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El chico de al lado por Lyn-Lyn

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Notas del fanfic:

(NO es un Markson) Dio la casualidad de que esos nombres eran ideales para mis personajes ^v^

(este fic irá alternando puntos de vista, primero Mark y luego Jack)

Notas del capitulo:

Buenas ^^ Aquí os traigo el primer capítulo de algo que estoy escribiendo nuevo. Espero que os guste ^^ *mendiga sutilmente por reviews*

 

Capítulo 1: Mark

 

Uno supondrá que tener hermanos mayores podría ser una auténtica pesadilla, pero nada más lejos de la realidad. Siempre me cuidaron desde que era pequeño y nunca me atosigaron. Mis mejores amigos y no me daba vergüenza decirlo: teníamos una relación muy estrecha y eso nos gustaba a los tres. Mi hermano, al igual que mi hermana, tenía los ojos y el pelo de color castaño, solo que mi hermana tenía el pelo algo más claro, y largo, por supuesto. Se parecían tanto a mi padre.

 

Las personalidades de ambos no eran completamente opuestas pero sí que diferían en muchas cosas. Ahí era donde entraba yo, el hermano pequeño. Ayudaba a mediar y a mantenernos juntos, a pasar por los momentos duros y por los felices, compartiendo música y algunos hobbies.

 

Estaba sentimental hoy era debido a que ellos se iban a la universidad y me dejaban solo para lidiar con todo. Era algo injusto, pero como no quería que supieran como me sentía, simplemente saqué fuerzas para sonreír y no llorar en la despedida. Inclusive cuando se estaban peleando para ver quien iba a conducir primero, era más que adorable.

 

Una vez lo tuvieron todo metido en el coche, ambos se volvieron a mí y corrieron a abrazarme con fuerza, tanta, que acabamos en el suelo riéndonos.



    • - Cuídate, Mark. Sé bueno y estudia -dijo mi hermano.
    • Sí, sí... vosotros también. Gabrielle, Gabriel -sí la respuesta era afirmativa. Mis padres habían escogido sus nombres a propósito lo cual les había molestado hasta hacer poco, cuando hicieron un pacto de no agresión
    • - No dejes que el estúpido de Jack te moleste. No dudes en llamar si sucede -me susurró mi hermano en el oído.



Asentí con firmeza y tras risas y lágrimas por parte de mi madre, los vimos marcharse. Suerte que no habían querido pelearse por elegir música, ya que, al menos, eso era algo que tenían en común.

 

Me giré a ver la fuente de todos mis problemas desde que tengo memoria: la casa de al lado donde vivía mi vecino, Jack. No sería un gran problema si no nos viéramos, pero daba la casualidad de que nuestras casas estaban apenas separadas, por lo que su balcón y el mío estaban a menos de un paso de distancia, a la misma altura. Para ser exactos, era cierto que teníamos un pequeño terreno y muros para separar las casas, pero dado que ningún balcón entraba en el terreno del otro, no había habido otro remedio que aguantarse. Además, al ser una casa de estructura similar, había tenido la mala suerte de que mi ventana daba directamente enfrente a la de Jack y durante años se estuvo burlando de mí.

 

Nunca entendí su actitud. Fue desde siempre, ya que siempre habíamos vivido ahí. Siempre lo recordaba odiándome, diciendo cualquier cosa de mí, tirándome del pelo o retorciéndome el brazo cuando éramos pequeños. En aquel entonces, mis hermanos y su hermana mayor, Lindsey, conseguían calmarnos, porque yo no me iba a quedar atrás cuando me pegaba.

 

El año pasado, ella se fue, pero este año, mis hermanos se habían ido y dudaba mucho que fuera a ser tan tranquilo, teniendo en cuenta que estábamos en el mismo instituto.

 

Era temprano y aún no amanecía, así que decidí aprovechar que quedaban un par de días antes de empezar el instituto para ir a la playa y a la piscina. No había desayunado, así que lo primero que hice, después de desayunar, fui decirle a mi madre que iría a la playa luego.

 

No puso ninguna pega al plan, solo dijo que volviera a la hora de comer, lo cual era perfecto. Hice mi cama y arreglé mi cuarto antes de mirar qué me pondría.

