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Corazón Esmeralda por Adry Rushelf

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Notas del fanfic:

Hace bastante tiempo que no publico nada en este foro, así que, a los nuevos lectores, por favor, no sean muy duros. 

Bien, no quisiera explicar más de lo que venía escrito en el resumen, pero debo aclarar algo que considero importante: en la siguiente historia presentos algunos hechos y  históricos reales - aunque de forma no explícita - que a mí en lo personal me llaman mucho la atención; sin embargo, éstos no son exactamente iguales a los verdaderos, ni están ubicados en un tiempo real, simplemente los introduje porque los consideré fácilmente aptos para la situación de los personajes. 

También debo advertir que suelo ser bastante cursi, así que pido perdón de antemano si se me pasa la mano con eso xD

Enserio espero que les guste porque puse mi corazón en esto. ¡Gracias por leer! ^^

 

Notas del capitulo:

En este capítulo aún no pretendo aunar muy hondo en la situación de los personajes, sólo de presentar aunque sea un poco de las vidas de los protagonistas. Tampoco se preocupen, los personajes que se presentan en la intro no son todos los que aparecerán, ya posteriormente se irán formando todas las duplas. 

Sin más, ¡disfuten! 

El canto de la mañana inundó de lleno en los sentidos de aquel que recién se encontraba dando un paso fuera de las tierras de su hermano, y, caminando con cautela, colocando cuidadosamente un pie delante del otro, inició el descenso por el empinado sendero, el cual, apenas se hubo corregido un poco, le permitió a su transeúnte otorgarle un ritmo apropiado a sus pasos. Sus rodillas se elevaron al compás de un segundero, y antes de darse cuenta, los tejados, ventanas, sonrisas y exclamaciones, que más que saludos eran despedidas, vieron pasarse a gran velocidad por sus costados, provocándole al joven una sensación de satisfacción y adrenalina potencial, en espera del día nuevo que recién iniciaba.

 

Cerró sus grandes ojos esmeralda, al tiempo en que sonreía soñador y expectante, pues si algo había aprendido (orgullasamente por su cuenta, cabría decir), era que, al ritmo que la luz solar se apoderaba de las tierras de Adholid en su paso hacia la noche, su mente se encaminaba hacia un nuevo mundo, donde las posibilidades eran capaces de cambiar, aunque bien fuera un punto específico de sus prácticas o actitud, de sus valoraciones, creencias o sueños, siempre era un cambio positivo, que le impulsaba a convertirse en alguien, cuando menos cercano, a su ideal, y nunca dejaría de luchar por eso.

 

No fue sino hasta que un elevado nuevo saludo irrumpió ferozmente en sus oídos, que decidió dejar todas sus cavilaciones para el momento apropiado. – Buenos días para ti también, Bucef – Sonrió el más jóven, y el halcón graznó dos veces en respuesta, feliz por verlo regresar. Luego, su mirada se clavó fijamente en el castillo que se aproximaba, y graznó tres veces más, antes de posicionarse a la altura de su amigo humano.

 

- Comprendo, comprendo. – Respondió el otro sin dejar de correr, y sus pasos se aceleraron.

 

El halón se adelantó, desapareciendo en la cima de la colina que el joven se encontraba subiendo, y al llegar a la cima, pudo ver como las rejas que resguardaban el puente, comenzaban a elevarse. Debajo de ese puente, y en contraste con la estructura de los castillos convencionales, en lugar de encontrar una fosa, a creación artificial, había un río que se extendía kilómetros y kilómetros frente al palacio, bordeando el pueblo, e incluso tanteando otros reinos.

 

- ¡Alto! – Un hombre de estatura no por mucho superior a la suya, y de complexión delgada, se interpuso entre él y la entrada al puente. – Solicito su nombre y apellidos, así como el motivo por el cual usted…

 

Bucef se plantó violentamente frente al rostro del guardia, y el repentino graznido le provocó una caída graciosa al que, segundos antes, había intentado mostrar autoridad. Por su parte, el hombre de mediana edad que le acompañaba, comenzó a reír enérgicamente y, como si fuese un detonante, le provocó iguales carcajadas al resto de sus compañeros.

