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En donde el mar se ahoga por Emile Brojen

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Notas del fanfic:

HideKane. AU uwu creo que será un fanfic largo, me gusta jugar con temas controversiales como...como...ya lo verán 7u7 ojalá sea de su agrado, cualquier crítica constructiva será bien tomada *O*

Notas del capitulo:

Bien. Hola a todos. En este primer capítulo...tengo planeado seguir una línea temporal no tan rebuscada como podrán ver. Ojalá les guste n.n

Aviso: Kaneki Ken, Hideyoshi Nagachika y otros personajes del manga Tokyo Ghoul son propiedad de Ishida Sui y su respectiva editorial. Yo sólo los uso para mis propósitos fujoshis. Otros personajes ajenos al manga son de invención mía.

                                                                       

                               I

 

 

Suspiró de nuevo y apoyó la barbilla en sus brazos entrelazados sobre la mesa, se estaba aburriendo bastante. El reloj metálico postrado en la pared marcaba las 11. El nerviosismo original desapareció tras las 2 horas de espera que llevaba y no tenía nada con lo cual distraerse, el tiempo parecía divertirse con su aburrimiento. La puerta blanca como todo lo que allí lo rodeaba se abrió y salió una mujer ataviada como enfermera aunque algo le decía que no lo era. Le indicó que pasara y obedeció extrañamente agradecido, estirando los brazos.

-Tu nombre es Kaneki Ken ¿cierto?

-Sí. Miró a su alrededor, en ese pequeño cubículo sólo sobresalía el escritorio con el computador, una repisa con documentos, algunas plantas y una “mesa” cubierta por una tela, todo claro y pulcro.

-¿Tu edad?

-….-sopesó la respuesta-8 años.

-¿Vives con tus padres?

-¿Ambos?-bajó la vista y negó con la cabeza.

-Con tu madre ¿cierto?-tecleaba todo lo requerido.

La sesión de preguntas siguió con cosas desde lo más banales hasta lo que parecía fuera de lugar. Al término del cuestionamiento la mujer fue por la mesa cubierta y la acercó gracias a las llantitas que no eran visibles. Descubrió el mueble y tomó una pequeña maleta de la cual sacó una ampolleta con un líquido transparente, montó la ampolleta en una jeringa y la dejó mientras preparaba el brazo del niño quien notoriamente se ponía nervioso. El infante cerró los ojos con fuerza y giró la cabeza apenas vio la aguja acercarse. Ingresó. Frío, su brazo era recorrido por un frío interno que le hizo tiritar ligeramente, un frío que generaba dolor ardiente y aún cuando cesó el malestar de la punción esta se mantuvo latente. La mujer le indicó que podía irse tras darle un papel grueso. Kaneki fue a donde su madre le esperaba junto a muchos otros padres y tutores, apenas lo vio lo abrazó y se dirigieron a paso lento a una oficina en donde anotaron una única cosa en el papel: su siguiente cita que sería en 2 años.

Al salir de ese edificio (que lejos de ser una clínica parecía una oficina empresarial bastante imponente) los ojos grises se cruzaron con otros. Áureo mirar entrelazado con el tono más oscuro de sus propios ojos, la agudeza dulce que le atravesó le llevó a bajar la vista y seguir el paso de su progenitora, prendado de su mano. El otro que la mirada correspondió no lo perdió de vista.

-Hide ¿qué miras? Ya vas a pasar, ven-el niño rubio fue llamado y tuvo que apartar su atención del chico de pelo azabache.

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

-Listo, iré a prepararte algo ¿podrías limpiar la mesa? Hay que tirar esas flores marchitas. El menor obedeció alegremente. Tiró las flores marchitas que habían sido hermosos crisantemos y siguió limpiando la mesa mientras un embriagante aroma llenaba la casa, amaba la comida de su madre, tanto que no pudo esperar y se adentró en el recinto que era la cocina. La dulce mujer le sonrió mientras le hacía un espacio para que pudiera ver. Notando su entusiasmo fue por un banquito y se lo puso.

-Toma ¿quieres ayudarme?-le pasó un tazón donde había puesto una salsa.

-¿De verdad? ¡Sí!-echó la carne según entendió en la salsa y la mezcló para marinarla, llenando sus manitas por completo.

