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Sí, señor oscuro por Korone Lobstar

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Notas del fanfic:

¡Buenas a todos! ¿Cómo lleváis el inicio del verano?

Yo por ahora mal, tengo un examen en dos semanas y apenas tengo tiempo de pensar en mis fics... lo siento gente, aún me falta un poco para que pueda actualizar esos fics que están en curso, como EVDAL, The Merman o Besos de Colibrí. Sé que ya lleváis esperando mucho, pero por favor tened paciencia. No puedo pediros nada más.

Esta es una promesa que me hice a mí misma al conocer que el día 10 (técnicamente ayer) fue el cumpleaños de Raiden. Sé que la gusta mucho la temática de la magia, y encima le debía a Aniko-san un one shot de temática shota por su review número 50 en Invisible. Decidí meter ambas cosas en la coctelera y... tachán~ aquí lo tengo. No está terminado, pero sí aviso de que constará de dos partes. La primera la voy a subir enseguida, y la siguiente en cuanto pueda, está sin terminar.

Muchas gracias por leer y espero que os guste.

Disclaimer: Los personajes de One Piece le pertenecen a Eiichiro Oda.

Notas del capitulo:

No hay gran cosa que decir que no haya dicho ya en las notas del fic. Por supuesto, muchas felicidades a Raiden y Aniko-san, espero que te guste tu premio ^^ 

La leyenda de las hadas cuenta muchas historias acerca de sus tierras verdes y brillantes, donde las briznas de hierba parecían crear un ilusorio manto verde en una espesura de flores coloridas y hermosas. Las leyendas cuentan que las hadas son seres mágicos que son capaces de hacer brotar a las semillas que se ocultan bajo la tierra, y que incluso pueden hacer olvidar a las plantas el dolor para que dejen de marchitarse y vuelvan a sentir la felicidad corriendo por sus. Cuentan que, si un hada besa la herida ponzoñosa de un animal a las puertas del cielo, ésta se curará al instante. Cuentan que el polvo de sus alas puede hacerte volar hasta mundos increíblemente lejanos, entre las nubes y las estrellas.

Su piel es suave y de tiernos sabores al besarla, o eso dicen. Si pronuncias en voz alta que no crees en ellas, morirán entre agudos dolores en el corazón. Frágiles como un pétalo de rosa. Algunos murmuran como secretos que, si miras fijamente a sus ojos, podrás encontrar la felicidad eterna en un universo totalmente diferente. ¿Qué diferencia existe entre la realidad y la ficción?

Muchos seres humanos han dejado de creer en las hadas. Muchos seres humanos han dejado de creer en la magia, muchos otros simplemente creen que la magia ha desaparecido ante las injusticias y el terror de los reyes y los señores que habitan las tierras ahora yermas y sin vida. Para los campesinos es muy difícil ver un cultivo próspero y verde sin la ayuda de estos seres mágicos que por las noches, mientras dormían, volaban sobre las frutas y verduras entre danzas tribales y aleteos tan delicados como el parpadeo de un colibrí. Para los aventureros, es difícil poder adentrarse en los bosques entre tantas ramas secas y podridas, donde ya no se escuchan los cantos de los pájaros ni el sonido dulce del viento al mecer las hojas de los árboles.

Toda la tierra envejeció y murió. Y con ello sus habitantes, los cuales no eran capaces de sacar trigo y maíz de la tierra, los cuales enfermaban al beber agua del río enverdecida o morder una de esas manzanas mustias que escaseaban en los árboles, casi sin hojas. Incluso el cielo parecía estar escondido entre cientos de nubes grises que no dejaban pasar la luz del Sol.

Esto no siempre había sido así.

El reino de Mirindelle siempre había estado exenta de maldad y dolor, siempre había vivido totalmente al margen de la guerra entre Señores Oscuros y Guardianes de la Luz. Muchos magos paraban a descansar en esas tierras, escondidas entre varias cadenas montañosas y accidentes geográficos donde muchos aseguraban haber visto seres mágicos revolotear entre los árboles del bosque.

Antes todas las aldeas prosperaban y los hijos de las mujeres crecían sanos y fuertes. Antes los mercados estaban abarrotados de gente que compraba leche y pan, gente que comerciaba con sus gallinas y los frescos huevos que ponían, o incluso algunos que aprovechaban las propiedades de determinadas plantas para hacer medicinas. Hasta que un día todo empezó a cambiar con la llegada de un Señor Oscuro.

Otros muchos aseguraban que en las profundidades del lago Zolliak, en el espeso bosque al norte de Mirindelle, se escondían los nidos de las hadas.

O al menos así había sido hasta que estalló la guerra, que siempre devoraba todo a su paso. La guerra quemaba casas y mataba gente, destruía campos de cultivo y mutilaba al ganado. Aniquilaba la fe y la esperanza de los corazones, y estrangulaba con manos de fuego cualquier atisbo de rebeldía.

