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Por ti, cachorro. por OnlyYou

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Para cuando abrió sus ojos la mañana siguiente, se encontró con un rubio cómodamente dormido con la cabeza en su pecho y con una sonrisa en el rostro. Lo observó en silencio, sin moverse en absoluto para no perturbar su tranquilo sueño, solamente movió su mano para retirar los mechones rebeldes que se pegaban a su rostro, disfrutando de la suavidad y el aroma atrayente que poseía. Jamás olvidaría el día en que había conocido a Joseph Wheleer, mismo día en que había decidido que se convertiría en su soldado.
Nueve o diez años atrás, cuando sus padres aún seguían con vida y él era un niño, sus progenitores habían decidido reforzar la seguridad de su único heredero por medio de varios guardias experimentados. Hijos de nobles y generales fueron preparados para demostrar sus habilidades en el arte de la espada y caballería, más que dispuestos a demostrar cuánto valía su casa y su lealtad a la corona. La casa Devlin, la Muto, la Valentine y la Wheleer eran las más reconocidas de aquel entonces, tanto por sus descendientes y sus riquezas.  Se podía decir que ellas eran las principales casas que habían jurado lealtad a los Kaiba y quienes mantenían a ésta sólidamente en el trono.
La casa Devlin dominaba el Sur, donde las tierras siempre eran fértiles y el invierno no se hacía presente en mucho tiempo, aquellas tierras eran denominadas como “Las tierras del verano”. Los Devlin mantenían el sur protegido de cualquier invasor que pudiera venir del otro lado de mar, donde se encontraban reinos en conflicto por sus tierras y buscaban tanto ayuda para la guerra como esclavos que pelearan por ellos. Su insignia constaba de un sol dorado atravesado por una lanza.
La casa Muto se establecía en el Este, donde dominaban todo tipo de comercio tanto marítimo como el de tierra. Los puertos más importantes del reino se encontraban allí resguardados desde hacía muchos años por ésta excelente familia. Su forma de tomar las cosas es más bien pacífica, no les gusta generar problemas de ningún tipo y siempre tratan de utilizar su riqueza de forma equilibrada y ayudar tanto a su rey como a las pequeñas casas que protegen bajo su nombre. Su insignia consta de una flor violeta en un fondo verde.
La casa Valentine, una de las casas más antiguas junto a la Kaiba y a la Wheleer, siendo la poseedora de toda la región del oeste, donde se encuentran las grandes montañas que separan los cuatro reinos del reino vecino, de donde luego se intentaría una alianza a través del matrimonio. Según había estudiado, la casa Valentine era la única que permitía que quien heredara sus tierras y fortunas fuera el primogénito, sin importar que éste resultara mujer, como en el caso de la futura heredera, Mai Valentine. Estas tierras son las más peligrosas, por lo que la casa Valentine es conocida por su orgullo y fortaleza, utilizando un lobo gris como insignia.
Y por última, pero no menos importante, la casa Wheleer…desde que tenía uso de razón, había aprendido que la casa Wheleer y la casa Kaiba no habían sido amigas siempre gracias a que ambas tenían la misma capacidad, riqueza y dinero. El tatarabuelo de Seto, Seth Kaiba, había logrado vencer al señor de las tierras del norte, quien era tatarabuelo de Joey, Jonas Wheleer, en un justo torneo. De esa manera, el señor del norte se vio obligado a jurar fidelidad a la casa Kaiba. Reconocidos en todo el reino gracias a su brillante cabello rubio y ojos como el oro fundido, esta casa se destaca por su fiereza al pelear, tanto así que su insignia consiste en un león dorado mostrando sus colmillos.
Joey Wheleer, Atem Muto, Mai Valentine, Duke Devlin fueron los representantes de su respectiva casa, quienes contando con un rango de edad entre los catorce y ocho años se habían visto en la difícil tarea de demostrar al príncipe Seto cuál de todos era el más apto para dar su vida por él. Así fue como uno a uno fueron batiéndose en duelo, hasta darse el resultado más inesperado: el menor de todos, contando con unos recientemente cumplidos ocho había derrotado a los tres completamente, Joey Wheleer se había ganado el derecho convertirse en el guardia personal del príncipe Seto. Era totalmente impensado para cada persona que lo escuchaba que un infante pudiera derrotar a tres nobles, pero Joey lo había logrado y sin herir de gravedad a ninguno. El pequeño rubio era el orgullo de sus padres, quienes lo habían entrenado prácticamente desde que había podido mantenerse de pie por sí mismo.
Seto, quien había quedado totalmente impresionado por la forma de luchar de su futuro guardia, quiso de inmediato que se batiera a duelo con él a ver cuál de los dos era mejor con la espada. Al principio, tanto como sus padres y los Wheleer se negaron a tal encuentro, pues no querían que ninguno de los dos saliera herido, pero el castaño no había admitido un “No” por respuesta e hizo llevar su propia armadura y su espada.
Así fue como luchó por primera vez contra alguien que no fuera uno de sus profesores, la batalla duró unos 15 minutos aproximadamente, Seto no era tan rápido como Joey, pero sus ataques eran mucho más fuertes, mientras que Joey esperaba al momento justo para atacar mientras esquivaba los ataques del castaño con tal habilidad y rapidez que era difícil seguirle los movimientos de a rato. El rubio atacaba en los mejores momentos, logrando desestabilizar a Kaiba, llegando a golpearlo en la espalda con el mango de su espada, sacándole el aire de los pulmones a su príncipe y dejándolo arrodillado en el suelo, vencido.
Seto soltó una pequeña risa recordando la humillación y rabia que había sentido en ese momento mientras observaba el rostro sereno y dulce del rubio dormir en sus brazos, quien sabe lo que habría pasado si Wheleer no lo habría vencido.  
Se había levantado preso de la rabia luego de haberse recuperado, girando a ver el rostro de Joey y pudiendo ver la sonrisa de satisfacción en su rostro, como si le estuviera restregando su victoria por la cara.
-Tú.- Gruñó, señalándolo con el dedo despectivamente. –Serás mi perro a partir de ahora, irás a donde yo vaya y me protegerás con tu insignificante vida.- Le dijo, irradiando su furia por los ojos, arrojó la espada a un lado y, luego de mirar a su padre con el ceño completamente fruncido, se dio vuelta y retornó a sus habitaciones seguido por el rubio.

