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Cuando el Día y la Noche se Juntan por Aurora Execution

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Notas del fanfic:

Los personajes de Saint Seiya no me pertenecen. Son propiedad de Masami Kurumada.

Notas del capitulo:

¡He regresado!

Ok, no me maten. Sé que desaparecí descaradamente y que debo actualizar mi pobre y abandonado "Algo de Él". En verdad trabajo en ello, pero estoy absolutamente bloqueada con respecto al siguiente capítulo. Sólo espero que no dure mucho, en verdad extraño escribir sobre ese fic.

Bueno, con respecto a este en particular, no sé de dónde me vino la idea y no sé por qué es tan raro. Lejos de todo lo que he escrito hasta ahora, sólo espero poder traerles algo entretenido, en verdad que escribí esto sin pensarlo mucho, sólo me entraron las ganas y la imaginación hizo el resto. 

Quizá este un poco aburrido, pero como siempre digo, ya habrá más acción en el próximo capítulo, así como también, más aclaraciones con respecto a la maldición y la vida de los protagonistas.

Sin más que decir, espero sinceramente que disfruten de la lectura.

Un extenso suspiro se escapó de tus labios. Llevabas el alma cansada y el cuerpo cuarteado. El sol había sido inclemente, abrasando tu piel, tostándola aún más. Tal vez por ello traías un genio de los mil demonios. Poco hizo el aire que expulsarte para refrescarte, cuando el calor sofocante era tal que el camino parecía difuminarse en el horizonte, y la carretera de tierra y maleza ondear como el agua en el mar.

 

Pensar en ello te dio un ligero placer, imaginándote dentro de las refrescantes aguas, pero el polvo que se te pegó al cuerpo sudado, y el aire agobiante de ese día que te quemaba el rostro, te recordó que aún te faltaba un largo trecho para llegar al pueblo... Bueno, tampoco es que te comieran las ansias por regresar...

 

La garganta te ardió y buscaste consuelo en la cantimplora que llevabas contigo, dentro había agua, fresca y relajante, o eso pensante. El calor había calentado el liquido hasta hacerlo parecer caldo desabrido. Te dio nauseas, pero bebiste de igual manera, tu garganta y tus labios partidos te lo rogaban.

Observaste el camino, en poco más de dos horas el sol se ocultaría, pero no por ello había perdido su intensidad. Te sentías intranquilo, te faltaban al menos cuatro horas cabalgando, para llegar a tu hogar, tu caballo se veía exhausto, le extendiste un poco de agua que bebió gustoso.

 

Pronto entrarías en el bosque, y el horario no era muy propicio.

 

»Es mejor dormir sobre la carretera en campo abierto que dentro del bosque.

 

Eso siempre te dijo el Sacerdote del pueblo y el causante de tu extenso viaje hacia los limites con el pueblo vecino; Shion.

Había muchas leyendas sobre lo que ocurría en él. De las más simples a las más descabelladas. Pero todos coincidían en algo:

 

—Cuando el día y la noche se juntan, el bosque cobra vida—murmuraste, recordando las anécdotas de los sabios del pueblo.

 

Siempre pensaste que no eras un joven supersticioso, pero preferías evitar provocar cualquier contacto con alguna criatura o espectro de otro mundo. No era tu intención comprobar que tan equivocado estabas.

Detuviste tu andar sopesando lo que harías, no tenías intensiones de acampar y dormir a la intemperie siendo presa fácil para algún animal hambriento. Buscaste en tu lonchera un poco de heno y el resto del agua que llevabas, el animal lo necesitaba más que tú. Le darías de beber y comer para disimular la fatiga y así poder atravesar el bosque a toda velocidad.

 

Era tu mejor opción.

 

El sol ya se hallaba con la mitad de su esférico cuerpo sobre la tierra, al menos esa era la impresión que daba al decender en el horizonte. Era tan grande y rojo que pensaste, teñiría todo el cielo de escarlata. Y no te equivocaste.

A lo lejos, por el lado opuesto, la luna dibujaba en transparencia casi fantasmal, su figura.

 

—El día y la noche se juntan—repetiste.

 

Y el bosque ya estaba frente a tus ojos. No lograrías cruzarlo antes de que la noche sea completa. Suspiraste resignado, de todas formas, si las supersticiones eran ciertas, ya debían de dar comienzo, la luna estaba inusualmente a la misma altura del sol.

 

—No seas tonto, son sólo leyendas—te diste ánimos y espoleaste tu caballo, para que el animal avanzara a toda velocidad.