 

- ¡Tranquilo, amiguito! ¿Qué no ves que se trata del protegido del príncipe? –Exclamó quien, evidentemente, se trataba de la cabeza de la guardia real, mientras ayudaba al otro a levantarse. – No quiero ni imaginarme qué es lo que su majestad hubiese hecho de haberte visto confrontarle con tanta energía.

 

Los demás guardias del castillo empezaron a vociferar variedad de expresiones, y el novato palideció al instante.

 

- Discúlpalo, Takahashi, es su primer día en el trabajo.

- No pasa nada. – Respondió el castaño, más que abochornado por la situación, enseguida dirigiéndose al guardia más joven. – No te preocupes.         

- Seguro que mañana te reconoce al instante.

- ¿Y quién no lo haría?

- A alguien como Misaki.

- ¡Es Misaki, después de todo!

 

El susodicho se sonrojó, pero rió, inevitablemente, y los jóvenes guardias lucieron complacidos con su reacción.

 

- ¡Ey, ey! ¡Ustedes! ¡Tranquílicense! ¡Ya han causado suficientes problemas!

- Está bien, capitán, no sea duro con ellos, yo sólo vengo como mero invitado.

- ¡Oh, nuestro, Misaki!

- ¡Tan humilde y compasivo como siempre!

- ¡Si tan sólo nuestro señor no fuese tan egoísta!     

- ¡Si tan sólo su majestad no fuese tan celoso!

- ¡Que se calmen, les digo!

 

Bucef graznó de nuevo, haciendo evidente, su ya de por sí evidente, impaciencia. – Gracias, capitán Fuyuhiko. Yo debo irme ahora. – Dijo Misaki, comenzando a adentrarse en el puente, mientras agitaba su mano, en señal de partida. – Los veo más tarde, chicos.

- ¡Nos vemos en la salida!

- ¡Que tengas un buen día, Misaki!

- ¡Cuídate, Misaki!

- ¡Esfuérzate, Misaki!

- ¿Quieren callarse? ¡Parecen un monton de buitres tras los huesos de ese muchacho!

Entonces el novato se acercó , preguntando con cautela. - ¿”Protegido”, majestad?

- Por así decirlo.

- Osea que…

- No me malentiendas, que no te estoy mintiendo, pero de modo que me entiendas,  – Dijo el mayor, antes de acercarse en señal de complicidad, guiñando un ojo. – también pudiésemos llamarlo el “especial” de su alteza. Pero sé prudente, que ese es un secreto.

- Oh, vaya.

- A voces, por supuesto.

- ¿Eh? Pero…

- ¡Oigan! ¡Ijuuin! ¡Haruhiko! ¡Dejen de discutir e inicien con el patrullaje! ¡No se les paga por venir a apreciar la vista! ¡Muévanse!

 

Y fue así como Tôdô concibió numerosas dudas con respecto a su nuevo puesto de trabajo.

 

- ¡Bucef, espérame! ¡Vas muy rápido! – Y lo entendía, de nuevo había perdido minutos valiosos allá atrás, y su amo estaría impaciente, pero si seguía corriendo cómo hasta ahora, llegaría hecho un desastre a las puertas de palacio, y vaya que era aún debía caminar, pues el castillo todavía se alzaba a unos doscientos metros, habiendo atravesado el puente.

 

Misaki suspiró, y se adecuó a un ritmo más prudente.

 

 

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De pronto, los ojos del más joven en la habitación se hallaron extendidos hasta donde su fisiología se los permitía. La mujer, sentada desde el imponente trono dorado, le veía fijamente, analizando todas y cada una de sus reacciones.

 

- Así es cómo están las cosas. – Recompuso, tras haberse aclarado la garganta, y aunque no se puso de pie para acercarse a su hijo, el tono y el volumen de voz que empleó, llegaron a oídos del más joven cómo si la tuviera a tres pasos de distancia. Una diferencia enorme si se considera que el trono se elevaba magistralmente sobre una considerable cantidad de peldaños hacia el techo, en aquella aula máxima.  – Las fricciones existentes entre nuestro reino y otros, son más fuertes y notorias que nunca antes. Esto significa que, de seguir así, los bienes indispensables que obtenemos en base a importaciones, se nos serán negadas de un momento a otro.

