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El enigma por Syarehn

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Notas del fanfic:

Bello, mundo~

Aquí otra historia para el «Mes AoKi: Segunda Edición» organizada por el grupo AoKiLovers~. La canción es You take my breath away de Queen.

Y no, hoy no me tocaba publicar, so sorry. 

EL ENIGMA

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La luz de la Luna me da de lleno en el rostro, eso es lo único bueno de la ventana en mi habitación; cuando cada madrugada la Luna se planta frente a mí, tan espléndida que es imposible dejar de mirarla.

A esta hora todos en el edificio duermen, o al menos la mayoría. Pero nunca faltan las molestas risas de media noche en los pasillos así como sonidos desagradables e incómodos. Y, aun así,  al otro día todo fluye como si nada hubiese pasado. Reclamar no tiene sentido y decirle a algún guardia raya en lo estúpido cuando tus quejas son poco menos que bazofia a sus oídos. Poco les importa que vivamos bajo el mismo montón de ladrillos y concreto al que jamás podría llamar hogar.

En un hogar se respira calidez y armonía, te hace sentir reconfortado después de un día terrible. Un hogar es más que unas cuantas paredes con puertas y ventanas: es el sentido de pertenencia. Un hogar es más que un sitio. Tal vez no haya puertas o paredes pero basta con brazos protectores y un pecho cálido.

Quién diría que al final tú serías el único hogar que conozco, Aominecchi.

Por eso espero despierto por ti como cada día desde que nos conocimos, desde que te vi al subir las escaleras el día en que llegué. Siempre con tu sonrisa cínica y tu mirada autosuficiente, como si fueras el dueño de todo mientras el resto eran poco menos que esclavos. Te seguí con la mirada hasta que tus orbes cobalto se posaron en mí. Te sonreí con la mejor sonrisa que conocía y tu mirada llena de sorpresa me hizo reír con ganas, llamando la atención más de la cuenta.

Luego me sonreíste de vuelta.

Jamás imaginaste que me fijaría en ti ¿verdad? No, ¿cómo podría hacerlo?

Pero la atracción fue inmediata. No podía sacarte de mi mente –aunque tampoco es como si hubiese tenido algo más interesante en que pensar– y sólo deseaba verte ¡Vaya si lo deseaba! Moría por toparme contigo, en cualquier lugar, a cualquier hora. Ansiaba tenerte cerca.

Pronto esas ansias se hicieron una necesidad apremiante. Deseaba besarte hasta tener los labios en carne viva y aun así seguir besándote. Nada más importaba, no cuando tus miradas furtivas me hacían saber que te sentías igual.

Y el día que te colaste en mi habitación aquella noche… Las leyes de universo dieron un giro a nuestro favor aun en contra de sí mismas, pasando por encima de toda lógica.

No importaron nuestras claras diferencias o que tú, siendo la rectitud disfrazada de indiferencia, te fijaras en un caso perdido como yo, en un ave extraña.

No sabría decir qué me gusta más de ti, tal vez sea tu apariencia ruda o la tenacidad que ocultas tras un desbordante ego. Quizá sólo fue el hecho de que aceptaste al Kise Ryōta que nadie quiso ver. No viste al atractivo y amable chico que el mundo quiere que sea, tú conociste desde el principio a quien yace debajo, con todo lo que eso implica. Aceptaste al chico egoísta y arrogante con cada retorcida manía, y no conforme con eso, compartiste las tuyas conmigo, aunque tus sombras nunca fueron tan oscuras.

Jamás comprenderé tu amor por mí, Aominecchi.

—Lindo detalle. —Tu voz profunda me hace mirarte, en cambio tú observas la pared a un costado de mi cama.

—¿Te gusta la nueva decoración? Tuve tiempo de sobra, tardaste mucho —me quejo.

No tiene sentido, pero a la luz de la Luna luces arrebatadoramente atractivo. Me enloquece, sobre todo porque estás observándome como si estuvieses vendo mi alma. ¿Pero qué digo? ¡Claro que la ves! Siempre ha sido así y es por eso que te pertenece.

—Es hora de irnos, Kise. ¿O cambiaste de opinión y quieres quedarte? —dices, tan irónico como siempre.  

—Eso podría preguntártelo yo a ti, Aominecchi. Has estado aquí más tiempo que yo. Quizá eres tú quien no quiere marcharse después de tanto tiempo.

—Deja de decir tonterías, niño bonito. Lo único divertido de este lugar es molestarte —dices como si fuese un motivo suficiente, como si no hubieses estado aquí por gusto antes de que yo llegara.  

Pero no consigo decírtelo, no cuando estás tan cerca. ¿Sabes acaso cómo pierdo el control contigo a mi lado? 

—Andando o van a verte —me apresuras.

—Que lo hagan, ya nada puede detenernos. No me harán regresar.  No pueden.

Al llegar a la calle una sensación extraña aunque reconfortante me invade. Es como si respirara por primera vez, como si hubiese estado encadenado siempre y las cadenas se desvanecieran. Es libertad. Libertad llana y verdadera como nunca antes la había experimentado.

Pero hay algo más que no sé descifrar, eres tú quien me hace sentir algo más grande ¡Más grande que la libertad, cómo si eso fuera poco!

