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La sabiduría en las gotas de lluvia por Syarehn

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Notas del fanfic:

Hola, hola, amado mundo. ¡Feliz día!

He aquí otro monstrito que forma parte del «Mes AoKi: Segunda Edición». La canción de hoy es All of me de John Legend

Sé que el título es gigantesco, iba a hacerlo en inglés pero… Nah, me gusta demasiado mi idioma aunque lo escriba con la patas y lo hablé aún peor~ 

LA SABIDURÍA EN LAS GOTAS DE LLUVIA

. »« .

.

 

“Las cartas están sobre la mesa. Ambos estamos mostrando nuestros corazones, arriesgando todo aunque sea difícil.”

.

All of me  de John Legend

 

.

Al perecer el clima se había coordinado con su estado de ánimo; el cielo era y gris pero la lluvia ya había pasado, al igual que las lágrimas. Ahora no le importaba mojar sus botas Gucci al pasar con desgano por las calles inundas.

El frío le dolía en el rostro y en las manos, sus ojos ya irritados escocían más al parpadear y el abrigo que portaba no ayudaba con eso, aunque tampoco podía culpar a la prenda; no estaba diseñada para eso, ni para evitar la gelidez emocional.

Siempre supo que aquella relación tendría un final desastroso, lo vio venir desde antes de comenzar y no es que tuviera grandes dotes de adivino o una aguda intuición, era que todo había comenzado tan rápido y de forma tan intensa que fue como entrar corriendo a campo abierto, uno muy verde y hermoso que lo acogió con calidez. Pero era un campo minado.

Y él no era ingenuo, sabía de sobra que nada podía ser tan simple y bello sólo porque sí, sin embargo, quien no arriesga no gana, ¿verdad?

Inició sabiendo que aquel paseo tendría un final amargo, lo que no previó fue qué tan doloroso sería. Es más, ni siquiera pasó por su cabeza que a veces pierdes mucho más de lo que apuestas e incluso mucho más de lo que se supone que ganarías.

—Qué estúpido. Qué ingenuo —murmuró para sí.

No obstante, no todo había sido desgracia y dolor. Él le había enseñado mucho y habían vivido tantas cosas juntos que después de tantos años llegó a pensar que de verdad había un sentimiento que los unía y que era inquebrantable. Entonces la primera mina explotó. Pero Kise no era de los que se amedrentaba fácilmente y siguió adelante. Sin embargo, tras la primera explosión llegó la segunda, la tercera, la décima…, hasta que fueron imparables. Al final, las diferencias y la costumbre pudieron más. Las tentaciones y la falta de compromiso demostraron que en realidad no había futuro, al menos no de la mano.

Todo estalló colapsando bajo sus pies, asesinando sentimientos, sueños y parte de sí mismo. De aquel hermoso campo sólo quedó el recuerdo, uno con el que no sabía qué hacer porque dolía como el infierno.

Y con todo y ese dolor, Kise estaba determinado a mirar al frente. O al menos eso se dijo antes de tomar su abrigo y la billetera para salir de su autoconfinamiento sólo para darse cuenta de que afuera, en el mundo real, tan lejos de su destrozado campo, también llovía.

Las gotas que aún resbalaban de los techos y de los árboles emprendieron una descuidada caída libre sobre su rostro y cabello. Se sobresaltó cuando éstas comenzaron a susurrarle pero dejó que a final de cuentas era su depresión hablando ¿no?

«Todo estará bien» decían. Escurriendo por su piel y su ropa.

«El dolor es tan potente y devastador como una tormenta, pero se irá y sólo dejará ligeras reminiscencias de lo que fue». Le murmuraban

«Una tormenta siempre es necesaria para limpiar los destrozos». Sus acuosas y acompasadas vocecillas lo acariciaban con suavidad.  

—¿También se llevará las minas? —preguntó Kise al cruzar la calle.

«Siempre habrá minas. Son inevitables, pero que ahora sabes cómo evadirlas, cómo superarlas de mejor manera. No eres estúpido o iluso, el dolor es sólo parte de la vida. Enfréntalo».  