Ayudó a freír la carne y a servirla, él llevaba los platos y la mayor algo de té. Ella lo elogió por ser buen cocinero, entre risas su pequeño hijo agradeció el comentario aunque en el fondo sabía que no era así. “Mamá ha hecho todo en realidad” dijo para sus adentros y sonrió. Tiempo impar, injusto. Las esperas las vuelve eternas y los mejores instantes los corta en minúsculos trozos que esparce en migajas dentro de las memorias de las personas. Pronto terminó la apacible comida, y el lugar que había estado lleno de risas volvía al lúgubre silencio de cada mañana, de cada tarde.

La pequeña silueta con los pies enraizados en el umbral de la puerta era devorada por el silencio que se enredaba en su frágil cuerpo, incapaz de defenderse clavando la vista en la plana puerta cerrada, tenía que esconderse, salvarse. Corrió a su pequeño edén y cerró cualquier vía de entrada. Tomó un libro y se sentó cerca del marco de la ventana dejando que su mente se fuera lejos, andando a la par de cada letra, era una sensación agradable. “El viento soplaba juguetonamente, llevaba consigo todo lo que a su paso tuviera aligerando el peso sobre los hombros de los seres humanos, refrescándoles el alma” repitió en su mente y quiso sentir un poco de eso así que abrió los cristales de la ventana contigua, asomó la cabeza y una sutil brisa acariciaba con gesto delicado su tierno rostro. Con los ojos cerrados nada importaba, estaba absorto en su mundo hasta que una voz lo sacó de su fantasía.

-¡Oye! ¡Hola!-una voz tierna exclamaba-¡Oye! ¿Qué haces? No querrás aventarte ¿o sí?

-¡Ah!-se balanceó un poco recuperando abruptamente el equilibrio, con una desorientación propia de quien absorto yacía; enfocó una pequeña forma en la calle, era el mismo niño de pelo mantequilla que había captado su atención horas atrás en ese feo lugar.

-¡Hola!-volvió a saludar y agitó su mano, sonriendo-te vi hace rato en la clínica.

-…-se metió por un momento al sentir un creciente temor, estaba apenado sin entender del todo por qué, quizás porque había sido sacado de su mundo sin permiso.

-¿Te molesté? Perdón, es que te veías muy distraído y creí que volarías con el viento-seguía hablando con fuerza.

El pelinegro entendió que el chico no se iría así que se asomó con timidez, tampoco quiso ser grosero

-allí estás de nuevo. Me llamo Hideyoshi Nagachika, pero llámame Hide. Vivo acá cerca a 5 casas ¿y tú cómo te llamas?

-…-rodó los ojos y al saber que vivía cerca quizás no fuera tan malo, o eso pensó al tener en cuenta lo tranquilo que era ese barrio-Kaneki Ken…

-Kaneki Ken, uhm…-miró al cielo-es tarde y me esperan en casa, oye ¿quieres salir a jugar mañana?

-Pues…-consideró la propuesta. Últimamente se sentía algo más solo de lo usual y se aburría por montones cuando terminaba un libro así que salir con alguien parecía prometedor-Pues…sí, me gustaría.

-Genial-sonrió ampliamente-entonces te veo en los columpios a las 4 ¡sin falta!

-Esto…síp-por fin sonrió de esa forma tan dulce que tenía-nos vemos mañana.

El niño de áureo mirar se quedó callado un rato al contemplar el rostro ajeno, suspiró y se fue entre risitas. Cuando mamá volviera le contaría sobre Hideyoshi, en el fondo le entusiasmaba ahora que lo pensaba bien.

El día siguiente se alzó apacible, la luz de la alborada despertó al infante que dormía. Su rutina de siempre nunca parecía incomodarle. En la mesa estaba su desayuno listo acompañado de un papel medio doblado, en su interior y con una hermosa caligrafía tenía una pequeña nota: “Buenos días hijo, hoy me pasaré directo al otro trabajo así que puede que no te vea, que te diviertas con tu nuevo amiguito”. Apegó el papel a su pecho y suspiró sonriente, debía apurarse. En clases todo era igual que siempre, siempre era el primero, siempre era el de mejores notas, justo ese día tuvo un examen en el que no tuvo mayor problema, hecho bien reflejado en el puntaje y que su profesora felicitó, error. En el descanso salió al jardín para leer en calma, calma relativa y subjetiva fácilmente destructible que se desmoronó cuando una sombra tapó su cuerpo. Levantó la vista y fue cruzada por unos ojos inquietos.

