Esa noche había sido francamente rutinaria. Kakashi había llegado a su casa a la misma hora y comenzó con la misma rutina. Ruidos de televisión de fondo para aminorar el silencio del lugar, estrujante y pesado. Se quitó la corbata y dejó el maletín sobre la mesa, rememora un poco lo que hay en la alacena y lo que tiene ganas de preparar. Todo es la misma rutina de hombre soltero y solitario de siempre o por lo menos así pretendía ser hasta que el golpe en su puerta resonó en sus oídos.
Fueron golpes apresurados y suaves al mismo tiempo, inquietantes hasta cierto punto. Hatake se aproxima a la puerta y la abre con normalidad, frunce el ceño levemente al no encontrar a nadie y piensa que es una broma hasta que baja la mirada a la canasta enfrente de su puerta. Siempre ha sido una persona bastante imperturbable, pero francamente en ese momento no sabe cómo reaccionar. Hay un bulto rosa con los ojos cerrados y una pequeña mata de pelo que claramente es gris envuelto en una manta blanca. Pestañea intentando salir del shock, entonces el bulto abre los ojos y tiene que sostenerse del pomo de la puerta para no caer. Sin duda era una noche rutinaria hasta que ese bebé apareció enfrente de su casa.
Kakashi jaló la canasta dentro de su casa porque fue lo único que encontró conveniente por hacer. Sentía la sangre corriendo por su cabeza, las sienes le palpitaban y seguía sin poder dar crédito a lo que veía. Esa bola rosa solo estaba ahí dentro de la canasta aparentemente tranquilo babeando todo. Ni siquiera sabía si era niño o niña, pero eso era lo que menos le podía importar en esos momentos. No tenía la menor idea de qué hacer porque la verdad lo primero al ver los ojos adormilados del bebé fue recordar lo qué hizo. Hatake casi nunca tenía sexo a excepción de esa fecha en la que se emborrachaba y se acostaba con alguna persona, esa fecha que había sido hace unos nueve meses. El dolor de cabeza aumentó.
Paso las manos por su cabello desordenándolo con frustración, debía calmarse y pedir algo de ayuda, pero no sabía a quién. No era una persona que contara con muchos amigos y al único que le tenía confianza sabía que no era una buena opción decirle. Definitivamente Gai no era una opción, lo que menos quería en esos momentos era un escándalo. Además, todavía no estaba asegurado que ese bebé fuera suyo. Joder… ¿qué tan borracho debió haber estado ese día? Ni siquiera recuerda muy bien el rostro de la chica con la que se había acostado, mucho menos su nombre. Negó con la cabeza y tomo el celular de la mesa. En ese momento solo podía llamar a una persona.
Tragó grueso al escuchar el timbre resonando, su boca se encontraba increíblemente amarga-. Padre-llamo apenas escucho como el celular era contestado-. ¿Puedes venir a mi casa ahora?
-Estaré ahí dentro de media hora-Sakumo informó con rapidez, debía ser de suma importancia para que Kakashi lo llamara.
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Sakumo apenas tuvo que tocar un par de veces para que la puerta se abriera revelando a un increíblemente pálido Kakashi-. ¿Qué pasa?-preguntó entrando a la casa del menor.
Kakashi vaciló un poco, no tenía ni la menor idea de cómo explicarle esa situación tan extraña; sin embargo, no tuvo que decir mucho cuando un llanto proveniente de la sala empezó a escucharse. El mayor de los Hatake se dirigió al lugar para encontrarse a un bebé llorando en una canasta, Kakashi no había sido capaz de hacer algo con el bebé desde que lo había puesto en ese lugar. El mayor sonrió un poco cuando vio al bebé, se inclinó para cargarlo y empezar a mecerlo para calmar un poco el llanto.
-Lo dejaron en mi puerta-murmuró el menor.
Sakumo le dio un vistazo al bebé en sus brazos y fue como una especie de deja vú-. Eso no es precisamente lo que te preocupa, ¿no? -Kakashi guardo silencio así que el hombre mayor siguió hablando-. Es una copia tuya de cuando eras bebé-añadió con simpleza acariciando la mejilla roja por el reciente llanto.
Kakashi solo atino a pasarse una mano por el cabello-.Yo…
-Deberías hacerte una prueba de paternidad para estar completamente seguro porque si tienes esa mirada de duda es porque tú también crees que es posible-Sakumo vio de reojo a su hijo mientras seguía cargando al bebé en sus brazos.
El Hatake menor asintió levemente, tal vez algo contrariado porque su padre no parecía recriminarle nada hasta parecía disfrutar un poco de cargar a esa cosa rosa. No es que fuera un adolescente de cualquier forma, ya tenía 29 años y tenía un trabajo bastante bueno en realidad; pero de cualquier forma Kakashi nunca quiso un bebé, nunca se lo había planteado en su vida. Tal vez podía sonar algo egoísta, pero esperaba que fuera una equivocación. Y si no era así no tenía la menor idea de qué hacer.
-Kakashi, ve a la tienda a comprar algunas cosas de bebé por el momento. Mañana en la mañana te harás los estudios, pero como un consejo de padre-Sakumo le dio una leve sonrisa-. Los bebés pueden hacer mucho en una sola noche.
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Tenía la cabeza apoyada con algo de pereza en la ventana del automóvil. No tenía muchas ganas de regresar a Konoha, pero tenía que hacerse cargo de ese proyecto que por desgracia duraría como un año. Paso una mano por su cabello pelinegro con algo de frustración, ese lugar le traía malos recuerdos, toco el parche en su ojo izquierdo con algo de amargura para después dejar salir un suspiro.
-Señor Uchiha, llegamos a su edificio-Obito asintió distraídamente y se bajó del auto.
-Gracias por traerme-el chofer asintió y arrancó de nuevo.
Obito se encaminó al edificio con algo de aburrimiento, había tenido una cena ese día con la familia de Fugaku y no había ido tan mal en realidad. Obito estaba casi seguro que Madara debió habérselo pedido a Fugaku.
Antes de darse cuenta ya estaba en su departamento en ese edificio, no era tan lujoso como se podía esperar de un Uchiha, pero Obito no era así. No iba a negar que lo orgulloso y testarudo si le tenía en los genes, incluso su carácter algo amargo se parecía al de su familia… Poniéndolo así tal vez lo único que lo distinguía de un Uchiha normal es que no era tan ostentoso. Pero él antes no era así… Negó con la cabeza, se quitó el saco y abrió los botones de la camisa blanca que llevaba puesta. Se dejó caer en un sofá y empezó a revisar unos documentos.
-¡Obito, sal de ahí!-un grito y el fuego sofocándole. Estallidos y más estallidos, humo y alguien siguiéndole de cerca. El ojo izquierdo le duele como el mismo demonio, pero no puede irse de ahí, no puede.
-¡Ya la vi!-grita a la persona que lo está acompañando en ese infierno. Otra explosión más y todo se distorsiona.
Obito se despierta por los rayos del sol y se muerde el labio frustrado. En verdad que Konoha le trae malos recuerdos.