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Minino por Amok Scarlet

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Notas del fanfic:

Pues... espero les guste. Es algo muy cambiante (?)

Verano, el calor lo estaba matando. Se encontraba bajo la sombra del tejado que da al patio de la casa. Un ventilador encendido y con una paleta de hielo en la boca. El piso estaba fresco y la poca brisa que hacía no ayudaba mucho.


Miro los grandes árboles que se alzaban a unos cuantos pasos del patio, tal vez tendría que ir al río y refrescarse un poco. Siempre pasaba las vacaciones de verano en aquella casa y esperaba.


Esperaba a ese gato, desde que lo había rescatado de morir ahogado entablaron una amistad. Le costó trabajo convencer a sus abuelos de que lo dejaran tener. La extraña fisonomía del animal era para pensárselo dos veces, en cambio la familia terminó cediendo al capricho del niño.


Ese verano tendría unos siete y estaba cerca de cumplir los ocho. Se le ocurrió ir a jugar al bosque, fue cuando oyó el angustioso maullido de un gato. Por curiosidad se acercó.


Unas orejas y cola se asomaban por el borde de un barco siendo llevado por la corriente del río. Luego unas garras se asomaron y se aferraban en la madera cuando el bote se mecía de sorpresa. Después unos ojos grandes y negros, acuosos y temblorosos.


Corrió hasta sobrepasar al bote y saltó al agua. Subió por el extremo contrario a donde vio al gato y lo observó. Con asombro y admiración. Era un niño gato. Sus cabellos negros y piel blanca. Le encantó, le fascinó, lo adoró.


—¡Miaaaaau! —El bote golpeó una vez más. Se acercó al gato tocándolo por el hombro con cierta timidez.


El gato casi lo araña al reaccionar contra su mano, se alejó pero le rozó y rasgó la mejilla muy cerca del labio. No se quejó y lo abrazó, según hasta donde él sabía, en ese entonces, los gatos le temían al agua.


Así el gato le rasguñara y pataleara lo sacaría de ahí. Miró a ambos lados antes de ver que haría. Una roca grande estaba cerca de la orilla, se levantó y preparó para saltar.


—Un, dos, ¡tres! —El gato gritó y enterró con más fuerza sus garras en su cuerpo. No sabe cómo lo hizo, se siente orgulloso de sí mismo por eso, cubrió el cuerpo del gato para que no golpeara con la roca y el que terminó herido fue él.


El gato temblaba en sus brazos, seguía aferrado a su cuerpo. Se sentía mareado, tal vez por el golpe en su cabeza o el de la espalda. Acarició con ternura los cabellos del gato negro. Consolándolo, calmándolo.


—Ya, ya, ya pasó, ya pasó. Estás a salvo —sonrió al ver que lograba lo que quería. Los ojos negros lo miraron, lágrimas corrían por sus mejillas.


Se miraron por un momento, analizándose. El gato notó la herida de la mejilla por la cual brotaban unas gotitas de sangre. Y la lamió.


El niño pensó detenerlo, al sentir la lengua rasposa del gato le gustó la sensación y dejó que lo hiciera. Era una sensación agradable. Simplemente le gustaba.


El niño y el gato se volvieron a mirar cuando el último dejó la herida del niño. Las mejillas del gato se tiñeron de rosa y desvió la mirada.


—Gra… gracias —y sin más se fue corriendo.


—¡Es-espera! —Muy tarde. El gato por naturaleza es desconfiado—. ¡Hay alguien ahí!


Gritaba para que alguien le fuera a ayudar. No se podía mover y el dolor en su cabeza comenzaba a aumentar. Se sentía cansado y sus ojos pesados. Unos cinco minutos después sus ojos se cerraron.


Al despertar estaba en su cama, en la habitación que sus abuelos le daban cuando los visitaba. Se preguntó cómo llegó hasta ahí, se le olvidó cuando sintió algo suavecito en su brazo. Giró la cabeza, le dolió, el movimiento fue muy brusco.


Volvió a abrir los ojos, los había cerrado. Unas orejas puntiagudas y sensibles se movían debajo de las sabanas. Su cabeza tenía la respuesta, más no confiaba en ella. Alzó la sabana y miró el rostro durmiente de un gato aferrado a su brazo. Sin motivo, una sonrisa apareció en su cara.


