Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

El catequista favorito por Destroy_Rei

[Reviews - 4]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Holi como estan, hace mucho que no hacia un oneshot :)

Era el otoño frío que se metía por los huesos, los columpios de la parroquia oxidados y el olor a comida callejera humeante en los anocheceres que llegaban precipitados a las seis de la tarde. Los ojos felinos de Kibum se perdían en labios hinchados que hablaban con propiedad y sabiduría tantos salmos cristianos; en ojos oscuros y amables que sonreían con las bromas entre palabras serias y enseñanzas de amor; en dedos largos que se agitan entusiasmados en el aire para hacer énfasis de los detalles importantes e imprescindibles; en la curvatura sencilla y cariñosa que curvaba esa boca cuando se quedaba en silencio y el sacerdote tomaba la palabra o lo hacía otro catequista.

 

El único niño de la familia Kim era un ignorante de la palabra de Dios, apenas y podía entenderla porque realmente jamás le había interesado mucho, hasta la vez en que acompañó a su abuela a la iglesia, una fría mañana de finales de verano, en que el viejo cura dela ciudad presentó a los nuevos catequista, niñitos de bien, perfectamente vestidos, que cruzaban la ciudad en Lexus de último modelo para dictar clases a los niños de la parroquia. Kibum sujetó la mano de su abuela, mientras miraba a uno de los elegantes muchachos que sonreía grande y confortante.

 

-       …Choi Minho… - le nombró el viejo luego del anterior chico robusto, para luego suceder a uno más bajito. Y fue jodido amor a primera vista, como ese de los cuentos de hada, solo que los enormes ojos bajo hermosas pestañas parecían mirar hacia la nada, como si se encontrara perdido entre las cientos de caras de fieles en la iglesia pequeña y de madera, sin llegar a los ojos felinos que le miraban embobados.

 

Choi Minho no solo era hermoso si no que también era amable. Columpiaba a los niños pequeños entre cadenas apunto de cortarse, con sus preciosos dedos enrojecidos por el frío, pero mantenía la postura relajada y sonreía a los niños que chillaban ‘Más alto! Más alto!’ entre las carcajadas adolescentes. Kibum sonreía a lo lejos con la imagen, el corazón tiritaba de amor, mientras los chicos de su edad se debatían entre interpretaciones pobres de la palabra del señor.

 

-       Kibum es tu nombre – afirmó una tarde de Octubre el alto, sentándose junto al muchacho de pelo negro como la noche y ojos felinos

-       Si – afirmó con simpleza, ocultando tras su mirada los nervios y todas las sensaciones contenidas

-        Eres muy bueno aprendiendo – apuntó el muchacho, mientras dejaba sus libros llenos de dibujos occidentales de Jesús y niños rubios sobre la desgastada mesa caoba

-       ¿Por qué vienes a enseñarle cosas sobre Dios a niños pobres? – preguntó sin poder evitarlo. Era una pésima costumbre que tenía, llegar y atacar al instante a quién le gustara, una forma de crear una coraza frente al rechazo. Si le iban a rechazar, que fuera antes de conocerle, para no sufrir tanto.

-       Porque no hay niños pobre ni niños ricos frente al señor – dijo con simpleza, como si hubiera aprendido esa frase años atrás y la recitara perfectamente

-       Eso dice la biblia, pero aún así nosotros no tenemos dinero para comprar tu auto – lanza dejando de mirarle porque no podía con esos rasgos tan hermosos a escasos centímetros suyos.

-       Vengo aquí a enseñarle a niños testarudos como tú, que el dinero y los autos no importan en lo absoluto mientras sepas seguir las enseñanzas

-       No soy un niño, tengo 19 años, ¿tu cuantos años tienes? – pronunció desafiante, pero con el alma esperando abierta y punzante a que el otro hablara más de si mismo

-       Tengo 18 – su voz grave sonaba a risa – no somos tan diferentes Kibum

-       Hay millones de won de diferencia entre nosotros – habla parco, y sus palabras son sinceras y frustradas de verdad. Realmente el no puede imaginar donde estaciona Minho su Lexus cuando vuelve a casa, pero esta seguro de que el baño en la casa del alto es más grande que el pequeño cuarto donde duerme en su casa.

