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El rey de la Muerte por Cucuxumusu

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Notas del fanfic:

Bueno, he escrito esto para el reto de tumblr de ciencia ficcion y fantasia en One Piece, decidi escribir ciencia ficcion por que siempre escribo fantasia y bueno, por variar un poco.

Espero que os guste

Como siempre los personajes no me pertenecen y cualquier parecido de un personaje o de una situacion con la realidad es mera coincidencia.

Un beso

Notas del capitulo:

Bueno, ya que el reto dura tres dias, publicare un capitulo cada dia hasta el domingo, lamento no poder publicar el de Ignis Draco, pero espero que os siga gustando.

 


La primera vez que le había visto, Kidd solo tenía diez años.


Su amigo Killer, tras mucho insistir, había conseguido que el chico pelirrojo accediese a ir con él a una de las carreras ilegales en la periferia de la ciudad. Kidd no había tenido nada mejor que hacer aquella tarde y estaba cansado de las estúpidas súplicas del rubio para que fuese con él a ver una de las famosas carreras, así que, reticentemente, le había acompañado y se había escabullido entre los pies de la multitud agrupada en la calle donde aquella noche se celebraba la carrera hasta que al final había estado en primera fila al lado de su emocionado amigo.


Aquella sería la primera carrera que Kidd vería en su vida.


Como siempre, la competición se realizaba en una de las zonas más periféricas de la ciudad, donde las luces fluorescentes del suelo tenían un brillo más apagado tras años de uso, y donde los edificios de metal oscuro y pulido estaban comenzando a desgastarse y oxidarse tras años de abandono. Era una zona donde, por mucho que quisiesen, no conseguían reflejar la elegancia y opulencia de los nuevos edificios del centro donde vivían los ricos y la gente de poder. Aquella era la zona Z, el escalafón más bajo de toda la sociedad. Las bandas peleaban entre callejuelas, los traficantes vendía la nueva droga de síntesis del momento y los huérfanos y prostitutas intentaban sobrevivir un día más al caos de la zona. Las calles estaban pintadas con grafitis de colores fluorescentes, líneas definidas en enrevesados diseños y mensajes ofensivos; las tuberías que conducían aire puro y energía atravesaban las calles como serpientes hasta el centro de la ciudad desde las fábricas del desierto, y la basura se amontonaba en las aceras sin que nadie se dignase a limpiarlas.


Era como un mundo oculto debajo de la ciudad del que la gente común desconocía absolutamente todo.


Era el mundo donde Kidd había nacido y el único que conocía. Nunca había visto otro cielo aparte del polvoriento manto marrón de contaminación que siempre se cernía sobre ellos, nunca había sentido el aire puro golpear su cara como ocurría en las películas y simplemente había dejado de intentar que el agua de su baño supiese a algo más que a metal rancio. Pero le daba igual. Adoraba su mundo. Allí no había gente falsa, allí nadie le decía qué hacer, allí sobrevivías con tus propios métodos.


Por eso, cuando Kidd estudió la calle enfrente suyo, no pudo más que volver a recalcar sus pensamientos. La calzada central donde aquella noche se realizaba la carrera había sido despejada a la fuerza por la gran multitud congregada, dejando la calle central libre de vehículos para la carrera.


Todo el mundo parecía haber ido a ver aquella carrera y Kidd rápidamente se encontró sonriendo a pesar de su reticencia inicial.


A primera vista, una carrera de skate en la zona Z20 y en mitad de la noche, no parecía algo muy emocionante ni divertido. Y por eso no llamaba mucho la atención y nunca se alertaba a la policía. La verdad sin embargo era muy diferente. Casi todas las noches destrozaban el circuito de la carrera con los trucos y fintas de los skates, casi siempre acababa alguien herido y las peleas que siempre ocurrían en medio de la carrera eran tan brutales que ni siquiera los soldados del ejército podrían estar a la altura de ellas y salir vivos. Aquellas carreras era la supervivencia del más fuerte, sin leyes ni normas aparte de llegar el primero y ganar. Y por eso se habían convertido en la primera atracción de aquel extraño mundo.


Además, técnicamente dejaban usar la energía.


Kidd nunca había visto a nadie usarla, era más bien una vieja leyenda urbana entre los pocos supervivientes del planeta, una leyenda que hablaba de gente con poderes que podía usar fuerza sobrehumana y moverse a velocidades imposibles. Decían que la gente con energía había conseguido ganar la tercera guerra y que ahora toda la raza humana descendía de aquellos legendarios seres, que todo ser humano podría aprender a usar su propia energía.


Kidd nunca lo había visto, es más, muchas veces se había reído y burlado de las historias que le contaba Killer sobre la carrera, sobre cómo la gente volaba y era capaz de destrozar edificios de un puñetazo. La curiosidad siempre había estado ahí, pero Kidd no había querido arriesgarse a ir a ver y destrozar la historia con la cruda y triste realidad.


O al menos hasta aquella lejana noche de su infancia.


