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Locus amoenus por Daena Blackfyre

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Notas del fanfic:

Bueno, hace bastante que tengo este fanfic pensando. Creo que desde que escribí el primero de Saint Seiya. Sin embargo, algo siempre se interponía para poder terminar el capítulo. Ahora al fin lo tengo y las cláusulas para mí, al hacerlo, fueron: "Quiero algo largo, basta de OneShots, que sea AU y ellos sean hermanos". Así fue más o menos cómo salió.

No esperen una trama super compleja, puede ir variando dependiendo lo que se me ocurra. Hace poco recuerdo que leí un fanfic que tenía muchos capítulos y era con una trama demasiado exagerada, tanto que me hizo pensar que cada cosa que pasaba tenía un trasfondo. Eso me agrada y a la vez no. También soy una persona que gusta de las tramas más relajadas, con cierta cotidianidad y que me ayuden a distenderme. Que sea algo ameno. Por eso hice este fanfic. Quiero que sea algo lindo y agradable, que yo pueda disfrutar al escribir y también compartir. Con el nombre también me refiero a esto: Locus amoenus significa en latín "lugar ameno", es un tópico literario renacentista, usado para describir un lugar de seguridad, lejano a todo conflicto. Básicamente eso significa y es mi propósito con este fanfic.

Notas del capitulo:

Saint SeiyaSaint Seiya The Lost Canvas y en todas sus formas, no son de mi propiedad. Pertenecen a Masami, Teshirogi, Toei, etc.

Lo escuchó una vez. Lo escuchó tres. Cuatro. Inconscientemente, sabía que el maldito despertador nunca se apagaría a menos que lo hiciera él mismo. Tenía una suerte del demonio. Aunque deseara mandar a volar aquel aparato por lo aires, también sabía que lo necesitaba y no prescindir de él. Si no lo tenía jamás se despertaría a tiempo para ir trabajar o mandar al duende que habitaba en su casa a la escuela.

Kardia se levantó, como a la décima vez que su despertador volvió a chillar. Lo apagó con el mayor odio que puede tener una persona. ¿Casi eran las siete? Uh, mejor se apuraba o llegarían tarde de nuevo. Se frotó los ojos mientras caminaba al cuarto de su tan adorable hermano. El niño de nueve años dormía con tranquilidad, enterrado completamente en las frazadas, ajeno a la horrible verdad de que tenía que levantarse para empezar la escuela ese día. Posiblemente, un padre normal despertaría con cuidado a un niño pequeño y tendría paciencia hasta que el infante lograra levantarse. Lástima que Kardia no era cuidadoso y ni paciente, mucho menos padre de ese enano. Era su hermano mayor y como tal, se dispuso a sacar amablemente del sueño a su hermanito. Quitándole las sábanas y gritando, por supuesto.

—¡Milo, la casa se incendia! ¡Tenemos que salir rápido! —vociferó fingiendo desesperación absoluta y el resultado fue certero. El pequeño prácticamente salió de la cama asustadísimo.

—¡¿Qué?! ¡¿Qué?! ¡¿Dónde?!

En el instante en que la mirada de Milo se cruzó con la de su hermano mayor, y sus ojos pudieron acostumbrarse, divisó la expresión de éste. Kardia comenzó reír apenas su hermano, ahora despabilado, pareció notar su mentira. No había humo, fuego ni nada. Esa mirada molesta valía oro, pensaba el adulto.

—¡Ah, Kardia, eres un tonto! —Milo se molestó mucho, cosa que no hizo más que aumentar las risas del otro. Se arrojó a éste para al menos intentar golpearlo, pero Kardia era tan grande y fuerte a comparación de él que con una mano le alcanzaba para manejarlo. Cosa bastante lógica, considerando que se llevaban unos quince años de diferencia.

Era un método cruel asustarlo para que se levante y Kardia lo sabía, pero al menos así podía despertarlo. No siempre lo ocupaba de todas formas. Normalmente sólo se limitaba a tirarlo del colchón o tirarle algo de agua fría encima, pero considerando que se trataba de un día especial quiso variar un poco.

—Ya, ya, al menos te despertaste —calmó al pequeño monstruo, aún riendo un poco, y, cuando éste dejó de intentar matarlo por su broma, pudo volver a hablarle—. Vístete, es tarde —le ordenó, dirigiéndose a la puerta del cuarto—. Hoy es tu primer día, ¿lo olvidaste?

El niño dejó escapar un bufido molesto.

—No quiero ir ahora —declaró, cruzándose de brazos.

—Sabes que no me importa lo que digas y si es necesario te llevo como estás, de nuevo —A Milo le recorrió un escalofrío al recordar eso. Su hermano mayor nunca hablaba porque sí. Había aprendido que si Kardia decía algo, era en serio. No le gustaba recordar esa vez que tuvo que pasar un día en la escuela con su pijama de unicornios coloridos… ¡Sólo tenía seis años! Kardia era cruel.

Con esa imagen en su mente, se levantó a buscar la ropa de su uniforme y Kardia sonrió complacido. Cada vez que conseguía domar a la pequeña bestia se sentía victorioso. Había tenido un largo trabajo para que Milo lo respetara e hiciera caso, pero ahora consideraba que tal mal no les iba.

Se dirigió a la cocina. Tenía muy poco tiempo para hacer las cosas. Le preparó un desayuno rápido a su hermano y, cuando el niño entró, ya estaba preparado.

Tomó una manzana y se la llevó a la boca.

—Desayuna —dijo mientras masticaba y le daba un golpecito leve en la cabeza a Milo, quien aún parecía medio somnoliento. No quería que se durmiera con la cara dentro del tazón de leche.

Fue hasta su propia habitación y se vistió, aún con la manzana en la boca. Prácticamente la había terminado cuando estuvo listo y se complació cuando fue a comprobar que el niño había casi acabado de comer también. Ambos tenían eso en común: comían muy rápido como si no hubieran sido alimentados en semanas. Eso no se debía a que tuvieran gran apetito o les faltara comida, sino que era costumbre.

Kardia se colocó frente a Milo, quien estaba poniéndose su mochila, e intentó peinarlo. Pasó los dedos por el cabello rebelde y algo largo, pero no había forma de acomodarlo. No tenía tiempo ya de atárselo o hacerle alguna cosa. Que se quedara así, se veía bien después todo, como él mismo. Tomó otra manzana antes de salir.

Apenas abrió la puerta, Milo salió corriendo. Vivían en un edificio pequeño, de sólo dos pisos, y ellos se encontraban en los departamentos de arriba. Por lo tanto, había que subir y bajar dos escaleras, debido a que era una residencia algo antigua y no contaba con ascensor. A él no le molestaba, y su hermanito encontraba divertidísimo bajar y subir corriendo los escalones diariamente. Kardia no lo reprendía, ya lo dejaría de hacer cuando se cayera y le doliera. Lástima que el niño no lo había dejado de hacer, aunque se cayera rodando. Lo consideraba como un juego. Incluso muchas veces se prendía de las tonterías del pequeño y ambos subían o bajaban la escalera corriendo, compitiendo a ver quién llegaba primero. Era divertido, lo admitía, pero hoy no tenía ganas de participar de eso, aún no se despertaba del todo y ni había alcanzado a lavarse la cara.

