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Monuments and Melodies por Kaiku_kun

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Notas del fanfic:

Monuments and Melodies es mi primer fanfic. Soy más fan de los originales, así que por eso es un original. Es un songfic, porque paso 8 horas al día con música martilleando mi cerebro. Los nombres de los capítulos serán canciones que me gustan o veo apropiadas para el argumento del capítulo. De ahí al título, Monuments and Melodies, nombre dedicado a la canción del mismo nombre de la banda Incubus. Para los que no la conozcan, es una bonita balada, dejo el link: Incubus - Monuments and Melodies

Este fic es de los largos. Si buscáis algo más corto, probad con estos one shot: "La herida que nos unió", "El hada del viento" y "One Shot to Glory"

Quiero dar las gracias a los que lo lean y me hagan reviews constructivas y a mi maravillosa lectora beta Tem-chan!

Para todos aquellos que querráis seguir mis otros fics y ver algunas fotitos chulas, aquí os dejo mi página de facebook! Un like es felicidad! Y si se comparte es aún mejor! https://www.facebook.com/kaikufics/

Notas del capitulo:

Néstor llega finalmente a su nueva casa. ¿Con qué se encontrará? ¿Le va a gustar su nuevo ambiente? ¿Y quién es ese misterioso chico de la capucha?

 

Este fic es de los largos. Si buscáis algo más corto, probad con estos one shot: "La herida que nos unió", "El hada del viento" y "One Shot to Glory"

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¡Gracias por leer! Nos vemos abajo :)

1. Sting - Brand New Day

 

—¡No corras! ¿A dónde vas? —le gritó. Ese desgraciado sabía disimular muy bien su voz cuando se trataba de pasar cerca de otra gente—. Vamos, ¡quiero disculparme!

—¡Déjame en paz, degenerado! —le espetó, para que todos supieran qué era. Pero aunque corriera con todas sus fuerzas, aunque gritara hasta desgañitarse para asustar a la gente de su alrededor, ninguno le escuchaba. Nadaba a contracorriente en un mar de gente que apenas se percataba de su existencia. En cambio, todos saludaban amablemente a Kilian, su enemigo, su perseguidor, su acosador, ese mentiroso despreciable—. ¡Ayudadme! ¡Es un mentiroso! ¡Es un psicópata! ¡Ayudadme, joder!

De repente, la gente se acabó. Desapareció. Aquella calle superpoblada se convirtió en oscuridad. Néstor no fue capaz de seguir corriendo. La oscuridad se lo tragaba como si fueran arenas movedizas. Cerró los ojos rezando para que fuera un sueño, pero cuando los volvió a abrir, se encontró atado con cuerdas de arriba abajo, amordazado. Apenas podía moverse. Y Kilian estaba encima de él, con una sonrisa sádica y unos ojos temibles.

—Néstor, Néstor, Néstor… por fin puedes dejar de huir. Por fin puedo tenerte solo para mí. ¡Eres mío! —Entonces se acercó a su oreja solo para verlo palidecer al oír de esa boca su nombre de nuevo—. Néstor…

*  *  *

—Néstor… —No era la voz de Kilian. Era mucho más agradable. Alguien le estaba zarandeando con una mano—. ¡Néstor! Despierta. Hemos llegado.

Abrió los ojos. Todo había sido una pesadilla. O parte de sus recuerdos, quizás. Pero estaba a salvo. Estaba en el coche de su tío, que lo había traído hasta su nuevo hogar, lejos de sus recuerdos y pesadillas. Se cargó la mochila a la espalda y salió del coche.

Lo primero que notó fue el fresco. Se acercaba el invierno y se notaba mucho más en esa ciudad de montaña que no en la costa donde había vivido hasta entonces. Miró a su alrededor. No parecía un lugar distinto a su ciudad natal, pero lo era, con esas montañas tan cercanas a la ciudad.

—Vamos, el edificio de la universidad está aquí mismo —le instó su tío—. Aún quedan algunas cosas por hacer.

El edificio de la universidad parecía sacado del dibujo de un crío de cuatro años, con esas formas arrugadas, esas planchas metálicas puestas como al azar… Nunca había entendido como se podía construir semejante aberración, en especial si diariamente miles de personas iban a estudiar allí dentro. Por suerte, por dentro ya se parecía más a una universidad normal y corriente. Aunque no había casi nadie, porque era domingo.

Estuvieron un rato con el profesor que había conseguido incorporar en el último segundo a Néstor en el nuevo curso de Geología.

