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La maldición de un beso por Syarehn

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Notas del fanfic:

¡Hola, mundo!

Les traigo un monstrito nuevo para el «Mes AoKi: Segunda Edición» creado por el grupo AoKiLovers~. La canción fue la del día 18: Kuchizuke de Ikimono Gakari.

No me tocaba ese día, pero gracias a una charla con mi novio esta pequeña idea surgió. 

LA MALDICIÓN DE UN BESO

. »« .

.

 

Miedo.

 

Sus manos están sudando y tiemblan ligeramente. Su corazón está acelerado, bombeando como nunca y golpeteando con intensidad contra su pecho. Su peso está completamente recargado en la madera del closet. Es un escondite infantil, burdo, casi estúpido, pero el miedo lo tiene paralizado. Hay tantos pensamientos –fatalistas– bullendo en su mente que analizar se ha vuelto una misión imposible.

 

Escucha los pasos lentos recorriendo el pasillo. Esa misma cadencia al caminar que lo ha seguido las últimas noches; cuando regresa tarde de la universidad, cuando sale con sus amigos, cuando entra a su departamento, cuando esos mismos pasos lo despiertan por la noche al rondar su habitación.

 

Jamás lo ha visto pero sabe que está ahí, sea lo que sea. Porque no es humano. No puede serlo. ¡Y le aterra! Le aterra pensar lo que hará con él ahora que ha decidido hacerse presente.

 

No hay luz en el vecindario. La lámpara que llevaba cayó al suelo del pasillo al escucharlo abrir la puerta de la entrada. Pensó en pelear pero algo en el ambiente había cambiado; de repente su pent house se sentía helado y vacío, más oscuro de lo que debería ser normal. Había buscado con desesperación su móvil pero éste estaba en la sala y definitivamente no iría por él hasta allá. Así que sólo pudo ocultarse en el primer lugar que vino a su mente: el armario.

 

Todos sus sentidos están alerta y su corazón se detiene al escuchar la perilla de su habitación quebrándose como si Hulk la hubiese apretado. Cierra los ojos y desea aferrarse a algo cuando escucha el leve chirrido de la puerta abriéndose.

 

Quiere gritar pero la voz no le sale. Quiere pelear por su vida pero está temblando. No. En realidad sólo quiere despertar y que todo sea un sueño; quiere sentirse a salvo.

 

¿¡Por qué está haciéndole eso!? ¿¡Por qué a él!?

 

Los pasos se mueven dentro de su habitación con una calma tortuosa. Se cubre la boca con ambas manos para evitar que su respiración agitada sea notoria, pero su corazón lo está traicionando; palpita desenfrenado, haciendo eco por su caja torácica y él sabe que eso está escuchándolo, porque una suave risa se escucha en su habitación.

 

Se apega a la madera lo más que puede, como si quisiera travesarla y escapar de allí o como si fuese a fusionarse con ella para pasar desapercibido.

 

Los pasos se detienen frente al closet.

 

El tiempo se detiene también.

 

Escucha un golpe suave pero seco sobre la madera que su única protección entre él y lo que yace afuera. Su corazón salta, palpitando rápido conforme algo comienza a rasgar la puerta. Un crujido lento, aterrador, seguido de otros más.

 

—Hueles a miedo —susurra una voz gruesa con tintes de diversión desde afuera.

 

Y la madera se rompe.

 

Unas manos grandes y frías se posan en su garganta, tan rápido que no pudo evitarlo. Aquel sujeto no parece estar ejerciendo mucha fuerza pero su tráquea se siente tan comprimida que no puede respirar. Boquea en busca de aire. Sus manos se ciñen en la de su opresor pero éste se siente duro como metal. Mueve las piernas en un intento desesperado por patearlo pero pronto comienza a sofocarse por el esfuerzo.

 

—Quiero besarte —dice aquel sujeto. Lo suelta lánguidamente, permitiéndole respirar de nuevo pero apegándolo contra su cuerpo—. No he pensado en otra cosa desde que te vi.

 

La escasa luz de la Luna le permite vislumbrar el perfil afilado y la tez canela de quien lo sujeta. Su cabello luce negro y sus ojos brillan en un tono azul. Un azul profundo y aterrador como las profundidades oceánicas y sus horridos misterios. Es más alto que él y mil veces más fuerte. Y él no es cobarde, sin embargo, aquel intruso lo intimida, destila un aura de peligrosidad que lo mantiene en constante alerta.

