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Ángel Oscuro por Anita_Black

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Notas del fanfic:

Este fic participa en el desafío Temáticas del blog Del Fandom y Otras Perversiones.

Todo es de Marvel menos la trama que es mia :P

Universo Alterno: Personaje!Fantástico: Vampiros.

No sera un fic muy largo, pero espero lo disfruten.

Notas del capitulo:

¡AAAAH!

Al fin mi primer American Pi!!! ¡Amo el Steve x Brucie!! Son mi OTP Y ademas con Vampiros y toda la cosha!!! nWn

Gracias a Latexohp por volver a ayudarme con mis desastres xD ILY Látex!!!

Espero que les guste y le den una oportunidad!!!

Faltaba menos de una hora para que el sol hiciera su aparición en el horizonte. Era la advertencia para marcharse, pero no podía hacerlo. Sólo un poco más, unos minutos…


Era sencillo mantenerse en esa forma etérea, sombra confundiéndose entre las sombras de una madrugada fría y nebulosa. Era fácil ocultarse de todo y de todos, incluso de él.


Le miró a lo lejos como casi todas las noches desde que le había mirado por primera vez. Oculto, siempre oculto entre sombras, noche, niebla y el frío. Era la época del año en que las hojas de los árboles cambian de color para morir y caer en una tumba de asfalto o selva. Y desde ese pequeño rincón entre un par de sauces llorones que adornaban lúgubremente el jardín de ese conjunto de edificios le miraba con una fascinación que, sabía, lo llevaría tarde o temprano a la locura.


Hacía mucho, mucho tiempo que no se había sentido atraído a nadie de esa manera. Muchos años, tal vez siglos. Hace mucho también que dejó de contar el tiempo que se cernía siempre igual para él. Y era una fascinación y una atracción tan distintas. El aroma de su sangre era embriagante y la boca se le hacía agua cada vez que el sutil y dulce bálsamo llegaba hasta él en inagotables y abstractas oleadas que a veces venían mezcladas con sustancias que jamás había conocido y que ahora no podría reconocer; pero había otros aromas embriagadores también, como la sal de su piel o el almizcle de su entrepierna. Suaves aromas que le gritaban que él era un mortal, que su destino no era como el suyo.


Era cierto que al principio el aroma particular le había atraído más que nada por la sangre que corría en interminables conexiones de venas y arterias bombeadas por el músculo al que los humanos llamaban corazón. Pero cuando lo vio, cuando lo olió con mayor detenimiento el hambre cedió su lugar al embeleso. ¿Qué tenía ese mortal que le obligó a no dañarlo? ¿Qué tenía esa dulce mirada que despertó ya no compasión sino seducción?


Habían pasado días, tal vez meses desde la primera noche que le siguió entre las sombras pensando que tendría una buena cena. Simplemente no había podido hacerlo. El cuello del mortal era apetecible sí, pero no como alimento sino como poderosa atracción. Quería probarlo sí, pero no rasgar hasta extraer la última gota sino para lamer y provocar placer.


Sacudió la cabeza saliendo de su ensoñación. Para los seres como él las artes amatorias no suponían ya un atractivo salvaje e incontrolable como en los mortales. ¿Por qué ese mortal le provocaba pensar y sentirse de esa manera? ¿Por qué quería poseerlo con una pasión que ni siquiera antes de ser lo que era hoy había sentido? Los seres como él tenían que ser amos y esclavizar. Jamás al revés, y sin embargo podría dejarse esclavizar por el hombre de poderosos ojos pardos y cabellos rizados.


Un leve calor se extendió por su nuca. De reojo miró hacia el horizonte; la luz rojiza del amanecer se cernía ya como si de un arma se tratara. Y lo era. Amenazante como hermoso ese detalle que ya no podía disfrutar nunca. Era hora de marcharse. Cuando volvió la mirada para ver al mortal por última vez esa jornada sintió cómo todo su cuerpo se paralizaba. El mortal le estaba mirando fijamente desde la ventana del edificio; las cejas pobladas se fruncían en confusión y los ojos refulgían bajo los delicados anteojos quizás al reflejo de la alborada.