La multitud a sus espaldas gritaba los nombres de los competidores de aquella noche. La gente congregada llevaba el pelo de vivos colores, como los de sus héroes, tatuajes y prótesis robóticas ilegales que en el centro de la ciudad sería un escándalo llevar. Muchos llevaban máscaras, banderas y hologramas con nombres y símbolos que Kidd no entendía pero que definitivamente parecían ser importantes. Al parecer Killer le había llevado a una carrera importante y en consecuencia la calle estaba atestada de gente subida a postes y ventanas, y sentada en el puente de hierro que atravesaba la calle y que hacía a su vez como meta de la carrera. Unos gritaban apoyando a unos, otros gritaban e insultaban al contrario, se hacían apuestas, se declaraban enemigos y mientras, agitaban las bandera con los emblemas de vibrantes colores intentando llamar la atención de sus héroes.


Kidd los ignoró y sólo se fijó en las cinco personas en medio de la calle desierta. Killer, notando su mirada y ligera curiosidad le fue señalando emocionado una a una mientras la población seguía rugiendo a sus espaldas cada vez más fuerte según se iba acercando el momento de empezar la competición.


El primero que le señaló Killer, era el rey rojo, Shanks, un hombre de unos treinta años con el pelo rojo, un monopatín granate y una sonrisa brillante. Parecía una buena persona mientras saludaba a la gente, feliz y con cara de padre satisfecho y bonachón  que definitivamente no acababa de encajar con el resto de competidores que llevaban aquel aire de asesinos en serie.


A su lado estaba el rey amarillo, un hombre de pelo rubio y miraba aburrida que se apoyaba en su skate con cara de cansancio e indiferencia, mientras observaba a un chico con pecas que le saludaba desde la multitud con demasiadas ganas. Killer le llamó Marco, y le explicó que hacía unos años había derrotado al anterior rey dorado, un hombre desagradable y excéntrico llamado Doflamingo que había albergado el título de rey durante veinte años de forma no muy legal. Otra leyenda al parecer.


Luego estaba el rey verde, un muchacho joven, casi un niño, definitivamente más joven que Kidd, que tenía una mirada dura y el pelo verde y que, a pesar de su edad, parecía mucho más maduro que cualquiera de los otros congregados. Zoro fijaba su vista sobre la carretera enfrente suyo y fruncía el ceño concentrándose entre el jaleo que le rodeaba.


Y por último el rey azul, Arlong, el rey al que todos parecían odiar por su brutalidad y desprecio y que había adquirido el trono con trucos sucios y malos métodos. Nadie parecía estarle animando pero aun así el hombre portaba una mirada y sonrisa arrogante plagada de dientes.


Aquellos eran los cuatro reyes, los que representaban las cuatro energías: fuego, aire, tierra y agua. El título siempre era el mismo aunque los reyes que lo ostentaban variaban con los años cuando perdían su fuerza y poder. Todo el mundo podía retar a un rey por el título, aunque la mayoría de las veces morían en el intento, ya que estos eran demasiado fuertes como para poder ganarles. La gente entrenaba por meses y años para intentar superarles y poder conseguir el honor y fama que suponía ser un rey, aunque desgraciadamente las peleas contra los reyes no ocurrían muy a menudo ya que la gente no era idiota, y desbancarles era prácticamente imposible.


Por eso aquella noche la multitud había enloquecido, porque aquella noche no solo habían retado a uno de los reyes, sino que habían retado a los cuatro juntos.


La quinta figura en la carretera era un joven, Kidd pensó que solo debía tener unos años más que él y, en vez de llevar algún color que anunciase su poder como parecían hacer allí todo el mundo demostrando la energía que controlaban, el chico no llevaba ninguno.


Iba totalmente de negro.


La sudadera abierta con capucha escondía los rasgos de su cara en las sombras y, aunque se la quitase, seguirán sin ver nada ya que el chico llevaba bajo la capucha una máscara blanca que ocultaba totalmente su cara bajo la siniestra mueca de un demonio. Los pantalones anchos y cortos que llevaba hasta la rodilla estaban decorados con varias cadenas gruesas de aspecto peligroso con su propio emblema colgado: una cara sonriente con extrañas púas saliendo de ella imitando un virus; y las zapatillas de cuero negro y rayas blancas parecían quemar el  suelo con un humo negro mientras el chico se movía impaciente de lado a lado con las manos en los bolsillos.


Kidd tembló sólo con mirarle.


El chico parecía la propia muerte.


Aun así, el resto de la multitud parecía ajena a aquel hecho y muchos se burlaban del chico dándole el pésame después de que este se atreviese a retar a los cuatro reyes a la vez. Kidd solo se quedó observándole fascinado por la actitud relajada y casi ansiosa que parecía demostrar a pesar de la situación en la que estaba.


Fue entonces, mientras Kidd era incapaz de apartar la mirada de la figura negra, que sonó la alarma que daba inicio a la carrera. Los cinco participantes se alinearon frente a la burda línea pintada con espray blanco fluorescente sobre el asfalto. La multitud a sus espaldas contuvo la respiración, y, por mucho que lo hubiese intentado evitar, Kidd también sintió la emoción surgir dentro suyo mientras observaba a aquellos cinco hombres dispuestos a perder sus vidas y luchar por el título del más fuerte.


El disparo de salida explotó en el aire en un juego de luces artificiales. Alto y potente haciendo retumbar el suelo bajo sus pies junto con los gritos de la multitud.


