Ya era de noche en la poblada ciudad de Seúl, y a pesar de eso en la calle había tantas personas como si fuese de día. A las personas no parecía importarles el hecho de que además de noche estuviera lloviendo; era como si a nadie le importara salir de sus mundos de fantasía para entrar en la realidad en la que todo el mundo se ignora entre sí tan sólo para hablar por sus aparatos tecnológicamente modernos. Nadie le prestaba atención a nada en ningún momento del día. Aunque claramente existen personas que sí se toman un tiempo para ver alrededor de donde están para apreciar un rato su entorno.
Por lo general los adultos eran los que menos lo hacían, todo lo contrario a los jóvenes. Adultos pequeños que no siempre se preocupaban por ellos mismos y volteaban a su alrededor para ver cómo iba el asunto de los otros a sus lados.
HoSeok era un muchacho bastante dadivoso que se preocupaba primero por los demás que por él mismo, incluso llegaba al punto en el que le daba su dinero del almuerzo a alguna persona necesitada y no comía. Argumentaba que él o ella lo necesitaban más que él, así que al llegar la hora en la que debía utilizar el dinero, sus compañeros terminaban comprándole algo para que no anduviera por ahí con el estómago vacío. Sin duda alguna era un chico muy querido por la mayoría, pero como cualquier otro también tenía quien lo odiara.
Tal vez fue casualidad, o así debían pasar las cosas pero, ese día frío y lluvioso, el jóven del que hablamos pasaba precisamente por una de las muchas calles ocupadas de la ciudad tarareando las canciones que se reproducían a través de su mp3. No llevaba sombrilla, tan sólo una capucha que cubría parte de sus piernas y trasero. Chocó con varias personas que no se movieron cuando les pidió que lo hiciesen, disculpándose seguido, pero es que no planeaba enfermarse simplemente porque las personas robotizadas no se movían de su camino. Nunca planeó ir tarde de su trabajo a casa, ni tampoco planeaba encontrase con algo que le cambiaría la vida. No imaginaría nunca el que su bondad sería el blanco perfecto para que las malas personas se aprovecharan de eso.
De niño siempre soñó con tener una linda familia llena de niños y de alegría, mas, cuando le llegó la etapa adolecente, su deseo de una linda familia se desvaneció para darle paso a la realidad. Su realidad. Ya no pensaba como cuando pequeño, su mente había cambiado de parecer y le decía que en lugar de chica quería un chico guapo y tierno, con una sonrisa capaz de derretir a cualquier chica. Sí. Era homosexual.
En algún punto de la noche se desvió para llegar a una tienda que amaba, pues ahí vendían sus discos favoritos. Se llevó una sorpresa al ver que la estaban cerrando, vio que un amigo suyo que trabajaba en la tienda salía bien cubierto y con un paraguas en la mano, no perdió tiempo y se acercó a preguntar por qué cerraron tan temprano, si apenas eran las diez y pico. El chico era rubio teñido y con una voz algo gruesa, pero era sumamente amable y contaba con una sonrisa que era adornada con dos hoyuelos en ambas mejillas, pero se le marcaba más uno.
— Lo siento bro. Cerramos por la lluvia. Ya sabes, cosas del jefe —el pelinegro sonrió incitando a su amigo a caminar, mas se negó—. No hermano, debo ir a casa de Jin si no quiero que me cuelgue —se alzó de hombros con gesto apenado—. Se lo prometí.
— Está bien adiós, NamJoon.
El rubio hizo un movimiento de cabeza para despedirse y ambos tomaron un camino diferente.
— Bueno, a seguir caminando que no está tan cerca la casa.