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En el ático por Satanic Cotton

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Notas del fanfic:

 Publicado originalmente en Fanfiction. Traducción. Obra original de AndersAndrew.

En un ático, uno puede encontrar muchas cosas.

Cuando el muchacho levanta la escotilla, descubre un mundo mágico. La fría luz de aquel día de Octubre llega hasta el tragaluz y hace brillar las partículas de polvo que flotan en el aire. El suelo de láminas de madera brilla con una capa gris de espesor y las botas dejan una marca entre las tablas con cada paso.

El niño estornuda; la puerta se cierra en un chasquido seco, pero poco ruidoso, sofocado por el ambiente silencioso del lugar.

Se limpia la nariz con la manga de su suéter a rayas; ropas pobres que probablemente han visto días mejores. Está todo deshilachado en los extremos, como si un gato hubiese pasado por allí.

Sus dedos están cubiertos con pequeñas marcas de mordeduras. Se muerde las uñas, y cuando termina, se encuentra masticando la delicada piel de sus articulaciones; se trata de un comportamiento dictado por el estrés, y lo sabe. También sabe que era una tontería hacer eso, se estaba haciendo daño. Pero no podía evitarlo. Los derivados, como los videojuegos, no son suficientes para él ahora.

El ático del orfanato es un lugar de contrastes. La sombra del muchacho es desproporcionada entre los troncos colocados aquí y allá. Hay telas antiguas, juguetes rotos almacenados, a la espera de un retorno hipotético de los niños desafortunados, para calmar y secar las lágrimas en sus mejillas.

Hay sillas viejas, y escritorios cuya utilidad se ha convertido en ser un depósito de excrementos de aves.

El ático cruje, y el muchacho se estremece ante la idea de que tal vez se escondan algunos murciélagos. En el exterior, puede oír los gritos y risas de otros niños.

Ellos todavía ignoran lo que pasa.

Matt lo sabe.

El ático es casi como un refugio. Nadie hace preguntas, nadie le quita un paquete de cigarrillos escondidos debajo de la almohada.

Nadie le pregunta dónde está Mello.

¿Por qué no estaba con él? Nadie se ríe, nadie hace comentarios sarcásticos sobre la actitud del perro pelirrojo.

No, no.

Ahí sólo hay aire cargado de polvo y el ruido lejano del exterior.

Finalmente avanza elevando sus manos huesudas hasta la tapa de un maletero, dejando al descubierto una serie de objetos abandonados. Encuentra entre otras muchas prendas, piezas de ropa, residuos de personalidades que se disuelven lentamente a medida que el tiempo pasa, y ya que la humedad se filtra en su malla, se pudren las fibras que las constituyen, aunque como muchas, estén diseñadas para retener un poco de sus propietarios.

Matt entierra la nariz en busca de un olor familiar, pero no hay nada: simplemente algodón marchito por años y polillas.

El muchacho se sienta en el suelo.

Paciente, comienza a arrancar tranzados de tela metódicamente. Se concentra en su tarea de una manera un poco escalofriante, como todos los niños superdotados de la Wammy's House. Siempre meticuloso, no deja nada al azar.

Matt no lo podía soportar.

Mello era su único universo.

El día anterior, Roger, director del instituto, había llamado a Near y Mello a su oficina. Se dijeron cosas, cosas que Matt sólo podía odiar, ya que provocaron la salida de Mello. Matt sólo tenía trece años. Pero a él le gustaría saber más.

(Las respuestas surgieron inevitablemente cuando se dio cuenta de la falta de Mello.)

Esos idiotas todavía no lo entendían.

Entonces Matt termina su cuerda y fabrica una horca.

Afortunadamente está bastante desgarbada. No tendrá problemas para conectarla a la viga, de pie sobre las sillas almacenadas allí.

No se detiene y sus movimientos son precisos.

Ya ha visto y revisado la escena en sus sueños, siempre y cuando su mente se llenase de píxeles vaciados de toda la realidad, eliminando sus verdades incómodas (como Mello).

Como aquella ropa con hedor de moho y los juguetes dañados... era sólo un objeto inútil que no tenía camino a seguir. ¿Dónde iría ahora? ¿Cómo caminaría? No puede recordar la primera vez que se puso de pie. ¿Era tan difícil? En la actualidad, sólo flotaba. Sin Mello, no avanzaba. Se arrastraba.

Sus pies golpean patadas en el aire. Un agrietamiento le dice que la silla se rompió cuando él violentamente se posó sobre ella, después de poner en la cabeza pelirroja en el círculo formado por la cuerda improvisada.

Él está feliz de terminar sus días en un lugar como ese. Parece un lugar sagrado. Era mucho mejor que la iglesia donde fingía rezar los Domingos.

Entonces los pequeños días de sol se acaban. Todo está muerto.

Otra grieta. Hay mariposas negras bailando en su campo de visión cuando se le corta el oxígeno.

Su cerebro acumula pensamientos incoherentes, como si se apresurara a soñar con lo que él hubiera querido lograr antes del final inevitable. De repente, un shock. Pero nada se siente.

La cuerda se rompe y el destino con ella.

Y Mello, con ojos sombríos, observa. Porque volvió a por él.

Sólo por él.


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