 

Dentro, la noche parecía eterna. Las espesas copas de los arboles no dejaban pasar la luz, más que por pequeños destellos e inevitablemente sentiste como tu pecho se comprimía por el temor que tratabas desesperadamente esconder. Era difícil ya ver el camino, había un sendero marcado para los viajantes, con algunos carteles señalando el camino a seguir, no era agradable perderse dentro del bosque. Pero por alguna razón no encontraste ningún cartel, parecían haber desaparecido y el camino ya no te resultó tan familiar como antes.

Tu pecho vibró inquieto, y el sudor ya no era producto del calor que acumulaste durante el día, sino, del miedo, pues era helado. Aminoraste el andar, observando con detenimiento a tu alrededor, alzaste la vista y notaste por los pequeños huecos entre los arboles que todavía había luz de sol, estabas a tiempo. Entonces, lo escuchaste; pareció una risa, o un grito. No sabrías identificar, quizá y era tu mente que te jugaba una mala pasada.

Pero pronto, el sonido volvió a aparecer y ya no era una voz, sino dos y parecían estar discutiendo. Te bajaste del caballo con cautela y lo amarraste a un árbol, el animal no parecía inquieto y eso te tranquilizó un poco, después de todo los sabios del pueblo solían decir que los animales eran más susceptibles a sentir presencias extrañas. El caballo comenzó a comer pasto y tú avanzaste hacia donde, creías, habías escuchado las voces.

 

—¡Déjalo!

 

—¡Puede ser nuestra salvación!

 

—¡Ya deja esas tonterías! ¡No tenemos salvación! No lo involucres.

 

—No le haremos daño y lo sabes, no contra su voluntad.

 

—¡Vete ya! Es tu turno de subir.

 

La discusión parecía bastante acalorada.

 

—No dejes que se vaya, debemos intentarlo al menos una vez, si no quiere cooperar lo liberarás, te lo prometo, no insistiré...

 

Hubo un momento de silencio. Tu pecho se expandía y contraía con efusividad ¿Podría ser...?

 

—...Y te prometo no comerme a su caballo—terminó por decir la misma voz.

 

—De acuerdo. Ahora vete.

 

Ya no hubo más palabras. Te llevaste las manos a tu boca para evitar gritar por el espanto. Estaban hablando de ti, no tenías dudas, querían secuestrarte. Diste un paso hacia taras. Otro. Para el tercero ya habías salido corriendo en la dirección en donde recordabas habías dejado a tu caballo, pero el animal ya no estaba allí, es más, no reconociste el lugar por segunda vez en lo que llevabas en el bosque.

Te temblaron las piernas, aterrado por ser victima de monstruos, corriste en dirección recta, sin pensar mucho en lo que hacías e ignorando los signos de fatiga que presentabas, sólo deseabas salir de ese condenado bosque.

Maldijiste, nunca lo habías hecho tantas veces en tu vida, como en ese momento. Al final todas las leyendas eran ciertas, había criaturas viviendo en ese bosque, y quién sabe qué cosas les hacían a los viajantes, no eran pocas las noticias de desaparecidos o personas que perdieron la cordura después de experimentar la actividad del bosque. Tropezaste varias veces, estabas exhausto, y lastimado por las ramas que laceraban tu piel. Caíste una última vez, incapaz de volver a incorporarte, el aire entraba casi ahogado a tus pulmones, abrías la boca como un pez que se halla fuera del agua. Sentiste pisadas y cerraste los ojos, estabas tan cansado que no tenías las fuerzas para luchar siquiera. Tampoco llevabas tu arco por consejo de Sacerdote Shion, quien creía que llevar un arma al pueblo vecino podría verse como una ofensa o que buscaban armar alguna revuelta, cuando era todo lo contrario.

Ahora lo sentiste muy cerca, los pasos se sentían a un lado de tu cuerpo. El miedo fue tanto que quisiste llorar. La criatura se acuclilló a tu lado y posó una mano sobre tu espalda. Te negabas a alzar la vista y ver su horrible rostro, sus dientes en punta ansiosos por desgarrar tu piel y sus uñas enterrándose en tu garganta.

 

¡Qué te matara de una vez!

 

Mas el monstruo habló, y su voz de cerca sonó tan cándida que te perturbó;

 

—¿Te encuentras bien?—silencio—;no debes correr de esa manera, el bosque crece a medida que tu miedo crece, debes calmarte o nunca hallarás la salida.

 

Apretaste tus ojos desconcertado. Su voz estaba lejos de aparentar maldad, incluso sonaba preocupado, era hombre, ambos, eso notaste de inmediato mientras discutían, eran voces gruesas, pero gentiles.

 

Estabas rígido.

 

No eras un cobarde. Te dio vergüenza que te hallara en ese estado, arrinconado como la liebre frente al lobo. Abriste tus ojos enfocando el suelo lleno de ramas, pasto y hierbas de todo tipo y poco a poco levantaste tu cabeza, ayudándote con los codos a incorporarte. Por alguna extraña razón, sentiste que el monstruo había interpretado tu rigidez y no te ayudaba para salvar algo de tu dignidad.

