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Red [em] por Syarehn

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Notas del fanfic:

Tarde pero seguro.

Esta canción me hizo ver mi suerte y me agarró en un pésimo momento personal. Siento y sé que el fic me salió demasiado apresurado (lo incoherente ya no es una novedad, ¿o sí?) pero no quería fallarles al entregar. Asi que quizá lo edite más adelante. 

Advertencias: Lemon medio “jarcor” xD, lenguaje soez y todo lo que pueda desprenderse de carreras clandestinas~  

Notas del capitulo:

Como ya saben, este fanfic forma parte del «Mes AoKi: Segunda Edición» organizada por el grupo AoKiLovers~ y la canción es Red [Em] de Dir en Grey.

RED [EM]

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Cuando el claxon sonó, los motores rugieron y las llantas rechinaron sobre el pavimento, esquivando con maestría a los autos que circulaban con normalidad por la autopista. A Aomine no le gustaban los autos,  al menos no tanto como las motocicletas; prefería sentir el aire azotándole el cuerpo en lugar de la aburrida calidez de un vehículo cerrado. Pero aun así la adrenalina le recorría cada célula mientras aceleraba, mientras sentía las vibraciones del metal a través del asiento y veía pasar de reojo la ciudad como un torrente de luz difuminada.

 

Sentir el primer tirón de cero a ochenta en segundos era la mejor parte, pero entre más pisaba el acelerador mejor se sentía.

 

90.

 

110. Pasaba a los escasos cacharros como si fueran bicicletas.

 

150 y subiendo.

 

Sonrió de lado al acercarse a la primera gran curva. Desaceleró ligeramente, no menos de 180 por hora, y se pegó al lado interno de ésta para aprovecharla al máximo. No tardó más de cinco segundos en separarse del resto del grupo, dejándolos atrás. Nadie era más veloz que él al volante.

 

Esquivó con agilidad a un motociclista, que aterrado por el vertiginoso estruendo del auto se orilló completamente,  esperando que aquellos dementes pasaran. Las ráfagas del viento hicieron volar su bufanda mientras veía desfilar quince vehículos, todos ellos híbridos modificados. Pensó en llamar a la policía pero aquel pensamiento se esfumó al distinguir un nombre estampado en el último carro que pasó:

 

«Red [em]» decía. Y decidió tomar la dirección opuesta.

 

El «The Redemption» era un club de carreras clandestinas y apuestas, cuyo punto de reunión era un elegante bar en Tokio bajo el nombre clave «Red [em]». Allí acordaban las apuestas, el número de participantes y la autopista. El fundador y líder, Akashi Seijūrō, había asentado reglas muy claras. La primera de ellas sólo era conocida por los miembros oficiales pero el resto eran de dominio público, incluso para quienes no corrían.

 

La más famosa de ellas era: si delatas una carrera o un miembro de ella, mueres.

 

Se decía que tenían contactos en la policía, lo cual les daba tiempo a escapar y les permitía ubicar al soplón. Cierto o falso, la realidad es que nadie se metía con ellos.

 

Al pasar el kilómetro doce de la autopista, todos sabían quién sería el ganador. Aomine se regocijaba en su triunfo cuando, de la zona de descanso arrancó sin previo aviso un Bugatti Veyron negro, con matices en dorado pálido tan sutiles que parecían halos de luz.

 

Era un reto.

 

A Aomine le pareció una estupidez; mientras su Agera R volaba, el Veyron apenas si estaba calentando el motor. No tenía oportunidad. Sin embargo, un par de minutos después Aomine sonrió al verlo acercándose a pasos agigantados y aceleró también. Aceptaría aquel estúpido reto y haría que ese engreído novato mordiera el polvo. Después de todo, estaban justo a la mitad de la ruta acostumbrada, y la más divertida también; allí la autopista se volvía escarpada y se elevaba, serpenteando alrededor de un monte cercano. Las curvas cerradas, la carencia de vigilancia y la posibilidad latente de caer al vacío eran lo que hacía excitante aquel recorrido.

 

Aomine sintió el ramalazo de adrenalina y ese delicioso vacío en el estómago cuando sus 200 kilómetros por hora dejaron de ser una ventaja significativa entre él y su nuevo rival. 

 

El Veyron le pisaba los talones y ni siquiera las curvas lo hacían desacelerar. Su piloto debía estar tan loco como el mismo Aomine. Cruzaron el túnel tan pegados que casi se rozaban; al piloto del Veyron no parecía importarle ir en el carril del sentido opuesto, como si le diera igual que un carro viniera de frente e hiciera de aquel fino capó una lata de soda aplastada.

