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Mi dulce tentación por MPrincess

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Yu-Gi-Oh! le pertenece a su autor Kazuki Takahashi.

 

Notas del capitulo:

Para Juuli. Lo hice con todo el amor del mundo.

MI DULCE TENTACIÓN

– Miiry –

Los deberes de un faraón son más extenuantes de lo que muchos piensan. Liderar un pueblo, velar por sus súbditos y mantener la paz de todo un territorio no era algo que a manos atadas se podía lograr. Incluso los deberes iban más allá del papeleo y palabra. Involucraba el transmitir confianza y seguridad a cada individuo que sabía de su existencia, porque a ojos de los demás, eran dioses para la humanidad. No sólo constataba de portar una corona y un título, esclarecía un peso más significativo; eso es lo que pensaba Yami, Atem Yami, el rey del imponente imperio egipcio.

A su corta edad de dieciocho años, gobernaba día a día con gran valentía y honor, no obstante por las continuas disputas ante su falta de edad y experiencia, muchos hombres reclinaron sobre su legado. Esto no volvió menos fuerte al faraón, por el contrario, luchaba a cada segundo por demostrar cuán equivocados estaban en dudar sobre sus capacidades y habilidades, pero ¿a qué costo?

Fue educado con el firme objetivo de convertirse en el mejor monarca de todos los tiempos, asignándole los mejores maestros para instruir su educación. No podía ser derrotado, no debía dejarse llevar por los impulsos, debía pensar y actuar como un rey potencia, maquilar toda la información fríamente, anteponerse a las situaciones en donde la palabra error no existía, por lo que los sentimientos siempre fueron minimizados al punto de hacerlos desaparecer del mapa.

Una palabra lo describía: seguridad. Nunca erraba ante sus decisiones y siempre se mantenía con determinación.

Sentir, vivir y disfrutar eran “nimiedades” que Yami no había tenido la oportunidad de experimentar en pleno goce. No recordaba su infancia, pero no pasaba un sólo día en el que se pusiera a pensar en ella, reviviendo una cálida sensación que llenaba su pecho y derretía lentamente la coraza que desde hace años se construyó por el bien de su pueblo, que lamentablemente se levantaba al instante tras el recordar su deber como monarca. No había espacio para nada más, era superfluo.

Como todas las mañanas, Yami se dispuso a levantarse de su elegante cama para conducir sus pasos hacia el balcón de la alcoba. Con la mano derecha hizo a un lado el largo cortinaje rojo que impedía el paso de luz siendo recibido por los primeros rayos de sol, empapando su desnuda piel haciéndola brillar ante su envidiable textura suave y cuidada. El collar de oro que portaba al igual que los anillos, emitieron un fugaz brillo gracias a los rayos que acompañaban el movimiento sutil de su cuerpo mientras la falda de lino se mecía al compás de su elegante caminar. Posó su mano por el cuello, haciéndose un leve masaje resaltando las clavículas así como lo fino de su quijada. La figura del faraón era codiciada por todo aquél que tuviera ojos, ya que su ancha espalda, brazos definidos y pequeña cintura era la clara evidencia de que los mismos dioses lo habían esculpido con sus propias manos. Fue entonces que sus párpados revelaron dos orbes de color rojizo, haciendo analogía a valiosos rubíes siendo protegidas por largas y oscuras pestañas. Sus facciones definidas, nariz respingada, labios carnosos, varonil y avasalladora presencia hablaban por sí solos. Su sola existencia era perfección.

Quienes le rodeaban lo pensaban de ésa manera, y Yami tampoco dudaba de eso, es más sabía que podía tener a sus pies a quien fuera, desde la princesa más codiciada del mundo hasta el sirviente más pedido del mercado. Yami rebozaba de vanidad, ego y poder, lo poseía todo y podía obtener todo lo que quisiera tras chasquear los dedos. ¿Qué más se podía pedir?

Peinó sus tricolores cabellos hacia atrás: una extravagante combinación violeta y azabache en forma de estrella agregándole un rubio flequillo cayendo delicadamente a los lados del rostro. Único adonis.

Respiró el cálido viento que meció sus tricolores cabellos, le agradaba bastante sentir la tibia brisa acariciar su cuerpo y ésta vez no era la excepción. Cuando entró en un estado de relajo, llamaron a la puerta un par de veces. Sin necesidad de moverse, el gobernante de Egipto respondió con un “pase” para encontrarse con un hombre atractivo, alto y de cabello castaño, miembro de la corte real: Kaiba, mano derecha y hechicero, quien – al verse lo suficientemente cerca – reverenció con respeto.

- Buenos días faraón – saludó formalmente. Yami no respondió, solo hizo un ademán con la cabeza comunicándole que continuara – He venido a darle el informe.

Como cada mañana, Kaiba se encargaba de hacerle entrega de un reporte bien organizado sobre los deberes del día.

- Después me los dirás – dijo sin dejar de admirar el horizonte. Las montañas de arena se ceñían a lo lejos, mostrando su ímpetu ante lo que iba más allá – Primero tomaré una ducha, prepárala y después te veré en el comedor – informó.

Kaiba como respuesta, volvió a inclinarse para después abandonar el lugar en silencio, quedando de nuevo en soledad. Inhaló y exhaló cansinamente. Hoy sería un día particularmente largo. Tenía el conocimiento de las responsabilidades de las cuales hacerse cargo y aún era temprano. Más éste no era el problema principal, sí una sensación que de a poco se generaba en su interior y que no cesaba tras el transcurrir del tiempo. De la nada había surgido una necesidad ineludible dentro de su pecho que no le permitía respirar con normalidad y mantenerse tranquilo. ¿Qué era aquella necesidad? Antes nunca la había sentido, ¿Por qué hasta ahora? Lo tenía todo, pero a la vez un vacío se apoderaba arrasando todo a su paso, generando nuevos campos de desesperación y frustración, como si le faltara algo para estar completo.

Chasqueó la lengua irritado. Debía estar agotado, seguramente se debía a eso. No podía dejarse llevar por sensaciones tan absurdas como ésa, no cuando él era el rey de los desiertos. Necesitaba despejarse lo antes posible y  esperaba que el baño de aceites perfumados refrescara no sólo su cuerpo, sino también su mente. Se dio la vuelta encaminándose hacia la bañera, con en donde lo esperaban dos jóvenes doncellas, con botellas de ungüentos aguardando por sus órdenes, con el claro objetivo de relajarse. No le importaba la radiante belleza que ambas doncellas desbordaban, pero igualmente sonrió al ver que en cuanto ingresó, se inclinaron ante su persona con suma devoción. El rubor de sus mejillas dejaba en evidencia el gusto que tenían por él y eso solo le subió – aún más – el ego.

Se deshizo de la falda y se metió a la bañera dejando que el agua acariciara su cuerpo, con el fin de ignorar lo que su pecho le gritaba con desesperación.

 

 

 

Después de su reparador baño, Atem entró al comedor, en donde ya le esperaba su sacerdote. El palacio era enorme y elegante, digno de un emperador. Contaba con una gran riqueza ornamental, en el cual se destacaba el salón de recepciones y la Ventana de las Apariciones (1), que se encontraba vistosamente por el pasillo a la derecha, al lado de la estatua de mármol del sagrado león.

Kaiba observó desde su puesto la apariencia de su rey. Yami usaba la característica falda real Shendyt (2) de la más fina tela, su torso estaba descubierto mostrando sus tonificados pectorales y trabajado abdomen siendo su espalda cubierta por una larga capa color rojo granate que se mecía ante su mesurado andar. Sus pies eran calzados por sandalias doradas en conjunto con accesorios de oro puro tales como muñequeras y brazaletes en ambos brazos, anillos que se enroscaban sus dedos cuales enredaderas y como tocado, portaba una corona en conjunto con la figura de una serpiente con detalles de zafiro en lo que correspondía la piel del animal.

- Se ve muy bien mi señor – halagó sin ironías ni prejuicios. Kaiba era reconocido por su honestidad y gran lealtad. Yami atinó a asentir en señal de agradecimiento tomando asiento a la cabeza de la gran mesa real. Alzó la mano derecha y después la bajó, dando señal para que la servidumbre comenzara a colocar los alimentos pulcramente sobre ella.

- Comienza – dijo tomando entre sus manos una pequeña ración de uvas. Kaiba comprendió y enseguida comenzó a hablar.

- Tiene reunión con el consejo dentro de una hora para deducir lo que se hará respecto a las nuevas leyes.

- Ésos sujetos jamás se ponen de acuerdo – comentó con desidia.

- Es necesario saber lo que se hará respecto con los mercaderes y trabajadores. Se sospecha de ilegales en la zona sur.

- Que los guardias los arresten, punto.

- No es sencillo de hacerlo señor – dijo sin vacilar. A pesar de la imponente y resonante voz del faraón, Kaiba estaba acostumbrado a su actitud y comprendía sus razones, ya que también se trataba de su mejor amigo – Ellos dicen contar con la documentación requerida, pero se necesita avalar y corroborar que tales documentos no son falsos.

- ¿Y qué esperan para hacerlo? – renegó. Comenzaba a creer que la lógica de su equipo era nula.

- Se rehúsan a cooperar. Varias veces han huido en cuanto los detectamos. Es difícil dar con ellos.

Yami se llevó la mano al puente de la nariz, exasperado. Dejó sus uvas de lado y se recargó en su silla dejando descansar la espalda sobre el respaldo.

- ¿Por qué huyen si dicen tener la documentación en orden? Eso significa que mienten.

- No creo que se deba precisamente a eso majestad – aseguró Kaiba sosteniendo entre sus manos un pergamino. Atem ante su respuesta, enarcó una ceja – Puede que exista otra razón.

- ¿Qué te hace pensar en eso? No puedes sólo decir sin tener pruebas.

