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La caótica vida de la Familia Real por Alexis Shindou von Bielefeld

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Notas del fanfic:

Tras de derrotar al temible rey de las tinieblas, Hirish, y a todo su ejército de criaturas del mal, la paz reino en el mundo de los demonios.

Yuuri Shibuya, nuestro despistado, amable y valiente héroe logró conseguir también la aprobación del padre de su amado Wolfram para que pudieran contraer matrimonio. Todo esto después de muchas adversidades que terminaron en muchas sorpresas. Muchas parejas se formaron a lo largo de la historia y otras volvieron a encontrar el amor.

Willbert von Bielefeld vive felizmente casado con su dulce Chéri, otra vez. Conrad vive tranquilamente con su amada esposa Hilda y su hija Sophie. Gwendal vive una vida caoticamente hermosa al lado de Anissina y su hijo Gerald von Voltaire. Y Gunter se encarga de instruir al travieso Allan y a la caprichosa Julielle, los hijos de Yuuri y Wolfram con mucho afán.

Todo está tranquilo ahora. Nada podría perturbar la paz que reina en el Castillo Pacto de Sangre. ¿O sí?

Porque el final de una historia es el comienzo de otra. Ahora veremos que tal les va a nuestros protagonistas en el diario vivir. Porque el matrimonio es una cosa y los hijos otra.

Esto es: La caótica vida de la Familia Real.

 

Disclaimer: Kyo Kara Maou pertenece a Tomo Takabayashi y Temari Matsumoto.

Notas del capitulo:

Ya no estaba muy convencida de hacer esto.

Se trata de pequeños cuentos (por decirlo así) de la vida de nuestros protagonistas favoritos ahora que ya tienen su familia propia.

No tendrán una secuela o relación entre ellos sino que serán cada una historia diferente. A menos que sean como en este caso, que sea una historia muy larga. Aquí lo dividiré en dos partes. Otros pueden ser sumamente cortos. De hecho la mayoría serán cortos.

Es solo algo para pasar el tiempo.

Ah, puede que al final de este primer capítulo se lleven una gran sorpresa. (Me avergüenza un poco), pero es algo que quise hacer xD.

 

La primera mini historia tiene mucha fantasía.

 

Comprobó la cantidad de sustancia disuelta en el tubo de ensayo «5 cm» y sonrió complacida. Un líquido rosa fucsia se vertió después en la mescla que hervía a fuego alto junto con otros componentes. Todo estaba en orden, exactamente igual que la última vez que lo había comprobado, sesenta segundos antes.

La persona que experimentaba con sustancias desconocidas y algunos polvos que producían una luz tenue se llamaba Anissina von Karbelnikoff y era un laberinto de contradicciones. De rebeldía y de poesía, de pasión y de melancolía por la ciencia. Algunos de sus días transcurrían íntegros en su laboratorio o en la biblioteca, donde encontraba sus preciados libros científicos o de magia, que eran los que más le gustaban, para después continuar experimentando en su laboratorio. Era lo bastante fuerte como para luchar por sus creencias, lo bastante terca como para seguir luchando cuando la causa estaba perdida, y lo bastante inteligente como para dar su brazo a torcer cuando se encontraba sin salida. Una mujer dura por fuera pero suave por dentro, sobre todo cuando se trataba de su familia, su esposo y su hijo. Y como toda madre, acariciaba dulces sueños y grandes ambiciones de que, algún día, su hijo siguiera sus pasos en el mundo del conocimiento y de la experimentación. Así era Anissina von Karbelnikoff, y en estos momentos estaba totalmente emocionada haciendo lo que más le apasionaba.

—Ahora va el último ingrediente —dijo en voz alta, a solas en medio de las cuatro paredes que conformaban su laboratorio.

Luego miró el libro que descansaba sobre la mesa, un viejo libro de pócimas mágicas, lo tomó y comenzó a revisarlo. Se había propuesto no cometer errores esta vez.

—A ver, un poco de polvos de inocencia, cinco centímetros de extracto de pureza, un cuarto de taza de ternura, una hoja del té de la alegría y finalmente…

Levantó su brazo y observó victoriosa el frasco que contenía su última adquisición.

—¡Cinco gotas de la fuente de la eterna juventud! —exclamó para, de inmediato, agregar  dicho ingrediente a la olla, acción acompañada por escalofriantes carcajadas de júbilo. La pócima estaba completa—. Ahora solamente debo buscar a alguien que lo pruebe —musitó con un brillo de malicia en los ojos.

