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Objeción denegada por Sherezade2

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Notas del fanfic:

Fic lleno de azucar de principio a fin. Final bonito garantizado y mucha almibar... para los que me odian por ser cruel. 

  No sé... sentí bonito escribir esta historia que será cortita y que escribí de un tirón. Por tal motivo, no afectará mi publicación de Fuego en Sicilia, cuyo proximo cap está ya casi para salir a mediados de semana.   Es la primera vez que publico un fic luego de acabarlo por completo, así que será interesante ver cómo quedó sin la influencia de los lectores =) . Igual, quiero leer sus comentarios, ¿eh?  Subiré un cap semanal y serán como cinco caps más un epílogo.    Besos. Gracias por leer. 

Notas del capitulo:

=) =) =)

Capítulo 1

   Citación.

 

   Nicolás abrió el sobre que acababa de recibir. Era una citación a audiencia por la demanda interpuesta por Ismael.  Su hermano estaba cumpliendo su promesa; había interpuesto la acción judicial y pensaba quitarle al niño. ¡A su hijo!

   Llorando se echó sobre el sofá de la sala y leyó de nuevo la carta. El abogado defensor de Ismael, un tal Antonio Olivares, le proponía una indemnización económica por los gastos que tuvo durante todo ese año a raíz del cuidado de Mauro. Le proponía también permitirle un horario de visitas mensuales para que no perdiera contacto con el niño y le aseguraba que, de llegar a un acuerdo, él, personalmente, le daría asesoría legal gratis en todo trámite que quisiera hacer en caso de querer adoptar a otro niño.

   ¡Era horrible! ¡Ese abogaducho miserable era un canalla! Creía que todo se solucionaba tan fácil, que todos esos meses de entrega y cuidados se podían ir de un pincelazo con sólo firmar un papel; que todo el amor que le profesaba a ese bebé podría cambiarse fácilmente, dirigirse a alguien más de la noche a la mañana. Era un cretino, un desalmado sin escrúpulos, un patán… Un abogado a fin de cuentas.

   Nicolás llevaba casi un año entero al cuidado de su sobrino Mauro, el único hijo de de su también, único hermano, Ismael.

   Ismael era un omega de veinticuatro años que, habiendo perdido a su pareja en un accidente cuando tenía sólo tres días de haber dado a luz, se entregó a una profunda depresión que lo llevó al abuso de todo tipo de sustancias legales e ilegales, arriesgando su vida y la de su hijo en el proceso.

   Nicolás aún recordaba el día en que Ismael, desesperado, después de varios y terribles desmanes, y viendo los lamentables estragos de la droga en su organismo, decidió por su propia cuenta internarse en una clínica de desintoxicación, dejando al pequeño Mauro, de sólo cinco meses, a su cargo.

   Y ahora volvía como si nada, queriendo recuperar al pequeño, sin importarle más nada. ¡Como si tuviera algún derecho! ¡Y no tenía ninguno! Los había perdido todos cuando abandono al niño en sus brazos. ¡Los había perdido todos!

   Mauro se había acostumbrado a su nuevo padre, a su nueva casa, a su nueva cama, a sus nuevos juguetes… a su nueva vida. Era muy egoísta de parte de Ismael querer cambiar todo eso sólo porque ahora sí era capaz de ser un buen padre. ¡No era justo!

   Tratando de serenarse fue al espejo de su cuarto de baño y se lavó la cara. Sus ojos azules lucían ojerosos y cansados; la falta de sueño de todos esos horribles días desde el regreso de Ismael, le estaban pasando factura. No en vano había sacrificado sus horas de descanso para contratar también su propio abogado y defenderse de la injusticia que trataban de cometer contra él y contra del que consideraba su hijo.

   El sonido del timbre lo sacó de sus cavilaciones. Nicolás salió del baño, cruzó la sala y abrió la puerta. No se imaginaba quién podría ser a esas horas. No esperaba a nadie. La respuesta llegó a los pocos segundos… en una forma muy desagradable.

   Ismael estaba de pie, allí frente a él; con una bolsa de regalo en la mano. Su rostro, pálido pero sereno, estaba ligeramente triste y también lucía cansado. A pesar de lucir mucho mejor que en sus tiempos de consumidor, aún quedaba en sus ojos, también azules, ese dejo de desesperación y tristeza; una suerte de melancolía y pesadumbre infinitas.

