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Inesperado (OneShot) por LunaScarlatta

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Notas del fanfic:

Esto era algo que llevaban mucho tiempo pidiéndome (desde que empecé a publicar la primera versión de SMILE: Yuki-chan's Life, para ser más exactos). Esta nueva versión ha traído mucha más gente que los shippeaba, y al final acabaron por convencerme para que escribiera esto. Evidentemente esto es algo que nunca pasaría y es un fanfic de mi propia historia. Espero que lo disfrutéis, al fin y al cabo es el primer lemon que escribo.

Notas del capitulo:

(En un mundo donde Yuki no existe).

Sora Kobayashi tenía veintiún años. Era alto, con el pelo negro como el carbón, los ojos pardos y piel de porcelana. A pesar de ser un chico bastante guapo, de rasgos suaves, y el primero de la clase, no era un chico tan popular como pudiera parecer. Era una persona muy rara, y no por el hecho de vestir únicamente de negro. Se comportaba de una manera infantil para su edad, tenía gustos un tanto extravagantes y además padecía un poco de ginecofobia. Esto no era algo sabido por todo el mundo. Solía rechazar el contacto físico con mujeres, aunque siempre solían pensar que se debía a la vergüenza, y si en parte era por eso, también se debía a su temor. Por desgracia para él, su clase estaba llena de mujeres. No es que se llevara mal con ellas en absoluto, pero no le era demasiado agradable. Se ponía muy nervioso si estaba en contacto con ellas durante un tiempo prolongado y trataba de irse cuanto antes, aunque con el paso del tiempo había llegado a mejorar bastante y hacía ya unos pocos años que su miedo no le afectaba en su vida directamente. Eso había ocurrido tras escaparse de su casa a los dieciséis y conocer a Rei Himura, un hombre que se comportó como un hermano desde que lo encontró en la calle y lo ayudó a llevar los papeles de la emancipación. Por aquel entonces Rei lo acogió en su apartamento hasta que encontraron un lugar donde Sora pudiera vivir y lo ayudaba económicamente con los gatos que producía. Otra cosa con la que lo ayudó también fue a mejorar poco con la fobia que le habían provocado su madre y su niñera. Con el paso del tiempo, el chico fue yendo a mejor. Las ojeras y el aspecto siniestro poco a poco fueron desapareciendo, dejando un rostro dulce, aniñado y atractivo que solía estar adornado con una sonrisa amable e incluso al menos ya era capaz de soportar hablar con una chica.
Suspiró. La clase acababa de terminar. Se quitó las gafas y se frotó los ojos con los dedos. Se sentía cansado, pero era culpa suya. La noche anterior había estado con un videojuego hasta tarde y ahora le pasaba factura.
—¿Qué te ocurre, Kobayashi-kun? —preguntó Hinako Hibino, sentada detrás de él.
Él se giró rápidamente, algo nervioso. No se lo esperaba.
Hinako era una amiga suya, pero a menudo le daba escalofríos, y no por el hecho de que fuera una chica, sino por cómo se comportaba para tratar de conquistarlo. Porque sí, incluso él mismo se había dado cuenta de que iba tras él. Parecía obsesionada hasta un punto enfermizo. Se le agarraba y a menudo no le dejaba ni respirar. Era agobiante.
—¡Nada! —respondió alterado girándose rápidamente hacia delante, recogiendo sus cosas.
—¿Te vienes hoy con nosotros, Kobayashi? —preguntó Yuuto Sano, quien se sentaba a su lado.
—Ah, no. Estoy muy cansado y sólo tengo ganas de tirarme en la cama y ponerme a roncar.
Sano rió.
—Vaya, eso es muy gráfico.
—¿Quieres que te acompañe, Kobayashi-kun? —preguntó Hibino con una sonrisa con la que quizá ella pretendía convencerlo.
—Ah, no. Prefiero dormir solo —rechazó él intentando no sonar brusco. Hibino era su amiga, pero nada más. Terminó de guardar sus cosas en la mochila y se levantó de la butaca—. Me marcho. ¡Nos vemos mañana!