Regresó a la posición original en la que se encontraba y miró el techo de madera. No lo había abandonado.


Sus abuelos subirían a su cuarto y le contarían lo que el gato negro había hecho. Buscando la casa más cercana al bosque pidió ayuda para el niño herido en el río. El gato los guio y no se separó para nada de él.


Su cara reflejaba una sonrisa al recordar esos tiempos en los que el gatito era un “gatito” dulce y tierno, no un gato arisco y huraño. Pero cuando llegaba “esa” temporada se ponía todo meloso.


—Dobe —había invocado al diablo con el pensamiento. Tenía que cuidarse hasta en sus propios recuerdos.


—Teme —contestó después de echarle una miradita al minino. Fueron unos segundos en los que había fruncido el ceño, la postura que traía el minino no era muy conciliadora.


Estaba cerca, lo sabía, lo olía, lo intuía. Más bien, ya la conocía. Esa manera de pararse, el meneo de las orejas y las sacudidas de la cola revelaban la época del año en la que se encontraba el gato.


Sí, el gato. Porque él no.


—Has vuelto —el gato se sentó cerca de las piernas del chico.


—Sí, te he traído algo — contestó mirando hacia dentro. En el centro de la habitación había una mesita en la que había colocado una caja envuelta en papel fantasía de color azul rey. Hasta donde él sabía era el color favorito del minino.


—¿De verdad? —Era uno de esos momentos, el gato se ponía feliz por pequeñas cosas, detalles que a cualquiera le son agradables—. No te voy a agradecer.


—Lo sé —contestó sin ganas. Le bastaba con que sonriera y fuera menos frío con él.


Aunque sabía que lo hacía para ocultar su verdadero ser. O al menos él lo veía de esa forma. Sasuke era un gato al fin y al cabo, bipolar por naturaleza. Queriendo ser mimado pero no dejándose querer. Incomprensible a su parecer.


—Está en la mesa —se levantó del piso y caminó al cuarto. Tomó la caja y regresó sentándose a lado del gato, le tendió la caja y observó sus manos cuando la tomó. Se estaban convirtiendo en garras. Cerró los ojos y abrió el izquierdo para ver la reacción del minino.


—Te acordaste —murmuro el gato.


—¿Cómo iba a olvidarlo? Después de todo es tu cumpleaños. ¿O no, Sasuke? —Sintió como el gato se estremecía. Un temblor ligero, perceptible para él que lo conocía tanto.


—Um-hum —ah… como extrañaría ese “gracias”, hacía tanto que no lo escuchaba. Que ya no lo esperaba.


Se recargó en la pared con los brazos cruzados atrás de la cabeza. Los ojos cerrados y el aire del ventilador pegándole en la cara. Sus cabellos rubios se mecían en un baile hipnótico para quien lo viera.


Un chico atractivo de 17 años como él, era imposible que no tuviera novia. Y nadie le creería cuando lo escuchaba de su boca. Y era así, no tenía novia. Y no porque no quisiera. No había chica en el mundo especial para él. Pero sí había alguien especial y ese era Sasuke.


Su relación poco a poco era envuelta en ese manto llamado amor. Su amor era aun de niños, de juegos fortuitos y fugaces. Como en ese momento.


Un beso se posó en sus labios y previniendo que se alejara alzó su mano para atraparlo. Lo besó con osadía, considerando la época en la que se encontraban.


Había estudiado mucho antes de regresar a casa de sus abuelos en verano. Primero por qué no sabía cómo hacerlo con un chico, segunda por qué el chico era un gato y tercera por qué no estaba seguro.


A Sasuke lo veía unas cinco veces al año. Las vacaciones de verano, las de invierno, la Golden Week, su cumpleaños y otros días festivos. Tal vez por la misma razón se dio cuenta de lo que sentía por él.


El estar alejados uno del otro lo dejaba pensar lo suficiente, aclarar las dudas en su cabeza no era cosa fácil, llevaba en ello un buen tiempo. Y con buen tiempo nos referimos a casi tres años.