-       La vida no se trata de dinero – suspira el alto – yo puedo ser tu amigo, no me interesa cuanto ganan tus padres ni cuanta limosna das en la iglesia…

-       ¿De verdad vas a ser mi amigo? – dice en un momento de debilidad y desamparo, sabe que Minho esta mirándolo con compasión, no es necesario que deje de mirar la sonrisa mal pintada de los niños regordetes que toman las manos de Jesús en los dibujos

-       De verdad.

 

Minho entonces no es solamente guapo, amable y un sabelotodo de las enseñanzas del señor, también es sincero.

 

El alto catequista se vuelve su amigo de los fines de semana en la iglesia, es una evolución extraña que primero se relaciona directamente con asuntos de Dios, y luego avanza a cosas más generales (a política, a educación, a problemas sociales, a la eterna disconformidad de Kibum y la siempre bienvenida comprensión del menor). El pelinegro sonríe más y muchos lo notan.

 

-       ¿Qué dice Dios de la homosexualidad? – pregunta el mayor una tarde sentado atrás de la iglesia. Minho le mira con ojos eternos y sonríe con suavidad

-       La iglesia dice muchas cosas, habla de la procreación, de la familia…

-       No me importa lo que la iglesia diga – le corta el más bajo, mirándole más intenso

-       … Dios dice también que el amor es lo más grande… - se acerca con suavidad, Kibum se afirma de la madera gastada de la banca, mientras enfrenta a Minho - … ¿Por qué me lo preguntas?

-       Porque ya he llegado muy lejos para desobedecer o faltarle a mis clases … - suspira y ve cómo el menor cierra los ojos antes de atraparle la boca en un beso que no es tímido ni es dubitativo, pero es fugaz como si quemara, como si estuviera prohibido (y lo estaba)

 

Minho se queda mirándole eternos segundos como si le examinara con sus ojos negros profundos. Kibum quiere encogerse en si mismo y desaparecer porque no sabe qué pensar.

 

-       Me gustas Kibum – susurra en el frío  – me gustas muchísimo, me gustas más que la iglesia, y más que Dios, y muchísimo más que la estúpida catequesis

-       Minho – se ríe contra su boca sin intentar separarse ante la posible llegada de un cura o de un cristiano o de quien fuera – eres el catequista, ¿entiendes lo que estas diciendo?

 

Pareciera que a Minho realmente le diera lo mismo, lo parece cuando coge a Kibum por sus mejillas frías y lo besa deliciosamente con mucha lengua y mucho choque de labios, con los suspiros del beso condensándose y elevándose en el aire gélido. “también me gustas un montón” responde como puede, y se quedan besando por minutos que ojalá hubieran durado para siempre, pero a lo lejos el sonido de los pasos de los feligreses del sábado los obliga a separarse. Se van caminando lado a lado, el corazón de Kibum se desboca cuando se despiden con un simple abrazo para la abuela del más bajo y el contacto más cálido para el chico de mejillas ahora sonrojadas y ojos rasgados hermosamente.

 

Las cosas cambiaron, aunque no podían pasar la cantidad de tiempo que les hubiera gustado, no estaba bien, la gente podría sospechar, podrían empezar a murmurar, y no había gente más habladora que las señoras de la iglesia. Kibum empezó a fallar en las lecciones apropósito, Minho se ofreció en seguida en hacerle clases particulares, que se traducían en horas juntos en el pequeño cuarto del mayor, hablando de todo un poco, conociéndose más, sonriendo como idiotas tras los padres del chico que pensaban que iba cada vez más allá en sus aprendizajes cristianos, sin saber que el muchacho estaba aprendiendo más sobre la boca abultada y caliente de su catequista favorito.