—Has estado de suerte —le dijo, mientras Néstor se paseaba, algo intranquilo, por el despacho. Al profesor no pareció importarle—. Hubo algunas bajas durante el último año y te hemos podido meter sin problemas a tiempo para que empiece el curso. También estoy al corriente de tu situación, yo y el resto de profesores del grado estaremos pendientes.

Eso no le hizo sentir mucho más seguro, pero siendo un sitio totalmente nuevo, sería más fácil avisar a algún profesor si él corría peligro.

Después de estar hablando un rato más, Néstor metió prisa a la tertulia para poder relajarse al fin en su nueva casa.

—Está cerca de la universidad, prácticamente es como cruzar la calle —le contaba su tío mientras salían del recinto de la universidad—. De hecho, todo el bloque está destinado a estudiantes, así que probablemente hagas amigos rápido.

Mientras decía eso, salieron de la avenida donde estaba la universidad, giraron una esquina y se metieron en una calle algo más estrecha, de una sola dirección, pero suficientemente ancha para tener árboles en la acera. Unos metros más allá, un chico, totalmente cubierto de ropa negra o gris, con la cabeza encapuchada y abrigado con una chaqueta larga del mismo color, le estaba mirando fijamente de una forma que le dio algo de miedo. “¿Que no tiene calor este animal?”, pensó, cuando consiguió despistarse de esa mirada. Realmente ese hecho le hizo gracia. Pero había algo raro que no consiguió distinguir, porque su tío torció otra esquina.

—¿Ves? Es ese portal —le señaló. Era el primero después de torcer la esquina. Aunque esa calle era algo más oscura y con el paso de los coches prohibido, estaba muy cerca—. Es una calle que lleva al centro, no te preocupes, parece que no, pero es ruidosa.

—¿Cómo lo sabes?

—Pues porque vivo en el mismo edificio al que vas a vivir tú. ¿Recuerdas? Soy el que administra el edificio. Así que si me necesitas, siempre me tendrás cerca.

—Gracias —dijo, distraído, mientras entraban.

Por fuera parecía un edificio bastante hecho caldo, pero por dentro era como si lo hubieran restaurado por completo sin eliminar aquel aire de casa antigua, robusta, con esas baldosas con dibujos que creaban mosaicos. De pequeño recordaba haber estado en una casa con ese ambiente y le había encantado.

—Podría acostumbrarme a esto… —comentó en voz alta, con una sonrisa en los labios por primera vez en horas.

—Sabía que te gustaría.

Abrió la puerta y le dio la llave. Estaba todo preparado para su llegada. Comida para una semana, todo limpio y ordenado (y curiosamente moderno, como contraste) y armarios vacíos y listos para meter cosas dentro.

—Hay dos habitaciones. Normalmente los alumnos llegan al edificio al cabo de pocos días de empezar el curso. Tendrás compañero pronto. ¿Empiezas las clases mañana, no?

—Sí. Me voy a aburrir un poco, por eso.

—Ah, sí. No recuerdo en qué habitación está, pero hay un futuro geólogo rondando por aquí. Cuando lo sepa te lo digo, ¿te parece?

—Claro.

Entonces su tío se disculpó y se fue a hacer recados. Néstor se paseó por la casa, dejando la maleta tirada por ahí, como ya era costumbre, y encontró las habitaciones y el baño, que estaban puerta con puerta.

—Esto va a ser “batalla por el baño versión extendida”…

Entonces los nudillos sonaron en la puerta.

—¿Hola? ¿Algún orco al acecho?

—¿Cómo dices? ¿A quién llamas orco? —replicó Néstor, acercándose a la puerta. Allí había un chico rubio, de su edad quizás, con pinta de distraído, asomando la cabeza y poco más por el marco de la puerta—. ¿Quién eres?

—Soy… —empezó, señalando con el pulgar la puerta de su espalda— el vecino de enfrente. Debes de ser el nuevo.

—Pues sí.

—Bueno… ya sé que esto es para estudiantes, pero no es demasiado prudente tener la puerta abierta de par en par. Prueba de mantenerla cerrada, no queremos cristales rotos por la corriente. En esta ciudad es fuerte.

Néstor tuvo un momento de recuerdos malos y le cerró la puerta de sopetón. Se pudo oír perfectamente como ese chico se cayó de culo en el suelo y un sonoro “Ay” retumbó por el pasillo.

—¡Pues ya está cerrada!