 

—Creo que es mejor que te quedes hasta que amanezca, es más fácil encontrar la salida con la luz del sol.

 

«No dejes que se vaya» Había dicho el otro. ¿Y de qué luz hablaba? si en ese maldito bosque no entraba luz alguna.

 

Ibas a hacerlo, lo enfrentarías, le sostendrías la mirada y le demostrarías que no le temías.

 

Juntaste una buena cantidad de aire en tus pulmones, era ahora o nunca. Lo expulsaste en un segundo... exhalaste casi en un grito todo el aire. El monstruo ¡el monstruo era una condenada hermosura!

Tus ojos se abrieron tanto que no pudo evitar sentirse abochornado. Incluso tu boca había caído al suelo de la impresión. Te observaba curioso, aún de cuclillas a tu lado. Llevaba el cabello larguísimo, de un dorado intenso, parecían espigas de trigo, esas que con la luz del sol simulan oro. Sus ojos eran tan verdes como el campo en primavera.

Su rostro...

Era tan pálido, tan fino, tan perfecto. Lo viste ladear su cabeza curioso por tu actitud, y sonrió. Y sí ya te parecía hermoso, sonriendo era un Dios.

¿Así eran los monstruos? ¿No se supone que tenían ojos rojos y dientes podridos? ¿Que la piel parecía putrefacta y verde? ¿Que tenían olor fétido? Este olía al amanecer. Sí, a una mañana fresca, al rocío sobre el césped, a las flores abriéndose con los rayos de sol. Parecía una figura etérea como la mañana.

 

—¿Qué...?—tragaste saliva—¿Quién... e-eres?

 

—Mi nombre es Saga y soy "el monstruo del bosque"—notaste el desprecio y la tristeza farfullar en su timbre de voz.

 

Era evidente cuanto le dolía ese calificativo y tú lo habías utilizado incluso hasta ese instante.

 

—Me llamo Aioros—sentiste la necesidad de presentarte, el miedo ya no formaba parte de tu ser, la criatura se veía demasiado perfecta para ser malvado.

 

Pero las apariencias siempre podían engañar ¿Acaso el diablo no tomaba formas sugerentes para convencer?

 

—Te ves cansado.

 

—Y tú no te ves como un monstruo—.No sabías porqué habías dicho eso, pero las palabras ya habían salido de tu boca, antes de que las pensaras.

 

Él no respondió, pero notaste como sus ojos se abrían asombrado. Te tranquilizó el hecho de que su sonrisa no había abandonado sus labios.

 

—No lo soy, ninguno de los dos lo somos.

 

—¿Los dos?

 

Claro, la otra voz. La que se quería comer a tu caballo. Diste un respingo al recordar al pobre animal perdido, ladeaste con brusquedad tu cabeza en todas direcciones. Él, una vez más, pareció interpretar tu consternación.

 

—Tu caballo está a salvo, tiene comida y agua para pasar la noche—hizo una pausa—; y sí, somos dos. Mi hermano gemelo y yo.

 

Gemelos. Un morboso pensamiento te surcó la consciencia, pensando en la dicha que tenía el mundo de contar con dos criaturas tan perfectamente iguales.

 

Si uno era hermoso, dos serían – a tu ver – la perfección.

—¿Y dónde está tu gemelo?

 

Recordaste lo que había dicho de que era su turno de "subir". Sentías una honda curiosidad por saber qué era "subir" pero no tenías la suficiente confianza, temías enfadarlo y que terminara por matarte.

 

—Él...—viste como vacilaba, como sus ojos cambiaban cargándose de frustración, viste en sus pupilas un dolor inmenso. Te impresionó al extremo la claridad con que reflejaba sus emociones a través de su mirada—. Él no regresará por el resto de la noche, pero vamos, está haciendo frío, te llevaré a nuestra casa, hay algo de comida y podrás ocupar una cama para descansar.

 

Asentiste tímidamente. La curiosidad creció conforme caminaban por el bosque. Ahora un camino que no habías visto nunca y que estabas seguro que no estaba antes, se abrió paso ante ustedes, las copas de los arboles dejaron de ser tan frondosas y la luna apareció inmensa sobre el cielo. Hacía frío y la claridad del cielo te deslumbró. Era maravilloso.

Tan así te absorbió su belleza, que no notaste cuando llegaron a una modesta casa de madera, no parecía muy grande, pero al menos sería un buen refugio para abrigarse del frío. Volviste a pensar en tu caballo, pero Saga te había dicho que estaba bien, y por esta vez, decidiste creerle.