Los Guardianes de la Luz se esforzaron mucho por mantener a Mirindelle lejos de la violencia de los choques de espadas y la sangre fluyendo por los ríos, porque decían que era el centro de la magia más pura jamás conocida. Pero los Señores Oscuros eran astutos y tramposos, y en un día decisivo para la batalla, tomaron aquella pequeña nación escondida como punto estratégico para poder seguir avanzando en sus líneas y alimentar a sus bestias. Bestias que se zamparon todos los víveres de los aldeanos y los dejaron morir lentamente en hambrunas, miseria y enfermedades incurables.

Los Señores Oscuros aquel día ganaron un bastión maestramente colocado para poder perpetuar aquella guerra hasta el día de la victoria final, hiriendo uno de los puntos clave más importantes para la alianza de los Guardianes de la Luz. Era simplemente una nación demasiado bien posicionada entre la muerte y la destrucción. No habían hecho daño a nadie, y jamás se habían metido con nadie, pero a veces pequeñas motas se ven involucradas en la tormenta de polvo y cenizas.

Desde la construcción de aquel enorme bastión muy cerca de una de las cadenas montañosas que delimitaban la nación de Mirindelle, los seres mágicos y la vida de aquel lugar empezó a desaparecer hasta convertirse en lo que era hoy en día.

Nadie se atrevió jamás a revelarse contra el poderoso Señor Oscuro que se encargaba del cuidado de aquella nación mustia y marchita. Era demasiado poderoso para unos aldeanos que apenas tenían fuerzas para levantar un azadón. Maestro en el arte de la magia oscura, señor de las tinieblas así como el mediático de las Tierras Baldías, centro de poder de todos sus hermanos sangrientos. Muy pocos le habían visto la cara. Algunos habían osado ir a su bastión para intentar suplicarle por algo de magia, algo de poder que pudiese revitalizar sus tierras para poder reanudar la economía. Alguna madre en plena desesperación había ido con el cuerpo de su hijo moribundo para suplicarle clemencia y tras volver a la aldea, ninguno se atrevía a hablar.

Hasta que se acababan quitando la vida.

Lo poco que se sabía de aquel Señor Oscuro es que tenía unos cabellos rojos como el mismo fuego del Inframundo, brillante e incandescente. Los pocos testigos que habían aguantado algo más antes del suicidio, habían hablado unos ojos dorados como los de las bestias que habitaban en el fondo de las Cavernas Angostas, los que mataban a seres humanos para alimentar a sus crías o como las bestias que montaban los Señores Oscuros. Decían que su piel era tan blanca como las nubes de la mañana, aquellas nubes hermosas que podían verse en el cielo antes de la guerra. También decían que tenía el cuerpo lleno de cicatrices, viejas heridas de guerra que el ser mostraba con todo su orgullo.

Los ancianos de la nación decían que el Señor Oscuro se alimentaba del ethereon. Sustancia que fluía por la sangre de todos aquellos desgraciados que iban al bastión en busca de esperanza. La forma más pura de magia conocida. Como la brillante purpurina de las alas de las hadas.

Se contaban demasiadas cosas como para creerlas todas.

¿Qué había de cierto y de falso en las historias que narraban de aldea en aldea? ¿Eran las hadas reales? ¿La magia existía o eran cosas de los ancianos?

Un sabio dijo una vez que lo único cierto en toda la desgraciada historia de Mirindelle es que pasó de ser un vergel radiante a ser un páramo yermo. Que la gente había dejado de creer en los seres mágicos y puros, que habían perdido toda clase de fe en salir de aquel pozo negro de discordia y que el Señor Oscuro se encargaba de que todo siguiese exactamente así.

Lo que los humanos no sabían era que por culpa de su pérdida de fe y por su olvido hacia ellas, todas las hadas que habitaban en los nidos del lago Zolliak habían perdido toda fuerza para volar como antes. Sus cuerpos ya no brillaban como el fulgor de la mañana, las más pequeñas en su mayoría no llegaban a la edad adulta. También estaban atravesando una época de dolor y fatiga. El mero aleteo de sus alas ya era agotador en un aire tan oscuro y espeso, donde el ethereon que fluía en todos los seres vivos era demasiado frágil para todas.

Incluso la reina, a la que llamaban también la Dama del lago por reinar sobre estas tierras en las profundidades del bosque, estaba pagando por todo aquello.

Estaba muy enferma.

Los sabios de Zolliak aseguraban entre lágrimas que no sobreviviría.

No había mayor desgracia para un hada que no poder volar, pero quedarse sin su Dama del lago era el dolor más inmenso que podían sufrir. Era el jaque mate para su existencia. Sin ella, no encontrarían forma de sobrevivir más en aquellos lugares yermos y sin vida. Toda su especie moriría allí en ese preciso momento, se transformarían en ceniza y se dispersarían con el aire.

Todo su pueblo estaba terriblemente conmocionado. Muchas hadas habían dado pequeñas gotas de rocío como ofrenda para su preciosa reina, envueltas en canutillos enrollados con las pocas hojas frescas que aún tenían vida en aquel lugar. A medida que la vida de la reina se iba apagando, la vida del lago iba cada vez a peor. El agua enverdecía cada día más. El oxígeno del agua se consumía, las algas proliferaban de forma masiva y no dejaban pasar la luz al interior del agua. Los peces morían y sus cadáveres salían a flote. El lugar de baño de las hadas estaba arruinado. Los nidos ennegrecían sin el poder de la reina alimentándolos con savia fresca y dulce que apenas conseguía extraer de los árboles. Todo auguraba un futuro demasiado gris para su clan.