Los cuatro reyes salieron volando rápidamente, marcas de fuego arañando el asfalto detrás de Shanks y su patinete de ruedas granates y el vendaval levantándose tras Marco y revolviéndole el pelo a Kidd. La lucha comenzó al instante cuando Arlong se abalanzó sobre Zoro empujándole con ganas con un golpe de vibrante energía azul, haciendo que el pequeño niño de mirada dura se balancease sobre el patinete precariamente mientras se alejaban hasta desaparecer de la vista al torcer la esquina.


Algunas pantallas holográficas suspendidas en el aire con improvisados cables, seguían emitiendo la carrera desde lejos: a Marco alzándose en el aire y cobrando velocidad mientras esquivaba a Shanks que corría en zigzag a lo suicida entre las farolas de la calle a una velocidad imposible y riendo desquiciadamente.


 Pero Kidd les ignoró al igual que ignoró el ruido de la multitud a su alrededor explotando en gritos emocionados. El tiempo simplemente pareció detenerse mientras Kidd observaba a la figura de negro en medio de la calle aun parada sobre la línea de salida sin intención de moverse.


Paralizada.


La gente se empezó a reír a su alrededor entonces dándose cuenta de lo que hacía el quinto participante. Empezaron a llamarle gallina al chico y a gritarle que se fuera a su casa con su madre a llorar, que había perdido, que se marchase de allí. El chico sólo ignoró todos los comentarios y siguió con la vista puesta en la carretera enfrente suyo, su mirada gris y sin color enfocada como la misma muerte, perdida donde los otros cuatro reyes seguían peleando y avanzando en la lejanía.


Finalmente, cuando un improvisado comentarista anunció que los cuatro reyes habían alcanzado ya la mitad del recorrido y que un aburrido Marco estaba ganando con diferencia mientras Shanks seguía con los saltos y acrobacias estúpidas perseguido por un cabreado Arlong que había recibido una merecida herida por parte de Zoro, el chico de negro se montó en su skate mientras aquel humo negro parecía rodearle de nuevo. Kidd pensó que casi parecía como si les hubiese dado ventaja a los otros cuatro reyes, pero el pensamiento era tan estúpido y absurdo, los otros cuatro eran tan fuertes, que lo descartó al instante.


Y lo que pasaría a continuación se quedaría grabado en la mente de Kidd por el resto de su vida.


Recordaría siempre como el chico se había arrodillado e inclinado sobre el viejo patinete de calaveras peligrosamente. Recordaría el olor a quemado y el chirrido de las ruedas contra el asfalto mientras estas giraban cobrando una repentina velocidad a partir de la nada y como el chico de repente relajaría su cuerpo y desaparecería de pronto de la línea de salida.


Un sorprendido comentarista chilló al verle aparecer de repente en la pantalla con los demás reyes, suspendido boca abajo en el aire al lado de Marco y rodeado por una bruma negra.


Kidd recordó cómo la multitud enmudeció cuando el chico de la máscara macabra empezó a pelear, no con una de las energías, sino con las cuatro juntas, derrotando a cada rey en su propio terreno de una forma en que nunca antes se había visto. O como el chico hizo gala de su propia energía, aquel retorcido humo negro y denso, y en un suspiro apareció de nuevo en la línea de meta, después de haber derrotado a los cuatro reyes en segundos y de haber hecho un recorrido de una hora en apenas unos pocos minutos.


Kidd se acordaría de cómo el chico tomaría entonces la pesada copa exhibida en un pequeño estante al lado de la meta entre sus largos dedos en un silencio absoluto y desaparecería sin más dejando a toda la multitud con la boca abierta.


Aquella noche surgiría la leyenda del rey negro, la quinta energía, el rey de la muerte.


Y aquella noche, cuando apenas había cumplido los diez años y había presenciado la primera carrera de su vida, Kidd decidió que quería convertirse en un corredor.


Y derrotar a una leyenda viva.


.


.


.


~Trece años después~


 


El pelirrojo respiró hondo y obligó a sus músculos a relajarse en la oscuridad de la noche. A su alrededor la multitud apelotonada de siempre gritaba su nombre y le animaba a correr y a arrasar con todo, emocionados por la carrera entre dos de los reyes más fuertes. Kidd les ignoró. La verdad es que no sabía a qué venía tanta emoción, era la decimoctava vez que retaba al rey de la muerte, a su rival desde los diez años, mucha novedad no podía ser. Aun así, la multitud gritaba tan emocionada como siempre a pesar de todo y Kidd estaba consiguiendo a duras penas enfocar su atención en la carrera enfrente suyo y en el skate bajo sus pies.


Había instalado nuevas actualizaciones en la tabla para esa carrera y a diferencia de la que utilizaba el rey negro, aquel skake viejo de madera con ruedas de plástico oscuro, el suyo era uno de los últimos modelos. Era uno de los que había desarrollado hacia poco Vegapunk con aquellos diseños elegantes y aerodinámicos y que usaba la fuerza magnética para alzarse entre los edificios metálicos de la ciudad. Kidd lo había construido él mismo en su taller de reparaciones a partir de uno de los planos del doctor para ahorrarse el dinero que costaba comprar semejante obra de ingeniería. Porque, aunque el pelirrojo había montado hace años el pequeño taller para ganarse la vida y sobrevivir, con Killer ayudándole con el software y con la economía del lugar, siempre venía bien ahorrar algo de dinero por si pasaba algo.


