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No lucky? por devilasleep11

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Notas del fanfic:

Los personajes de este FanFic no me pertenece, pertenecen a EIICHIRO ODA. 

Dedicado a mi dama hermosa:Kilik Pride

Notas del capitulo:

HOOOOOOOOOLLLLLLLOOOOOO!!!

(Espera valientemente lo tomatazos... U^U)

No sé si alguién aun se acuerda de mi... ;-;

En fin hace mil años que no escribía, y lo sé aun debo muchas cosas (cofcofelespecialdetuúltimoficcofcof), mil mil mil miol perdones por eso ;-;.

Aunque suene a excusa chafa, la universidad no me dejó respirar, estuve a punto de colapsar... pero ahora que tengo tiempo (ni tanto estoy trabajando :V) y pienso organizarme mejor, así que...

¡¡¡VOLVERÉ EN GLORIA Y MAGESTAD!!! 

Naaaah pero espero que esta historia les guste... la escribí con muuuuucho amor y cariño a la personita que me inspiró e instó a seguir cuando pensé no volver....

Gracias, por editarme y por ser tan tierna :3

En fin espero que les guste C:

Unas palabras de Kilik quien me edita :V

"Queridas mortales, al habla la mano derecha de devil... ¡Arrodillense ante mí, digo, nosotras, digo, ella!! Y rindan respetos!!!!!

Pd: haremos un club de fans para laa maestra devil *0* así que unanse o mueran!"

:V Es una loquisha xD

Ya sin más...

¡¡¡QUE COMIENCE EL FIC!!!

::|  Capítulo 1 : "¡Devuélveme mi primer beso!"

 

“Y estoy pensando en cómo las personas se enamoran de maneras misteriosas, y quizá todo esto sea parte de un plan. Yo seguiré cometiendo los mismos errores, esperando a que entiendas todo.” (Ed Sheeran. Thinking out loud)

 

El día 6 de enero de 1998 una hormiga, acarreando una ramita, se desvió de su camino habitual hasta el hormiguero, ubicado a un lado de la calle DressRosa, y subió por la cuneta en donde se encontró con el dedo de una niña de vestido azulino y coletas en lo alto de su cabeza.

En ese instante, en un restaurante cercano, un tipo se arrodillaba frente a una hermosa dama a plena luz del día y abría una cajita roja que contenía un ostentoso anillo, recibiendo un millar de suspiros enternecidos y asombrados por parte de la gente y una negativa rotunda por parte de la mujer.

Mientras, en la avenida Red Line 0740, veinteavo piso del distrito notarial número 15, después del funeral de su “amigo”, Edward Newgate se sentaba en su mullido sillón con una mueca en el rostro. Agarró el lápiz de grafito y, dándole la vuelta, comenzó a borrar de su agenda el nombre de aquel sujeto mientras suspiraba.

En el mismo momento, un espermatozoide dotado de un cromosoma Y, perteneciente a uno de los mejores médicos de la clínica Flevance, traspasaba la zona pelúcida del ovocito II de una enfermera cualquiera y fusionaba clandestinamente su membrana con la del huevo ansioso de terminar su meiosis.

Nueve meses después, en un hospital público, mientras una matrona le daba la mano a la ex enfermera, entregándole un poco de ánimo mientras pujaba, nació Trafalgar D. Water Law.

La pobre chica alcanzó a escuchar el llanto de su hijo, a estrecharlo y darle nombre antes de sentir que la vida se le drenaba por su aún sangrante útero.

Trafalgar, sin madre, padre, abuelos, o quien fuere que le reclamara como familiar, fue dado en adopción a una pareja para convencional.

Su nuevo y aparente padre es un hombre que trabajó para una de las empresas con más ingresos en venta de armas. Hoy se dedica a ser guardia en una fábrica de dulces.

A Donquixote Doflamingo le disgusta que en las mañanas se le pierdan las pantuflas y tener que buscarlas apoyando sus pies cálidos en las frías baldosas; tampoco le agrada que la gente le dedique miradas desdeñosas a su pomposo abrigo de plumas rosas, ni mucho menos le gusta meterse a una piscina, aunque hagan cuarenta grados a la sombra.