- De eso me he estado encargando señor, pero necesito de su permiso para comprobar mis sospechas – Yami entornó la mirada, exigiéndole más claridad con sus palabras – El pueblo guarda sus propios secretos. Más allá de los muros del palacio, quienes vivimos dentro no sabemos a lo que se enfrenta el exterior en su día a día – explicó – La delincuencia ha bajado considerablemente en número, pero he escuchado que la gente se queja en silencio, por lo que creo conveniente asegurarme por mí mismo sobre…

- Si mi pueblo no habla, entonces es porque nada sucede. Es ilógico que se queden callados cuando tienen algo qué decir.

- A eso me dirigía mi señor – habló Kaiba con todo respeto – Lo que sucede es que…

- ¿Pretendes salir y preguntar por ahí qué es lo que sucede? – soltó con sarcasmo ante la propuesta.

- No será necesario involucrarme. Para saber algo, hay que ser parte.

- Contéstame algo – Yami endureció sus facciones, frunciendo el ceño y alzando el mentón en signo de superioridad – ¿Qué hay de bueno formar parte cuando es claro que no perteneces allí?

- ¿Señor? – Kaiba había escuchado su pregunta y la había entendido. Sin embargo, había notado una casi imperceptible pizca de confusión, alterando la mirada de su rey.

- Has crecido en el palacio conmigo. Tal vez hayas salido algunas veces, pero cómo pretendes ser alguien más y hacerte pasar por uno de los aldeanos. No funcionará.

- Creo que no existen motivos por los cuáles no pueda hacerlo. Lo haré por usted, es necesario por su pueblo mi señor.

- Mi pueblo me importa, pero no creo que sea buena idea.

- ¿Acaso no confía en mí?

- No he dicho eso Kaiba – aseveró. Señaló hacia un costado suyo, haciendo referencia hacia el exterior – El mundo de fuera no es simple, debes saber cuidarte. No sabes con lo que podrás encontrarte allá.

Kaiba sabía a lo que se refería. Atem jamás había abandonado los muros del palacio. No se debía a una norma estipulada pero sí por decisión propia. Ya venían siendo muchas veces en las que le había preguntado la razón, siendo su única respuesta que no era necesario cuando las obligaciones estaban estipuladas. ¿Qué quería decir con eso? Lo único en lo que podía pensar era que su faraón, se negaba a vivir más allá de su cargo. ¿Por qué? Eso era un misterio.

Dando un paso hacia enfrente, Kaiba se atrevió a hablar.

- ¿No siente curiosidad por lo que hay del otro lado de las murallas que lo rodean?

Esto tomó por sorpresa a Yami, quien lo miró detenidamente.

- ¿Qué con tu pregunta? Eso no es importante.

- Lo es – aseguró con la firme determinación de convencerlo – Le ruego conteste mi pregunta.

- No tengo por qué hacerlo – respondió indiferente – Esto no tiene nada qué ver con la seguridad de mi pueblo, es irrelevante así que te ordeno que pares de insistir con lo mismo.

- Con el debido respeto, tiene mucho más influencia de lo que usted imagina. Conocer el mundo no tiene nada de malo, hay grandes maravillas que podrían sorprenderlo. Hay paisajes que admirar y cosas por descubrir, pienso que encerrarse no solucionará nada… Porque la estabilidad emocional y sentimental de quien nos lidera también influye en el balance de su pueblo.

Acuchillándolo con la mirada Atem se levantó, sin premura, alzándose imponente emanando seguridad y autoridad.

- Denegado – Kaiba se sorprendió ante su actitud renuente – Las cosas no se resuelven bajo lo que uno quiere o no. Los hechos se demuestran con determinación y liderazgo, con buenas decisiones tomadas por el bien sin importar lo demás, no con fantasías y sentimientos absurdos.

El castaño estuvo a punto de hablar, pero fue interrumpido abruptamente ante la llegada de un miembro más en el salón.

- ¡Buenos días! – ingresó jovialmente un chico de cabello cenizo y mirada violeta.

- Se retrasó, Marik – saludó Kaiba fríamente. Su llegada era completamente inoportuna.

Tal vez Yami lo imaginó, pero pudo apreciar en la expresión del castaño cierta severidad y desconfianza en cuanto apareció Marik, miembro de la corte del faraón, encargado de la seguridad real, no sólo del palacio, sino también del mismo territorio.

- Lo lamento, tenía asuntos pendientes por resolver – expresó colocándose a un costado de la mesa, volviendo su rostro observando al faraón con tranquilidad – Su majestad – reverenció.

Marik era reconocido por su vasto conocimiento en la historia Egipcia, además de su confianza y habilidad del manejo de la seguridad.

- Leeré la información necesaria nuevamente para la junta – Yami extendió su brazo para que Kaiba le pasara el pergamino con la información referente – Kaiba te pondrá al tanto. Pónganse de acuerdo para ver las posibles intervenciones para que podamos resolver esto de una vez. La junta se prolongará en la tarde. Den el anuncio a los consejeros y hasta entonces retírense.

Ordenó dando por zanjado el tema.

Ambos se inclinaron hacia el faraón. Kaiba deseaba quedarse a conversar más con el tricolor, pero sabía que sería imposible hacerlo cuando sus órdenes habían sido claras. No podía sobrepasar su autoridad, aun cuando le preocupara su resistencia. No tenía más que obedecer y esperar a que al menos una de sus palabras hayan provocado algo, aunque fuera en lo más mínimo. Tenía esperanzas en que Yami reflexionara sobre lo recién discutido.

Porque más que un servidor, era su mejor amigo y la felicidad era lo que más le deseaba.

 

 

 

Leyendo por quinta vez la información requerida para la reunión con el consejo real, Yami se cansó de darle vueltas al asunto. Por más que trataba de concentrarse, aparecía a su mente la conversación con Kaiba revolviéndolo todo, resultándole imposible pensar más allá de lo necesario.

“¿No siente curiosidad por lo que hay del otro lado de las murallas que lo rodean?”

Aquella pregunta resonaba en su cabeza cual molesto eco interminable, sin intenciones de callarse.

¿Curiosidad? Ponerse a pensar en ésas cosas era una completa pérdida de tiempo, siendo éste valioso para resolverlo en mejores asuntos. ¿Qué es lo que intentaba decirle Kaiba? ¿Qué debía explorar el mundo? Vaya tontería.

Eso es lo que se repetía una y otra vez, convenciéndose a sí mismo. Como faraón eso quedaba en un quinto plano. Debía cumplir con su deber, no podía decepcionar a quienes contaban con él, ni a los dioses. Era el elegido y no podía darse el lujo de pensar en cosas más allá de su legado.

Y de nuevo ése vacío resurgió dentro de su pecho. Se llevó la mano a la zona apretando la quijada. Podía pensar con determinación, pero su cuerpo iba en contra. ¿Qué significaba aquella sensación que le impedía respirar y le hacía sentir incompleto? Era insoportable, quería deshacerse de ella pero cada vez que intentaba volver a sus pensamientos, la incomodidad crecía.

Resuelto en que el aire era la mejor solución, dirigió sus pasos al palco recibiendo el cálido viento agitando sus cabellos y capa, danzando a un ritmo pausado y armonioso. Respiró profundamente cerrando los ojos, embriagándose por completo de la brisa que lo acogía con devoción aliviando lentamente sus pesares. Suspiró abriendo los párpados, para recibir la esplendorosa vista del cielo coloreado en las primeras tonalidades naranjas y azules. Estaba a punto de atardecer y la reunión se llevaría a cabo dentro de poco. ¿Qué había estado haciendo todo éste tiempo? El día transcurrió rápidamente bajo sus narices y una sola idea surcaba por su mente. Era la culpa de aquella sensación que le impedía pensar con claridad y le evitaba aprovechar de su tiempo como era debido. Era injusto.

Apretó los puños clavando su carmín mirada al frente, llenándose de la vista del exterior. Sí, era hermosa. Recordaba que desde niño se pasaba las horas contemplando el mismo cielo, imaginando lo que habría detrás de las murallas que rodeaban su hogar. No supo en qué momento eso dejó de ser importante, quedando en el olvido o tal vez… guardándolo para sí cuando descubrió lo que implicaba el cargo que debía sobrellevar.

Las palabras de Kaiba ocuparon protagonismo de nuevo en su mente. Reproduciéndose, con una profundidad intolerante, gatillando una idea que volcó sus sentidos de manera satisfactoria.

No, no podía estar pensando en eso.

No era correcto.

Debía estar loco.

“Salir”

¿Era posible? Un hormigueo se apoderó de sus manos escaldándole hasta la lengua.

Dejó caer la cabeza hacia atrás, empuñando con más fuerza sus manos mientras una media sonrisa aparecía en sus labios, en señal de derrota.

Él no era impulsivo, siempre pensaba las cosas antes de ejecutarlas, no permitía que su yo interior antecediera a sus decisiones, pero ésta vez le fue imposible contenerse. Una fuerza rebasaba los límites de su razón, sus manos y pies se movían deliberadamente y cuando se dio cuenta, una túnica marrón lo cubría por completo, ocultando su apariencia.

Respiró profundamente, soltando el aire a través de sus labios. Chasqueó, verdaderamente debía estar perdiendo la cabeza, pero no podía detener la imperante necesidad de experimentar por primera vez algo que le provocaba ansiedad y con ello, arriesgándose a lo desconocido, salió de la habitación.

 

 

 

Lejos de arrepentirse, la adrenalina era lo único que quería seguir experimentado. Llegar hasta los jardines del palacio no había resultado difícil, ahora el verdadero reto era burlar a la seguridad de la entrada. Escondido detrás de una de las figuras de Anubis, Yami se asomó lo suficiente para observar cómo cuatro hombres custodiaban la gigantesca puerta, la cual por alguna razón se encontraba abierta. Giró el rostro hacia la derecha – al percibir movimiento – topándose con un acceso del que salían y entraban sirvientes encapuchados, transportando víveres con la ayuda de carretillas.