   Por lo menos su forma de vestir sí había mejorado luego de salir de rehabilitación, pensó Nicolás, dejándolo pasar. Cuando andaba por las calles drogado, Ismael ni se bañaba; pasaba sucio y con los cabellos enredados, como una bola de pelo enmarañada y negra. También había recuperado su peso ideal, ganando incluso un par de kilos adicionales a los que siempre había tenido. Y no lucía mal, para nada, estaba agradable a la vista y nuevamente se veía presentable a pesar de su gusto por los informales pantalones de mezclilla y las camisetas negras con estampados en letras plateadas de algún grupo musical.  

   —¿Qué haces aquí? —fue el saludo que le brindó una vez lo hizo sentar en la sala.

   Ismael extendió su brazo, mostrándole la bolsa de regalo. Nicolás la miró sin tomarla, examinándola.

   —E Es un muñeco de felpa… u…un regalo —tartamudeó Ismael, sacando el osito de peluche que hacía monerías cuando le espichaban un botón que traía en la panza. Nicolás observó el regalo sin cambiar su expresión ácida, mientras su hermano, suspirando, lo devolvió a la bolsa, dejándolo sobre el sofá—. ¿Puedo verlo? —preguntó finalmente.

   Nicolás lo miró fijamente por varios instantes, luego, asintió levemente.

   —Sólo un momento. Está dormido.

   Sonriendo, Ismael asintió y caminó alegremente, ingresando al cuarto del bebé. Estaba todo decorado con animalitos del bosque y estrellas fosforescentes en el techo. Había una lamparita en un rincón, que botaba luces multicolores, creando un ambiente mágico. Y en el centro de la recamara estaba la cuna, cubierta por un toldo azul, con el niño dentro, dormidito.

   Ahí estaba su pequeño, lindo y perfecto, pensó Ismael al verlo, sin pode evitar que las lágrimas resbalaran por su rostro. Cuanto había sufrido su ausencia, los días enteros sin poder abrazarlo, besarlo, amamantarlo. Su leche se había secado luego de que empezara a consumir, pues no podía amamantar, todo lo que saliera de su cuerpo era casi un veneno de tanta droga que había ingerido.

   Acercándose, descorrió el toldo y se inclinó sobre la cuna, acariciándolo suavemente. Había heredado los cabellos rubios de Leonardo, su padre, y si sus ojos no habían cambiado en todo ese tiempo, entonces debían seguir estando tan azules como los de Nicolás y los suyos.

   —Mi pequeño… ¿me perdonas? Estoy de nuevo aquí. Papá está de nuevo aquí.

   Ismael sollozó recordando el momento en que había entregado a su hijo a su hermano. Había sido el momento más terrible de su vida, lo más difícil que había hecho jamás; más difícil que reconocer el cadáver de Leonardo en la morgue, luego de aquel horrible accidente. Las drogas lo habían ayudado muchas veces a olvidar aquello, pero no habían podido matar el dolor; sólo creaban la apariencia de hacerlo. Lo único que lo ayudó en verdad fue la realidad de haber perdido a su hijo, y la resolución absoluta de salir de su mundo oscuro para recuperarlo; para darle la vida feliz que su pequeñito merecía. Creyó que Nicolás estaría feliz por eso también, al verlo regresar aliviado, pero parecía no ser así. Nicolás estaba hostil, irritable y completamente impenetrable, como si fuera otra persona y no ese hermano dulce en el que había confiado y encomendado todo. 

   —Es suficiente… es hora de que te vayas. —dijo justamente la voz de Nicolás, penetrando en la estancia, interrumpiendo el momento de Ismael.

   Impotente de momento, el omega asintió, cubriendo de nuevo la cuna, dirigiéndose de inmediato a la puerta donde su hermano le esperaba para conducirlo hasta la sala.

   —Podemos resolver esto por las buenas —dijo Ismael antes de tomar la bolsa de regalo, para entregársela de nuevo a Nicolás.

   —Eso mismo digo —contestó el susodicho, recibiendo el regalo.