 

Con mi pelo negro, ojos azules y moreno de verano, apenas podía verme como hijo de mi padre, quien tenía, al igual que Gab y Elle, el pelo castaño y los ojos marrones. Por el contrario, me parecía más a mamá, con el pelo negro y los ojos verdes, solo que mi madre no tenía los ojos azules, pero bueno. Era todo por genética.

 

Una vez vestido, descorrí las cortinas y abrí la ventana para que entrara un poco el aire mientras hablaba con mi hermano por el móvil, mediante mensajes, preguntando por el viaje. Recordándoles que me avisaran al llegar.

 

Me asomé un momento a la ventana porque me pareció escuchar algo y en ese momento, una gran nube de humo se estrelló contra mi cara, haciendo que tosiera y me apartara, lanzando el móvil sobre la cama.

 

Al parar de toser, le volví a dar frente y lo vi: mi pesadilla personalizada. Sus ojos grises me daban algo de miedo, siempre lo habían hecho, ya que con el pelo largo para ser un tío, de color negro oscuro y la piel pálida, parecía un muerto viviente.



    • - ¿Te diviertes? -pregunté mosqueado.

 

    • - Mucho -respondió volviendo a inhalar humo del cigarro despreocupadamente.



Ojalá muera de cáncer de pulmón. Cerré la ventana de golpe no sin antes hacerle un corte de manga y lo escuché soltar una risilla satisfecha, sonido que había odiado por toda mi vida. Quería matarlo y ahogar ese sonidito con él.

 

En la playa acabamos yendo solo mi mejor amigo y yo. Los otros a los que le mandé el mensaje seguían durmiendo porque era temprano, pero por suerte mi mejor amigo no lo estaba. James siempre había sido mi amigo, desde pequeño, junto a mi hermana y mi hermano, era alguien en quien podía confiar. Lamentablemente, era realmente guapo, rubio, ojos azules, alto, fuerte... algo que las chicas no dejaban de notar, cosa que me entorpecía a mí la mayor parte del tiempo. No podía ligar cuando semejante dios griego estaba a mi lado.

 

La verdad sea dicha, no es que fuera feo, pero James me superaba con creces. No obstante, me gustaba tenerlo al lado ya que a él le pude contar sin reparos lo solo que me sentía al no tener a mis hermanos cerca y lo vacía que notaba la casa. Él lo entendía y me animaba, como siempre lo había hecho.

 

Nos dedicamos a bañarnos, pasear, jugar con la pelota de volley hasta que se me hizo tarde y nos tuvimos que ir. Le dije que lo llamaría más tarde, quizá, por si quería ir a dar una vuelta o algo.

 

Antes de irse me revolvió el pelo con cariño, más para animarme que para otra cosa y ambos cogimos caminos separados.

 

Al llegar a casa, me duché y quité la sal, me puse algo por encima y fui a ver qué íbamos a comer. Mi madre, desafortunadamente, no estaba, sin embargo, mi padre sí y me dijo que fuera poniendo la mesa.

 

Mientras lo hacía, comencé a recibir mensajes de mis hermanos, con fotos incluidas, así que les contesté y también a aquellos que no habían venido hoy a la playa, pero era más que nada el asegurarme de que mis hermanos estaban bien y a salvo.

 

Había nacido con dos manos izquierdas y lo sabía; tendría que haber sabido que podía jugar a deportes pero no podría hacer dos cosas a la vez. De tal manera que mientras que escribía con una mano y con la otra dejaba un vaso, lo puse mal y acabó cayéndose con estruendo.

 

Me eché hacia atrás, aliviado de no haberme cortado y miré a la puerta, por donde aparecía mi padre de repente, con la cara desencajada.



    • - No pasa nada, estoy bien. No me he cortado.

 

    • - ¿Pero qué diablos haces? ¡Idiota! -me gritó de mala manera.

 

    • - ¿Qué?



Su puñetazo hizo que me cayera sobre los restos de cristal que, al apoyar las manos, me clavé sin misericordia. Mi móvil había volado y caído lejos. No podría pedir ayuda; apenas me estaba levantando, cuando una patada vino a dar en mi estómago con fuerza, dejándome sin respiración. En el proceso me clavé más cristales y lágrimas comenzaron a caer por mis mejillas, de dolor, de rabia...

