aquella búsqueda que siempre resultaba en un encuentro donde alimentaban amabas necesidades. El cuerpo de uno era el manjar predilecto de las ávidas bocas, de los sensibles paladares, de aquellas papilas que saboreaban cada suspiro. Aquellas mordidas suaves y densas que mancillaban los lazos prohibidos y fraternales. Las lenguas prestas y dispuestas se paseaban por los recovecos secretos, por pasajes profundos. Todo en uno, ambos siempre infinito y finito.
Mil veces de uno y otras mil del otro.
Saciarse hasta el fin de los tiempos.
Antojarse hasta que el deseo pueda más que la censura.
Dualidades como el hambre y la gula. Ambas una necesidad inefable.
La gula de Bill saciando el hambre de Tom… Ambos buscando y encontrando, engañando a miles, destrozando prejuicios.
Jugando con fuego que incinera el banquete.
Tomando la cicuta entre labios partidos, aderezada de mil especias, de aquel millar de “te quiero”, de ese ciento de “te amo” susurrados en la boca ajena. Y por aquellos suspiros que gozan de la delicia entre piernas enredadas.
Hambre y gula una necesidad y un exceso que no está de más.