Aun así, en aquellos momentos, en medio de la carrera, a pesar de que parecía tener la ventaja del skate, a pesar de la tecnología que poseía y a de que en aquellos años había crecido hasta los dos metros y había desarrollado una impresionante musculatura, Kidd no se sentía seguro de ganarle al otro rey.


El chico de ojos grises y máscaras siniestras, se había convertido en su obsesión desde que le había visto la primera vez. Kidd había asistido a cada una de las carreras del nuevo rey bajo las burlas iniciales de Killer, y había estudiado cada movimiento del adolescente mientras crecía. Había visto cómo los reyes le retaban una y otra vez, y cómo el chico seguía ganando y ganando a pesar de todo. Había estudiado cómo se movía entre aquel humo negro, cómo atacaba con las cinco energías y los diferentes trucos que usaba.


Y mientras tanto Kidd había entrenado por su cuenta. A los once años había descubierto junto a Shanks — rey que prácticamente le había adoptado como su hijo— cómo generar su propia energía, aquel fuego rojo como su cabello y violento como su temperamento, y había aprendido cómo usarlo en su propio beneficio. Construyó su primer skate tras meses de intentos frustrados en el taller y de pruebas suicidas en las pistas de entrenamiento. Escarlata intenso como su pelo y su energía, con su propio emblema y con su propio software. Durante años el pequeño skate se convirtió en una prolongación de su cuerpo mientras aprendía los trucos de los corredores callejeros y practicaba los suyos propios. Entrenó también físicamente hasta quedar exhausto para ganar fuerza y reflejos, desarrolló una musculatura que era la envidia de todo el que le veía y practicó con su energía hasta que al final no tenía ni que concentrarse al usarla y esta solo surgía respondiendo a sus deseos. Entrenó y entrenó hasta que finalmente creyó que era hora de competir de una puta vez y poner a prueba lo que había aprendido, cuando la gente comenzó a hablar de él y animarle a correr.


A los dieciocho, participó en su primera carrera y retó a su primer rey. Shanks, que se había convertido en una especie de padre para él, fue derrocado en una carrera previsible. Fue más bien como un rey abdicando a favor de su hijo y sucesor, siendo derrotado para dar paso a sangre más joven y fuerte.


Kidd se convirtió en el rey rojo aun siendo un adolescente.


Y a partir de entonces no tuvo mucho tiempo para dedicarse a seguir mejorando para enfrentarse al fantasma de negro. Kidd nunca lo había pensado hasta entonces, pero convertirse en rey realmente requería demasiado tiempo. El poder del título atraía a mucha gente y Kidd no tardó en perderse en carreras y peleas a veces sin skate y sin nada, solo a puñetazos y patadas, para conservar el título.


Killer siguió a su lado como el primer día, pero a su lado aparecieron Wire, Heat y un montón de seguidores más que rápidamente se convertirían en su banda y familia. Su pequeño taller rápidamente se convirtió en la base de la banda, en su salón en la segunda planta siempre había alguien enganchado a la red o tomando unas copas mientras charlaban de su última aventura, siempre había comida en la nevera y prácticamente parecían cuidarse siempre los unos a los otros de alguna forma extraña que reflejaba una pequeña familia.


Pero a pesar de sus nuevas obligaciones y del caos que le rodeaba Kidd no se olvidó de su objetivo.


El rey negro seguía invicto.


Los otros reyes habían ido variando, unos perdían, otros ganaban, pero el chico de la máscara, aquel del que aún se desconocía absolutamente todo, seguía invicto.


Cosa que Kidd intentaba cambiar aquel día.


Moviéndose nervioso, el pelirrojo miró a su derecha donde el otro rey también esperaba a que diese inicio a la carrera, con las manos en los bolsillos en la postura relajada de siempre. Varias personas en la multitud que les rodeaba también gritaban su nombre y agitaban la bandera con su símbolo, aunque, que Kidd supiese, el hombre no tenía ninguna banda.


El chico había crecido con los años al igual que Kidd, incluso le sacaba unos pocos centímetros. Aun así no poseía su imponente musculatura, aquella que Kidd había adquirido entrenando y pasando el día en el taller, aunque tampoco es que el chico fuese débil como había podido comprobar personalmente en varias batallas donde había recibido varios de los puñetazos del hombre, sino más bien al contrario, el chico era jodidamente fuerte.


Por el resto, el hombre seguía igual que siempre, vistiendo aquella inquietante ropa negra como en el primer día y con aquellas máscaras siniestras que cambiaban a cada carrera. Aquel día la máscara era totalmente blanca con una línea burlona pintada por boca y los agujeros para respirar y para los ojos. Aquellos ojos grises que a pesar de los años que habían pasado seguían dejándole sin respiración.


Kidd suspiró y volvió a mirar al frente hacia la carrera. Aquella vez sería la definitiva. Había estado entrenando por semanas, perfeccionando su propio estilo e inventando nuevos trucos, aquella vez iba a ganar. Así que, cuando el sonido que les avisaba para que se pusiesen en la marca de salida sonó, Kidd se convenció de que no estaba nervioso, que la mirada que le dedicaba el del pelo negro y ojos grises no se sentía como si le estuvieran acariciando a contrapelo.