 

El instinto de supervivencia que tenía en mí se hizo cargo y antes de que pudiera hacerme más daño, eché a correr escaleras arriba y abrí la primera puerta que vi, que resultó ser la del balcón. Mierda.

 

No era la primera vez que papá se había puesto violento y había olido algo de alcohol en él antes de que me golpeara. Cuando era pequeño, a papá le daban muchos de esos arranques , normalmente, solo en mi contra, con lo que me escondía en el balcón detrás de mis hermanos hasta que pasara la tormenta. Ya lo había olvidado. Hacía mucho de ello. Mierda.

 

Atranqué la puerta como pude y busqué una salida, sin encontrarla. Me quedaba sin tiempo. Papá estaba dando golpes.

 

Estaba a punto de tirarme del balcón, cuando se me ocurrió. Era genial. Puse un pie en la barandilla metálica y de un pequeño salto, acabé en la baranda del vecino. Afortunadamente, no era un balcón como el nuestro, formado de barandillas metálicas retorcidas en espiral. El de los vecinos era de piedra, sólido, sin un agujero por el que pudiera entreverse nada. Me bajé de la baranda y me agaché tras el muro, poniéndome una mano en la boca, para evitar que mi padre me escuchara.

 

Lo oí irrumpir y me quedé muy quieto, pegando mi espalda al murete como si me fuera LS vida en ello, rezando por no haber dejado ningún rastro de sangre.



    • - ¡Chico! ¡Sé que estás aquí! ¡Sal! -gritó mi padre con furia.

 

    • - ¿Se refiere al chico moreno? -la voz de Jack me heló la sangre. No me había dado cuenta de que él estaba asomado. Me había visto. Me iba a delatar. Cerré los ojos con fuerza.

 

    • - Sí -gruñó mi padre-. ¿Lo has visto?

 

    • - Se descolgó por la ventana y salió corriendo en aquella dirección -abrí los ojos de golpe. ¿Qué demonios...?

 

    • - Gracias. Se va a enterar el desgraciado ese...



Tras un montón de ruido, se hizo el silencio y suspiré aliviado, bajando la mano con la que me había tapado la boca, mudo de la impresión aún.



    • - ¿Te construyo un refugio ahí o algo? -sonó la voz sarcástica de Jack muy cerca y enfoqué la vista para ver sus pies descalzos delante de mí.

 

    • - No -contesté con seguridad poniéndome en pie-. Gracias por cubrirme.



Aún no lo miraba a la cara porque me daba demasiada vergüenza, de manera que me giré y apoyé un pie, que por cierto, me acababa de dar cuenta de que seguía teniendo zapatillas de andar por casa, sobre la baranda, dispuesto a irme.

 

Estaba cogiendo impulso cuando una mano ajena, la de Jack, acabó levantando la pierna que tenía subida a la baranda, haciendo que mi equilibrio, que nunca había sido bueno, se fuera al traste. Me balanceé en un intento de mantener el equilibrio, pero acabé cayendo contra el pecho de mi mayor enemigo, quien no solo era más alto que yo, sino que también era más ancho y fuerte. ¿Cómo demonios había hecho la genética para que él tuviera tan buenas características y yo no?

 

Cuando empecé a protestar, sentí que me elevaba, cogiendo la otra pierna por lo que tuve que agarrarme a su cuello para no pegármela de una manera seria.

 

Me moría de la vergüenza porque me estaba llevando como a una pequeña princesita, sobretodo cuando noté su otra mano rodeando mi espalda. Estaba seguro de que podría estar hasta sonrojado.

 

Me cargó sin decir palabra hasta su cuarto y cerró la puerta. A decir verdad, nunca había estado ahí y me sorprendió la cantidad de libros que había allí. De todo tipo, de todos colores, formas y tamaño, en estanterías, en el suelo, en la mesa, en la cama... por todas partes; las paredes y la puerta estaban pintados y pósteres de tíos con guitarra eléctrica, para mí desconocidos, adornaban las paredes; pude ver una guitarra y su funda junto al armario y un montón de ropa tirada en un rincón.

 

Me dejó en el suelo y me levantó un dedo, como pidiendo que esperara y así lo hice. Me quedé quieto, mirando todo a mi alrededor.



    • - No puedo dejar que lo vayas poniendo todo perdido de sangre -comentó rebuscando en alguna parte dentro de su armario.