Ni si quiera la Dama del lago tenía fuerzas para poder beber un poco de néctar delicioso de las flores, ni unas gotas de miel que llevarse a los labios. Los sabios se hallaban rodeando su cama hecha con mullidas hojas y pétalos casi podridos. Era lo único que podían encontrar ahora que no había bosque al que ver crecer y florecer, era técnicamente un lujo algo que antes se habría considerado basura.

Sus cabellos dorados se esparcían por el suelo en forma de abanico, y se encontraba cubierta con más hojas para que no temblara tanto de frío. Su piel había empalidecido mucho y unas extrañas manchas blancas adornaban ahora todo su cuerpo por culpa de la enfermedad que quería llevársela al otro mundo. Y, aunque la reina no tuviese fuerzas para levantarse y caminar, sí que guardaba algo para poder respirar y abrir los ojos para atender a las plegarias de sus consejeros y, sobre todo, para prestarle una atención muy especial a la persona que amaba sobre todas las cosas.

Su preciado hijo.

Aún era muy joven para nada. No había podido aún enseñarle a gobernar, y sin embargo, ante su próxima muerte, iba a tener que gobernar una raza con sólo 15 años de edad. Su pequeño Law era demasiado joven… pero la situación le requería más que nunca.

Lo único que verdaderamente la hacía sonreír todas las mañanas era su presencia y su sonrisa que, aunque miedosa y temblorosa ante su salud, siempre se esforzaba por conseguirla las delicias más frescas que un hada podría saborear. Se preocupaba demasiado por algo que probablemente ya no tendría arreglo… y eso la reina lo admiraba con orgullo. Al menos podía estar feliz de haberle visto crecer bien. Era alto, bastante delgado pero con una complexión regia y fuerte. Con aquellos preciosos ojos grises que ambos compartían y esos cabellos negros como el carbón que volvían más delicado su cuerpo tostado. Gracias a tantos esfuerzos, tanto Law como otras hadas pudieron crecer fuertes y sanas… pero ya no podría seguir haciéndolo por más tiempo.

La reina rompió a toser en el momento que intentó alzar la voz para pedir que trajeran a su hijo, llevándose una mano al pecho por el fuerte dolor agudo que en su corazón brotaba.

-¡Reina Water, por favor resista! –Le pidió uno de sus consejeros, intentando que se calmara, ofreciéndola una gota de rocío para que bebiese algo.

-Traedme a… traedme a Law… -Suplicó con sus pocas energías, rechazando amablemente el preciado rocío que la ofrecían. No la parecía bien beber todas esas gotas de rocío cuando su pueblo se moría de sed.

-Law no está, mi señora… -Comentó el más bajito y el más menudo de sus consejeros, con unas largas barbas que caían hasta el suelo a la par que su túnica.- Salió con el alba hacia las montañas.

-¡Esa maldita rata traidora! –Gritó el más anciano, con el pelo cano cayendo por sus hombros pero dejando ver siempre sus puntiagudas orejas características de su raza.

-¡Swamp, mide tus palabras ante tu reina! –Se quejó rápidamente el bajito, frunciendo el ceño y encolerizando al momento.

La situación era demasiado delicada como para ponerse a discutir delante de la frágil Dama del lago.

-¡Sabéis que tengo razón! ¡En lugar de quedarse a cuidar de su madre, sale todas las mañanas a ya sabéis donde!

-¡Estás blasfemando de nuevo, Swamp!

La reina se limitó a cerrar los ojos agotada mientras los sabios se enzarzaban en otra pelea.

-¡No estoy blasfemando y lo sabéis! ¿De dónde creéis que saca toda esa fuerza para poder volar sin agotarse? ¿De dónde trae todos esos regalos para la reina? ¡No seáis ciegos!

-Creo que confundís mis intenciones, Swamp.

Todos los sabios se giraron sorprendidos ante aquella voz fría pero inquietantemente cercana que había surgido de la nada a sus espaldas.

Un imponente hada de ojos grises y morena apareció de golpe en los aposentos de la reina con un enorme zurrón colgando de su hombro. La reina en cuanto reconoció aquella voz abrió los ojos feliz y giró la cabeza para poder ver la esbelta y bella figura de su hijo acercarse a su cama. Estiró la mano para poder tomar la tostada y tatuada de su pequeño, queriendo que se agachara para poder abrazarle. Law no pudo más que complacerla en un momento tan delicado y fundirse con ella en un fuerte abrazo, hundiendo la cabeza en su pecho.

-He traído algo para ti, madre. –Comentó feliz el joven, sacando de su grueso zurrón un buen montón de gotas de miel guardadas con recelo entre frescas hojas. Todos los sabios dieron un paso hacia atrás muy sorprendidos, dado que actualmente algo como la miel era un tesoro demasiado raro de encontrar.- Toma, come un poco. Está muy dulce, te sentará bien.