La multitud rugía como siempre en torno suyo dejándole prácticamente sordo y dificultando su capacidad de concentración cada vez más. Kidd se subió a su patinete y este comenzó a flotar en el aire gracias al magnetismo que irradiaba la tabla y que junto con los edificios de metal que les rodeaban y con el metro bajo sus pies, le permitía avanzar.


A su lado, el rey de la muerte también se subió a su desgastada tabla de madera con ruedas de plástico.  Sin embargo, a pesar de la clara desventaja del viejo skate que llevaba, el movimiento desprendía elegancia y confianza, como si le diese igual qué patinete montar ya que de todas formas ganaría.  Kidd rodó los ojos, se ajustó las gafas de protección sobre los ojos y metió las manos en los bolsillos de su ajustado pantalón impaciente.


Ambos estaban listos.


Entonces la multitud contuvo la respiración mientras el disparo de salida explotaba en el cielo negro sobre sus cabezas en un colorido espectáculo y la calle estallaba en gritos. Sin embargo, al instante, la confusión inundó las filas de la multitud cuando vieron que ninguno de los dos competidores se movía de la línea de salida.


Kidd por su parte sólo se colocó sobre el skate buscando una postura cómoda mientras escuchaba al rey negro a su lado soltar una risilla incrédula. Kidd le miró de reojo a través de los cristales oscuros de sus gafas y juraría que el otro hombre estaba sonriendo debajo de la máscara. El pelirrojo frunció el ceño y dudó entre sí insultarle o si en darle un primer plano de su dedo corazón, pero por mucho que se riese el moreno, Kidd de ahí no se iba a mover hasta que el pelinegro también lo hiciese.


El rey de la muerte siempre daba ventaja a sus oponentes, fuesen quienes fuesen, era una última forma de ridiculizarles: ganarles a pesar de haberles dado la ventaja de media carrera o más, como si fuese demasiado superior como para correr de forma normal. Pero lo peor de todo era que la gente lo había acabado aceptando con los años, todo el mundo salía corriendo en sus carreras intentando alargar la ventaja, como si sacarle más distancia al rey negro que los otros supusiese algo de lo que estar orgulloso. Kidd no iba a tolerarlo más, él no necesitaba ventaja y por sus narices lo iba a demostrar. Así que, cuando el rey negro volvió a dedicarle una mirada divertida y casi solemne y se inclinó sobre el patinete como Kidd quería, el pelirrojo sonrió satisfecho.


El primero en salir de la meta fue el rey negro, desapareciendo al instante del lugar y dejando a su paso aquel extraño humo negro y el chirrido de las ruedas. Kidd rápidamente llamó su energía, cambió ligeramente su peso sobre la tabla para inclinarla y en respuesta a su demanda, esta salió despedida.


Y entonces todo desapareció y solo estuvo la carrera.


Los edificios y las luces de la ciudad pasaban a su lado en un remolino de colores, como flases ante sus ojos. Iba rápido, demasiado rápido para poder salir vivo si se caía, pero Kidd lo adoraba demasiado como para preocuparse y frenar. Desde el momento en que se había subido a una tabla y había empezado a correr, Kidd había sabido que se iba a volver un adicto a esto: al viento en su cara revolviéndole el pelo como una madre cariñosa, al mundo pasando a sus pies en un revoltijo de formas deformes, a sentir que estabas volando más rápido que una nave y la sensación de libertad y peligro.


Kidd lo adoraba.


Sin embargo, por mucho que quisiese sólo disfrutar del momento, ese no era el mejor lugar para hacerlo, en ese instante tenía que hacerle morder el polvo al egocéntrico rey negro que seguía delante de él alejándose cada vez más.


Kidd aceleró aún más su tabla, hasta que su entorno desapareció y las formas dejaron de cobrar sentido, hasta que el tiempo y espacio parecieron distorsionarse, y aceleró aún más acercándose cada vez más al rey negro y alcanzando su sorprendente velocidad. Cuando por fin se acercó y le tuvo a una distancia prudente Kidd no perdió el tiempo e ignorando la sonrisa burlona pintada en la máscara, alzó su puño en lo alto y su energía acudió a él como convocada desde otro mundo.


Kidd la hizo crecer aún más sintiendo como esta recorría su cuerpo como magma caliente hasta ir a parar a su puño en llamas. Kidd sabía que tenía un límite, aunque este dependía de lo cansado que estaba el usuario y Kidd hacía años que no se cansaba por mucho que la usase, así que absorbió y absorbió hasta que las llamas en su puño pasaron de una tonalidad roja a una blanquecina del poder que acumulaban.


Fue entonces cuando entraron en un túnel y el rey negro, viendo lo que intentaba, subió por la pared circular del túnel y se colocó sobre él para atacarle. Kidd sin embargo no le dio tiempo a prepararse y, saltando de su skate con ayuda de la energía, se impulsó en el aire y le lanzó el puñetazo candente a la cara del hombre colgado boca abajo y corriendo de espaldas.


El de ojos grises lo paró fácilmente con una mano cubierta de humo negro y desde su posición invertida fue a darle una patada que le estamparía contra el asfalto entre una nube de energía azul. Kidd también la esquivó fácilmente como en muchas de sus otras peleas, giró, y por fin pillo al hombre en las costillas con su rodilla.


Se separaron.