Las cosas no podían estar más a su favor. Era la oportunidad perfecta para pasar desapercibido.

Regresó a su refugio para acomodarse mejor la capucha, ocultando su rubio flequillo salvaguardando sus exclusivos ojos. Se dio la vuelta para rodear la estatua y tomar el camino más viable para llegar al acceso, conocía la ruta perfecta para llegar al otro lado, después de todo era su palacio. En cuestión de minutos se encontraba en el punto exacto, solo tenía que pasar desapercibido por sus propios sirvientes. Divisó una carretilla vacía cerca de un montículo de manzanas, por lo que aprovechó el despiste de los mismos para tomarla entre sus manos y conducirla fuera del lugar.

Todo estaba resultando demasiado sencillo y comenzaba a molestarle. Dudaba de la seguridad que protegía el reino, por lo que se aseguraría de reprender a Marik por su falta de competencia. Un paso más y pronto estaría recorriendo las calles del exterior.

- Hey tú – uno de los guardias le habló, fastidiando sus planes – Necesitan ayuda para descargar algunas cajas.

Si quería salir, debía convencer al hombre para que lo dejase ir, aun cuando detestaba que le mandaran. No dijo nada, solo se dispuso a asentir con la cabeza en señal de haberlo escuchado, ocultándose todavía más el rostro. Tomó de nuevo el mando de la carreta y se dirigió rumbo a las puertas.

- Espera – el hombre le sujetó el hombro, antes de que continuara caminando – Descúbrete – le ordenó alertando a Yami. Debía pensar rápido.

Cuando el hombre estuvo por arrebatarle la capucha, la dulce voz de una chica se hizo presente.

- Discúlpelo señor, es nuevo y es un tanto tímido – habló la chica.

Sin más, el guardia se retiró, para seguir con su correspondiente trabajo.

Finalmente, Yami pudo respirar con normalidad.

- ¿Se puede saber qué es lo que está haciendo? – interrogó, sonando casi como el regaño de una hermana mayor.

- Qué oportuna, Mana.

Mana era una chica de mediana estatura, piel bronceada y lindos ojos azules, miembro de la corte real. Compartía un vínculo especial con el faraón, tan unido como el de dos hermanos. Nada se le escapaba a la chica, menos cuando se trataba de Yami; se conocían desde niños, por lo que, junto con Kaiba, se encargaba del cuidado del faraón.

- ¿Qué intenta vistiendo eso? – dijo señalando la capucha marrón. A pesar de lo bien que se llevaban, a Mana le agradaba mantener el respeto hacia su persona, por lo que siempre se refería hacia él como usted – Espere… ¿Ha decidido convertirse en sirviente como pasatiempo?

Así como era una persona confiable, alegre y optimista, para Yami también era irrazonable.

- ¿Qué estás haciendo aquí? – susurró, ignorando la pregunta anterior.

- Kaiba me mandó a vigilar ésta zona, me dijo que comenzaría una junta y que estaría indispuesto para supervisar la llegada de la nueva mercancía.

- Tienes que hacerme un favor – Mana se mantuvo atenta – Dile a Kaiba que no asistiré a la dichosa junta, que tuve que atender otros asuntos.

- ¿De qué está hablando? Kaiba me mandara a corretear caballos si le digo eso. No me creerá.

- Es cierto, también consígueme un caballo.

- ¡¿Acaso me está escuchando?! – chilló.

- Lo hago, pero no hay tiempo para explicaciones, sólo haz lo que te pido.

- ¡Pero…!

- Maldita sea Mana, sólo hazlo.

Sin poder negarse, Mana se las ingenió para conseguir lo que Yami le pidió y una vez que montó el caballo, tomó las debidas precauciones para no ser detectado y así verse cruzando por primera vez las ostentosas puertas del palacio. Desde debajo de la sombra de la pared, Mana lo observaba preocupada por sobre qué es lo que le diría a Kaiba después de no recibir ninguna respuesta que le permitiera entender si lo que había hecho era para bien o solo para complicar más las cosas.

 

 

 

La sensación que su cuerpo recorría era tan ambivalente a lo que se había imaginado alguna vez. Podía jurar ver un par de alas a sus costados, expandiéndose y agitándose gracias al viento que le golpeaba debido a la velocidad que imponía su caballo. En cuanto cruzó la línea que dividía su jaula de oro con la realidad, pudo percibir cómo su cuerpo se deshacía de un peso, alivianando algo dentro de él que le permitió respirar con entereza.

El cielo danzaba sobre su cabeza, expandiéndose conforme su humanidad avanzaba. Era un cielo diferente y nuevo para él, uno que esperaba conocer a fondo.

Anhelaba sentir, ver y presenciar más.

No estaba lleno, por lo que sin mirar atrás sujetó con más firmeza las riendas de su caballo para liderar y cabalgar a donde el viento lo guiara. Podía ver a unos cuántos kilómetros de distancia las construcciones de piedra que correspondían a su pueblo. Entre más se acercaba, más su pecho le golpeaba sin detenimiento.

Una vez que llegó, pudo admirar las humildes, sencillas pero lindas viviendas que se encontraban repartidas de manera sucesiva, acomodadas de tal manera en que un camino angosto se abría paso para dar acceso a puestos en donde se podían adquirir alimentos y objetos varios como joyería y accesorios para el hogar.

Girando el rostro hacia ambos lados, Yami bajó del caballo con agilidad y sujetó las riendas con fuerza mientras se acomodaba la tela de lino que cubría la mitad de su rostro, cerciorándose de ajustarla bien para que no le reconocieran. Avanzó con cuidado, tratando de no perder ningún detalle: desde ver cómo la gente pasaba al lado suyo sin mirarle hasta notar el color de cada uno de los marcos de las ventanillas de las casas.

Dentro del palacio, durante la mayoría del tiempo, no se topaba con nadie salvo fuera su corte real o la servidumbre, por lo que estar rodeado de personas – sumado al calor que azotaba el desierto – le hacía sentirse ofuscado y confundido, por lo que optó por dirigirse a un camino más despejado que le permitiera el paso junto con el caballo.

En su recorrido pudo apreciar los pequeños puestos que ofrecían variedades tales como collares artesanales, adornos florales, alimentos varios, ropajes, entre muchas cosas más, dedicando cada segundo para llenarse de la cultura de la que siempre estuvo curioso por conocer. Algunas personas le sonreían, le atendían con amabilidad y otros no con demasiado tacto, por lo que él consideraba un trato normal. Todo parecía indicar que las cosas se manejaban con tranquilidad, nada por lo que se pudiera preocupar.

Convencido de ello, se dio la vuelta para regresar. Cuando giró sobre los talones, su vista cayó casualmente en algo que le llamó la atención: una calle vacía, de la que la gente rehuía como si no existiera y fue entonces que se detuvo. Observó de un lado a otro, buscando alguna señal que le explicara el por qué nadie ingresaba por dicho camino. Frunció el ceño, claramente desconfiado, eso se trataba de una mala señal. Sin pensarlo demasiado, se dirigió hacia la sospechosa calle, pero su caballo azotó las patas en el piso, alterado.

- ¿Qué pasa? – le preguntó desconcertado ante la actitud del animal – Tranquilo – le jaló levemente las riendas para acariciarle suavemente la mejilla – Todo está bien.

Resoplando, el caballo aceptó la atención de Yami, aun así no dejaba de comportarse intranquilo, movía la cabeza de vez en cuando, rehusándose a seguir a su amo. Esto resultó ser todavía más sospechoso para Yami, quien a pesar de sentir un mal presentimiento, decidió avanzar internándose, girando en la primera arista con el caballo siguiéndole.

Hubiera deseado no haberlo hecho, ya que sus ojos se toparon con lo que nunca creyó presenciar. En el descuidado piso, la gente desgastada y enferma pedía limosna vestidos por apenas unas cuántas sucias y rotas mantas, los niños gritaban y lloraban por comida, mientras que otros rascaban el piso en búsqueda de algún tipo de ayuda que les alivianara el hambre y la sed. Por otro lado, pudo ver cómo dos hombres discutían. Sus oídos captaron el sonido de la enfermedad, captando al fondo cómo tres niños de diferentes edades, aproximadamente de cinco a doce años tosían sin parar, evidenciando su dolor y pena ante la ausencia de la atención requerida. El llanto de un bebé inundó sus sentidos, para al momento de girar hacia la izquierda, toparse con un bebé: delgado hasta los huesos y pequeño – posiblemente por su desnutrición – siendo cargado por una mujer, quien lo mecía de lado a lado arrullándolo ante la desnudez de sus maltrechos pies.

Yami se llevó una mano a la boca sin poder asimilar lo que estaba presenciando. Esto sobrepasaba la pobreza extrema. Podía oler la putridez y enfermedad en el aire, asfixiando y llenando sus pulmones de un veneno que le carcomía su interior lentamente. ¿Cómo pudo vivir ignorante ante lo que su pueblo realmente le pasaba?

Su estómago se revolvió desagradablemente asaltándolo con un súbito mareo, provocando que se tambaleara trastabillando hacia atrás, llevando dos de sus pasos en reversa recargando el antebrazo en el primero muro con el que se topó, sirviéndole como apoyo. Su rostro estaba desencajado en una expresión combinada de decepción y confusión, negándose a creer lo que acababa de ver, aunque la realidad ya se había encargado de quitarle la venda de los ojos para caer en el bajo mundo de sus miedos.