 

 

El bebé más adorable del mundo.

 

—~MAL AUGURIO~— Un ave de plumas azules y gran pico sobrevolaba las torres del Castillo Pacto de Sangre diciendo—:~MAL AUGURIO~ —Cuando eso sucedía, seguramente nada bueno pasaría.

 

Wolfram von Bielefeld, esposo amado de Yuuri Shibuya y actual Rey Consorte de Shin Makoku, notó que el estómago le hacía ruidos y miró a través de la ventana deseando salir de su oficina. Se moría de hambre, casi literalmente. Una parte de él odiaba que ahora su firma tuviera un valor equivalente a la del Maou sólo por haber sido coronado como «Rey Consorte». Ahora le correspondía la mitad del trabajo y hasta tenía una oficina propia con su respectivo secretario personal: Su hermano mayor, Gwendal. Que aunque lo consentía demasiado y le hacía la mitad del trabajo, también tenía funciones que cumplir como General de las tropas del Maou, tal era el caso de esa mañana.

Se pasó una mano detrás de la nuca y movió la cabeza de un lado a otro para estirar los músculos, luego echó un vistazo a los papeles que le quedaban por firmar. ¡Ah, por fin le quedaban pocos, seguramente Yuuri se había quedado con la mayor parte de ellos, como solía hacer para consentirlo a su manera! Y por supuesto que él sabía cómo compensarlo de una manera gratificante para ambos en la intimidad de su habitación.

Sonrió a causa de sus pensamientos.

De improvisto, la puerta se abrió y su cuñada entró con algo entre las manos. Wolfram lo observó por un momento, desvió la vista y volvió a observarlo. «Una bebida de color extraño» Acostumbrado a confiar en su instinto, tenía plena certeza de que tenía que huir del allí pronto, pero el saber cómo debía actuar era cosa muy distinta.

—Anissina, ¡Qué sorpresa tan… agradable! —exclamó, poniéndose en pie y rodeando el escritorio—. Discúlpame, ya iba de salida ¿Me acompañas al comedor?…

—Alto allí, cuñadito. —La científica alzó una mano frente al rostro de Wolfram, interceptando su huida—. Necesito de tu ayuda.

¡Rayos! que Anissina te dijera «Necesito de tu ayuda», era lo peor que te podía pasar en la vida, por tu propia seguridad e integridad. Wolfram detuvo su camino, y miró hacia la puerta, anhelando salir de ahí y sintiendo cómo algunas lágrimas de pura crispación se agolpaban en sus ojos.

—¿Segura que no se lo puedes pedir a otro? ¿A Gunter, por ejemplo? —discutió de inmediato, pidiéndole perdón al susodicho mentalmente.

Pero Anissina esbozó esa sonrisa suya tan profesional.

—Regresa a tu silla, necesito explicártelo.

—De verdad, iba de salida —intentó explicar Wolfram por segunda vez, volviendo a tomar asiento tras su escritorio a regañadientes. Anissina tomó asiento frente a él.

—Esto será rápido —le dijo tranquila.

—No he visto a mi esposo en toda la mañana, me hace falta.

—Lo verás más tarde.

¡Pero qué mujer! ¡Qué dominio de sí misma! ¡Qué terquedad! Una mujer notable y muy peligrosa. Sí... estaba seguro de que era peligrosa. Se encontraba sin salida. Si intentaba huir, seguramente lo perseguiría por todo el castillo hasta atraparlo.

Ella seguía mirándolo, con las manos cruzadas en el regazo. Tan tranquila como la marea baja junto con la puesta del sol en un día de verano. No obstante, Wolfram sentía que su miedo aumentaba significativamente.

—Iré directo al grano.

La científica colocó su pócima vertida en un vaso de vidrio sobre la mesa del escritorio. Wolfram le miró intrigado, con mucho recelo.

—¿Sabes qué es esto, Wolfram?

El aludido sintió un escalofrío. Trató todo lo posible de que la expresión en su rostro no demostrara su agitación interna, aunque algo debió haber fallado porque su cuñada soltó un bufido breve y burlón.

—¡No, y no lo quiero saber! —contestó por inercia. No sentía el menor entusiasmo. Su único deseo en esos momentos era salir de aquella oficina cuanto antes. Entonces sus ojos se encontraron con los de ella... firmes, indomables, mientras sonreía siniestramente.