 

    • - Lo siento -me disculpé mirando mis heridas.



Se me acercó y me hizo sentarme en la cama sin hacer, entre todos los libros y lo hice sin rechistar. No sabía lo que estaba haciendo hasta que vi el botiquín en sus manos.



    • - Estoy bien -dije levantándome.

 

    • - Siéntate -su tono no admitía réplica y la mirada que me echó tampoco. Sus ojos grises me paralizaron-. ¿Qué ha pasado?

 

    • - Me caí en unos trozos de cristal -mentí.

 

    • - Claro. Lo de la cara también fue cayéndote, ¿no? -dijo sarcástico.

 

    • - No es asunto tuyo



Frunció el ceño levemente pero no dijo nada mientras extraía el cristal de mis manos y desinfectaba las heridas. Incluso me las vendó con mucho cuidado y de una manera profesional. Eso hizo que algo dentro de mí sonara, una especie de alerta de algo, no sabía muy bien de qué.

 

Cuando quiso tocarme la cara, fue algo mecánico: le aparté la mano de un pequeño golpe. Me miró interrogante pero se retiró.



    • - Estoy bien. Gracias -flexioné las manos y sonreí.



Suspiró y volvió a acercar un paño a mi cara y la limpió, dejándome con el gesto anonadado. No podía creer lo que veía.



    • - Por lo menos ten la decencia de quitarte la sangre del rostro.

 

    • - Lo siento.



De nuevo, volvió a fruncir el ceño y me hizo un gesto despectivo con la mano, para que me largara. Justo cuando pensaba que él podría tener sentimientos más allá de odio y desprecio hacia mí. Probablemente solo me compadecía.

 

Me fui de allí y salté a mi casa, contento de que mi padre no estuviera. Recogí mi móvil y limpié el desastre del vaso y de la sangre lo mejor que pude y por miedo a que mi madre llegara, me preparé algo rápido para comer y subí a mi cuarto, encerrándome allí, moviendo ligeramente el armario para que impidiera la entrada a cualquiera.

 

Ya en mi cuarto, comí con dolor tanto en mis costillas como en mi cara y manos. Me revisé en el espejo y daba asco. Un verdadero asco. Avisé a James y a los demás que no me sentía bien y que ya nos veríamos en el instituto el lunes. Por lo menos iba a intentar que se fuera desvaneciendo el moratón antes de dejar que nadie me viera

 

Suerte de mí que me había subido algo para comer ya que al llegar mi madre, me preguntó si quería comer y le dije que ya lo había hecho y que iba a dormir la siesta, con lo que se contentó y no abrió la puerta.

 

Estaba a salvo. Ese falso sentimiento de alivio fue sustituido por el de odio y el de dolor. ¿Por qué mi padre siempre la pagaba conmigo? ¿Por qué me hacía esto?

 

Miedo. Era algo que hacía mucho que no sentía en mi propia casa. Lo volví a sentir cuando llegó mi padre y quiso entrar a la fuerza en mi cuarto pero no lo consiguió.

 

Cuando estuve seguro de que nadie me vería, pensé en hacer algo útil: comprar medicamentos, vendas y un pequeño botiquín, así como maquillaje para tapar el horrible moratón de mi mejilla.

 

Intentando tener cuidado, recurrí a salir por mi ventana, algo que había desarrollado durante años. El balcón estaba a la altura perfecta para descolgarse de él y luego estaba el agujero que había ido haciendo en la pared para poder colocar los pies como apoyo en mi bajada. Ese agujero estaba justo debajo de mi ventana, así que, como siempre, procedí a escaparme; cogí las llaves y el dinero y me coloqué en el hueco de la ventana y saqué los pies por esta, apoyándolos sobre el suelo del balcón, agarrando la barandilla con las manos. Daba gracias a que el balcón estaba pegado a mi ventana o no podría hacerlo.

 

Mirando hacia abajo, con mucho cuidado, bajé y apoye un pie en el hueco y cuando lo tuve asegurado, apoyé el otro, bajando lentamente las manos por la barandilla y cuando consideré que era apropiado, agarré el borde de mi ventana. Con cuidado, puse un pie en el borde de la reja que cubría la ventana de la cocina y luego puse el otro, cogiendo el agujero con mis manos para luego serpentear por la reja y bajar hasta el césped.