-Siempre leyendo ¿no?-el dueño de los ojos era un niño alto y algo tosco poseedor de una molesta voz, iba acompañado de un trío de chicos entre ellos una niña-¿no te aburres? ¿O es que no tienes nada mejor?

-No…no me aburro, es entretenido-respondió con calma sin entender el por qué sería algo malo.

-Jum, qué puede decir un bobo que se la pasa encerrado y lejos de todo-se mofó la niña-apuesto que su mami no lo deja salir.

-Mamá sí me deja, pero prefiero leer-no parecía entender por dónde iba el asunto dando como respuesta contestaciones simples e inocentes que exasperaban la paciencia de los niños molestos.

-En serio que eres molesto, a ver ¿de qué es eso?-le arrebató el libro y lo examinó-eh…Wilde… ¿qué es esto? Se ve horrible ¿qué pretendes, te sientes muy listo? Por tu culpa la profesora siempre nos tacha de tontos-lanzó el libro a unos metros de ellos-deberías largarte a un lugar para presumidos como tú, aquí no te queremos ¡Tonto!-se echó a correr seguido de los otros.

El pelinegro estaba mudo, no supo hacer ni decir nada ¿su culpa? ¿Qué tenía de malo? No entendía la razón de tanto desprecio y reproche, se suponía que ser buen estudiante estaba bien ¿El precio era estar solo y ser molestado por nada? Recogió su libro y se acurrucó bajo la sombra del árbol; quería que el día acabara ya. Mortificantes fueron las horas restantes, los desplantes y las densas miradas sobre él le tenían estresado. Su vista sólo estaba fija en el reloj como suplicando que avanzara más rápido, necesitaba irse a casa a descansar al menos por ese día, y pareciere que sus súplicas fueron escuchadas.

Casi huyendo como una presa herida se escabulló lejos del colegio al término de las clases, se dirigió a su casa donde en efecto no había nadie, nada salvo el frío vacío de siempre. Un dolor opresivo le hizo respirar con dificultad, no se sentía bien allí. Tomó el libro que acababa de empezar y salió corriendo lejos de allí; sus pies le llevaron a un arenero donde estaba solo como en muchas tardes de ocio y el sol marcaba el ritmo con que moría el día.

-Oye-la voz dulce que era extrañamente familiar le hizo sobresaltarse-¿llevas mucho esperando?

-¿Eh?-se giró hacia él-ah…-había olvidado que quedaron de verse, para disimularlo respondió algo relativamente sensato-ah…no, no tiene mucho que llegué-le sonrió mientras se tocaba la barbilla.

-Genial-se sentó a su lado-¿está bien si te llamo Kaneki?

-Sí…este…hem..-por un momento olvidó el modo en que le pidió que le llamara y su acompañante lo captó.

-Hide, dime Hide-carcajeó-oye, oye, juguemos-lo jaló de la mano.

Se montaron en los columpios compitiendo por ver quién llegaba más alto, más lejos, pero en tanta risa y movimiento fue difícil determinar un ganador. Pasaron por cada juego, cada cosa, corrían sin importar nada, el niño de pelo azabache parecía más suelto y entusiasta en seguir el juego hasta que la energía abandonó sus cuerpos y, agotados, se desplomaron en la hierba que ya comenzaba a verse verde, se acercaba el término del invierno.

-Oye Kaneki…tiene poco que me mudé y no conozco a nadie ¿te gustaría ser mi amigo?

-…-le dedicó una mirada de incredulidad y asintió-claro.

-Genial-lo abrazó. Con timidez y delicadeza el abrazo fue correspondido. El crepúsculo arrebató la luz y el fin llegó. Hacía tiempo que no se sentía tan calmado y tranquilo. Si de verdad Hide sería su amigo entonces él daría todo porque eso se preservara tanto como el tiempo se lo permitiera; cada uno fue a su hogar bajo la palabra de volver a salir al día siguiente. El pequeño se acurrucó en su cama cayendo en brazos del sopor previo al sueño, sintiendo la suave brisa que entró por los cristales entreabiertos.

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.