- Pero…

- Además, - La reina hizo énfasis en su continuación, y el castaño comprendió que había errado al intentar interrumpir. Sus púpilas se clavaron en el suelo, dejando a sus dedos clavarse firmemente en la rodilla sobre la que se encontraba apoyado. – Si los gobiernos de esos otros reinos, no claudican en sus insistencias con respecto a modificar las prácticas tradicionales, que tan difícilmente hemos logrado acarrear a esta era liberal y desprovista de objetividad -  habló enfurecida, amenazando con irse por las ramas, antes de volver a toser y continuar: -, lo más probables es que nos veamos envueltos en un nuevo enfrentamiento bélico.

 - Madre, yo…

- Sin embargo, - La reina endureció su semblante, y el joven volvió a guardar silencio. – debido a que no tenemos ni la disposición ni los medios para tratar con semejante cantidad de enemistades, al menos nos ocuparemos de la más peligrosa e intentaremos apaciguarla.

- Madre, ¿a través de qué medios se está usted refiriendo? 

- No es “medios”, mi inocente y adorable hijo, estamos hablando de un único sujeto, con el que, considero, estás bastante familiarizado.  

Los ademanes y la manera en que dijo eso, le transmitieron al príncipe la indirecta que necesitaba. - ¿Yo? Pero, madre, ¿cómo..?

- Antes te instruí a no ser impaciente, mi querido. – Respondió la mujer en tono neutral, dignándose esta vez a ponerse de pie, y bajar los escalones al tiempo en que enunciaba sus palabras, cómo si quisiese hacer un énfasis dramático en cada una. – Por supuesto que no se trata de nada que pudiese poner tu vida en peligro. Lo único que necesito es que tomes esa gracia y ese encanto que tan estupendamente heredaste de tu madre, y los encamines adecuadamente hacia el  altar, ¿quedó claro, Ritsu?

 

El ojiesmeralda esta vez cerró los ojos, como si con ello, pudiese a la vez cerrar sus oídos. Su madre ya se lo había insinuado (cabe decir, sin la más mínima cautela) previamente, y se esperaba de antemano esas palabras, pero escucharlas, no tanto por la seriedad ni del lugar ni de las cirunstancias, sino simplemente por escucharlas mencionar, como algo real, como una profecía tangible, era algo insoportable.

 

- Una alianza a través de un casamiento, es el tratado de paz más común y más antiguo de la humanidad ¿y qué mejor que ponerlo en práctica cuando lo que se busca es la defensa en cuanto a lo convencional? En este mundo donde el sexo predominante es el masculino, y donde a las mujeres se nos considera como  una procreación demoniaca, fáciles de dominar ante sus sensaciones, y peligrosas en atraer a los hombres hacia el mal. Vaya que están condenados si consideran que uniéndose entre ellos se salvaran de la perdición, ¡es una era de locos, ya lo he dicho antes!   ¿Pero qué dices, Ritsu? ¿Tu madre ha puesto un claro ejemplo de que esas no son más que habladurías mal fundamentadas, no es verdad?

 

Ritsu le sostuvo la mirada durante segundos que, al menos para él, se figuraron eternos. Probablemente intentando que el reflejo de áquel ser en sus orbes esmeraldas sirviera como una respuesta más que convincente, en reemplazo del centenar de cosas que el castaño tenía para decir, más que sin embargo, no era capaz de concebir. – Por supuesto, madre.

- Excelente. – Dijo la reina, dándonse media vuelta, y encaminándose de regreso hacia su zona segura. – Bien, entonces es todo. Por el momento, eso es todo lo que necesito de ti, querido.

- ¿De mí, madre?

- Desde luego. La princesa An, vendrá al amanecer y tratará conmigo los detalles básicos de la boda.

- Entonces ¿ella ya dio su aprobación para esto?     

- No es “esto”, mi amor. – Replicó la reina, haciendo un ademán exagerado con ambos brazos, como queriendo abarcar el universo entero entre uno y otro. – Es su boda, y de todas formas, no es su decisión. Ni la tuya tampoco, es por eso que no estoy consultándote nada, es la responsabilidad tuya y la de ella. No hay nada qué discutir, así de simple.