A toda prisa, quizá segundos o menos, Steven corrió hasta que no hubiera ni rastro de su presencia en ese lugar. Para cualquier mortal debía ser como si hubiese desaparecido, y esperaba que para su mortal también hubiera sido así. No sólo eso, esperaba que pensara que fue una ilusión, algún espejismo en medio de la penumbra de una madrugada de otoño.


Llegó casi temblando hasta su hogar no muy lejos del asentamiento humano. Siempre era lejano pero no lo suficiente para tener disponible el alimento. La caza de humanos ya no era una necesidad, había animales cuya sangre cumplían el requisito de calmar el hambre. Los mortales eran ahora un platillo exquisito y escaso por decisión unánime; como el corte de carne inalcanzable para la población pobre. Para los seres como él no era una cuestión de pobreza, qué va, era una cuestión de dejar de sentirse como monstruos. No tenían porqué ser los asesinos crueles y despiadados que fueron otrora, no. Ya no.


La oscuridad total volvió a cernirse sobre él, tal y como debía ser. Aún temblaba por saberse descubierto. ¡No debió ser tan descuidado! No era la primera vez que presentía que su mortal le sentía acechándolo, pero nunca le había mirado fijamente, nunca había centrado toda su atención. Era tan fascinante como preocupante al mismo tiempo. Podía sentir su propia sangre oscura y pesada correr tan rápido como el latido de su propio músculo en el pecho. Era casi como antes de ser lo que ahora era, casi como sentirse vivo. Casi.


“¿De nuevo tarde, Steven? Debes tener cuidado, la próxima vez tendré que traerte en cenizas.”


Steve suspiró para tranquilizarse y se giró para ver a Anthony en su sempiterna postura de autosuficiencia. Así había sido siempre, incluso cuando fue un mortal bajo su merced.


“No debes preocuparte por mi hora de llegada, Anthony”, respondió Steve recuperando la compostura. “¿Loki te echó de su nido de amor?”


Anthony dejó la mueca socarrona y sonrió mostrando la punta de sus colmillos.


“Loki jamás me echará de nuestro lecho. Soy como un apetecible torrente de sangre para él, no puede vivir sin mí.”


Steve sonrió a su vez y emprendió el camino  a sus habitaciones pasando de largo a Anthony.


“No comiste.”


Steve se detuvo un solo segundo y contestó sin mirar al otro.


“Sabes que no salgo sólo para comer. Pero vuelto a repetir, Anthony: no te preocupes.”


Aquello había sonado como el ‘No te metas en mis asuntos’ que Steve habría querido decir. Sin esperar una nueva respuesta de Anthony marchó finalmente a descansar, si es que podía hacerlo. Tal vez el tener flotando frente a él el par de hermosos ojos marrones de su mortal le darían el descanso o lo condenaría a tiempo muerto.


~***~


“¿Bruce?”


El aludido salió del repentino trance que lo había atrapado. Bruce dio un ligero brote y volteó para mirar a su compañera de laboratorio. Jane Foster le miraba con una ceja alzada y una sonrisa divertida en los labios y en el profundo de sus ojos.


“Lo siento… Creo que vi algo allá afuera”, se disculpó Bruce devolviendo la sonrisa.


Jane se asomó por la ventana mientras entregaba a Bruce uno de los dos vasos de unicel que contenían té caliente.


“Cada vez se pone más frío el ambiente. No entiendo por qué te gusta trabajar por las madrugadas, Bruce. Sigo pensando que deberías volver a la enseñanza”, dijo Jane volviendo su atención a su amigo.


“Prefiero aprovechar mi tiempo aquí en lugar de un aula dónde la mayoría de los chicos está pensando en su próxima cita o partido de fútbol en lugar de la Física”, respondió él agradeciendo con un gesto el té.


“Bueno, ciertamente tu intelecto es más aprovechado aquí que en las aulas. Sólo que… bueno, al menos deberías permitirme ayudarte. Te la pasas aquí solo todas las noches, a la larga hace daño”, comentó Jane dejando su té en una mesilla de trabajo y colocándose su bata de laboratorio.


