Fubuki observó el reloj en su mesa de noche, indicando que apenas rozaban las dos de la mañana. Escuchó el sonido de las gotas de lluvia chocar contra su ventana. Una, dos, tres. Rítmicas, invitantes al descanso.
Frunció un poco el ceño e intentó girar a los lados, buscando una posición mucho más cómoda, pero parecía que no había caso.
Se sentó, quedando en esa posición por lo que pareció muchísimos minutos. Aunque, al girar la cabeza nuevamente, se dio cuenta que en realidad no habían pasado ni cinco.
Ya había pasado casi un mes entero y aún- era difícil acostumbrarse a aquella casa.
Se puso de pie finalmente, escuchando el sonido de las sabanas rozando contra los pliegues de su pijama como único escape del silencio que parecía cada vez más difícil de tragar. Llevó sus pasos hasta la puerta, saliendo y sintiéndose un poco decepcionado de que la puerta no chirriara, al menos eso le daría algo que acompañar el ambiente. Avanzó por el pasillo, golpeando su pie con una pequeña mesa que aún no podía memorizar que estaba allí. Maldijo en voz baja, lo suficiente porque sabía que su papá tenía un oído muy bueno, y dudaba que estuviera durmiendo. Avanzó un poco más, estirando finalmente su mano, para tomar el mango de la puerta.
Dejó que su tacto se acostumbrara al frío de la perilla, y tras decirse a sí mismo que no ganaba nada quedándose allí y pasando frío, abrió la puerta.
La habitación estaba vacía, al menos a los ojos de Fubuki. Las cajas aún cerradas, el blanco de las paredes demasiado inmaculado y el aroma a simplemente nada. Muy impersonal. Muy inexistente.
La figura de su padre se movía de manera muy rítmica. Era obvio que no estaba durmiendo.
—Fubuki…
Su nombre llenó el cuarto de manera parca, el mentado sintió que sus músculos se contrarían por algún motivo, como si estuviera haciendo algo que no debía.
—Yo… no podía dormir.
Y tan pronto lo dijo, se sintió tonto. Ya tenía casi trece años, por todo lo santo. Hacía mucho que ya no tenía necesidad de dormir con sus padres- o padre. Como fuera.
Papá entonces se sentó, la luz que se colaba por las cortinas abiertas iluminó su rostro. Durante ese último año, especialmente esos últimos meses, el rostro de su padre se había deteriorado bastante. Con líneas que mostraban la clara preocupación que le aquejaba. Pero así, de esa distancia y con tan poca luz, Fubuki podía engañarse un momento y pensar que en realidad no pasaba nada.
—Pues ven aquí—ofreció su papá, abriendo un lado de su cama, demasiado grande para una persona. Fubuki no pudo evitar morder sus labios, porque quería decirle que no tenía que fingir estar feliz sólo porque sí, o ceder a lo que pidiera sólo porque sí también. Pero no lo hizo, arrastró sus pies y terminó envolviéndose entre las frazadas, buscando el calor del cuerpo de su papá.
Suponía que si alguno de sus compañeros le viera se reirían de él, ¡ha! Probablemente él mismo lo haría, después… pero ahora mismo, sólo quería que el agradable calor humano cerca de él le llevara a dormir, su cuerpo pedía descanso, aunque su cerebro parecía jugarle tan malas pasadas.
Katsuya, por su parte, sólo se dedicaba a acariciar los cabellos de su hijo, esperando que pudiera dormir, pues no quería que el día de mañana tuviera una cara de cansancio.
Seto abriría las puertas del infierno si algo así pasara. Katsuya no sentía que tuviera la fuerza mental para aguantar alguna discusión verbal con su ex esposo.
La lluvia pareció aumentar su ritmo.
Katsuya se sintió un poco enfermo. La sola mención –aunque fuera mental- de Seto Kaiba parecía tener ese efecto en él. Era tan extraño cómo algo que antes hacía que una sonrisa se dibujara en su cara ahora sólo le hacía fruncir el ceño con disgusto.
Cosas que pasan, se dijo. Mientras él mismo intentaba cerrar los ojos y abandonarse al sueño.