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Frágil por AvengerWalker

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Notas del capitulo:

Un one-shot simple que se me ocurrió hoy. Espero que les guste<3.

Degel era, probablemente, la única persona que podía jactarse de conocer a Kardia en profundidad, en todos sus ángulos y facetas. El caballero de cabellos como el mar, impetuoso y ensombrecido, era más que conocido por su fuerte carácter y enérgica filosofía de vida; a su lado, el intelectual caballero de Acuario era una silenciosa brisa.

Mas, ¿quién imaginaría que el corazón del caballero de Escorpio, tan ardiente e impulsivo, sucumbiría ante las más potentes fiebres y se vería obligado a postrarse en la cama? Era Degel su fiel compañero en esos instantes de dolor y fuego abrasador. En tiempos complejos, Kardia permanecía recostado sobre el lecho, su pecho subiendo y bajando a un ritmo preocupante y su respiración, irregular y desmotivadora. Degel llevaba sus frías manos al pecho de su compañero, allí, donde su órgano vital desparramaba lenguas ardientes por sus venas. Su cosmos envolvía al contrario en un intenso ánimo frío en un intento por bajar la fiebre y devolver el bienestar a la anatomía. Para el caballero de Escorpio, la energía de Degel era como un refrescante respiro en medio del infierno.

Los ataques sucedían cada vez que Kardia forzaba su cuerpo al máximo, que lamentablemente solía ser algo bastante común. El escorpiano se negaba a dar un paso atrás o cambiar su ritmo de vida a causa de su enfermedad, lo que le llevaba constantemente al borde de la muerte; el cosmos de Degel le salvaba de un destino inexorable.

Cuando la fiebre envolvía su cuerpo, su rostro se perlaba de sudor; y si aún no había sido devorado por los exigentes brazos de la inconsciencia, sus ojos se perdían hacia algún punto del cuarto, tan vacíos y tan llenos de todo. Degel le observaba mientras trabajaba, su expresión unificada en una máscara de superación, mas su interior tembloroso por la preocupación que su amigo le provocaba.

Siempre había sido así, desde que el muchacho de Escorpio llegase al Santuario. Sus entrenamientos no distaban de los del resto y aunque múltiples voces se habían alzado en contra de tal régimen, Kardia siempre había hecho oídos sordos. Aprovechaba cada momento y se negaba a vivir una vida dominada por los extraños lengüetazos de su corazón. Si tenía que convivir con fuego en las venas, así sería, mas él elegiría cuándo sucumbir.

Por otro lado, Degel siempre observaba desde su lugar, callado e interviniendo cuando lo creía necesario. Podía leer las transparentes irises de su compañero al instante, y no pasó mucho hasta que Kardia terminó convirtiéndose en su libro favorito.

En los momentos de debilidad, los ojos del escorpiano se volvían oscuros, reemplazando el brillo juvenil de sus irises por una sombra trágica y tormentosa. Sus pupilas se ausentaban, como si su mente viajara a los confines de sus más oscuros pensamientos y finalmente se recluía en los brazos de Hypnos. Cuando Degel veía los párpados de Kardia decaer, se sentía mejor. El cuerpo del escorpión parecía relajarse en esos instantes y sus músculos, distenderse... Pero el martirio se repetía días después.

Sólo Degel había sostenido la mano de Kardia en momentos de fragilidad.

La amistad entre ambos muchachos había sido siempre muy intensa. De alguna forma, Kardia se las había ingeniado para colarse en el corazón del acuariano y hacerse un espacio entre los cientos de libros y Degel no había hecho nada para evitarlo. Cuidarle, preocuparse por él y asegurarse de que todo estuviera en orden parecía ser más una necesidad que un trabajo, y desde luego, constituía una de sus principales rutinas.

Los demás tenían una relación buena con el caballero de cabellos añiles: Kardia tenía un lado amable, alegre e infantil, usualmente opacado por una faceta más dominante, agresiva y estresante. El resto de los guerreros le tenía aprecio y sufrían en silencio cada vez que su cosmos parecía apagarse, por lo que aprovechaban de su presencia y soportaban de la mejor manera posible sus soeces bromas y sarcásticas palabras. Sin embargo, Degel siempre había pensado que la constante sonrisa de Kardia era una máscara para encubrir y ocultar el dolor: Acuario sabía leerle mejor que nadie, y bajo su mirada, los muros desaparecían.