A Donquixote Doflamingo le gusta la crema sobre su café en la mañana, le encanta recortar letras de revistas y periódicos al azar, luego formar frases y hasta inventar palabras. También le complace el sonido de un hueso cuando se fractura.

La nueva y aparente madre de Trafalgar era un hombre que trabaja como director en un colegio de alta matrícula y mensualidad.

A Sir Crocodile le molestan los ambientes silenciosos y estar sin nada que hacer, le desagrada que las demás personas tomen su agenda o siquiera la miren, le irrita tener que caminar detrás de alguien que se toma su tiempo para recorrer un tramo pequeño.

A Sir Crocodile le satisface limpiar su escritorio con minuciosidad, también le agrada tronar todos los dedos de una mano a la vez, cuando nadie está cerca para mirarlo o escucharlo. De igual manera disfruta de mirarse disimuladamente en los ventanales de las tiendas mientras pasa por frente de ellas.

 

Durante su niñez, Trafalgar Law, como decidieron sus padres que se quedaría su nombre en memoria de la esforzada mujer que le dio a luz, pasó su tiempo metido entre libros, por lo que nunca tuvo mayor contacto con otros niños que un inesperado saludo por alguno de ellos.

Gozó de todo el mimo posible de su padre, el cual llevaba siempre vendas, curitas y moretones; al principio Crocodile lo atribuyó a la torpeza del hombre con quien compartía la vida, sin embargo, mientras el tiempo fue transcurriendo y las “pequeñas desgracias” iban y venían alrededor del niño, siendo hasta él víctima de ellas, fue que se dieron cuenta de algo: el muchachito, de una forma u otra, por una extraña razón a la cual, por más que buscaron una respuesta no la encontraron en ninguna parte, atraía a la “mala suerte”.

Al principio ambos sujetos se reían al pensar en que sería tan absurda la razón por la que el pequeñito siempre estaba envuelto en asuntos tan ridículos como la misma explicación de ellos.

Lo negaron por unos cuantos años, cuatro exactamente, hasta que un día, mientras estaban en el parque, esos pocos días en que ambos hombres estaban en casa y aprovechaban de jugar con el pequeño Trafalgar, Crocodile no fue delicado al tirarle la pelotita de hule que habían comprado por insistencia del sujeto rubio y alto que les miraba desde una banquilla, ya que tenía un esguince de tobillo y, por ende, usaba una bota ortopédica por caerse de las escaleras mientras perseguía a nada más ni nada menos que su hermoso niño que siempre le hacía el quite. Entonces, mientras el pequeñito iba a buscarla, se le resbaló de las manos y terminó en medio de la calle al lado del parque.

Esa fue la única vez en que Crocodile sintió que el alma le abandonaba el cuerpo y no se dio cuenta cuando estaba corriendo hacia el niño, a rescatarlo de un conductor que apareció de la nada, o más bien, Law le había aparecido de la nada a él.

Increíblemente, la aparente madre cuidó bien de su hijo; logró salvarlo en el último segundo haciendo que el tipo del auto chocara de lleno contra un poste de luz. Todos salieron ilesos.

Doflamingo y Crocodile dieron con una sola y unánime respuesta: algo extraño pasaba con el muchachito. Sin embargo, esto no hizo más que fortalecer todo el cariño de los hombres hacia Trafalgar.

Su niño no era un fenómeno, ellos lo querían aun con esa nube negra sobre su cabeza.

Aunque el niño probó ser bastante inteligente los años siguientes, esto no quiso decir que no fuese como la mayoría de los niños traviesos y algo maliciosos.

Es por eso que a los seis años, cuando comenzaba a ir al colegio, le dejaron de niñera a su casi desconocido tío Corazón – O Cora-san para los más cercanos – el cual era casi inmune a los desastres que seguían a Law, ya que tenía bastantes problemas con su torpeza innata.