 

—Eres tú —vuelve a hablarle el intruso pero él no comprende nada—. Sé que eres tú, Kise Ryōta. Puedo sentirlo. Sólo tú puedes saciar mi ansiedad, este maldito deseo.

 

Aquellas enérgicas manos se ciñen a su cintura, aprisionándolo y acercando sus cuerpos.

 

—¿Q-quién eres? ¿¡Qué diablos quieres!? —Kise se remueve, tomando seguridad de algún sitio recóndito en su interior.

 

—Te quiero a ti —declara aquel ser imponente, tomándolo del mentón para obligarlo a mirarse en medio de la oscuridad—. Te quiero conmigo.

 

Sus labios se acercan a los de Kise pero él no está dispuesto a permitir el contacto. Gira el rostro e intenta alejarse pero no es tan fuerte a comparación de su opresor.

 

El miedo sigue latente. No sabe a ciencia cierta lo que aquel sujeto busca en verdad.

 

—¿¡Por qué me haces esto!? ¿¡Qué quieres!? ¡Basta! —grita. Estrella su puño contra el rostro ajeno, pero su mano es la que termina adolorida.

 

—Maldición, deja de hacer eso —murmura el intruso, relamiéndose los labios. Kise siente su cuerpo siendo azotado contra la madera y jadea. Él está cerca. Demasiado cerca—. Tu miedo me excita, Kise. Todo tu ser me vuelve loco.

 

La nariz fría del intruso recorre su cuello y una mano tira de su rubio cabello hacia atrás para hacerse más espacio en la clavícula.

 

—¡No te atrevas! —brama Kise cuando la lengua ajena recorre su piel y una dura erección se fricciona contra su muslo—. ¡No sé qué carajo eres pero no…! ¡¡A-ah!!

 

Su grito no resuena tanto como esperaba. El dolor le nubla la mente y la vista. Hasta respirar es una tortura. Sus manos se cierran en puños golpeando con fuerza los hombros ajenos mientras sus ojos lagrimean. Aquel sujeto está desgarrándole la piel del cuello con los dientes y Kise está seguro de que los colmillos de una persona normal no son ni por asomo tan largos como los que se clavan en su yugular.

 

Jadea. Cierra los ojos y aprieta los dientes. Siente como le drenan la vida de una mordida. Su sangre fluye, caliente y espesa, hacia la boca ajena que succiona vehemente. Kise lo escucha gemir mientras el miembro que roza su muslo palpita, crece.

 

Pronto sus puños pierden fuerza y su respiración se hace lenta así como los latidos de su corazón. Está en una bruma densa, los sonidos son tan lejanos que apenas si le parecen murmullos y lo único que es capaz de sentir con certeza son los labios fríos contra su cuello.

 

Su cuerpo ha perdido toda movilidad, quedando laxo en los morenos brazos que lo sostienen. Sabe que está muriendo. Pero cuando está seguro de que el siguiente será su último aliento unos labios suaves y gélidos se posan sobre los suyos.

 

—Bebe —murmura aquel ser contra sus labios mientras se abre la camisa. Luego se aleja para rasgar su propia piel:  una corta pero profunda herida en su pecho, apenas por debajo de la clavícula.

 

La sangre comienza a fluir y el extraño acerca el rostro de Kise a su pecho. Él está demasiado débil y disperso como para negarse, de modo que el sabor metálico se expande por su paladar. Y entre más prueba el denso líquido carmín, más vivo se siente, haciéndolo desear más.

 

Pero la sangre del intruso no es todo lo que viaja hacia él. También hay sentimientos, memorias, inquietudes, anhelos, placeres… Y se encuentra a sí mismo conociendo cada detalle del que segundos atrás era un extraño. Porque ahora conoce a Aomine Daiki mejor que a nadie. Conoce su pasado. Su infancia, sus gustos, su cambio. Los primeros años de miedo seguidos de curiosidad y un hambre voraz por conocer el mundo. Los decenios de depravación, experimentación y ruptura de límites.