Si bien el joven de cabellos ensortijados era impredecible, él siempre descubría un hilo conductor en su personalidad. Lo estudiaba, lo observaba con un cariño muy disimulado y su corazón casi igualaba el ritmo del de Kardia cuando el escorpiano perecía con su enfermedad.

 

No tardó en descubrir que se había enamorado de él.



-*-



Una noche, Kardia se decidió a demostrarles a todos que podía resistir cualquier martirio. El entrenamiento comenzó bien temprano ese mismo día, como pasaba siempre, y pese al asfixiante clima, prosiguió sin descansos ni quejas. Varios de sus compañeros, como Hasgard, Asmita y, desde luego, Degel, insistieron en finalizar, mas el escorpiano hizo oídos sordos a todos. Continuó con su entrenamiento físico, ignorando la caída de la noche, y la posterior sábana de lluvia que se cernió en torno al Santuario y a su cabeza.

Pese a los músculos agarrotados y cansados, pese a que sus pulmones comenzaban a protestar, pese a que su garganta parecía cerrarse cada vez más al paso del aire, despidiendo un conocido chillido en cuanto boqueaba por oxígeno, Kardia continuó. Sus puños siguieron golpeando y sus piernas no cesaron los bruscos movimientos. Como una aureola oceánica, su cabello acompañaba cada compás.

Mas si había esperado que nadie interrumpiera su solitaria presencia en medio de la tormenta, se había equivocado. Degel, al notar el repentino cambio climático y con ello la diferencia brusca de temperatura, se dirigió al templo de Escorpio para asegurarse de que Kardia se encontrase allí, descansando y estable. Desagradable fue su sorpresa al caer en la cuenta de que su compañero no se encontraba. No sentía sus ardientes latidos en el lugar, ni mucho menos en los templos vecinos. Apretó los puños, embargado por una intensa punzada de preocupación, culpabilidad y temor, y se dirigió de inmediato, casi corriendo, en dirección al Coliseo, último sitio en donde había visto a su esforzado compañero.

Kardia seguía allí, casi agazapado y jadeante. Se doblaba sobre su estómago y se sostenía de sus rodillas para poder respirar, pero podía notar, desde la distancia, que no le estaba resultando nada fácil. Notó su rostro encendido en fuego y, cuando se acercó, las febriles orbes de Kardia apuntaron hacia él. El corazón le dio un vuelco.



—¡Detente! —reaccionó el peliañil de improviso; intentó incorporarse de golpe y terminó liberando un gemido de dolor que le obligó a retroceder. —¡No te acerques!


—Kardia, estás enfermo, regresemos —ordenó Degel en un tono de voz que no daba lugar a más discusiones. Su tono de voz sonó firme y seguro, mas sus irises se mostraban ansiosas a morir.

—Estoy entrenando.

—Déjalo, Kardia, no estás bien.

—¡Lo estoy! ¡Puedo entrenar como los demás! ¡Estoy perfectamente! —mintió, su voz quebrándose.


Los cabellos del joven dibujaban oscuras sombras en su rostro, mas no llegaban a ocultar el intenso color escarlata que se afirmaba a sus pómulos. Tosió y avanzó, intentando enfrentarse a la amenazadora silueta de Degel, mas su equilibrio comenzaba a perder y terminó tambaleando. El acuariano le sostuvo entre sus brazos y le afirmó contra su cuerpo, como quien estrecha una delicada joya de cristal. La lluvia repiqueteaba alrededor de las dos siluetas que, abrazadas, permanecían en silencio; solo la melodía del agua les acompañaba, así como las ruidosas respiraciones del griego.

Degel siempre había resistido los ataques rebeldes del joven. Le gustaba admirar su personalidad chispeante y su corazón se llenaba de dolor ante el contraste del mismo muchacho recostado en la cama, su rostro pálido y su anatomía temblorosa. Allí, pese a la ropa de entrenamiento que Kardia vestía y el clima, Degel sintió la ardiente piel de su compañero contra sí.