—Mejor así —dijo el chico, como si nada hubiera pasado—. Suponiendo que no te hayas enfadado mucho conmigo, ¿puedo preguntarte cómo te llamas? Yo soy Mario, estoy con mi prima en la puerta de delante.

—¡Néstor! —le respondió, casi gritando, básicamente porque no sabía si le oiría. Aunque sí seguía molesto, en parte por esa presentación rara, en parte porque no esperaba tener visitas tan pronto y hubiera querido mentalizarse.

—Te oigo, te oigo, cuesta algo calibrar el sonido en este edificio… —volvió a contestarle Mario como si hubiera sido algo normal—. Oye, si te aburres esta noche, mi prima Vera y yo estamos aquí enfrente, podemos jugar una partida al Uno o algo…

A medida que Mario le lanzaba la propuesta, Néstor se alejaba de detrás de la puerta haciendo ruido a propósito con los pies para que se diera cuenta el pesado ese de que quería estar solo. Al final, justo antes de cerrar la puerta de una de las habitaciones para estirarse en la cama, pudo oír un “Piénsatelo” y también como se cerraba suavemente la puerta del piso de enfrente.

Solo quería un rato asolas. ¿Qué costaba? Pero ya daba igual. Si alguien llamaba se iba a tener que joder, porque iba a ponerse sus cascos y se iba a alejar del mundo escuchando a Sting. Aquella canción que siempre sonaba como si fuera el amanecer de los tiempos (de ahí el nombre, supuso), conseguía relajarle y nunca le abandonaba si tenía el mp3 o el móvil cerca. Era la canción que siempre le sacaba de todos sus apuros. Empezar de nuevo era un tema adecuado en ese caso. No tardó en darse cuenta que iba a caer rápidamente dormido.

No soñó nada. Solo iba oyendo las canciones que se iban sucediendo como si en su mente dormida no hubiera nada más. Pero eso le ayudaba a descansar. No era la primera vez que le sucedía. De hecho, se sentía más en paz durmiendo así. No podía tener pesadillas si la música obstaculizaba sus sueños. Kilian no aparecía. Su ya anterior vida no aparecía.

Cuando le pareció que habían pasado horas, abrió los ojos. Se sentía más relajado, descansado. Miró por la ventana de esa habitación. Era casi de noche. Le iba a costar dormir luego, por dormir más de la cuenta por la tarde. Entonces recordó a Mario. Ahora le sentaba algo mal que le hubiera sido antipático, con lo amable que él había sido.

—Creo que debería presentarme de nuevo… —dijo en voz alta. La música no le respondió. A veces lo hacía, en forma de un verso adecuado, otras uno de contrario. Pero esa vez no. Simplemente pasó de él.

Llamó a la puerta de Mario un par de veces. El tío se hizo esperar, casi esperó un minuto ahí fuera. Le molestaba ese tipo de gente que se hacían de rogar. Mucha vanidad.

—¡Néstor! Al fin te has decidido, pasa. Perdón por tardar en abrir —se disculpó, mientras le indicaba al joven que se sentara en el sofá, delante de una mesilla—, me había quedado dormido después de la ducha y tenía que ponerme algo de ropa.

—¡Pero si te pasas el día yendo medio desnudo por la casa! —dijo una voz femenina, desde una de las habitaciones.

—Y esta tocapelotas es mi prima Vera —dijo, con toda normalidad, como si su crítica no le hubiera afectado y llamarla “tocapelotas” fuera lo más habitual del mundo—. Tiene veinte años, dos menos que yo.

Mientras Mario hablaba, se fijó en ambos. Eran muy parecidos. Mismo tono de pelo rubio, facciones muy similares… bueno, Vera era algo más bajita y su pelo era largo y ondulado, pero aparte de eso eran muy parecidos. Costaba creer que solo fueran primos. Cuando Vera se estiró encima de Mario, que estaba sentado, no pudo evitar fijarse en los pechos de ella y en los hombros de él. Odiaba fijarse en esas cosas, no le gustaba ser superficial, pero tenía que reconocer que su familia les había pasado buenos genes a ambos.

—Se me va a poner dura si sigues en esa postura… ¡Anda, rima y todo! —comentó Mario a su prima, como si fuera lo más natural del mundo. Parecía que todo lo que decía o le decían simplemente le resbalara. Néstor se puso rojo ante el comentario. No iba para él, pero se dio cuenta de su propia situación y se alegró que Mario lo hubiera dicho. Eso asustaría a Vera.

—Eres un asqueroso —le replicó, para nada alterada, ella—. Una ya ni se puede poner cómoda… ¡Que tienes novia!