 

Y Kise, aún con la mente nublada y saturada, comprende que su presencia ahí responde a esa rebeldía e impulsividad natural en el moreno. Entiende lo que es y lo que Aomine quiere. Sabe que lo quiere, que no mentía cuando dijo que no había dejado de pensar en él. Siente en carne propia la ansiedad y el deseo que han corroído a Aomine antes de decidirse a hacer lo que está haciendo. E igualmente comprende lo que él está proponiéndole así como el hecho de que no le está dando opción a negarse; está arrastrándolo a su mundo sin pensar en nada más que en sus propios deseos.

 

Pero Kise aún no tiene consciencia real de lo que eso significa. Por ello y por su mente aun confusa, no rechaza a Aomine cuando toma su rostro y lo besa, y es él mismo quien se aferra al cuello de su atacante, correspondiendo el gesto. Lo besa ávido de más sangre, de más conocimiento y de ese éxtasis líquido que le hace sentir con toda intensidad el deseo que Aomine destila por él. Sin embargo, no sólo lo experimenta a nivel emocional en medio de aquella mística conexión, también se lo hace notar la dura erección del moreno frotándose contra él.

 

La frialdad de su cuerpo lo excita y sus movimientos instintivos y ansiosos simulando embestidas no hacen más que aumentar su libido. Su miembro también está despierto, necesitado y húmedo ¡Y sólo es un beso!

 

Muerde sus labios con deseo, ansioso por probar más. Gimiendo por un placer que jamás ha experimentado y que está seguro de que podría llevarlo al orgasmo más intenso de su vida. Esa exquisita sangre es la entrada al más exuberante éxtasis.

 

Siente que está a nada de perder la razón y enloquecer de placer entre los fuertes brazos de Aomine y sus ardientes besos. Así que devora los labios fríos y muerde esa lengua juguetona, pero no logra saciarse. La sed se vuelve colosal, una apremiante necesidad. El dolor no se ha ido, sin embargo, no desea nada más que besar a Aomine y quedarse con el sabor metálico de su sangre en los labios. ¡Es que nunca antes se ha sentido así! Jamás había sentido tanto. Jamás lo había sentido todo en un beso.

 

Se queja cuando Aomine rompe el contacto poniendo distancia con sus brazos. Se miran y Kise nota la sonrisa traviesa en el rostro moreno. Está apunto de hablar pero el dolor vuelve a hacerse presente en el cuerpo mortal.

 

El dolor se extiende desde su pecho al resto de su ser y mira a Aomine en busca de respuestas.

 

—Vas a morir, Kise —sentencia—. Y cuando lo hagas, serás mío por siempre.

 

Kise lo empuja sin fuerzas pero sin necesidad de más Aomine se aparta, dándole espacio mientras lo ve dirigirse con pasos torpes y tropiezos constantes al baño. No obstante, termina acercándose al rubio pues él sabe de primera mano la desesperación que comenzará a sentir.

 

Lo ayuda a llegar al inodoro y Kise vomita como nunca antes lo había hecho. Y hacerlo duele. ¡Joder! Le arde la garganta y las convulsiones pronto se hacen imparables, abruptas.

 

Sin embargo, es sólo en inicio del infierno. El estómago, la cabeza, la piel y cada maldito órgano en su interior punzan con agonía, como si tuviese ácido corroyendolo.

 

Desea suplicar que pare pero siente que se ahoga, que muere.

 

Aomine lo sostiene cuando nota que su cuerpo pierde fuerza. Se sienta en el azulejo frío y sostiene a Kise sobre él, despejando su frente de los húmedos mechones.

 

—Ya pasará —le conforta. Kise lo mira con furia e incredulidad. ¡Está agonizando! Claro que el dolor pasará ¡Pero cuando muera!

 

Kise pierde temperatura, tiembla de frío. Sus ojos están abiertos pero ya no distingue nada con claridad. Ha perdido la energía para moverse y su respiración pierde ritmo, haciéndose cada vez más débil, hasta que cesa. Sus orbes de miel han perdido su luz y sus manos caen laxas sobre el azulejo.

 

Está muerto.

 

Aomine recarga su barbilla en la frente ajena. Estrecha el cuerpo inerte contra su pecho y se levanta con él en brazos. Lo lleva a la terraza, donde la Luna brilla espléndida sobre la ciudad. Quiere que lo primero que vean los nuevos ojos de Kise sea la noche, su cómplice desde ahora.

 

Entonces lo siente removerse; ha resistido el beso de la muerte.