Estaba terminando de cerrar la puerta de su casa y a punto de bajar la escalera cuando un ruido en particular le llamó la atención. Se giró y vio cómo la puerta enfrente de la suya se abría. ¿Alguien vivía ahí? Kardia llevaba en ese lugar más de cinco años y nunca había visto que nadie viviera ahí. El edificio contaba con cinco departamentos, distribuidos de forma que uno estaba en planta baja, dos en el primer piso y dos en el segundo. Él vivía junto al monstruo en el segundo piso y esa vivienda frente a la de ellos siempre había estado vacía.

Se quedó un segundo para ver qué tipo de persona sería. Por lógica, había muy poca gente en ese edificio y los conocía a todos. En la planta baja vivía una pareja de ancianos, quienes eran simpáticos, al viejo le faltaba un pie y la señora siempre le regalaba manzanas, además de que le cuidaban al niño cuando él tenía que trabajar; luego en el segundo estaba la vieja que hacía brujería –estas eran meras conjeturas suyas, pero estaba casi seguro de que las hacía– y un calvo amargado con el que nunca hablaba. ¿Qué tal serían sus nuevos vecinos?

Su sorpresa fue mucha cuando vio salir a un niño pequeño de esa puerta. Seguramente tendría la edad de Milo, asumió, además de que iba vestido con el mismo uniforme de su escuela. ¿Lo conocería? Aquel pequeño lo miró con un rostro indescifrable, tal vez no se esperaba encontrarse a alguien, menos una persona como él, con una cara de muerto por acabarse de levantar, y con una manzana en la boca.

Por su mente pasó la idea de saludarlo, pero consideró que debía retomar su camino para irse. Sin embargo, permaneció porque una segunda persona salió de ese departamento, que hasta hoy había creído que estaba vacío. Supuso que sería el padre del niño, sobre todo porque eran muy parecidos. Aunque aquel hombre tenía el cabello muy largo, mientras que el pequeño lo llevaba por los hombros. Incluso era perfectamente lacio, con cada hebra en su lugar sin desacomodarse, y Kardia sólo se peinaba cada vez que se bañaba.

Aquel hombre parecía estar ensimismado en sus pensamientos, hasta que notó que estaba ahí. Cuando ambos cruzaron miradas, pudo observarlo. No parecía tener una edad diferente a la suya, además de que no se veía mal. Un vecino atractivo, y casi se rió por su pensamiento, pero lo contuvo.

—Buenos días —Escuchó que esa persona le saludó y el niño a su lado asintió con la cabeza, en forma de saludo. El pequeño parecía tímido o quizá no le caía bien.

Kardia se sacó la manzana de la boca, no sin antes darle un mordisco.

—Ah, hola —contestó con absoluto desgano. Sabía que lo normal sería preguntarle si era un nuevo vecino, presentarse y blah blah, pero no tenía ganas de eso.

Hacer sociales no era su idea. Así que simplemente se dirigió a bajar las escaleras mientras mordisqueaba su fruta. Recordó que tenía que llevar a Milo todavía, quien seguro estaba completamente impaciente esperando, y no tenía tiempo de ponerse a conversar con sus nuevos vecinos, aunque en su mente no había idea más tediosa. Más allá de que se quisiera hacer el superado con estos temas, admitía que le había llamado la atención el hecho de que alguien se mudara enfrente de ellos. Bastante interesante, considerando que ahí nunca pasaba nada más que un corte de luz esporádico.

Llegó hasta abajo y en efecto, Milo lo miró muy molesto.

—¿Por qué tardaste tanto? —espetó enseguida—. ¿Qué te quedaste haciendo?

—¿A ti qué te importa, mocoso? —No iba a darle explicaciones a nadie y menos a ese enano. Abrió la puerta para salir a la calle—. Vamos, que llegarás tarde.

—Ahora me apuras, pero bien que eres lento como una tortuga cuando quieres.

—¡Oye, enano, no me hables así!

Intentó agarrar al niño para darle un coscorrón aunque sea, en venganza, pero Milo salió corriendo antes de que pudiera tocarlo. Lo persiguió por dos cuadras, hasta que desistió de su intento de alcanzarlo. Mejor que eso, le aventó la manzana que traía a medio comer y su buena puntería le ayudó para darle justo en la cabeza. Kardia rió con fuerza cuando el niño se giró a quejarse por el golpe, aunque sabía que eso no alcanzaría para que Milo dejara de ser irreverente. Era así, incluso el mismo Kardia lo era, cosa que lo hacía pensar si era o no una buena influencia, pero en realidad no le importaba.

Siguieron su camino. La escuela estaba relativamente cerca, menos de diez cuadras. Así que en poco tiempo ya estaban casi en la puerta. Levemente, recordó al niño que se había encontrado al salir de su casa, que llevaba el mismo uniforme que Milo, y, por inercia, se volteó a ver si alguien venía detrás de ellos. Seguramente aquella persona saldría a llevar a su hijo a la escuela, concluyó Kardia. No vio nada, a esa hora había muy poca gente en la calle y no había rastro de sus nuevos vecinos.

—¡Kardia! —La voz de su hermanito le trajo la vista de nuevo al frente. Milo iba media cuadra más adelante—. ¿Te estás poniendo viejo o algo? ¡Apúrate!

Iba a matar a ese niño un día de esto, ¿cómo se atrevía a decirle viejo a él, un ser tan bello y rebosante de juventud? Estaba considerando hacerlo dormir en la terraza del edificio. Además, ¿de dónde salía todas esas ganas repentinas por ir a la escuela? Niño raro, aunque seguramente se debía a que tenía ganas de ver a sus amigos y jugar, de eso se trataba el primer día ¿no? Por otra parte, tenía que dejar de pensar cosas que no venía al caso. Admitía que sentía curiosidad por las nuevas personas enfrente de su casa, pero tampoco se trataba de algo muy relevante.

Cuando llegaron a la escuela vio a un montón de niños entrando. Se sintió aliviado, al menos esta vez no habían llegado tarde. El año anterior había recibido muchos llamados de la dirección por las llegadas tarde del niño. El problema era que a Milo no le gustaba levantarse temprano y a Kardia tampoco, así que solían sufrir inconvenientes, pero intentaría hacerlo mejor este año. Bueno, apenas era el primer día, ya verían qué ocurría. Milo ni siquiera se volteó a verlo cuando llegaron, fue corriendo hacia su amigo Aioria cuando lo vio que estaba por entrar. El niño se dio vuelta y le gritó un sonoro "Adiós" y Kardia simplemente agitó su mano. Al instante, junto a los niños divisó a Regulus. El adolescente iba a vestido con su ropa de secundaria y también lo saludó con la mano y una alegre sonrisa. Seguramente el chico había ido a llevar a sus primos a la escuela, antes de ir él. Kardia admitía que no se llevaba del todo bien con Sísifo, pero Regulus le parecía un buen chico.

Cuando se dispuso a irse, se giró caminando unos pasos entre la multitud de padres y sus ojos se encontraron con una sorpresa. Ahí estaban sus nuevos vecinos, como había supuesto. El mayor de ambos estaba arrodillado frente al niño diciéndole algunas cosas mientras le sonreía, aunque ese pequeño tenía una cara que no demostraba mucho entusiasmo por empezar la escuela. Al parecer estaba tratando de darle un poco de confianza, aunque el efecto no parecía manifestarse. Finalmente, no le quedó otra opción al infante que adentrarse en esa institución. Pobre niño, pensó Kardia, no había nada peor que empezar un nuevo día y no conocer a nadie, porque, al no haber visto al pequeño antes, asumía que sería nuevo.