 

Las luces del túnel eran escasas pero sabían que iban a la par. Salieron barriéndose, con el Veyron luchando por rebasarlo mientras su fiel Agera fingía que se dejaba ganar para luego ir con todo.

 

Ya había rebasado los 220 cuando el Veyron cedió terreno.

 

—Novato —se burló al divisar una gasolinera. Un par de kilómetros después de ésta se hallaba el área de descanso que acostumbraban tener como meta y en la que esperaban Akashi, los espectadores, postores y claro, las sensuales animadoras.

 

Sin embargo, el Veyron le dio alcance en un abrir y cerrar de ojos. Su motor emitía un sonido similar a un ronroneo y Aomine se dijo que un auto no podía tener tanta personalidad. Haló hacía sí la palanca de velocidades mientras aumentaba la velocidad una vez más, justo cuando estaban al final de la última curva.

 

Iba a ganarle, Aomine Daiki no perdía. Jamás perdía. Al menos no en los últimos tres años.

 

Salieron de las pendientes y el terreno volvía a ser plano y recto. Sería pan comido para su Agera pero necesitaba más, más rápido.

 

250 y sentía que no podía parar. No cuando apesar de todo, el Veyron lo estaba alcanzando.

 

Entonces las luces de una pipa de gas se dejaron ver. Estaba por ingresar a la gasolinera con el Veyron a un costado cuando se percataron de que la pipa no alcanzaría moverse del camino. Debían detenerse. 

 

El ágil piloto del Veyron volanteó para derraparse en el espacio abierto a su derecha, llevándose consigo la malla de contención; Aomine maniobró hacia el lado opuesto, girando el auto en un movimiento casi mortal de 180 grados, haciendo que el capó se estrellara contra la malla pero no salir de ella.

 

Todo se detuvo, incluso su respiración, aunque su corazón palpitaba como loco contra su pecho. Tenía la frente perlada de sudor así como su azulino cabello y un hormigueo exquisito le recorría la columna. Se recargó en la piel gris del asiento dejando caer la cabeza hacia atrás mientras encendía las luces, dejándolas intermitentes; aquello era la señal para el resto de que algo pasaba y debían detenerse.

 

Aspiró de nuevo antes de salir del Agera y al hacerlo, el frío le caló en el rostro. Miró el capó arañado y abollado, con la pintura cobalto rayada. Luego miró a su costado; el piloto del Veyron se acercaba sonriente. Era un chico alto y rubio. Su piel lucía nívea bajo su ropa de marca y sus lentes oscuros.

 

Según las reglas del «Red [em]», cualquiera que lanzara un reto y perdiera, perdía también su auto y a Aomine no le desagradaba para nada agregar aquel fiero Veyron Bugatti a su colección.

 

—Eres un hueso duro de roer —alabó el rubio con voz ligeramente nasal.

 

—Y tú un imbécil si creíste que podías ganarme —se jactó Aomine, recargándose en la puerta de su Agera.

 

—Íbamos a la par —dijo el rubio quitándose los lentes con parsimoniosa elegancia, dejando ver sus orbes ambarinas.

 

—Sabes que estaba a nada de patearte el culo.

 

El rubio soltó una prolongada carcajada, misma que fue opacada por el ruido de varios vehículos llegando y estacionándose. Algunos con serias dificultades para evitar la pipa.

 

—Pues por la forma en que siempre lo has mirado no diría que patearlo es tu primera opción —soltó el dueño del Veyron, juguetón. Aomine sonrió de lado. No esperaba ver al rubio ahí, ni siquiera cuando lo vio acercándose creyó que fuera él.

 

—¿Quién es este? —cuestionó Wakamatsu al estacionarse junto a ellos, interrumpiéndolos.

 

—Su nombre es Kise Ryōta —explicó la fría voz de Akashi, apareciendo de la nada y tomándolos desprevenidos. Sus ojos heterocromáticos mostraban un ligero tono de diversión oculto tras kilos y kilos de seriedad—. Es el único corredor que ha logrado vencer a Daiki y casi lo hace de nuevo.

 

Aomine frunció el ceño y chasqueó la lengua, incómodo con aquella declaración.

 

—Sólo fue una vez y el imbécil tuvo suerte. No tiene oportunidad contra mí —rebatió Aomine. mirándo a Kise con superioridad.

 

—¿Eso crees, Aominecchi? —La voz del rubio sonaba confiada, casi burlona.

 

—Trae esa destartalada basura a la que llamas auto y te lo probaré, niño bonito —dijo con orgullo, cruzándose de brazos.

