TRISTE VERDAD.
Su cuerpo lo habían marcado, deshecho y entristecido. Ya nada tenía sentido, sólo la muerte. Está haría que olvidará lo que había pasado aquella tarde. Tomo la pistola de la vitrina y se la puso en su boca.
Su mente viajo justo a ese momento antes de escuchar un disparo.
Teppei siempre veía la lluvia, porque era gloriosa. Traía vida, esperanza y sueños. Su madre no tenía recursos para pagarle la escuela, así que la abandonó. Se metió a trabajar muy joven en una casa. Era el chofer de la inmensa mansión. Nunca busco problemas, tampoco fue un chico rebelde. No acostumbraba a fumar ni beber.
Su ahora jefe, esposo de una gran señora. Murasakibara un joven cruel, que hacía daño a las personas. No se tentaba el corazón ante nadie y si era necesario llegaba a matar sin compasión. Pertenecía a la mafia.
En la tarde de octubre, mientras limpiaba el carro de su jefa. Estaba exhausto, no había tomado ningún descanso en todo el día. No se imaginó que fuera tan cansado trabajar así. Escucho un ruido detrás de él y cuándo volteo. Recibió un golpee dejándolo en el suelo. Un chirrido de dolor se le salió de los labios.
— ¿Qué sucede? No me he equivocado. Lo he hecho todo bien.—el contrario comenzó a burlarse de su comentario. Se acercó más a él para darle una fuerte patada en el estómago.
—No entiendes nada, tú eres escoria y debes ser tratada cómo ella.—después de decir esto, no se detuvo para golpearlo con todas sus fuerzas. Teppei pudo notar una pequeña mancha en la nariz, blanca. Parecía un polvo. No podía predecir que era. Su cara se deformaba por una fuerza bruta. Le ardía, parecía como si él fuera un costal de harina al cuál pudieran pegarle.
—¡¡Detente!! Por favor… ya no lo hagas—levantó su rostro del suelo, para ver cómo salía sangre de este, y era derramada en el suelo. No pudo predecir que no se podría mover ni un centímetro más por el cuerpo del mayor.
—Pero que dices Teppei. Si apenas estamos comenzando—lo agarro de la nuca para volver a estrellarla contra el frío suelo. Una y otra vez, hasta que perdiera la conciencia.
Rompió su ropa y se apodero de su cuerpo. Cuándo despertó sintió un ardor que jamás imaginósentir. Estaba sobre el asiento del carro, completamente desnudo, respiraba con dificultad, y no podía moverse. Sus costillas estaban rotas. Con las pocas fuerzas que aún le quedaban se sentó. Lastimándose más. Algo lo dejó horrorizado. Sus piernas sangraban pero no eran ellas, sino el sangrado provenía de su parte trasera. Temió lo peor. Él era un chico de campo, jamás había tenido sexo con nadie. Ni siquiera con una mujer. Y ahora estaba en situación más humillante que jamás quiso. Comenzó a llorar, se desesperó. Grito muy fuerte para pedir ayuda, pero nadie venía. Al darse cuenta de donde estaba no le quedó más opción que pedir ayuda. Lo habían abandonado en una carretera.
Los días pasaban. No volvería a su trabajo. Tenía mucho miedo de que su jefe volviera a abusar de él. Se encerró por días en su recamara. ¿Qué haría? ¿A quién le diría? Él no era homosexual. Y su religión le prohibía tener relaciones íntimas fueras del matrimonio. Nadie lo perdonaría. Había pecado. Ahora era impuro. Su cuerpo había sido marcado.
Volvió donde comenzó, ya no había vuelta atrás cuándo se paró a un lado de la vitrina de su casa. Ya nada importaba, nada lo podía salvar solo la muerte. La tomo y dudo en hacerlo… sin embargo cuándo el gatillo se apretó ya no hubo vuelta atrás.
Término tirado en el suelo envuelto en un enorme charco de sangre.