 

Kise abre los ojos y siente que es la primera vez que lo hace. Lo primero que contempla es a Aomine Daiki; su rostro moreno y pétreo, sus ojos tan azules como su cabello y la noche misma. Su sonrisa ladina es encantadora pero letal y el azul de sus orbes es profundo, aunado a que la forma intensa en que lo mira.

 

Aomine lo baja e incluso caminar le resulta una experiencia nueva.

 

La Luna está sobre ellos, radiante como jamás imaginó. Su luz se percibe diferente, etérea al igual que la de las estrellas. Podría jurar que observa más que resplandecientes puntos. El firmamento es el mismo que antes pero a la vez tan distinto…

 

Los olores de la ciudad comienzan a inundar su nariz. Sudor, alcohol, dióxido de carbono, gas, humedad…, café.

 

Lleva instintivamente su mano al pecho pero su corazón no late y el movimiento propio de la respiración no está ahí.

 

—Vas a acostumbrarte. —La voz de Aomine, que tanto terror le había causado antes, ahora le resulta atrayente, sedosa y gutural.

 

Pero está molesto, furioso por lo que acaba de hacerle.

 

Entonces lo encara de nuevo. Aomine es un ser atractivo, sugerente y Kise es consciente de lo que despierta en él, porque a pesar de todo lo sabe: está maldito. Desde ese momento y para siempre.

 

Sin embargo, la ira le cede terreno de forma absurda pero irremediablemente cuando Aomine suaviza su mirada. Kise suprime el instinto de morderse el labio; jamás lo habían mirado de aquella manera tan única, tan diferente. Como si él fuese el magno tesoro del universo.

 

—¿Y si no quiero esto? —Incluso su propia voz resuena distinto a sus oídos—. ¿Y si decido odiarte y vengarme por lo que acabas de hacerme?

 

Aomine le sonríe casi condescendiente porque Kise sólo ve la punta de iceberg. No tiene una dimensión verdadera de lo que representa ser lo que ahora es.

 

—No lo dudo. Vas a odiarme y maldecirme algún día —concuerda, acercándose al rubio—. Pero no hay marcha atrás, Kise. Te quiero conmigo.

 

Kise no puede resistirse al gélido tacto de Aomine a pesar de que sigue ofuscado y no confía del todo en él. Y se rinde ante el roce de sus labios sin vida. Cierra los ojos dejándose llevar por las vibraciones deliciosas que le provoca la danza de sus lenguas, permitiéndose conocer a detalle el sabor de esa boca.

 

El anhelo lo enajena. Besar a Aomine es embriagante y adictivo. Una droga letal pero electrizante.

 

No logra contenerse cuando las encías le escuecen y de la nada sus nuevos colmillos crecen, alargándose y rasgando el labio inferior de Aomine. El moreno se deja hacer, lo deja sentir y experimentar su nueva naturaleza. Sin embargo, vuelve a excitarse cuando la sangre humedece su paladar. Toma el pálido cuerpo como si deseara ser uno con él y de hecho eso es justo lo que quiere: tenerlo, poseerlo. Ansía ir más allá pero se conforma con ese beso que, en realidad, es más que un simple beso; es la consolidación de un vínculo entre ambos, para bien o para mal.

 

Aquel beso sella con sangre una promesa y una condena: una eternidad en la oscuridad.

 

Una eternidad juntos en la oscuridad. 

Notas finales:

Y bueno, con esto me despido de ustedes.

Me retiro del fandom por tiempo indefinido (salvo por un crossover que tengo pendiente para el 5 de marzo, será un Aomine/Rin por si gustan pasar ese día).

Como favor personal les pido que apoyen a las bellas autoras AoKi que tenemos; comenten, sean críticos pero respetuosos. O anímense a escribir si no les gusta lo que hay. Nadie nace sabiendo redactar, pero con esfuerzo y los sabios consejos que hay por aquí, crearán  grandes cosas. Hagamos de este clan AoKi-Lover el más activo pero sobre todo UNIDO dentro del fandom. Recuerden que estamos aquí para pasarla bien, disfrutar, aprender  y hacer amigos. Que la arena se quede en los desiertos, la política y los chismes de barrio.

Sí, sí, mucho drama…

Nos leemos el próximo Mes AoKi o tal vez antes, el destino y la inspiración dan muchas vueltas.

¡Besos, dulce mundito! 💕

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PD: Algún día lejano como el apocalípsis esto será el inicio a una historia de wampiros.


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