- Pero, entonces…

- ¡Suficiente, Ritsu! Ambos hemos perdido bastante de nuestras vidas en esta discusión. Lo de tu boda fue sólo un aviso, y así debía quedarse. Aunque bueno, admito que también es mi culpa por ser tan indulgente y consentidora contigo. Te prometo que no volverá a suceder, siempre y cuando tu me prometas que no volverás a interrumpirme como hiciste hoy, ¿de acuerdo? No quiero tener que repetírtelo en el futuro, cariño, la vacilación es un mal exclusivo de aquellos que pueden permitirse el perder el tiempo; nosotros somos líderes, el tiempo para nosotros vale oro, y, más vale que lo entiendas hoy cuando tus dieciocho amaneceres ni siquiera te han alcanzado: para gente como nosotros, cualquier instante de más, cualquier segundo sobrante puede determinar un destino, puede alterar el curso de una o varias vidas, y puede hacer de ellas cualquier cosa de lo que su poder sea capaz, así que deja de dudar, y simplemente actúa, te he educado lo suficientemente bien para que te fíes de tu buen juicio. ¿Listo? Perfecto, ahora, muévete, no mires hacia atrás sólo avanza y… ¡Tu postura, Ritsu! ¡Eres un príncipe, en nombre de todos los dioses! Estás aquí para compensar la tremenda ofensa que cometió tu padre, y sabes que no toleraré ninguna falla en compensación, piensa seriamente acerca de eso, por supuesto, después de que termines tus deberes, y elimina todo error antes de nuestro próximo encuentro, ¿quedó claro?

 

Ritsu terminó de caminar el tramo restante antes de llegar a la puerta, escoltado por las miradas de los soldados que fungían como guardia personal de la reina. Ya no sabía si tenía sentido siquiera sentirse avergonzado: cuando estaba con su madre, podía sentir como su orgullo era asesinado, sílabra tras sílaba. – Ha quedado claro, madre.

 

Los hombres abrieron las puertas, y Ritsu desapareció, pero su madre había dejado de verle mucho antes de eso. Caminó en línea recta, antes de detenerse de frente a uno de los enormes ventanales, no era un balcón, sin embargo, pero la vista que le brindaba hacia los lejanos montes del reino vecino y al sol ocultándose tras la sierra nevada, aparecieron tan deslumbrantes en su campo visual como si fuese la primera ocasión en que los veía, y sintió su belleza y enormidad aturdirlo, como burlándose de su desdicha.

 

“No. No es eso”

 

No era una simple burla. Era una risa compasiva, hasta rayar en lo irónico, el viento se lucía, jactándose de su libertad, jugando entre las ramas de los árboles, e invitando a las banderas posicionadas a lo largo del reino a unirse en su danza hacia un destino impredecible aunque feliz. Ritsu contempló lo verde del valle, y lo invisible en el viento, y los envidió a ambos por sus sendas uniformidad y espontaneidad.

 

El valle era llano y fácil de preveer.

 

El viento era vitalidad y se movía a su propio ritmo.

 

Él mismo nunca había anhelado a mucho más que eso. Ni tampoco quería hacerlo.

           

“Para gente como nosotros, cualquier instante de más, cualquier segundo sobrante puede determinar un destino, puede alterar el curso de una o varias vidas, y puede hacer de ellas cualquier cosa de lo que su poder sea capaz, así que deja de dudar, y simplemente actúa, te he educado lo suficientemente bien para que te fíes de tu buen juicio”.

 

¿Qué clase de mensaje se escondía en las palabras de su madre?

 

Pasó cerca de tres horas en la biblioteca, sin leer nada realmente, parecía que por primera vez, las letras que yacían en las páginas no lograron fungir como un distractor adecuado, la mente de Ritsu se la pasó vagando de un lado para otro, como el viento que continuaba silbándole insistentemente al otro lado del ventanal. Su mente no dejó de maquinar ni en su regreso hacia su alcoba. Su madre tenía razón, ahora lo sabía, y eso era, precisamente, lo que no le permitía detenerse; él ya no estaba dudando, su cerebro había tomado una decisión, y para ninguno de los dos, había vuelta de página.

