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Intercambio por rina_jaganshi

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Notas del fanfic:

Disclaimer: La serie de Yu-Gi-Oh le pertenece a Kazuki Takahashi. Rina y Rini sólo la usan para crear historias yaoiescas sin fines lucrativos.  

 

Parejas principales: Puzzleshipping, Tendershipping, Kleptoshipping, Fragilshipping.

 

Secundarias: Bronzeshipping (saldrán en el fic pero no se aborda su relación).

 

Post-canon 

La situación es mala, muy mala, muy, muy, muy, extremadamente mala, pésima… ¡Por Ra nunca imaginó encontrarse en tan horribles circunstancias! Desesperado parpadea un par de veces, nada cambia, entonces, se frota los ojos con los puños, la figura sigue ahí, igual o más asombrado que él mismo. Los orbes chocolate le observan con enojo, frustrado, molesto, a punto de lanzarse a golpearlo. Él no retrocede ni un milímetro, le regresa la mirada llena de odio. Tuerce la boca y lo ve hacer lo mismo, frunce el ceño con la imagen.


—Es tú culpa —El faraón aprieta los puños ante la acusación, el ladrón no le deja hablar, continúa—: No debiste venir, ¿quién te dijo que podías pasar? —Cruza los brazos sobre su pecho, indignado—. Si te hubieras mantenido al margen, nada de esto hubiera pasado —La persona frente a él no aguanta más, iracundo se le va encima, pierde el equilibrio, cae al suelo golpeándose la parte de atrás de la cabeza. Las pálidas manos atrapan su cuello, le estrangula. Como puede logra hacerlo girar, se aleja gateando por el suelo hasta que se pone en pie. El otro le imita, enseguida, avanza con pasos firmes, tiene que verlo ligeramente hacia arriba, ahora él es el de menor estatura.


—¡Reviértelo! —Le ordena como un gobernante a un esclavo. Aprieta la mandíbula, una vez más se cruza de brazos—. ¡Ahora! —Es su turno para perder el control, no le gusta la forma en la que le habla. Le toma por el cuello de la camisa, le mira colérico.


—¡No tengo idea de cómo hacerlo! —Grita, zarandeándolo en el proceso. El antiguo espíritu del rompecabezas lo empuja hasta apartarlo de su persona. Lo pasa de largo para juntar el libro y comenzar a examinarlo— Dudo que entienda lo que dice su alteza —comenta con desdén. El otro suspira.


—Entonces pediremos ayuda —se estremece ante la idea. No pueden pedir ayuda, nadie debe de enterarse, sobre todo Ryo, especialmente Ryo.


—¡No! —Sentencia, ocasionando que el faraón le mire—. Voy a solucionarlo, sólo necesito investigar unos días —Mantiene el semblante serio, decidido.


—¿Unos días? —repite alzando una ceja— ¿y mientras tanto qué pretendes que hagamos? —se señala a sí mismo, en un intento por resaltar el intercambio de cuerpos. Yami, el faraón, Atem, aquel ser que por milenios estuvo encerrado en el rompecabezas, ahora lo está en el cuerpo del ladrón, de su peor enemigo, del espíritu de la sortija.


—Estás exagerando como siempre, no es tan grave —se encoje de hombros— podemos fingir ser el otro, observa —se aclara la garganta— Hola, soy el estúpido, arrogante e inservible faraón, todos… ¡inclínense ante su patético amo! —Alza su brazo para darle más dramatismo a su imitación, el verdadero monarca no se ve complacido.


—En realidad crees que las personas no van a notar que ahora soy un vulgar e irrespetuoso ladrón —no es una pregunta, sino un enunciado afirmativo. El susodicho arruga el entrecejo. Debe convencerlo, no puede, no debe decirle a Ryo, lo mataría, peor aún lo dejaría en abstinencia durante el resto de su vida.