Era el cambio de turno y el laboratorio de la Universidad Culver requería tener todo el tiempo a un profesional para vigilar las investigaciones. No era que Bruce estuviera completamente solo en el turno de la madrugada, pero sí en su laboratorio. Prefería la soledad y era una excelente excusa el trabajar por la madrugada para no caer en el terrible insomnio que parecía haberse instalado felizmente en su vida. Trabajando toda la noche su cuerpo se agotaba y terminaba ganando a su cerebro, así que podía caer unas cuantas horas dormido. No que descansara mucho, pero al menos dormía un poco y ya era ganancia.


Después de dejar su bata mientras intercambiaba otras palabras con Jane, decidió retirarse. El sol ya despuntaba a su espalda cuando llegó al estacionamiento de la Universidad. La vida en el campus ya comenzaba a despertar y podía escuchar el jaleo de todos los días; los estudiantes comenzaban a llenar las aulas.


Bruce suspiró hondo. Él amaba el conocimiento, el dar clases en su momento le motivó y dio una razón a su vida, la Física era su pasión… Hasta que la pasión se perdió poco a poco. A veces se preguntaba por qué seguía tercamente asistiendo a trabajar a Culver. Tal vez era así que auto castigaba y torturaba como una absurda forma de aliviar su culpa.


Cada rincón de Culver era el recordatorio de lo que había ocurrido un par de años atrás. Nunca le había gustado al General Ross, ni siquiera cuando era el joven brillante al que Betty había conocido en la Universidad, menos cuando se volvieron novios y ahora simplemente lo odiaba después del accidente. Bruce sabía que era su culpa, que Betty había estado en el hospital durante meses después de la explosión que él provocó.  El General intentó por todos los medios deshacerse de Bruce, trabajó incansablemente para que le retiraran la cédula, para que lo corrieran de la Universidad y si era posible que nunca más encontrara otro empleo. Pero la ley decidió que el accidente había sido eso: un accidente. Bruce tenía, como decía Jane, una mente brillante. Un accidente le hubiera podido pasar a cualquiera.


Todos perdieron algo con ese accidente sin embargo. Betty su amor a la enseñanza, Ross la poca tolerancia que tenía hacia Bruce, y Bruce a Betty y las ganas de vivir. Y aunque Betty aún hablaba con él su relación se había ido al caño. Al menos Bruce tenía ahora la certeza de que ella sería feliz ahora que estaba comprometida con uno de sus compañeros, Leonard Samson.


Ella había seguido adelante, él no. Él seguía en Culver siendo cada vez más solitario y patético. No había nada que le motivara a seguir ó a cambiar de vida. Si hubiera algo, cualquier cosa…


Ya en el auto de regreso a su casa pensó en aquello que había visto en los jardines de Culver. Había sido la sombra de un hombre. No era la primera vez que le veía; Bruce estaba seguro que desde hace unas semanas algo o alguien le seguía, pero nunca pudo ver nada tangiblemente. Se imaginaba sin embargo que eran los hombres de Ross… no sería la primera vez. Al parecer a un hombre como el General una orden de restricción era nada en comparación con el terrible odio que le tenía.


Sin embargo una de esas ocasiones alcanzó a ver un par de ojos tan azules como el cielo en esa sombra. Y desde entonces le perseguían dormido y despierto, aumentando su insomnio y su cansancio crónicos. Y aún así, si estaba siendo seguido, ¿por qué no habían actuado ya? ¿Por qué lo vigilaban? Había pensando en acudir a la policía y solicitar protección, pero pensó que no valía la pena. Ya había sido demasiado que se le permitiera seguir ejerciendo.


Pero si no eran los hombres de Ross… ¿Quién era? No le había hecho daño y eso ya era una ventaja. Una vez lo comentó con Jane, y ella había sonreído y le había dicho que quizás tenía un ángel de la guarda muy despistado y se dejaba ver. Bruce había resoplado en respuesta. Un ángel. Vale, quizá sólo ellos tenían esa claridad en los ojos. Pero él no creía en nada de eso. ¡Era absurdo!