—Oye, si me pones tus magníficos pechos delante de las narices, yo no estoy en facultades de controlar mi cuerpo.

Entonces ella se levantó definitivamente y Mario hizo como que se acababa de acordar que Néstor estaba de espectador en esa escena.

—No te asustes, esto es el día a día. Además, Vera tiene demasiados prejuicios para admitir que le gusto.

Eso no ayudaba a que le pareciera menos rara la escena. Hasta entonces no se había dado cuenta de los prejuicios que tenía él mismo.

—¿Te importa si ponemos música? —le preguntó Vera, como si la escena nunca hubiera existido. Debía de ser cosa de familia eso de actuar siempre de forma normal ante todo.

—No, adelante, me gusta escuchar música.

—Caray, ha articulado una frase entera… —replicó perspicazmente Mario. Néstor le lanzó una mirada asesina, pero fue como si simplemente se desvaneciera, porque en vez de una cara de tocapelotas, se encontró con una sonrisa amistosa y alegre—. ¿Ves? Mucho mejor así.

—¿Así cómo?

—Sin mirada asesina.

Néstor desvió la mirada hacia el móvil que emitía música para disimular su indignación, por lo fácil que le había resultado a Mario desvanecer su mirada. Maldita sonrisa y maldito él por darle tan poca importancia a todo.

—Bueno, empecemos de nuevo —dijo Vera mientras se sentaba con la baraja del Uno en sus manos—. Eres Néstor, tienes veinte años y estudias…

—Geología —contestó, mientras recibía sus siete cartas. No podía creer que fueran todas rojas y verdes. Y empezaban con azules.

—¿No me digas? ¡Yo también!

—¿Así que eras tú? Mi tío me había dicho que alguien del edificio también estudiaba geología.

—¿Tu tío? —preguntó Mario, desorientado, mientras lanzaba su carta con una sonrisa malvada en la cara.

—Sí, vive en el edificio.

—Oh, ¡el propietario! No sabía que tuviera sobrino. Nos conocemos desde el año pasado. Tu tío me cae bien.

—¿En serio? —le replicó Vera, con una mano en la frente—. ¿Cuándo te detendrás?

—Bueno, oye, hay que mantener las puertas abiertas, ¿no?

—¿Alguien me puede explicar qué está pasando aquí? —interrumpió Néstor. Tenía cierta idea de qué iba la cosa, pero ya que se estaban conociendo estaría bien que le hablaran a él, de vez en cuando.

—Cuando este italiano cabrón dice que le cae bien alguien es que considera que está bueno o que le gusta.

—Oye, sabes que a la hora de la verdad soy inofensivo —se quejó, con voz natural, Mario—. No me gusta ir de chulo. Soy monógamo y punto. Solo me gusta tocarte las narices de vez en cuando.

—Entonces eres… —empezó Néstor.

—Bisexual. Pero que conste que no es por el cuerpo. Aunque el de tu tío me gusta…

Que un desconocido hablara de su tío con tal ligereza le molestó. No aguantaba ese tipo de gente. Así que le lanzó un +4 con toda su rabia.

—Uno. Qué fácil ha sido —dijo él, mientras soltaba otro +4. La cara de Vera era de odio total—. Tenía que provocarte para que lo lanzaras, no te lo tomes a mal. Ya te he dicho que yo no soy así. Pero si juego al Uno, juego bien. Y de paso le toco las narices de nuevo a aquí la “Maestra ocho”.

—Vete a la mierda —replicaron a la vez Vera y Néstor. Eso provocó una sonrisa de ambos, por la coincidencia.

Pasaron unas tiradas en silencio, mientras Néstor meditaba. No estaba acostumbrado a encontrarse a alguien como Mario. No sabía con qué ojos mirarle. Vera se dio cuenta de sus pensamientos.

—No te preocupes, tiene novia —dijo, mientras Mario levantaba una mano como si lo jurara—. Pero ya te acostumbrarás. Tenemos amigos de todos los tipos. Bisexuales, homos, heteros… nos da igual. Mientras se les pueda llamar amigos. Yo soy hetero.

—O eso dices —replicó Mario, con cara de diablillo.

—¡Como me toque una carta de cambio de sentido vas a morir tanto…!

—Y ya que estamos en ello… —dijo Mario a Néstor, ignorando el comentario de su prima—. ¿Qué te gusta? Quizás te pueda recomendar a alguien… asumiendo que no estés con nadie.