Las gotas parecían sabías y Kise prestó atención a sus palabras cuando le explicaron que los árboles que sembraron en aquel antiguo campo eran débiles porque el cariño no da para más y que las raíces de costumbre son frágiles y superficiales. Dijeron que, aunque sus frutos eran ridículamente dulces, la pasión nunca saciaría su hambre. Acusaron a sus flores de ser quebradizas porque habían sido sembradas con las semillas que deja el miedo a la soledad.

«No era amor» dijo la gota que se desprendió de un cerezo para caer en su mejilla.  

Kise se detuvo en seco, indignado.

—¿Qué no lo amaba? ¿Eso creen? —farfulló, arrastrando las palabras—. ¿¡Si no lo amaba por qué carajo duele tanto!?

 «Porque hay miles de sentimientos profundos que no tienen nombre. Sentimientos que no necesariamente son ‘el amor’ pero que se parecen demasiado» aclaró otra.

—Sea lo que sea no quiero volver a sentirlo jamás —bufó molesto.

«¡Y eso que no has vivido nada! Ese campo es una fase, una prueba. Hay más, mucho más».

Pero Kise ya no quería escucharlas. Buscó con la mirada cómo alejarse de la lluvia y su líquida y molesta necedad hasta que halló una cafetería a unos cuantos pasos. Un café no le vendría mal.

«¡No te comportes como un niño!» Le reprendió otra gota al notar sus intenciones. Y cayó sin delicadeza sobre su ojo.

—¡Auch!

«Sabes que él no era el correcto ¡Lo sabes! ¡Siempre lo supiste!»

—¡Maldición, yo sólo quería enamorarme! —Les contestó en su mente—. Enamorarme de verdad. —Esta vez su voz escapó en un suave murmullo.

Tan sólo había querido encontrar en él a un compañero, a un amigo, un amante; todo lo que se supone que una pareja debe ser. Quería amar y darlo todo sabiendo que sería correspondido. Simplemente quería corroborar la veracidad del mito del “amor verdadero”. Pero quizá sólo buscaba una quimera y el mito era justo eso, un simple mito. Una estúpida leyenda infundada creada para los cuentos infantiles.

«Tonto». Le dijo una gota con molestia, cayendo con fuerza sobre su cabeza. «¿En verdad creíste que el camino hacia el amor es fácil, que se da con la primer persona que siembre contigo un lindo campo? ¡Muchos mueren sin haberlo encontrado! ¡Otros viven estancados, aturdidos entre las minas! ¡Debes llorar, sufrir y levantarte si quieres encontrarlo!... Si quieres disfrutarlo».

«El verdadero amor no es la libertad de dar un simple paseo a cambo abierto, o cuando sientes que flotas sobre éste ¡Ni siquiera cuando vuelas! Es cuando juntos descubren que el cielo no tiene límites y hacen suyo el horizonte. Miles de sentimientos se desarrollan en ese proceso, cada uno más profundo que el anterior, más doloroso al perderse, ¿notas ahora la abismal diferencia?» dijo otra gota, rodando por su abrigo. 

—Eso sólo prueba que es un estúpido mito. Un imposible.

«Es difícil de hallar, sí. Pero no te rindas. Debes seguir buscando» dijo otra, estrellándose contra la punta de su nariz.

—No puedo —musitó Kise entre dientes—. No quiero.

«Los aves que se aferran a una rama jamás levantan el vuelo, mucho menos encuentran el amor» aportó otra gota con aprehensión, mojándole los labios. Kise sonrió al notar que esta gota no era salada como las que habían llegado hasta allí los últimos días. 

« El amor no es un mito, existe».

«Existe» Concordó otra y pronto una gota más acompañó a la anterior, y otra, y otra; la tormenta volvía y con ella las vocecillas de las gotas se hacían más fuertes.

«¡Existe! ¡Existe!» Repetían incesantes una tras otra, comenzado a caer cada vez con más insistencia sobre él, sobre todo el mundo.