El sentimiento es cálido y crece por que tú estás cerca, demasiado cerca, tanto que podríamos ser uno mismo. El calor crece en mí, quema, me consume… Es una sensación deliciosa y alucinante. Tan plena como única.

—Aominecchi —te llamo cuando los sentimientos se desbordan en mí—. Esto…

Y sentirte así, sin la necesidad de tocarte, es un placer indescriptible, prácticamente supremo.

—Es para siempre —afirmas. Y me doy cuenta de que nos une el mismo sentimiento etéreo. 

No sé a dónde nos dirigimos ahora o qué es lo que nos depara, pero estamos juntos. Te amo y tú siempre has amado lo extraño en mí, lo más horrible. Eres mío y yo te pertenezco desde aquel día.

A tu lado no hay nada de que preocuparse.

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—Akashi va a ponerse furioso —exclamó uno de los guardias al abrir la puerta para dejar pasar a Midorima Shintarō, el médico en turno.

—Y no tendrá reparos contigo cuando escuche la burda confianza con la que te diriges a él —le reprendió el médico, acercándose a la cama para hacer el diagnóstico parcial.

—Se cortó la garganta —adelantó el guardia, destapando el cuerpo frío.

—Un corte limpio y profundo —alabó Midorima, mirando el cadáver y las sábanas ensangrentadas. Los suicidios eran el pan de cada día, pero pocos lo hacían de manera tan determinada—. ¿Cómo es que un recluso tenía un cuchillo en su celda?

—Era un chico listo. —Fue la escueta explicación—. Lástima —murmuró sin sentirlo de verdad. Había visto tantos desfilar por ahí que ya no le impactaba.

—¿Nombre? —cuestionó Midorima señalando el cadáver.

—Kise Ryōta —dijo el guardia.

El médico se tomó el tiempo de mirarlo, aquel chico rubio de no más de veintitrés años aún tenía color en las níveas mejillas. Su cabello rubio caía descuidadamente hacia el costado izquierdo mientras sus orbes ámbares, ahora carentes de brillo, parecían enfocar hacía la ventana. No parecía alguien que mereciera estar en prisión.

—¿Por qué lo encerraron?

—Su expediente es clasificado. —Midorima enarcó una ceja esperando mayor información—. Usted es médico, quizá le permitan hojearlo. Supongo que tendrá más estómago para ver las fotos. Yo prefiero no recordarlas… Al principio no pensé que fuera culpable, no lo aparentaba pero... aquí no tenía que fingir y esa mirada suya no dejaba lugar a dudas.

Midorima miró de nuevo el cuerpo. No, no parecía capaz de romper un plato. Pasó con suavidad la yema de los dedos sobre los parpados de Kise para cerrarlos, notando entonces algo en la pared.

—¿Sabe quién es «Aominecchi»? —preguntó el médico. 

El guardia enarcó una ceja sin comprender y Midorima señaló el mensaje tallado pulcramente en el concreto de la celda.

—Ni idea —dijo el hombre encogiéndose de hombros—. Tal vez es algún amigo del chico. Él solía llamar a algunos cuantos con ese sufijo al final del apellido, aunque… —Se detuvo al recordar algo—. Uno de los directores de la prisión se llamaba Aomine Daiki. Un chico alto, moreno, arrogante y jodidamente orgulloso. Bastante listo tambien, por eso ascendió tan rápido. Se aseguró de castigar los abusos a los reos y esas lacras lo adoraban, sobre todo cuando bajaba a jugar baloncesto con ellos.

—¿Y crees que Kise Ryōta lo conoció?

El guardia rió con ganas mientras negaba con la cabeza.

—No hay manera. Aomine Daiki murió en medio de un tiroteo hace más de treinta años en un intento de fuga. Seguro lo escribió algún prisionero de su época.

Midorima asintió dando por terminada la conversación. Tomó el cuchillo ensangrentado que todavía sostenía la fría diestra del cadáver y habló sin mirar al guardia.

—Traiga la camilla —ordenó.  

Cuando el guardia se marchó, Midorima volvió a mirar al chico. De no ser por la sangre y la profunda herida, cualquiera diría que el rubio estaba dormido, sobre todo por la sonrisa suave que adornaba sus labios. No le sorprendía el suicidio en sí, en prisión era algo común, lo que no cuadraba era la fina capa de polvo sobre la cama, justo debajo del grabado, así como los bordes gastados del cuchillo.

Midorima odiaba las preguntas sin respuestas. De modo que concluyó que Kise Ryōta se lo dedicaba a alguien más, porque si de algo estaba seguro era de que la inscripción era obra suya.

Sí, debía ser para alguien más pues, ¿por qué el último mensaje de un recluso sería una promesa romántica para un guardia al que jamás conoció?

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«Cuando mi voz calle con la muerte, mi corazón te seguirá hablando, Aominecchi.»

 

Notas finales:

1) La frase "Cuando mi voz calle con la muerte, mi corazón te seguirá hablando" es de mi amado Rabindranath Tagore.  

Sé lo que dirán: “¿por qué matarlos en su mes?”, y yo les contestaría que lo lamento, pero no es así.  Soy de esas locas que piensa que el amor no tiene por qué terminar cuando el cuerpo muere.

Por otro lado, mi opinión sobre el suicidio está mejor dentro de mi cabeza, sólo diré que hacía rato quería escribir del tema, aunque quizá esta no es la mejor manera.

¡Besos, bello mundito! 💕


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