—¡Por fin he creado una pócima que te permite comunicarte con éxito con las formas de vidas más jóvenes de este mundo! —explicó Anissina de todas maneras—. ¿Te imaginas? La trascendencia de esta pócima puede ser clave para futuras generaciones y sus respectivas descendencias, por supuesto.

—¿Me estás diciendo que creaste una pócima para comunicarte o entender el lenguaje de los bebés? —indagó Wolfram con un gesto de reticencia, señalando la pócima de un color rosado chillón—. Sinceramente no creo que eso tenga mucha ciencia, Anissina. Un bebé llora porque tiene hambre o porque necesita un cambio de pañal. Punto.

Y Wolfram lo sabía muy bien. Con dos hijos algo grandecitos ahora se consideraba todo un experto en el tema. Claro que cierto castaño había tenido mucho que ver durante el proceso de aprendizaje. Debía aceptar que Conrad les había sido de mucha ayuda, sobre todo a la hora de darles consejos de cómo cambiar pañales.

Wolfram trató de no reírse. Lo hizo. Lo intentó con fuerza. Un pequeño resoplido se le escapó. Carraspeó para contenerse y guardó silencio, obligándose a sostener su mirada firme una vez dada su respuesta. La esposa de su hermano mayor permanecía inmóvil, con la vista fija en él y las manos todavía cruzadas sobre el regazo.

—¿Y si no es el caso? —contradijo ella con seguridad, cruzando una de sus piernas sobre la otra. Su humor murió lentamente—. Tú y yo lo sabemos porque tenemos hijos. Es difícil saber qué es lo que quieren cuando lloran por la noche, a veces toma horas volverlos a dormir y al final quedas sin saber exactamente qué era lo que les molestaba.

—Sí, pero eso es parte de ser padre. Además, nuestros hijos ya están grandecitos como para decirnos con claridad que es lo que les pasa.

—¿Y si tienes el tercer hijo pronto? ¿Qué me dices? —preguntó Anissina con mucha astucia. Las mejillas de Wolfram se volvieron tan rosas como la pócima—. Escuché por allí que el rey Yuuri desea tener un tercer hijo con mucho anhelo.

—Pues con Allan aprendimos a ser padres pues éramos primerizos, con Julliele mejoramos la técnica, estoy seguro que mantendremos el control con el tercero sin necesidad de la bendita pócima. Fin de la discusión. —Wolfram se levantó dispuesto a marcharse de una vez por todas—. Ahora, si me disculpas…

Al menos esas eran sus intenciones, pero Anissina lo interceptó de nuevo.

—Quiero que bebas la pócima, cuñado.

Alargando la mano, ella tomó el vaso y se lo puso enfrente. Wolfram contuvo el aliento.

—No lo haré.

—Hazlo por la ciencia.

—No. —Wolfram movió la cabeza en un vehemente gesto de negación—. No insistas, no lo haré.

—Hazlo por mí.

—Puedes chantajear a Gwendal de esa manera si quieres, Anissina, pero eso no funciona conmigo. —Wolfram comenzó a caminar hacia la puerta, decidido a mantener la negativa y salir de allí cuanto antes.

—Hazlo porque es tu deber como rey —insistió Anissina, tirándole de la manga de la camisa, y él siguió determinado a un «No» por respuesta.

—Mi deber como Consorte del rey es mantenerme con vida —respondió Wolfram con un destello de confianza en la voz—. Enserio, no pienso ni quiero morir por uno de tus brebajes. Además ¿Por qué no lo bebes tú en tal caso?

—No seas bobo, cuñado —Anissina hizo un mohín—. Un científico se encarga de examinar, de analizar y de tomar apuntes, no puede ser el objeto o la persona en observación.

Wolfram hizo ademán de protestar, pero desistió. En vez de eso siguió caminando.

—¡Por favor! —pidió Anissina en tono anhelante—. ¡El soldado Carter me prestará a su hijo está tarde para comprobar si la pócima funciona efectivamente!

Wolfram exhaló un profundo suspiro y se detuvo frente a la puerta por unos segundos que destetaría durante el resto de su vida.

—¿O es que acaso el gran Wolfram von Bielefeld tiene miedo? —le preguntó Anissina a sus espaldas. Su tono había cambiado. Ahora era ligeramente burlón y desafiante. Era una mujer inteligente y no quería verse derrotada. Había dado justo en el blanco.