   —¿Por qué me haces esto, Nico? —inquirió el menor de los hermanos, acudiendo al trato intimo que se dispensaban de antaño.

   —¿Por qué me lo haces tú a mí? —replicó Nicolás.

   El rostro de Ismael se contrajo. Fue como si esa pregunta, recién formulada por su hermano,  le hubiese abierto de repente toda su comprensión. Desde hacía años sabía que Nicolás cargaba con una pena infinita que lo acongojaba y con la cuál nunca había terminado de lidiar. Esa ruptura amorosa de hacía ya más de siete años atrás, nunca lo había dejado ser feliz de nuevo. Y lo peor de todo era que Nicolás no quería aceptar que se había consumido en vida, dejando atrás los mejores años de su juventud por causa de eso.

   Ahora tenía treinta y cinco años. Ya no era un omega jovencito, pero tampoco era un viejo decrepito. Si reaccionaba por fin, dejando atrás, de una vez por todas, ese amargo recuerdo, quizás entonces pudiera ser feliz.

   Pero se resistía a hacerlo. Y la prueba estaba justamente allí, confrontándoles en un juzgado. Ahora Ismael podía ver claramente que Nicolás se sentía solo, infinitamente solo; y que la paternidad momentánea le había ayudado muchísimo a superar de alguna forma, ese vacío en que había sumido su vida.

   Los celos, incluso. Nunca había visto a su hermano atravesar por un celo luego de aquel desastre de relación. ¿Sería que llevaba todos esos años suprimiéndolos con pastillas? Eso podía ser peligroso y absolutamente innecesario, puesto que su hermano era completamente capaz de ponerse en aislamiento para no tener accidentes lamentables. Cualquier adulto de su edad era capaz de hacerlo sin ayuda de nadie. Si Nicolás estaba suprimiendo su celo de esa forma era simplemente porque ni siquiera quería sentir de nuevo, ni siquiera un poco; era como si pretendiera quedarse anestesiado de por vida, sufriendo por el miserable ese que lo abandonó.

   Tenía que comprobarlo, pensó, pidiendo prestado el baño. Nicolás frunció el ceño, inquieto por el abrupto cambio de la conversación, pero terminó encogiéndose de hombros, dando vía libre a su hermano.

   Ismael abrió todos los cajones del baño hasta que dio con ellos. Los tenía en un frasquito blanco, junto a las píldoras para el dolor de cabeza.

  

Allí estaba un tarro entero de supresores y muchas más todavía, sin abrir. Suspiró. Su presentimiento era cierto. Negó con la cabeza, mirando con desprecio los botes de pastillas. ¿Debía tirarlos? ¿Debía meterse en algo tan íntimo?

   La respuesta a su pregunta era a todas luces un rotundo “no”; no debía hacer algo así, para nada. Sin embargo, lo que su corazón le pidió hacer fue todo lo contrario.

   Ismael tomó las píldoras y saliendo del cuarto de baño las colocó en la mesa de la sala, para sorpresa de su hermano. Nicolás, avergonzado y aturdido, miró el frasco de pastillas como si fuera una bomba de tiempo, apretando fuerte la mandíbula cuando por fin el temor dio paso a la rabia.

   —¿Qué rayos?

   —Eso te pregunto yo a ti… ¿Qué rayos, Nicolás?

   Nicolás tomó el frasco de pastilla y avanzó con pasos rápidos hasta la puerta de su apartamento, abriéndola de par en par, extendiendo su mano diestra hacia la salida.   Ismael trató de decir algo más pero su hermano lo silenció con un estruendoso “largo”, que hizo suspirar al omega más joven.

   Agachando la cabeza, salió entonces sin decir más. Sí, se había pasado tres pueblos; lo sabía. Pero ese tipo de drogas eran tan o más dañinas que las que le arruinaron la vida. Nicolás no era tonto para no saberlo. ¡Rayos! Eso era lo que más le dolía.

 

 

 

   —Entonces… ¿Cómo te fue con él? —preguntó el joven omega de flequillo gris y pircing en la ceja, que se hallaba frente a él.

   Ismael negó con la cabeza, haciendo un puchero. Santiago era el único amigo que le quedaba y le estaba apoyando en todo. Tenía que contarle la verdad.