Se fue tan deprisa que ni siquiera dio tiempo a sus amigos a que se despidieran de él.
Salió corriendo al exterior, que estaba nevado. Y miró a su alrededor. Todo el mundo iba abrigado de la cabeza a los pies, mientras que él llevaba tan sólo una chaqueta de cuero negra a sabiendas de que con sus pulmones débiles debía abrigarse más de lo normal, o al menos poner medios para no empeorar su bronquitis, cosa que no estaba haciendo en absoluto.
A medio camino de su apartamento, le sonó el móvil. Sonrió. Era un mensaje de Rei diciéndole que no hiciera nada de cenar, que al salir del trabajo él iría y le llevaría la comida. A veces se daba ese caso en el que a Rei no le apetecía cenar solo e iba a su apartamento. Sora tenía a su gata Vivi para que le hiciera compañía, pero Rei no tenía a nadie. Avanzó con paso ligero hasta su bloque de apartamentos. Antes de que llegara su amigo quería recoger un poco, ya que seguro que le reñiría por tenerlo todo tirado por ahí. Rei sería un hombre soltero de treinta años incapaz de tener una relación que fuera más allá del sexo con nadie, pero también era una persona a la que le gustaban las cosas impecables. Era perfeccionista hasta decir basta. Todo tenía que estar en un orden perfecto y muy limpio. Aunque esto parecía contradecirse al no cuidar demasiado su aspecto. Si bien hacía ejercicio y mantenía su cuerpo completamente en forma, le hacía falta un buen corte de pelo. A veces, incluso, se dejaba una barba pobre y malcuidada que no le favorecía en absoluto. Pero quizá esto se debía a que deseaba verse más de su edad. Con un corte de pelo bien hecho y completamente afeitado, llegaba a aparentar casi diez años menos, cosa que al parecer le resultaba incómodo y le producía vergüenza.
Tan rápido como llegó a su apartamento, le puso comida a Vivi y se puso a recoger y a medio ordenar las cosas. Al cabo de un rato, el cansancio empezó a apoderarse de él. No había terminado de recoger, pero parecía estar todo en un orden medio decente. Se tumbó en la cama un momento y cerró los ojos. Sólo fue unos segundos. O eso pensó. Al abrirlos, encontró unos ojos verdes que lo miraban. El joven dio un grito y tiró de la sábana, sobresaltado. Rei suspiró.
—¿Tan horrible soy como para que te asustes al verme la cara?
Sora parpadeó aturdido, intentando despertarse.
—No.
—Te lo has pensado.
—¡Cualquiera se asustaría si ve a alguien tan cerca nada más despertar!
El mayor tuvo que admitir para sí que ahí tenía razón.
—He traído ingredientes. ¿Me ayudas?
—¡Sí, claro! —respondió el muchacho levantándose de la cama de un salto—. Pensé que traerías algo ya hecho —dijo mientras se dirigían a la cocina.
—Y eso iba a hacer, pero... Tenía ganas de cocinar, supongo.
—¿No tienes suficiente con lo que cocinas en el trabajo?
—Eh, oye, que si no quieres, comemos ramen instantáneo, que sabes que no tengo problemas por alimentarme a base de fideos.
—No tienes problemas para alimentarte a base de galletas.
—¡Habló el señor dulces! —exclamó Rei.
—Touché.
Sora iba a empezar a sacar los ingredientes que había traído su amigo cuando éste después de mirarlo desde hacía rato con el ceño fruncido, lo detuvo.
—Me parecía, pero ahora estoy seguro. —Le tomó de la barbilla y le hizo levantar un poco la cabeza—. Tienes ojeras. Leves, pero las tienes.
El chico intentó mirar hacia otro lado con disimulo, como si eso pudiera evitar que Rei viera lo obvio.
—¿Cuánto dormiste anoche?
—Hora y media.