Cuando ya estaba por retirarse, su mirada se cruzó de otra vez con su nuevo vecino. Éste lo miraba sorprendido, cosa que Kardia no entendió. Después recordó que esa persona no había visto a Milo en el edificio, así que no encontraba relación de por qué estaba ahí en la puerta de la escuela seguramente. Kardia, además de ser una persona simple como se consideraba, también tenía pensamientos muy retorcidos y exagerados cuando quería. Su cerebro, en menos de diez segundos, maquinó la idea de que quizá aquel hombre podía pensar que lo estaba siguiendo, que era alguna especie de secuestrador o pervertido de menores que esperaba fuera de las escuelas encontrarse niños solitarios para llevárselos. ¿Por qué tenía que ser tan retorcido? No sabía, pero consideró que esas ideas no eran tan descabelladas y prefirió librarse de toda duda. Además, era una buena excusa para hablar con su nuevo vecino.

Se acercó a él y no lo vio retroceder. Era una buena señal, quizá sus ideas exageradas no eran más que eso.

—Ah, eres tú —mencionó aquella persona y Kardia arqueó una ceja.

—Ya nos conocíamos, ¿no? —Intentó bromear, pero al otro pareció no causarle gracia.

—Disculpa —dijo y se señaló la cara. ¿Se había puesto lentes?—, no tengo buena vista y cuando no los llevo veo bastante mal. No los tenía cuando nos vimos y ahora no estaba seguro si eras tú —explicó y Kardia se quedó algo tieso. No sabía si sentirse un idiota con una imaginación muy activa o simplemente reírse de sí mismo—. Soy Dégel.

—Kardia —se presentó también—. ¿Traes a tu hijo?

—Mi hermano.

Esa corrección le sorprendió, hasta el punto de arquear las cejas y abrir bien los ojos.

—¿En serio? También yo.

—¿Ah sí? —Dégel también parecía levemente asombrado— No sabía que en ese edificio hubiera más niños.

—No los hay en realidad, Milo era el único niño hasta ahora.

—Ya veo —asintió y al instante miró un reloj en su muñeca—. Lo siento, debo irme.

—Sí, claro, yo también —Sin saber por qué, el súbito corte no le agradó. Hubiera deseado indagar un poco más, sin razón alguna. Simplemente porque tenía ganas, pero tal vez ya tendría tiempo.

—Adiós —dijo Dégel y antes de retirarse agregó algo más—: Fue un placer.

—Igual —Kardia le sonrió y ambos se retiraron.

Se encontró mucho más interesado de lo que esperaba. Algo nuevo, pensó, pero quizá sólo era otro de sus pensamientos exagerados lo que le estaba corriendo en la mente en ese momento… o tal vez no.

-O-o-o-o-O-

Su día había comenzado bastante bien, cosa que le sorprendía. Para Kardia era normal encontrarse con variados inconvenientes a lo largo de sus jornadas, pero hoy las cosas le venían saliendo extrañamente cómodas. Esto tampoco era algo divertido, pero sabía que sólo era momentáneo y así fue. Estaba trabajando con su celular sonó y no se sintió muy asombrado por lo que le comunicaron. Milo había tenido una pelea en la escuela y tendría que ir por él. La mujer al otro lado de la línea no quiso dar otros detalles, pero le pidió que se acercara al establecimiento lo antes posible. No le quedaba de otra, tendría que ir. Cosa que también le recordaba que tendría que arreglar la situación en su trabajo.

Caminó con un paso apurado para llegar a la escuela mientras pensaba en eso. El horario en que su hermano salía de la escuela se le superponía con el de su trabajo. Milo salía a las cinco y él comenzaría dentro de poco a trabajar hasta las siete. Su jefa era una mujer considerada con los inconvenientes que tenía, incluso se hicieron amigos de la forma más extraña y por unos días podría salir temprano, hasta que tuviera todo solucionado. En otras palabras, tenía que conseguir alguien que fuera por Milo a la escuela y lo cuidara hasta que él volviera. Simple, el problema era quién se haría cargo de esto, ya que había dejado de contar con la niñera de confianza que tenía.

Pensó en alguno de sus amigos, quienes conocían al niño hace un tiempo y estaban acostumbrados a él. Sin embargo, al igual que él, las personas que conocían también tenían trabajos y dudaba que alguno de ellos estuviera libre a esa hora. Podría hablar con Manigoldo, aunque sabía que éste no podría por trabajo, pero quizá conociera a alguien. Ni muerto le pediría un favor a Sísifo. Luego pensó en el par de asociales de Asmita y Albafica, pero al instante sintió como la voz de su consciencia le decía que no de forma automática, ellos no querrían. Eran buenas personas, pero Albafica era poco paciente y con Asmita prefería no saber, apenas lo entendía. ¿Aspros quizá? ¿Deuteros? Ni se acordaba qué hacían ellos de sus vidas. ¿Será que necesitaba más amigos?

¿Tendría que contratar a alguien? La idea no le agradó. No tenía ningún prejuicio contra los servicios de niñeras, pero no pensaba gastar dinero en eso. Quería que alguien se lo hiciera de favor, como hasta ahora. Milo ya estaba bastante grande, pero quizá no lo suficiente para manejarse por su cuenta. Sólo quería que alguien vigilara que no prendiera fuego nada mientras él volvía. Quizá Regulus, pero eso implicaría que el metido de Sísifo se inmiscuyera, por alguna razón no le caía bien y el sentimiento era mutuo; pero quizás por medio del adolescente pudiera conseguir alguna idea.

En fin, después resolvería esos problemas. Ahora tenía que concentrarse en qué había pasado con el niño. Una señora arrugada como una pasa le abrió la puerta y suspiró al verlo, como si dijera "Ah, usted de nuevo", ya era conocido ahí. Milo no era precisamente el mejor portado del instituto. La vieja lo dejó pasar y no le dijo nada, él sabía dónde tenía que ir.

Tocó la puerta y entró. El olor a madera y cera de pisos fue lo primero que notó. El viejo director siempre tenía su oficina bien aseada, repleta de libros, carpetas, hojas y montones de cosas bien ordenadas. Le daba escalofríos ese lugar, le recordaba a cuando él iba a la escuela y tampoco era tan buen alumno; aunque el director era un viejo amable. Había perdonado al pequeño diablo montones de veces, aunque ahora quizá fuera diferente. No era raro que los niños pelearan, pero hacerlo el primer día podría considerarse demasiado, o al menos eso fue lo que creyó que le dirían ahora.

En seguida vio a Sage, anciano director, sentado en su escritorio y, frente a él, lo acompañaba otra persona. Cierto, tendría que enfrentarse al responsable del otro niño. Ya había tenido que aguantar montones de madres gritonas y padres que, al igual que él, no tenían ganas de estar ahí. Se sorprendió al ver quién era: su nuevo vecino, quien también le miró visiblemente sorprendido. ¿Cómo era su nombre? Sonaba a algo como francés, esa sensación le dio, además del acento en su voz.

—Siéntese, Kardia —le pidió Sage y él obedeció sin decir nada. Cierta tensión se presentó cuando el hombre estuvo a punto de comenzar a hablarles.

"Empezaba con D" por su parte, Kardia todavía seguía tratando de recordar el nombre de aquella persona a su lado. Siempre se había jactado de ser muy memorioso, pero algunas cosas se le escapaban. Sin embargo, esto lo tenía en la punta de la lengua. ¿Damien? No, definitivamente no era eso. Era con "De". De… De… ¿Denis? No, qué horrible. Era una palabra en francés, de eso estaba seguro, pero no le salía.