   —Fue horrible, me echó de su casa a gritos.

   —¿Pero te dejó ver al niño sí o no?

   —Sí, me lo dejo ver; por poco tiempo pero me lo dejó ver. Ay, Santi, está tan lindo y grande. Nicolás lo tiene tan bien cuidado, hasta pienso que…

   —¿Hasta piensas qué? —Santiago suspiró mientras llamaba a la mesera por un nuevo café expreso. Conocía muy bien a su amigo y ya veía por donde iban los tiros. Otra vez la jodida culpa estaba haciendo mella en Ismael, haciéndole dudar, llevándolo a cuestionarse todo de nuevo. Ismael agachó la cabeza, tomando un trago de su granizado de fresas; el sol de aquella mañana iluminaba sus cabellos negros, nuevamente brillantes y sedosos.

   —Pienso si no será mejor que Mauro se quede con Nicolás. Quizás sí estoy siendo un egoísta.

   —Lo que estás siendo es un pendejo.

   Acostumbrado al tono siempre ácido y sincero de su amigo, Ismael dejó su vaso y metió la cabeza entre sus brazos. Santiago se sintió un poco mal, pero no arrepentido por lo dicho, así que su siguiente paso fue tomar el rostro de su amigo para mirarlo firmemente a los ojos, hablándole cara a cara.

   —¿Olvidaste ya por todo lo que pasaste para tener a tu hijo de vuelta? —preguntó serio.

   —No —respondió Ismael moviendo la cabeza—. Fue horrible.

   —¿Entonces…?

   —Quiero recuperar a mi hijo.

   —Así se habla.

   Ismael y Santiago se conocieron en el centro de rehabilitación. Santiago iba por su segunda recaída pero salió primero de allí. Hicieron buena migas desde el inicio pues descubrieron que gustaban de las mismas bandas de death metal, sin embargo, a Ismael le tocó acostumbrarse a golpes a la cruda y mordaz sinceridad del otro omega, que rayaba a veces la crueldad.

   —Todos los especialistas, la trabajadora social, los del bienestar familiar; todos te han dado ya el visto bueno —dijo el del pircing, recibiendo su café—. Llevas casi un año limpio, tienes un buen empleo, que te costó horrores conseguir por cierto, y has rentado un departamento precioso con vista a la montaña. ¿Qué más quieres?

   —Lo se… pero…

   —¿Pero qué? —replicó nuevamente Santiago—. ¿Tienes pena por tu hermano? ¿Tienes pena de que haya malinterpretado todo y haya creído que le regalabas a tu hijo?

   —Es que…

   —Tu nunca le firmaste ninguna papel cediéndole a Mauro —interrumpió con franqueza el de cabello gris—, tuviste un mal momento y acudiste en su ayuda, eso es todo. Nunca pensaste en dejarle a tu hijo para siempre. No es tu culpa que él haya creído eso.

   Ismael asintió. Sin duda, Santiago llevaba razón. Aún así…

   —Ningún juez va a negarte la custodia de tu hijo, cumpliendo ya las condiciones para tenerlo. Un hijo debe estar ante todo con su papá omega si este puede criarlo bien; es la ley.

   La ley; ley que su abogado, Antonio Olivares, iba a hacer prevalecer ante todo.

   —Mi hermano ha sufrido mucho —dijo finalmente Ismael.

   —¿Y tú no? —alzó una ceja Santiago—. El tonto de tu novio se murió, dejándote solo con un recién nacido. Genial.

   —¡Oye!

   —¿Qué? —se encogió de hombros Santiago—. Nadie le obligó a que tomara su moto y la condujera por una carretera mojada a más de 120 km/hr.

   —Le llamé diciéndole que me sentía mal —defendió Ismael.

   —Pues haber tomado un taxi, ¿no? Había llovido todo el puto día y él sabía lo peligrosa que es esa vía de noche, y además mojada. No fue tu culpa en lo absoluto.

Blanqueado los ojos, Ismael volvió a su batido de fresas. Era verdad, la culpa, la maldita culpa siempre era la causante de todo. Lo había convertido en un drogadicto pusilánime y estúpido. Y ahora volvía de nuevo, haciéndole dudar en recuperar a su hijo.