La mujer, sonriendo ampliamente, tomó sendas manos del joven donde descansaba la gota de miel para beberla despacio, para que su seca garganta lo admitiese sin náuseas desagradables.

-¿Está deliciosa, verdad? –Sonrió ahora ampliamente Law, besando la tersa frente de su madre.

-Muchas gracias, Law… -Murmuró débilmente sin perder la sonrisa, acariciando suavemente una de las mejillas de su hijo.- Haces mucho por mí.

Los sabios suspiraron aliviados mientras se alejaban un poco para contemplar mejor la escena, sintiendo una profunda tristeza dentro de su ser al saber que aquello no iba a repetirse por mucho más. Le quedaba muy poco a su reina. Y muchos sabían que Law no lo aceptaba.

-¿De dónde habéis sacado la miel, mi príncipe? –Preguntó entonces irónicamente Swamp, el más desconfiado, pero el más astuto de todos.- Estoy seguro de que no habéis salido de paseo por el bosque para conseguirlo.

-Swamp… -Le riñó la reina al momento, suspirando. Se sentía demasiado mustia en esos momentos como para seguir escuchando sandeces.- Por favor, dejadme un rato a solas… necesito descansar.

-Madre…

-Law, hijo… por favor. Sólo unos minutos.

Accediendo a regañadientes, el moreno dejó el zurrón a los pies de la cama de su madre para que las hadas que cuidaban de ella pudiesen darle todos lo que quisiera, saliendo luego del dormitorio seguido de todos esos sabios charlatanes. A Law le ponía muy nervioso que su madre le echara de su habitación porque eso sólo hacía que se preocupase más por su salud. Pero si había algo que le ponía más nervioso todavía, era la mirada de todos los sabios sobre él a la vez.

El más joven de los sabios, Corazón, se apresuró a tomar del brazo a Swamp, el cual ya estaba más que preparado para abalanzarse sobre el joven príncipe y sacarle la información de cualquier forma poco ortodoxa. El príncipe lo intuyó desde el primer momento, y por lo tanto lo que más quería en esos momentos era evitar el tema de conversación como fuese.

Se giró elegantemente para irse hacia la puerta que daba lugar a la salida del nido de la reina y poder vagar como de costumbre por el cochambroso bosque donde habitaban. Pero las incógnitas cada vez eran mayores, y era consciente de ello. Llevaba un mes trayendo a la reina extraños menesteres y delicias que eran imposibles de encontrar, y eso hasta a Corazón le extrañaba terriblemente. No dudaba del pequeño príncipe, por supuesto, había criado junto con la reina y el resto de sabios a Law desde que había sido un niño para formarle como futuro rey y que algún día tomara el trono. Lo que nadie se esperaba es que fuese a ser tan pronto. Y al que más le disgustaba todo aquello era al joven adolescente.

-Law, sabes que no dudamos de ti… -Inmediatamente propinó un doloroso codazo a Swamp, el cual suspiró de forma irónica otra vez.- Pero comprende que nos resulta extraño que encuentres cosas tan raras todas las semanas… es un poco…

-¿Sospechoso? –Terminó la frase el moreno, cruzándose de brazos.- Es mi madre, y removeré cielo y tierra para complacerla hasta que…

-Hasta que se muera. –Le terminó esta vez Swamp, aún con la molestia visible en sus ojos.

-¡No lo digas! –Exclamó furioso el príncipe, frunciendo de sobremanera el ceño a la par que apretaba sus puños.- ¡Mi madre no va a morir!

-Law… -Murmuró esta vez Corazón. Quería protegerle de todo mal como siempre había hecho, pero había cosas que no podía esconder al príncipe.- La reina se está…

-No, cállate. –Masculló entre dientes, lanzando una mirada furibunda a todos los sabios allí presentes.- Ninguno estáis haciendo nada para salvar la vida de mi madre así que yo mismo me encargaré de que eso no pase.

-¡No crecen medicinas a las orillas del lago, mocoso infecto! ¡No podemos curar a la reina aunque quisiésemos! –Gritó colérico Swamp, que parecía que iba a explotar de rabia de un momento a otro.

La expresión de Law se enturbió por unos momentos.

-Conozco un sitio donde sí crecen. Esta misma noche le traeré a madre todas las medicinas que necesita, os lo aseguro.

-Law, no crecen… las plantas ya no pueden… crecer.

-Pero hay un sitio en el que sí. –Se quejó el sabio charlatán, señalando al príncipe con el dedo índice mientras volvía a blasfemar entre gritos.- ¡En el bastión del Señor Oscuro hay miel, frutas, plantas e incluso un manantial de agua clara! ¡Es ahí donde va todas las mañanas y todas las noches!

El príncipe se sobresaltó por unos instantes, pero recobró la compostura al instante.

-No sé de qué me hablas, Swamp. Sólo hago lo que cualquiera haría por su reina.

Los sabios callaron de golpe, sintiendo algo muy oscuro en las palabras del príncipe. Ninguno se atrevió a seguir la conversación, demasiado contrariados y sorprendidos para hacerlo. La acusación de Swamp había sido demasiado descabellada, pero en cierto modo era la única factible y cuerda que podía encajar con tantos regalos en el último mes. A fin de cuentas, el Señor Oscuro tenía todos los lujos que cualquiera jamás habría logrado soñar. Law era muy atrevido… ¿pero lo era tanto como para traicionar a todo su clan por salvar a su madre?