—O sea, que habrás dormido unas dos horas y media en total. —Lo miró con severidad—. No tiene gracia. —Lo soltó y cruzó los brazos—. Y eso pese a que la semana pasada estuviste con gripe.
Sora empezó a reír, intentando quitarle importancia al asunto.
—Bueno, es que es muy gracioso. Me compré un videojuego nuevo...
—O sea, que no dormiste por estar jugando a un videojuego.
—Algo así.
Rei negó con la cabeza en señal de desaprobación.
—No tienes remedio. —Se remangó el jersey—. Vamos, manos a la obra.
Hacer la cena juntos no era nada nuevo, y además se compenetraban muy bien a la hora de cocinar. Rei precisamente trabajaba como cocinero en un restaurante familiar, mientras que Sora siempre se había hecho de comer él sólo, de manera que con el paso de los años había logrado un gran talento en la cocina. Y como siempre, les quedaron platos de bastante calidad aun si eran de ingredientes baratos.
La cena fue igual de amena que siempre. De vez en cuando se escuchaba alguna risa. Las anécdotas del día eran sus temas de conversación. Parecían hermanos de verdad.
Rei empezó a retirar los platos de ambos una vez acabaron de comer. Pese a que Sora se ofreció, él se negó en rotundo.
—Enséñame ese videojuego que te tuvo tan viciado anoche.
El muchacho abrió los ojos como platos. Y después intentó sonreír falsamente.
—¿De verdad eso es necesario?
Rei empezó a reír, burlón.
—¿Qué pasa? ¿Es un secreto o qué?
—No... pero es que... —trató de buscar una excusa el joven, todo ruborizado.
Rei sacudió las manos una vez terminó de fregar y se giró hacia él.
—Venga, vamos. Enséñamelo.
—¿De verdad tengo que...?
—Enséñamelo —cortó.
Sora tragó saliva y caminó junto a él hacia su cuarto. Encendió la consola.
—Te aviso que no es un juego convencional...
—¿De qué es entonces?
—Es...
No le dio tiempo a acabar. Gemidos femeninos salían de los altavoces, y en la pantalla se mostraba un dibujo de una mujer voluptuosa llena de sudor. Rei parpadeó, asimilando lo que ocurría y después se giró hacia Sora.
—¡¿Pero tú no padecías ginecofobia?! —exclamó Rei.
El chico empezó a reír de manera nerviosa.
—Hace tiempo que ya no tengo miedo a los genitales femeninos, así que mi fobia no me afecta para esto, ya que no están físicamente —murmuró sonrojado.
—¿Y tu repulsión al sexo?
—No es repulsión al sexo, más bien es... Miedo a tener relaciones sexuales. Se supone que es un miedo que enfrentándome a él lograré superar, pero...
—¿Y miedo a besar?
—¿Eh?
—Que si tienes miedo a besar.
Sora frunció el ceño y se quedó pensativo un momento.
—No a eso no —respondió.
—¿Y si yo te besara ahora qué dirías?
—¿Eh?
Rei entonces se inclinó hacia él y lo besó en los labios un momento. El chico al principió no se dio cuenta, y parpadeó varias veces durante un pequeño instante. Entonces se percató y se levantó del suelo veloz como un rayo, gritando:
—¡¿Q-qué ha...?!
Pero entonces fue interrumpido. Rei lo agarró y lo besó de nuevo. Sora intentó zafarse de él, empujándolo. Pero el mayor se mantenía firme y no le permitía alejarse lo más mínimo. El beso se prolongaba, despertando sensaciones hasta ahora desconocidas para el muchacho. La lengua de Rei giraba en torno a la suya mientras éste sujetaba su cintura y su nuca, atrayéndolo hacia él. Por un momento pensó que se ahogaba. No quería admitirlo, pero aquello lo estaba dejando sin fuerzas. Rei terminó por romper el beso, jadeante y las rodillas de Sora se flexionaron, perdiendo todo su equilibrio. Por suerte o por desgracia, allí estaba Rei para sujetarlo.