Kidd volvió a caer en el skate derrapando ligeramente por el suelo y el rey negro salió despedido varios metros volviendo a descender al suelo.


Salieron del túnel a un puente suspendido varios kilómetros sobre la ciudad. Kidd sonreía victorioso, casi maniáticamente, aquel había sido el primer golpe que había conseguido acertarle tras varias carreras. Esa vez era la definitiva, esa vez le iba a ganar. El pelirrojo emocionado aceleró para ponerse otra vez a la altura del moreno, pero entonces el otro rey alzó la mirada y clavó en él sus ojos grises cabreados mientras se sujetaba las costillas. Una pared de hormigón se alzó entonces entre ellos con el brillo de la energía verde.


Kidd maldijo abriendo los ojos de la sorpresa.


Iba demasiado deprisa como para frenar a tiempo. Mierda, esto era por su estúpida impaciencia, tenía que haber sabido que el otro usaría uno de sus trucos. El pelirrojo cubrió su cuerpo rápidamente con energía rojo sangre intentando detener de alguna forma el golpe del impacto y se preparó para lo inevitable. Funcionó parcialmente. Cuando chocó, el muro se quebró y Kidd paso a través suyo gracias a la velocidad e inercia que llevaba, desgraciadamente el aire escapó de sus pulmones por el impacto y por eso no vio al otro corredor esperándole enfrente suyo.


El rey negro al parecer tampoco había esperado que lo atravesase tan fácilmente y no tuvo tiempo tampoco de esquivarle a la velocidad a la que iban.


Chocaron.


Y ambos salieron despedidos de la carretera cayendo al vacío desde el puente, a la ciudad a sus pies. Kidd aun seguía demasiado atontado por el golpe como para hacer nada e intentar sobrevivir a una caída de varios kilómetros, y, por supuesto, el rey negro se aprovechó de ello y usó el cuerpo de Kidd para parar su propia caída.  Aunque el pelirrojo siempre juraría que usó su propia energía para amortiguar la caída como había hecho Kidd momentos antes.


Sin poderlo evitar, finalmente se estamparon contra la pared de un viejo edificio a medio construir de la zona central, perdiéndose en una nube de humo y derrumbando a su vez parte de la fachada sobre ellos.


Kidd se quedó tumbado un momento sobre el suelo plagado de piedras intentando recuperar su respiración y que el mundo dejase de girar en su cabeza. Le dolía todo el cuerpo y presentía que a la mañana siguiente iba a tener un conjunto de negros moratones recorriéndole el cuerpo. Pero aun así, no se rindió. A pesar de haberse caído del recorrido de la carrera y estar sepultado bajo un edificio derruido al que ni siquiera podían acceder las cámaras de la carrera, Kidd se alzó sobre los codos y gruñendo decidió volver al circuito a derrotar al rey negro. El otro había caído con él, así que cabía la posibilidad de aprovecharlo y conseguir ganar ahora.


Kidd parpadeo en la oscuridad cuando dejo de ver luces azules tras sus párpados y, dándose cuenta de que había perdido las gafas, buscó entonces atontado al moreno por si de repente le atacaba. Sin embargo fue entonces cuando sus ojos consiguieron enfocar su entorno y sorprendido tuvo que contener el aliento.


El rey negro se encontraba aún sobre él. Con las manos a ambos lados de su cabeza y las rodillas a horcajadas de sus piernas apoyando todo su peso sobre él. Sus cuerpos estaban demasiado juntos para el gusto de Kidd, tanto que el pelirrojo prácticamente podía sentir el calor que emanaba el cuerpo del mayor y aquel extraño aroma a humo y a metal envolviéndole.


Kidd se le quedó mirando entonces con los ojos como platos porque, además, se le había caído la máscara.


El pelirrojo devoró con los ojos aquella cara de piel morena y calculadores ojos grises que le devolvían una mirada divertida. El otro tenía rasgos elegantes pero fuertes, una ligera perilla le daba un aspecto peligroso y unos labios finos que le sonreían arrogantemente. Tenía pircings dorados en las orejas y el pelo negro totalmente revuelto cayéndole sobre los ojos de una forma demasiado erótica.


Kidd por un momento solo lo miró embelesado. El hombre era bastante atractivo. Totalmente su tipo. Y era algo que nunca se había esperado y que definitivamente le rompía todos los esquemas. Por un momento su mente dejo de pensar y sus ojos solo se quedaron fijos sobre esa besable boca y aquellos fuertes labios.


El otro volvió a soltar una risa burlona aun mirándole divertido y Kidd frunció el ceño en respuesta volviendo a este mundo. Daba igual que el otro fuese una de sus fantasías sexuales hechas realidad, seguía siendo el rey negro, el enemigo que había jurado abatir y el por el que llevaba años entrenando. Y el muy cabrón le acababa de usar como airbag contra el edificio contra el que acababan de chocar.


Kidd fue a gritarle, fue a empujarle y fue a lanzarse otra vez a la carrera para bajarle los humos de una maldita vez; pero las cosas no salieron para nada como él esperaba. En el segundo en que abrió la boca, una mirada de victoria pasó por los ojos metálicos del rey negro y lo siguiente que sintió Kidd fueron los tentadores labios del otro sobre los suyos.


Kidd volvió a quedarse en blanco.