Hacía algo de frío, las nubes se condensaban obstaculizando la vista del irreal azul que en lo alto yacía. Tembló un poco y apuró el paso buscando generar calor al ritmo de su andar. Pasos apresurados se escuchaban próximos, una respiración agitada que se perdía entre el murmullo del tránsito vehicular.

-¡Kaneki!-se le lanzó por la espalda haciéndole girar sobre su eje-pareces un viejo caminando tan lento.

-Hide….-estaba algo pasmado pero terminó suspirando con calma-Hola.

En clases el rubio se tornó una lapa, buscó el modo de estar en todo momento con su nuevo amigo sin importarle mucho el quitarle el asiento a un chico quien no pudo protestar demasiado. La puerta corrediza se abrió y la fémina que fungía de profesora entró cargando unos rollos voluminosos. Ante la atenta mirada del grupo colocó los pliegues sobre la pizarra y esbozó una sonrisa complacida. De su boca salieron eternas palabras sobre aquello que ilustraban esas imágenes: mar. Por muy interesante que fuera, por apasionante que le pareciera al entusiasta chico de vez en cuando echaba un vistazo a quien a su lado estaba; era extraño para su mente entender el cambio de su amigo quien, aún cuando parecía sereno y tímido era alegre, y ahora se le veía distante, con una seriedad que rayaba en la tristeza manteniendo la vista perdida en las imágenes del mar.

Se le vino una idea. Al término de las clases el rubio le insistió al contrario que fuera a su casa y tanta jovialidad era algo raro para el ojinegro, sintiéndose con la necesidad de decir que no por temor de preocupar a su madre, mas recordó en el acto que ella no iba a llegar por lo que quizás no hubiera problema. Aceptó y al recibir el sí que tanto anhelaba tiró de él.

-Hola mamá-saludó en un grito al entrar.

-Hide-sonó cercana-llegaste muy pronto ¿cómo te fue?-al acercarse la mayor y ver dos niños en vez de uno quedó de pie y en silencio.

Esa posición cohibió al visitante quien por un momento pareció querer salir corriendo.

-Hide ¿por qué no me avisaste que íbamos a tener visitas? De haber sabido hubiese preparado algún postre-lo miró con seriedad y se acercó al tímido niño-Hola pequeño, tú debes ser Ken ¿cierto?

-Sí-su voz apenas fue audible, iba a seguir con un saludo formal.

-Eres tan mono-exclamó esa mujer rubia abrazándolo sin el menor miramiento para rematar anclando los delgados dedos en las mejillas del infante-hice algo fresco para comer, vengan.

Un tanto fuera de lugar se sobó las mejillas y se aproximó a su anfitrión ya bastante más confiado. El ambiente de ese lugar era propio de un hogar en el sentido literal de la palabra, la ligereza con que se estaba hacía inaudible cualquier molestia externa. La esencia de algo preparándose inundó su nariz, era casi tan bueno como lo que preparaba su madre. La hora de la comida no era diferente a lo que él vivía a diario por lo que se sintió increíblemente cómodo…comodidad que se tornó melancolía, quizás ya no podría estar así con su progenitora como siempre lo hizo ahora que ella trabajaría más tiempo, extrañaría las charlas vespertinas.

El tiempo se fue veloz entre juegos y bromas, tan veloz como inició volviendo imposible creer que tan pronto la noche hubiera caído. La madre de Hide se ofreció en acompañar a su pequeño visitante a las cercanías de su casa y en el breve trayecto platicaron de cosas comunes que dieron fin con una despedida. Al entrar a su casa no se sintió solo, era como si se hubiese llevado con él un poco de la alegría del hogar en el que había estado y ahora lo resguardaba. Su madre aún no llegaba así que quiso esperarla, pero esperó en vano pues el sueño llegó antes que ella.

Los días pasaban, se llevaban con ellos el gélido aire del invierno agonizante, arrancándolo de la tierra en la cual permanecían las memorias en donde la vida renacía.

Con la llegada de la primavera los senderos se vieron adornados con un pálido rosa que se mecía grácilmente, se mecía con el pasar de las corrientes invisibles que se llevaban su esencia. Unas cortas vacaciones de primavera traían aliento para los cansados estudiantes, tenían bien merecido el descanso. Hide no hacía nada más que hablar de su futuro viaje a la playa, fantaseando con el calor y las horas que se pasaría nadando hasta que su piel se tornara “arrugada como una pasa”. Kaneki sólo lo escuchaba, le daba risa la enjundia con que su amigo se expresaba…mar, nunca había visto el mar en persona. Tal vez algún día fuera, trabajaría duro una vez que se graduara de la universidad y llevaría a su madre para que también conociera el mar.