Por una vez, Vera no le detuvo o le replicó. Ella también quería saber. Pero Néstor no quería oír hablar de eso. Nada más hablar de relaciones, aparecían el miedo, los recuerdos y las pesadillas. Pero tenía que responder algo.

—No… No lo sé.

—¿Cómo que no lo sabes? Eso no es posible. Bien que te debe de haber gustado alguien en el pasado, ¿no?

—Mario —le advirtió Vera. Néstor estaba empezando a temblar, mirando fijamente sus cartas.

—¿Qué? No es tan difícil. A ver, Néstor, ¿cuál te gusta más, mi cuerpo o el de Vera?

—¡¡NO QUIERO HABLAR DE ESTO!! —gritó, dando manotazo sobre el montón de cartas. De su mano habían salido sus tres últimas cartas, dos “no tiras” de distinto color y un tres rojo. Néstor estaba empezando a sudar, su mirada no estaba en esa habitación, mirando la mesa, estaba entre sus recuerdos otra vez.

—¡Qué calladito se lo tenía! —dijo, simplemente, Mario, observando las cartas de Néstor—. El nuevo nos ha ganado… Una jugada magistral. ¡Tres cartas de una sola vez!

Vera se levantó sin decir nada, cogió un vaso con agua y se lo dio a Néstor para que se relajara. “Menudo primer día”, pensó el chico, mirándose el vaso. Al cabo de dos tragos, una melodía conocida sonó. Era su canción. Era Brand New Day. Con solo unos segundos consiguió calmarlo por completo.

—Así que te gusta Sting… tu sabes de buena música —comentó Mario, mientras guardaba las cartas en su caja.

—Es mi canción. Consigue que me calme y me deja pensar con tranquilidad. Perdonad todos los gritos.

—No pasa nada.

—No es por nada —siguió Mario, a su rollo—, pero para ser tu canción, parece que no estás de acuerdo con ella.

—¿Cómo?

—¿Sabes de qué va la canción?

—De empezar de cero.

—En parte sí. Pero va de nunca dejar de creer en el amor pase lo que pase, de intentarlo una y otra vez, porque el amor no va simplemente a desaparecer. Por eso que sea tu canción es algo raro, a juzgar por lo que acaba de pasar.

Néstor se quedó en silencio. Su canción predicaba con todo lo que él no había conseguido. Incluso sabiendo lo lejos que estaba físicamente de su pasado, de nuevo, y después de tanto tiempo, no había encontrado la manera de volver a aceptar ningún tipo de amor. Ese maldito bastardo psicópata de Kilian lo había impedido.

—Creo… que necesito estar solo —dijo solamente, como respuesta.

—Está bien. Bueno, ha sido divertido, ¿no? Tenemos que quedar más días. Mañana por la mañana te damos un toque y vamos los tres juntos a la universidad, ¿qué te parece? Vera te guiará un poco.

—Está bien. Gracias chicos.

—De nada —dijo, con voz algo preocupada aún, Vera. La canción acabó justamente cuando Néstor cerró la puerta de su piso. Aún pudo oír—: Menudo tacto, primo.

Pero Mario tenía razón, pensaba Néstor. Ya puestos a empezar de cero, también en el amor podría ser posible, ¿no? Pero realmente no sabía o no recordaba que le gustaba. Kilian había estado desde hacía tanto, atormentándole, que nunca había tenido la confianza y la seguridad de enamorarse sin que su acosador se lo cargara o algo. Si tenía que sufrir alguien, que fuera solamente él. Por eso había rehuido el amor.

*  *  *

Como ya había predicho, Néstor consiguió dormir un par o tres de horas. Entre la larga siesta y el comentario de Mario, el pobre había estado dando vueltas sobre qué hacer o por dónde empezar a buscar. Aunque cuando se despertó gracias al móvil pensó que ya empezaba mal si tenía que buscarlo.

—¿Néstor? ¿Estás listo? —Era Mario, que llamaba a la puerta.

Realmente Néstor no sabía cuánto tiempo había pasado desde levantarse hasta encontrarse con la taza en la mano mientras Mario llamaba. Iba tan zombi que se miró y se sorprendió de llevar la ropa puesta y que la mochila con su portátil estuviera ya en la puerta.

—Hola —dijo, abriendo la puerta, ya listo para irse.

—Menuda cara, ¿de qué tumba te has levantado hoy?

—Mario, no empieces. —Vera estaba intentando llevárselo de delante de Néstor, ella tenía más cara de saber qué tipo de puñetazo se iba a llevar su primo si seguía por ahí.