Con otro pesado suspiro llegó a su pequeño apartamento. Miró con desdén el desorden en la cocina y la sala, ahora mismo lo único que quería era dormir, ya limpiaría un poco más tarde. Dejó su maletín y se quitó la chaqueta  y los zapatos para arrojarse a la cama y dormir lo que pudiera. Su extraño patrón de sueño nunca le permitía dormir profundamente y alcanzar un descanso pleno, pero dormía…


Se inundó en un sueño pensando en que a veces, en días como éste en que la tristeza lo arrojaba a lo profundo de un laberinto, le encantaría despertar en otra vida, siendo alguien más, tal vez no volver a despertar. Pensó en los ojos azules y hermosos… pensó en alguien que le quisiera un poquito y le arrebatara un poco de soledad. Pensó en un ángel que lo tomaba en sus brazos y lo llevaba al cielo en el que nunca había creído.


Pero Bruce no era afortunado y tampoco pensaba que lo mereciera. Despertó sólo unas horas después que a él le supieron a segundos. Resignado hizo lo que hacía todos los días hasta que finalmente llegó la hora de volver al trabajo.


La penumbra ennegreció el cielo y para colmo parecía que llovería. Las nubes grises se arremolinaron no mucho después de que él salió de su apartamento. Cuando llegó hasta su auto descubrió que tenía una llanta desinflada. Bruce sonrió con ironía, mal día… un muy mal día al parecer. Resignado y sin tiempo para arreglar el desperfecto decidió caminar hasta la parada de autobuses esperando que no comenzara a llover, al menos no muy fuerte.


En el camino sintió de nuevo que alguien le seguía, quiso dejarlo pasar, pero la curiosidad fue más fuerte. Se detuvo y giró la cabeza, tras de él una pareja caminaba de la mano seguramente también a la parada. Miró a su alrededor y acomodó sus gafas con un dedo, y entonces pensó que parecía un idiota ahí parado buscando a alguien que seguramente sólo estaba en su imaginación. Se encogió ligeramente de hombros y negó con la cabeza. De por sí ya era raro para su casera y compañeros de trabajo, si seguía así pronto lo señalarían como un loco que necesitaba ayuda psiquiátrica con urgencia.


Y sin embargo Bruce no se equivocaba. Una ligera sonrisa asomó en los labios de Steven.


Los seres como él no necesitaban dormir, era simplemente poner a descansar el cuerpo y la mente en un estado de relajación que les permitía reflexionar sobre muchas cosas. Por ello Anthony y Loki se jactaban de ser sabios, tan sabios como el tiempo mismo que habían sido depredadores. Steven no compartía esa opinión, para él ni todo el tiempo que había vivido era suficiente para llegar a comprender siquiera un poco de lo que lo rodeaba, de lo que era el mundo, de lo que había dentro de su cabeza. Sí, había mucho conocimiento. Había sido testigo de miles de acontecimientos que ahora los mortales llaman Historia, pero para él había algo mucho más profundo que el acontecer del tiempo, que los miles de amaneceres que se había perdido y los miles de anocheres en los que se había adentrado al mundo de los humanos para estudiarlos mejor. Él ya había olvidado lo que era el calor y la calidez de otro cuerpo; había olvidado muchas cosas… había olvidado el cómo era vivir.


Ahora mismo esa curiosidad que le había arrastrado por aquél mortal le consumía casi en agonía. Durante el día, oculto en la negrura de sus habitaciones, había pensado en lo que el humano le provocaba. Decidió que estaba comportándose como un idiota; no tenía derecho y en realidad ni siquiera valía la pena concentrarse tanto en algo que, como el polvo, se disolvería con el tiempo. Así debía ser.


Por eso salió una vez más a seguir al humano, para empaparse de su aroma y extasiarse con su imagen (mundana para cualquiera, especial para él) por última vez. Lo dejaría en paz, le dejaría vivir. Sería la última vez.


Con la sigilosidad que le había dado ser lo que era ahora, Steven siguió como una sombra a su humano. Le observó caminar, el vaivén de sus caderas en una marcha masculina y casi melancólica. Steven podía oler también la tristeza en el humano, pero no quería adentrarse en ello. No, sólo su imagen y su aroma. Tan enfrascado que ni él, con los sentidos absolutamente más desarrollados, distinguió las auras de maldad que también se cernían sobre el mortal.