 

Rodeé la casa y salí corriendo hacia la farmacia, donde compré todo lo que necesitaba y luego fui a una perfumería donde compré maquillaje siguiendo los consejos de la vendedora. No estaba avergonzado por usarlo, simplemente me dolía el tener que hacerlo.

 

Una vez aplicado el maquillaje, justo tras comprarlo, el cardenal se veía algo rojizo y no morado, pasable por los demás. Aproveché para aliviarme del estrés corriendo un poco y luego volví a casa antes de que fuera tarde.

 

Para subir a mi cuarto, seguí el mismo proceso pero a la inversa: reja, hueco, ventana, balcón, ventana y cuarto.

 

Cerré la ventana y escondí el botiquín, la medicina y el maquillaje. Me tomé algo para los pinchazos de dolor de las costillas y las manos y me quedé dormido.

 

Al despertar, era de noche y mi madre preguntó si quería de cenar algo. Mentí y dije que no tenía hambre.

 

Por la noche, mientras dormía, mi padre intentó entrar a la fuerza, tal y como había previsto, así que corrí a empujar los muebles y después de unos pocos minutos, se calmó y se fue.

 

Suspiré y me dejé caer al suelo, contra el armario, mirando directamente a la ventana y por consiguiente, a la ventana de Jack. Solo durante un breve instante pude ver sus cortinas moverse, pero fue tan rápido que creí haberlo inventado. Mente paranoica.

 

Me fui a dormir deseando que todo volviera a ser normal y que lo de hoy solo había sido una pesadilla. Antes de dormir, una lágrima pesarosa cayó por la comisura de uno de mis ojos: ojalá mis hermanos estuvieran aquí.

 

La suerte me sonrió a la mañana siguiente porque mi padre están dormido cuando me levanté. Incluso me dio tiempo a ducharme sin hacer mucho ruido y también a despedirme de mi madre, quien nada sospechó, gracias al maquillaje, bendito fuera.

 

Salí corriendo a por el correo. Conociendo a mi padre, bastaría cualquier pequeña cosa como para provocar un desastre. Estaba recogiendo las cosas del buzón cuando noté una presencia en mi espalda y me giré casi temblando, pensando que era mi padre. Pero no. Era Jack.

 

Me miró una vez la cara y las manos y nego con la cabeza antes de irse. Pero bueno, ¿cual era su problema?

 

Me miré las manos y lo supe: me había deshecho de su venda al ducharme y no había considerado siquiera en volver a ponérmela. Quizá eso le había molestado, pero yo no era alguien que se iba a preocupar por los sentimientos de él, mi enemigo mortal.

 

En cualquier caso, me apresuré a dejar el correo en la mesa de la cocina y desayuné algo, agradecido que mi madre, en su bondad, hubiera preparado café antes de irse. Temiendo como fuera a levantarse mi padre, subí las escaleras lo más silenciosamente que pude y me metí en el cuarto, cerrando la puerta y moviendo el armario para que nadie entrara.

 

Me picaban y escocían las manos pero lo ignoraba lo mejor que podía. Estaba tratando de echarme algún tipo de ungüento que me calmara el dolor cuando mi móvil comenzó a sonar. Estaba a punto de no cogerlo hasta que vi quien llamaba: mi hermano. Mierda.



    • - ¿Sí? -dije con voz apagada y cansada.

 

    • - ¡Por fin lo coges! ¿Qué estabas haciendo? ¿Dormías? -me miré la mano y suspiré, acercándome a la ventana pero sin asomarme.

 

    • - Sí y me has despertado -gruñí.

 

    • - ¡Quita! -la voz de mi hermana sonó durante un momento y tras varios ruidos, se hizo el silencio-. ¡Hola, Mark! ¿Nos echas de menos? -la voz simpática de Elle me llegó hasta el fondo de mi corazón.

 

    • - Sí. Claro que sí -me mordí el labio para no contar lo que había pasado y me forcé a parecer contento.

 

    • - Suenas algo raro... 

 

    • - No es nada.

 

    • - Tenía... -hubo una lucha de poderes y la voz cambió-. Lo que quería decir nuestra hermana es que queríamos escucharte. Mañana empiezas el instituto, ¿verdad? -puse los ojos en blanco.

