En el misterioso desierto, en una remota provincia cercana a las beneficiosas aguas de un río, reinaba el Jeque Esmeralda con buen juicio y poder, pero un día llegó un usurpador, que luego fue llamado el Jeque Platino, este tomó el reino y trajo años de desgracia para todos sus súbditos, el reino cayó, se volvió pobre y solo se oían quejas y llantos.
Un buen día, el descendiente Esmeralda despojado de sus derechos y del Palacio a muy temprana edad apareció, había heredado la valentía y la fuerza del padre, con el semblante angelical y dulce de su madre. El joven Jeque Esmeralda, Makoto, derrocó al usurpador y al igual que su padre gozó de la popularidad y el amor de todos, además de un especial agradecimiento por haber acabado con tan cruel tirano.
Makoto era sabio y generoso y amable a la vez, parecía el líder perfecto, pero es obvio que no todo lo que brilla es oro, no hay nada que sea completamente puro, y el nuevo rey en las noches padecía de un apetito insaciable por la carne, carne joven y suave de hermosos jóvenes. No había problema hacerlo por el rey que había arriesgado el pellejo por liberarlos de un futuro incierto y desesperanzador… ¿verdad?
Ojos celestes como el mar, al rey le gustaban esas grandes orbes que le hacían recordar al hermoso río en los días soleados. Haruka, Haru, era su preferido en secreto, tal vez algún día le diría, pero por ahora se deleitaba con saborear con su lengua la boca del contrario, mientras sus manos recorrían su cintura y bajaban inquietas por sus muslos, los acariciaba y apretaba dejándolos de un lindo rosa pálido con la forma de sus grandes manos. Su boca bajo de sus labios a su cuello, mordisqueándolo, escuchando los suspiros y gemidos contenidos del de cabellos negros. Bajó más, hacia uno de sus rosados pezones, succionándolo, haciendo que la espalda del mayor se arqueara del placer.
-Haru, deja salir tus gemidos, quiero oírlos…y sí, es una orden- le sonrió con una mezcla de ternura y lujuria en su mirada.
-No haga eso-siempre sentía que algo dentro de él se derretía cuando hacia eso- sonreír así-un ligero rubor se apoderó de sus mejillas.
-Pero yo quiero hacerlo, además te gusta mi sonrisa, verdad?- volvió a mordisquear el otro pezón
Dejó salir un gemido suave, su majestad era el único que podía hacer cambiar su semblante serio y desinteresado.
Ambos miembros estaban erectos, y la entrada de Haru estaba bien lubricada, tomo al menor entre sus brazos y en los sumergió a ambos en la gran tina de baño, su lugar preferido para poseerlo por las noches.
Violeta, como el atardecer que veía por una de los balcones, el azul profundo de sus cabellos rebeldes que solo Makoto había podido apreciar, generalmente iba pulcramente vestido y peinado.
Pero ahora estaban sudados, al igual que todo su cuerpo, haciéndolo brillar como si tuviera pequeñas perlas esparcidas por todo su cuerpo. Su Majestad tenía a Rei sentado sobre su regazo con ambas piernas abiertas frente a un gran espejo con marco de oro, en la misma habitación que conectaba a la terraza.
-No Rei, aún no te puedes venir, haz sido malo y me haz tentado de más~ -Makoto acarició el miembro duro y húmedo del contrario, mientras los veía a ambos en el espejo.
- Abre los ojos, te vez hermoso, eres hermoso- le susurró al oído para luego lamerle el lóbulo de la oreja, le abrió un poco más las piernas.
-Gimió quedamente, no podía estar más expuesto….y excitado-Ma-Majestad perdóneme…-pequeñas lágrimas caían por sus sonrojadas mejillas, se veía al espejo y lo único que tenía su atención era el rostro del de ojos verdes besando y mordisqueando sus hombros y su mano grande y cálida jugueteando con su aprisionado miembro. En el trasero podía sentir el pene endurecido y rozando descaradamente entre sus nalgas.
-Hoy nos divertiremos mucho mi querido Rei- dijo al tiempo que entró de una sola y fuerte estocada en el interior del peliazul y volteó su rostro para tener acceso a esos adictivos labios que tanto deseaba.
La pasión es roja, roja y salvaje. Makoto estaba cómodamente recostado entre los almohadones de terciopelo del Gran Salón, la luz de la luna llena se colaba por una de las ventanas haciendo contraste con el anaranjado color de las pequeñas lamparitas que colgaban como decoración.
La mirada esmeralda del jeque estaba concentrada en unas caderas que se movían al compás de la suave música, no se había equivocado con Rin, desde la primera vez que llegó solo y desamparado pidiendo ayuda en su Palacio, alegando ser de tierras extranjeras, se había fijado en sus singulares ojos y cabellos rojizos en contraste a su pálida piel, quería hacerlo suyo.
Ahora Rin tenía un semblante diferente, cuando pasaba largas y apasionadas noches con él siempre se presentaba ataviado con gasa transparente y joyas con incrustaciones de rubíes, luego bailaba, bailaba como solo él sabía que le gustaba a Makoto.
-Rinrin ven-le estiró el brazo para atraerlo hacia él, le gustaba ver ese sonroja que aparecía siempre que lo llamaba así – mi terco y orgulloso rubí.
-Makoto-le sonrió de lado, no le había resultado tan difícil llamarlo solo por su nombre cuando estuvieran juntos-lo quiero ya~
-De un solo jalón ya lo tenía en su regazo y lo besaba casi con desesperación al tiempo que lo depositaba entre los almohadones y le bajaba el fino pantalón, lo tuvo en 4 frente a él, las penetraciones comenzaron suaves contra la entrada del pelirrojo y comenzaron a ser más fuertes, agarraba con fuerza las caderas de Rin, mientras este no reparaba en dejar salir sus gemidos de placer levantando más el trasero, estaba extasiado y perdido en el placer.
Esta noche es especial, había llamado a sus tres joyitas al Gran Salón, estaban listos para tener una velada donde ninguno descansaría…