 

—No esta noche —intervino Akashi—. La policía ya viene, así que la celebración será en el «Red [em]».

 

Los corredores subieron a sus vehículos y comenzaron a marcharse. Akashi siempre tenía la última palabra.

 

—Te veo en la barra, niño bonito. Pero no esperaré demasiado —dijo Aomine cuando se quedaron solos.

 

—Sabes que siempre esperarás por mí, Aominecchi.  —Kise acercó su rostro para susurrarle—. Y también sabes que llegaré primero.

 

Aomine sintió la cálida lengua del rubio delineando el hueso de su mandíbula y el rastro húmedo que dejaba. Ese excitante juego que habían estado jugando desde años atrás seguía calentándole la sangre. Así que lo tomó por la cintura, ejerciendo más fuerza de la necesaria y lo empotró contra la puerta del Agera.

 

—Recuérdame por qué no lo hemos hecho, Kise —murmuró Aomine con ansiedad, respirando contra su cuello. Su pierna izquierda se abrió paso entre las del rubio.

 

—Porque aún no me vences. —Su voz sonaba divertida mientras sus manos viajaban por la espalda del mejor corredor del «Red [em]». Su pelvis en pleno roce con la ajena.

 

—Te largaste antes de que pudiera hacerlo en Kanagawa —le reprochó Aomine. Sus dientes se enterraron sin contemplaciones en el cuello ajeno y sus manos serpenteaban hacia las firmes nalgas del chico.

 

Kise jadeó al sentirse aprisionado entre la frialdad del auto y el caliente cuerpo moreno de Aomine. Si algo había extrañado en esos tres años era justo la forma ruda e instintiva en que Aomine lo trataba a pesar de que nunca se habían tomado tantas libertades antes. Hasta ese momento, siempre les bastó con disfrutar la tensión sexual entre ambos y las sucias insinuaciones que se lanzaban.

   

El sonido de un disparo los distrajo y Kise vio por el rabillo del ojo cuando el cuerpo del conductor de la pipa caía inerte. Seguramente él había notificado a la policía.

 

—Dije que nos vamos —musitó Akashi y pese a que por la distancia su voz no llegó hasta los oídos de los corredores, ambos chicos entendieron el mensaje.

 

—El que pierda invita los tragos —sentenció Kise antes de separarse a regañadientes.

 

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—Otro Ruso blanco —pidió Kise, moviendo su vaso mientras una de las chicas del bar le besaba el cuello.

 

—¿Sigues tomando bebidas de chicas? —se burló el moreno. Él iba por su quinto whiskey, con Layza, su predilecta, sentada en sus piernas.

 

—Llámalas como quieras, igual pagas tú. —Su sonrisa pretenciosa lo invitaba a muchas cosas.

 

Aomine chasqueó la lengua antes de decir:

 

 

—Mañana, en la autopista Wangan. —Kise rió con ganas.

 

—Lo siento, Aominecchi. Tengo una cita. —El moreno enarcó una ceja esperando la explicación—.  ¿Creíste que había venido a Tokio por ti? —preguntó con burla.

 

—Como si tuvieras una razón más importante —dijo Aomine, con el mismo ego pagado de sí mismo de siempre.

 

Kise sonrió, pasando con descuido sus dedos por la cintura de la chica que le procuraba caricias y mimos. Pero su mirada ámbar no perdía detalle de los orbes marinos.

 

—Voy a correr contra Haizaki. —Fue la respuesta simple—. Lo de hoy fue una visita social.

 

—¿Y planeas usar el Veyron en el patético estado en el que lo dejaste?

 

—Te gané a pesar de su patético estado, Aominecchi —dijo Kise con una sonrisa arrebatadora—. Pero si me ofreces ese lindo Agera…

 

—Pensé que eso de que los rubios son estúpidos era un mito, pero toma el Porsche de Bakagami. El bastardo me debe una.

 

El rubio asintió, mirando en dirección a Kagami, el amigo y compañero de Aomine, al que también conocía de tiempo atrás. Tomó un trago más de bebida, mojándose los labios en un gesto sugerente que calentó al moreno, aunque niniguno hizo algún movimiento más atrevido.

 

Lo que restó de la noche lo pasaron bebiendo hasta que Kise se marchó y Aomine terminó liberando toda la excitación acumulada durante la noche entre las piernas de la encantadora Layza.

 

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Faltaban cinco minutos para la medianoche cuando el Volvo modificado de Haizaki resonó aun estando estacionado, como un toro intimidando a su enemigo.