En primera porque no se daba ni por enterado de que sintiera algo por el minino. Sino hasta que una chica, su compañera Hinata se le declaró. Intentó salir con ella, terminando en fracaso.


—¿En quién piensas cuando me besas?


—En… ¿ti? —su respuesta tardía disipó las dudas de la chica.


—Será mejor que terminemos —y con esa simple frase se fue.


Él no la persiguió, no le llamó ni espero a que volviera. Meses después ya estaba con otra chica, de un grado superior, Ino.


—¿En quién piensas cuando me tocas? —Sintió el déjà vu, justo como la primera vez.


—En ti por supuesto —respondió después de unos segundos, la chica se sintió decepcionada.


—Terminemos —y como fue la primera será la segunda.


Una vez más no hizo nada. Miles de chicas desfilarían después de ella y no se equivocó. Han dicho por ahí que la tercera es la vencida.


—Tú no me quieres, Naruto —Sakura, la chica peli-rosa que se le había confesado una semana después de romper con Ino.


—¿Por qué dices eso? —Preguntó confundido e irritado. Las chicas parecían saber más que él.


—Te siento lejano, no estás conmigo


—Pero estoy aquí —protestó.


—Sí, pero tus pensamientos no. Busca a esa persona que te gusta, yo no soy ella—. Y la chica se fue.


Esas palabras lo dejaron idiotizado durante una temporada, las repetía en su cabeza una y otra vez. “¿La persona que me gusta?” Por más y más vueltas que le daba no lograba encontrar la respuesta a esa incógnita. ¿Quién era esa persona que nublaba sus pensamientos? ¿En quién pensaba día y noche? ¿Quién?


Y llegó el verano, como cada año. Se encontraba en casa de sus abuelos y dormía en la habitación con la ventana abierta, bermudas y camiseta sin mangas. Hacía mucho calor.


Tuvo un sueño y la voz en ese sueño lo calentaba, lo hacía removerse y estremecerse. Perseguía la voz en la oscuridad. La buscaba y siempre terminaba con una erección y sin recordar cual fue el sueño. Todas las noches era lo mismo.


—¿Y Sasuke? —Preguntó a sus abuelos.


—¿No lo has visto? —Preguntó su abuela, una mujer rubia que aparentaba ser más joven de lo que era.


—No —cantaleó.


—Debe estar en el taller —contestó su abuelo. Un hombre canoso y realmente viejo—. Se la pasa encerrado ahí.


—Lo iré a buscar —y salió corriendo al taller cerca del río. Era una pequeña cabaña de madera en la que guardaban madera y herramientas, una habitación pequeña lo complementaba, con su cama y baño individuales, todo del abuelo. Se encargaba de fabricar muebles de madera que vendía en la ciudad y había ocasiones que se quedaba a dormir ahí.


El corazón le palpitaba por la carrera y paró de golpe al estar parado frente a la puerta. Escuchaba maullidos y jadeos del interior. Buscó la ventana, se sentía como un tonto por hacer eso en lugar de entrar y averiguar que sucedía.


—Miauu… —no era un maullido como cualquier otro que había oído, este era diferente, sonó más a un suspiro. Unos extraños escalofríos lo recorrieron al asomarse por la ventanita—. Mmm… nha…


Tragó saliva y se quedó parado, embobado en la imagen que apreciaban sus ojos. El gatito pelinegro, Sasuke, se encontraba sentado recargado en una de las paredes, con las piernas extendidas, los pantalones saliéndose de sus pies y los calzoncillos debajo de las rodillas. La camisa desabotonada y sus manos moviéndose de arriba abajo masturbándose.


No recuerda cuanto tiempo paso en ese estado hipnótico, veía sus mejillas sonrojadas y los “miaus” agitados, suspiros y gruñidos.


Cuando el gato terminó con su faena, el chico decidió desaparecer. No podía ver al gato. Se adentró más en el bosque y se tiró a la orilla del río. Su cuerpo se encontraba ardiendo. Debajo del agua se masturbó recordando en todo momento el rostro del gato. Tan sensual, lascivo, provocativo… no podía dejar de pensar en eso.