Todos corrían para cubrirse pero Kise sonrió, sólo un poco y con amargura. Se quedó parado en la entrada del local fingiendo no querer mojarse hasta que sintió una mano en su hombro y se giró hacia la calle.

—¿Qué haces en medio de la lluvia, rubio tonto? —La voz de Aomine resonó clara y grave en sus oídos. Él sólo atinó a mirarle sorprendido, pues esperaba que fuese una gota quien le hablaba.

—Quería un café —contestó Kise, avergonzado de que el moreno lo viera en ese patético estado.

«Él es especial ¿cierto? Tú mirada lo dice ¡Hasta le sonríes de verdad!» dijo la gota que cayó sobre su frente, mojando parte de su ceja.  

—Entra, conozco al encargado —dijo Aomine y sin esperar respuesta lo tomó del brazo, acercándolo a él para que no se separaran al pasar entre la multitud.

Kise estaba tan desconcertado por aquel fortuito encuentro y la emoción que eso le causaba que sólo escuchó parte de lo que dijo la última gota que cayó sobre él:

«…lo guía lo imprevisto» concluyó mientras resbalaba por su cuello.

Aomine lo instó a subir las escaleras mientras le preguntaba por su carrera como piloto y él le contaba que había decidido dejar la Arquitectura para ingresar a la Academia del Departamento de Policía.

—A veces las decisiones que no planeas son las mejores. —Fue la respuesta que le dio a Kise cuando éste preguntó por el motivo de su cambio.

El rubio se detuvo en seco al escucharlo. ¿Las gotas también hablaban con él? ¡Malditas! Ahora que había comenzado a sentirse especial...

Frunció el ceño. ¡Y encima parecían decirle lo mismo a todos! Gotas traidoras.

—Adelante, Aomine. Tu mesa favorita está vacía. —Kise tardó un poco en reconocer a Yoshinori Susa, el ex vice-capitán de Too—. Hola, Kise, cuánto tiempo —le saludó y él sólo asintió en respuesta.

Ver al moreno que años atrás había sido su más grande admiración y gusto adolescente le hacía sentir un conocido vació en el estómago, esa mezcla de felicidad y nervios que le sacaba las más tontas sonrisas. 

Aomine lo guio hasta una mesa solitaria junto a un ventanal. Susa quitó las bolsas de café y azúcar que yacían sobre la madera y esperó a que pidieran sus bebidas.

Ninguno separaba la mirada del otro, esa conexión ineludible e inexplicable entre ellos seguía latente. Sonrieron y Kise quiso decirle lo mucho que lo había extrañado pero Aomine habló antes, anunciándole que iría al baño.

El confort que inundó sus sentidos logró llevarse gran parte de su autocompasión. Kise trató de convencerse de que era el lugar y no la persona –no más ilusiones– por lo que se dio a la tarea de mirar a detalle el establecimiento. Era acogedor y con ambientación rustica. Un delicioso aroma a maderas y café flotaba sutilmente en el aire y la vista de la ciudad era linda, no la mejor pero bastante buena.

«¿Si flotabas con él, por qué no lo intentaste? » preguntó una gota curiosa.

Kise miró con fastidio a la gota que resbalaba en el cristal de la ventana y decidió ignorarla.

«Pudo haber funcionado. Parece ser alguien que sabe volar».  

Somos amigos —dijo.

«¿Quieres convencerte a ti o nosotras? Quizá el amor…»

—El amor es un mito —farfulló Kise entre dientes.

«¡No es cierto! Existe, existe, existe». Oyó decir a otras más.

«Tal vez esa persona está aquí afuera, mojándose con nosotras».

—¿Y cómo diablos voy a saberlo? —inquirió con fastidio.

«Porque se entregarán todo, sin dudas ni arrepentimientos» dijo otra gota entre el murmullo de las demás.

—Qué estupidez.

«¡No seas insolente!  En verdad existe» reprendió otra.

—Mueran ya y déjame en paz —exigió Kise en un murmullo lleno de molestia, deseando que las gotas se consumieran o que al menos no le hablaran de nuevo.