 

Probablemente fuera la mayor estupidez de todas pero, de pronto, todo lo demás dejó de parecerle realmente importante. Ni su posición jerárquica, ni aquel castillo que era su hogar, ni su infinita educación, ni los principios radicales de su madre.

 

Aunque sabía que regresaría. Estaba dispuesto a regresar. Sí. Algún día lo haría, antes de que su hogar corriese un peligro potencial, y le demostraría a su madre, aplicando sus propias enseñanzas, que la decisión de una sola persona podía cambiar el destino de todo un reino. Viajaría. Iría a otros reinos y descubriría la clave para alcanzar aquel nivel de estabilidad del que, desgraciadamente, su reino se había visto desprovisto en cuanto su madre subió al trono.

 

Tampoco, ni mucho menos le retenía la boda, de hecho, era ése otro de los principales motivos para marcharse. Por supuesto, no estaba pensando en el corazón roto que dejaría atrás en cuanto An supiera de su partida, pues estaba convencido de que ella, al igual que él, se sentía obligada con aquel arreglo, y él no estaba dispuesto a sacrificar el amor único de dos personas tan sólo por las insensateces de su madre.

 

Pues al contrario de todo lo que pudiese creer su madre (y tal vez, principalmente por su madre), él no estaba potencialmente interesado en las mujeres.

 

Soltó una respiración en forma de risa. Parecía que, irónicamente, a su madre todo le resultaba contraproducente.

 

 

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            El padre dejó la pluma descansando en el tintero, y por fin soltó el suspiro que había mantenido preso en lo más profundo de su garganta, mientras hubo escrito las líneas que tanto le habían atormentado durante toda la tarde. Se frotó la sien entre sus dedos pulgar e índice, sobándose insistentemente, como si con eso pudiese disipar las sombras de sus pensamientos; en cierto modo resultaba, aunque temporalmente, puesto que sabía que, de volver a concentrarse, a su cabeza acudirían los mismos espectros, que le quitaban el sueño cada noche. Se puso de pie, y tras limpiar los vestigios de su noctámbula labor, ocultó aquel diario entre los pliegues de su sotana, acercándose con pasos cautelosos hacia las escaleras.

 

            Tenía que darse prisa en regresar a la cama. De ser visto por alguna de las personas que allí se refugiaban, vagando a esas horas de la noche por los pasillos de la iglesia, podría ponerlo en serios aprietos, y él no tenía tiempo para audiencias ni interrogatorios.

 

O más que no tener tiempo, en realidad, no tendría excusas, ni mucho menos alguna coartada convincente que justificara sus actividades nocturnas. Claro que podría inventarse algo, pero ni siquiera él era capaz de blasfemar el nombre de El Salvador, incluso cuando sus convicciones no coincidieran con la practica de la fe tradicional; lo más probable era que terminara diciendo la verdad, y él no estaba dispuesto a morir aún, ni mucho menos, tenía asuntos que no podían quedarse a medias, por lo que no se permitiría aún el lujo de partir.

 

- Demonios… -Susurró entre las penumbras, al escuchar el característico sonido de la madera rechinando. Una de las puertas del pastillo al costado izquierdo había comenzado a abrirse y las bisagras provocaron un sonido que, seguramente, habían aterrado a la misma persona que las hubo forzado.

- ¿Huh? – Sus músculos se relajaron, y su mente dejó de maquinar a velocidades sobre humanas, en cuanto vio a la persona que antes se había escondido detrás de la puerta. No era cobarde, desde luego, pero si quería seguir adelante con sus planes, tenía que permanecer dentro del sistema. – ¡Padre, Yoh! Lo siento, me ha sorprendido, no esperaba encontrarme con usted a estas horas.

- Unos pensamientos inoportunos acudieron a mi conciencia y me vi incapaz de mantener el sueño. – Respondió simplemente, acercándose al joven vestido de negro y hablándole en un volumen prudente. El más joven asintió en entendimiento. – Confiaba en que no me toparía con nadie en mi camino desde el estudio hasta mi alcoba, así que…

- Mis disculpas. – Se adelantó el castaño inclinándose levemente, reflejando una completa sinceridad y sublime respeto en sus palabras. – Tuve una urgencia en medio de la noche, y desgraciadamente no existe ningún atajo desde mi habitación hasta el baño, así que me vi obligado a deambular por estos corredores.