Al ingresar notaste que era más pequeña de lo pensado. No tenía divisiones, siendo el cuarto de baño el único apartado. Las camas estaban ubicadas en el fondo una a cada lado de la ventana trasera, en el centro había una mesa con tres sillas y a un costado estaba un pequeño mechero a kerosene.

 

Y una pequeña duda se sumó a tu extensa curiosidad; ¿por qué había tres sillas, si sólo eran dos?

 

Saga se acercó al mechero y destapó una olla que había encima. Descubriste lo hambriento que estabas, cuando el delicioso aroma hizo contacto con tus nasales. Tus boca enseguida se llenó de saliva.

 

—Espero te agrade el guisado, Kanon lo ha dejado preparado para ambos, creo que estaba seguro de que llegarías.

 

Arqueaste tus cejas y la inquietud volvió a mellar en ti ¿qué significaba eso?

 

—Te vimos pasar por el bosque ayer—habló, interpretando la duda en tu rostro—; Kanon aseguró que no cruzarías el bosque antes del atardecer—sonrió algo divertido—al parecer tenía razón.

 

—Entonces, creo que debo agradecerle... Kanon, qué extraño nombre.

 

—Si, somos seres extraños después de todo—no supiste qué responder y él lo notó—.Había olvidado de decir su nombre.

 

—Descuida—Saga asintió y ya no dijiste más nada.

 

Tomo dos platos de una pequeña encimera, donde pudiste ver un tercero.

 

«Tres sillas. Tres platos» tomaste nota mental, era algo curioso. Tal vez vivía allí una tercera persona, aunque Saga haya dicho que sólo eran ellos dos. Dos platos ya esperaban en la mesa servidos y Saga ya ocupaba una de las sillas. Te observó con esa mirada destellante y cándida, donde nadaban en el estanque verdes de sus pupilas, la curiosidad por tu abstraimiento.

 

—Por favor—estiró su mano señalándote la silla opuesta—.No temas, Kanon cocina muy bien, no está envenenado o hecho con restos humanos, como suelen decir las leyendas.

 

Abriste tus ojos asombrado y un ligero rubor te cubrió las mejillas y parte de la nariz. En dos zancadas ya te hallabas en la silla que te había ofrecido.

 

—No quise dar esa impresión, no se me pasó por la cabeza pensar que pudieras envenenarme con la comida, pero...—hiciste una pausa cuando notaste que su semblante se relajaba y hundía la cuchara de madera dentro del plato extrayendo parte del guisado.

 

Observaste por más segundos de lo que sería razonable sus labios, tan finos y rosas. Lo imitaste y llevaste una porción de alimento a tu boca. Tus papilas te abofetearon cuando el sabor inundó toda tu cavidad. Estaba realmente exquisito, era el mejor guisado que hubieras probado en tu vida, o quizá y sólo te hallabas mortalmente hambriento. En el pueblo vecino no habían sido muy amables en ofrecerte algo para el viaje. Recordaste con pesar como prácticamente te echaron de sus tierras, no les interesabas en lo absoluto.

 

—¿Pero...?—respingaste al escuchar nuevamente su voz. Otra vez te habías distraído con tus cavilaciones.

 

—Es simple curiosidad, pero ¿Vive alguienmás a parte de ustedes dos aquí?

 

Saga no te respondió de inmediato, su rostro tampoco te dijo mucho, sólo tu observaba, mientras tragaba la última cucharada de guisado.

 

—No—dijo serio y podías jurar, triste—;sólo somos Kanon y yo.

 

—¿Por qué hay tres sillas entonces?—la curiosidad pudo contigo. Saga se encogió de hombros.

 

—Para los invitados.

 

Enmudeciste. Era una respuesta lógica, pero te supo trágicamente desgarradora ¿quién quisiera ser huésped de los monstruos del bosque? Desde que podías recordar te habían narrado infinidad de historias sobre el bosque y sus habitantes, de los monstruos come hombres y las criaturas que podían volverte loco con tan sólo mirarlas. El bosque era un lugar de transito, nadie deseaba quedarse, nadie deseaba adentrarse y perderse dentro de su misteriosa vegetación. Tus ojos parecieron humedecerse al imaginar la terrible soledad que debían sentir. ¿Por qué vivían allí?

Saga levantó los trastes y los dejó sobre la pequeña encimera.

 

—Mañana Kanon recogerá agua para lavarlos—no respondiste—.Esa es su cama—señaló la que se ubicaba a la izquierda de la ventana—Puedes dormir en ella, mañana si gustas Kanon te guiará para que salgas con facilidad del bosque.

 

Kanon había cocinado. Kanon lavaría en la mañana los platos. Kanon te acompañaría a la salida.