-Law… -Murmuró Corazón, temeroso de que aquella pesadilla fuese real.- ¿Es verdad?

-Claro que no. –Chasqueó la lengua molesto, dándoles la espalda de inmediato. Abrió la pequeña puerta que daba al exterior para agitar sus alas durante unos segundos.- No seáis ridículos.

Y, sin dejar que nadie más consiguiese hacer un comentario al respecto, salió volando con las pocas fuerzas que tenían sus alas para perderse entre las plantas muerta del bosque.

 

 

 

 

 

 

 

Tenía que apresurarse todo lo posible para tener el tiempo necesario para tomar lo que necesitaba para su madre y volver al lago antes de que nadie más se diese cuenta de sus escapadas y de los sus oportunos presentes que siempre llevaba a su madre. Tras la charla con el consejo, se dio cuenta de algo muy importante. No podía mantener aquel trato por más tiempo. Si seguía escapándose siempre a ese terrorífico lugar levantando tantas sospechas en los más sabios, no quería imaginarse el castigo que le impondrían si le siguiesen y descubriesen de dónde sacaba todos aquellos objetos que hacían sonreír a su madre. Aunque personalmente le gustaría poder conseguir algo mucho más especial hoy. Algo que no sacase una sonrisa a su madre, sino a la enfermedad que la consumía por dentro para salvarla. Y ya que nadie estaba dispuesto a jugarse el pellejo, lo haría él.

Como tantas otras veces ha hecho por la aldea y como siempre ha hecho su madre cuando estaba en plenas facultades.

No lo tomaba como un mero entrenamiento para cuando fuese rey, simplemente lo tomaba como un deber para con su pueblo y con su madre. Era la única familia que le quedaba. Su padre, el rey de Zolliak, murió a manos de un coleccionista cuando él era un niño muy pequeño apenas con uso de razones.

Cuando aquello pasó, a pesar de ser un hada muy pequeño para poder hacer nada, tomó rápidamente el rol del protector en su nido. Alguien tenía que proteger el corazón roto de la reina, y Law sabía que su amor era demasiado puro para ser fuerte. Él afrontó todo eso y se hizo el valiente por los dos, siempre.

Hasta cuando cayó enferma.

Aún recuerda el primer día que cometió la locura más grande de toda su joven vida.

Mientras sonreía de forma torcida, aceleró su vuelo todo lo posible hasta colarse por una de las pequeñas ventanas entreabiertas de aquel enorme bastión de piedra gris y vieja.

 

 

 

 

 

 

 

 

Maldita sea.

Estaba completamente chiflado.

O eso pensaba mientras, aleteando con la poca fuerza que un hada sin ethereon a su disposición se podía permitir, descendía suavemente entre los espesos matorrales del Jardín de los lamentos. Realmente no entendió nunca por qué su clan le dio un nombre tan espantoso a algo tan bello, puesto que en verdad, era una enorme extensión radiante de vida y de vegetación frondosa escalando los altos muros del exterior del bastión. Había flores, ¡tantas que se le escapaban a la vista! Y de una amalgama de colores tal, que el corazón del hada se encogió hasta sentir los ojos húmedos.

Apenas era un niño cuando todo su pueblo y el de los humanos quedaron devastados por el hambre y la aridez que proclamaron a golpe de espada los Señores Oscuros.

Podía contar cientos de seres vivos allí revoloteando como él, en su forma de pixie, tan pequeño como un diente de león y tan brillante como una luciérnaga en la oscuridad. Aquella forma era para ellos su mejor forma de pasar desapercibidos y poder huir de los sitios cuando las situaciones lo ameritaban, además de que su magia les permitía muchas otras cosas. Consumir su energía era casi pecado en su tierra ahora que no tenían magia de la que alimentar sus espíritus, ni comida, ni agua…

Todo estaba terriblemente desolado.

Su madre había enfermado.

Para él nada podía ir a peor en esos instantes.

Si perdía a su madre lo perdería todo para siempre. Le gustaba estar solo, pero no soportaba la idea de perder a la única persona en la aldea que le amaba con tanta locura como ella. La única persona que le hacía sentir especial y querido. La única que conseguía hacerle sonreír a escondidas y esa mujer especial que le recordaba que tenía un lugar en aquel mundo, un papel y una misión. Pero sin ella, el gobernar a un clan de hadas era la tarea más imposible que se le podía encomendar. Era algo totalmente indomable, ¿cómo podía complacer los deseos de su pueblo si no podía hacer crecer la hierba? ¿Cómo, sin ser capaz de devolver al lago su pureza y su magia? Sin ethereon no podían hacer nada.

Y el clan tarde o temprano se vendría abajo.

Por eso su misión primordial era una: llegar, robar todo lo posible de a ese maldito Señor Oscuro causante de las penas de su pueblo y largarse antes de ser descubierto.