 

-       Minho – suspiró una noche en el auto del alto, cuando en medio de los besos, los dedos largos del otro se habían deslizado sobre el jeans, entre sus nalgas

-       Eres delicioso – jadeó el alto, trazando la hendidura con más fervor, moviendo sus labios hinchados por el largo cuello níveo – te follaría ahora mismo si no fuera porque estamos acá parados en medio de la calle con todos tus vecinos listos para salir a hacer un escandalo – gruñó frustrado, haciendo gemir al otro cuando se apartaron para desabotonarle el pantalón

-       ¿Qué estas haciendo? – le apartó las manos, sonrojado, con el flequillo pegándose a su frente sudada

-       Eres la cosa más hermosa del mundo – sonrió el otro, besando su cabello húmedo – me gustas demasiado para pensar con criterio – lo abrazó con posesividad, Kibum se aferró con sus manos temblorosas a la espalda ancha intentando controlar su excitación – mis padres van a salir la otra semana… ¿puedo hacerte clases particulares en mi casa?

-       Bueno – sonrió aún sonrojado, apartándolo suavemente – y yo voy a llevarte un regalo

-       ¿Qué regalo? – le miró confundido, ganando un golpecito divertido del otro y un beso atolondrado.

 

 

 

El baño de Minho era en efecto muchísimo más grande que el cuarto de Kibum. Vivía en una casa de enormes dimensiones, con portón eléctrico, una cocina gigantesca y un patio eterno. Era terrible tener todo ese espacio para ambos, libremente, tantos días. El pelinegro se mordió el labio, pensando en cuanto quería que hicieran el amor en cada rincón de ese lugar.

 

-       ¿Y mi regalo? – preguntó el menor, cogiéndolo por las caderas, sentándolo sobre sus piernas en el sofá de la terraza de su cuarto

 

El mayor sonrió, sacando una cajita de metal de su bolsillo. Tenía tres grandes cigarrillos de papel con un aroma fuerte a hierbas que el alto identificó al instante.

 

-       ¿Has fumado uno de estos? – preguntó, viendo cómo las luces de la ciudad se reflejaban en los grandes y sorprendidos ojos del menor

-       No – dijo al instante, casi con desconfianza

-       Confía en mi, te va a gustar – se acomodó mejor en sus piernas, sentadose sobre las caderas del otro, haciéndolo gruñir – te va a gustar mucho…

 

 

 

A Minho le había gustado. Le había gustado que los labios acorazonados le exhalaran el humo en la boca. Le había gustado la sensación ácida en su boca. Le había gustado la textura suave de la piel de Kibum. El sabor humeante de su boca. Le había gustado desnudarlo, saborearlo entero con los sentidos tan alerta mientras el otro se reía y jadeaba, con su pecho semidesnudo en el aire frío, los precioso pezones sonrosados irguiéndose magníficos a la espera de su lengua cálida, el tironeo en su cabello que pedía más, el sucio movimiento que esas caderas ejecutaban sobre las suyas.

 

Entró a Kibum con movimientos torpes cerrando el ventanal con un movimiento brusco, masturbándolo con una mano metida a la fuerza en su jean, desgarrándole el botón de acero, y arrojándolo a la cama con fuerza. Fue una experiencia que apenas podía entender, meterse a las sabanas juguetonamente con el cuerpo a medio vestir del mayor, quitarse la ropa torpemente, besarle como si no hubiera mañana, acariciarle íntimamente mientras ambos se quejaban entre una mezcla confusa de amor, desesperación y lujuria.

 

-       Minho por favor – se quejaba su alumno de catequesis, con la cara enterrada en la almohada al tiempo que el menor enterraba su lengua degustando su entrada ceñida y expectante.