Todo el tiempo le habían hecho creer que su pueblo vivía en sanas condiciones, que nada les faltaba y que cada habitante mantenía una estable condición económica. Sí, en todo lugar existía la pobreza, pero él se había educado, preparado y esforzado con el fin de que su pueblo no sufriera tales condiciones. ¿Cómo era posible que sucediera esto? Estaba seguro que en los informes de sus vigilantes, quienes se encargaban de rondar las calles, decía esclarecidamente que éstas estaban limpias y que no había problema alguno con los habitantes. Acaso ¿era información falsa? ¿Bajo qué circunstancias u órdenes lo hicieron?

Así como no podía volver a ver a su gente así, no permitiría que continuara. Debía existir una razón al haberlo ocultado y no descansaría hasta encontrar al responsable. Kaiba tenía razón: salir era necesario. Ahora, debía encontrar respuestas si quería resolver la situación, pero hacerlo significaba hacer lo que sugirió Kaiba por la mañana y eso iba en contra de sus ideas.

En medio de sus pensamientos, avanzó, alejándose cada vez más del infierno que momentos atrás le cambió la visión.

La discusión con su mano derecha le había traído hasta allí, fue debido a la pregunta que le taladró la cabeza hasta el cansancio, la que detonó su autocontrol. Nadie decidió en su lugar, él salió del palacio porque…

Un segundo y se detuvo. ¿Por qué había lo había hecho? Por más que lo pensaba no encontraba la razón exacta del por qué ahora se veía caminando entre las calles del pueblo. Tal vez, sólo tal vez, no era importante el por qué, si no el para qué.

Alzó la mano para mirar la palma, tratando de encontrar en ella las respuestas que necesitaba. ¿Cómo era posible que haya vivido engañado? No sabía cuánto tiempo, ni siquiera si ése era el único lugar en el que se vivían en dichas circunstancias porque de ser así, entonces ¿en quién podía confiar? Y por primera vez en mucho tiempo, se sintió solo.

El relinchar de su caballo le hizo salir de su ensimismamiento. No se había separado en ningún momento, siguiéndolo fielmente sin protestos. Incluso cuando se perdió en sus pensamientos, jamás soltó las riendas.

- Has de tener hambre – Yami acarició su pelaje transmitiéndole un poco de calidez.

Volviendo el rostro hacia enfrente se percató que estaba perdido. ¿En qué momento dejó de prestar atención al camino de regreso? No reconocía ninguna de las locaciones que se exhibían así como las viviendas. Bufó hastiado levantando la mirada, pronto anochecería y eso era vestigio de peligro. Seguramente Kaiba le reclamaría por haberse marchado sin avisarle sumado a que, si quería resolver el asunto, no llegaría a dormir. Gracias a Mana, contaba con oro como intercambio para cualquier emergencia. No se metería a cualquier lado, por lo que se cercioraría de encontrar el mejor lugar para pasar la noche.

Ajustó su capucha y siguió caminando, debía encontrar la manera de recabar información y para lograrlo, debía mezclarse y ganar confianza de aquellos de los que no sabía nada.

Al rato le dolieron los pies, había caminado demasiado y sus sandalias comenzaban a molestarle. Hasta el momento no había obtenido algo que le ayudara a entender las cosas, solo coqueteos por parte de señoras y silencio de hombres. Nadie quería hablar sobre lo que sucedía en el pueblo, parecía ser un secreto a voces. Afortunadamente nadie lo reconoció, no obstante eso lo complicaba más, ya que era nadie hablaría con un desconocido.

Se recargó en el caballo, ganándose un resoplido de cansancio por parte de su acompañante. Acarició nuevamente su pelaje, ladeando el rostro para alcanzar su lomo, pero en cuanto lo hizo, una sombra en el fondo de un oscuro callejón le llamó la atención. Agudizó la mirada, entrecerrando los ojos cayendo que se trataba de una figura humana, en cunclillas oculta tras lo que parecía ser un manto negro.

Una atracción inevitable hizo acto de presencia, recorriéndolo de pies a cabeza agitando su cuerpo e inundando sus sentidos. Una fuerza más poderosa que su razón le estaba llamando y – no supo por qué – pero cuando se dio cuenta, ya estaba dirigiendo sus pasos hacia aquella misteriosa figura. Sigiloso se adentró al callejón, cerciorándose que no se percatara de su presencia. Extrañamente estaba solo, no había nadie a los alrededores por lo que se aventuró a continuar, aun cuando su sentido del peligro resonaba en su cabeza una y otra vez.

Cuando se encontró lo suficientemente cerca, se ocultó tras unas cajas de madera para observar con más detenimiento. La oscuridad del callejón no le ayudaba en lo absoluto, pero gracias a los  últimos rayos que el sol le ofrecía fue capaz de reconocer a una familia de cachorros siendo auxiliada por aquella persona. La madre estaba siendo acompañada por otros tres cachorros, quienes jugueteaban alrededor mientras una mano piadosa les extendía una ración de comida, que gustosos recibían de la palma del extraño. Esto fuera de resultarle patético, fue algo que le removió al punto de causarle un total interés. Nunca había visto un acto tan puro como el de ahora, y estaba seguro que jamás apreciaría algo parecido, no con las mismas sensaciones navegando su pecho.

Una ligera carcajada, sutil y melodiosa, se escuchó iluminando el callejón. Yami se estremeció observando cómo los cachorros lamían los dedos de la misteriosa figura, agradeciéndole por alimentarlos mientras la misma delicada mano se posaba sobre sus cabezas, acariciando y alborotado el pelaje. Ladeó el rostro, sin poder quitarle la mirada de encima y descuidadamente dejó caer una roca que se encontraba apilada sobre unas de mayor tamaño. Quiso sostenerla pero ésta rodó por el piso haciendo eco tras el contacto contra éste. Yami no se movió, simplemente se quedó de pie aguardando a que volteara, que le mirara y le hablara. Sabía que en cualquier momento lo haría, y él no pensaba seguir escondiéndose. Su respiración se volvió irregular y la adrenalina se apoderó de su sistema al percibir cómo éste detenía la atención hacia los cachorros. Éste era el momento.

Pero las cosas no suceden como uno lo espera, eso era más que evidente después de lo que sus acciones del día acarreaban.

Se desconcertó al ver que tras un par de caricias más, se levantaba de su sitio marchándose por el otro extremo. Apenas reaccionó y, todavía sin entender las razones, lo siguió.

Entre más avanzaba, menos sabía dónde se encontraba. Había perdido la cuenta del número de  veces que había girado a la derecha e izquierda. A pesar de su pequeña estatura, era muy rápido; con el caballo a cuestas se le dificultaba seguirle el paso. Sin embargo esto no le impedía detenerse, al contrario, la imperiosa necesidad de hacerlo no lo abandonaba.

Cuando creyó que no hacía nada más que girar en círculos, identificó cómo la figura irrumpía a un lugar que – a primera vista – era de sencilla fachada. No sabía cómo describirlo, pero si le preguntaran cuál sería su primera impresión, respondería sin vacilar: interesante. Se podía apreciar cómo algunas luces tenues se asomaban por lo que suponía era la entrada, abierta para quien decidiera ingresar si así lo quería.

Pudo haberse dado la vuelta y regresar a su mundo, al fin y al cabo hasta ahí se veía por terminada la persecución. Lo único que quería era saber a dónde llegaría ¿cierto? Pero una fuerza atrayente inevitable seguía apoderándose de su ser sosegando todas sus facultades, conduciéndolo dentro del lugar. Dos guardias custodiaban la entrada y no fue problema cuando Yami les entregó cuatro monedas de oro a cada uno para que el interior le diera la bienvenida.

Una vez dentro, la poca luz de los candeleros colocados de manera equitativa sobre las paredes lo recibió cálidamente. Pudo ver pequeñas mesas que se encontraban dispersas por la extensión del salón, con demasiada gente descansando en ellas mientras bebían y comían. Lejos de parecer un sencillo espacio para pasar el rato y pasarla con amigos, finas telas semitransparentes de colores que adornaban las paredes de roca dejaban otra impresión. La excentricidad se mostraba en cada rincón del lugar detectando incluso un hipnotizante aroma afrodisiaco.

Yami no comprendía en que sitio se encontraba. Observó de un lado a otro, tratando de reconocer algún indicio que le permitiera saber en dónde estaba parado. Entonces recordó la única razón por la que había tenido que pagar para entrar. Buscó con la mirada a la misteriosa figura, sin éxito. Lo pensó más detenidamente y se percató que no era buena idea quedarse en dicho lugar y menos estando solo, por lo que optó marcharse y olvidar aquella experiencia que pensó que podría hacerle sentir algo más que curiosidad e interés. Su objetivo se había desviado, que era su pueblo, no estar allí siguiendo una inútil ilusión de un momento.

No le gustaba para nada, pero algo cercano a la decepción se apoderó de él.

Dándose la vuelta, molesto por haber perdido el tiempo, se dirigió hacia la salida con la clara idea de enfocarse solo en una cosa: ser un admirable faraón.

El sonido de aplausos y las aclamaciones efusivas de las personas, le llamó la atención deteniéndose por instinto. Confundido giró sobre sus talones para toparse con una plataforma al fondo del salón, donde se exponía un grupo de cuatro personas con instrumentos en mano. Debido a la oscuridad no se había percatado de tal escenario, menos de lo que sus ojos – expandidos – enfocaban.

La misma figura encapuchada estaba parado frente a todos, en el centro.

Ahora entendía menos. ¿Por qué vitoreaban de ésa manera? ¿Qué hacía ésa persona en ése precioso lugar frente a todos? ¿Qué estaba por descubrir?

Una suave y pausada melodía se reprodujo después de un silencio absoluto bajo las manos de los hombres que tocaban. Los sonidos subían y bajaban en un ritmo acompasado del que Yami no perdió detalle, admitiendo que no lo hacían nada mal. Eran precisos, certeros, pero a la vez percibía espontaneidad, como si permitieran que la música fluyera sin necesidad de forzar los instrumentos egipcios. Pronto eso pasó a segundo plano al notar cómo la figura comenzaba a moverse, en sutiles movimientos con los brazos, subiéndolos y bajándolos, atrayendo hasta las fuerzas más poderosas para acompañarlo.