Regresó a su habitación, después de darse un baño y ser regañado por su abuela. De espaldas al techo hundió la cara en la almohada y pensó en lo que había sucedido. Se estaba dando una chaqueta¹ por un hombre. Y no cualquier hombre, un hombre gato y ese hombre gato era Sasuke. Su Sasuke…. ¿Eh?


Sí, suyo. ¡Por qué él lo salvo! No había otra razón, no la había ni la habrá. O eso pensaba, hasta que en sus sueños se dio cuenta que le había dado cuerpo a la voz, la voz de Sasuke diciéndole que lo quería. ¡Cómo si el gato fuera a decir eso!


Antes lo hacía, cuando aún eran niños. No se separaba de él. Ah… extrañaba esos días. En los que dormían juntos, se bañaban juntos, jugaban juntos, reían juntos… tal vez algún día lo harían otra vez, ¿quién sabe?


Todas las mañanas se despertaba sobre saltado, el mismo sueño se repetía y casi no veía a Sasuke, cuando lo buscaba se encontraba con la escena erótica. Algo debía estar mal con él. Sobre todo cuando en sus sueños escuchaba un “Te amo” y sentía las almohadillas de Sasuke en sus mejillas.


Regresó a casa, y pensó. Pensó sobre todo lo que sucedió en la casa de sus abuelos. Lo extrañó, quiso regresar y se dio cuenta. Todo el tiempo la respuesta que buscaba estaba ahí. Desear tanto a una persona era algo “especial”. Su persona especial estuvo ahí todo el tiempo.


En su cumpleaños regresó a esa casa de madera, con aroma a musgo fresco, colores armoniosos y cálidos, su casa. Y su persona especial estaba parado en la puerta. Sonrió pero no lo demostró. Se acercó como cada año a recibir su abrazo. El gato no lo espero y menos sus abuelos que se encontraban detrás a unos pasos.


Lo besó, dejó congelados a todos. Nadie sabía que pensar, que hacer, cómo reaccionar. Él sonrió y volvió a abrazar a Sasuke.


—Creo que me gustas —parpadearon, reaccionando a sus palabras.


—¿Eh? —El primero en responder fue el gato, un poco desconcertado y sin procesar todavía las ideas.


—¡¿EH?! —Logró taparse los oídos cuando los tres reaccionaron.


—Q-q-q-q-q-q-q… —no lograba pronunciar las ideas. Miró el rostro del gato tartamudo, al parecer no era el único interesado. Estaba rojo y miraba a todas partes sin saber dónde posar la mirada.


—Me gustas —repitió más seguro y decidido.


—¡Es un gato! —Protestó el abuelo


—¡Es un hombre! —Gritó la abuela


—¿Y qué importa? —Pronunció feliz—. Sí me gusta me gusta, da igual quien sea o de donde provenga. Me gusta y punto.


Su rostro no podría ser otro más que felicidad pura y desinteresada. Una sonrisa enorme enmarcaba la emoción que lo llenaba. Ahora que sabía que quería y a quien quería no había más que dejarse llevar por lo que dijera su corazón.


Claro que provocó lo contrario, esperaba que el minino se abriera más a él, sin embargo lo rehuía. Las siguientes vacaciones ocurrieron de ese modo, el persiguiendo al minino y el gatito huyendo.


Hasta que lo atrapó. Espero en su cuarto, todo el día, sin comer ni dormir, ni ir al baño moverse siquiera un milímetro. Espero pacientemente a que el gatito cayera en la trampa. El gato entró a la habitación oscura, no hubo necesidad de prender la luz. Camino directo a la cama, alzó las sabanas y se encontró atrapado en los brazos del chico.


Peleó, lo rasguñó, pataleó, gritó, pidió ayuda (cosa que nunca hacía). El chico no lo soltó a pesar de las mordidas. Exigió que lo escuchara.


—¡Entiende! —Ya lo estaba desesperando—. ¡Háblame! Hubiera sido mejor no decirte nada… —murmuro con una mirada triste. Le clavó la mirada furioso—. Respóndeme —el gato lo miro sorprendido, había captado esa mirada, muy intensa —¿sientes algo por mí?