 

Kise había invitado a los miembros del «Red [em]», pues los conocía desde años atrás a pesar de no formar parte del club. También se hallaban allí los «Corredores Libres» a los que pertenecía el rubio así como el club de Haizaki. Todos seguirían de cerca la carrera desde sus vehículos. Ese día se disputaban el nuevo Koenigsegg deportivo.

 

—Voy a disfrutar destrozándote, Ryōta —dijo Haizaki con prepotencia antes de subir la ventanilla del Volvo.

 

Kise tan solo rodó los ojos.

 

—Si le haces un rasguño a mi auto… —amenazó Kagami desde el jeep de Kuroko. Kise le sonrió condescendiente; no iba a prometerle nada.

 

El claxon sonó y ambos autos arrancaron seguidos por el resto.

 

Haizaki tomó la delantera de inmediato, riendo a carcajada suelta en la soledad de su vehículo. No iba a perder contra el rubio de nuevo, con una distancia abrumadora de por medio. Esta vez sería al revés.

 

Metió segunda, tercera, el suelo era nada bajo los neumáticos del Volvo. Pasaba un auto tras otro, esquivándolos entre risas eufóricas e incluso rozando algunos para desestabilizarlos y hacerlos chocar. Miró por el retrovisor, el Porsche rojo estaba cerca pero aun detrás. La carrera era suya.

 

Subieron uno de los puentes y Kise se mantuvo a distancia. La parte excitante de esa ruta eran justamente los altos puentes y la línea costera. Cuando subieron al segundo, Kise se permitió admirar el paisaje. Ése era el más alto que cruzarían, caer de él era una muerte segura y aunque las cuervas eran abiertas, significaban un riesgo a la velocidad a la que iban.

 

Estaban a tres cuartos de la meta, la cual sería la entrada a la zona industrial de Keiyō, cuando Kise decidió ponerse serio.

 

Aceleró, esta vez de verdad. Pasando de sus tibios 150 a 220 en menos de un minuto. La distancia que había ganado Haizaki fue acortada en poco tiempo dejándolo atrás más pronto de lo que supuso.

 

Kise cruzó la meta haciendo parpadear las direccionales; una clara burla hacia el perdedor.

 

Kasamatsu Yukio, Hanamiya Makoto y Akashi ya estaban allí, después de todo, los líderes no los perseguían para ver al ganador, esperaban el resultado en la meta. Makoto bramó una maldición y pateó la puerta de su auto al ver a Kise llegar primero. Yukio sonrió, el resultado no le sorprendía, y Akashi simplemente continuó bebiendo su vino tinto como si nada.

 

Sin embargo, Haizaki no se detuvo al cruzar. Siguió a Kise, pues éste acostumbraba avanzar más antes de volver después de un triunfo. El Porsche seguía la línea costera de Keijō a 180 cuando Haizaki se posicionó justo detrás, alcanzándolo y chocándolo por el costado.

 

—¿¡Por qué carajo?! —gritó Kise, aun sabiendo que el pelinegro no podía escucharlo.

 

El Volvo se le aventó de nuevo y el metal de las puertas crujió, perdiendo más de un fragmento por el encontronazo.

 

Kise aceleró para quitárselo de encima pero el capó del Volvo se estrelló contra la parte trasera del Porsche, buscando arrojarlo al agua. Kise dio vuelta en la primera calle que vio, alejándose del mar y llevándose consigo un bote de basura y un poste de madera. Kagami iba a matarlo.

 

Haizaki no alcanzó a dar la vuelta y estampó contra la pared los faroles traseros y el parachoques derecho, pero aun así continuó su persecución. El rubio sonrió de lado, si aquel bastardo quería jugar, jugarían. Así que dio vuelta a la siguiente esquina e ingresó a una de las plantas industriales, llevándose sin remordimientos el portón de la entrada. El vigilante apenas si alcanzó a echarse a un lado.

 

Cruzaron la explanada y Kise maniobró para que el Porsche esquivara a tiempo una columna metálica, Haizaki no alcanzó a evitar el impato; el juego terminó con el pelinegro saliendo disparado del vehículo.

 

—Idiota —dijo Kise para sí, frenando el Porsche no muy lejos. 

 

En ese momento un claxon sonó. Era el Agera de Aomine. Kise lo miró por el retrovisor y sonrió, parecía que decía algo porque le hacía señas así que abrió la puerta y bajó un pie dispuesto a salir. Entonces lo escuchó:

 

—¡Sal de ahí, rubio imbécil! ¡Estrelló su tanque de combustible, va a explotar!