Se vio obligado a salir de sus cavilaciones cuando el director le puso la mirada encima.

—Le estaba comentando al señor Dégel lo ocurrido —comenzó a hablar y Kardia por dentro sólo pensó: ¡Eso era! ¡Dégel! Estuve totalmente cerca, casi lo tenía. Pero intentó seguir prestando atención a lo que le contaban—. Ambos niños están bien, pero han tenido un pequeño pleito. No ocurrió ningún daño, pero este tipo de cosas el primer día no se pueden tolerar.

—¿Sabe por qué fue que sucedió? —La voz de Dégel se abrió paso en la conversación. No sonaba enojado ni tampoco nervioso, pero creyó percibir una leve preocupación.

—Fue un pequeño pleito entre niños —contestó—. Milo no es un mal niño, pero no consideramos aceptable esa clase de comportamientos y menos hacia un alumno nuevo.

—¿Milo fue el que comenzó? —preguntó Kardia. Sabía que su hermanito era un pesado, pero tampoco para que fuera un brabucón que molestara al niño nuevo. Vagamente recordó al pequeño que vio esa mañana, y tampoco le daba la impresión de ser esa clase de niño.

—Eso no es lo importante —sentenció el director—. Ambos son compañeros de curso y no pueden tratarse de esa forma. Les llamamos la atención, pero ustedes, como sus tutores, deben hacerse cargo.

—Sabe que no es necesario que diga eso cada vez que vengo —habló con cierto fastidio, pero él lo tenía permitido. Tantas veces había estado ahí que Sage le tenía cierta confianza—. Casi me lo sé de memoria.

—Si lo implementara con más eficiencia quizá no tendríamos que llamarlo tan seguido por los problemas que comete su hermano —Esas palabras fueron como una lanza a atacarlo directamente. Tenía razón, Kardia lo sabía y no dijo nada. Sólo rodó los ojos y desvió la vista. ¡Tampoco podía controlar todo lo que hiciera ese duende! El director prosiguió—: Los niños recibirán una reprimenda, tendrán que hacer una tarea en conjunto y si esto se repite serán tomadas medidas más estrictas.

Ambos estuvieron de acuerdo con el castigo. No era algo tan grave y podría resolverse fácilmente, dependiendo de los niños. Ahora venía la parte difícil, ver a los pequeños y hacer que se disculpen. Con una llamada por el teléfono interno, en seguida la psicopedagoga del instituto ingresó a la oficina con los niños. Los dos se venían molestos. Kardia casi se rió de Milo cuando le vio ese puchero en la cara, pero se abstuvo, ya después tendría tiempo. Camus y Milo se acercaron a sus respectivos hermanos mayores, quienes los recibieron con preguntas básicas.¿Cómo estás? ¿Qué pasó? ¿Estás bien? ¿No podías esperar hasta que al menos pasara el primer día, enano? Bueno, esa última la formuló Kardia en realidad.

—¡No soy un enano! —espetó Milo, defendiéndose, para luego señalar al otro pequeño—. ¡Fue su culpa!

—Es mentira, ¡tú me empujaste y comenzaste a pelear!

—Porque me dijiste "fíjate por donde vas" ¡y llamaste tonto también!

—¡Sí eres un tonto!

—¡Camus! —Dégel le llamó la atención a su hermanito y éste dejó de pelear, se había salido un poco de control—. ¿Cómo vas a hablarle así a un compañero de la escuela?

—Pero fue porque él me molestó primero porque yo soy nuevo y dice que lo empujé cuando fue su culpa.

—Mentiroso, ¡fue tu culpa!

—¡Aún eres un tonto!

—¡Tú más!

—Oigan, oigan —paró la mujer a los niños, junto con los hermanos mayores, antes de que volvieran a pelearse con puños—. Tengan un poco más de respeto, están en la oficina del director. Ya discutimos esto, y sus hermanos tuvieron que dejar muchos compromisos para venir hasta aquí. No importa de quién es la culpa, pelear nunca es la solución.

—Eso no es lo que dice mi… —Kardia le tapó la boca a Milo antes de que lo hiciera quedar más mal.

—Escucha lo que te dicen —ordenó y luego soltó al niño—. Discúlpate con él.

—No lo haré —sentenció el niño y eso no detuvo a Kardia.

—Tampoco yo —secundó Camus.

—Si no lo hacen tendremos que pasaremos aquí toda la noche, esperando a que se les vaya el enojo. Dormiremos en el piso y nos comeremos los muebles del director como cena —sugirió y se encogió de hombros resignado.

Sage, por su parte, miró la escena desconcertado, pero no interrumpió. Ya conocía a Kardia y a Milo lo suficiente como para saber que ese tipo de procedimientos que tenían, aunque extraños, eran su forma de manejarse. Les tenía consideración, pero no podía dejar eso en evidencia o sus razones.

—Eso no tiene sentido, no nos mienta —refutó el pequeño Camus y enseguida Milo enfocó el rostro en él.

—Nunca miente —aclaró porque lo sabía a la perfección. Su hermano no hablaba por hablar. Si decía algo, lo hacía de verdad.

—Así es —asintió Kardia—. El director ya nos dio el permiso, y seguiremos aquí. ¿No es así, Dégel?

El nombrado se exalto al escuchar como aquella persona, a quien apenas conocía de vista, lo llamaba y también lo introducía en esa mentira para convencer a los niños. Fue un momento muy extraño, pero no le pareció una mala idea. Compartió una rápida mirada con el otro adulto y éste, para su sorpresa, le siguió el juego.

—Si no queda de otra —Sus palabras desconcertaron a los niños, pero sacaron una gran sonrisa en Kardia. Ya casi los tenían.

—¡Dégel!

—Lo siento, Camus —fingió decepción—. Tendremos que hacerlo, pero todo sería más fácil si te disculparas.

Eso, había sido el toque que necesitaban. Kardia entrecerró los ojos y se mordió la parte interna del labio. No supo por qué, pero en el momento en que ese hombre se volvió cómplice en su pequeña mentira se le hizo atractivo de una forma indescriptible y hasta enfermiza, pero eso no era raro tratándose de él.

Un momento de silencio cubrió el ambiente y los niños se miraron, sintiéndose derrotados.

—Siento haberte llamado tonto —dijo Camus, bajando la cabeza.

—También yo —continuó Milo—. Perdón por pegarte y molestarte.

—¿Viste que fácil fue, enano? —Kardia pasó una mano por el cabello de su hermano—. Ahora podrás cenar comida de verdad y no madera.

La gran sonrisa llena de gracia que le regalaba el otro no hizo sentir bien al niño, pero al menos se contentaba con que podría volver a su casa ahora. Se despidieron de los directivos, quienes habían quedado al margen, dejando que los adultos arreglaran las cosas con los pequeños y mal no les había ido. Sólo eran niños, siempre se meterían en problemas, pero esperaban que no muchos más.

Dégel caminó junto con Camus por la calle luego de salir del instituto y el niño no le dirigió palabra alguna. Estaba callado, molesto por lo visto y no se le ocurría qué hacer para que se le pasara. Aunque no estaba molesto sólo por lo ocurrido ese día, sabía que esto iba más allá que una simple pelea con un compañero. Camus no estaba feliz últimamente. Por más que no se quejara abiertamente, lo sabía. No le gustaba la nueva casa, la escuela o la vida que llevaban. No lo culpaba, pero tampoco sabía cómo hacer para animarlo. Esto era lo que tenía ahora y no podía volver el tiempo atrás por más que quisiera. Era difícil hacer que un niño pequeño entendiera esos detalles.