—No, ahora en serio, ¿qué puede tener una tumba de bueno o de malo para que un zombi se despierte de mejor humor o de peor?

—Pero eso es el ataúd —contestó Vera, cuando se hubo asegurado de que el puño de Néstor no llegara a Mario—. La tumba es en general. El ataúd es la caja. Néstor se tendría que haber levantado de un ataúd.

—¿De veras estamos discutiendo si me he levantado de una tumba o de un ataúd? —En realidad la conversación le parecía algo graciosa. Típica de tres zombis mosqueados por tener que ir a la universidad.

—Ya no —negó, con entusiasmo, Mario—. Ahora la cuestión es: ¿qué desalmado (nunca mejor dicho) te ha metido en un ataúd tan incómodo como para que te despiertes con esa cara?

—¿Vincent Price?

Mario y Vera se quedaron un momento quietos, sorprendidos.

—¡Tío, la has clavado! —Mario se giró cara Néstor solo para decírselo, hasta parecía que la respuesta era digno de abrazo, pero supuso que se ganaría la ostia, así que se puso una mano en la cabeza para disimular—. Es que no encuentro mejor respuesta. Vincent Price, qué actorazo.

No podía decirse que fuera una gran cosa, pero haber sorprendido a sus nuevos amigos había hecho salir a Néstor del edificio con una sonrisa y un poco de orgullo. En respuesta, una gélida corriente de aire, pese a estar acabando el verano, le subió por la espalda y le puso la carne de gallina.

—¡Coño, qué frío!

—Te tendrás que acostumbrar, esta ciudad tiene su forma particular de dar los buenos días…

—¿Estás de coña? ¡Me encanta! Estaba harto del calor que hacía en la costa.

—Otro majara. Vera, te vas a llevar muy bien con él, a este paso.

—Es que odia el frío —le comentó Vera, para que quedara como si fuera un secreto—. Y el calor. A decir verdad, no hay temperatura ideal para él.

—¡Claro que la hay! Me basta con un día nublado en el que pueda llevar jersey sin problema y no haya viento.

—Casi nada. Menudo pijillo meteorológico estás hecho.

Néstor y Vera estaban a la distancia justa para que Mario les enseñara el dedo y no se lo metiera en el ojo de nadie. Ellos dos se rieron y se miraron solo un segundo, antes que Néstor desviara su atención hacia el otro lado de la calle.

—¿Quién es ese? ¿Lo sabéis?

Casi no se le veía, porque estaba en un recoveco oscuro entre dos edificios, pero Néstor había reconocido su figura. Era el mismo chico de mirada intimidante del día anterior. Esa vez solo llevaba la sudadera, con la capucha puesta, nada de chaqueta larga. O eso era lo que alcanzaba a ver.

—Eh, pues sigue en la ciudad… Vera tenía razón.

—Te dije que no se había ido —le replicó a su primo—. ¡Hola, cuánto tiempo! ¡A ver si nos vemos alguna noche!

Entonces el individuo asintió con la cabeza, se hundió más en la oscuridad y Néstor, por lo menos, le perdió la pista.

—¿Quién es? —volvió a preguntar, cuando empezaron a caminar de nuevo.

—Es… —empezó Mario—. Bueno, no sabemos quién es.

—Genial… Pues Vera si parecía conocerle.

—Pero ella es así, conoce a todo Cristo. A saber dónde lo debe de haber visto.

—Es un personaje misterioso —empezó ella, ilusionada—. No conozco a nadie que haya hablado más de unas pocas frases con él, no sabemos si es un chico o una chica, porque siempre va cubierto de ropa. Y casi siempre que le vemos, es de noche.

—Y… ¿Sabéis cómo se llama?

—Tampoco conocemos su nombre. Al menos el real. Los que han podido preguntarle su nombre, entre ellos yo misma, hemos recibido la misma respuesta. —Entonces hizo un poco de teatro, puso cara seria y abrió comillas con los dedos—: “Soy Aire”.

—¿Aire? Menudo apodo. Se me ocurren una docena de apodos mejores ahora mismo. No me imagino su DNI.

—No lo sé, yo diría que no tiene… Es que se le ve tan poco… Pero cuando te fijas, es blanco como la nieve. Y el poco pelo que ha enseñado es blanco o plateado como si le diera un toque de azul claro, aunque yo diría que eso del azul es un reflejo de la luz.

—¿Es albino?

—Eso creemos —concluyó Mario, mientras entraban en el edificio de la universidad—. Explicaría por qué se le ve casi siempre de noche y por qué va cubierto de ropa durante el día.