-Oye Kaneki ¿has ido a la playa?

-No, pero iré con mi mamá en unos años.

-Ya-entrecerró los ojos y se levantó de golpe-entonces la sorpresa que te tengo será mejor. Toma-le entregó un pequeño papel. Era un boleto de avión.

-¿Qué? Hide…no, no sé, perdona es que…

-Ay qué eres raro-le palmeó la espalda-mis papás dijeron que sería bueno invitarte, también quieren que vengas, ya le dijeron a tu mamá y ella dijo que sí, es buena guardando secretos ¿no? A que ni lo notaste. Anda, anda, será divertido.

Se sintió el rostro más tibio, el rubor que lo coloreó le pareció tonto y en su intento de no ser visto se giró, y estando así en un silencio breve asintió. Hide estaba entusiasta por su respuesta.

El día del viaje llegó y los nervios fueron lo primero que parecía surgir. Kaneki se tomaba el estómago con frecuencia con su mano libre mientras con la otra sostenía su maleta, siendo escoltado por su madre. Ansiedad transformada en retortijones estomacales y un ligero temblor en sus piernas. Miró el reloj de la terminal: estaban a tiempo; ultrajó el sitio en busca de la familia que lo llevaría, búsqueda difícil que le aturdía la vista al no lograr enfocar bien a tanta gente yendo y viniendo. Fue su madre quien le indicó que ellos ya estaban allí, tornó la vista a donde le señalaban y al pie de un pilar estaban quienes eran objeto de su búsqueda. El pelinegro recibió un cálido abrazo y se alejó de ella, le pareció que la maleta pesaba una inmensidad. La otra mujer lo recibió con un abrazo y le hicieron seguirlos mientras Hide parloteaba, no hacía más que hablar y hablar presa de la emoción. Su vuelo salía a las 12. Nunca se había metido en un avión, a sus ojos se parecía a lo que siempre imaginó cuando leía sobre viajes sólo que esta vez estar en persona era mejor, todo se veía más amplio, los asientos eran muy cómodos. Se asomaba constantemente por la ventana y descubría poco a poco que ese nerviosismo era emoción, ansiaba el despegue; al ir subiendo el vértigo en su estómago le hizo doblarse y su amigo, sentado a su lado, carcajeaba por la cara que tenía el otro. Su gris mirar se perdía en el horizonte azul salpicado de esponjosas formas blancas.

Fue un viaje corto a su parecer y el descenso resultó problemático para sus retorcidas entrañas. El hotel en el que se hospedarían daba al mar, con su propia playa privada en la zona hotelera de la prefectura de Okinawa. La playa de Sesoko era de las más concurridas por lo que resultó un buen destino, el clima era cálido, húmedo. Dos habitaciones dobles fueron más que suficiente para su estadía.

-Kaneki, desempaca rápido para que vayamos a la playa-exclamó tirando todo fuera de la maleta a donde quiera que cayó. Sacó su traje de baño que consistía en unos bóxers verdes en estampados tropicales más claros y se lo puso sin importarle que el otro mirara-rápido.

-Espera-sacó todo con cuidado buscando el suyo también, lo tomó y se metió al baño. Era como el de su amigo pero en color azul obscuro y sin estampado; al salir una toalla en la cara le cayó de golpe y su mano fue tomada, halando de él.

El hotel era bastante bonito aunque demasiado grande como para perderse con facilidad. Los corredores de paredes color marfil adquirían tonos cálidos con las lámparas suaves que se alzaban en ellos, la recepción era más fresca y de resbalosas baldosas blancas en las que casi caían por ir corriendo. Salir sorteando a la gente a su paso fue preámbulo a su diversión, las sandalias quedaron lejos de igual manera permitiendo a las plantas sentir la arena debajo; fue el rubio quien no esperó nada, se zambulló de inmediato en el borde, revoloteando en la espuma de los restos de las olas. Su amigo, más conmocionado, se quedó anclado en la arena sin apartar la vista del horizonte. Un horizonte indescifrable en donde el azul etéreo se fusionaba con el profundo marítimo que se revolvía en sus corrientes, el viento salado se estrelló en su faz. Nunca había visto eso en persona. Su enérgico acompañante notó que alguien le faltaba, le buscó con la mirada hasta toparse con su silueta petrificada en la playa. Se puso de pie y avanzó hacia este evitando hablar pues temía tomarlo por sorpresa. En el gris de su mirar se veía el reflejo de las blancas nubes, y su pelo despeinado se impregnaba de granos de arena vagando…le faltaba sentir el frío del azul. Su pequeña mano fue tomada por otra y se dejó llevar por esta hasta que el agua le bañó las piernas, conteniendo un grito de emoción o sorpresa. Se sentó y terminó por mojarse todo seguido del niño rubio.