 

    • - Sí. Lo sabes de sobra -dije molesto, abriendo y cerrando la mano libre, tratando de hacer que el picor se fuera.

 

    • - Esfuérzate mucho este año -hubo otra pequeña lucha de poder y me reí algo adolorido.

 

    • - ¿Hola?

 

    • - Sí -ahora hablaban los dos a la vez.

 

    • - Voy a colgar, panda de idiotas -dije.

 

    • - ¡Para idiotas en el mundo, tú! -contestaron a la vez, haciendo que me riera algo-. Dile a Jay que lo echamos de menos también -por supuesto que sí, ya que Jay, mi mejor amigo, era casi como uno más en la familia.

 

    • - Sed buenos. Os quiero.



Apagué el móvil y lo lancé contra la cama en un ataque de impotencia. No podría hacer otra cosa que no fuera callarme y esperar que nadie se diera cuenta de mi situación

 

Volví al moratón de mis costillas, gracias a mi padre, aplicando medicina y tomando las pastillas adecuadas.

 

Me escabullí por la ventana para correr y olvidarme de todo y volví a la hora de comer, por la ventana de nuevo. Sin hacer ruido. Me dio por asomarme y encontré una nota de mis padres: se habían ido a comer fuera y me dejaban dinero para que pidiera algo.

 

El alivio que sentí fue inconmensurable. Incluso me sentí desfallecer un poco, pero sin rechistar, llamé por teléfono y pedí un par de pizzas. Estuve tentado de llamar a Jay, pero recordé mi ojo, ya mejor que ayer, pero aún mal. Mañana no estaría bien pero solo era la presentación del curso. Me saltaría la clase y el martes esperaba estar más presentable, por lo menos en cuanto a mi cara. Para las manos siempre hay escusas.

 

Esperé con impaciencia unos quince minutos, con mi barriga sonando por el hambre y cuando el timbre sonó, fui corriendo para ver al repartidor con mis pizzas. Sonriendo, fui a la cocina a dejarlas y cogí el dinero para entregárselo. Una vez estuvo pagado, fui a cerrar pero algo se interpuso en mi camino.



    • - ¿Estás solo? -era nada más y nada menos que Jack.

 

    • - Sí. ¿Qué quieres?



No contestó. Se limitó a invadir mi propiedad con su presencia y entró en la cocina sin dejarme articular palabra.



    • - ¿Qué haces? -le pregunté cuando lo vi examinar las pizzas.

 

    • - Autoinvitarme a comer. Quiero decir, es lo mínimo que podrías hacer por mí después de haberte ayudado a escapar y haberte vendado -y tenía tanta razón que quise arañarme la cara.

 

    • - Está bien.



Cogí las cajas y fui al salón. Me detuve de golpe. No sabía cuando iban a volver mis padres así que negué con la cabeza y fui a mi cuarto. No era un secreto que mis padres y los padres de Jack nunca se habían llevado bien. Es más, me prohibieron que fuera amigo de cualquiera de sus hijos... así que no sería buena idea que llegaran y lo vieran conmigo.



    • - ¿Tu cuarto? -preguntó Jack.

 

    • - No, el del vecino -respondí irritado-. Claro que mi cuarto. No quiero que mis padres lleguen y te encuentren aquí.

 

    • - No me ofendo -replicó siguiéndome.

 

    • - Me da igual que te ofendas -espeté.

 

    • - En estos dos días había hablado más con él que en todos los años que lo conocía. No es que no hubiera hablado con él antes, pero solo habían sido insultos. Esta era la conversación más civilizada que jamás habíamos tenido.

 

    • - ¿Qué quieres de beber?

 

    • - Agua.

 

    • - Espera aquí. Ni se te ocurra empezar a comer sin mí.



Corrí escaleras abajo a por unos vasos y una botella de agua y volví a subir a toda prisa. Me lo encontré hurgando entre mis cosas, como era de esperar. Me irritó pero me contuve. Me contuve porque me había ayudado y le debía una.



    • - No hurgues en las cosas de los demás -sacó las manos de una de mis estanterías y se sentó plácidamente en la cama-. Toma -le pasé un vaso y me senté en la cama también, único sitio en el que íbamos a poder comer.

 

    • - ¿No tienes música o algo?