—¿Disculpa? —Wolfram se dio la media vuelta para enfrentarse a su cuñada. Había herido su orgullo y no estaba dispuesto a dejarlo así como así—. ¡Yo no tengo miedo, ¿sabes? bebería sin problemas esa estúpida pócima! ¡Te doy mi palabra!

Luego, al darse cuenta de lo que había surgido de sus propios labios, frunció furiosamente el ceño. Tendría que haber sabido que era mejor mantener la boca cerrada cuando Anissina se ponía tan insistente.

«Te tengo…». Una sonrisilla malévola apareció lentamente en los labios de ella.

—Oh, no —musitó, gravemente arrepentido.

—Oh, sí. —Anissina se inclinó hacia delante observándole sin borrar su sonrisa, y le dijo en tono suave—: Haz dado tu palabra, ahora cúmplela, Majestad.

 

 

*****

 

 

Reportes, órdenes, inventarios, registros y presupuestos, todo estaba en orden. Yuuri suspiró y se reclinó en su silla tras haber terminado con su trabajo en tiempo record. Su cabeza estaba perfectamente despejada; le dolía un poco por supuesto, pero podía pensar con claridad. Había valido la pena, ahora tenía más tiempo para pasarlo con su familia.

Sin embargo, tan pronto como logró despejarse un poco, oyó unos pasos rápidos y sonoros desde las afueras de su oficina por el pasillo y se puso alerta. De pronto la puerta se abrió estrepitosamente y la figura de su hija apareció frente a él, respirando agitadamente y con un pequeño chichón en la cabeza.

—¡¡Papi!! —chilló.

Yuuri parpadeaba, perplejo.

—¿Julie? —se levantó de la silla—. ¡¿Pero que te paso?!

La niña tendría unos diez años como una humana común, aunque dada su naturaleza y su linaje, tenía muchos más. Julielle era una niña muy bonita y poseedora de una de las cabelleras más admiradas en la corte, tan negra, suave y brillante como la de su papá Yuuri, que contrastaba exquisitamente con sus expresivos ojos azul cielo, herencia de su abuelo Willbert. En está ocasión lo había sujetado con dos listones azules que hacían juego con su vestido del mismo color. La princesa tenía buen corazón, aunque destacaba a simple vista que era un tanto presumida.

—¡Puedo explicarlo! —gritó alguien detrás de su hija, y Yuuri se extrañó mucho más de que se tratara precisamente de su otro hijo. Se notaba que Allan había emprendido carrera detrás de su hermana para evitar a toda costa que llegara primero. Tenía un guante de beisbol en su mano derecha y Julielle tenía una pelota en su poder, Yuuri se hizo una idea de lo que había sucedido.

—¡¿Qué le vas a explicar tu?! —rugió Julielle, y lo señaló con un dedo acusador, totalmente molesta—. ¡Ya no se puede caminar seguro por los jardines de este castillo! ¡Aquí caen pelotas de beisbol como lluvia dejándote tremendo golpe en la cabeza! ¡¡Papitoooo, dile algo!! —exigió con los ojos empañados de lágrimas y refugiándose en sus brazos como toda niña consentida.

—¡Ay no es para tanto! —Allan rodó burlón sus hermosos ojos verde esmeralda al tiempo que se cruzaba de brazos—. ¡No seas tan llorona, Julie!

—Allan… —Con el entrecejo fruncido, Yuuri contempló a su hijo reprobadoramente. El menor dio un respingo con aire cohibido y se puso firme, unos mechones de cabello negro le cayeron sobre la frente con aquel movimiento. Yuuri le miró después con cariño.

Allan imitaba naturalmente su conducta bondadosa y amigable, hacía amigos fácilmente y era más humilde que Julielle. Aunque claro, era más travieso y le causaba más dolores de cabeza que la niña. Como todo niño de su edad.

—¡Sólo estaba practicando mi lanzamiento súper veloz en el patio, papá! —se excusó el príncipe travieso— Aunque debo practicar la puntería —murmuró por lo bajo.

—Sí, definitivamente debes practicar la puntería —repitió Yuuri que había logrado escuchar lo último. Echó un vistazo a la frente de su hija con más cuidado y notó que el golpe había sido leve y había sido más el escándalo—. Ya paso, mi amor, tranquila —le dio un beso en la frente—. Y tu Allan, se supone que debes proteger a tu hermanita, ten más cuidado la próxima vez ¿bien?, si Julie no tuviera la frente tan dura, seguramente esto habría terminado en tragedia.

A Allan le entraron ganas de reír, pero logró contenerse a tiempo.