 

El alto no entendía mucho, solo entendía el placer de enterrarse tan hondo en el otro, el sentimiento desbordante en su pecho mientras movía sus caderas contra Kibum, la forma en que le calentaba escuchar cómo le pedía más o la sensación asfixiante de ir más profundo, más profundo, más allá de sus limites, perderse en el placer, en las sensaciones, en el maravilloso amor desbordante que sentía por ese chico bonito de ojos felinos, mejillas sonrojadas y boca acorazonada que no paraba de pedir más y más.

 

 

 

 

 

Cuando Kibum despertó, el cuarto era un lío, Minho dormía bajo su cuerpo completamente desnudo, el aire olía a marihuana y sexo. Se sentía cómodo, sonriendo contra el pecho del alto dejó un beso en su piel morena, y volvió a dormir, como si nada importara en el mundo más allá de ellos dos.

 

 

 

 

 

El sábado en la iglesia fue terrible.

 

El párroco lo citó a su oficina esa tarde de invierno, cuando todos estaban conversando en los jardines. Kibum caminó sin entender tras el hombre, pero con la peor corazonada instalada en su pecho. Pensó que no quería ir allí y averiguar qué había pasado, solo quería a Minho para que le abrazara fuerte y le apoyara, pero el auto del alto no estaba estacionado como cada fin de semana en la parroquia, lo que aumento su mal presentimiento.

 

-       Sabemos lo que hiciste con Minho en un automóvil en la calle de tu casa – habló el hombre en su oficina.

 

Kibum le miró sorprendido, paralizado en medio de la estancia con aroma a viejo y a libros de hojas amarillentas.  No sabía qué responder, jamás había estado en una situación similar, tenía vergüenza de que le hayan visto besando al alto en un auto, pero no sentía la necesidad ni el deber de disculparse, ¿era malo acaso besarse con el hombre que amaba? El viejo guardaba un silencio sepulcral, con sus ojos rasgados mirándole acusador, con las manos arrugadas entrelazadas fuertemente sobre el escritorio de madera.

 

-       ¿No tienes nada que decir? – inquirió con voz áspera, haciendo despertar de sus cavilaciones al otro

-       ¿Estoy enamorado? – preguntó más que afirmo, con expresión casi desafiante en lo arrogante que era, él hombre ensombreció su expresión aún más

-       Asqueroso – murmuró con furia, levantándose de su asiento – sal de aquí, hijo de satanás

-       ¿le va a contar a mi abuela?

-       ¡SAL AHORA!

 

El muchacho suspiró, pensando que había sido menos terrible de lo que había imaginado, y abandonó la iglesia silencioso, sintiendo a la vez que un peso se deslizaba de sus hombros.

 

Minho apareció apenas cruzó el portón de la parroquia, venía rápido a su encuentro, con sus hermosos rasgos manchados por la preocupación. Al alto no le importó que aún estuvieran apenas fuera de la institución cristiana, y lo abrazó apretado, dejando un beso en su frente ancha.

 

-       perdóname, no alcancé a advertirte – suspiró sin soltarlo

-       Qué va, pudo ser peor – sonrió apartándose, para dejar un beso en la boca hinchada del otro

-       Perdóname por tardar tanto, sentía que no es realmente necesario pero, ¿quieres ser mi novio? – peguntó acariciándole la suaves mejillas

-       Por supuesto que quiero idiota, además me siento tu novio desde hace tiempo – lo abrazó apretado

-       ¿Vamos a presentarnos a nuestras familias? – preguntó entre risas el menor

-       Por supuesto – sonrió amplio Kibum, tomándole la mano sin ningún tipo de pudor

 

Al muchacho de ojos felinos le importaba un comino lo que Dios, la iglesia e incluso su familia pudiera opinar de ellos dos, estaba bien simplemente con saber que Minho le amaba y eso era suficiente para él.

Notas finales:

Espero que les haya gustado, es mega simple ;( espero actualizar el fic de papi Minho pronto

¡Saludos!


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).