Con impaciencia camina de un lado a otro. Le prometió a su contraparte que no “jugaría” con los hechizos del libro que robó del sótano de la biblioteca, por varias razones, entre ellas porque no tenían idea de dónde provenía o del daño que podía provocar si lo mezclaba con su magia oscura. Por las circunstancias en las que se encuentra ahora, es obvio que rompió su promesa. Tenía que hacer lo posible por arreglar las cosas sin que su yadonushi se enterara de su falta. Incluso si eso consistía en pasar unos días fingiendo ser el idiota faraón.


—Podrías ser valiente por una vez en tu vida y aceptar las consecuencias de tus errores —los ojos cafés que antes le pertenecían, le miran con molestia. Por su parte, él rueda sus orbes, ahora carmesís.


—No va a funcionar, ni siquiera podemos pararnos como el otro —ambos examinan al contrario. Yami, como siempre, mantiene la espalda recta, la cabeza en alto, con una mano sostiene el libro, la otra está metida en la bolsa de su pantalón. Por su parte, Bakura tiene los brazos cruzados, ni siquiera se dio cuenta que se había recargado en la pared—. Hasta la expresión en nuestros rostros es diferente —De inmediato borra su perversa sonrisa, no está dispuesto a darle la razón (aunque la tenga).


—¿Entonces qué? —camina hasta estar frente al que habita su pálido cuerpo— ¿Vas a decirle al enano? Sólo ocasionarás que se preocupe, otra vez descuidará sus estudios, su prioridad será buscar la manera de solucionarlo siendo que no puede hacer nada —Esta vez sonríe con arrogancia, el diminuto duelista es la única debilidad del estoico ser, jamás haría algo que lo dañara. Le escucha suspirar resignado.


—¡Mou hitori no boku! —los dos se tensan ante el llamado. Se miran con el mismo terror. La puerta del cuarto se abre, el de ojos amatistas entra seguido del amable albino. Los dos sonríen—. Ya terminamos —anuncia y con inocencia extiende su mano. En un impulso incontrolable, el faraón da un paso hacia el frente, dispuesto a tomar la extremidad. Velozmente, el rey de los ladrones le detiene, tomando lo primero que está a su alcance, un mechón blanco de la larga cabellera—. ¡Yami! —los dos brincan en su lugar—. Eso fue muy grosero —le reprende.  


—Sólo estamos jugando enan… —se muerde los labios al darse cuenta de su error, el pequeño le mira triste y confundido, el faraón irradia ira. Traga en seco, de inmediato camina hasta la pareja del cuerpo que ahora ocupa, duda unos segundos antes de revolverle el cabello—.  Es decir, ai.. ail, aiubo…aibiu —frustrado mira sobre su hombro para que su enemigo le proporcione la palabra que busca. Cuando la obtiene, regresa su mirada al chico—. Aibou —dice finalmente, no iba a ser tan fácil como creyó.


—¿Está todo bien? —cuestiona perspicaz el siempre inteligente y observador Ryo. Pasea su mirada de uno a otro, hasta que nota el libro en la mano de su novio—. ¡Bakura, te dije que no quería que jugaras con eso! —le regaña. Avanza unos pasos, en un rápido movimiento, le arrebata el objeto. Los espíritus intercambian muecas de pavor—. Ya que insistes, voy a deshacerme de esto.


—¡No! —gritan al unísono. Es su única esperanza de volver a la normalidad. Los seres de luz les observan con cuidado, esperan pacientemente a que alguno comience con la explicación. El rey de los ladrones, ahora de cabello tricolor, se aclara la garganta.


—Ryo, voy a llevarme ese libro, me gustaría examinarlo —el chico le analiza atentamente, hay algo que le parece familiar, más allá de los ojos rojos o la bronceada piel. Los cuatro jóvenes se quedan en silencio, dos de ellos pidiendo a los dioses no ser descubiertos. El albino sacude la cabeza, desechando el sentimiento.  


—Está bien, supongo que si hay alguien confiable en este mundo debes ser tú, faraón —le sonríe y el “supuesto” faraón arruga el entrecejo. Está a punto de decir algo cuando el verdadero monarca se coloca frente a él.