Yami contemplaba cómo se movía, cómo al ritmo de la música deslizaba sus manos sobre el manto que cubría fielmente su apariencia y por primera vez en mucho tiempo la ansiedad lo arremetió por dentro. Su respiración se volvió descompensada y sus manos crisparon bajo la capa de lino que también le cubría, la desesperación se apoderó de él. ¿Quién estaba debajo de ése manto? ¿Por qué se tomaba el tiempo para descubrirse? Y peor aún, ¿Qué es lo que estaba sintiendo que no podía quitarle la mirada de encima?

En cuanto el ritmo cambió por uno más intenso, la figura – que daba la espalda al público – condujo las manos hacia su rostro para descubrirse la cabeza, dejando expuesto su cabello, el cual estaba compuesto por dos colores, negro y magenta. Deslizó suavemente el manto por sus hombros descubriendo su tersa piel nívea que brilló bajo las luces naranjas. Ante éste acto, se escucharon las voces gemir de la multitud, estaba seduciéndolos a través de sus provocativos meneos. Fue en ése instante en el que finalmente Yami conoció el rostro que en primera instancia robó su atención, superando cualquier expectativa que su mente pudo haber creado.

Un angelical semblante. En su frente portaba una diadema de monedas de cristal que descendían en forma de pico en donde su rubio flequillo caía libremente sobre él. Eso fue lo primero que vio, pero lo que más llamó su atención fueron sus ojos: expresivos que emulaban la amatista, resaltados por delineador negro así como sus párpados mostraban suaves sombras color violeta acompasando con lo rosadas de sus mejillas resaltando su fino rostro, creando un brillo inocente bajo las luces danzantes del fuego. La parte inferior de su rostro estaba cubierto por un velo semitransparente color blanco bordado por las orillas de dorado y en su delgado cuello usaba una gargantilla corta y gruesa de hilos dorados que se entrecruzaban entre sí resaltando las clavículas, incitando a morderlas bajo el efecto del deseo.

Yami bajó la vista, hipnotizado por continuar hasta llegar al trasfondo de su ser.

Su pecho estaba descubierto, era un hombre. No le importó, eso fuera de resultarle impactante fue, para su intriga, algo que lo atrajo todavía más. Su pecho – así como el resto de su cuerpo – estaba bañado en una especie de aceite, que bajo la luz, creaba un efecto en la piel brillante e insaciable. Su menudo cuerpo continuaba moviéndose al ritmo de la música, creando un efecto adictivo en el sistema de Yami. El chico movió una vez más sus delicados pero marcados brazos, subiéndolos hasta su cabeza mostrando los brazaletes en detalles de enredaderas con lo que parecían ser diamantes incrustados, colocándolos de tal manera en la que sus palmas quedaran una contra la otra. De dichos brazaletes colgaba un largo velo – del mismo estilo que el del rostro –, que cruzaba de un lado a otro en forma de X, con la diferencia de que al momento de moverse éste creaba un efecto brillante, como si la tela hubiera sido bordada con diamantes.

Su plano abdomen parecía haber sido esculpido por los mismos ángeles. Los oblicuos bien definidos subyugaban la conciencia y del ombligo colgaba una joya que resaltaba el fulgor de su salvajismo, permitiendo que el sudor que resbalaba armoniosamente por su piel explorara aquellos lugares prohibidos. Las curvas de su ceñida cintura, se movían al compás en que el caderín de monedas doradas en efecto lluvia zigzagueaba reproduciendo el choque de metales. Una fina tela blanca de lina bajaba hasta por encima de las rodillas la cual se abría de lado en pico admitiendo la vista al muslo derecho terminando por modelar unas tobilleras doradas en conjunto con sus brazaletes.

El chico, alzando el rostro, altivamente moviendo las caderas de lado a lado provocaba que la adrenalina comenzara a subir de nivel, apoderándose por completo de sus sentidos, vapuleando su autocontrol. No sólo ejecutaba pasos, los sentía y vivía al máximo dejándose llevar por el sonido de la música.

Su epicúreo cuerpo en contraste con el baile propio, provocaban instintos bajos en quién pudiera presenciarlo. Si antes la gente estaba vuelta loca por él, ahora lo estaban peor. Sin embargo, existía un aura rodeándolo que les impedía si quiera intentar acercarse. Infundía una línea limitante que los mantenía al margen, pero no por esto lo hacía menos deseable. A través de sus sensuales y lentos movimientos, creaba un matiz sublime y seductor. Movía sus piernas y brazos agitándolos, ejecutando pasos exclusivos, elegantes y delicados, mostrando un lado entre salvaje e inocente, algo que sonaba contradictorio pero de innegable realidad. Simplemente no se podía explicar por medio de palabras.

Eso es lo que Yami contemplaba.

Estaba siendo arrastrado por sus alas, que se expandían elegantemente creando matices suaves y adictivos.

No deliberó cuando se acercó a la plataforma. Sus ojos no pudieron enfocarse en nada más, quedó atrapado en la figura de aquél chico, que sin diligencia ni contemplaciones se había encargado de hechizarlo.

Como acto de reflejo, en medio del éxtasis por ambas partes, amatista contra rubí chocaron, en una atracción inminente que se apoderó deliberadamente de su espíritu, provocando que el calor envolviera sus cuerpos, con un  desenfrenado palpitar que enloqueció lo mucho o poco que les quedaba de razón.

Yami no hizo nada más que verle, admirarle, profundizando con su mirada la del chico, quien no le fue indiferente – a su parecer –. Transcurrieron segundos, en los que el entorno se volvió desfigurado y pueril, en donde solo ellos dos se encontraban observándose en medio de la oscuridad, de la cual emanaba un encanto sin medida encerrándolos en una vorágine de colores que azotó con sus ideales.

El chico, que competía contra la belleza de una joya única egipcia, altivo y acicalado sonrió de lado. Deslizó los brazos deslizándolos y acariciándose el pecho y abdomen de manera sensual, pareciéndole al monarca de Egipto fascinante. Estaba siendo descarado con sus movimientos y podía jurar que lo estaba haciendo solamente para él, porque el sostenerle si quiera la mirada le comunicaba más que mil palabras. Algo más poderoso se apoderaba de él y eso era su misma presencia.

La canción le transmitía un elixir afrodisiaco que lo extasiaba.

Tal vez fue su imaginación, pero la energía que antes desprendía, ahora era más poderosa. Algo gatilló dentro del chico para que se moviera con más ímpetu y mucha más sensualidad, como si en verdad disfrutara de lo que hacía.

El joven relamió sus labios, que a pesar de ser cubiertos por el velo, pudo apreciar en toda su instancia. Ansió poder probar su sabor, la textura y escuchar el sonido de ellos al chocar y ser absorbidos por los de él. Sabía que podía tener a cualquiera bajo sus pies si así lo quería, siempre hubo mujeres e inclusive hombres que lo pretendieron y nunca representó un problema satisfacer sus necesidades, por lo que poseer a aquella figura que seguía bailando en un danzón que superaba fantasías, tampoco lo sería.

Lo deseaba.

Ahora que lo recordaba, era la primera vez que deseaba a alguien con tal intensidad y esto lo tomó completamente desprevenido. Jamás se detuvo en apreciar éste tipo de sensaciones. Lo que llegaba lo escogía y tomaba, punto, eso era todo.

Éste caso era diferente. Yami podía sentir más allá que un simple gusto físico. Una fuerza muy poderosa se estaba encargando de arrasar con todos sus sentidos al punto de bajar la guardia y olvidar. Su pecho le golpeaba satisfactoriamente, resultándole incómodo y hasta doloroso.

Podía estar pensando, pero no dejaba de contemplarlo. No se permitió perder ningún detalle de su presentación aun cuando le molestara el hecho de sentirse prendado de él.

El blanco cuerpo del chico – una de sus características exclusivas – dejaba en claro cuán flexible era al momento de ejecutar sus pasos, y eso desencadenó un sin número de probabilidades en la mente de Yami, quien chasqueó la lengua, desconcertado ante sus pensamientos.

Entonces, sus oídos ya no escucharon más. La música había terminado junto con el baile y una ola de decepción reprimida y negada se presentó. Yami sonrió, completamente satisfecho e intrigado ante lo que había experimentado.

La muchedumbre ovacionó, captando sus oídos al mismo tiempo que el chico se inclinaba sutilmente para después marcharse por uno de los costados de la plataforma perdiéndose tras cruzar un cortinaje al fondo.

Yami regresó a la realidad, en la que una bola de pervertidos habían visto lo mismo que él y eso le molestó de sobremanera.

Un segundo… ¿Por qué habría de molestarle? Acababa de verlo y nada tenía que ver con él. Era posible que el chico se presentara cada noche haciendo lo mismo, para aquellos desconocidos que pagaban para verlo y seducirlos de igual manera que lo había hecho con su persona.

No obstante, eso provocaba que la sangre le hirviera por las venas. Empuñó las manos y apretó la quijada haciéndola crujir. Si algo debía hacer, era marcharse y olvidarlo.

Sí, definitivamente eso es lo que haría. No significaba nada, solo unos momentos de relajación en los que contempló una bonita cara y un cuerpo apetecible. Punto.

Con ésa idea en la mente, se dirigió hacia la salida, pero algo lo detuvo. Una necesidad desmedida que le gritaba por dentro siendo ésta quien lo llevó hasta el cortinaje rojo por donde anteriormente el chico había ingresado para hacerla un lado, aprovechando el despiste ocasionado por la algarabía del lugar. Fue bienvenido por la oscuridad, en donde no tuvo más que avanzar en lo que parecía ser un pasillo. Pudo percibir una antorcha iluminarlo, pero en cuanto intentó avanzar un poco más se percató que una persona entraba por un nuevo cortinaje. Seguramente allí estaba el misterioso chico.