—No lo sé —desvió la mirada. El chico respiro y lo soltó. ¿Qué más podía hacer? No lo podía obligar a nada. Sasuke no lo aceptaba y no le quedaba de otra más que esperar algo. Se bajó de la cama, buscó sus pantuflas y se levantó listo para irse.


El caminar hacía la puerta fue lento, espero que lo llamara, lo deseo con todas las ganas del mundo, pero eso no sucedió. Decepcionado, triste, enojado, regresó a su habitación y al día siguiente se fue. El pequeño departamento en la ciudad, cerca de la escuela, le pareció enorme, frío, triste y sin vida.


Mal de amores, dijeron sus amigos en cuanto lo vieron. De casualidad lo habían encontrado en la calle, vagaba sin rumbo aparente a algún lugar. Chocaba con los postes y las personas al caminar. Se disculpaba sin ánimos y con el rostro mirando todo el tiempo al suelo.


Cuando cayó en un charco no pudieron soportarlo más y fueron a hablarle. La simple imagen era bizarra. Excéntrica y curiosa, desconcertante también era una de las palabras que cruzaron por su mente.


Naruto sentado en el charco, observando su reflejo en el agua lodosa. Su dedo se movió a la imagen y la tocó. Las ondas provocadas distorsionaron su reflejo y de pronto se reía, como un loco, un demente, no entendían lo que sucedía.


—Naruto… —lo llamó un chico castaño con unas marcas en su rostro, giró su rostro para verlo.


—Soy patético —se dijo a sí mismo. Lágrimas corrían por sus mejillas y los tres chicos lo miraron apenados. Lo que fuera por lo que estuviera pasando debía ser grave.


Naruto no era un chico melancólico, siempre sonreí no importaba la situación. Era doloroso verlo de esa forma.


—Vamos —otro chico se acercó a ayudarlo. Lo tomó del hombro y lo hizo levantarse.


—Shikamaru —se sentía perdido.


—Kiba, Chouji, ayúdenme a llevarlo a su casa —los otros dos se apresuraron a tomarlo del otro brazo.


—No quiero ir a casa, me siento sólo —era como si hubiera bebido alcohol. La mirada cansada y afligida—. Está vacía y fría…


—Lo llevaremos a la mía —terminó Shikamaru.


Por tres días y tres noches estuvo en un estado vegetativo, no porque no pudiera moverse, sino porque no quería moverse. Shikamaru lo obligaba a comer y tomar agua. Hasta lo ayudaba a ir al baño. Cuando llegó el cuarto día, Shikamaru no lo soportó más y preguntó.


—¿Qué ha pasado? —Esperó a que contestara. El chico rubio lo miró sin entenderle —¿Por qué no quieres volver?


—Yo… —empezó. Miró sus manos, la forma de sus dedos. Estaba sucio y apestaba, tres días sin bañarse—. Me daré un baño.


Se levantó, se tambaleó hasta llegar al cuarto de baño y con todo y ropa se metió en la ducha. Abrió la llave del agua caliente y la dejó correr. No importaba que quemara, en realidad nada importaba. Se fue quitando la ropa cuando empezaba a pesar, sus movimientos fueron mecánicos, tomó un poco de shampoo y se lavó el cabello, luego un poco de jabón líquido y se talló el cuerpo.


Cuando estuvo limpio, se quedó debajo del agua hasta que se enfrió. Algo no estaba bien, algo no se sentía bien. Algo era… ¿qué?


No era él.


Salió del agua y se secó con una las toallas que tenía Shikamaru. Buscó ropa y no encontró. Había olvidado que no llevaba ropa de cambio.


—Te he traído ropa de tu casa, pensé que la necesitarías —le agradeció con la mirada. Y tomó las ropas de la mano de Shikamaru—. También cepillo de dientes y pasta. Te apesta la boca.


—Gracias —se sentía bien sonreír. Los amigos entendían sin decir nada. Y Shikamaru era más perceptivo que cualquier otro.


—No te tardes, tenemos visitas.


—¿Qui…? —No terminó de formular la pregunta. Shikamaru le había dado la espalda y salió del cuarto.


Aun así le hizo caso, se lavó los dientes y se vistió. Se secó lo más que pudo el cabello con la toalla. Y bajo medio peinado. No se oía ningún ruido y no se veía nada.