 

—¿Y tú?—Saga te observó mientras se sentaba en su cama, te sentiste nervioso por su mirada, una nueva, parecía hastiado—¿Dónde estarás?

 

—Eso no importa, ¿quieres irte, no es así?—asentiste no muy convencido—; Kanon es quien conoce el bosque mejor que nadie durante el día.

 

Durante el día.

 

—Necesito usar el baño.

 

—Es el pequeño cuarto que está afuera—Te incorporaste de la silla he ibas a abrir la puerta cuando habló nuevamente—No te alejes de la casa.

 

Asentiste.

 

**

 

Te removiste agitado dentro de las sabanas, sentías otras pieles,olores difusos que te traían recuerdos de lugares agradables, como el rocío de la mañana o la helada de la noche. Te sentías sofocado, ahogado entre bebidas que sabían a mango y tuna y que eran vertidas en tu boca a través de otro labios... casi podías escucharte gemir, las pieles eran etéreas, tan luminosas que te lastimaban los ojos. Sentiste el placer inconmensurable de una penetración antes de despertarte de un salto gritando por el sueño.

Te costo enfocar tu entorno, todo era brumoso, luego comprendiste que se debía a la capa de sudor sobre tus ojos. Cuando recuperaste tu respiración normal, recordaste que te hallabas en la cabaña del bosque. Giraste tu cabeza hacia tu derecha y casi te atragantas con tu grito, de la impresión que te dio ver a Saga observándote, sentado al filo de su cama.

 

—¿Te encuentras bien?—su voz te pareció más rasposa.

 

—Creo que tuve una pesadilla—dijiste mientras limpiabas con tu brazo el sudor de tu rostro.

 

Algo dentro de ti se agitó, ante sus brillantes ojos y la ladina sonrisa que ahora portaba.

 

—No parecía ser una pesadilla—comentó y el calor se apoderó de tu cuerpo por completo.

 

Te sonrojaste furiosamente y desviaste la mirada enseguida. En verdad no recordabas mucho, sólo el placer que sí lo sentías vivo y vibrante en tu bajo vientre.

 

—Ya va a amanecer—comentó, tal vez queriendo restarle importancia a tu insipiente erección. Te morías de vergüenza.—Kanon pronto regresará y yo tendré que salir.

 

Tu rostro se endureció, olvidándote del incidente anterior. Lo observaste en silencio, aguardando tal vez una explicación a lo que acababa de decir, pero no la recibiste.

 

—¿Por qué debes irte?

 

—Es nuestro trabajo, el custodia de noche y yo de día...

 

Los primeros rayos comenzaron a entrar por la ventana, giraste para observar a través del vidrio por unos instantes, para cuando volteaste, Saga ya no se hallaba en la casa.

 

Escuchaste voces en el exterior, reconociste a Saga y la voz de anoche, debía ser Kanon.

 

¿Cómo sería él? Saga dijo que eran gemelos, pero... Cuando te disponías a averiguarlo, la puerta se abrió. El nuevo individuo te recibió con una sonrisa retorcida, amplia y si tu mente no imaginaba el resto (debido a tus sueños húmedos) jurarías que estaba cargada de lujuria.

No era como Saga. Eso lo notaste enseguida. Si estaba lo increiblemente idéntico de sus rostros, las facciones eran iguales en ambos, hasta el color de sus ojos, tan verdes como una esmeralda recién pulida. Pero Kanon no llevaba el cabello rubio, lo tenía de un curioso azul, el color que llevan las aguas del mar cuando se agitan.

 

—Hola—saludó. Su voz era atrevida, sensual.

 

—Hola—respondiste—.Saga me ha dicho que me acompañarías hacia la salida del bosque—.Hablaste con atropello.

 

Él arqueo una ceja y su ceño se frunció. Parecía molesto de repente, borrando ipso facto la sonrisa de sus labios.

 

—¿Saga dijo eso?—asentiste asustado.—Supongo que no te dijo que nos debías un favor antes de liberarte... En todo caso, si hubiera querido mostrarte la salida, lo habría hecho él mismo, Saga es quien conoce mejor que nadie el bosque durante la noche.

 

Durante la noche.

 

Enfatizó la última palabra y te llegó como un balde de agua helada en una mañana de invierno, hizo que todo tu cuerpo se colocara en alerta. Su mirada estaba fija en ti, casi sentías como quemaba. No te moviste, sentías que de hacerlo, saltaría sobre ti para destriparte y echar tus entrañas a la olla donde cocinaría su almuerzo. Moviste tus ojos hacia la puerta y luego hacia Kanon, no tenías la más mínima oportunidad de escapar, él estaba entre tú y la salida. Sudaste y tragaste con pesadez, por primera vez desde que llegaste a la cabaña te sentiste un rehén. Y te reprochaste el ser tan inocente al creer en ellos. Por qué otra razón serían amables contigo, si no es para utilizarte después. Temiste en verdad por tu vida ¿qué clase de favor era el que necesitaban de ti?