   —Los jueces serán implacables —dijo Santiago, observando irritado de reojo a una cría que unas mesas mas atrás no dejaba de berrear—. Si notan un poco, aunque sean un poco de duda en ti, podrías perder a Mauro para siempre.

   —Sí, lo sé.

   —Antonio es un excelente abogado. Pero tampoco hace milagros.

   —Ese es otro asunto…

   Terminando su taza de café y pidiendo otra más, Santiago torció la sonrisa. Lo que su amigo llamaba “otro asunto”, realmente era nada menos y nada más que el hecho de que ese abogado estaba tirándole los tejos. Santiago no entendía por qué su amigo se fastidiaba tanto con el asunto. El abogado ese estaba buenísimo a pesar de ser un abuelo de cuarenta y dos años, y estaba coladito por él. Ismael era un tonto, liándose como un crio de colegio en vez de aprovechar el momento.

   —El tipo está enamorado de ti… además tiene ese trasero…

   —¡Oye! —Ismael le lanzó la servilleta cuando su amigo hizo gestos impropios con sus manos—. Antonio es todo un caballero —anotó el omega.

   —Si, y es por eso mismo que no te gusta —dejó ver Santiago—. A ti los que te ponen son los motociclistas gamberros.

   —¡Ey!

   —¡Es la verdad! —exclamó el del pircing—. A mí en cambio me pone mucho lo serio y aplomado que es el abogado ese. ¿Será así también en la cama?

   Los dos omegas soltaron una risilla, imaginando guarrerias cuando la cría del fondo volvió a romper en berridos. Sin poder soportarlo más, Santiago giró su cuerpo y señalando a la mocosa pegó un grito haciéndola callar ipso facto. Los demás comensales aplaudieron, la dueña del lugar se disculpó por su falta de pelotas, y los indignados padres de la cría se fueron furiosísimos, llevándose muy lejos sus cretinas y maleducadas  humanidades.

   —Joder, ya no se puede ni tomar un café en paz —respiró aliviado Santiago cuando la paz reinó de nuevo.

   —¿También le gritarás así mi hijo? —inquirió Ismael, alzando una ceja.

   —Al tuyo de entrada le pongo un tapón en la boca como esté así de malcriado. Ya sabes… como ya hay confianza.

   Negando con la cabeza, Ismael sonrió. Le preocupaba que su hijo no se acostumbrara a su presencia con facilidad y que hiciera berrinches como los de esa cría. Por lo menos, durante los primeros meses que se hallara a su lado.

   —¿Sé lo que te estás preguntando? —dijo entonces Santiago, mirándolo fijamente—. Pero sé también que lo harás bien. Incluso, todo lo que has hecho hasta este momento lo has hecho por él. No te afanes.

   —¿Lo crees así? —preguntó Ismael, tomando las manos de su amigo.

   —Lo creo así —sonrió Santiago.

   Cuatro tasas de café y un granizado de fresas después, los amigos se despidieron. Ismael se sentía más tranquilo luego de la plática con Santiago. Ahora estaba lleno de energías otra vez, dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias para recuperar a su hijo.

   —Lo siento, hermano —dijo mirando una foto donde él y Nicolás pasaban un lindo verano en la playa—, pero se trata de mi hijo —sollozó volteándole el retrato.  Ya se iba a acostar cuando sonó el teléfono. La voz adusta y serena de un Alpha sonó del otro lado. Ismael se sintió atemorizado pues no esperaba una llamada a esas horas y menos de él; de Antonio.

   —Ismael, lamento molestarlo a estas horas pero quería decirle que el juez adelantó el juicio. Su hermano ya fue notificado. Necesitamos vernos urgentemente.

   —¡¿Qué?! —El corazón del omega pareció subir hasta su garganta. El cambio de fecha del juicio era algo que no ser esperaba y le producía mucho temor. Se había hecho a la idea de que tendría tiempo de preparar su discurso y sus respuestas ante el juez, pero ahora lo tomaban por sorpresa de esa manera.

   Sintió morir.

 

 

   Continuará…

 

Notas finales:

Empieza un poco melodramático pero luego se pone relajado y cómico, palabra.


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