—Oye Shikamaru quien se supone —su voz bajo súbitamente —que vino…


Sentado de espaldas a él, se encontraba una figura familiar, aquella que lo torturaba en sueños, aquella de la que había escapado. Cuando volteó lo confirmo. Era él. Se veía pálido como si hubiera visto un fantasma. Un gorro ocultaba sus orejas.


—Naruto… —su corazón palpitó. Su cuerpo entero sintió la energía llegar súbitamente.


Shikamaru desapareció en instantes, dejando a ambos solos. Sasuke se levantó, indeciso, su cuerpo parecía pesado cuando dio el primer paso.


—¿Qué haces aquí? —Pronunció duramente. No creyó que su voz sonara tan hiriente. El gato se detuvo.


La mirada de Naruto evitaba ver al gato. La garganta se le cerró y las palabras no podían salir. La imagen del minino lo hacía dudar, sus ojos negros mostraban dolor, mordía sus labios y se apretaba los dedos con fuerza.


—Lo siento —lo miró—. Yo no quería lastimarte —las palabras salían rasposas. Sabía que le costaba decirlo—. Yo… no te merezco.


—¿Puedes no decidirlo por mí? —Su mirada se suavizó. Se enterneció y se acercó al minino. Le quitó el gorro y acarició sus cabellos, pasando su dedo pulgar con suavidad atrás de las orejas.


El gato lo miró. Ojos acuosos y temblorosos, anhelantes y suplicantes, no podía contra esa mirada. Lo abrazó.


—Sasuke, Sasuke —repitió su nombre hasta el cansancio. Lo estrechaba con fuerza y se sentía una vez más vivo. No importaba si no lo quería. Si había confundido los sentimientos del minino. Sí podía estar a su lado era suficiente.


Las siguientes vacaciones regresó a casa de sus abuelos. Vio a Sasuke mirarlo por detrás de la puerta y se sintió feliz. Al menos ya no sentía ese peso en su corazón. Se decidió por no presionarlo. “Las cosas pasarían si tenían que pasar”. Eso le dijo Shikamaru. Al final su amigo sabía todo. Y prometió no contarle a nadie al menos que él lo dijera.


Las vacaciones siguieron sucediendo, una tras otra, hasta llegar a este momento. Las anteriores veces cuando Sasuke entraba en celo, que curiosamente de esas cinco tres entraba en celo, lo ayudaba. Le daba una “manita”.


—Así se siente mejor, ¿no? —fue lo que dijo la primera vez.


El gato se negó al principio, pero terminó disfrutando las sensaciones que le provocaba, era más intenso a que si se lo hacía solo.


Su sueño se hizo más ligero debido a los sueños que tenía, no sabía si era por echarle una manita a Sasuke o si había otro motivo. Esa noche lo atrapó. Pero no se movió para revelar lo que había descubierto.


Sasuke le susurraba dulces palabras todas las noches. Un… te amo, un… te quiero, un… no me entiendes, un… si tú supieras, un… no te vayas, un… ¿de verdad me amas?


Cuando Sasuke salía de su habitación se tocaba donde sentía el calor del beso que lo abandonaba mientras pasaba el tiempo.


—¿Quieres que lo hagamos? —Soltó sin aviso al terminar el beso. Sus ojos azules brillaban más que otras veces, tal vez por la luz del sol, tal vez por el deseo, ¿quién sabía?


Se sonrojó. Hacerlo, en su cumpleaños. No sabía ni porque lo propuso. Las palabras escaparon de sus labios sin pensarlo. Espero la respuesta del minino. ¿Escaparía?


—Pero… —el minino también tenía las mejillas coloreadas —estoy en celo… te haré daño —sonrió. Le preocupaba esa insignificancia.


—Estoy acostumbrado —bajo los hombros y tomó las manos del gato, quitándole antes el regalo de sus manos.


—¡No deberías! —Le dio más risa—. ¡No te rías!


—¿Y? —La mirada sería volvió a su rostro. Una mirada penetrante, el gato sentía la intensidad y tembló imperceptible a cualquiera, menos al chico—. ¿Lo intentamos?


—Tus abuelos —se le ocurrió.