Bruce hizo caso omiso a la incómoda sensación de ser seguido. Tal vez sí necesitaba ayuda psiquiátrica, hizo una nota mental sobre la paranoia. La inminente tormenta ya había provocado que los transeúntes fueran muy pocos en las calles, los autos pasaban a gran velocidad en la avenida, y él sólo esperaba que el camión no tardara tanto. Podría tomar un taxi, pero eso le obligaría a hablar con el conductor y no tenía ganas de hacerlo; en el camión podía sentarse en el último asiento y esperar hasta llegar a su destino sin preocuparse de poner el acelerador o el freno.


Justo cuando pasó frente al callejón que tantas veces había atravesado, un par de manos le tomaron fuertemente del hombro y lo arrastraron al fondo. Bruce maldijo, un asalto era lo último que le faltaba. Incluso no le extrañaría que un perro pasara y le orinara encima… si es que lo dejaban vivo.


Intentó alzar las manos en un gesto de sumisión, pero no se lo permitieron. Cuando Bruce pudo ver al hombre se le fue el aliento. ¡Tenía que haberlo sabido! Blonsky, el matón de Ross.


Ni siquiera le dio tiempo de decir nada. Blonsky le propinó un golpe en el estómago que le sacó el aire y mientras caía de rodillas el otro sujeto que acompañaba a Blonsky le pateó el rostro reventándole la nariz y el labio superior. Sus gafas volaron y se hicieron añicos contra el suelo.


Todo fue muy rápido, demasiado rápido. Sus oídos zumbaban con el galopar de la sangre debido al miedo y el dolor.


“El último mensaje del General, Bruce Banner. El último que escucharás en tu vida”, rió Blonsky antes de sacar el arma y apuntar directo al corazón de Bruce.


Bruce escuchó la detonación y enseguida un profundo ardor en la boca del estómago; tragaba intentando recuperar un poco de aliento pero lo único que podía hacer era degustar el sabor de su propia sangre. ¡Genial! Pensó por un segundo, iba a morirse como un perro en un callejón…


Escuchó todavía maldecir a Blonsky, escuchó un gruñido proveniente quizás de un animal, un sonido gutural y casi espectral. Escuchó el golpe seco de alguien que caía inerte a su lado.


“Bruce…”


Su nombre murmurado. La voz era suave pero firme. Alguien lo tomó con suavidad y acarició su rostro mojado por la sangre; Bruce no podía distinguir muy bien entre la sensación de muerte y ahogamiento y entre la oscuridad del callejón… pero pudo distinguir esos ojos azules, tan profundos como el cielo en primavera. Tal vez era la entrada a ese paraíso del que no creía su existencia… Tal vez…¿Su ángel?


“Bruce…”, repitió Steven cuando el aroma de la sangre anhelada le golpeó de lleno. ¿Por qué le hicieron esto? Había escuchado el nombre del hombre que golpeó a su mortal. Bruce. Era tan hermoso como su dueño. Bruce… estaba muriendo.


Steven debería marcharse, debería dejar que muriera para no tener que seguir sintiendo eso que lo angustiaba. Pero sintió cómo su corazón era apuñalado ante el simple pensamiento de abandonarlo. No podía… Bruce… su mortal. Pero estaba muriendo, era la ley. Debía dejarlo morir y tal vez probar el rojo manjar que emanaba y ya manchaba sus manos pálidas.


Y entonces Bruce balbuceó algo…


“Mi ángel…”


Steve se paralizó por un momento. Y la decisión vino en un segundo. Levantó a Bruce que en sus brazos era tan frágil y ligero como el vuelo de las hojas en otoño. Un momento después de verlo cerrar los ojos y flaquear en sus brazos, Steve corrió, corrió tanto que seguramente a los ojos agudos de los mortales era como si hubiera desaparecido. Corrió como nunca y apretó en sus brazos el cuerpo de Bruce. Su mortal.


 

Notas finales:

Gracias por leer  y ya saben, un comentario nos hace bien para saber si les gustó o no o si tienen sugerencias.

¡Sayonara!


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