—¡Oh, Capitán! —jadeó, con una sonrisa temblorosa aferrada débilmente a sus labios. Cerró sus ojos con fuerza, sus ásperas y masculinas manos firmes en los anchos hombros del Capitán. Dios, ¿dónde había quedado el amable y correcto Steve Rogers? Porque la bestia que le había empotrado contra la pared con rudeza no parecía, ni por asomo, el soldado moralista del siglo XX que siempre había sido. Sonrió. Podía sentir como la imponente erección del Capitán se alzaba, orgullosa, entre sus ajustados pantalones. Se frotó débilmente contra Steve, y sintió con pasmosa claridad cada trabajado músculo del cuerpo ajeno contra el propio. Quería desnudarle, besar esos perfectos abdominales y arañar sus estrechas caderas con saña. No obstante, los dientes del Capitán parecían no querer apartarse de su cuello, el cual ya lucía rojo por el constante abuso—. Capitán —gimió, logrando entreabrir las robustas piernas de Steve con su propia pierna derecha. Así, acariciando la potente erección de su líder con su rodilla, logró que los dientes de Rogers se apartaran por unos segundos de su dolorido cuello.
—Stark —gruñó; un sonido gutural que emergió desde lo más profundo de su garganta, como una muda advertencia. Pero Tony amaba el peligro, romper las reglas y probar qué tan lejos llegaría el políticamente correcto Capitán América (su nueva actividad favorita). Estaba jugando con fuego, y era muy probable que se quemara. Lo sabía, pero ya no podía soportar ni un minuto más la tensión sexual no-resuelta —aún— que había ente ambos. Y si Steve no estaba dispuesto a dar el primer paso, Tony lo haría por él.
—¿Asustado, Capitán? —la pregunta salió de sus labios como un ronroneo, una especie de silenciosa provocación—. Descuida, las personas suelen intimidarse ante mi presencia.
Una vez más, su masivo ego hizo acto de presencia. Y cualquier estribo de autocontrol en Steve desapareció. Le arrancó con brusquedad los pantalones y se bajó los propios.
—Vaya, eso es nuevo —dijo, expectante —. Vamos, enséñame lo que es capaz de hacer un veterano de guerra —apremió.
—¿Nunca te callarás, no es así? —un hambriento beso fue la única respuesta que obtuvo.
—Sólo si me empalas con tu patriótica polla de una vez por todas —y eso fue más que suficiente para Steve (para ambos a decir verdad).
De un rápido movimiento, bajó su ropa interior hasta sus rodillas; su polla, erguida y chorreante, rebotó al ser liberada de su prisión de tela. Tony gimoteó con anticipación, percibiendo como un fuego abrasador consumía sus entrañas. Sus firmes piernas se aseguraron a las fuertes caderas de Steve. Había comenzado a temblar desde que el Capitán había rozado sutilmente su glande contra su más que lista entrada. Mordió sus labios, alzando su pelvis, invitando a Steve a que hiciera lo propio. Y, finalmente, sucedió. La hombría de su líder se hundió con firmeza en las profundidades de sus entrañas, dándole fin así a la tensión sexual que existía entre ambos héroes.
Tony suspiró, más que satisfecho con el constante ritmo de las caderas del Capitán. Era maravilloso. La sensación del venoso miembro de Steve acariciando con brusquedad las ceñidas paredes de su recto, las cuales parecían querer devorar por completo al soldado. Echó su cabeza hacia atrás, sintiendo la dureza y frialdad de la pared tras su cuerpo. Los labios de Steve se aferraron a sus pezones, succionando con avidez de ellos.
Sentía que desfallecería en cualquier momento, el incesante golpeteo que producían los testículos del Capitán contra sus nalgas le estaba volviendo loco. Su glande comenzó a gotear, los músculos de su vientre se tensaron y —tras un par de embates más— el genio de la robótica se derritió entre los fuertes brazos de Steve. Con las piernas temblorosas, los ojos entrecerrados y el corazón desbocado.
—Joder, Capi...
Steve siguió penetrándole con fiereza hasta que, sin previo aviso, vertió su simiente en el interior del Hombre de Hierro. Tony no emitió palabra alguna, demasiado agotado como para reclamarle su atrevimiento. Pero, vamos, ¿acaso podía reclamarle algo a esas alturas? Él había iniciado todo, después de todo. Con una sonrisa titubeante, sintió una calcinante calidez envolver el interior de su vientre y llenarle completamente.
—Cual pavo en Día de Acción de Gracias...—pensó.