—No están, no vendrán hasta mañana —¡Qué bueno que les había regalado esos pases a las aguas termales!


—Mmm… —parecía incómodo.


La paleta de hielo estaba derretida en el suelo. El ventilador seguía haciendo ese traqueteo. A lo lejos se escuchaba el agua del río. Algunas cigarras y el cantar de los pájaros. Fue un momento que parecía eterno. Nada alteraba el ambiente.


Sus miradas estaban centradas en las del otro. La cola del gato se agitaba rítmica pero fuerte. Sus orejas paradas hacía el cielo, entumecidas. Salivaba. El chico esperaba paciente, no queriendo romper la magia que sentía.


El gato tragó saliva y se inclinó. Le dio un beso al chico que cerró los ojos. Comenzaron un juego de labios, arriba abajo. Subió las manos al cuello del gato y lo acercó más. Bajó sus manos hasta la espalda.


El gato se contoneó buscando una mejor posición. Abrió las piernas y se subió encima de las del chico. Subió las manos a su espalda llegando a la cintura. El beso paró un momento. Se sonrieron cómplices. Lo que sucedía era nuevo e íntimo. Nadie podría evitar lo que sucedía entre ellos, era natural.


—En la cama —pidió el gato. El chico asintió. Se levantaron, se dieron una miradita y el chico tomó al minino por la cintura y lo alzo. Enroscó sus piernas entorno a las caderas del otro.


Entre besos y risas llegaron a la cama. Sentían que eran niños jugando un juego de adultos. Robando las galletas del estante alzándose sobre los brazos del otro o jugando a las escondidillas.


Rodaron en la cama, destendiéndola y tirando las almohadas al suelo. Agitados se tiraron en la cama, uno a lado del otro. Sus manos se buscaron y las miradas se cruzaron. El chico se paró en cuatro, sus manos al lado del rostro del minino y sus piernas intercaladas.


La risa se esfumó y vino un momento de silencio respetuoso por lo que venía. No hubo palabras, no había necesidad, se entendían con la mirada. Se recostó un momento encima del minino. En su pecho escuchaba el latir de su corazón.


El gato acarició los cabellos rubios, mimándolo, animándolo. Levantó la cabeza y tomó sus labios como agua sagrada. Los dejó y bajo por su cuello, las manos de ambos empezaron a quitar la ropa. Uno siendo ayudado por el otro.


Admiraron sus cuerpos desnudos. Ante la mirada de cada uno era perfecto. El color, las marcas de los músculos, los vellos, la textura, el olor, el sabor… todo era armonía. Se complementaba la piel tostada con la perlina, los cabellos rubios con los negros, los ojos oscuros con los claros, dos caras de la misma moneda.


Humano y bestia eran ambos, no había distinción. Ni había necesidad de hacerla, él era él, “yo te valoro por tu esencia no por tu presencia”. Un significado que a ambos les parecía correcto.


Las caricias se volvieron más atrevidas, más sensuales y precisas. Cada uno descubría lo que alteraba al otro, lo que lo volvía loco. El calor era más fuerte adentro que afuera. Se sentía, se veía.


—Ya… déjame… nhg… venirme —tenía atrapado a su “amigo”, dolía, dolía de forma placentera.


—No espera —le gustaba el rostro que ponía, las orejas inclinadas hacía atrás y la cola rígida. Llevaba jugando con el “agujerito” un buen rato. Quería que el momento fuera de los dos. Por lo que presionó la punta de la verga de Sasuke.


—¡Nyaa! —Gritó al sentir como salían los dedos abruptamente de él.


—Oh… —se sorprendió por el grito y se quedó mirando al minino. Tenía la boca tapada con ambas manos, eso no había pasado momentos antes.


—¡No me mires, es vergonzoso! —Se cubrió la cara y giró la cabeza. El chico las tomó con delicadeza y las alzó. Lo miró con una pequeña sonrisa.


—Quiero ver todo de ti, como quiero que me veas a mí —Asintió con la cabeza, soltándose se abrazó al chico.


—Estoy listo —ronroneó en su oído. Refregó su cuerpo en el chico, quien tragó saliva al sentir que su pito se emocionaba.