—¡Oye! ¡¿Insinúas que tengo la cabeza dura?! —Julielle notó de inmediato el calor arremolinándose en torno a sus mejillas.

Allan no pudo más y estalló en carcajadas.

—Ay. —Yuuri dio un paso atrás. Se dio cuenta demasiado tarde de que había hecho un mal uso de palabras.

Su hija frunció el ceño, molesta, cruzándose de brazos. Porque, en efecto, «ay», era la palabra adecuada para describir su grave error verbal.

—¡No! —Yuuri negó nervioso, ayudándose con ambas manos—. ¡No, quise decir eso!

Julielle había formado con sus labios un tierno puchero y se mantenía de brazos cruzados, tan parecida a su otro padre. Yuuri dio la impresión de querer añadir algo más, pero, al ver a su pequeña princesa tan enfadada, decidió que sería mejor no llevarle la contraria en ese momento; porque, justamente, era tan parecida a su otro padre.

—Bueno, eso no es del todo mentira —rió Allan, pero Julielle se acercó a él y le retorció la manga de camisa llevándose parte de la piel, hasta que su hermano se quejó—. ¡Ay!

—¿Crees que esto es divertido? —Allan fue lo suficientemente listo como para mantener la boca cerrada esta vez. Julielle se volvió a su papá—. ¿Y tú no le dices nada, papi?

—Allan, pídele disculpas a tu hermana —ordenó Yuuri con un insólito tono de exasperante autoridad—. Quiero que como buenos hermanos, hagan las paces.

La propuesta pareció complacer a Julielle, pues su semblante se suavizó de forma automática y se quedó a la espera, sonriente. Aunque cuando volvió a ver a su hermano mayor, todo su enfado se concentró en la afilada mirada de advertencia que le dirigió.

—Lo siento —musitó Allan de mala gana.

—¿Eso es todo? —farfulló ella con expresión dolida—. ¿Un «lo siento» fingido?

—¡Oye! —Allan frunció los labios, como si le costase pronunciar las palabras que tenía que decir. Contempló el decepcionado rostro de su hermana, suspiró y tomó el valor suficiente para expresarse con mayor sinceridad—. Ya, lamento haberte golpeado con la pelota, Julie.

Julielle entrecerró sus ojos, y un tenso silencio se instaló entre ellos. Yuuri les miraba atentamente sin decir nada.

—Bien, te perdono —soltó Julielle tras respirar hondo y recobrar la compostura. En realidad no tenía ningún buen motivo para enfadarse con su hermano mayor, fue sólo un accidente. Uno que le dejó un chichón en la cabeza, pero nada grave.

Indiscutiblemente, Yuuri se sintió orgulloso de sus hijos. Iría a jugar un poco de beisbol con su hijo, decidió: el ejercicio le haría sentirse bien.

—¿Falta de dirección, hijo mío? —acompañó la pregunta con una amplia sonrisa de incredulidad.

El servicio de Allan solía ser dinamita y conservaba un inquebrantable espíritu competitivo que hacía que le resultase muy duro perder, pero que en el fondo era lo que enorgullecía a Yuuri. Tenía la dicha de que a su hijo le apasionara el mismo deporte que en su juventud tanto había amado y aprovechaba aquello para estrechar lazos fraternales con él.

—Algo… —aceptó Allan avergonzado, rascándose detrás de la cabeza.

—Vamos, te enseñaré algunos movimientos. —Yuuri echó el brazo por encima del hombro de su hijo antes de dirigirse a la salida. Sería divertido, y aunque llevaba varios años sin jugar en serio, conservaba algunos trucos bajo la manga.

A Allan le encantó la idea.

—¡Genial, pa'!

—Es 'papá', Allan.

—See, eso.

Julielle se llevó las manos a cada lado de la cintura, tan divertida como resignada al ver la emoción de ese par. Su padre giró la cabeza, sin detener el paso, para verla.

—¿Vienes con nosotros, Julie? —le preguntó en tono de buen humor.

Julielle no pudo menos que sonreír, aunque sólo fuera por la insistencia de su padre. Ni siquiera consideró la oferta, el beisbol no era de su gusto. Así que negó con la cabeza en repetidas ocasiones.

—No, papi. Diviértanse ustedes —respondió—. Yo iré a buscar a papá Wolfram a ver si me ayuda a hornear unas galletas.

—¡Eso suena bien! —concordó Yuuri. El entusiasmo que delataba su voz no había disminuido para nada.