—¿Tanto te ha gustado?
La pregunta golpeó a Sora devolviéndolo a la realidad. Rei lo había besado... ¡dos veces! Y... ¿le había gustado?
—¡Claro que no! —exclamó, sonrojado, intentando alejarse de él.
Pero sus piernas seguían sin fuerzas y estuvo a punto de caer de nuevo. Rei lo agarró, riendo divertido y manteniéndolo pegado a él.
—Está bien, está bien. No volveré a meterme contigo.
—No te creo. —Rei rió, y eso lo molestó bastante—. ¿Por qué has hecho eso?
—«Por qué» preguntas. La respuesta es sencilla. —Lo miró directamente a los ojos—. Me apetecía —dijo depositando un suave beso sobre sus labios.
Aquello no pudo molestar más a Sora, quien ruborizado de cabeza a los pies, lo empujó.
—¿Porque te apetecía? ¿Eso es lo único que tienes que decir?
Pero Rei no parecía estar prestándole atención en absoluto. Su mirada, cabe decir que de asombro, iba directa a la entrepierna del joven.
—¿Entonces era eso lo que estaba notando en mi pierna todo el rato?
Sora se tiró de la camiseta, intentando ocultar el bulto de sus pantalones y se giró dándole la espalda, rojo por completo, intentando que no lo viera. Pero para Rei había sido suficiente. Se le dibujó una sonrisa burlona en el semblante y lo rodeó desde atrás con sus brazos.
—Vete, por favor —rogó el muchacho.
—¿Estás seguro de que no quieres que te ayude? —Le mordió la oreja con suavidad.
—Sí. Ah... —se quejó levemente al sentir la cálida mano de Rei subir por su torso bajo la camiseta.
—Si de verdad no quisieras —susurró él con los labios pegados a su oreja—, usarías alguna de esas técnicas de judo que me hiciste cuando te conocí.
Eso era cierto. Si no quería aquello, tenía formas de deshacerse de él. Si realmente no lo quisiera, sus esfuerzos no acabarían en empujarlo o intentar zafarse.
—No quiero romper el suelo con tu caída.
—Mentiroso —susurró metiendo una mano en su pantalón y acariciándole el miembro con los dedos—. Además, no peso tanto, ¿sabías?
Sora apretó la mandíbula, intentando hacer sonar lo menos posible el quejido que amenazaba salir de su garganta. Rei sonrió otra vez al ver el rubor encender con más intensidad las mejillas de Sora y su reacción desesperada por querer que no se le notara que estaba gustando. Depositó un beso en su nuca.
—Entonces debería irme, ¿no? —dijo sacando la mano del pantalón de Sora.
—¡No! —respondió él agarrando por acto reflejo la muñeca de Rei, dándose cuenta demasiado tarde de lo que acababa de hacer—. Quiero decir...
Rei le dio la vuelta y volvió a besarlo antes de que replicara de nuevo.
Cielos, Rei besaba endemoniadamente bien. Sus besos, aunque dulces, eran capaces de encender a cualquiera. Y otra vez, Sora se quedó sin aliento y sin fuerzas. Rei lo sujetó y rompió el beso, dejando un hilo de saliva entre sus bocas. El chico apartó la mirada, avergonzado. El otro lo miraba sonriente, una sonrisa llena de amor y cariño.
—Ahora vamos a ayudarte con esto —le susurró al oído poniendo una mano sobre su entrepierna.
Y cuando Sora quiso darse cuenta, ya lo había tumbado sobre la cama, y él intentó levantarse.
—Rei, no tenemos que hacer esto —dijo alarmado al ver cómo su amigo se quitaba el jersey.
Rei se sentó en la cama y le impidió incorporarse.
—Pero yo quiero hacerlo —aseveró él—. Ahora no te preocupes por nada. Sólo relájate. No existe nadie más aparte de nosotros dos.