Por un momento su cuerpo sólo se tensó y sus ojos se abrieron como platos mientras el otro, aprovechando su shock, arrasaba con su boca. Lamiendo sus labios lánguidamente y bailando con su lengua con una destreza y unas ganas que hicieron que los huesos de Kidd se derritieran rápidamente en una nube de calor. Los afilados dientes el mayor tiraron entonces suavemente de su labio inferior incitándole a responderle y a hacer por fin lo que no se había dado cuenta que estaba deseando hacer desde hacía un rato. Al instante siguiente Kidd se encontró devolviéndole el beso con las mismas ganas al moreno, casi muriéndose por no haber podido hacerlo antes, por no haber sellado aquello lo suficientemente rápido.


El moreno sonrió contra sus labios satisfecho entonces y volvió a besarle y a empujarle contra el suelo intentando dominarlo. Kidd peleó contra él con todo lo que pudo, aún sin dignarse a rendirse a pesar de la situación, y le mordió insistentemente la boca obligándole a dejarle entrar a él también y explorar aquella tentadora boca que tenía el mayor. El otro sin embargo era demasiado hábil con todo aquello y mantuvo sin problemas el control del beso todo el tiempo, negándole algo que Kidd estaba empezando a desesperarse por conseguir. En cambio el mayor jugó con él, le succionó la húmeda lengua de forma sucia y le mordió los labios con insistencia dejándoselos tiernos y desgastados al instante. Pero sin darle aún lo que quería. El rey negro lamió y conquistó cada parte de su boca, una y otra vez, como si no pudiera cansarse de aquello, hasta sacarle a Kidd escalofríos de placer con los que el pelirrojo acabó rindiéndose y sometiéndose al otro.


El rey negro soltó entonces un gruñido de aprobación ante su rendición e intensificó aún más el beso volviéndolo mucho más demandante y pasional. Como si intentase devorarle con él. Kidd tembló bajo el otro sin poderlo evitar ante tanta pasión e intensidad, e intentó responder como pudo al agresivo ataque del mayor, sintiendo como a cada minuto que pasaba sus pulmones gritaban más por aire.


Sus manos aferraron entonces los bíceps del otro a través de su chaqueta en un intento por que el moreno le diese un momento para respirar. El mayor ignoró totalmente su súplica y a cambio, le devoró aún con más ganas, casi posesivo, besándole con la boca abierta, lamiéndole intensamente de una manera tan insinuante y sensual que solo provocaba que Kidd comenzase a calentarse a pesar de la situación en la que estaban. Sin poderlo evitar más, y sintiendo que si no hacía algo iba a morir asfixiado, Kidd gimió contra la boca del mayor pidiendo clemencia.


Y solo entonces el mayor se separó de él.


Kidd jadeo con los pulmones a punto de estallar. Sentía su pulso latiendo rápido en sus orejas, su cara roja de vergüenza y además le dolían los labios tras el ataque del mayor. Su mente seguía en blanco sin entender la situación y el otro seguía mirándole con aquella mirada intensa y famélica en sus ojos grises, como si dudase de si volver a devorarle la boca en otro de aquellos alucinantes besos o hacer algo aún peor.


Kidd finalmente frunció el ceño decidiendo volver a chillarle que cojones estaba pasando. Aquello era absurdo, no era el momento ni el lugar para aquello. Aunque no es que hubiese algún otro lugar. Eran rivales. No deberían haber hecho aquello nunca.


Sin embargo, antes de que pudiese volver a hacer nada, el otro le dio un suave beso en la frente callándole al instante, se levantó de encima suyo con aquella sonrisa arrogante, y se dirigió a la pared derruida. La luz azulada de la ciudad volvió a iluminar su figura con una intensidad macabra. El rey de la muerte pasó entonces su mano por su cara y el humo negro se volvió a transformar en la máscara de sonrisa retorcida que había llevado antes.


Kidd sin embargo ni se movió y solo le observo mientras el otro se volvía a subir en el patinete que había quedado sepultado bajo una pila de escombros. El pelirrojo sabía que él también debería recuperar el suyo propio y volver a la carrera, esta era una buena oportunidad para vencer al otro, ambos estaban cansados y aún seguía estando aquella extraña tensión entre ellos, pero Kidd no se podía mover. Aun sentía sus huesos derretidos y sus músculos temblar, aun sentía su cara roja, su respiración acelerada y una ligera erección creciendo entre sus pantalones ajustados.


No podía volver así a la carrera.


Kidd observó el techo derruido mientras escuchaba al otro preparándose para saltar. Sin poderlo evitar le miró de reojo y se dio cuenta de que el otro también estaba observándole intensamente y sonriendo de nuevo, casi orgulloso y satisfecho debajo de la máscara.


—Nos vemos, Eustass Kidd—susurró con una voz tranquila y grave antes de saltar al vacío y desaparecer del lugar.


Kidd cerró los ojos torturado sintiendo la voz del otro sacándole aún más escalofríos. Esa maldita voz. Era la primera vez que le había oído hablar y ahora sabía que no iba a poder borrarse aquella voz grave de la mente y que a partir de ahora llenaría muchas de sus fantasías.


El pelirrojo gruñó frustrado. ¿Qué narices estaba haciendo? ¿Qué mierda estaba pasando?