 

Juntaste valor y hablarte;

 

—No mencionó nada.

 

Kanon suspiró, pero sorpresivamente su expresión se relajó un poco. Dio unos pasos provocando que tu cuerpo se tensara aún más. Kanon arrastró una silla - la que no habían utilizado en la noche - y se dejó caer en ella, parecía cansado, recargó la cabeza sobre el respaldar y dio otro largo suspiro antes de observarte nuevamente. Te ponía incomodo de mil maneras que no entendías, su mirada era tan penetrante, que sentías como escarbaba hasta el lugar más recóndito de tu alma.

 

—Eres muy ingenuo si confiaste en dos monstruos—temblaste—; me gustaría enseñarte el camino, pero el bosque no te otorgara la salida, no con el miedo que llevas encima. No es un bosque ordinario.

 

—Eso ya pude comprobarlo muy bien—dijiste algo más calmado.

 

—Las personas piensan que somos nosotros quienes aterramos o asesinamos a los viajantes, pero es su propio miedo... a ti te hubiera pasado lo mismo, de no ser por nosotros.

 

—¿Por qué viven aquí?—te atreviste a preguntar por fin, y es que la curiosidad era muy fuerte. No entendías cómo dos personas que no aparentaban ser anormales, vivieran en tan espantoso lugar.

 

Kanon te observó, tan agudamente, parecía debatirse entre contarte o no. Estaba estudiándote, de eso estabas seguro.

 

—Porque una bruja nos maldijo... hace muchos años, más de los que te puedas imaginar...

 

—Y puedo preguntar porqué los maldijo...

 

Caminaste y te ubicaste a su lado, tomaste el asiento que te había ofrecido Saga la noche anterior. Kanon observó ese gesto y sonrió, tenías la sensación de que no podías tocar nada que no se te sea ofrecido.

 

—Saga y yo eramos dos guerreros que peleaban al frente de un gran reino—sus ojos dejaron de observarte y se perdieron en algún punto, te acercaste, querías escucharlo—; eramos tan jóvenes e ingenuos, un día nos enviaron a reconocer un territorio donde se supone había estado el castillo de una bruja muy poderosa, nuestra misión era recuperar un cetro que pertenecía a nuestra Reina y que había sido robado mucho tiempo atrás. Lo hicimos, no tuvimos inconvenientes y estábamos a punto de regresar con toda la gloria, hasta que la condenada bruja nos halló.

 

—¿Y que sucedió?—Kanon te observó, seguía dibujando en sus labios una tenue sonrisa y tú te ruborizaste cuando se acercó un poco más a ti.

 

—Luchamos, nunca creí que emplearía toda mis fuerzas en vencer a una mujer, pero era realmente poderosa, al final fue Saga quien la asesinó, pero ella antes y sin que pudiéramos siquiera evitarlo, lanzó una maldición hacia Saga, yo no quería que cargara con toda la culpa, ambos la habíamos enfrentado al fin y al cabo, entonces le rogué que me maldijera también... somos gemelos, pero también eramos hermanos de armas, si uno caía, ambos lo haríamos.—Se mantuvo en silencio un momento y en realidad no querías interrumpir sus pensamientos, toda esa historia te parecía tan fantástica como triste—. No me has dicho tu nombre—dijo de repente haciendo que respingaras un poco.

 

—¡Aioros!... me llamo Aioros, pensé que Saga...

 

—No, con Saga no tenemos muchos minutos para hablar, sólo me dijo que no te asustara.

 

—¿En qué consistió esa maldición?—algo dentro tuyo se contrajo al imaginarte en su situación.

 

—Saga y yo fuimos maldecidos para nunca más estar juntos... es algo difícil de entender, y parece ridículo, pero Saga representa el día y yo la noche, los únicos momentos en que coincidimos son al amanecer y atardecer, cuando el día y la noche se juntan.

 

—Pero... tú estás aquí...—te costaba horrores formular pregunta alguna. Sentías una angustia enorme.

 

—Si lo estoy—dijo, comprendiendo lo que intentabas decir—durante el día soy tan mortal como cualquier persona, es cuando el sol se oculta cuando me transformo y subo al firmamento.

 

—¿Y qué sucederá si uno de los dos...muriese?

 

—El otro morirá también, y fin de todo... Saga lo ha intentado—el dolor se coló entre sus palabras quebrándole la voz—, pero no se lo permití, no se lo perdonaría jamás. No le daré el gusto a esa bruja maldita.