El chico parpadeó varias veces y volvió a tenderse en la cama. Dejó que Rei lo despojara de su camisa y sus pantalones, pero no pudo evitar sentirse un poco inquieto cuando empezó a retirar su ropa interior. El mayor le besó el abdomen, provocando que su respiración se volviera irregular. El joven sabía perfectamente lo que pensaba hacer ahora, y se sentía sumamente indefenso al estar allí con las piernas abiertas. La vergüenza lo consumía por completo, y llegó a su punto máximo cuando Rei introdujo el miembro del chico en su boca. De alguna manera sabía que haría eso.
—Rei... no tienes que hacer eso, no es necesario... —pidió intentando alejarlo de su entrepierna.
Pero él se mantenía lamiendo el miembro de Sora sin hacer caso a sus ruegos. El muchacho no lo pudo evitar y salieron algunos gemidos de su boca. Indudablemente se sentía asustado y no podía aceptar tener relaciones sexuales, concretamente con un hombre. ¿Entonces? ¿Por qué a pesar de todo permitía a Rei que se lo hiciera? ¿Acaso él...?
La lengua de Rei seguía el contorno de su miembro, deteniéndose en algunas ocasiones para lamer el punto más sensible y estimularlo y otras para masturbarlo con suavidad. Sin ser capaz de soportarlo más, Sora apretó sus dedos en la cabeza de su amigo, enredándolos en su cabello castaño claro, y terminó por llegar al clímax con un gemido ahogado. Rei se incorporó empezando a toser.
—¡L-lo siento! —exclamó Sora sonrojado por completo a causa de lo ocurrido.
Rei se limpió el líquido blanquecino de alrededor de la boca.
—No ha pasado nada. ¿Ves?
—Pero...
Entonces lo agarró de las muñecas y lo calló con un corto beso.
—No ha pasado nada.
Volvió a besarlo, y esta vez con más intensidad. Diablos... aquellos besos eran increíbles... Sus bocas apenas se detenían para respirar, hasta que finalmente Rei se detuvo para mirar la erección de Sora, quien era incapaz de pensar con claridad. Se sentía agotado y lleno de placer. Y sólo con eso...
Rei acarició suavemente con los dedos el miembro del chico.
—¿Se siente incómodo? —preguntó.
¡Pues claro que era incómodo! Sin embargo, Sora sabía que no se refería a eso.
—No —respondió.
Rei lo miró y volvió a sonreír. Se abalanzó sobre él a besarlo, frotando débilmente ambos miembros por un momento y le dio la vuelta de repente. El joven se sintió alarmado.
—¡Rei, espera!
—Lámelos —dijo poniendo los dedos delante de su rostro.
El chico obedeció algo vacilante mientras sentía cómo el hombre le masturbaba suavemente y le besaba la espalda con dulzura. De repente, los dedos fueron sacados de su boca y él supo lo que venía a continuación. Rei introdujo un dedo en el interior de Sora y éste se quejó débilmente.
—Tranquilo —le murmuró en voz baja—, tranquilo...
Rei estaba siendo tan dulce con él que no pudo evitar relajarse al pensarlo. Sentía la mano de su amigo moverse a lo largo de su miembro con suavidad, con cariño. Un dedo más se introdujo dentro de él poco después. No dolía, pero era una sensación extraña y desconocida hasta entonces. Un tercer dedo no tardó en llegar. De alguna manera se sentía bien. «La próstata, ¿eh?» pensó. Como estudiante de Medicina sabía de sobra cómo funcionaban esas cosas, pero nunca pensó que lo viviría de primera mano. De nuevo, otro gemido escapó de su garganta a pesar de que trató de retenerlo. Una vez más Rei sonrió y sacó los dedos del interior de Sora.
—Creo que ya es suficiente.
El chico se enderezó un poco, nervioso.
—E-espera, Rei —lo detuvo.
—¿Qué ocurre?
—No... No tenemos que hacerlo.
En el último momento se sentía asustado otra vez, pero Rei lo entendió sin necesidad de que dijera nada más. Lo atrajo hacia sí y le besó la cabeza.