—Qué misterioso…

—¿Verdad que sí? —saltó Vera, ensordeciendo la oreja derecha de Néstor—. ¡Es un misterio andante! ¡Adoro los misterios!

El tema quedó ahí, agonizando, porque fue acercarse a las primeras clases y salir gente conocida de los dos italianos a saludarles. Algunos preguntaban por Néstor, pero ellos dos parecían al tanto del estado de ánimo del chico, pues les decían que ya les contarían, o algo así, y seguían andando.

—¿Cómo es que no me presentáis a ninguno de vuestros amigos?

—Porque esos solo son conocidos curiosos —dijo Mario, pasando al lado de uno de ellos sin importar si le escuchaba o no—. Los amigos de verdad te los presentaremos más tarde. Básicamente porque solo hay uno que se encuentre en la universidad ahora mismo.

—Oh…

—Toda esta gente nos cae bien, no te pienses —continuó Vera, en la misma línea—. Pero funcionan mejor como compañeros de trabajos, o de laboratorio, pero ni ellos ni nosotros hemos mostrado algún interés por conocernos mejor.

—Qué selectivos, ¿no?

—Pero es eficaz. Nuestro curso de geología en particular ha sido sacudido por peleas, broncas y borracheras sin sentido hasta llegar al punto que se han formado grupos bastante cerrados. Hasta los que se quedan sin grupo han acabado formando su propio grupo. Y eso no me gusta. Yo soy lo que en mi curso llaman “Nómada”. Dependiendo del día, aparezco en un grupo u otro. Así no te quedas tan excluido.

—¿Y Mario? No va con nosotros.

—Yo estoy en Economía de Empresa. Pero no es muy distinto. Piensa que esto es una ciudad pequeña, ya has visto que el edificio de la universidad no es muy grande, todo se acaba sabiendo. En una universidad local donde cada piso es para un tipo de carrera, bajar y subir con rumores no resulta muy difícil. Quizás los de humanidades, que están arriba del todo, son los que menos se enteran.

Entonces llegaron a un espacio abierto dentro del edificio. Era el hueco por donde se podían ver todos los pisos. Aquél edificio era como una gran torre. Contó cuatro pisos, contando la planta baja.

—Pues sí que es local. Estoy acostumbrado a universidades quilométricas.

—A mí me gusta así. Aunque la gente no lo demuestre mucho, todo está conectado —dijo Mario, en pose filosófica.

Entonces guiaron a Néstor hasta el panel de clases. Vera se cuidó de que ambos geólogos tuvieran apuntado el número de clase por asignatura en el móvil. Luego le guiaron hasta una sala de actos. Allí se despidieron de Mario, que se quedó fuera.

—¡Hasta el mediodía!

—¿No viene? —preguntó el nuevo.

—Es la presentación de ciencias. La de economía la hacen más tarde. Nos veremos fuera, en los jardines de la entrada. Cuando estemos allí conocerás a un amigo nuestro.

La presentación resultó ser una aburrida conferencia sobre algo de lo que ya había tenido que resumir en un trabajo, así que se estuvo dedicando a observar a su alrededor, a ver si veía esos famosos “grupos de clase”. Pero estaba acostumbrado a tener que detectar a una persona, no a grupos.

Entonces empezó a estresarse y a pensar. ¿Y si estaba allí, pese a todo? ¿Y si nadie le había visto escurrirse? Kilian era especialista en aparecer en todas partes sin ser visto. Estaba preparado para meter miedo a una sola persona, y esa persona era Néstor. El tiempo empezó a pasar despacio. Cada palabra del coordinador de Biología se alargaba segundos y segundos. Empezó a sudar. A mirar a todos lados. Estaba allí. Seguro que estaba allí. Lo notaba. No se sentía a salvo.

Pero en vez de una aterradora y fuerte mano en la espalda, a la que nunca se acostumbraría por culpa del miedo, notó una mano cálida y suave encima la suya. Fue como un calmante. Por un segundo se notó desubicado, desorientado. Estaba en la sala de actos. Y Vera le estaba cogiendo la mano. Nunca nadie le había cogido la mano de esa forma.

—¿Estás bien?

—N-no… no, yo… —balbuceó, atragantándose con las lágrimas que no querían salir de sus ojos.

—Vamos.

Aprovechando que un par de grupos más se levantaban para irse, Vera casi arrastró fuera de la sala al pobre chico, que no sabía ya cómo mantener la compostura.

