PASIÓN
De las mil cosas que hubiese podido haberme inscrito, me escribí en la menos probable para mí. Una escuela de baile.
Dicen que la pasión del arte del baile nace contigo, puede que sea verdad, pero mi interés por el arte llamó a mis puertas hace poco más de dos meses.
Estaba harto de la monotonía en mi vida, me faltaba algo. Algo del cual estaría feliz de hacer, y allí fue. Una noche viendo la televisión, haciendo el típico zapping en búsqueda de algo interesante que ver, me topé con el canal 12. Allá estaban retransmitiendo una competición de baile mundial, el ganador se llevaría la suculenta cantidad de 200.000 zenis. Nunca me llamó la atención de querer ver un show de ese tipo. Había distintas clases de baile, salsas, vals, ¡Hasta Zumba! Yo creía que eso solo era un baile para quemar calorías, como a modo de deporte. A mí me fascino el tango, esos movimientos tan pasionales, sensuales, bellos de ver. Para bailar tango debes sentirlo dentro. Y allí me picó el gusanillo. Me aburría, estaba deprimido. Hacía poco que me hacharon del trabajo y me sentía decaído.
Una vez terminado el programa, apagué la televisión, agarré la computadora y me puse a buscar escuelas de baile cercanas a mi casa. Y la encontré. Estaba un poco lejos, media hora, pero daba igual. El centro tenía el curioso nombre de Paraíso. Al principio me pareció ridículo, pero pensándolo bien el nombre manifestaba esa pasión, placer por la danza. Por ejemplo, la bailarina de tango, junto a su pareja, ambos tenían un rostro de felicidad.
Fui a la audición, sí, para aceptarte el mentor de baile tenía que examinar a sus alumnos más competentes. No todos tenían cualidades para la danza, muchos iban por darse el pisto y chulear con sus amigos de su “danza”. Era cuestión de aparentar. Pero yo no, estaba realmente interesado en iniciarme en el arte.
Antes de proceder me pidieron mis datos, nombre, apellidos… Una vez hecho todo el papeleo, me dieron un uniforme. Me hicieron pasar a un vestidor, me puse dicho uniforme. Muy apretado, la tela era una especie de media, se ceñía totalmente a todo el cuerpo, de color negro. La sala de baile era enorme, 200 metros cuadrados podría decirse. Las paredes pintadas con un blanco básico y el parquet de madera marrón claro. Había muchos espejos y barras donde agarrarse para ejercitarse.
Varios aplausos sonaron sorprendiendo a los participantes, un hombre de cabello a punta negro, piel bronceada, musculoso entró.
-¡Señores y señoras! Hizo una pose glamurosa de reverencia, a mi me dio risa jajaja. –Soy Vegeta Ouji, vuestro instructor… Bueno, para los que paseéis la prueba. Sonrió. Tenía una muy linda sonrisa, muy seductora.
De repente clavó la mirada en mí, me sonrojé levemente al notar su contacto visual.
-¡Chico palmera! Ven acá. Invitó Vegeta.
¿Acaso me lo decía a mí? No puede ser que otro me llame así por el peinado, chico palmera…
-¡Chiiiicoo paaallmeeerraa! Llamó de nuevo el instructor.
Todos los demás estaban girados hacía mí, me indique a mi mismo a modo de decir “¿Yo?”
El bailarín asintió. No tuve más opción que ir hacia él.
-Bueno… ¿Qué quería señor arbusto? Dije con un tono malicioso. Vegeta se puso a reír.
-Jajaja. Nos salió un tipo bromista. Me gusta. Me dio una palmada en el hombro.
No sé si tomar el comentario como un alago ¿o qué?
-Estás aceptado chico, ven mañana a las cuatro. Felicidades joven.
No salía de mi asombro, ¿¡Me aceptó!? ¿Así de la nada? Wow. Encima que le dije señor arbusto. Jajaja
Me cambié, pague la subscripción mensual –ya que fui aceptado- y me fui feliz hacia casa. Hacía bastante que no sentía esa felicidad interior. Ese Vegeta tiene algo especial, hay algo en él.
A ver cómo me va mañana…
Los zenis: es la moneda en el universo Dragon Ball.