—No tienes nada que temer. Confía en mí. Estarás bien. No voy a hacer nada que sea malo para ti. Seré muy cuidadoso.
Era tan reconfortante estar entre sus brazos... El pecho agitado del joven no aminoró su velocidad, pero sí empezó a relajarse. Rei estaba tranquilo y si decía aquello con tanta confianza, debía ser cierto. Se tumbó sobre la cama con las piernas abiertas, avergonzado y sonrojado.
—¿Tengo permiso entonces para hacerlo? —Sora asintió—. ¿Estarás más tranquilo si me ves la cara? —preguntó el mayor.
El muchacho volvió a asentir, aunque lo cierto era que no quería verlo a los ojos mientras lo hacían. Rei colocó la punta de su miembro en su entrada y lo deslizó poco a poco en su interior. Sora apretó los dientes, intentando aliviar el dolor. Sin embargo, entró con sorprendente facilidad y con un dolor bastante leve en comparación a lo que esperaba.
—¿Duele? —preguntó.
El joven asintió con los ojos algo llorosos. Rei lo miró preocupado, y estaba dispuesto a salir de dentro de él y a mojarse las ganas cuando Sora lo detuvo.
—Duele, pero... estoy bien.
—¿Seguro?
El chico asintió. Rei, dudando un poco empezó a moverse lentamente en su interior. La sensación era extraña y un poco dolorosa, y aun así era... ¿agradable? Se mordió la mano, intentado retener su voz que amenazaba con salir. El otro, con cariño le quitó la mano de la boca.
—No, no te hagas eso.
Sus ojos se cruzaron y poco a poco la velocidad del vaivén de caderas de Rei fue aumentando. Sora se agarró a las sábanas, intentando resistir el dolor que curiosamente desaparecía poco a poco mientras se acostumbraba y dejaba sólo una sensación extraña, pero agradable, de placer. Su voz era retenida en su garganta a duras penas, y escuchaba los jadeos de Rei. La cabeza le daba vueltas.
—¿Estás bien? —El joven asintió.
Rei tragó saliva y tiró de Sora, sentándolo sobre él, abrazándolo. El muchacho se sorprendió y se agarró del cuello de su compañero. Rei seguía moviéndose en su interior. Le besó el hombro y pegó los labios a la oreja del chico.
—Te quiero —susurró.
La confesión lo golpeó con fuerza, y no pudo evitar quedarse anonadado durante un instante hasta que Rei lo volvió a tumbar en la cama y empezó a mover las caderas con más fuerza. Los gemidos y jadeos no se hicieron esperar, y salieron de los labios de Sora, liberándose por fin. El rubor cubría las mejillas de ambos y el chico evitaba mirar a los ojos a su amigo. ¿Se le acababa de confesar? No habían sido imaginaciones suyas, ¿verdad? No era capaz de pensar con claridad. Quizá sí se lo había imaginado.
Rei empezó también a tocar su miembro.
—¡Espera, no!
Pero no hizo caso. En vez de eso, se inclinó sobre él, volviéndolo a besar una vez más mientras lo tocaba y se movía dentro de él... ¡No había manera de que lo resistiera! Un gemido se escapó de los labios del muchacho mientras se besaban y el vaivén se incrementó un poco más. Sora no lo aguantó más, y su cuerpo se sacudió y tembló, llegando al clímax por segunda vez. Rei se separó un momento de él y se movió un poco más antes de soltar un gruñido y que su espalda se arqueara y terminara. Sonrió una vez más y se dejó caer al lado del joven una vez hubo salido de dentro de él. Lo abrazó pegándolo a su cuerpo y le dio un beso en la sien.
Sora estaba sumamente aturdido. ¿Qué había pasado exactamente?
—¿Te ha gustado?
—¡Pues claro que no! —exclamó sonrojado, intentando ocultar su rostro.
—¿De verdad? —Rei parecía estar realmente preocupado ante la idea.