 

Kise cerró la puerta de inmediato y echó reversa,  chocando con fuerza contra la pared del otro extremo del terreno justo a tiempo, pues el Volvo estalló. Tuvo curiosidad por saber de Haizaki, pero el sonido de sirenas comenzó a escucharse; con tal alboroto y en una zona tan custodiada era lógico que la policía reaccionara rápido.

 

—¡Arranca, arranca! —gritó el rubio desesperado por marcharse cuando el Porsche se apagó—. ¡Arranca, carajo! —Golpeó el volante con fuerza, pero el motor estaba muerto.

 

Entonces el Agera llegó hasta él.

 

—¡Entra ya, idiota! —ordenó Aomine, abriéndole la puerta del copiloto. Las luces de las patrullas ya podían divisarse.

 

Kise salió corriendo, lamentando un poco dejar allí el auto de Kagami. Aomine arrancó cuando el rubio estaba cerrando la puerta.

 

Las patrullas obstruyeron la entrada pero el Agera ingresó a la fábrica, tirándolo todo a su paso. El moreno sabía que la puerta de emergencia también estaría obstruida, así que subió la rampa del estacionamiento mientras aceleraba.

 

—¿Qué haces? —cuestionó Kise el ver que se dirigía hacia la parte superior, la que conectaba con el helipuerto de la empresa.

 

—¿Alguna vez has sentido la necesidad del saltar al vacío?

 

—¿Qué? —Kise sintió un hueco en el estómago. ¡No podía estar hablando en serio!

 

—Sosténte —ordenó Aomine acelerando aún más.

 

—¡No puedes! ¡Espera! ¡No! —Pero el moreno ya se dirigía al borde—. ¡Estúpido demente! —gruñó Kise colocándose el cinturón a toda prisa, como si eso fuera a amortiguar la caída. Se tragó un grito cuando el auto perdió piso. Aomine reía. Luego, el Agera cayó sobre el techo más bajo de otra fábrica—. ¿¡Por qué sigues acelerando!? —gritó Kise, aunque ya sabía la respuesta.

 

Cayeron sobre otra azotea y las llantas chirriaron al derraparse. El siguiente salto fue ya sobre una acera y Kise sintió que el alma le volvía al cuerpo.

 

—Divertido, ¿no? —se burló el piloto del Agera al verlo pálido—. No me digas que es tu primera vez en techos, niño bonito. De haberlo sabido habríamos caído de más arriba.

 

—¡Eres un imbécil, hijo de…!

 

—¿Eso es lo que me gano por salvarte el culo y evitar que te pudras en la cárcel?

 

Kise rodó los ojos.

 

El moreno condujo a velocidad moderada para no llamar tanto la atención, pues aunque habían perdido las patrullas, éstas seguían allí buscándolos. Entonces el celular del moreno comenzó a sonar.

 

—Contesta —le dijo al rubio.

 

—¡Hazlo tú! —Se cruzó de brazos. Aomine soltó el volante y Kise tuvo que ceder—. ¿Dónde diablos está?

 

—En mi pantalón, por supuesto. —El rubio sonrió irónico, sin poder creer el cinismo de Aomine. Sin embargo, coló su mano por los vaqueros del otro, que se removió un poco para darle espacio, pero el móvil ya había dejado de sonar así que Kise decidió que era más entretenido jugar con Aomine.

 

—No lo encuentro —murmuró travieso Kise, moviendo su mano hasta el miembro ajeno.

 

—¿Quieres que nos estrellemos, rubio suicida? —Kise soltó una suave risa.

 

—Creí que te gustaban los riesgos, la adrenalina… —Su mano se coló por la mezclilla y el bóxer, tomando con firmeza la incipiente erección del conductor, frotándola y apretándola sin perder detalle de las expresiones en el bronceado rostro—. Dime, Aominecchi, ¿te has tocado pensando en mí? ¿Has follando imaginando que soy yo quien gime bajo tus embestidas?

 

—¿Eso es lo que tú has hecho en todo este tiempo? —rebatió Daiki. Luego notó las dos patrullas que vanían por la izquierda, reconociéndolos de inmediato y acelerando para darles alcance—. Esos bastardos —masculló, acelerando también. Aunque a Kise no pareció importarle, pues seguía con su juego. 

 

 —¿Estarías celoso si digo que no? —La voz de Kise sonaba aterciopelada, incitante, y su mano seguía tocándole el pene, esta vez presionando la punta con su pulgar.

 

Aomine estaba por replicar cuando el móvil sonó nuevamente.

