Llanto
Ryou estaba acurrucado en la esquina de su cama que pegaba con ambas paredes, la espalda encorvada ligeramente hacia adelante, las piernas flexionadas y sostenidas juntas por sus brazos en donde enterraba su rostro.
Los hombros del pequeño albino temblaban insistentemente, delatando el ahogado llanto que sofocado.
Escuchaba en la planta baja de la casa los gritos endemoniados de su padre mientras azotaba cualquier mueble que tuviera el infortunio de caer en sus manos, como la pobre mesa que -según sus oídos- acababa de romper.
Con cada nuevo golpe, Ryou estremecía y lloraba más fuerte.
—Es mi culpa, es mi culpa —sollozaba intranquilo —Es mi maldita culpa —decía con violencia la criatura de escasos 9 años —si tan sólo snif... Si tan solo no te hubiera soltado... Tú y mamá no... Tú y mamá no estarían —el niño se largó a llorar — ¡perdóname Amane!
De la nada, el colgante dorado en su pecho comenzó a temblar y brillar con suavidad, eso calmó el llanto del menor, llamando su atención. Ryou sintió calidez, una tibia aura que lo rodeaba y arrullaba.
Se quedó dormido.
-o-
Ryou despertó alterado, con la respiración agitada ¿estaba en su cuarto? Lo último que recordaba era haber recobrado la consciencia en medio de un duelo que su yami estaba teniendo contra el de Yugi al inicio de las finales de Ciudad Batallas ¿Qué habría pasado? ¿Qué locura había hecho Bakura esta vez?
—Hace mucho que no tenía ese sueño —susurró para sí, dirigiendo la mirada al ventanal de su habitación, la luna estaba a punto del cuarto menguante... de ese modo siempre le había recordado a la sonrisa del gato de Alicia.
De la nada, el astro nocturno se tornó rojo como la sangre, escurriendo aquel espeso líquido acarminado. Aterrado, Ryou regresó la mirada a su cuarto solo para encontrarse con múltiples entidades fantasmales de pequeña estatura, todas con la misma apariencia: su fallecida hermana Amane.
Ryou pataleó en su lugar, arrinconándose en la esquina de la cama, en la misma posición del sueño anterior, mientras la multitud de fantasmas se le subían lentamente hasta cubrirlo por completo.
Hasta que la sortija del mileno comenzó a brillar. La luz lo envolvió, protegiéndolo de aquellos espectros.
-o-
Ryou despertó con un grito desgarrador, sentándose violentamente en una cama que no reconocía. Tenía la sensación como si fuera en un avión por lo que dedujo que seguía abordo del dirigible Kaiba.
—Uff... Que malos recuerdos me vienen a la mente —se quejó el albino, luego revisó su pecho, notando la ausencia del artículo —ya veo porque.
Su brazo casi no dolía, así que se levantó sin tener intenciones de quedarse quieto y solo en ese lugar extraño y frío.
Llegó hasta una habitación, en donde halló sobre una mesita alta, aquello que buscaba, la tomó entre sus manos con la propiedad de siempre y se la colgó presuroso.
Una siniestra luz morada lo rodeó pero Ryou suspiro de alivio.
Bakura pronto volvería.
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