 

—Es... triste.

 

Tus ojos parecieron reflejar la tristeza que desde adentro comenzaba a herirte. Tragaste saliva y tu vista se clavó en algún punto sobre la pequeña mesa, tu pecho se contrajo al imaginar toda esa fantástica historia que acababa de narrarte. Era tan irreal… pero le creías. En verdad creíste en ellos dos, en su sufrimiento, en la tortura de pasar años con ese castigo, y la amargura te cubrió los sentidos imaginándote en su lugar. Con la condena de pasar el resto de tu vida sin poder ver a tu hermano, sin compartir una tarde, un día de invierno jugado en la nieve, peleando por quien comía el ultimo pedazo de pastel… Lo viste. Tu mente inmediatamente trajo a ti la imagen de Aioria, de tu pequeño hermano, el único ser que te importaba en la Tierra.

 

Aunque él tampoco quisiera saber de ti… La amargura terminó por consumirte al recordar el odio que el pueblo levantaba sobre ti.

 

—¡Oye! No pongas esa cara.

 

—Estaba pensando en mi hermano, en qué sentiría al no poder compartir con él más que unos minutos al día—dijiste con un tono de voz que delataba tu pesar.

 

—Hay familias que pasan años sin verse… pero no debe ser tu caso, seguramente tienes un buen vínculo con tu hermano.

 

Sonreíste con desgano, recordarlo hería tu alma.

 

—En realidad, Aioria me odia… como todos en el pueblo. —Kanon no ocultó su expresión de asombro al escucharte, pero guardó silencio esperando que tú seas el que decida contar el resto. —Hace algunos años provoqué un accidente en el que la hija del Comandante del pueblo falleció—tu rostro se ensombreció al hablar y bajaste la mirada perdido en ese recuerdo doloroso—, no fue mi intensión claramente, yo estaba practicando con mi arco en la cercanía del bosque, donde no había gente, nunca noté cuando la niña apareció, cuando pude percatarme de su presencia ya era demasiado tarde, ni siquiera mi grito pudo alertarla a tiempo, la flecha le atravesó el corazón…

 

Kanon aguardó unos momentos para volver a hablar.

 

—Los accidentes ocurren, tu pueblo no debió condenarte por ello—Tenía el rostro ligeramente contraído, estaba claro que tu historia le había perturbado, pero él era un hombre que había presenciado demasiadas muertes y sabía reconocer a la perfección cuando alguien estaba genuinamente arrepentido.

 

—Hubo personas que me apoyaron, que comprendieron a pesar de todo que no había sido mi culpa, pero el Comandante es un hombre muy influyente y esparció sobre el pueblo un rumor que terminó por condenarme, después de ello, todos me dieron la espalda, hasta mi hermano… el único que ha tratado deayudarme es el Sacerdote Shion.

 

—Debió ser algo muy grave. —alzaste la vista clavando tus azules ojos en los verdes del otro.

 

No. No te parecía grave, nunca creíste que tu pueblo te condenara por sentir eso. Suspiraste desganado, harto de tanto dolor, y una imperceptible sonrisa se dibujó en tus labios, lánguida y derrotista. Habías creído que ellos sufrían, pero tú no estabas lejos de sentirte de la misma manera; resignado.

 

—No lo pienso así, pero si fue verdad…

 

Kanon volvió a abrir sus ojos, sorprendido, en ese momento te pareció tan increíblemente idéntico a Saga, con sus facciones más dóciles y preocupadas, sus ojos mantenían esa chispa de audacia, pero en el fondo sentías que no era una persona de temer. Sentiste un genuina fascinación por lo fácil que te resultaba el abrirte a esas personas, sentías que podías contarles tu vida entera.

 

—Si tu pueblo te odia por ser autentico, entonces ellos no te merecen. No te incomodaré preguntándote qué fue aquello que hiciste para desatar el odio en tu pueblo, pero me interesa saber si esa verdad a ti te hace feliz.

 

Ahora fue tu turno de sorprenderte, tu cuerpo se tensó por un momento al escuchar eso último. Nunca te pusiste a pensar qué era la felicidad para ti realmente. Claro que Aioria era parte importante de tu felicidad, pero ¿qué más? ¿Qué te provocaba sonreír? ¿Qué hace que tu corazón palpite fuertemente? Y te diste cuenta de que no tenías la más absoluta idea.

 

—No lo sé, pues nunca pude… experimentarlo—Desviaste un poco la mirada mientras tomabas fuerzas ¿debías preguntar? tus ojos viajaron por toda la casa, en tu mente pasaron las imágenes de todo lo que había acontecido en tu vida últimamente, desde la noche en que te confesaste a tu mejor amigo hasta ese preciso momento donde. Otro suspiro se escapó de tus labios—¿Es tan grave amar?

