Los cinco se hallaban sentados en el comedor, descansando más que otra cosa. Hacia tan sólo una hora habían estado persiguiendo a un ladrón que robó el museo de la ciudad —comenzaban a sospechar, en broma, que aquél lugar estaba embrujado—, y, como si la suerte del día no quisiera que ellos triunfaran, el críminal escapó sin dejar rastro.
— ¡Qué genial! ¿A qué sí?— Cole era el más frustrado por el incidente.
—Déjalo ya, Cole. Enojarte no va a servir de nada— dijo Kai, calmado—. Además, ¿qué más podríamos haber hecho? Buscar en toda la ciudad no es una gran idea.
—Kai tiene razón— asintió Zane, que se hallaba a su lado—, hubiera sido absurdo hacer eso.
—Qué formas de subirme los ánimos, gracias, chicos.— El tono obviamente sarcástico del moreno hizo que todos soltarán una carcajada.— En fin, ¿ahora qué?— continuó.
Jay y Kai se encogieron se hombros, mirando a otro sitio. Mientras que el rubio dio un sorbo al vaso de agua que llevaba en las manos. Zane iba a decir algo, aunque probablemente fuera mala idea, pero se vio interrumpido por una pelinegra en una especie kimono rojo junto con un anciano de barba y ropa blanca.
Todos miraron en su dirección inmediatamente, y la chica empezó a hablar.
—Chicos, tenemos una mala noticia.
— ¿Garmadón de nuevo?— Kai no pudo reprimir la pregunta. Inclusive miró a Lloyd al hacerla. Éste ni se había inmutado, y cuando la pelinegra asintió, tampoco se sorprendió.
—Así es— comenzó el anciano—, aunque esta vez es algo sumamente raro...
— ¿Raro en qué sentido?— indagó ahora el moreno.
—No sabría cómo explicar esto...— La chica se rascó la nuca, indecisa. Suspiró y conectó su mirada con la del anciano.— Vengan conmigo, les explicaré en el camino.
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— ¡¿Hablas en serio?!— vociferó el castaño oscuro—. Nya, dime que es sólo un chiste.
—No lo es, Kai— sonrió, algo ansiosa.
—De verdad que no me lo puedo creer— susurró Jay—. ¿Y cómo lo hizo?
—¿Recuerdan aquél té que usamos para que ustedes volviera a la normalidad?— habló el viejo. Todos asintieron—. Pues bien, al parecer encontró, de una forma u otra, hacer efecto inverso...— Miró a Nya, y ella también asintió. Se encaminó hasta un pequeño armario en la habitación del Sensei y sacó algo.
—Y nosotros también— continuó ella. En sus manos había un pequeño frasco con lo que parecían hojas de té.
—Espera...— Kai retrocedió un par de pasos, chocando ligeramente con Lloyd.— ¿No estarás insinuando que nosotros...?-
—Síp.— Ahora mostraba una sonrisa verdadera.
El rostro de Kai se ensombreció y por poco, o por lo menos eso supusó el rubio, suelta un grito que terminó ahogando en su garganta. Por el contrario, atacó:
— ¡Me rehuso a hacer algo como eso!
—Kai...
— ¡No!
—Oh, vamos. ¿No puede ser tan malo, o sí?— dijo Jay. Sólo recibió una mirada furibunda.
—No puedes negarte, Kai. Esto debes de hacer, lo quieres o no.— El Sensei Wu golpeó ligeramente el suelo con su bastón de bambú. El castaño sólo bajó la cabeza, derrotado.— Ahora, Nya preparará el té y tendrán que beberlo. Tarda siete horas en hacer efecto, lo suficiente para que descansen y mañana por la mañana empiece su misión.
Los cinco volvieron a asentir y se marcharon al comedor nuevamente, para esperar.
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— ¿Por qué pareces tan alterado por todo esto, Kai?— inquirió Jay, bastante intrigado por el comportamiento de su amigo y compañero.
—Por nada en especial...— soltó, pareciendo despreocupado.
—Pero...
—Ya está listo el té, chicos.— La pelinegra entró a escena con una charola en la mano y cinco tazas humeantes. Las dejó en la mesa, una en frente de cada ninja. Cuando llegó a su hermano, le susurró:— Tranquilo, Kai, no creo que pase nada.
—Crees— susurró igual, agarrando con negligencia la taza verde con ambas manos.
—Bueno. Hasta mañana.— Nya salió, despidiéndose con la mano.
Todos miraron las tazas y el humo que salía de ellas. Tenía un oloe bastabte fuerte y amargo, dejando de lado el terrible color verde viscoso del té. Tragaron saliva, de verdad, ninguno quería beber esa cosa.
Lloyd fue el valiente que habló.
—B-Bueno... ¿Listos?
Negaron con la cabeza, sin embargo, debían hacerlo. Como había dicho Wu, no es algo que puedan elegir hacerlo o no, después de todo, es su trabajo.
—A la cuenta de tres... Una, dos... tres.
Bebieron de un tirón, ignorando el asqueroso sabor de la bebida. En vano. Cuando apartaron la taza de sus labios, soltaron un quejido.
Kai iba a hablar, pero todo se volvió borroso. Se estaba mareando.
En eso, el entorno cambió a un profundo negro.
Se había desmayado.