—Necesito hablar contigo —está demasiado acostumbrado a dar órdenes y, por consecuencia, a que sean acatadas de inmediato. No espera respuesta, se dirige a la entrada del apartamento, seguido del causante de su penosa situación. Cierran la puerta, quedando ellos en el pasillo—. Si vuelves a insultar a mi aibou usando mi boca, regresarás al reino de las sombras y, esta vez, me aseguraré de que no salgas —no es una advertencia, es una amenaza. Sin importar las veces que lo haga enojar, las bromas, los insultos, incluso los golpes. Nunca lo había visto tan furioso. En el cuerpo que tiene es muy sencillo dañar al pequeño, causarle un dolor inmenso e irreparable, por obviedad, también al ex-dueño del rompecabezas. Sonríe de medio lado.


—Relájese alteza, por el momento tengo cosas más importantes en las que pensar. No me interesa arruinar el matrimonio real —comenta con desdén. Las facciones de su interlocutor se relajan ligeramente. Se quedan en un incómodo silencio durante varios minutos. Ambos tienen la urgencia de decir algo pero qué, cómo, es difícil pedirle a tu némesis que cuide a la persona que más amas. Es inútil expresarle tu preocupación.


—Date prisa y soluciona esto —comenta por fin, luego suspira con resignación. En ese momento la puerta se abre, los dos seres de luz se unen a su reunión.


—¿Está todo bien? —una vez más es el albino el que pregunta. Es inevitable no notar la manera en que su novio observa a su pequeño amigo— ¿Bakura? —el antiguo gobernante de Egipto recobra la compostura, se concentra unos segundos antes de hablar.  


—Sí yadonushi, sólo quería decirle al idiota faraón cuales son los hechizos que definitivamente debe probar —evita mirar a los presentes al no conseguir una sonrisa perversa, sin importar que su rostro sea diferente, no logra transmitir esa maldad innata en el ladrón.


—¿Hechizos? —repite confundido el menor. Llamando la atención hacia su persona— Mou hitori no boku, no creo que sea seguro hacer hechizos —sus hermosos orbes morados destellan con preocupación. Nada que venga de Bakura es en beneficio para el que alguna vez rigió Egipto.  


—Hn, descuida aibou, seguramente el ladrón no tiene idea de lo que diga el libro, con su inteligencia podrían ser recetas de cocina —se encoge de hombros, dirigiéndole una mirada burlesca al que ocupa su cuerpo, su felicidad no dura mucho pues un pellizco en su brazo le hace mirar al pequeño.


—Yami, no seas grosero —le riñe, él no puede más que reprimir una risa. El “enano” es demasiado gentil. Ahora comprende mejor el por qué el faraón se limita a ignorar sus insultos. ¿Cómo reaccionaría el pueblo de Egipto si vieran al hijo de Ra sometiéndose a los deseos de un mortal? Un golpe en su cabeza le obliga a regresar a la realidad.


—¡Lo estás asustando! —le toma un segundo entender que, una vez más, su siniestra sonrisa adornaba el semblante inexpresivo de su némesis, quien, al ver el miedo en los ojos amatistas, termina por perder la paciencia. Sin embargo, está claro que es un error. Ryo frunce el ceño.


—¿Qué es lo que está pasando? —inquiere con incertidumbre al notar el extraño comportamiento en los espíritus. Ambos intercambian miradas de advertencia. El ladrón se aclara la garganta.


Aibou, estoy cansado, ¿podemos irnos? —su colosal esfuerzo por suavizar sus facciones, recibe resultados. El pequeño asiente con la cabeza, olvidando la aterradora expresión de hace unos momentos.


—Gracias por ayudarme con la tarea Ryo —ese comentario ocasiona que los dos seres de luz intercambien unas últimas aclaraciones respecto al tema. El faraón aprovecha esa distracción para acercarse a su enemigo.


—Carga su mochila —susurra en el oído ajeno. El ladrón resopla con fastidio.


—Tú y tu comportamiento de principito —masculla entre dientes, ganándose una mirada iracunda—. De acuerdo, ¿algo más? —se encoge de hombros— ¿Debo lamer el piso por donde camina? —inquiere con burla.