—¿Quieres ir al baño?

—No —dijo, más sereno ya, negando con la cabeza—. Quiero ir a un sitio donde se vea bien la gente que se me acerca.

—Pues a la hierba.

Cruzaron el hueco de la torre a paso lento hacia la puerta trasera del edificio, que era algo más pequeña que la principal. Detrás de la puerta se abría un buen espacio abierto con árboles, hierba, bancos, una cafetería y un quiosco. El jardín era tan grande o más que el edificio. Y detrás, de fondo, se podía ver bien el inicio del valle, con las ruinas de un castillo cerca de uno de los picos.

—No está puesto al azar, el edificio, aunque sea feo —comentó Vera, leyendo el pensamiento de Néstor.

—Impresionante…

Vera sonrió sonoramente, agarró fuerte el brazo del chico y se lo llevó riendo hasta la hierba, justo debajo de una encina vieja. Allí se sentaron, el uno delante del otro.

—¿Mejor?

—Sí… mejor.

—Conmigo o con Mario cerca es bastante difícil no estar animado, créeme.

Néstor se quedó pensando un segundo. Había sido bastante brusco con ambos. Ese par de italianos con cara de pasota le habían hecho pasar un buen rato, después de todo.

—Oye, perdonad lo de ayer, es todo muy reciente… Pero teníais razón.

—Bueno, ya sabes, mi primo a veces se pasa un poco de directo, sobre todo cuando conoce a gente nueva. No se lo tengas en cuenta.

—No, pero tenía razón con lo de la canción… Es solo que… Tengo miedo. Pero he venido aquí para no tenerlo así que…

—Cierra los ojos —interrumpió Vera. Néstor se la quedó mirando un segundo. No le gustaba nada que le interrumpieran, pero esos ojos y esa sonrisa amable le aplacaron antes de poder poner mala cara—. Pruébalo. Y no digas nada.

Le daba miedo cerrarlos. En cuanto los cerraba, se ponía a pensar. Y pensar quería decir volver a tener miedo. Pero los cerró, con precaución, como si caminara en un campo de minas con los ojos vendados. Antes de que le asaltaran las primeras imágenes, Vera interrumpió sus pensamientos:

—Aquí no te tendrás que preocupar por nada. —Néstor giró la cara hacia su voz, para mostrar que no estaba muy seguro de eso—. Vas a empezar una nueva vida. Pero necesitas una guía para superar ese miedo, sea lo que sea.

Néstor asumió que seguían hablando de su canción, pero no sabía hacia dónde iba aquella conversación. Hasta que notó algo muy suave y húmedo presionando levemente sus labios. Eran los labios de Vera. Tan cálidos y delicados… Pero fue un segundo. Entonces volvió repentinamente al mundo real y se apartó bruscamente.

—¿Qué diablos haces? ¿Qué…? ¡¿Cómo te atreves?!

—Tranquilo, era solo un beso —dijo Vera, como si fuera lo más natural del mundo.

—¡¿A qué juegas?!

—Mantén la cabeza serena. Dime, ¿qué has sentido?

Tuvo que recomponerse un poco y controlar lo que iba a decir, porque no quería montar un numerito, pero al final se relajó un poco.

—Bueno, ha sido… inesperado. Estaba húmedo y blando y…

—No era eso —le cortó Vera con una risa compasiva—. ¿Has sentido algo? ¿Alguna emoción desconocida?

—No he sentido nada… Pero el beso en sí me ha gustado.

—¿Habías besado a alguien de esta manera antes?

Néstor tuvo que hacer mucha memoria para recordar esa primera vez.

—Tenía diez años… una niña de mi clase simplemente se me abalanzó y… Ya no lo recordaba casi… —En realidad sí lo recordaba. Porque Kilian ya se había metido en su vida. Al día siguiente, Kilian humilló públicamente a la niña y consiguió que ella nunca más viera a Néstor.

—Bueno, ahora ya sabes qué se siente físicamente. Me has dicho que no has sentido nada más. Ahora ya tienes la guía.

—No te comprendo.

—Brand New Day, ¿recuerdas? Ahora tienes que buscar a alguien a quien realmente quieras besar, con quien sientas algo. Y yo te voy a ayudar. ¡Es un nuevo día!

Por una vez, pensar aportaba una nueva imagen. “Un nuevo día…”

 

Notas finales:

Se agradecen comentarios y reviews constructivos. Uno no puede aprender con comentarios azarosos.


Un link a la canción que titula este capítulo: Sting - Brand New Day


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