 

—¿Sí? —respondió Kise. El moreno extrañó la mano suave sobre su pene despierto.

 

—Salgan ahora —ordenó Akashi al otro lado de la línea—. Los helicópteros de la policía llegarán en diez minutos. —Y cortó la llamada.

 

—Vaya día de mierda —se quejó el rubio antes de continuar—. Ya vienen los helicópteros.

 

—Entonces lo siento nena, no es personal —dijo Aomine con un toque de malancolía—. Sabes que no hay nada más sensual que tú —afirmó, acariciando el volente con devoción. Luego miró a Kise—. Tú quítate el cinturón y baja el seguro —le ordenó. El rubio frunció el ceño por el cambio de tono. 

 

—¿No quieres que me desnude también? —ironizó, pero acató la orden. Luego hizo lo mismo con el cinturón del conductor,  aprovechando la cercanía para tirar con sus labios el lóbulo ajeno—. Es una pena que tu auto te parezca más sensual que yo… —Sus dedos se colaron entre su camisa.

 

—Ven aquí, idiota. —Aomine lo jaló con fuerza hasta tomar sus labios sin despegar ni un segundo la vista de la calle y el retrovisor. Kise enredó ambas manos en el cabello cobalto, acomodándose en el asiento para besarlo mejor y apegándose más al otro cuerpo, intentando no estorbarle demasiado—. Acomódate sobre mí —susurró contra sus labios antes de girar a la izquierda con violencia.

 

 —No vas a matarnos y darle a esto un final dramático ¿verdad? —Aomine no contestó—. ¿¡Y dices que yo soy el suicida!? —Con un suspiro cansino terminó por acomodar sus piernas a cada lado de las del moreno, pegando por completo sus torsos y dejando que sus miembros se tocaran. Ladeó el rostro para evitar estorbar en su visión.

 

Kise podía ver a las patrullas tras ellos, eran cinco ya, pero ninguna igualaba la velocidad del Agera o la habilidad de Aomine. Lo que le preocupaba era que les cerraran el paso.

 

—Sujétate a mí —ordenó, y Kise lo hizo.

 

Aomine abrió la puerta y se impulsó fuera del auto llevándose a Kise con él. Rodaron por el pavimento y lo único que el rubio pudo procesar fue que el Agera se estrellaba de lleno contra un tráiler estacionado. El dolor del impacto y las heridas provocadas por la caída estaban presentes y sangrantes, pero la adrenalina eclipsaba el dolor, aunque éste después les pasaría factura. 

 

—¡Andando! —le apremió Aomine, halándolo para que se levantara.

 

Kise tardó un poco en ponerse en pie, pero en cuanto lo hizo corrieron aprovechando que la explosión se extendía por todo el tráiler y las patrullas frenaban para evitar ser alcanzadas por el fuego.

 

Se alejaron lo más posible, ocultándose de los cuerpos policiacos que ya comenzaban a ocupar el lugar y decidieron tomar como refugio una planta en construcción. Subieron al segundo piso, ya que desde ahí podrían ver los movimientos de la policía y, a diferencia de los pisos superiores, ese sí contaba con paredes.

 

—Eres un jodido demente —dijo Kise entre risas, recargándose en un muro.

 

—Y eso es lo que te vuelve loco.

 

El moreno se acercó lento, acechante, empujando su cadera contra la ajena cuando acorraló aquel níveo cuerpo. Kise rió por lo bajo, sintiéndose tan ansioso como deseado.

 

—Tómatelo con calma, Aominecchi. Esta vez no iré a ningún lado —murmuró, divertido por su propio chiste.  

 

—Por supuesto que no lo harás.

 

El moreno actuó tan rápido que Kise no vio venir el movimiento que dejó sus muñecas atadas a unos gruesos cables que salían del muro.

 

—¿¡Qué carajo crees que haces!? ¡Suéltame! —ordenó Kise, intentando patearlo, removiéndose y tirando con fuerza pero sólo consiguió lastimarse las muñecas.

 

—¿Y perderme el espectáculo que estás dándome? —Rió, con sus manos colándose bajo la ropa del rubio.

 

—¡No voy a hacerlo en este mugriento lugar! —vociferó, asqueado y horrorizado a partes iguales.

 

—¿Quieres apostar?

 

Aomine tiró un poco del cable, haciendo que los pies de Kise dejaran de tocar el suelo.

 

—¡Duele, idiota!

 

—Pero te gusta —afirmó el moreno, colocando sus manos en los glúteos de Kise para sostener su peso. Kise usó sus piernas para sujetarse de la cintura ajena y darle un descanso a sus adoloridas muñecas—. ¿Cómo puedes oler tan bien después de todo lo que pasamos? —murmuró contra su cuello, delineándolo con su lengua.