Al principio no se llevaron bien, pero con el tiempo, el mayor terminó agarrándole cariño al chico de ojos plateados y paralizantes, con sus ojeras ya marcadas a tan corta edad.

 

No, nadie que le conociera podía decir que Trafalgar Law era anormal.

Todos menos él mismo.

Hoy, a los diecisiete años, si uno le pidiera a Trafalgar que se definiese, él diría una sola frase, simple  y concisa: Soy un fenómeno.

A Trafalgar Law le desagrada cuando un extraño rozaba su mano por coincidencia, le molesta el sonido que hacen las alas de una mosca al revolotear a su alrededor y no le gusta para nada el pan, menos su olor a levadura cuando está recién hecho.

A Law le encanta estirarse sobre su cama y sentir cada músculo tensarse, le gusta pasear la mano sobre un trozo de tela sedoso, además le agrada mirar las hojas de los árboles mecerse por la brisa los días fríos mientras las tinieblas de la noche rodean todo con su insidiosa oscuridad.

 

Definitivamente había una especie de nube muy negra sobre Trafalgar; hubo un tiempo en el que se preguntó si esa era la causa de que su madre hubiese muerto en el parto o que nadie hubiese querido reconocerlo como parte de su familia. Sin embargo, cada mañana, mientras se levantaba con los ojos rojos, el cuerpo pesado y caminaba hasta la cocina en donde encontraba a Crocodile tomando café con el periódico abierto en una página al azar y Doflamingo le daba un tierno beso en la mejilla, en el supuesto secreto de su intimidad, y luego se sentaba a juguetear con la crema sobre el brebaje amargo, era en esos momentos en que a Trafalgar Law se le olvidaba que sus días eran nublados.

Ellos le querían y eso era suficiente.

Pero no en días como esos. No es normal llegar media hora tarde a un examen, oliendo a basura, completamente mojado y con un hilito de sangre corriéndole desde el labio hasta el mentón. No cuando la profesora le miraba con sus ojos como platos, le pedía que fuese a la enfermería y que luego le diese el examen, que lo mejor era buscar una muda de ropa lo más pronto posible o que aprovechara de ir a casa por ese día.

Pero Trafalgar, como buen obstinado, se fue dignamente hasta a enfermería del colegio, en donde el pequeño y tierno Tony Tony Chopper, ya conocedor de la situación del muchachito, le ofreció la ropa deportiva de un chico que se le había olvidado el año anterior.

Lástima que el chico aparentemente era un gigante, incluso más que el mismo Trafalgar, quien veía la palma de sus manos desaparecer por las mangas y sentía el pantalón escurrírsele de las caderas de vez en cuando.

Le contó a Chopper lo que le había ocurrido, cómo por tomar un atajo en la mañana terminó siendo mojado por una señora que regaba su jardín, cómo sus zapatos se desataron mientras corría y caía de bruces contra un montón de basura, además de contar cómo al tratar de esquivar a un enorme perro que lo venía persiguiendo chocó contra un poste de luz terminando con el labio partido y un dolor en el ojo derecho que no se aguantaba.

Volvió a la sala una hora después para enterarse que la profesora le tomaría el examen cuando las clases hubiesen terminado.

Ese día no podía ir peor.

Aunque no odiaba todo de su “mala suerte”, y eso era la poca comunicación que tenía con las demás personas. Todos sus compañeros huían despavoridos cuando se les acercaba.

Las personas son interesadas y estúpidas, son hipócritas y falsas, y lo que es peor, ocultan su cinismo y maldad. Trafalgar no necesitaba de tonterías, no quería tener que escuchar cómo le adulan mientras por la espalda murmuraban contra su fenomenal persona.

Así que su predilección era salir de la sala, comprarse unos chicles y luego pasar el recreo en una esquina bajo una de las tantas escaleras, leyendo, o simplemente disfrutando de su soledad, su tan amada e incomprensible soledad.