-Es refrescante ¿no?

-Sí…mucho, aunque sabe muy salada-hizo una mueca al tragar un poco por error.

Pasada la sorpresa inicial siguieron con sus juegos, a ratos iban a la arena formando castillos y figuras extrañas, a ratos se metían al mar dejando revolcarse por la débil fuerza que le quedaba a las olas que chocaban en la costa. Daba lo mismo el hambre, daba lo mismo el sol. Sólo el matrimonio pudo hacerlos volver al hotel permitiéndoles contemplar su curioso aspecto: empapados, llenos de arena, y con la piel roja cual camarones recién pelados y hervidos. Haber vagado sin protector solar resultó un error; incapaces de recostarse siquiera se sentaron en el balcón tratando de ignorar el doloroso ardor de sus pieles rostizadas. La luna, en su forma de rebanada tan delgada como una minúscula sonrisa, apenas era visible el delgado hilo plateado que ni en la negrura de las aguas era reflejada; el pelinegro alzó las manos a la espera de que la húmeda brisa apaciguara el ardor.

-Oye Kaneki ¿te has divertido?-miró al niño azabache, contemplando su sonrisa afirmativa-genial, mañana también será divertido, y el resto del viaje también lo será.

Kaneki le mostró una suave sonrisa y retomó su contemplación hacia el horizonte que carecía de límite alguno por la bruma, y simplemente permanecieron así.

Cayó el sueño, volvió el día y el ciclo se repitió por 1 semana hasta el término de su estancia. El pequeño grupo dio un último paseo por la costa; Hide seguía con el entusiasmo tan vívido con el cual llegó a diferencia de su amigo quien arrastraba los pies en la arena buscando anclarse a la playa, no quería volver a Tokio. Sintió una mirada sobre él y la sostuvo débilmente, no hizo falta decir nada para percatarse de que el rubio entendía esa cara, fue halado de la mano hasta la elevación de un arrecife en donde se quedaron de pie un rato. Inhalando el aroma salado sin perder detalle del oleaje grabó en su memoria cada cosa.

-Te gusta mucho el mar ¿no?

-Sí

-A mí igual-se estiró-dan ganas de quedarse nadando siempre.

-Sí-hubo un silencio bastante largo-Oye Hide…¿crees que algún día podamos volver?

-Uhm…-notó que había bajado la vista y sonrió-sí, volvamos el año que viene, y el que viene, y así cada año y cada que se pueda hasta que seamos viejos-tiró de la camisa del contrario-anda, vendrás cada año conmigo ¿verdad?

-Ah..-la sorpresa consecutiva al zarandeo y a la petición le dejaron sin habla, habla que volvió poco a poco retocada con emoción-sí, eso sería genial, cada que se pueda vendremos, siempre.

-¡Sí!-lo abrazó con fuerza y se separó después de un momento-Oye….deberías ver tu cara.

-¿Qué tiene?

-Algo raro-frunció el ceño.

-¿Es malo? ¿Me cayó algo?

-Nah…..estás bien-comenzó a carcajear.

Kaneki le reclamó por la burla sin entender qué había provocado tanta risa. Empujó al chico derrivándolo en la arena y cuando sentía la victoria una mano le hizo terminar en el suelo; empezaba una pequeña pelea hasta que la voz aguda de una mujer los llamó, era hora de irse. Fueron tras ella, fueron de vuelta a donde debían estar, y el débil choque de las olas borró las marcas de la arena.

Notas finales:

Bueno...como verán pienso enfocarme mucho en su infancia y todo eso, creo he empezado muy "light" XD y pues...nada, espero no demorar entre capítulo y capítulo. Gracias por leer TwT


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