 

—Desátame —pidió Kise con un tono más dócil—. Busquemos otro lugar. Lo haremos toda la noche, Aominecchi.

 

—No esperarás que te crea, ¿o sí? Eres demasiado escurridizo, Kise. —Aomine le abrió bragueta y bajó sin miramientos el pantalón y el bóxer—. Estás tan caliente como yo —dijo, observando la erección a medias del chico.

 

Kise jadeó ante el cambio brusco de temperatura en sus muslos y su pene. Estaba quejándose sí, pero Aomine tenía razón; aquello lo excitaba, desde el lugar hasta el riesgo de que los encontraran, así como la brusca actitud del moreno. ¿Hacía cuánto que deseaba tenerlo dentro, que lo destrozara hasta que no pudiera levantarse y luego comenzar otra vez?

 

Se besaron, deseosos de adueñarse del sabor ajeno. Mordiéndose los labios y la lengua mientras la pasión los consumía. Aomine lo obligó a bajar las piernas para arrancarle la ropa inferior.

 

—¿Te quedarás mirándome como el idiota que eres o vas a follarme?

 

—Creí que no querías hacerlo aquí —se burló el moreno, liberando su propia erección y masturbándose con calma.

 

—¡Tú me ataste!

 

—¿Y?

 

 

—¡Vete a la mierda, Aomine Daiki!

 

Kise levantó una pierna dispuesto a golpearlo pero el moreno la tomó en el aire, elevándola más y dejándolo expuesto. Aomine quiso reír ante la actitud del rubio pero estaba demasiado excitado. Su pene palpitaba y sólo deseaba enterrarse entre aquellas firmes nalgas.

 

—Hace mucho que deseo follarte, Kise —le dijo, relamiéndose los labios—. Penetrarte tan duro que termines sollozando de placer y dolor mientras me corro en ti —sentenció. Sus dedos húmedos, producto de su masturbación, se deslizaron por la espalda baja del rubio hasta perderse entre sus glúteos.

 

Kise gimió bajito, ansioso. Aquellos dedos jugaban a entrar sin hacerlo y él estaba ardiendo de anticipación. Cerró los ojos notando cómo el fuego que sentía se concentraba en su bajo vientre cuando lo siguiente que percibió fue el grueso falo de Aomine friccionándose contra su entrada.

 

—Ah… —Exhaló—. ¿Ni siquiera vas a prepararme?

 

—¿En verdad quieres que lo haga? —Aunque la respuesta fuera ‘sí’, Aomine dudaba poder seguir conteniéndose.

 

—Ao… ¡Ah! ¡Espera! —Kise se mordió los labios. La punta intentaba colarse en su interior y él sólo podía apretar los puños y aferrarse al cable.

 

—Quiero que grites, Kise. Que ruegues por más —dijo antes de tomar sus labios y empujar su cadera.

 

—¡A-ah! 

 

A pesar de su deseo, a Aomine no le pasaron desapercibidos los nudillos de Kise, blancos debido a la fuerza que aplicaba al cerrar los puños, de modo que se acercó a su oído dispuesto a liberarlo.

 

—¿Alguna petición?

 

El dolor de la penetración era inmenso pero, a la vez, sentir cada parte, cada vena del palpitante miembro de Aomine aprisionado en su parte más íntima lo excitaba demasiado. ¡Joder! No podía creer que deseara más de aquel infierno.

 

—Muévete —ordenó por fin, jadeando—. Y no dejes de hacerlo hasta que me corra.

 

Aomine tomó la otra torneada pierna y la colocó sobre su hombro. Luego sacó su miembro, volviendo a ingresar en aquel conducto, esta vez más lento que antes. La presión le resultaba tan excitante que estaba seguro de que perdería el control en cualquier momento. Pero aun así, el movimiento fue pausado aunque constante hasta que notó que podía deslizarse con mayor facilidad. Entonces las embestidas se tornaron potentes, casi brutales.

 

Kise ya no pensaba en las patrullas persiguiéndolos, su mente estaba concentrada en la delirante forma en que Aomine tocaba su próstata una y otra vez. Con dificultad abrió más las piernas e hizo fuerza con los brazos para interceptar los movimientos del moreno y hacerlos más profundos. Las veloces y certeras intrusiones todavía le ardían pero por alguna razón el dolor sólo aumentaba su placer.

 

—Estás tan apretado… —murmuró Aomine—. Tan caliente…

 

Una de sus morenas manos se movió para desatar el cable y cambiar de posición.