Claro que, aunque uno no quiera, es necesario que el ser humano se relacione con otros, no puede vivir solo; el ser humano es un ser social por naturaleza, por lo que, aunque la mayoría de la gente no se le acercase, no significa que sea todo el mundo.

Y he aquí que entran en juego sus “amigos”, que más que eso parecen simples esclavos de sus caprichos. Todos y cada uno de ellos besan el piso por el cual Trafalgar camina, pero eso no quiere decir que él se fuese a aprovechar de mala forma de ellos, o por lo menos trataba de no hacerlo.

De ahí que no todos sus días fuesen tan calmados como lo es aquel, a pesar de todo lo que le había ocurrido en la mañana, siempre podía ser peor. Así que, con total tranquilidad, se puso los audífonos y, cerrando lentamente los ojos, dejó que su cabeza se apoyara en el duro concreto que conformaba el pequeño armario donde las auxiliares guardaban las mopas, las escobas y demás artículos de limpieza.

La música comenzó a dar vueltas en sus oídos, llevándole al éxtasis del momento puro y lejano en donde no existe nada, en donde ni el vacío tiene significado. La vibración de las cuerdas de un olvidado violín le estremeció como siempre. Amaba la pieza que siempre se convertía en un sueño bienvenido.

Le gustaba imaginarse como aquel violín: melancólico, añorando algo sin saber exactamente qué es lo que se añora, deseando algo sin comprender cómo se desea. Le gustaba sentirse como aquel violín, le gustaba mirar el punto perdido en aquel cubo espacial que ocupaba su larguirucho cuerpo, le gustaba sentir que las notas salían de aquel pequeño agujero junto a esa manchita de tiempo en aquella esquina, que de allí salían como hormiguitas tomadas de las manos la cadena de notas, danzaban en el aire y él era su único espectador, el único que les conocía, el único que se atrevía a abrir los ojos y dejarse sorprender por la rapidez, por la avidez, por el repentino paro del tiempo, y aún más, por las desconocidas sonrisas que cada una le destinaban.

Trafalgar Law suspiró cuando sintió el repentino silencio y luego resonó de nuevo la música llena de energía, con el apogeo de sensaciones en aumento.

“Es extraño”, se decía mientras dejaba el grueso libro, que pensó en leer, a un lado y apretaba con fuerza el sobrante de tela de las mangas del polerón.

“Soy extraño”, corrigió luego cuando las notas desde el agujero se elevaban, se zambullían en el mar de aire a su alrededor y cada una, más rápida que la otra, comenzaban a arder. Law sintió el corazón acelerarse.

Apretó con mayor fuerza la tela entre sus manos y encogió las piernas hasta que sintió cómo cada una de las notas revoltosas chocaban contra él y el éxtasis llegó a un punto en donde se estremeció de pies a cabeza. De nuevo se hizo el silencio y él, sin aliento, tembló un poco antes de que un ligero piano hiciera que su alma se calmase. De nuevo las notas eran lejanas hormigas, pero esta vez entrando al agujero.

Agradeció estar solo, así nadie vería cómo sus mejillas se sonrojaban mientras la dulce melodía del piano se iba haciendo más tranquila.

Sur le fil terminó mientras Trafalgar abría el libro y la campana sonaba. Los minutos de receso habían terminado. Resopló, pues aún sentía algo calientes las mejillas; no quería que nadie le viese en tan patético estado.

“Es porque soy el fenómeno que soy”, se dijo cerrando el libro que,  aquel día no había tenido el placer de leer ni una sola palabra.

“¿Qué clase de chico de mi edad se exalta tanto por una pieza de música?” Volvió a resoplar mientras se limpiaba; el suelo de su escondite siempre estaba sucio, así que palmeó un par de veces su trasero y se encaminó hasta la sala, siempre alerta de no tropezar, ni chocar, ni mucho menos terminar en una incómoda  situación.

Aún recordaba el vergonzoso incidente del día anterior en donde, por no ir lo suficientemente atento, terminó chocando con la profesora de historia. Los papeles volaron por todos lados y ambos terminaron como ellos, cayendo al piso. No conforme con eso, su mala suerte volvió a jugarle una mala pasada: ya cuando se levantaba y pedía perdón a la mujer, esta le dijo: “No te preocupes, yo también estaba distraída… Ahora… ¿Podría sacar su mano de mi pecho?”