- Traquilo, no estoy reprochándote nada. En realidad, creo que fue bastante prudente de tu parte colocarte la sotana, aún en estas cirunstancias.

- Usted siempre me ha dicho que no debo andar por ahí despertando tentaciones, así que simplemente acaté sus recomendaciones.

- Es precisamente por que escuchas todos lo que te digo que tengo plena confianza en ti.

- Se lo agradezco, padre. – Dijo el joven seminarista, antes de encaminarse de regreso a su habitación.

- Ah, y Hiroki, - Escuchó la voz del padre, reteniéndole y se dio media vuelta. La oscuridad del pasillo a su derecha se esforzaba por consumirlo, arrastrándolo hasta lo más profundo del mar del sueño, y el castaño estaba más que dispuesto a permítirselo. La ida al baño había sido básicamente forzada, pues desde que se fue a la cama hacía unas pocas horas, lo único que había querido, era tener una noche de sueño apacible, sin ninguna especie de turbulencia en sus impredecibles aguas. Sin embargo, aún pudo escuchar con atención las palabras de su superior. – La semana próxima nos estaremos alistando para viajar a la abadía del reino vecino. La reunión será por la mañana, así que debemos partir al anochecer del día anterior.

-¿Será ahí entonces, padre?

- Probablemente – Respondió él, a su vez, dándole la espalda. –, en cuanto al lugar, pero no puedo asegurarte el día. Por lo pronto, la próxima semana iniciaremos la investigación de campo, si quieres llamarla así, pero considero que es demasiado pronto para movilizarnos. Ya veremos entonces.

- Entendido, padre.

- Buenas noches, Hiroki.

- Descanse, padre Yoh.

 

 

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            - ¡Maestro, Akihiko! –  La vocecita que nació desde el pie de la colina, se escuchaba arremolinándose, agitada, hacia él, provocando una inevitable sonrisa en labios de quien le aguardaba, a la sombra del legendario roble situado a un costado del castillo. Siempre le causaba una indescriptible alegría aquella irracional emoción en el más pequeño, cada que arrivaba a sus clases y, por más que el otro intentase negarlo, ese entusiasmo reflejado en el innecesario grito con el que llamaba su atención cada mañana, era un detonante evidente de su impaciencia y expectación por el nuevo día.

Tenía toda la vitalidad que ameritaba su edad, y al príncipe se le contagiaba un poco de ella, cada que se encontraba en su presencia.

 

Vio a Bucef adelantársele al castaño, y dejó a un lado el libro que se había dedicado a leer mientras esperaba, anticipando el aterrizaje de su fiel amigo en su antebrazo. Misaki demoró, aproximadamete, otro minuto y medio más, antes de derrumbarse sonoramente en el pasto a sus pies, con la respiración arrítmica y su corazón estallándole.

 

Akihiko sintió los fuertes latidos debajo de la palma que acariciaba la cabeza ajena. -  ¿Sabes? Creí que después de repetir esta rutina a diario, tu condición física mejoraría eventualmente pero…

- Sí, sí, soy un incompetente, ya me ha quedado claro. – Dijo el chico con afán de bromear, pero con un tono de decepción lo suficientemente perceptible. El mayor sonrió.

- Yo nunca he dicho eso.  Tú mismo menosprecias tu capacidad.

- No se trata de menospreciarla o no, es como usted mismo dijo, a pesar del tiempo no veo mejora alguna.

- Bueno, tampoco esperes resultados satisfactorios con tan sólo tus maratones matutinas. – Dijo, mientras intentaba, como siempre inútilmente, arreglar el desordenado cabello de su estudiante. Suspiró, dejándolo por la paz,  no podía engañar a nadie, Misaki lucía incluso más adorable así. – Aunque debo decir que no sería necesario que te malpasaras así si te dispusieras a llegar más temprano.

- Ah… Supongo.

 

En ese momento Bucef se posó suavemente en el hombro de Misaki, soltando uno de sus típicos graznidos, dignos de un reproche. El castaño lo miró como intentando acallararle.

Akihiko alzó una ceja, antes de endurecer su mirada, situándola en la lejanía, justo encima del puente de acceso al castillo. –  Esos bastardos… Les he dicho que se retiren de ahí antes de que tú llegues a palacio.