—No —respondió ante una pausa leve—. Quiero decir... No ha estado tan mal.
—Me alegro —dijo con aquella sonrisa tan llena de cariño y amor, que hizo que Sora se ruborizara un poco más.
—Bueno... —Sora se dio la vuelta, tratando de no enfrentarlo—. La próxima vez sólo ponte un preservativo, no es bueno hacerlo de esta manera.
—¿Habrá una próxima vez?
El chico se dio cuenta entonces de lo que había dicho. ¿La habría?
—No... Es que... es que...
La sonrisa de Rei se volvió aun más tierna y lo abrazó nuevamente.
—Te quiero, Sora-kun —susurró.
—Ya lo has dicho antes... —murmuró.
Así que no se lo había imaginado. Bueno, la situación era tan extraña no podía saber si estaba soñando o no.
—¿Y qué respondes a eso?
¿De verdad Rei quería que le respondiera? Sora se acurrucó un poco más en la almohada, intentando evitar que se notara sus mejillas coloradas y su vergüenza.
—No lo sé...
Sin embargo, para su amigo fue suficiente. Volvió a pegarse a él y le besó la mejilla con suavidad.
—¡Arg, para! —gritó el chico.
—¿Cómo voy a parar si eres tan adorable? Ven aquí —dijo tapándolos a los dos con la sábana.
—¡¿Eh?! ¡Eh, Rei, espera!

Sora hablaba por el móvil tumbado boca abajo en la cama.
—¿Sano? Sí, hoy no puedo ir a clase —dijo algo molesto en la voz.
¿Qué ocurre?
—Pues... pasó algo inesperado.
¿Necesitas algún tipo de ayuda?
—Sólo dejarme los apuntes después, si no te importa.
Claro, iré a tu casa en cuanto terminen las clases.
—¡Eso no es...! —Se levantó de golpe y un dolor intenso se apoderó de él—. ¡Ayyyyy!
¿Eh? ¡¿Qué ocurre?! ¡Kobayashi, ¿estás bien?! —exclamó Sano preocupado al otro lado del teléfono.
Sora se dejó caer de nuevo sobre la cama.
—Sí, no es nada. Sólo... ¿lumbalgia?
¿Quieres que te lleve al médico?
—No, en serio. Estoy bien.
¿Seguro?
—Sí.
Está bien —respondió Sano no muy convencido—. Llámame si necesitas algo.
—Gracias.
Colgó y lanzó un suspiro. Rei se reía en silencio desde el umbral de la puerta.
—¡No te rías! —exclamó Sora molesto y ruborizado.
La risa de su amigo entonces se hizo sonar. Tal era así que sus carcajadas casi hacían eco, se doblaba por la mitad y se agarraba el estómago.
—¡Para ya!
Le dirigió una mirada de reproche y luego hundió la cabeza en la almohada. Rei se limpió las lágrimas y se sentó en la cama junto a él con ganas de reírse todavía.
—Lo siento, lo siento. Supongo que anoche me pasé un poco.
—¡¿Un poco?! Si voy así a la Universidad no sé ni qué dirían. ¡No podría soportar la vergüenza!
Rei retuvo las carcajadas y le tocó la espalda cariñosamente por encima de la sábana.
—¿Al menos cambié las sábanas por ti, no?
—¡Y qué menos! ¡Se mancharon por tu culpa!
—Yo no fui quien las manchó.
—¡Cállate! —gritó Sora rojo como un tomate. Rei empezó a reírse otra vez—. ¡Que no te rías!
El mayor le besó la sien.
—Sólo deja que use mi día de descanso para cuidarte —susurró.
—¡Pero no me hagas nada!
—No te haré nada.
—¡No te creo!
—Entonces sí te haré.
—¡Vale, sí te creo! —exclamó asustado ante la idea a que se repitiera lo de la noche anterior.
—Haces bien. Prometo cuidarte hoy y siempre que quieras.
Y le besó la mejilla una vez más.


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