Todo el mundo había estallado en risas y él, como un idiota, dio un brinco que lo mandó de nuevo al suelo, pero esta vez fue su culo el que sufrió el golpe. Menos mal que la profesora Robin no le tomó mayor importancia, y más aun, se mofó un poco de su situación, pero eso no quitaba el hecho de que había tenido entre sus manos uno de sus enormes globos. Lo peor fue el aguantarse a los idiotas preguntándole cómo se sentían.

 

Impresionantemente sus pies no encontraron ningún obstáculo, aunque sí tuvo que soportar la mirada de desconcierto de ciertas personas al ver su desdeñado atuendo.

“Malditas ratas”, se comentó a sí mismo, “son miserables, débiles, tanto que deben encontrar los defectos ajenos para sentirse superiores, para tener por un segundo la creencia de que están en el derecho de mirar por encima del hombro a otro”.

Mordió el interior de su mejilla y luego sonrió macabramente; en ese momento se sentía bien, pareciera que nada iba a pasar, ya había llegado a la puerta de su salón sano y salvo. Se dio la vuelta y les hizo su ya tan conocido gesto obsceno provocando la ira de las chiquillas a quien iba destinada tal ofensa, cuando una de ellas iba a contestar fue reprendida por el profesor Smoker quien ya entraba a la sala y les gritaba que fuesen a su propio curso.

Smoker era un sujeto extraño por lo demás.

Al profesor Smoker le gustaba fumar, y decir que le gustaba es poco, tanto así que hasta a veces llegaba a la sala con un enorme puro y ni cuenta se daba; le encantaba hacer sufrir a los idiotas y encontraba el placer diario en llegar a casa, ponerse unas pantuflas, sentarse en el sillón y culminar abriendo una lata de cerveza, relajándose unos minutos antes de comenzar a revisar pruebas, trabajos, ensayos y demás.

Al profesor Smoker realmente le disgustaban pocas cosas, y entre ellas era la negligencia.

Cuando entró al salón, Trafalgar Law se encontraba parado en frente del diario mural leyendo el último aviso que la presidenta de clases había puesto con unos horribles pinchos rosas.

Por alguna extraña razón el muchachito siempre se le había hecho alocadamente atrayente, de hecho, dudaba mucho que no hubiese hombre que no sintiera esa carga e incitación que expelía el muchachito, como si todo él estuviese rodeado de indecentes feromonas.

Smoker suspiró. Ya estaba demasiado viejo y demasiado cansado como para desear a alguien, es por eso que podía decir que, si bien sentía esa extraña atracción, era casi inmune a ella. Por eso le preocupaba el muchachito, ya que más de alguno de los chicos en el salón, que disimuladamente se daba vuelta a mirar a Trafalgar, terminaba cometiendo alguna estupidez.

Además, ¿qué creía que hacía llevando encima semejante atuendo? Era como si llevase encima puesta una banda que tuviese escrito “cómeme” por todos lados.

Smoker no dudaba que, como él, habían otras personas que también eran “inmunes”, pero de todas formas, si no fuese por las horribles cosas que pasaban a su alrededor sería constantemente acosado. El profesor Smoker podía decir que la vida es sabia, porque si bien le dio al chiquillo una fuerte atracción, también le dio una barrera bastante efectiva.

Pasó por el lado de Trafalgar cuando este se fue a su asiento. Se puso enfrente y, antes que todos se sentaran, desconsideradamente carraspeó un poco y soltó un fuerte “buenos días”, que fue repetido por el grupo de chicos.

Antes de darse la vuelta y comenzar a decir los objetivos de la clase, ese día le dedicó una última mirada al muchachito en los asientos al final de la sala: tenía el mentón apoyado en la palma de la mano, su cuello se exponía ligeramente. Suspiró, estaba ya demasiado viejo, esa maldita jovialidad se lo recordaría siempre, su tren había pasado hace mucho y él se limitaba a ver como se acercaba su última estación.