Sin embargo, a su tierna edad de 15 años, un impulso salvaje y extraño le hizo olvidar por unos instantes su misión y su deber para dejarse llevar por el niño que aún guardaba dentro y que sólo necesitaba una linterna en la oscuridad para salir a la luz. Escondió el zurrón en el que cargaría la obra del delito entre unas enormes hojas de parra, dando un enorme sprint mientras volaba hacia las nubes azules. Estaba persiguiendo una abeja con una enorme sonrisa pícara. Abeja que, tras saberse perseguida por un hada, comenzó a huir a toda velocidad aleteando sus membranosas alas todo lo posible. Sin embargo en forma de pixie Law era mucho más rápido. Tras hacer un looping en el aire, dribló hábilmente al insecto para seguir su juego por las enormes flores del jardín. Aspiró el aroma de una, tan dulce y hechizante que dejó escapar todo su aliento en un suspiro. Encima todas ellas guardaban aún su precioso néctar… Era la tentación hecha realidad para un hada. Cuando adentró sus tatuadas manos al interior de la flor para sacar el dulce jugo, juraría que jamás había probado algo tan delicioso como eso. El sabor era tal que sus mejillas se ruborizaron por imperceptibles segundos.

Sus ojos grises se desviaron veloces hacia un escarabajo de vivos colores que caminaba lentamente sobre las briznas de hierba, y aleteó despacio hasta poder sentarse sobre su duro exoesqueleto para tener una visita guiada por aquellos enormes jardines sin tener que mover un ala. Las vistas eran impresionantes. Los abetos eran tan altos que sus copas parecían atravesar las nubes, y los sauces daban una sombra deliciosa para poder cobijarse tras haber llenado el estómago con algo dulce. No existía mayor placer en el mundo para un hada que las cosas azucaradas. Se asustó un poco cuando el escarabajo echó a volar y le tiró sobre el césped, asomándose entre la hierba para ver justo de frente un conejo. Sorprendido, parpadeó unos instantes mientras el animalito no le hacía ni caso, cebándose con la hierba para llenar su tripa vacía. Law extendió una de sus manos hacia la criatura, que no se asustó cuando el moreno comenzó a acariciarle. Las hadas y los animales siempre habían tenido una gran y estrecha relación, no había de lo que preocuparse. Incluso las aves eran amigas, porque, aunque muchas de ellas comiesen insectos, a su raza nunca la atacaban, puesto que había un extraño enlace entre las hadas y todas las criaturas vivientes que la madre tierra había creado.

Law siguió acariciando al conejo hasta que éste salió corriendo sin pararse si quiera a mirarle. Cosa que le extrañó. ¿Acaso le había asustado con su tintineante aleteo? ¿Era su brillo plateado lo que le había espantado?

No llegó a comprenderlo hasta que…

… Hasta que un estruendo en el suelo le hizo caer de culo sobre la tierra.

Sintió un sudor frío recorrer toda su espalda en un segundo.

Todos los animales que hasta hace un momento estaban campando libremente por los jardines se habían volatilizado.

Tenía miedo de girarse.

Tonto de él.

Si lo hubiese hecho puede que hubiese logrado esquivar aquel enorme tarro de cristal que cayó sobre él, encerrándole dentro sin escapatoria alguna. Pataleó, golpeó y arañó las paredes de cristal que le tenían preso, totalmente agitado y asustado.

No podía caer ahora.

Si hubiese cogido lo que había venido a buscar y se hubiese ido…

-¡Ja! Así que ahora las ratas con alas se cuelan en mis jardines.

El moreno se limitó a tragar saliva mientras que, en esa forma diminuta, giró la cabeza lentamente para darse cuenta de que algo, o más bien alguien se había agachado en el suelo para acercar su rostro al cristal y poder verle bien. Unos enormes ojos dorados le asfixiaron al momento, sacando todo el aire de sus pulmones. Conocía los mitos. Conocía las vestimentas de las que los ancianos siempre hablaban.

Delante tenía ni más ni menos que al Señor Oscuro dueño y amo de todo lo que estuviese en el interior de ese bastión.

Entonces Law comprendió por qué lo llamaban el Jardín de los lamentos.

Su cuerpo se pegó por completo al otro extremo del tarro, queriendo recomponerse lo suficiente como para intentar escapar de allí. ¿Pero cómo podía? Si hubiesen sido otros tiempos, si él fuese mucho más fuerte, podría hacer estallar aquel estúpido recipiente que le encerraba para salir corriendo antes de que le torturaran hasta morir.

Pero ese no era el caso.

Al contrario, era más bien el corderito que se había metido él solito en la boca del lobo.

¡Estúpido, estúpido, estúpido!

¿Cómo se le ocurrió si quiera adentrarse solo en unas tierras prohibidas para las hadas como esas?

Si sólo hubiese hecho caso a su lógica y no a su corazón…

Notó la mano que sostenía el tarro aflojarse para retirarla, pero no para quitarle el cacharro de encima y liberarle.