Tomó con cuidado su mentón y levantó su rostro, delineando con el índice sus rosados y carnosos labios. Lo miró durante unos segundos antes de agacharse y juntar sus labios, dándose cuenta cuando Joey despertó, aún cuando fingía estar dormido.
-¿Cuántos besos de tu príncipe hacen falta para que despiertes, cachorro?-  Le preguntó con diversión al separarse, viendo como una sonrisa se formaba de inmediato en el rostro del menor.
-Mmm… unos varios.- Contestó él con pereza, estirándose un poco antes de depositar un pequeño beso en el pectoral derecho del castaño e incorporarse, dejando que las sábanas resbalaran y su desnudez quedara a la vista. Seto lo observó mientras se levantaba e iba por su ropa, viendo las marcas que le había hecho tanto en la espalda como en el torso con una sonrisa autosuficiente, amaba morder y marcar aquella apetitosa piel, era un recordatorio constante a Joey y a cualquiera que pudiera verlo semi desnudo que el rubio ya tenía dueño. De la misma forma, el castaño tenía unas buenas marcas en su abdomen y algunas pequeñas en el cuello.
Mientras el rubio se cambiaba, su príncipe lo observaba en silencio, analizando cada una de las cicatrices que Joey tenía en su cuerpo. Varias las conocía, sabía que eran de su entrenamiento cuando era pequeño, otras tantas del entrenamiento al que fue sometido luego de que se convirtiera en su guardia personal y luego, las que más le gustaba tocar cuando estaban juntos, las que eran producto de alguna cacería o protegiéndolo mientras estaban en el pueblo o en algún viaje que tenía que ver con la política, cosas sumamente aburridas para Kaiba. Lejos de molestarle que pudieran arruinar la perfecta piel del rubio, éstas le recordaban que no era alguien débil, que podía cuidarse sin problemas y, sobre todo, que era un verdadero hombre. Cada vez que lo tomaba, no se preocupaba en podía herirlo, si estaba utilizando demasiada fuerza, simplemente lo hacía sabiendo que a Wheleer le gustaba que fuera así.
-¿Qué tanto me miras?- Preguntó un rubio extrañado, ya completamente vestido con su armadura y su espada en su lugar. Seto frunció ligeramente el ceño, sacudiendo la cabeza antes de sentarse en la cama, fijando su vista en el contrario.
-¿Quién te dijo que podías levantarte, perro?- Preguntó a su vez, soltando un bufido de molestia. –Ve a traerme el desayuno y dile a las doncellas que me preparen un baño. Luego junta a algunos soldados, estoy de humor como para ir a cazar algo.- Ordenó, haciendo caso omiso a la ceja alzada que le dedicó Joey, como cuestionándole si pensaba que era su mensajero o algo parecido.
-Como ordene, su bajeza.- Respondió con una sonrisa sarcástica, acercándose a la puerta y dando un respingo al escuchar un golpe metálico a un lado de su cabeza, viendo la daga favorita clavada en la madera de la puerta. Un sudor frío bajó por su cuello y luego de soltar una pequeña risa, se escabulló de la habitación rápidamente para cumplir los caprichos de Seto.
El castaño se levantó de la cama y se vistió con el pijama que se suponía que había usado en la noche para dormir, sentándose nuevamente en la cama mientras un par de su sirvientas entraban y comenzaban a llenar la bañera con agua caliente, además de diferentes aceites aromáticos para el príncipe.
Un par de horas pasaron mientras que Seto se alistaba, poniéndose una armadura ligera y tomando su espada, salió de la habitación donde Joey lo esperaba como una estatua custodiando la entrada. El castaño le dirigió una mirada a su cuello antes de girar la cabeza y dirigirse a la gran puerta de entrada.
Los guardias abrieron la puerta inmediatamente, el sol encegueció por un momento a Seto, momento en el cual escuchó un grito proveniente de detrás de él.
-¡Alteza, cuidado!- Exclamó uno de sus guardias, abriendo los ojos con sorpresa al ser tacleado por alguien desde atrás, acabando en el suelo. ¿QUÉ MIERDA…?

Notas finales:

Lo prometido es deuda.~

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