No quiso volver en seguida a casa. Dieron una pequeña vueltita para bajar los humos. Camus estaba algo desaliñado por la pelea que tuvo con su compañero, con la ropa un poco sucia y el cabello revuelto; pero lo que más le preocupaba era el gesto ido del niño. Como si estuviera en otro lugar abstraído. Estaba triste, lo sabía y trató de buscar una forma de ponerlo contento. Pasaron por un parque y vio a un señor vendiendo golosinas. Sonrió y se acercó junto a su hermanito. Le compró un algodón de azúcar y, por más que Camus estuviera enojado, no rechazaba las cosas dulces.

—Esto te hará bien —le dijo al pequeño y éste le miró con sorpresa.

—Creí que te enojarías conmigo por pelearme —mencionó tomando el algodón rosa para luego probarlo.

—Quiero creer que ya aprendiste que no debes hacer eso.

Se sentaron en un banco. La tarde estaba tranquila y el sol caía lentamente. Era un vecindario bastante calmo y agradable, no le parecía mal vivir ahora por ahí. Camus pareció cambiar el semblante con la golosina azucarada, cosa que hizo a Dégel sonreír un poco. Siempre era un niño callado y reservado, pero no dejaba de ser un niño.

—Ellos viven enfrente, ¿verdad? —La pregunta de su hermanito le llamó la atención.

—Sí —contestó simplemente. Aquel hombre, Kardia, y ese niño con el que había tenido un pleito eran sus nuevos vecinos. Bastante para ser sólo un día viviendo en ese edificio.

—¿Es tarde para romper ese contrato que firmaste?

Casi se ríe por esa ocurrencia. Su hermano era un niño inteligente, ya sabía cuál era la respuesta, pero igual tenía cierta esperanza.

—Tranquilo —dijo Dégel—, no será tan malo.

Eso quería creer. De hecho, no parecían personas malas, algo extrañas quizá. Dégel enseguida notó eso de Kardia. No habían tenido la mejor impresión esa mañana, incluso le pareció un hombre bastante maleducado y descortés por la forma en que los saludó; pero luego cambió un poco esa idea la segunda vez que se lo cruzó y luego la volvió a cambiar con la reunión en la escuela. Raro, sólo eso podía decir. Sobre todo por su forma de arreglar la situación con su hermano menor, cosa que Dégel jamás hubiera hecho con Camus, pero aun así se dejó llevar por aquel hombre y su idea peculiar. Quizá no había sido lo mejor, pero eso ya no importaba.

Dégel pasó un par de dedos por los cabellos de su hermanito y una pequeña sonrisa se le escapó. Camus ya estaba grande y pensar en eso lo hacía sentir nostálgico. Habían pasado por demasiadas cosas y ahora verlo crecer tan bien lo llenaba de orgullo. No se había molestado por el hecho de que el niño se peleara con un compañero, pero sí se preocupó cuando lo llamaron. Camus era serio, pero nunca había sido un pequeño de esos que se metieran en pleitos, aunque admitía que su hermanito tenía un carácter bastante fuerte y podía ser terrible cuando lo dejaba salir. Más tarde tendría que hablar sobre ese tema y que le contara que pasó con el otro niño, quien se veía igual de peculiar que su hermano mayor. Aún había unas cuantas cosas por solucionar.

—No me agradan —dijo Camus e hizo un puchero mientras seguía comiendo el algodón.

—Intentémoslo —le propuso—, si no sale bien ya veremos cómo solucionarlo.

Camus guardó silencio antes de contestar. Por más que no quisiera, sabía que tendría que acatar lo que el otro le decía. Era quien le protegía y le cuidaba desde que tenía memoria, confiaba en lo que Dégel le decía, por más que le sonara extraño.

—Bien.

Sonrió y le robó un poco del algodón a su hermanito. Estuvo conforme al verlo un poco más relejado. Vagamente, recordó que debía cumplir un castigo con el otro niño. Deberían cruzarse más de la cuenta entonces y, quien sabe, tal vez hasta se cayeran bien.

-O-o-o-o-O-

—¡No es cierto! —escuchó que decía Milo cuando salían del edificio para ir a la escuela. Kardia se giró vio cómo su hermano menor miraba aquel niño, con el que se había peleado el día anterior, parado justo frente a él—. ¿Qué haces aquí?

—¿No te lo dije? —mencionó y se interpuso entre ambos niños, antes de que se pusieran a pelear de nuevo—. Él vive enfrente de nuestra casa, así que acostúmbrate y deja de comportarte como un idiota o dormirás en la terraza.

Milo se quejó hastiado. Ahora sólo esto le faltaba. Aquel niño pretencioso y engreído viviría enfrente de su casa. Parecía no ser más que una vil mentira. Se cruzó de brazos y giró la vista hacia otro lado, si no lo veía podía fingir muy bien que no estaba ahí. Camus, por su parte, estaba exactamente en la misma situación que Milo y no planeaba cambiar pronto.

—Oye, niño —le llamó Kardia.

—Camus —informó. Ahí recordó su nombre.

—¿Estás solo? —prosiguió a preguntar, después de haber mirado hacia todas partes—. ¿Dónde está tu hermano?

—Él está buscando unas cosas para irse a trabajar y baja —explicó el niño simplemente.

Kardia asintió y, por más impaciente que se pusiera Milo, no quiso irse. Tampoco tenía tan poco sentido como para dejar a un niño solo ahí en la calle tan temprano en la mañana. No era su problema, pero aun así permaneció ahí. Sin embargo, al instante Dégel apareció. Se veía apurado, cargando algunas carpetas, portafolios y demás cosas, además de que podía sentir cierto nerviosismo viniendo de él.

—Oh, buen día —saludó cuando notó su presencia.

—Hola —le devolvió el saludo—, estábamos conversando.

—Ya veo —dijo Dégel mientras se pasaba las carpetas a un solo brazo y, en el proceso, se le cayeron un par de papeles. Estuvo a punto de agacharse por ellos, pero Kardia lo hizo y se los alcanzó—. Gracias, son bastantes cosas.

—Me doy cuenta —Ni siquiera se quería imaginar para qué eran—. ¿De qué trabajas?

—Doy clases —apenas dijo y miró su reloj. Era muy tarde, no para Camus, sino para él—. Debemos irnos ya.

—Oye —le llamó y, aunque Dégel no quisiera por lo apurado que estaba, se detuvo a escucharlo—, si tienes que irte, yo puedo llevarlo —sugirió y señaló a Camus. Kardia no tenía ni idea de dónde le salía esa idea, simplemente la dijo.

Quizá fue algo generado de forma muy repentina, porque Dégel lo miraba sin poder creerse lo que acababa de decir, como si esperara que le explicase que se trataba de una broma, pero Kardia no desistió. No iba a arrepentirse de lo que decía, además en serio no le costaba nada. No conocía a ese niño, pero a simple vista parecía que se portaba cien veces mejor que su propio demonio, quien, por cierto, estaba con ganas de matarlo.

—No lo sé —dijo Dégel y por un momento lo meditó, para desgracia de Camus. La verdad que le vendría muy bien esa ayuda, pero no conocía a Kardia y tampoco quería causarle otro disgusto a su hermanito. Dejar a su hermano con un extraño no estaba en discusión.