 

—Kardia... —llamó. El escorpiano había hundido el rostro en su hombro en algún momento y envolvía su cintura con brazos flácidos.


—Degel... —respondió, a su vez, el escorpiano. Alzó la cabeza para poder enfrentarse a su compañero, incluso si la fiebre se llevaba consigo cada reserva de energía. Para sorpresa del acuariano, Kardia sonrió y se inclinó hacia adelante, rozando sus labios en un roce que no sólo le supo a gloria, sino a fuego.


La fricción no se extendió demasiado. Sintió que el cuerpo del peliañil buscaba su peso y que las piernas del contrario perdían fuerzas, por lo que sus fuertes brazos le sostuvieron para evitar una caída.

No quiso moverse, por miedo a desatar la molestia en el estómago de su compañero y por querer, de manera egoísta, disfrutar de aquel gesto, mas tampoco podía quedarse quieto. Alzó en brazos a su compañero. La lluvia apegaba cada prenda a la silueta del joven al que cargaba, mas no disimuló las lágrimas que corrían por sus mejillas.

Con el pánico carcomiéndose su pecho y cada órgano vital, Degel se dirigió a máxima velocidad hacia el templo de Acuario, dejando muy atrás la educación a la hora de pedir permiso. Ningún caballero mencionó palabra alguna ante su comportamiento, pues todos lo habían sentido: el cosmos de Kardia disminuyendo poco a poco, mas de forma peligrosa. El de lentes sentía los desencajados bombeos del corazón de su compañero como una constante amenaza, lo que le obligó a apurar el paso y, por fin, llegar a su destino.

Desvistió a Kardia con mucho cuidado, procurando no rozar ninguna zona indebida, y le envolvió en toallas para poder secar su cuerpo. Una ducha hubiera sido lo más razonable, mas en esas condiciones, temía empeorar el estado de su compañero. Paseó las telas por todo su cuerpo para asegurarse de eliminar la humedad de su piel y posteriormente cambió sus ropajes por unos propios y holgados.



—Kardia... no te atrevas a dejarme —habló el acuariano mientras trabajaba. Siempre era igual. Degel hablaba en esos momentos, como si su compañero fuera capaz de captar sus palabras. Verbalizaba sus sentimientos y preocupaciones mientras posaba las manos en su pecho y difundía frío a su corazón. —Tienes mucho por hacer aún.



Pero aunque sus palabras fueran suaves, Degel sentía que se destruia por dentro, que cada retazo de su corazón se dividía y dejaba de funcionar: que se marchitaba. Temía por la vida de su compañero, por su salud, incluso aunque este hubiera estado en situaciones peores. No se detendría hasta que el otro se encontrase en mejores condiciones; sólo podía albergar esperanzas, desear su recuperación con todas sus energías y enfriar los ardientes bombeos de su corazón.



-*-



No supo en qué momento terminó durmiéndose, mas sus ojos fueron redescubriendo la luz de a poco. Alguien le tomaba la mano derecha y la aferraba con fuerza, mas no de manera desagradable. Despertó de inmediato y al recordar lo sucedido hacía tan sólo unas pocas horas atrás, observó a su compañero. El rostro del griego volvía a tener un sano coloreo, su respiración parecía haberse regularizado hacía rato y daba la impresión de que tenía agradables sueños, a juzgar por la tenue curvatura de sus comisuras. Pero lo que desbocó su corazón no fue la adorable y frágil imagen que el escorpiano regalaba al dormir.

Kardia aferraba su mano entre las suyas, aún entre sueños y sus dedos estaban entrelazados a los de él. Fugazmente, el recuerdo de los labios del griego sobre sus labios volvieron a su memoria, junto con otro recuerdo, de cuando ambos eran tan sólo simples chiquillos.


—¿Sabes, Degel? —pronunciaba un muy joven Kardia, que debía de estar rondando los diez años. Un niño con ojos enormes y brillantes, vívidos pese al veredicto que pesaba sobre su corazón. —Dicen que si alguien entrelaza sus dedos con los de otra persona, significa que está enamorado de ella.


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