—Qué agresivo —dijo Aomine a su espalda. Parecía divertido—. ¿Midorima te lo dijo tantas veces que ya te contagió sus buenos deseos? —Se burló mientras se sentaba frente a él.

«O quizá lo tienes enfrente, tomando un café para calentarse el alma..., igual que tú» sugirió otra gota.  

Kise abrió la boca para replicar pero al final decidió centrarse en Aomine.

—No hablaba contigo, Aominecchi. —El moreno enarcó una ceja y Kise cayó en la cuenta de que no podía decirle que le hablaba a las gotas—. Olvídalo, no importa. —Desvió la mirada.

—Claro que importa. —Kise se sorprendió no sólo por sus palabras sino por la intensidad en su voz—. Importa porque sería terrible para la reputación de un policía invitarle café a un psicópata en potencia.

El rubio rodó los ojos. Vaya forma de arruinarlo.

—Sigues siendo un idiota, Aominecchi. —Sus bebidas llegaron interrumpiendo la réplica del moreno, quien le dio un gran sorbo a su americano. Kise no pudo evitar soltar una larga carcajada cuando la ex estrella de Tōō casi escupe el café debido a lo caliente que estaba—. ¡Ni cómo defenderte! —exclamó jovial.

Aomine lo miró con falso reproche antes de enzarzarse una entretenida discusión acerca de lo ilógico que era servir una bebida hirviendo en las cafeterías.

Kise sonrió al darse cuenta de que a pesar del tiempo e incluso el distanciamiento, su amistad seguía allí, seguían divirtiéndose y teniéndose las confianzas que se tenían en Teikō. Kise seguía admirándolo y perdiéndose en su mirada azul.

¡Hasta las mariposas que revoloteaban sin sentido en su estómago seguían ahí!

Si se hubiese dado algo antes, quizá…

—Deja de pensar de más, Kise, no te va. —Aomine lo tomó desprevenido y él sólo pudo intentar sonreírle—. Tch. Quita esa sonrisa falsa. No tienes que fingir conmigo, rubio tonto. —Kise desvió la mirada sintiéndose cada vez más idiota por tratar de engañar a Aomine, por creer que todo estaría bien—. No hables de él si no quieres, sólo deja de pretender que no te duele… —dijo autoritario. Luego suspiró—. ¿Sabías que la loca de Satsuki está aferrada en trabajar para la INTERPOL?  

El rubio agradeció mentalmente el cambio de tema y pronto se encontró disfrutando de la compañía ajena. Estar con Aomine seguía siendo tan fácil y natural como recordaba. ¿Por qué habían dejado de frecuentarse? ¿Por qué olvidó lo mucho que le gustaba estar con Aominecchi?  

Oh, claro, por estar con él.

—Dijiste que las decisiones imprevistas son las mejores —comentó Kise mirándolo con curiosidad, sobre todo porque recordaba las palabras de aquella agonizante gota—. ¿Cómo es que eso tiene sentido?

Aomine sonrió de lado.

—Puedes pasar toda una vida planeando lo que harás a lo largo de ella, pero al final algo pasa y todo se va a la mierda —comentó. Kise creyó ver algo de añoranza en sus ojos—. Y aun así la vida sigue pasando sin importar lo que lograste y lo que no.

—Tienes un don para dar aliento a las personas —ironizó el rubio. Aomine rió por lo bajo sin dejar de mirarlo.

—Sólo digo que planear no sirve de nada. —Se encogió de hombros y continuó—. Es mejor tomar lo que la vida te da. Siempre hay algo tocando a tu puerta. Cuando hay una oportunidad debes tomarla, Kise.

—No me estás convenciendo, Aominecchi. —Porque Kise sabía que aquello era una propuesta indirecta. Lo supo cuando Aomine se humedeció los labios con la vista fija en los suyos.

—No quiero hacerlo. —Aomine le sonrió galante—. Cada quien vive como quiere.

Kise se mordió el labio inferior sin saber qué decir, tratando de analizar un poco más las palabras de Aomine, independientemente de la insinuación.