—Anda —insistió— yo tengo que irme a trabajar en unas horas, tengo tiempo de sobra y estos dos tendrán un tiempo para aprender a llevarse mejor.

En cierta forma, le daba la razón al otro y, a pesar de que hacía casi nada de tiempo que se conocían, no le daba una mala sensación. Incluso inspiraba confianza. Quizá no fuera tan malo.

—Bueno… podría ser.

—Dégel, no hablas en serio —Camus por fin intervino para frenar a su hermano, quien parecía estar por cometer una locura, a sus ojos—. Prefiero caminar solo.

—De eso ni hablar —espetó y por más que el pequeño le contradiga, no iba a cambiar. Aún era muy chico para andar solo por la calle. Además, no era tan mala idea. Se agachó a la altura del niño y dejó todas sus cosas a un lado para mirarle—. Sabes que voy bastante tarde ya —explicó— y será por hoy. Luego lo hablaremos, cualquier cosa sabes que puedes llamarme.

El niño se sintió entre la espada y la pared, sin ser capaz de seguir refutando nada. Dégel siempre era bueno con él, compresivo, además de que se esforzaba por cuidarlo. Veía con claridad todas estas cosas y no se sentía con el derecho de ser egoísta en esos momentos. Asintió con la cabeza resignado. No le parecía una buena idea, pero la seguiría. Tampoco tenía nada en contra de ese señor llamado Kardia, incluso no le parecía una mala persona, pero había tomado idea hacia el otro niño y no le caía bien. Aún no se olvidaba lo ocurrido el día anterior.

—Bien, entonces nos vamos —comentó Kardia—. Que tengas suerte en tus clases.

—Gracias —murmuró. Dégel se quedó un momento viéndolo y un par cuestiones se le comenzaron a pasar por la cabeza, sobre todo que ese tal Kardia era una persona muy rara y le costaba comprenderlo. Lo desconcertaba. Ignoró ese pequeño detalle y miró a su hermano—. Cuídate y pórtate bien, Camus —le dijo al niño—. Te veré cuando salgas.

El pequeño asintió con la cabeza y observó cómo Dégel se iba, apurado a su trabajo. Las pocas esperanzas que tenía de que éste se volteara y regresara por él se desvanecieron cuando el cabello largo de su hermano desapareció por la esquina. Camus suspiró resignado y se volteó a las otras dos personas. Kardia lo miró con una sonrisa y Milo estaba queriéndolo matar con los ojos. ¿En qué demonios estaba pesando Dégel dejándolo con esos dos? Ya se ocuparía de hacerle saber sus pensamientos y tal vez vengarse. Aunque no lo dijera abiertamente, Milo estaba igual que Camus, queriendo matar al estúpido de Kardia, quien por supuesto no le prestó la más mínima atención. Algo en común tenían los niños al menos: dos hermanos idiotas.

Comenzaron a caminar hacia la escuela. El silencio de esa mañana sólo era acrecentado por la tensión que había entre esas tres personas. El mayor de ellos sólo se dedicaba a mirar a los niños, quienes caminaban ignorándose y, si se llegaban a ver por un momento, casi podía jurar que les salían rayos de los ojos. Kardia estaba a punto de matarse de risa y le costaba trabajo contenerse. Sólo habían pasado dos días y aquellos infantes ya parecían enemigos jurados. Aunque dudaba que ese odio fuera tan profundo, sólo era alimentado por el reciente rencor y, cuando éste pasara, tal vez los niños congeniaran mejor o no, quizá se odiaran para siempre. No sabía, pero tampoco aseguraría nada. A lo largo de su vida, Kardia había tenido muchas amistades y experiencias, las cuales le daban la suficiente seguridad para decir que nada estaba dicho.

Miró a uno y después al otro. Ambos pequeños caminaban a paso normal, tranquilo, cosa que se le hizo extraña de Milo, quien siempre iba corriendo y gritando a todos lados. Ahora el niño estaba serio e iba sin decir nada. Estaba enojado y no parecía querer cambiar pronto.

—Vamos —dijo intentando calmar un poco ese ambiente—, ¿van a seguir enojados para siempre?

No obtuvo respuesta. Por lo tanto, eso significaba sí. Los niños podían llegar a ser muy tercos.

—Pues más les vale no volver a pelearse o tendrán que vérselas con un castigo —comentó y al instante le dio un coscorrón a Milo—. ¿Oíste, enano?

—¡Ay, déjame, Kardia! —se quejó quitándose las manos de su hermano de encima.

—Más te vale no vuelvas a molestarlo o el director nos acabará corriendo —advirtió.

—¡Qué no fue mi culpa!

Kardia lo ignoró de una forma magistral y dirigió su vista al otro pequeño, quien caminaba sin decir palabra alguna. Lo observó un segundo, impresionado de cuánto se parecía a su hermano mayor, incluso el mismo gesto serio tenían. Quizás se trataba de herencia.

—Quien sabe, tal vez podrían ser amigos.

Al decir eso, ambos niños lo miraron como si hubiera dicho una herejía.

—¿De él? ¡No! —mencionaron las palabras al mismo tiempo y fue tan coordinado, que los pequeños se miraron asustados. Kardia rió al verlos.

—¿Ya ven? Casi mejores amigos.

Una vez más recibió miradas de odio por parte de los infantes, pero eso no le importó. Era bastante gracioso ver esas caras enojadas, aunque quizá no debería estar molestando a un niño que no conocía. Al final era igual de pesado que Milo, pero mucho más bello, a sus ojos.

—¿Hace mucho que se mudaron? —le preguntó al niño y éste le miró algo confundido. Al menos le trataba de conversar, tal vez así se olvidaría de estar enojado.

—Algunos días —contestó simplemente. Camus no tenía muchas ganas de hablarle a ese señor, pero respondía por educación más que nada.

—Ah, no son de aquí, ¿verdad?

—No.

—Parecen franceses —Le estaba costando hablar con ese pequeño. Para ser un niño era más serio que uno de esos empleados de banco que cada tanto veía, amargados de cincuenta años. Niño raro—. ¿Dónde trabaja tu hermano? Iba con bastante prisa.

—Si tiene alguna duda, puede hacérsela perfectamente a Dégel.

—Uh, qué carácter —Kardia se sorprendió bastante y silbó asombrado, y, aunque pareciera extraño, eso le emocionó. ¡Era una pequeña fiera! Con razón Milo había tenido problemas con ese niño. No sólo era serio, sino también tenía carácter fuerte y entendía en parte por qué habían chocado con su hermanito. Eran exactamente lo opuesto. La duda de si el tal Dégel sería igual que ese pequeño se le instaló en la cabeza al instante.

No pudo indagar más porque al instante llegaron a la escuela. Milo ni siquiera se despidió y salió corriendo a ver a sus amigos. El infante estaba enojado con él y era de esperarse, ya se le pasaría. Kardia, lejos de sentirse ofendido, no le interesaba. Ellos eran así. Cuando bajaran los rencores, todo volvería a la normalidad.

—Oye —le llamó la atención al otro niño antes de que se fuera también—, tenle paciencia —dijo y obviamente que se refería a Milo. Camus no necesitó ninguna aclaración para saberlo, pero internamente el niño se preguntaba por qué le estaba diciendo eso. Aquel señor no tenía ninguna obligación con él, pero aun así lo hacía—. Yo sé que puede ser un tonto, pero te aseguro que se caerán bien.