 

    • - ¿Qué eres? ¿Un señoritingo? -su mirada se estrechó y sus ojos mostraron odio y enfado. Menuda mirada más acerada.

 

    • - El único señoritingo que hay aquí eres tú.



Cogió un trozo de pizza y comenzó a comer así que yo hice lo propio también. Cuando llevábamos un rato en silencio, entendí lo que quería decir. Entendí que era una situación incómoda ya que ninguno quería hablar y nos odiábamos. Ugh.

 

Solo se escuchaba el sonido de las bocas masticando y tragando en toda la habitación. Estaba a punto de explotar de la tensión que iba creciendo dentro de mí.

 

Por suerte, ya no faltaba mucho para acabar con la segunda pizza. Apenas quedaban dos trozos y yo no podía seguir comiendo porque estaba lleno, así que bebí algo de agua y me recliné contra la pared, algo adormilado de repente.



    • - ¿No quieres más?

 

    • - No. Te la puedes comer -dije cerrando los ojos.



Los abrí después, en tensión. No me había dormido, ya que Jack seguía comiendo pizza en su lado de la cama. Lo mismo había caído en una especie de duermevela, pero la sensación de peligro no era inventada. Era porque no había bloqueado la puerta.



    • - Duerme -dijo Jack sobresaltándome-. No me importa. Después me puedo ir por la ventana -señaló a su espalda.

 

    • - Solo por un momento.



Estaba tan agotado que no tardé en dormir y me desperté mucho más tarde, con el sonido de la puerta principal abriéndose y la voz de mi madre anunciado la llegada de ambos.

 

Me incorporé y miré alrededor, sin encontrar a Jack y con la ventana abierta. Tal y como había prometido, él se había ido. Incluso había tirado los cartones, por lo que le estaba algo agradecido.

 

Miré el móvil y contesté a todos los mensajes y luego advertí que iba a ponerme a escuchar música y a dibujar, algo que hacía desde que era pequeño y que solo yo hacía en casa. Nadie me molestaba mientras dibujaba y me relajaba de esta manera

 

Dejé ir a mi mente mientras bosquejaba, sin fijarme mucho en lo que dibujaba, concentrado y sin apartar la vista en el papel.

 

Una vez terminé, me dio tanta vergüenza ver que había dibujado a Jack, que simplemente guardé el dibujo en la carpeta y traté de no pensar mucho en ello. Había sido instintivo.

 

Mi escritorio estaba frente a la cama y esta estaba situada de tal forma que podía ver el cielo estando tumbado. Con estanterías repartidas por todas partes y un armario, apenas tenía algunas fotos colgadas y un espejo de cuerpo entero. Lo único que no me gustaba de mi cuarto era que mi escritorio estaba orientado a la pared. Con mis paredes pintadas de color azul claro, me encantaba estar ahí dentro. Pero bueno, me gustaba más cuando mis hermanos estaban en casa y ellos se reunían conmigo ahí.

 

El resto del día pasó demasiado rápido y a la mañana siguiente fingí encontrarme mal para no ir a la presentación.

 

Me llevé todo el día en la cama, fingiendo estar enfermo hasta que me creyeron y dejaron tranquilo. La mayor parte del día fue un aburrimiento. La otra parte del día la pasé dormido. Cuando me levanté por la noche y me miré la cara, suspiré algo aliviado al ver que el cardenal estaba algo mejor, empezando a amarillear. Podría fingir que me había dado un golpe con algo, ya que el maquillaje y la medicina estaban ayudando más de lo que esperé.

 

Solo vi a mis padres cuando cenamos y comí poco, siguiendo con el acto que había estado interpretando.

 

Pedí a Jay que me informara si me había pedido algo y me dijo que no había nada memorable que debiera decirme. Solo dijo que estaría sorprendido y me dijo que habíamos caído en la misma clase. Me preguntaba cual era la sorpresa que decía, pero suponía que lo adivinaría mañana, así que me fui a la cama, poniendo el reloj en hora y la alarma. Mañana iba a ser duro.

Notas finales:

Lo cierto es que creo que ha quedado un poco largo -.-"

También quiero decir que no os pongais tensos, lo del padre tiene una explicación lógica y es... *risa malvada* Se descubrirá con el tiempo. 


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