Tanto él como el Señor Oscuro habían escuchado un ruido un tanto extraño. No sabrían decir si el modo del crujir de las ramas, o el extraño silencio que rodeaba a ambas criaturas… o una mezcla de las dos. El pelirrojo no alzó su ballesta a tiempo para detener el ataque de un enorme Vlarhen. Bestias listas para matar, habitantes de las Cavernas Angostas y seres completamente ciegos. En aquellas cavernas de las profundidades de las montañas no necesitaban ojos ni cuencas oculares. La oscuridad era lo único que gobernaba en aquel lugar. Eso y esos seres mata hombres. Seres cuadrúpedos de piel color arena, monstruos con fieras garras amarillentas de diamante que todo lo destrozaban y todo lo rompían. Nada se resistía a esas criaturas de dientes afilados, con dos enormes colmillos superiores que se escapaban de su mandíbula para sobresalir de sus labios. Carentes complemente de pelo, algo a lo que cualquier hada y otro ser vivo calificarían como "feo".

-¡Gh… A-ah…!

Law se recompuso del susto cuando vio que aquella bestia había sido más rápida que el Señor Oscuro y le había tirado al suelo. Bien, seguramente le mataría y después se comería su cadáver para no dejar ni los huesos. O incluso mejor. Puede que le dejara medio muerto, le arrastrara hacia las Cavernas Angostas y después alimentara a sus crías con él, dejando que se le comiesen aún vivo.

Nada mejor para él ahora mismo que, empujando con todas sus fuerzas el tarro, acabó por ceder y acabar tumbado sobre la hierba. Era ahora o nunca, tenía que escapar.

Tomó rápidamente su zurrón y a la velocidad del rayo comenzó a llenar todo lo que pudo el mismo con el néctar que las flores rezumaban. Con eso tendría para su madre y con suerte para los niños más pobres del clan que aún tenían demasiado que crecer y muy poco que llevarse a la boca. Incluso con suerte quedaría algo para él. Aleteó rápidamente hacia el cielo para alejarse de aquellos jardines mortales.

-¡Agh… Aaaahhhh!

El grito estridente hizo que el hada perdiese por unos instantes el equilibrio mientras volaba, girándose rápidamente en mitad del cielo para contemplar cómo el suelo se manchaba con la sangre del Señor Oscuro. Era un momento de gozo personal. Aquel ser que había traído la miseria a toda la nación estaba muriendo de la forma más violenta posible. Los potentes dientes del Vlarhen estaban bien clavados en su hombro, y la criatura no paraba de tirar y tirar intentando arrancarle el brazo. El pelirrojo sólo podía gritar de dolor, tratando inútilmente de alcanzarla ballesta que había quedado apenas a unos centímetros de sus dedos.

Pero, si aquello era un momento de felicidad, ¿por qué diablos Law no estaba disfrutando de las vistas? ¿Por qué le horrorizaba tanto lo que estaba contemplando? Aquella sucia sangre estaba empapando la hierba…

Si incluso tendría que dar las gracias al Vlarhen por haberles quitado una enorme molestia como esa. Pero un pensamiento no paraba de rondar por su mente. Y era el hecho de que seguramente, si no le hubiese cazado con el tarro de cristal, el pelirrojo habría acabado fácilmente con la criatura. El zurrón estaba lleno, no tenía ya nada que perder para volver a los nidos. A su hogar. Pero…

Aun así…

¡Maldición!

Lanzó a toda velocidad el zurrón contra un arbusto del que se quedó enganchado y voló con toda la velocidad de la que disponía para golpear con su propio cuerpo al hocico del Vlarhen. Vale que no tenían vista ninguna, pero lo que sí tenían aquellas condenadas criaturas era un olfato muy agudo. Tanto que, en cuanto el hada se lanzó como un suicida contra su nariz, todos aquellos polvos brillantes se colaron en el interior de sus orificios para hacerle chillar.

Eso debió de doler.

La criatura se alejó tan rápido del cuerpo del pelirrojo que se cayó de espaldas para intentar sacudirse el hocico con ambas zarpas, mientras berreaba como un cachorro.

El Señor Oscuro no desperdició la oportunidad. Tomó la ballesta, apuntó a su abdomen y descargó sobre el monstruo una flecha totalmente letal.

Bien, la conciencia de Law ya se había quedado tranquila. Ahora tenía que coger el zurrón, salir volando de allí y volver a casa con su madre para repartir los dulces entre todos lo mejor posible. Sin embargo, mientras huía, se manchó sin querer sus pequeños pies con la sangre del pelirrojo.

Law se giró de nuevo para descubrir que el Señor Oscuro le estaba mirando fijamente, tirado sobre el suelo, con una mano sobre su fea herida y una expresión de confusión y de puro dolor.

¿Estaba muriéndose? No tenía buena pinta.

Aleteó de forma tímida hacia el pelirrojo, retrocediendo al instante al escuchar que le rugía como un animal herido que pretendía lamerse las heridas.

Sin embargo el hada frunció el ceño e incluso se envalentonó más, posándose sobre el hombro malherido del hombre. Sus ojos grises miraron los profundos orificios marcados en su piel por culpa de los desgarradores colmillos del Vlarhen.

Bueno, era una herida demasiado grande para un cuerpo tan pequeño como el suyo…Se dejó caer lentamente entre lentos aleteos hacia la hierba para cambiar drásticamente de tamaño.

