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Fragmentos por AvengerWalker

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Notas del fanfic:

Los personajes de Saint Seiya: The Lost Canvas son tomados de la obra de Shiori Teshirogi y los de Saint Seiya, de la obra de Masami Kurumada.

Los drabbles están basados en el libro del semiólogo Roland Barthes: Fragmentos de un discurso amoroso. 

Las definiciones colocadas al comienzo de cada drabble provienen de la obra mencionada, no las inventé yo. Utilizo las mismas para ilustrar cada situación y servirme de inspiración a la hora de escribir<3.

Puesto que me gustaría ampliar el repertorio y salir de mi zona de confort, aceptaré cualquier sugerencia y pedido de parejas, sin importar cuál sea o qué tan extraña resulte. La única excepción serán los dioses guerreros de Asgard (pues sigo principalmente el manga y es una saga de la cual no tengo el más mínimo conocimiento).

Notas del capitulo:

Es mi primera vez haciendo algo como esto, así que espero que disfruten de la lectura<3.

Abismarse. Ataque de anonadamiento que se apodera del sujeto amoroso, por desesperación o plenitud.



Una silueta alta, un rostro pálido y comisuras arqueadas en una sonrisa de suficiencia. Sus irises estaban compuestas por una amplia gama de colores: azul el perceptible a simple vista, guerreando con tonalidades turquesas que, bajo la melancolía de la noche, se veían celestes. Cuando el sol estaba en su punto máximo, ciertos matices violetas exigían lugar cerca de las pupilas, y no podía ignorar las pequeñas manchitas de color azul petróleo. Le habría podido gustar dibujar aquellos intensos faros, siempre expresivos y una puerta abierta al alma. Porque Kardia podía utilizar las máscaras de superioridad que quisiera, pero sus orbes eran siempre una invitación a mirar en su interior. ¿A quién se suponía que engañaba? Haciéndose el fuerte, pensando que podía llevarse a todo el mundo por delante, tratando de dar una imagen de insensibilidad y despreocupación que, para sorpresa de quien le observaba tan ensimismado, algunos creían.

Sus cabellos eran un tema aparte. Mechones que caían sobre sus hombros como cascadas y tendían a ensortijarse e invitar a hundir allí los dedos. Varias veces había tocado la zona y si se concentraba un poco, podía sentir cómo se derretía todo su ser ante el recuerdo del tacto: suaves y rebeldes, siempre despeinados y con cada pelo apuntando a un lugar distinto.

Su postura también era algo digno de observar. Siempre erguido, con la frente bien en alto, mas cuando la tristeza amenazaba con apoderarse de su corazón, se encogía como un cachorro lastimado y temeroso. Buscaba que los demás no se dieran cuenta, pero... ¿a quién creía que engañaba? Degel se lo preguntaba todos los días mientras le observaba entrenar.

Cuando miraba a Kardia, vislumbraba todos sus defectos y virtudes. Caía en un mundo aparte y todo a su alrededor perdía importancia y nitidez. Sus compañeros de batalla habían aprendido que cuando Degel miraba entrenar a Kardia, era una pérdida de tiempo hablarle: el acuariano transportaba su mente a las nubes, a un mundo donde sólo el caballero de escorpio y sus ademanes torpes -aunque adorables para él- existían. ¿Cómo no hacerlo? Para él, Kardia encarnaba muchísimas cosas de las cuales estaba enamorado: abismarse en su belleza era algo del día a día, un detalle muy natural para una persona tan observadora y analítica como Degel lo era.

Recreaba su silueta en su mente como un pintor que carece de un pincel y se mostraba casi desvergonzado de estudiar hasta el más mínimo rincón de su cuerpo. Sin embargo, ¿podía decir que le estudiaba? Más bien se deleitaba con su imagen, una pasión más que marcada. Era como si ver a Kardia le permitiera respirar, seguir con vida y continuar, y en parte así era. Verle fuerte, enérgico y en sus casillas valía cada segundo y minuto de su vida.

Pero... ¿era necesario que le desmenuzara de esa manera? Kardia no podía concentrarse cada vez que sentía la mirada de Degel sobre sí, pues no era un simple vistazo, no: el acuariano parecía devorar cada extensión de su cuerpo con una intensidad de mil soles, y el corazón del escorpiano protestaba por las irregularidades que el sentimiento le producía. Esa vez no fue la excepción: la adrenalina corría por sus venas al notar la mirada de su compañero clavado en sí, y aunque generalmente le alimentaba el ego, en esos instantes sentía que le desarmaba en miles de pedazos. ¿Cómo se suponía que iba a concentrarse en los golpes que le arrojaban si semejante hombre le miraba como si fuera su cena?

Al final, terminó perdiendo la pelea de entrenamiento contra Manigoldo, quien no escatimó energías en burlarse de él y hacerle ver lo desconcentrado que estaba.

 

—Deja de hacer eso —protestó un jadeante Kardia mientras tomaba asiento al lado del caballero de lentes. Este había seguido todo el trayecto: desde Kardia en el suelo, con una nube de polvo entorpeciendo su respiración hasta su expresión de frustración al incorporarse e ir hacia él. Y lo notó: el joven de escorpio no le miraba directamente a los ojos, lo que indicaba que se sentía profundamente avergonzado.

—No puedo —respondió el otro, una excusa que sabía era poco más que patética, y sin embargo era la que mejor se le ajustaba.

—¿Siquiera quieres?

 

El de cabellos añiles volteó a mirar a su compañero, un grave error que acostumbraba a cometer, pues Degel estuvo un par de minutos absorto en el reflejo de aquellas orbes, en el escarlata coloreo de sus mejillas a causa del esfuerzo físico y en sus labios entreabiertos, que buscaban recuperar el oxígeno perdido durante el entrenamiento. Entonces, sonrió.

 

—No.


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