Trafalgar terminó dedicándole una mirada a lo que Smoker comenzaba a escribir en la pizarra. Pasada la clase, el mayor dio una que otra indicación antes de que todos saliesen a su asignatura de educación física, cosa que Law no tenía, pues Doflamingo se había empeñado en hacer que el muchachito fuese “salvado” de cualquier peligro.

Bajó con sus compañeros y se sentó en un rincón junto a los perezosos a los que no les importaba saltarse los ejercicios, los juegos y las malas notas; se tiraban por allí a dormir. Llevaba su libro, el cual por fin tuvo la dicha de leer sin interrupciones. Evitó cualquier música en su celular que le dejara como un idiota. Una cosa era tener mala suerte y otra muy distinta era ser un idiota. Él sólo era un fenómeno, un extraño, un pasajero.

El día se transformó en tarde y antes de que se diese cuenta sus compañeros salían de las duchas, cada cual hablando de lo sensacional que había sido tal partido; las chicas meciendo sus cabelleras mojadas, otras siendo seguidas por el olor al perfume recién puesto, cual más intenso y asqueroso que el anterior.

Por alguna extraña razón Trafalgar nunca estuvo muy consciente de las chicas a su alrededor, más bien pareciese como si cada una fuera materia extraña, algo a lo que no estaba acostumbrado, o más bien, no les tomaba importancia. Los chicos tampoco eran la excepción.

Él conocía muy bien su situación y también que muchos de sus compañeros le “odiaban” por la familia que tenía, típica discriminación ignorante. Algunos hasta se habían atrevido a propasarse más de la cuenta haciendo bromas de mal gusto. Por eso, y por muchas cosas más, los hombres no eran distintos a las mujeres, por lo que tampoco estaba interesado en ninguno de ellos.

Era como si el mundo le repeliera, o más bien, como si él repeliese al mundo.

Lo extraño es que, siempre que se topaba con un libro que hablara de una complicada temática amorosa, lo disfrutaba de igual manera, aunque el final fuese malditamente predecible, aunque la protagonista no tuviese personalidad alguna y aunque el chico fuese un completo idiota que siempre llegaba al final; y ahí Law decidía si es que en algún momento volvería, o no, a leer el libro. Pero con éstos, una aguja se le clavaba en el atrio derecho, se incrustaba, perforaba y luego se quedaba allí, esperando a que la sístole hiciese gala y le doliese como mil demonios. Era un aguijoneo de inquietud. Más porque en su mente siempre estuvo el pensamiento que eso no podía ocurrir nunca.

Esas historias no existían en la vida real.

O eso pensó.

De camino al casino, cuando la hora de almorzar llegó, sus lacayos se le sumaron y, como siempre, comenzaron a hablar de idioteces sin sentido.

Trafalgar fingía no escuchar aunque estaba muy impactado en ese momento: Penguin, uno de los chicos que siempre le seguían, contaba cómo había comenzado una relación mientras se sonrojaba ligeramente, y que, de no ser porque su gorra que ocultaba muy bien sus ojos, seguro que Law los hubiese visto brillar como nunca.

Por más que le insistieron, el chico no dijo quién era su pareja, aunque Trafalgar lo sabía vagamente. El chiquillo había aparecido un día en su escondite y le había pedido consejo; Trafalgar se fastidió un poco y le mando al carajo, pero, al ver el semblante tímido del chico, no pudo hacer nada más que ayudar al pobre muchacho.

Si sus cálculos y lógica eran correctos la pareja de Penguin era un hombre. No sabía con exactitud quién, pero era un hombre.

“¿Pero qué clase de broma es esta?”, se decía mientras miraba hacia la enorme fila del casino, “¿por qué siempre mis ideas son cuestionadas?”.