—¿Sentado? —No recibió respuesta, pero lo hizo, tomándolo de sus nalgas lo empujo hacía el frente, y él se empujó a sí mismo hacía atrás. Ambos quedaron sentados —¡Ahí vamos!


—No necesitas decirlo todo —refunfuñó el gato riendo.


—Estoy nervioso —se confesó.


—Yo también —sonrió tímido —pero tú estás aquí y yo estoy contigo.


—Sí, lo sé —se miraron y besaron.


El tiempo era de los dos, un tiempo que nunca olvidarían y recordarían entre sueños y risas. El tiempo era el que los había juntado y el tiempo el que los separo, el tiempo que compartían y el tiempo que vivían.


—¿No te duele? —El gato negó con la cabeza y respiró para calmar su agitación.


—Sigue —pidió. Le dolía, sí dolía. Pero no le importaba, quería sentir, sentirse unido a la persona que siempre había querido. Desde el momento en que lo salvó de ahogarse. Lo quiso. Ese querer se hizo más fuerte hasta convertirse en algo mucho más fuerte.


—Entró… —el chico se sorprendió. Miró al minino que también estaba impactado. Habían logrado algo que creyeron era imposible.


—Entró… —repitió.


—¡Entró! —Gritaron emocionados ambos, festejando el gran logro de los dos. Después de un momento se sintieron estúpidos y rieron.


Lo siguiente fue una mirada y sonrisa seductoras. Un beso apasionado y el bamboleo de Sasuke. Naruto tomó sus caderas y buscó con una mano el nacimiento de la cola larga, negra y suave de Sasuke, la acarició y jugueteó con ella entre sus dedos, la estiró hasta que su mano toco la punta y lo repetía.


—Deja… mi cola… —enseñó los dientes. No pudo decir más que: —¡Nyaa! —enterrando las garras en los hombros del rubio. Cuando este se impulsó atrás provocando que cayera encima de él.


—Te puedes mover como tú quieras —sonrió sin dejar la cola peluda y masajeando los muslos.


—Tramposo —recargó sus garritas en el pecho del chico y sonrió con malicia.


—Estoy preparado —anunció el otro.


Subía y bajaba y gritaba un “nya” de vez en vez cuando sentía que Naruto empujaba las caderas hacía arriba al mismo tiempo que tiraba de su cola.


—Quiero más… —sus ojos brillosos y su cuerpo bañado en el sudor de ambos era irresistible —más fuerte…


—Como tú quieras —sonrió complacido y se levantó tirándolo de espaldas y quedando arriba de él una vez más. La cola quedó apresada debajo del cuerpo de Sasuke y ya no podía jugar con ella. Así que se entretuvo, como en un principio con las tetillas de Sasuke y su pito.


Cómo decían sus amigos, se la jalaba.


Cuando se sentía cerca tomó la mano de Sasuke y la colocó en la entrepierna. Alzó sus piernas y golpeó más duro. Los gritos y la presión eran más fuertes. Los dos jadearon y exhaustos y satisfechos se miraron. Cansados y felices.


—Lo hicimos —murmuró el minino. Naruto iba a salir del gatito —no la saques… todavía quiero sentirte


Le besó y se acostó a un lado. Lo abrazó y respiró el aroma que ambos habían producido, un aroma de sexo, sudor, semen, travesuras, juegos, lágrimas, risas, caricias, deseos, y amor, mucho, mucho amor.


 


Los siguientes días del verano lo pasaron jugando en el río, eran dos chiquillos que acababan de probar el dulce más extraordinario del mundo, un dulce amargo, ácido, agridulce, picoso, salado y dulce llamado amor.


Sasuke terminó yendo a vivir a la ciudad donde estudiaba Naruto. Convirtiéndose en su “¿Esposa?”, esposo oficialmente. Vivir juntos no era lo mismo que verse de vez en cuando. Pero ya lo superaran, esa es otra historia que cada quien imaginara. Por ahora lo dejaremos en que se mudaron y vivieron… ¿felices?

Notas finales:

Espero sus comentarios. Ojalá y les haya gustado.

Nos leemos y gracias por tomarse el tiempo y leer.

Amok Scarlet


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