Arrugó un poco el ceño sin darse cuenta. ¿Qué le pasaba a ese tipo? No era como si lo conociera para que se preocupara por él ni nada por el estilo, le parecía una cosa demasiado inusual. Camus era cauteloso por naturaleza y un adulto, que no fuera su hermano o alguien que conociera, se tomara alguna molestia por él le daba desconfianza.

—Adiós —Fue la respuesta del infante y se alejó de ahí para adentrarse en la escuela. Por más que desconfiara de ese sujeto, admitía que ese Kardia no parecía malo e incluso era algo amable.

Por su parte, Kardia suspiró y se alejó de aquella escuela. Él tampoco tenía mucha idea de por qué hacía lo que hacía la mayor parte del tiempo, simplemente se dejaba llevar. Antes ese estilo de vida era más notorio, pero desde que tuvo que hacerse cargo de su hermano era más centrado y casi una persona normal. No había un interés real sobre lo que hacía o tal vez sí, pero aún era muy pronto para admitirlo plenamente. ¿Qué? Tampoco iba a andar diciendo que le tenía ganas a su nuevo vecino y por eso era amable con él y su pequeño hermano, aunque quizás un poco de eso había.

Se fue riéndose un poco de sí mismo. En serio, era extraño, pero ahora que esta nueva situación inesperada se había presentado ante sus ojos no la iba a desaprovechar.

El día pasó rápidamente y trabajó como un maldito esclavo. Incluso su adorable jefa le informó que no podría esperar hasta la siguiente semana para que hiciera el horario completo, tenía que empezar ya. ¡Maldita zorra traidora! Está bien, él era un empleado de su restaurante, un simple camarero y bastante bien le pagaba, pero tampoco podía venir a decirle una cosa por otra. Por más que discutió, tenía que acatar o, en su defecto, matar a Calvera mientras durmiera. No lo admitiría, pero la mujer le caía bien y lo había ayudado bastante, así que la respetaba sólo por eso. Ahora la negativa estaba en que necesitaba, con urgencia, alguien que se ocupara de Milo. No sabía qué hacer aún con ese tema.

Hacía un tiempo largo que trabajaba para Calvera y había hecho un trato con la mujer que vivía en la planta baja de su edificio. La amable anciana cuidaba al niño mientras Kardia trabajaba y lo hacía con gusto. Milo la pasaba bastante bien porque la señora lo consentía con dulces y lo dejaba hacer lo que quisiese prácticamente. Sin embargo, la mujer le mencionó que su marido estaba muy enfermo y no podría hacerse cargo del niño ahora. Kardia casi tuvo un tic en el ojo, pero se contuvo. Él no iba a golpear ancianas, al menos no todavía.

Por este motivo, ahora necesitaba alguien que cuidara a su monstruo. No había hablado con Manigoldo ni con nadie todavía y ya su tiempo se había acabado. Cuando llegara a su casa lo resolvería, ahora tenía que recoger al monstruo en cuestión. Casi llegó tarde incluso, por un atraso que tuvo en su trabajo. La maldita de Calvera era una explotadora cuando quería, ni siquiera tuvo tiempo de cambiarse el uniforme. Tenía que vestir medianamente formal para atender a la gente y por "medianamente formal" era llevar una camisa, un chaleco negro y el cabello recogido. Sólo había alcanzado a ponerse el abrigo y salir a alcanzar el autobús. Prácticamente llegó corriendo a la escuela del niño. Tan distraído iba que se chocó a medio mundo, pero uno en particular le detuvo.

—Uh, lo maté —murmuró Kardia viendo a Dégel en el suelo. Por lo visto, tampoco lo había visto venir y, por el impacto, cayó hacia atrás. Kardia apenas lo había sentido al golpe, por lo visto era bastante más débil que él.

—¿Ah…? —Dégel se sostuvo la cabeza y ahí vio al otro muchacho frente a él. Estuvo a punto de quejarse por esa brutalidad de quien lo empujó, pero al ver de quien se trataba su enojo se apaciguó un poco y cambió por la sorpresa—. Eres tú.

—Venía algo apurado —explicó Kardia y le tendió la mano—. No es un buen día para las corridas.

Aquella broma no le causó la más mínima gracia, pero le encontró relación porque Dégel también había estado corriendo esa mañana. Aceptó la ayuda para levantarse y se acomodó la ropa.

—Está bien, no importa —mencionó—. Aún no han salido.

—¿En serio? —Kardia llevó su vista a la entrada y vio que era verdad. No estaban muy lejos, pero el lugar estaba comenzando a llenarse de padres o gente que venía a recoger a los niños. Siempre era un caos el horario de salida, lo detestaba. Se fijó un segundo en que su nuevo vecino se quedado parado junto a él, también mirando si salía su pequeño hermano.

Vislumbró con un poco más de atención que antes. Volvió a notar los lentes descansando sobre la nariz de Dégel y éste, además de la presencia seria, también poseía un aire casi aristócrata. Quizás era por su postura o lo alineado que se veía en su vestimenta, que le daba un porte que parecía sacado de otra época. Una persona increíblemente llamativa. Hasta su cabello era algo que asentaba más ese aire fino, tan largo y se veía sedoso de una forma inexplicable. Internamente, Kardia se preguntó si sentiría igual de suave si lo tocaba. No había exagerado al decir que su vecino estaba muy bueno. No se dio cuenta que una pequeña sonrisa lasciva se le escapó sin dejar de observarlo. ¿Y cómo no? Si el tal Dégel estaba como quería, incluso seguro que sin toda esa ropa él…

—¿Ocurre algo?

Aquella voz lo trajo nuevamente a la realidad. Tal vez estaba siendo muy obvio y Dégel había notado que lo observaba bastante, pero era su imaginación. Ahí podía ser tan raro como quisiera.

—No, nada —contestó sin dejar de observarlo. Al ver que aún los niños no salían, se decidió a continuar hablando—. ¿Qué tal todo? ¿Llegaste tarde?

Pasaron unos instantes antes de que obtuviera una respuesta. Quizás el otro muchacho no asoció en un primer momento a qué se debía su pregunta, pero al instante pareció entenderle.

—No, por suerte llegué a tiempo —dijo—. Gracias por la ayuda.

Las palabras se oyeron sinceras y a Kardia le pareció ver una pequeña sonrisa en aquel rostro. Eso fue suficiente para encontrarse cautivado. Se sintió extrañamente feliz por ese agradecimiento, como si hubiera hecho un bien descomunal.

—No es nada, en serio parecías muy apurado.

—Lo estaba en realidad.

—¿De qué trabajas? —Recordaba ya haber hecho esa pregunta, pero esta vez esperaba obtener una respuesta más amplia.

—Doy clases en la Universidad Atenas —fue lo que contestó Dégel simplemente y se sintió levemente intrigado por aquellos ojos curiosos que no dejaban de mirarlo. No tenía la suficiente confianza para hablar con esa persona, pero aun así estaba ahí, manteniendo una conversación.

Bueno, Kardia esperaba algo más desarrollado que eso. Por lo visto, Dégel era tan hablador como su pequeño hermano. Quizá no era de su incumbencia, pero tenía cierta curiosidad de saber.

—Oh, ¿de algo en especial?

—Literatura, latín, y también francés.

—Entonces sí son de Francia —Internamente, se felicitó porque desde el principio lo supo. Aunque quizá era algo bastante evidente.

—Qué observador.

—Lo supuse por tu acento —mencionó—. Un tiempo viví en Francia.