 

—¿Eh?. —Kanon alzó una ceja y te observó curioso una tenue mancha en sus mejillas te dieron cuenta de que se había sonrojado.

 

—Eso. Amar... ¿es malo amar?

 

—Es una pregunta estúpida—dijo y te sobresaltaste—; no tiene absolutamente nada de malo.

 

—Yo...—tus mejillas se tornaron rojas y tartamudeaste nervioso, era la primera vez desde aquel episodio, que lo dirías en voz alta—me enamoré de mi mejor amigo... o eso creí.

 

Kanon no dijo nada, aguardando por que la vergüenza que sentías en ese momento se esfumara. Pero sonreía, y el brillo de fascinación en sus ojos despertó en ti intriga. Al parecer te daba la pauta para que siguieras hablando. Y eso hiciste.

 

—Mis padres fallecieron cuando Aioria apenas era un bebé, desde entonces hemos vivido en el hogar de la Iglesia al cuidado del Sacerdote Shion. También había otros niños huérfanos como nosotros, somos educados y criados muy bien, pero también entrenados para formar parte del ejercito del pueblo, es por ello que desde niño practico con el arco...

 

—Así que eres un soldado como nosotros lo fuimos... es increíble.—Sonreíste, te sentiste extrañamente contento al tener toda su atención.

 

—Sí, y fue en los entrenamientos que conocí a Shura, él tomaba clases de espada, y solíamos entrenar a menudo juntos... el tiempo y el destino quiso que nos volviéramos muy unidos—una tenue sonrisa surcó tu rostro, después de todo, aún lo estimabas—; él es un chico solitario es por eso que siempre estaba junto a mí y Aioria.

 

Kanon se incorporó de su lugar en busca de algo, cuando regresó notaste que traía consigo dos vasos con lo que parecía leche.

 

—Disculpa, no has desayunado nada, bebe, es fresca—sin esperarte vació el contenido de su vaso de un solo trago.

 

Tomaste el tuyo y lo llevaste a tus labios saboreando su sabor.

 

—Gracias, es muy rica.

 

—Continua—asentiste y te apresuraste a terminar tu vaso.

 

—No hay mucho más que decir, mi vida era muy estructurada, estudiaba por la mañana, practicaba por las tardes y el resto del día lo tenia libre para disfrutar de otras cosas... eso fue hasta que sucedió el accidente, me encarcelaron y maltrataron hasta que por intervención del Sacerdote pude salir... mi grupo al final se redujo a mi hermano y Shura, fue su apoyo el que me salvó, pero luego todo fue caos—agachaste tu mirada, ensombrecida y triste.

 

La tranquilidad de un joven puede perturbarse fácilmente, puede corromperse y destruirse. Lo sabes, los sentimientos son volátiles, y el espíritu que llevas dentro termina por quebrarse, produciendo astillas que hieren tu cuerpo, tu alma y corazón. Y no es el odio, no es el abandono, ni tan siquiera es el dolor en sí mismo.

 

Es el rechazo. Es el olvido de lo vivido, es la negación de su amistad y su cariño.

 

Es la soledad que te orilla a derramar esas lágrimas. Porque sí, estas llorando, en silencio, hundiendo tu rostro para que el otro no pueda verlas. Pero Kanon las ve, las escucha a pesar de su silencio... y las limpia.

 

—Tu pueblo te condenó por amar a otro hombre... tu pueblo es quien debería ser condenado.—Tal vez era la necesidad de que te comprendieran, o la imperiosa necesidad de sentir nuevamente el calor humano de un abrazo, quizá y una combinación de ambas, pero te pegaste a su cuerpo para calmar a tu alma atormentada.

 

—No me interesa lo que ellos puedan opinar, pero el que mi hermano me rechazara, y que Shura me diera la espalda... decidí que lucharía por sacarme esos insanos pensamientos...

 

—Dime algo Aioros...—Levantaste tu rostro a escasos centímetros de Kanon—¿No deseas comenzar de nuevo? ¿No deseas ser libre de sentir?

 

permaneciste estático por segundos, minutos, en verdad no supiste decir si fueron horas, pero al final asentiste. Lo deseabas realmente.

 

—Sí.

 

—Entonces, quédate aquí, y vive junto a nosotros...

 

Dejar todo atrás. ¿Por qué no?

 

Notas finales:

Y, ¿qué les pareció?

Espero que no haya estado muy aburrido y que se haya dejado leer xD

Sin más será hasta el próximo capítulo. Gracias por leer.

Por cierto si a alguien le interesa leer sobre Milo Los, les dejo el fic que estoy escribiendo de ella Guerrera Única


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