—Sólo cuida tu vocabulario y limita tu maldad al mínimo —hace una pausa en la que discute consigo mismo, finalmente suspira—. Voy a confiar en que no te aprovecharás de la situación —por primera vez, el ladrón no sabe qué decir y no precisamente por no tener alguna respuesta mordaz. Tuerce la boca, maldiciéndose por la empatía que nace dentro de sí, para su suerte, la conversación de los otros dos termina. El pequeño regresa a su lado.  


—Gracias por todo, adiós Bakura —el faraón muerde su labio inferior. Cruza los brazos sobre su pecho y da un paso hacia atrás, desconfiando de que su mirada le traicione, evita el contacto visual con los orbes amatistas. El que finge ser él, gruñe, luego, toma la mano del menor para guiarlo hacia la salida, es hasta que ambas figuras le dan la espalda que se atreve a mirar. Yugi le da la mochila al ladrón y siguen con su camino. Más les vale darse prisa y solucionar las cosas porque Atem no es capaz de soportar tanto tiempo alejado de su novio y, honestamente, Bakura tampoco.         

Notas finales:

Rina: Bien, primero unas aclaraciones, no sé si se note pero estamos intentando narrar diferente a como siempre narramos, es decir, en tercera persona pero en presente.


Rini: Habitualmente lo hacemos en tercera persona pero en pasado o en primera persona y en presente, queríamos intentar esto a ver qué tal nos queda, bueno, es una aclaración por si notan algo raro y si no se nota pues… —se encoge de hombros.


Atem: Creí que dejarían de meterse conmigo —las mira mal.


Yugi: Creí que no sacarían otro fanfic hasta terminar los que ya tienen —con un puchero.


Bakura: ¿Quién de ustedes es la primera que quiere morir? —saca su navaja.


Ryo: ¿No sé si sentirme halagado o preocupado? —todos los demás le miran— últimamente nos incluyen más en sus fanfics así que no sé si es algo bueno o malo —reflexiona al ver la molestia en el faraón.


Rini: Basta, dejen de hacer su escándalo, la respuesta a todas sus preguntas es treinta y tres —todos suspiran, la chica sonríe de medio lado—. Siempre funciona.


Rina: Bueno, esta idea vino de parte de nuestro hermano, quien insiste en darme sugerencias para hacer fanfics (tiene veinticuatro años, no le gusta el yaoi pero sabe lo que es y que escribo de Yu-Gi-Oh, la mayoría son para hacerme enojar XD), una de ellas era hacer que desde el inicio de la serie Yugi y Ryo intercambiaran objetos milenarios, de modo que a Yugi le tocara lidiar con el malo. Me pareció buena idea, por largo rato discutimos algunas escenas y cosas así pero seguía sin convencerme el cómo explicar la apariencia tan diferente o la manera en que se transformarían por completo. De Yugi a Bakura y de Ryo a Yami. 


Rini: Yo dije que les diéramos la habilidad de separarse de su cuerpo, es decir, que pudieran materializarse fuera del artículo milenario pero que sólo se podían separar una distancia específica, no obstante, a Rina le seguía pareciendo muy complicado —bufa molesta.


Rina: Porque lo es —hace un puchero— al final, decidí que mejor cambiaran de cuerpos, creo que es más sencillo así y se presta más para el humor —su hermana le da un golpe.


Rini: No entiendo por qué siempre quieres hacer reír a las personas —se cruza de brazos—, aun así, me aseguraré de poner una que otra cosa triste.  


Rina: Como sea, el punto es que así salió está idea, espero no alargarla demasiado… —ríe nerviosamente— bueno, ojalá les guste esto o, mínimo, se rían un rato. Ya saben, les agradezco infinitamente por leer lo que escribimos y a quienes se toman un momento para comentar y platicar con nosotras. Recibiremos cualquier crítica o consejo que quieran darnos con este nuevo intento de narración. Nos estamos leyendo. 


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