Aquella confesión sorprendió bastante a Dégel.

—¿En serio?

—Sí, pero fue en otra época —Su voz expresó un poco de añoranza sin que se diera cuenta. Esos momentos parecían en verdad muy lejanos. Pero al instante cambió su semblante y volvió a observar la puerta de la escuela—. ¿Tardarán mucho más? —preguntó respecto a la salida de los niños—. Creo que me apuré para nada.

—¿También salías de trabajar? —Esa indagación llamó la atención de Kardia. Al parecer aquel francés también estaba interesado un poco en él o quizá sólo estaba intentando ser una persona amable, conversándole. No podía estar seguro.

—Me escapé prácticamente —confesó riendo internamente al recordar las discusiones que tuvo con la bruja de Calvera—. Debería estar ahí, pero aún no consigo quién recoja a Milo y lo cuide un rato hasta que yo salga.

Dégel observó cómo Kardia se rascaba atrás de la cabeza, permaneciendo pensativo. Seguro meditando lo que acaba de mencionar. Se veía bastante preocupado por ese asunto. Por un momento, Dégel trató de pensar en qué tipo de trabajo podía tener Kardia, pero no le preguntó. Sin embargo, pudo darse una idea por la vestimenta que éste llevaba. Pensó que seguramente trabajaría en algún lugar de gastronomía o eso era lo que intuía. Le resultaron levemente graciosas las expresiones que realizaba mientras pensaba. Por lo visto, era una persona bastante transparente, que cada cosa que se le ocurría se manifestaba en sus gestos. Todo lo contrario a él, que la mayoría del tiempo mantenía el mismo rostro, pero ya estaba acostumbrado.

Mantener esa conversación estaba resultando bastante ameno y no supo por qué. La compañía de Kardia le resultaba agradable de una forma indescriptible. Se sentía cómodo estando a su lado y no se explicaba por qué. Dégel no era una persona con muchas amistades, de hecho casi nunca se preocupaba por empezar relaciones, pero en esta situación fue diferente. En su opinión, supuso que se veía levemente identificado con Kardia, ya que, al parecer, ambos estaban solos cuidando de sus hermanos pequeños o eso suponía. No había visto otra persona que viviera con ellos, además de que estaba buscando alguien que cuidase de su hermanito Milo y eso le daba la idea de que no tenían otras personas con las cuales contar. Ahí es donde se veía un poco identificado y, en cierta forma, ese detalle le hacía confiar un poco más en Kardia a pesar de no conocerle hace mucho.

No le estaba cayendo mal, de hecho. Su vecino, quien en un principio le pareció desalineado, extraño y sin los más mínimos modales; ahora también había podido apreciar un par de cosas nuevas. Como que era atento, porque ese gesto que había tenido en la mañana de llevar a Camus a la escuela no lo tiene cualquiera. Era una persona con sus preocupaciones propias y un niño que cuidar también, pero aun así se había ofrecido a ayudarlo cuando vio que lo necesitaba, prácticamente sin conocerlo. En parte, se sentía en deuda con Kardia y dedicó un minuto parar pensar cómo devolverle la ayuda que le prestó.

En ese instante, una pequeña idea se cruzó por su mente. Quizá fuera una locura, pero no la vio como tal en aquel momento.

—Yo podría hacerlo —dijo repentinamente y atrajo la atención de Kardia, quien lo miraba confundido, como si no entendiera lo que acababa de decir—. Me refiero a pasar por él y quedarse conmigo hasta que vuelvas.

Al formular esas palabras, Dégel pudo imaginar a Camus queriendo matarlo y negándolo como hermano. Quizás estaba exagerando, pero el pequeño podía ser bastante bravo si se lo proponía. A pesar de eso, no creía que fuera tan malo, tal vez su hermanito podría quitarse el rencor que tenía hacia el otro niño o generar uno nuevo contra Dégel. Ya vería cómo solucionaba las cosas con Camus. Por su parte, Kardia aún no creía lo que oía.

—¿Lo dices en serio? —Quiso asegurarse, era demasiado inesperada esa propuesta. Tuvo un gran impulso de decir que sí, pero antes quería estar seguro—. Mira que el enano puede ser muy molesto y causarte problemas.

—Está bien —Asintió—. Tú me ayudaste hoy, es una forma de devolverte el favor.

—De acuerdo —sonrió, pero al instante se lo ocurrió algo mejor—. Tengo una mejor idea —dijo sonriendo con astucia y Dégel lo miró con cierta curiosidad—. También podría hacerlo yo, como hoy —explicó—. Yo los llevo en la mañana, ya que tienes que irte temprano, y tú los recoges y cuidas de mi monstruo hasta que vuelva. ¿Te parece?

No sabía realmente si Dégel necesitaba eso, pero aun así lo propuso. La realidad era que sí, le venía genial. Así podría llegar a tiempo a la universidad y Camus no tendría que ir a la escuela demasiado temprano, como había supuesto que empezarían a hacer. Además se devolverían el favor de la misma forma. A Kardia le venía como anillo al dedo, ya que se había quedado sin la anciana niñera y no pensaba pagar una nueva.

—Me parece bien —concordó Dégel y Kardia sonrió complacido, sintiéndose aliviado por resolver ese asunto y más por el rumbo que tomó.

—Ya quiero ver la cara de Milo cuando se entere —rió divertido imaginando cómo el niño pegaría el grito en el cielo. Dégel también imaginaba que Camus estaría totalmente disconforme, pero ambos esperaban poder manejar a sus pequeños.

Sintió los ojos de Kardia sobre él de nuevo. Qué mirada tan singular tenía. En cierta forma, Dégel se sentía incómodo por cómo le miraba, pero también admitía que le intrigaba un poco. Era una rara sensación, como si ya hubiera sentido esto, pero no pudiera recordarlo con exactitud. Su mirada se clavó en la de Kardia y ambos permanecieron así unos instantes, preguntándose qué veían en los ojos del otro, sin llegar a una conclusión lógica.

El momento fue interrumpido por un estruendoso barullo. Al fin los niños habían salido y particularmente los suyos se acercaron a ellos. Ahora tocaba contarles la agradable noticia.

Notas finales:

Este capítulo me costó muchísimo escribirlo y quedó ridículamente largo, para ser el primero. Creo que me costó precisamente por eso, por ser la introducción y los comienzos son algo duros. Pensé en dividirlo en dos, pero no me pareció lo correcto. Quiero que sea un fanfic de capítulos largos, pero no sé si todos serán así de grandes. Iré viendo.

Tampoco quedé muy conforme con cómo salió. No sé, hay algo que no me termina de convencer, pero sigo pensando que es debido a que es la introducción. Por eso decidí subirla y ver después si resulta o no. Así que si gustan comentarme qué les pareció, estaría muy agradecida.

Una cuestión con respecto a la trama. ¿En qué me baso para que Milo y Camus se lleven mal al principio? En nada en realidad. Sólo quería que fuera así. Dégel y Kardia en cambio se miran con ojitos locos ya(?) Espero no estar haciendo cualquier cosa. Habrá intervención de otros personajes, parejas y más niños, pero todo poco a poco. Ellos son los principales, pero quién dice que por ahí no aparezcan otros.

Más para decir no tengo. Gracias a los que leyeron. Soy un desastre para actualizar, así que no prometo nada. Como tiempo máximo, intentaré actualizar cada dos semanas, si es que decido seguir con este proyecto. En fin, gracias.

Saludos.


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