Por primera vez en su vida, Trafalgar casi deseo comprender qué era lo que hacía que Penguin se sonrojara, sentir qué era lo que le hacía tomar el coraje suficiente y pedirle un consejo, qué era lo que le hacía mirar un punto fijo de la habitación, estremeciendo su cuerpo en las ansias de concretar estar cerca de alguien.

Por primera vez deseó que alguna de las estúpidas novelas con las que a veces se topaba se volviesen algo más realista y le terminaran ocurriendo.

Pero no había persona que soportara estar a su lado, y peor aún, no había persona que mereciera estar a su lado. En toda su divagación terminó la fila del almuerzo. Con su bandeja en las manos sorteó con cuidado a los demás alumnos y se dedicó a buscar una mesa desocupada.

Se sentía más extraño de lo normal. Sentía un  mal presentimiento, y eso, por lo general, significaba que terminaría haciendo el ridículo de siempre, o tal vez algo peor; por lo que comenzó a caminar con cuidado, tranquilo, casi como si fuese sobre una cuerda floja.

Entonces, cuando iba llegando a una mesa desocupada al lado de la entrada, y los demás le seguían, lo escuchó.

Se escuchaba avanzar a lo lejos el indicador de su más grande desgracia, y así lo vio,  sintiéndolo en la boca del estómago.

Fue como una secuencia, como un millar de fotografías tomadas en un segundo.

Simplemente eso bastó para sentir el frío del jugo rojo, de lo que decían que era el sabor fresa, de aquel muchacho del otro curso, ese que estaba loco.

Monkey D Luffy, un espécimen de su misma edad, otro fenómeno de extravagante existencia terminó chocando con él y por ende, arrojándole toda la bandeja encima. Ni siquiera se detuvo a pedirle disculpas, si no que lanzó un “cuidado” mientras se alejaba corriendo a la fila que ahora estaba más corta.

Law se quedó completamente paralizado unos segundos. Si tan sólo no lo hubiese hecho tal vez lo siguiente nunca hubiera ocurrido.

                  -   ¡Espera ahí, Mugiwara!

De pronto, por la entrada apareció una gran sombra, ésta chocó con sus ojos, seguido de un haz rojo, un iris amarillo y un grito. Creyó escuchar exactamente “¡Córrete!”.

El día 2 de enero del 2016, una ansiosa mosca se posó en el borde de la gran olla en la cocina del casino del colegio Shin Sekai. Mientras, la directora de éste abría un libro en su pequeña oficina y, en su desesperación, terminó cortándose con el borde de una hoja.

Al mismo tiempo, Trafalgar Law caía al piso en el casino del mismo colegio, sintiendo el peso del gran cuerpo perteneciente a quien sus compañeras llamaban el pelirrojo ardiente y sus compañeros le decían con respeto “capitán”. En ese instante el muchacho cometía el acto más vergonzoso de su vida y ese era sentir el suave y algo brusco toque de unos labios ajenos: los labios de un hombre.

El día 23 de Mayo del 2016, el primer beso de Trafalgar Law era robado por el peor mujeriego de los alrededores, Eustass Kid.

Notas finales:

;-;

AAAAYYY LAS EXTRAÑÉ TAAAANTOOOO TT^TT 

Solo quiero decirles que no esperaba darme este año, pero ya pasó... No se puede remediar el pasado, hay que vivir con él. 

Espero que la idea de este Fic les haya gustado, a mi en lo particular me encanta, me hace gracia escribirlo. 

Kid y Law me pueden... son unas cositas tan suculentas y sabrosonas que... aayy me roban el corazón, o el poco corazón que me va quedando xD

Jeje de verdad espero que les haya gustado, yo solo quiero que pasen un buen rato y que amen el KidxLaw tanto como yo *0* xD

¡¡EN FIN!!

¡¡GRACIAS POR LEER!! (/>0<)/

ESPERO SUS TOMATES POR MI DESAPARICIÓN Y SUS DELICIOSAS OPINIONES EN  SUS REVIEWS :3

Devil~

PD: De nuevo gracias a KilikChan pór editarme, es un maldito amor esa mujer <3


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