 

—N-no —murmuró Kise. Aomine enarcó una ceja, confundido—. Á-átalas. Átalas más fuerte —exigió ansioso.

 

—Está quemándote la piel, idiota —acotó Aomine, bajando la velocidad de las embestidas.

 

—¡S-sólo hazlo! —ordenó, impulsando la cadera en busca de más embestidas. El moreno decidió seguirle el juego y estrujó el cable—. ¡Ah! M-más —jadeó—. Apriétalas más, Aominecchi. Sí…, no dejes de moverte —murmuró en pleno éxtasis.

 

Fue su voz anhelante y agitada el detonante para que Aomine le diera lo que pedía. Sus manos aferraron sus blancos glúteos, separándolos casi con morbo, y entró más rápido, más profundo. Su boca se perdió en el cuello ajeno dejando marcas a su paso mientras el húmedo pene de Kise se frotaba contra su vientre.

 

Las paredes sin revocar arañaban la espalda de Kise debido al constante movimiento pero también amplificaban los sonidos jadeantes y el choque de sus pieles. No obstante, las sirenas comenzaron a escucharse y Kise se removió de nuevo para alejar al moreno.

 

—¡La pol…! Ah… Ellos están… —trató de decir.

 

—Que se jodan —farfulló el moreno sin detenerse.

 

Kise trató de replicar, pero sentir el pene de Aomine engrosándose un poco más en su interior dejó su mente en blanco y eyaculó con fuerza. El moreno tardó un poco más, embistiéndolo y reclamando sus labios hasta que el clímax lo alcanzó.

 

Intentaron regular sus respiraciones pero a mitad de un beso aquello resultaba difícil. No deseaban separarse pero fueron interrumpidos por el móvil de Aomine. Éste desató a Kise antes de contestar.

 

Infiltré a Kagami en la zona, irá por ustedes al puerto en cinco minutos. No va a esperarte demasiado así que no más estupideces, Daiki —ordenó Akashi—. Pásame a Ryōta.

 

El moreno se humedeció los labios sin dejar de mirar a Kise –que se colocaba el pantalón con dificultad–, antes de lanzarle el móvil.

 

—¿Sí?

 

Tienes una deuda conmigo, Ryōta —dictaminó Akashi—, y vas a pagarla ganando carreras para mí, así que desde hoy eres parte del «Red [em]».

 

No creo que Kasamatsu-senpai…

 

Yo me encargaré de Yukio. Mis órdenes son absolutas, así que conoce tu lugar y síguelas.

 

 

La llamada se cortó y Kise miró perplejo el aparato. ¿Qué diablos había sido eso?

 

—Así que te obligará a quedarte —dedujo Aomine divertido—. Quita esa cara. Bakagami viene en camino y debemos movernos. El idiota estará furioso por lo del Porsche. 

 

Kise sonrió negando con la cabeza, ya comenzaba a sentir el dolor en su cuerpo por todo lo ocurrido.

 

Se escabulleron con bastantes dificultades hasta llegar al puerto, sobre todo con Kise quejándose cada cinco segundos del dolor en el trasero y las muñecas. Al llegar, esperaron ocultos tras una pila de contenedores hasta que el sonido de un auto acercándose se hizo presente; era Kagami.

 

—Suban ya, estúpidos incoscientes —les reprendió un falso policía pelirrojo al detener la patrulla frente a ellos. 

 

Kise abrió la puerta trasera, maldiciendo el tener que agacharse y fingiendo que no veía la mirada asesina de Kagami. Le esperaba un sermón y mil quejas por lo de su auto. Sin embargo, antes de entrar Aomine lo jaló, apegándolo a su cuerpo mientars susurraba a su oído:

 

—Bienvenido al «Red [em]», niño bonito. Vamos a divertirnos mucho de ahora en adelante. —Y su voz cargada de deseo hizo a Kise sonreír, expectante y ansioso por lo que aquello significaba. 

 

Notas finales:

Siento las aberraciones, no sé manejar y lo único que sé de autos es que tienen un motor y cuatro llantas~ ¡Oh, pero los Agera y los Veyron son hermosos! En cuanto los vi, los amé 💖

Aquí los autos 

Y las preguntas del millón: ¿Qué pasó con Haizaki?  ¿Kise logrará pagar los autos que debe? ¿Habrá algo más que sexo rudo entre Aomine y Kise? ¿Será este mi último shot AoKi del año?  Enigmas, enigmas por todos lados.

Hasta prontito, mundo ;) 


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