El intenso brillo que le hacía parecer una pequeña bola de algodón desapareció por completo para cubrir su piel de brillante purpurina plateada de forma discreta, sin ser algo demasiado recargado. De la nada aparecieron sus tatuajes negros y sus enormes orejas picudas decoradas con dos aros de oro. Sus ojos grises aumentaron y tomaron el color de un antiguo metal arcano y su cuerpo creció hasta un tamaño equivalente al de un humano.

Pero lo que fascinó al Señor Oscuro no fue aquella mera transformación que ya sabía que las hadas podían hacer. Fueron otros detalles para él mucho más importantes. El primero fue sin duda el impresionante cuerpo desnudo del hombre. Tan increíblemente hermoso como delicado ante sus ojos dorados, que sólo habían presenciado en su vida el horror y la miseria, la sangre y el placer de los cuerpos cortados por su espada. Era lo más bello que jamás había contemplado.

Lo segundo y más importante, era aquello que batía a su espalda y que era de un tamaño descomunal. Dos impresionantes alas de mariposa monarca que se agitaban un poco para quitarse la pereza de encima, haciendo con ello que un poco de polvo de hada cayese al suelo. Su intenso color naranja quemaba las retinas del pelirrojo, mientras la luz parecía querer atravesarlas de lo delicadas y delgadas que eran. Líneas negras que se perdían hasta las redondeadas puntas, llenas de motas blancas.

Los ojos profundos del hada se alzaron imperiosos sobre los del Señor Oscuro, el cual de golpe, se sintió como una mísera rata y se creyó diminuto ante aquella visión del cielo. El hada de cuerpo tostado le miró sorprendido, y lo que hizo a continuación el pelirrojo no se lo esperaba para nada: lentamente, tan dulce como los pétalos de una campanilla, el moreno bajó la cabeza con los labios entreabiertos hacia su hombro malherido. Tuvo el amago de apartarse por un extraño sentimiento aflorando en su vientre, pero en lugar de eso se quedó totalmente inmóvil mientras sus ojos de oro contemplaban los actos del ser mágico.

Los labios del hada se posaron sobre su sangrante y mortal herida.

Le dio simple y llanamente un beso.

Un beso que mancilló con sucia sangre unos aterciopelados labios, pero que, mágicamente, hizo que su profunda herida dejara de sangrar y se cerrase al momento, como si nunca hubiese estado allí.

El pelirrojo no tenía palabras para expresar la confusión que en esos momentos le embargaba. Seguramente si hubiese atinado a decir algo habría tartamudeado.

El hada ladeó la cabeza al ver tanta confusión en sus ojos, pero se asustó al momento en el que la puerta que daba al interior del bastión se abrió con un golpe seco.

-¡Kid!

Esa era la voz de Killer, sin lugar a dudas. El pelirrojo se giró de nuevo hacia el hada, que ya se había convertido de nuevo en una pixie, y que revoloteó ante sus ojos tomando de nuevo el diminuto zurrón para volar asustada de vuelta a su hogar.

-¡Kid! –Gritó de nuevo su mejor amigo, tirándose de rodillas sobre la hierba para poder ver mejor esa herida tan fea.- ¡Déjame ver eso! ¡Joder, dime que estás bien!

-Sí, sí… -Murmuró distraído mirando hacia el acantilado que separaba su bastión del resto del bosque.

-¿Cómo coño vas a estar bien? ¡Te ha atacado un puto Vlarhen!

-Te he dicho que estoy bien. No estoy herido.

-¡Pero…! –Perplejo, Killer tomó el hombro de su amigo para poder ver mejor la herida que seguramente tendría. Herida sorprendentemente inexistente.- ¿Entonces… esta sangre…?

El pelirrojo miró su hombro fijamente para acariciar la silueta de unos labios marcados sobre la sangre y sobre su piel.

-He tenido… suerte.

- …Joder. –Murmuró el rubio al ver el cadáver de la criatura manchando el suelo de los jardines.-… si esto es sólo suerte que venga el Rey Oscuro y que lo vea.

A pesar de la broma que hizo su amigo, Kid no se rió. Se quedó mirando hacia el vacío que aseguraba el acantilado intentando ver un destello plateado perderse entre el bosque muerto y sin vida.

-Venga… vamos adentro. Les pediré a las sirvientas que te preparen un baño de agua caliente.

El pelirrojo, sin más, pasó al interior de su bastión para ser mimado como de costumbre.

Manteniendo fresco el recuerdo del cuerpo desnudo de aquel hermoso hada en su mente durante días y días.

Notas finales:

Bueeeeeeeeeeeeno... lo dejo tal que así, sí. Jeje, ¿Qué tal? ¿Os ha gustado? Voy a hacer la pequeña aclaración por si acaso... lo que viene en cursiva es un flash back, no es el presente. Os he dejado un poco en cliffhanger, pero tampoco ha sido tan grande, ¿no?

Dejadme un review comentando lo que os ha gustado más y lo que menos, y si queréis aportar alguna idea que queráis que venga reflejada en el fic, ya sabéis ^^

Un besete amores~


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