Sin temores, se acercó. Recargándose en el muro cruzando los brazos. No había nadie custodiando y eso le pareció incompetente, más representó una oportunidad excelente para él. Escuchó voces provenir de la habitación, por lo que se limitó a prestar atención.

- ¡Eso fue fabuloso! – expresó una voz jovial – Nunca antes te había visto bailar así.

Por lo que comentaba, Yami lo ubicó como la persona que recién había entrado, pero en lugar de recibir respuesta, ésta se vio usurpada por silencio.

- ¿Qué fue lo que pasó para que te movieras de ésa manera? – indagó al no recibir palabra alguna – Hey, ¿me estás escuchando?

- Yo… – Yami se sintió embriagado al conocer la voz de quien desde un principio, lo atrajo cual imán a su trampa – Lo hago.

- No suenas muy convencido.

- No sé de qué hablas.

- ¿No? – soltó con ironía – Te conozco de toda la vida y es la primera vez que te veo bailar de ésa manera tan… – se escuchó vacilante. Estaba tratando de encontrar la palabra correcta – Sublime.

- No exageres – habló desinteresadamente. Sin embargo, Yami encontraba en su voz un dejo de engaño, como si con ésas palabras minimizara lo que en realidad le estaba ocurriendo.

Movido bajo la curiosidad, se acercó al marco para encontrar un punto en donde la cortina estaba lo suficientemente entreabierta. Solo pudo ver cómo un chico, de cabello rubio y dándole la espalda, agitaba los brazos de manera aparatosa y dramática.

- ¡Yo nunca exagero! – una leve risilla hizo acto de presencia y Yami sintió cómo su corazón se paralizaba – Si antes eras el más pedido, ahora lo serás más. Los extranjeros vienen a verte a ti, y después de lo que hiciste hoy seguro nos volveremos ricos. Me siento celoso – chilló.

- Lo que pasa es que tienes pulgas en la cabeza – bromeó la armoniosa voz – De verdad no fue nada en especial.  Sólo… Lo hice y ya.

Un resoplido salió de los labios del chico, encorvándose en señal de derrota.

- Me toca salir por lo que te pido que dejes de andar en las nubes para que cuando termine me cuentes lo que pasó.

- ¿A qué te refieres con “andar en las nubes”?

- Ni creas que no me di cuenta de cómo te veías perdido en tu reflejo. Algo pasó y nadie me saca eso de la cabeza.

Yami enarcó la ceja ante dicha declaración.

- Definitivamente estás viendo cosas – suspiró – Anda vez que se te hace tarde, Joey.

- Un nuevo guardia vendrá a custodiarte – anunció escuchándose su voz cada vez más cerca de donde se encontraba Yami – No queremos que suceda lo mismo que… la otra ocasión – esto último había sonado intranquilo e incómodo de decir – En fin… ¡deséame suerte!

Y antes de que Yami pudiera siquiera moverse, el rubio ya se encontraba fuera, mirándolo.

Sus ambarinos ojos no se inmutaron.

- Llegas tarde – le regañó.

De acuerdo, las cosas se estaban tornando extrañas y demasiado a favor de Yami.

- Se te descontará el tiempo que estuviste ausente y si vuelves a llegar tarde te irás – Yami frunció el ceño. Odiaba que le dieran órdenes, era el rey y él solo un chiquillo con la boca muy grande. Pero si quería quedarse, debía mantenerse bajo control. Dejarse en evidencia es lo que menos quería.

- Qué raro – dijo de pronto observando su cabeza – Creí que serías más alto.

A diablo si lo descubrían, iba a golpearlo por su osadía.

- De todas maneras te ves fuerte – dijo despreocupadamente tocando con su dedo índice sus bíceps. Sus mieles ojos se iluminaron con sorpresa – Oh, pero si sí lo eres. ¡Harás un buen trabajo!

Yami se quedó estático ante la actitud del que se hacía llamar Joey. Su atolondrada manera de hablar y actuar le había parecido muy singular, haciéndole olvidar la anterior descarga de ira en su contra. Sólo vio cómo desapareció caminando campante de vuelta al exterior.

Era el momento. Asegurándose que nadie más se aproximara, Yami sujetó el cortinaje entre sus dedos para recorrerla y adentrarse a la habitación, soltándola al instante en que reconoció al chico frente a él, dándole la espalda acomodándose el velo del rostro. Atinó en su rostro, quien al alzar la vista frente al espejo lo miró a través de éste. Una mezcla de adrenalina, de confusión, impresión y emoción surcaron sus ojos color amatista, deteniendo toda acción que estaba ejecutando.

Una vez más, la atracción se apoderaba de ellos, siendo envueltos en una esfera que los mantenía unidos sin importar el espacio ni el tiempo.

Tenerlo cerca disparaba nuevas sensaciones, que deseo experimentar a profundidad. Movido por aquél descubrimiento, Yami avanzó hacia él, lo que advirtió el menor sacándolo de su sopor girándose rápidamente para propiciarle una patada directo al estómago, la cual Yami no pudo detener al no esperársela.

- ¿¡Qué rayos estás haciendo?! – gruñó  Yami llevándose la mano al estómago retrocediendo el terreno que había ganado.

- No le atiné – confesó colocándose en posición defensiva. Yami se descolocó, ¿qué no le había atinado? Debía estar bromeando – ¿Quién te dejó pasar? ¿Qué quieres?

- ¿Ahh? – Yami se incorporó molestó – ¿Quién te crees para tutearme?

- ¿Quién te crees TÚ para entrar aquí sin permiso?

- Mira, mocoso – el aludido formó una expresión, totalmente ofendido al ser llamado así por aquél extraño – No estoy aquí para hacerte daño, ¿de acuerdo?

- No soy ningún mocoso – dijo sin ocultar su enfado – ¿Y por qué debería creerte?

Yami bufó rodando los ojos. No pensó que el chico poseyera tal actitud. Era testarudo y estaba a la defensiva, pero entonces ¿por qué actuaba así cuando momentos atrás cuando bailaba lo incitaba con la mirada? Eso no se debía a una simple actuación, se negaba a aceptar eso.

- Escucha –, dijo suavizando el tono de su voz – Sólo vine a hablar contigo, eso es todo.

El ojiamatista lo miró receloso, sin cambiar su pose y mantenerse alejado. No pretendía bajar la guardia en ningún segundo, eso era claro.

- ¿Dónde está mi guardia? ¿Qué le hizo?

De manera inesperada, cambió su manera de hablarle, con un poco más de tacto y respeto. Yami no comprendió, pero de igual manera le resultó interesante.

- Podrías cambiar tu...

- Le pregunté qué fue lo que hizo con mi guardia, ¡responda!

Aunque se mantuviera indolente, Yami estaba que reventaba por dentro.

- Tu amigo me confundió con él. Jamás lo vi.

Como si se hubiera esperado tal respuesta, su rostro se desencajó y llevó una de sus palmas estrellándola contra el rostro. Asunto resuelto: el rubio era un chico despistado.

- No puedo creerlo…

- ¿Acaso eso hace siempre? Permitiendo que te cuide el primero que ve. Vaya, cuentan con buena seguridad aquí – soltó con evidente sarcasmo.

- Eso es algo que no le importa.

- Tienes razón. Pero a ti sí debería.

El chico suspiró sin tener diálogo contra cual debatirle ésa verdad. Desvió el rostro y caminó por la habitación, alejándose de Yami.

Por lo que había escuchado, el chico había tenido ya varios problemas con respecto a lo mismo, y no se debía a algo mínimo. Los atentados se trataban de algo serio y no estaba seguro del por qué, pero una sensación engorrosa le atenazaba la garganta impidiéndole el paso del oxígeno.

- Al parecer, te han atacado anteriormente.

- No es algo fácil de contar… – el chico dio un respingo – ¿¡Estabas escuchando?! ¡Eres un entrometido!

- Tu voz ruidosa se puede escuchar hasta fuera del lugar, no es como si me tapara los oídos para evitar escucharte.

Escuchó cómo gruñó.

- Si fuera respetuoso con las conversaciones ajenas podría hacerlo – Yami enarcó ambas cejas. Estuvo a punto de contestarle, pero el semblante cabizbajo del menor, lo obligó a callarse – Cada vez es más difícil estar seguro y a salvo, menos cuando se trata de mi trabajo.

- El acoso está en todos lados – quiso hacer irrelevante el tema, pero el chico solo lo fulminó con la mirada.

- Es evidente que no vive aquí.

- ¿Por qué piensas eso?

- La inseguridad y los altos impuestos han elevado desde hace meses. Éste lugar están a punto de cerrarlo por eso, mi trabajo está en riesgo y todo por el dictamen de un tirano.

- ¿De qué tirano estás hablando? – Yami se atrevió a dar un pequeño paso. El tema que estaba saliendo a relucir le provocaba un mal presentimiento. Tal vez él tendría las respuestas que necesitaba.

- No es algo que pueda comprender – dijo mirando hacia algún punto de la pared, evitándolo – Después de todo no tiene idea.

- Lo haré si me lo explicas.

- ¿Por qué lo haría? – ésta vez lo vio directamente – Usted vino a irrumpir mi camerino, ¿para qué? ¿Conversar solidariamente? Por favor, usted es igual que todos los demás.

- ¿Qué es lo que quieren los demás?

- Sexo, ¿qué más? – soltó con causticidad – Pero entienda de una vez que yo no hago eso.

- Yo no vine por ésa razón – creyó que bromeaba, pero al verlo sin titubeos le hizo considerar que posiblemente no mentía – Es por eso que te han puesto guardia personal ¿cierto?

- Será mejor que olvide lo que dije – serio, se dio la vuelta para tomar del piso el mismo manto que llevaba antes para cubrirse.