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A partir del incidente del beso, la motivación de Kidd por competir fue reduciéndose por momentos. No sabía qué narices había hecho o qué estúpido botón había apretado pero a partir de entonces sus carreras contra el rey negro se convirtieron en una especie de tortura para Kidd.


El moreno había adquirido una especie de obsesión con él.  Cada vez que corrían en otra competición, el mayor se aprovechaba de él y comenzaba a manosearle con ganas el trasero cuando nadie les veía o susurraba ideas subidas de tono en su oído cuando se juntaban al pelear. Carrera tras carrera. Y la cosa cada vez iba a peor. Kidd al instante enrojecía e intentaba golpearle perdiendo absolutamente la concentración y la estabilidad del skate. Estaba empeorando en las carreras y lo sabía. Killer le miraba con preocupación cada vez que volvía a casa tras una pelea, y Wire ya había tenido más de una conversación con él preguntándole si todo estaba bien.


Aun así Kidd no podía decir nada. Después de todo el pelirrojo no sabía si el idiota del rey negro lo estaba haciendo en serio o solamente le estaba jodiendo para ganar. Aunque tampoco es como si quisiese que fuese en serio, por muy bueno que el otro estuviese y por muy ingenioso que fuese en sus comentarios, Kidd quería ganarle, no meterle en su cama.


Aun así aquel día no iba a perder, aquel día tenía una idea para resolver algunas de sus propias dudas, por fin iba a dar por concluidas las bromas subidas de tono del otro e iba a ganarle. O eso esperaba, el movimiento era bastante arriesgado la verdad y también podía salir muy, muy mal.


Así que, respirando hondo, volvió a acelerar la tabla y volvió a situarse al lado del rey negro sin problema. La ciudad volvía a desaparecer en un amasijo de luces y Kidd, a duras penas consiguió relajarse aquella vez mientras sentía ya la mirada del rey negro sobre su cuerpo.


Hambrienta.


Kidd no pensó en ello, en cambio le lanzó una pequeña onda de energía roja contra el otro intentando distraerle mientras rápidamente barría una patada intentando tirarle. El rey negro por supuesto le esquivó sin problemas de un salto y cuando volvió a caer sobre la tabla le lanzó un puñetazo. Kidd lo paró mientras el otro se volvía a juntar contra él debido a la inercia.


Kidd suspiró y esperó lo inevitable.


—Me encantaría saber cómo eres en una cama Kidd. Seguro que encajas otras cosas igual de bien que encajas los puñetazos—susurró en su oreja con aquella voz grave y ronca — ¿No te gustaría que te enseñase algunos nuevos movimientos?—


Kidd tembló y sintió su cara enrojecer, pero esta vez no iba a permitir que esto siguiese así, tenía que hacerle entender esto tenía que acabar o cosas malas pasarían. Así que le agarró de la camisa negra que llevaba atrayéndolo aún más contra él, pegando sus pechos y, ocultando su cara de las cámaras, le respondió como había planeado.


—Cuando quieras, cielo—dijo antes de lamerle el lóbulo con los dorados pendientes de la manera más sucia que pudo—te estaré esperando con ganas— murmuró con una voz necesitada y suplicante que nunca había puesto, y luego, sin más, se separó del otro con fuerza lanzándole a la otra punta de la carretera.


Era la primera vez que respondía a alguna de sus insinuaciones, y, aunque sentía su cara roja como un tomate por lo que acaba de decir, el truco funcionó a la perfección.


El moreno se quedó en shock durante un momento y perdió velocidad. En cambio Kidd se impulsó aún más y rápidamente le sacó ventaja. Y a partir de entonces la carrera tomó un rumbo fijo, Kidd ganaba con diferencia por la ventaja que había cobrado, y cada vez que el moreno se acercaba demasiado, Kidd le golpeaba duramente con energía o con lo que fuese, impidiéndole adelantarle.


Al final divisaron la meta.


Kidd aceleró aún más, sintiendo la energía bombear en sus venas con demasiado poder. Se estaba pasando al usarla y lo sabía, pero le daba igual. El moreno seguía acercándose viendo también la meta y dándose cuenta de que iba a perder.


La distancia entre ellos era demasiado grande. Kidd gruño sintiendo sus músculos derretirse bajo el impulso de la energía roja, pero quedaba tan poco.  Con un último rugido el pelirrojo cerró los ojos y sintió el patinete cruzar al fin la línea de meta.


Había ganado. Al maldito bastardo que le había besado y que se creía el rey del mundo. Kidd seguía con la cara roja y la cosa seguía sin mejorar.


Incluso empezaba a marearse.


Lo que ocurrió a continuación quedó  borroso en la mente de Kidd. Tras un momento de silencio, la multitud corrió a alabar al nuevo rey de reyes que había caído desplomado tras el esfuerzo sobre el asfalto. Alguien le tendió un trofeo, alguien le abrazó y alguien consiguió arrastrarle lejos de la multitud gritando en torno suyo.


Kidd sólo sonreía arrogante mientras sentía una mirada furiosa clavándose en su nuca.


 


 

Notas finales:

Se que es largo y lo siento, la cosa empezo como un One-Shot, pero como ya sabeis soy incapaz de escribir uno. Asi que tendra tres capitulos U^U

Hasta mañanaaa~


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