—He estado practicando, papá. Te enseñaré algunos lanzamientos que pienso utilizar en el campeonato de la próxima semana.

Obviamente, su hijo compartía su entusiasmo.

—Ah, sí —respondió Yuuri, emocionado—. El campeonato estuvo muy reñido el año pasado. No deben bajar la guardia y…

—¡Julie…!

La plática se vio interrumpida por una chica que llegó junto con Gerald von Voltaire, el hijo de Gwendal y Anissina. Parecía preocupada.

—¡Alexis-sensei!

La chica era la institutriz de los hijos del Maou. Su cabello era largo y de un color azul oscuro, tan oscuro que parecía negro y tenía ojos marrones. Vestía algo similar a Gisela con su traje blanco, pero usaba falda en vez de pantalón y unas botas altas color café. En su muñeca derecha siempre usaba un brazalete, que era un obsequio de parte de una persona muy especial, y raras veces se lo quitaba.

Ella se acercó a la niña, tomó su rostro y la observó minuciosamente. Tras los segundos de escrutinio, la institutriz suspiró aliviada.

—Ay, menos mal —suspiró—, cuando Gerald me avisó, de inmediato pensé que había sido algo mas grave —miró al rey e hizo una reverencia, apenada—. Lo lamento tanto, Majestad, sólo me descuidé un poco y…

—Descuide —la interrumpió Yuuri amablemente, tranquilizándola—, los accidentes pasan y usted no puede estar todo el día tan pendiente de lo que hacen estos traviesos.

El corazón de la muchacha dejó de latir tan rápido como lo hacía anteriormente debido a la preocupación que sentía. El Maou era amable, muy amable con todos, pensó. Sonrió y acarició la mejilla de la pequeña princesa.

De repente se escuchó a lo lejos una gran explosión que venía desde la oficina del Consorte Real. Todos se alarmaron, no solo porque la explosión había sido de gran magnitud, sino por el bienestar de Wolfram. Comenzaron un rápido avance a través de los pasillos sin perder tiempo. El rey iba adelante, y cuando estuvo cerca de la oficina de su esposo abrió la puerta con una potente patada. La visión apenas era visible a través del humo y el aire todavía estaba lleno de aquel denso polvo.

—¿Pero qué?... —alcanzó a murmurar Yuuri cuando el polvo se disipó y logro visualizar la imagen de Anissina sosteniendo a un bebé que lloraba en sus brazos.

—¡Ey, que no cunda el pánico! —aclaró la inventora antes de que el rey pudiera decir otra cosa—. ¡Voy a encontrar una solución!

Sin entender nada aún, Yuuri hizo conjeturas mentales: Anissina estaba en la oficina de su esposo, habían escuchado una fuerte explosión las cuales son tan comunes cuando ella experimentaba con lo que sea, ella tenía un bebé en sus brazos, estaba nerviosa y había dicho que encontraría una solución y finalmente, el bebé de un año de edad humana tenía cabello rubio, piel blanca y ojos verdes.

«Oh no. No podía ser cierto…»

—El… el… el…bebebebe…bebé… es…  —balbució, confundido.

—¿Papá Yuuri? —Allan casi creyó ver cómo un tic sacudía los párpados de su padre. Su rostro se había tornado tan pálido como el de un fantasma, e incluso sus labios parecían haber perdido un poco de color. Temió que fuese a desmayarse. Carraspeó, intentando llamar su atención, y después le zarandeó con brusquedad—. ¡Hey Pa', reacciona! —Pero su padre continuaba ido.

—Majestad ¿se encuentra bien? —preguntó Anissina aún con el bebé en brazos al tiempo que se acercaba a él. No sabía qué más podía hacer y, presa de la desesperación, le propinó una bofetada. Él sacudió la cabeza y se llevó una mano a la mejilla enrojecida.

—¡¡¡ANISSINAAAAAAAAAA!!! —gritó poco después como un loco.

 

Continuará.

 

 

 

Notas finales:

 

Me debatí días decidiéndome si incluirme a mi misma en una de mis historias y al final tomé el riesgo. Tómenme como un personaje secundario sin mucho protagonismo si les molesta. Prometo no salir mucho. Aunque los niños son mis pupilos y eso tiene un porqué. Pero más adelante les voy a explicar eso.

Ah, Si me describía como soy realmente en apariencia me iba a parecer a Yuuri y eso no se puede, así que mi descripción es ficticia.


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