- ¿Por qué estás tan a la defensiva conmigo? No te he hecho absolutamente nada.

- Sólo déjenme en paz.

Yami lo observó con detenimiento. Comprendió la evasión del menor, pero no la aceptó. No se iría, no después de conocer ésa parte – que a pesar de ser un extraño – le avivaba el pecho.

- No lo haré, no hasta que me des respuestas.

El chico se giró, completamente desconcertado.

- Debe estar loco, ¿cómo se atreve a exigirlas?

- ¿Acaso no puedo?

- Usted no es de aquí, no tiene derecho.

- ¿Cómo estás seguro de que no vivo aquí? – el tricolor menor se tensó al notar cómo el otro avanzaba, acortando la distancia entre ellos, pero no se movió. Eso fue todavía más inaudito.

- P-Porque es la primera vez que lo veo.

- ¿Estás seguro? – el tono de su voz, varonil y susurrante le erizó la piel – Has olvidado que he estado allí fuera, observándote y tú a mí.

Sus orbes violetas se expandieron en demasía y sintió el calor recorrerle el rostro.

Ahora que lo tenía más de cerca, Yami pudo apreciar el carmín de sus mejillas bajo la antorcha que alumbrara el espacio. Estaba dejándolo en evidencia y admitía fascinarle la idea de seguir explorando cada una de sus expresiones.

- N-No sé de qué está hablando – trató que las palabras no se le atropellaran, sin éxito alguno. Desvió el rostro completamente abochornado y avergonzado chocando contra la pared. ¿En qué momento sus pies le habían traicionado y conducido hasta ése lugar?

- Entonces debo asumir que lo que te dijo tu amiguito respecto aque jamás habías bailado de ésa manera no fue por mi causa, ¿cierto, mocoso?

Sin poder evitarlo, volteó hacia enfrente encontrándose con el rostro del extraño. Lo había acorralado. Su corazón saltó dentro de su pecho descontrolado, percibiéndolo hasta en la garganta.

- Se lo repito, no soy ningún mocoso – se defendió con determinación evitando el tema. El tono de su voz seguía siendo profundo, y cada vez más se veía perdido en ella, así como en su poderoso mirar.

- Tal vez si supiera tu nombre, sería mejor.

- Jamás lo sabrá.

Un golpeteo en alguna parte de fuera, llamó su atención.

- Joven Yugi, estoy aquí para su guardia. Lamento la demora.

Yami sonrió victorioso ante la derrota del otro.

- Así que ése es tu nombre – articuló altanero.

Yugi pudo apreciar cómo un brillo recorrió los ojos carmines del sujeto, como si hubiera encontrado la octava maravilla del mundo. Determinado no cedió ante la intensidad de su mirada, no se dejaría amilanar y estaba resuelto en hacérselo saber.

- Gracias por avisarme – habló lo suficientemente alto para que quien estuviera del otro lado del cortinaje lo escuchara.

El mutismo reinó por algunos segundos, en los que aguardaron para que el guardia tomara su posición a un lado del pasillo, cuidado los alrededores.

- Aléjate de una vez o juro que gritaré – exigió Yugi tratando de que no lo escuchara su guardia.

- Pudiste haberlo hecho hace un momento, así como también exigirme que me fuera pero no fue así.

- ¡Lo hice!

- Me dijiste que te dejara en paz, eso es diferente.

Yugi una vez más se impresionó por lo que ocurría. Era verdad, pero apenas era consciente de ése error.

- Se confunde, es lo mismo para mí.

Yami negó – El confundido eres tú. Yo solo estoy intrigado. Dime, ¿por qué no lo has hecho? ¿Por qué no gritas? Así fácilmente vendrían y me iría. ¿Qué es lo que te detiene? – se acercó todavía más permitiendo que sus manos se recargaran sobre la pared, haciendo retroceder un poco a Yugi. Ahora más que nunca, podía apreciar el rostro aniñado del chico, cautivándolo – Responde.

El velo se movía en contraste con su respiración desbocada. Su boca se abría y cerraba como pez en el agua con la plena intención de discutirle, debatirle que estaba equivocado y que se marchara de una buena vez. Pero lo que pensaba no era lo que sentía. El aroma que desprendía impregnó sus pulmones, siendo éste exquisito y cautivador. No había captado un aroma semejante, pero se sentía plenamente azorado a él, como si éste se hubiera instalado en su sistema para no dejarlo ir. No sólo se trataba de su pecho, el cuerpo le temblaba de pies a cabeza apremiándole un revoltijo que le hizo ceder ante lo que le dictaban sus emociones.

¿Se arrepentiría de lo que haría? Dejarlo ir sería lo correcto, pero ¿es lo que él quería?

¿Por le atraía tanto un extraño con ínfulas de quererlo todo?

Decidido a responder, el sonido de gritos y voces al exterior los alertó, provocando que se separaran abruptamente. Segundos después, ingresó un alterado Joey.

- ¡Han venido a cerrar el lugar!

Yugi sintió que sus piernas flaqueaban y solo atinó a musitar un incrédulo «¿qué?» sintiendo ganas de llorar. Debía ser un mal sueño, porque si cerraban el lugar eso sólo significaba una cosa.

- ¡Debes irte! ¡Rápido!

- ¿De qué están hablando? ¿Quién viene a cerrar? – intervino Yami – Eso no está permitido sin la autorización del faraón – sin esperar respuesta, salió.

- ¡Espera! ¡Qué haces!

Joey y Yugi lo siguieron.

Una vez fuera del pasillo, la gente corría de un lado a otro evitando a los hombres que empujaban las mesas y sillas de madera, con una sonrisa macabra en el rostro.

Yami se abrió paso entre el escándalo, buscando al responsable de tal altercado. Estaban siendo agresivos y él como faraón no lo aprobaba. Lo empujaron un par de veces víctimas del pánico y escuchó cómo lo llamaban, pero no prestó atención, debía encontrar al culpable. Se revelaría si era preciso. ¿Por qué llegaba a tanto? No era su asunto y no era descartable la idea de que el lugar fuera ilícito, pero el trato no era el adecuado y eso era diferente, no tenía nada que ver con que la estabilidad de Yugi se viera afectada, ¿cierto?

Irritado, miró hacia todos lados, deteniéndose en una figura que reconoció enseguida.

- ¿Marik? – Yami creyó que la vista le fallaba, pero en cuanto parpadeó un par de veces más se cercioró de que sí se trataba del encargado de la guardia real. Satisfecho se dirigió hacia él, seguramente se encontraba allí para poner orden, ése era su trabajo.

Una mano lo detuvo jalándolo de su capa impidiendo su cometido. Giró para protestarle tal atrevimiento, pero al reconocer a Yugi sosteniéndole con ahínco se le creó un nudo alterando su objetivo.

- Detuvieron a Joey – sollozó. Yami alzó la vista para encontrarse con la imagen del rubio siendo jalado fuera del lugar mientras él luchaba por zafarse.

- ¡Sácalo de aquí! – le gritó antes de ser sacado. Otros hombres, quienes escucharon a Joey, voltearon a verlos para ir por ellos.

 - Y él me llevará, amenazó con volver por mi cuando tuviera la oportunidad.

Los acuosos ojos de Yugi amedrentaron su interior, la presión de que pronto serían capturados agregando lo que había detrás de las palabras de Yugi pusieron en peligro la mente de Yami. De hilo a hilo miró a Yugi, seguido de Marik y apretando los puños, sujetó con firmeza la pequeña mano para salir corriendo de regreso del pasillo del que anteriormente salieron. Yugi enseguida recibió el calor de la mano sobre su palma, transmitiéndole una seguridad que creyó perdida desde hace mucho tiempo. Y justo por eso, decidió confiar en él y seguirlo hasta donde ambos estuvieran a salvo.

 

 

 

No supieron cuánto tiempo les llevó, pero habían logrado escapar. Yugi le había mostrado a Yami el camino hacia una puerta escondida, que se usaba en caso de emergencias, permitiéndoles salir sin ser capturados. Recorrieron las calles bajo la luz de la oscuridad para adentrarse a un enorme jardín, el cual contaba con altos árboles y frondosos arbustos, un paisaje agradable bajo la luz de la luna. Yami se enteró por Yugi que cuando él y su amigo rubio eran pequeños, solían esconderse en ése lugar cuando no querían hacer sus deberes, convirtiéndolo en un excelente escondite ya que si no se conocía, cualquiera se perdería.

Todo el tiempo fue guiado por Yugi. Yami iba en frente, pero era el otro quien comandaba dando instrucciones de las direcciones en las que debían dirigirse y solo cuando él resolvió parar, lo hicieron. Se inclinaron recargándose sobre sus rodillas con la mano libre, regulando sus respiraciones. No habían parado de correr desde que perdieron de vista a Joey, por lo que apenas pudieron recuperar el aliento.

- Aquí estaremos bien – dijo Yugi inhalando y exhalando entrecortadamente. Yami no dijo nada, se limitó a observarlo preguntándose qué es lo que sentía en ése momento. Había abandonado a su amigo junto compañeros y su lugar de trabajo, además de que estaba a solas con un completo extraño. Uno en el que decidió confiar, otorgándole el beneficio de cuidarse y protegerse mutuamente.

Dirigió su atención en su mano, entrelazada con la de Yugi en un fuerte y firme agarre. Desde que se tomaron no se habían soltado, ni por un solo segundo. No se percató del instante en que lo hizo, simple y sencillamente fue impulsado por la necesidad de sacarlo de allí lo más pronto posible, por lo que nunca se detuvo a pensarlo. Desde que lo visualizó en aquél callejón comenzó a hacer lo mismo: a actuar pasando por encima del razonamiento. Yugi llegó a descontrolar su balance emocional y no podía concebirlo y por más que intentaba deshacerse de él, no podía porque algo dentro se lo impedía y se negaba a soltarlo.

