“Te amaré por siempre” fueron las dulces palabras que salieron de sus rosados labios, con su mirada fija en mis ojos. Mi corazón se detuvo y se reanimó a mil por hora al escucharlo. Después de tanto tiempo que mis sentimientos hacia él hayan pasado de amistad a amor, era como un milagro. Sosteniendo mi rostro entre sus manos, me dio un tierno beso antes de regalarme la más hermosa sonrisa que jamás haya visto.
*7 años después*
El lugar estaba lleno de ruidos. Las personas que hablaban, los vasos chocando, las risas despreocupadas, los meseros dirigiéndose a los cocineros, lo que uno se espera en un restaurante bar popular. Mis amigos también se unían al barullo con sus emocionantes pláticas sobre sus bebés recién nacidos, sus hermosas esposas, los viajes con sus novias, sus nuevos departamentos u autos, cualquier cosa de sus vidas. Yo me contentaba con escucharlos, reírme, felicitarlos u asentir, dependiendo de la situación, no tenía nada que decir y no envidiaba lo que ellos podían tener. Ya me había acostumbrado a mi soltería y mi apartamento vacío, por más que todos ellos solían insistir en que debía conseguir a alguien (o al menos una mascota) yo prefería sentirme cómodo en el silencio de mi pequeño espacio personal. Todos compartíamos una animada carcajada por la historia de Kent sobre su hijo de cinco años salvándolo de las “profundidades del océano” que en realidad sólo era la orilla de la playa y una ola lo arrastró un poco, cuando oímos a Draiden gritar “¡Freeman!”. Aquel viejo compañero de clase sonrío al oír su nombre y se sentó al lado del que lo llamó, llevaba puesto un traje gris que se veía bastante nuevo y fino a comparación de los que la mayoría de nosotros estábamos usando, una camisa blanca y una corbata negra con rayas grises, se veía impecable, apuesto a que recién salía del trabajo.
- No los veía hace tanto – comentó después de dar un saludo genérico
- Pensábamos que no vendrías Sr. “Estoy muy ocupado con el trabajo” – se burló Morris dándole unos golpes en las espalda – pero es genial verte
- En especial porque no viniste a ninguna de las reuniones de la promoción – mencionó Draiden – ni a la de un año, ni a la de dos, ni a los cinco…
- Hubieron… problemas – respondió notando por fin mi presencia, sólo mirándome de reojo mientras sorbía un poco de la jarra de cerveza de Kent – Pero aquí me tienen, ¿qué mejor que estar en la reunión anual de chicos?
- Suenas como un viejo – rio Morris nuevamente, el resto lo acompañó
- Aunque a decir verdad, bastantes chicas querían verte. En especial desde que Diana les dijo que te vio una vez en el centro comercial y estabas “guapísimo” – dijo Kent golpeándolo levemente en el costado con su codo
- Debieron haberse confundido – otra vez todos rieron gracias a Morris – sólo míralo, tiene enormes ojeras, líneas de expresión a pesar de que sólo tienes 24, esto de aquí cerca a tu labio parece un golpe ¿Es qué sucedió algo con Ángela?
- A decir verdad – me miró por un segundo antes de suspirar – estamos divorciándonos
- ¡¿Hablas en serio?! – preguntó Draiden escupiendo un poco de la cerveza, ni yo pude esconder la sorpresa en mi rostro - ¡¿Qué sucedió?!
- Lo de siempre – bebió de la jarra que le acababan de traer – ella decía que no le prestaba mucha atención y que no me encargaba de Kael, pensaba que me traía algo con mi secretaria y no sé qué, después de como tres horas de escuchar sus quejas le pregunté si quería que todo acabara y ella sólo me golpeó y dijo que sí
- ¿Y en serio pasaba algo con la secretaria? – Kent y Draiden miraron a Morris enojados prácticamente diciéndole que este no era momento de bromas – sólo quería saber…
- No – respondió inmediatamente – sólo que una vez ella fue la que me llevó a casa después de una reunión con otros compañeros de trabajo y como nunca fui un buen bebedor no podía conducir así que ella me hizo el favor
- La cosa está fea – comentó Draiden rascando su cuello - ¿no crees Weller? No has dicho nada hace rato
- Pues sí suena complicado – respondí terminando mi cerveza – pero lamento decir que ya es hora de irme, mañana tengo trabajo temprano
- Cierto – Freeman me sonrió entre sus penas, me hizo recordar a aquellos tiempos pero sacudí esos viejos pensamientos fuera de mi cabeza y lo miré atentamente esperando a que continuara – nunca supe de qué trabajabas…
- Soy un estilista – cogí mi saco y me levante, viendo la mirada de sorpresa en su rostro – hasta otra
- ¿Uno no podría pensar en eso por cómo se ve ahora no? – dijo Morris entre carcajadas – pero normalmente se viste genial y su cabello y todo lo hacen lucir estupendo
- Él siempre tuvo buen gusto para vestir – fue lo último que escuche de la boca de Freeman antes de que saliera del establecimiento.
Mientras caminaba por las frías calles, las memorias de esos días de colegio regresaron. Los cuatro siempre habíamos sido inseparables: James Draiden, era como el líder, él siempre se encargaba de resolver los problemas que cualquiera pudiera causar y aconsejarnos por lo que sea, además de planear las bromas y travesuras; Sebastian Morris, el bromista, siempre sacándonos una carcajada y viendo el lado positivo de las cosas, aunque no muy serio cuando debía; Jaden Kent, era el “inteligente”, todo el tiempo al tanto de todo, incluyendo los últimos rumores y estrenos de pelis o series, si uno necesitaba información, era momento de llamar a Kent; y bueno yo, Christian Weller, conocido por mi buen gusto para vestir y peinar, pero siempre el más reservado. No es por presumir ni nada, pero éramos bastante conocidos en la escuela, por nuestras jugarretas y tonterías, es imposible contar la de veces que nos llevaron con el director. Pero ese pequeño grupo de cuatro chicos problemáticos pronto encontró un problema cuando en tercero de media llegó un nuevo estudiante a la clase. Alto, buen porte, una mirada rebelde, el tipo simplemente era guapo y ya que atraía las miradas de todos empezó a opacarnos. No tardó mucho en que Draiden decidiera convertirlo en el blanco de nuestras más crueles tretas. Pero no importaba cuantos baldes de agua helada le arrojáramos, cuantas arañas venenosas metiéramos en su casillero, cuantas veces lo hacíamos caer frente a todo el mundo, él seguía sin convertirse en el ridículo, por el contrario, ganó la compasión de medio colegio y nosotros su desprecio, de todos menos de él. Incluso cuando nos atrapó colgando sus cuadernos del techo, simplemente negó con la cabeza y pasando su mirada por cada uno de nosotros dijo “No puedo creer que sean tan inmaduros, pero está bien, si así se divierten entonces continúen” luego sonrió y salió del salón. Nosotros intercambiamos miradas y nos dimos cuenta de que seguir con nuestras tonterías no funcionaría así que declaramos esa la última broma. Al día siguiente lo invitamos a comer y desde entonces Steven Freeman fue parte de nuestro grupo.
Suspiré una vez llegué a casa, arrojé mi saco sobre el sofá y fui al baño a lavarme la cara y los dientes antes de acostarme. Realmente no esperaba verlo, su presencia me chocó como un tren descarrilado pero tendría que superarlo, después de todo, no es como si fuera a volverlo a ver, Steven nunca iba a las reuniones.