- Por favor, no les reprenda por esto.  

- Se los he repetido en innumerables ocasiones antes, y aún así se atreven a desobedecerme.

- Es porque saben que usted es un príncipe sensato, y que no haría nada que les perjudicara.

- Soy indulgente con ellos, pero tú eres demasiado amable, simplemente no dejes que te retengan. Ellos saben la hora exacta en que llegas, incluso si demoras se quedan esperándote, y tampoco me agrada que tengan tanta confianza contigo.  

- Sabe… Sabe que no debe preocuparse por ellos.

- Lo sé, - Concedió el principe, sonriendo, y deleitándose con el tono carmín que adquirieron las mejillas del más pequeño. – pero aún así me molesta.

 

Misaki guardó silencio, no queriendo aunar más en el tema, y sin saber qué sentir exactamente por los comentarios de su príncipe.

 

- Está bien, dejemos esta plática para más tarde. – Desistió el mayor, sintiendo la mirada de preocupación del más bajo. Era cierto que esos hombres le fastidiaban, pero no quería atormentar a su pequeño con aquellos celos tan característicos de su persona, al menos cuando de él se trataba. – Por ahora, pongámonos en marcha.

 

El de ojos esmeraldas se levantó rápidamente, dándole alcance a aquel otro que se le adelantaba. – Ah, entonces ¿a dónde iremos hoy?

- Saldremos del castillo.

- ¿Eh? ¿Salir? – Repitió, sintiendo a Bucef acomodarse en su antebrazo. – Pero, entonces ¿para qué me hizo venir hasta aquí?

- En realidad planeaba llevarte al jardín de las rosas, en la parte trasera de palacio, pero me lo pensé mejor,   y si vamos al pueblo tendré una excusa para charlar apropiadamente con tus admiradores.

- ¡¿Hah?! ¡Pero…! ¡Akihi…!

Al escuchar lo que pudo haber sido, el casi mencionado sonrió. - ¿Qué has dicho? No pude escucharte bien.

- Olvídalo, no lo diré, sería una completa falta de respeto.

- Takahiro te educó bien. Eres tan bueno que rayas en lo ingenuo.

- Entonces, majestad ¿usted piensa que esta ida al pueblo contribuirá a corregir mi ingenuidad?  

- Te equivocas, Misaki, yo jamás me atrevería a cambiarte. – Le habló mirándole a los ojos, sujetando su delicado rostro entre ambas manos. – Pero allá afuera hay algunas cosas que deseo enseñarte.

 

Misaki sujetó esas grandes manos con las suyas propias y, lentamente las retiró. – ¿Entonces? Cuánto más rápido estemos allá mejor, ¿cierto? ¡Vamos, Bucef!

 

Y para cuando se dio cuenta, el niño de sus ojos se hallaba corriendo de nuevo, esta vez colina abajo, y de nuevo con un halcón dándole la delantera. Bucef podía darle ventaja, pero Misaki parecía no entender que jamás podría ganarle.

 

 

Notas finales:

*Dato del día: el nombre del halcón mascota de Usagi, Bucef, se lo puse en honor al caballo de Alejandro Magno: Bucéfalo. Se dice que , supuestamente,  al principio, nadie podía montarlo, que era un caballo indomable. Cuando Alejandro se dispuso a intentarlo, siendo prácticamente un niño, descubrió que, simplemente, el caballo le temía a su propia sombra, por lo que Alejandro decidió colocarlo de modo que le diera frente al sol; el caballo se tranquilizó, y Alejandro lo bautizó Bucéfalo ("Cabeza de toro" en griego), desde entonces lo acompañó siempre, y puesto que, por supuesto, también fue su compañero en todas sus conquistas, Bucéfalo fue el caballo que (casi literalmente) conquistó al mundo.

Me pareció una buena referencia para adaptarlo al nombre del fiel amigo de Usagi, así que lo dejé así. 

Lo más probable es que, posteriormente, utiilice más referencias de la historia de Alejandro Magno, por razones que muchos ya se imaginan, y para los que no, lo explicaré a su momento. 

Por ahora, esto ha sido todo, ¡Enserio, gracias por leer! 


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