Él había planeado toda una vida con alguien y ahora de ese plan quedaba únicamente la buena fe y un corazón roto. Pero la vida tampoco te lleva las cosas a domicilio. ¡Carajo! ¡¿Por qué tomar decisiones es tan difícil?!

Kise le dio un prolongado sorbo a su mocca con cajeta y tomó la determinación de comenzar a levantar las piezas rotas de su corazón y unirlas de nuevo. Después de todo, quizá las gotas decían la verdad y el mito existía. Tal vez esa persona especial si estaba allí afuera, mojándose también con la tormenta, esperando que en algún punto el destino los pusiera de frente.

Quizá esa persona era Aomine Daiki.

Entonces sintió una mano sobre la suya. No necesitó levantar la vista para reconocer el firme toque del moreno así como su reconfortante calidez. Fijó sus ojos en los orbes cobalto pero éste miraba hacia la ventana.

—Sé que no es el momento, pero me gustas —soltó Aomine cuando volvió a encararlo—. No. Me gustabas en Teikō —se corrigió. El rubio sintió algo removerse en su pecho—. Kise, siempre has sido la luz más brillante en mi vida, incluso en tus días nublados, así que no vuelvas a salir ella, rubio idiota o iré por ti y te ataré para que no vuelvas a separarte de mi lado.

—Aominecchi…

—También sé que lo último que te hace falta es soportar una estúpida declaración —se adelantó—. Pero no voy a fingir que no tengo ningún interés en ti; ya lo hice durante el tiempo que permaneciste con ese id… con él —volvió a corregirse, haciendo reír a Kise—. Quiero estar contigo, Kise. No como un amigo más, quiero… —Su voz fue bajando de nivel mientras tomaba su mentón y acercaba sus rostros.

Kise supo de inmediato cuál sería el siguiente movimiento del futuro policía. 

—No voy a ofrecerte un corazón roto ni te dejaré la carga de sanarlo —murmuró lento, colocando sus dedos sobre los labios de Aomine para evitar el contacto con los suyos—. No sería justo para ti.

—No tienes que hacerlo solo, idiota, como si nadie se preocupara por ti. Voy a aceptar lo que puedas darme —declaró Aomine—. Pero lo quiero todo, Kise. —Acortó una vez más la distancia y Kise se obligó a quedarse quieto a pesar de los nervios y las dudas, de la inseguridad de estar haciendo lo correcto—. Si esperé tanto tiempo en decírtelo, supongo que puedo esperar un poco más.

El rubio cerró los ojos, esperando que sus labios hicieran contacto cuando el rostro moreno y afilado se inclinó más. Sin embargo sólo depositó un sutil roce en la comisura de su boca para luego separarse, beber su café e iniciar una conversación totalmente diferente, dándole espacio al rubio para dejar pasar la situación.

Aomine no iba a presionarlo y eso cambiaba muchas cosas para bien.

«¿Lo ves? Existe» determinó la última gota a media voz al escurrir sobre el cristal de la ventana mientras ambos chicos se levantaban. La noche ya se había instalado.

—Es muy pronto para saberlo —musitó Kise, despacio, aprovechando que Aomine pagaba la cuenta.

—Pero existe. —Sus ojos de ámbar se abrieron con sorpresa cuando Aomine habló. ¿Cómo es que…?—. Confía en mí. Voy a demostrarte que el cielo no tiene límites.

Kise sintió que universo se detenía y no supo si fue por aquellas palabras o por la determinación en los orbes cobalto. Por ello, cuando Aomine tomó su mano en un gesto descuidado pero firme, se permitió creer en los mitos.

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Notas finales:

Sí, estas gotas hablan y leen mentes muy al estilo Charles Xavier xD  

A los que no han escuchado la canción ¡Háganlo! Es muy linda. En fin~  gocen este día –y todos los demás–. Y que el amor esté siempre de su lado (?)

¡Los quiero! 💕

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PD: ¿Han escuchado eso de que dos hacen uno~? *inserte risa maniáca*


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