Por otra parte, Yugi seguía ajeno al raciocinio de su acompañante de fuga. Su mente ocupaba la difícil situación. El camino que lo conduciría a una salida estaba borroso debido a una neblina de confusión y angustia, imposibilitándole avanzar hacia algo seguro. Joey, sus compañeros, su vida estaban en peligro y no tenía idea de cómo superar lo que se aproximaba porque sentía que si daba un paso en falso, caería al vacío. Apretó los párpados, impotente al saber que no podía hacer nada, no era alguien, no tenía nada, solo lo que traía puesto y una pequeña esperanza que lentamente se desvanecía.

Reparó cómo una cálida sensación se expandía por su mano izquierda, y entonces todo lo que le rodeaba comenzó a tomar color. Con lentitud, tomándose el tiempo en ello, sus párpados se abrieron encontrándose con su mano firmemente sujetada. No consiguió descifrar por qué sintió la necesidad de estar con él, pero era lo bastante poderosa como para permitirle entrar en su mundo, aun cuando se había prometido no dejar entrar a nadie más.

- Este… – Yugi susurró sin apartar la vista de sus manos. Yami enfocó lo que estaba mirando y como si hubiera “descifrado” sus pensamientos, lo soltó.

Yugi se sintió extrañamente decepcionado y bajó todavía más el rostro, ocultándose bajo su rubio flequillo. El calor de la mano de Yami seguía latente en su piel, sabiendo que pronto un frío vacío ocuparía su lugar. Eso no le agradó en lo absoluto.

- Será mejor sentarnos – dijo Yugi queriendo sonar casual – Nos quedaremos aquí por un buen rato así que…

- De acuerdo – Yami tomó asiento en el piso escarchado de césped, manteniendo la distancia con Yugi – Creí que haría más frío debido a la maleza y los árboles – comentó al notar cómo la brisa soplaba sus cabellos, pero en realidad no estaba helando, era soportable.

- Siempre es así aquí – respondió curveando sus labios en una media sonrisa, recordando aquellas veces en las que compartía con Joey en aquél espacio – Mire hacia arriba –, Yami obedeció encontrándose con el oscuro manto nocturno, siendo rodeado por las hojas de los altos árboles formando un perfecto círculo. Parecía una gruta – Formamos la teoría de que se debe a que los árboles crean una especie de protección, que estos al abrazarse crean calor y solo deja entrar cierta cantidad de viento, creando la temperatura perfecta.

- Suenas como un niño – Yugi soltó una carcajada, similar a la que escuchó cuando conversó con su compañero, solo que con una diferencia que no supo identificar.

- Eso es porque lo era cuando llegué aquí por primera vez. Ahora que lo pienso, sigo creyendo que es posible que ésa teoría sea verdadera porque, si alguien te da el suficiente calor entonces… eres capaz de sentirte protegido y en paz.

Yami reflexionó sobre sus palabras y se mantuvo atento. Yugi volteó a verlo y avergonzado se rascó la mejilla mostrándole una forzada sonrisa.

- Suena absurdo ¿no es así? Olvídelo, no me haga caso.

- No creo que lo sea – dijo honestamente. Yugi abrió los ojos, confundido de haber entendido mal.

- ¿Eh? – Yami mantenía la vista hacia enfrente, sentado de tal manera que podía recargar el antebrazo sobre su rodilla.

- ¿Por qué tendría que ser absurdo? Mientras tú lo sientas eso lo hace verdadero.

Pudo sentir cómo su corazón se detenía. Una agradable sensación recorrió su cuerpo, encontrando la fe que se había perdido momentos atrás. ¿Cómo era capaz de revivirlo con unas simples palabras? Creyó en ellas y las recibió, siendo su manera de agradecerle en silencio.

Por el rabillo del ojo, lo admiró bajo la luz blanca de la luna. Procuró que no se diera cuenta, por lo que fue lo más discreto posible.

Sí, era verdad. Desde que lo vio mientras bailaba algo en su interior lo había removido, espoleando sus sentidos y avivando su existencia. Llevaba un largo rato bailando, presentándose ante hombres y mujeres para su entretenimiento siendo la paga su único sustento para sobrevivir, por lo que era una obligación. No le desagradaba bailar, al contrario, pero no bajo las condiciones en las que era forzado, por lo que hacerlo se había vuelto una rutina de la cual no disfrutaba, no como él deseaba.

Bastó con mirarle para que su cuerpo comenzara a temblar y explotara una adrenalina de la hasta ése instante se consideraba ajeno. Él era el motivo de que su baile fuera un éxito. Se había dejado envolver por la excitación y por las ganas de que siguiera admirándolo. Sus ojos carmín lo envolvieron en un calor indescriptible que lo condujo hasta la cima de lo que la música le regalaba, disfrutando de lo que escuchaba. Se movió instintivamente, y después de tanto pudo sentir la naturalidad y espontaneidad recorrer su humanidad.

Una experiencia como ninguna.

A pesar de traer cubierta la mayor parte de su cabeza, podía apreciar su rostro, el cual se mantenía de perfil. Justo como lo había pensado desde un principio: era realmente atractivo. No por nada se apoderó de su atención en cuanto se miraron. Sus facciones varoniles en contraste con la intensidad de sus atrayentes ojos harían caer a cualquier dios. Le recordaba a alguien, pero no sabía en realidad a quien. Sería posible que antes ya ¿lo había soñado? Agitó la cabeza enérgicamente. Eso era imposible, nunca antes lo había visto. Recordó que antes discutieron algo al respecto y la culpa lo invadió. Tal vez fue grosero, pero era lógico que intentara defenderse, después de todo era un extraño. Pero ahora ya no lo era, ya no le parecía así.

Le tomó de la mano sin dudar cuando le pidió ayuda, y era su turno de corresponderle.

- ¿Cuál es su nombre?

Ésa pregunta había salido de la nada, pero tampoco es que se negara a responderle. No podía ocultarle la verdad, pero a decir verdad, no sabía con exactitud cómo reaccionaría si se enteraba que era el faraón. ¿Se asustaría? ¿Le creería? Por más que se lo imaginó, no pudo saber cuál de todas las opciones Yugi haría. Era un enigma e impredecible, aunque pudiera leer sus expresiones cual libro abierto, sabía que en cualquier momento podría sorprenderlo.

- Yami – soltó sin más logrando una interesada reacción de su parte – Sólo Yami.

Los labios de Yugi se movieron, susurrando su nombre. A su sentido, la voz hacía el contraste perfecto con su nombre y – aunque podría exagerar – le gustaba que lo hiciera.

- Yami – le llamó, ésta vez más elevado para que pudiera escucharle – Le contestaré lo que quiera saber – dijo de pronto. Yami le miró encontrándose con los inocentes ojos de Yugi – Adelante, le diré lo que sé.

- No hay razón por la que te sientas forzado a responder, así que déjalo.

- Es algo que quiero hacer – dijo con la determinación surcando sus ojos. Yami sólo suspiró.

- ¿Qué es lo que sucede en el lugar en el que trabajas? Si hay algo ilícito…

- ¡No, no lo hay! – expresó colocando las palmas frente a su pecho. Yami aguardó por una explicación – Es solo que el lugar pasó por una crisis, por la que tuvieron que dejarla como garantía a un tipo, que resultó ser un total chantajista.

- Explícate.

- El tipo le ofreció a los dueños la cantidad de dinero con la que pudieran pagar las deudas del lugar, pero creyeron que todo estaría bien, éste fue a cobrarles intereses – explicó y después de tomar aire continuó – Como los dueños le dieron como garantía la documentación del terreno, ahora él los extorsiona y amenaza, diciendo que si no le pagan se quedarán sin negocio.

- Entonces, ésa fue la razón por la que llegaron así a sacar a todos a la fuerza.

- Así es. Supongo que los dueños no pagaron a tiempo y ahora me quedé sin trabajo.

- ¿Cómo es que terminaste trabajando allí? – Yugi lo escudriñó – No es que sea malo, pero me intriga saber.

- Amo bailar – aclaró – Pero me fue imposible estudiar después de que mis padres fallecieron.

- Lo lamento – Yami sintió que no debió preguntar. El tema de sus padres era un tema profundo en el que no tenía derecho de entrometerse. Yugi negó.

- Descuida, ya sucedió hace años y sé que están en un lugar mejor – encogió sus piernas, enredando sus brazos alrededor de ellas – No podía estudiar y ganarme el pan día a día, por lo que tuve que comenzar a trabajar. Mi amigo y yo estuvimos en las mismas y terminamos consiguiendo empleo en ése lugar. Me hubiera gustado convertirme en bailarín profesional, pero qué se le hará… No puedo pagarme el estudio. Era eso o mendigaba en las calles para no morir de hambre.

Yugi hablaba como si no fuera la gran cosa, pero Yami sabía que era un gran peso con el que cargaba.

- Me agradaba bailar, pero…

- Te acosaban – terminó la frase, recibiendo un asentimiento.

- No quiero que pienses que yo… bueno… – le costaba decirlo por lo que se encogió sobre sí mismo ocultando el rostro entre sus brazos, buscando refugio – vendía mi cuerpo.

- Lo sé – Yugi abandonó su escondite para mirarlo – Que bailes no significa que lo hagas – el estómago de Yugi comenzó a hacerle cosquillas agradablemente. No lo estaba juzgando, lo comprendía y le daba las frases exactas para amilanar sus remordimientos. ¿Qué es lo que le estaba ocurriendo? – Creo que lo haces muy bien – Yugi ladeó el rostro, sin entender – Bailar, me refiero al baile – las mejillas de Yugi se encendieron hasta las orejas. Desvió el rostro, sintiendo la potente mirada de Yami sobre él. No la podía soportar, sobrepasaba los límites de su autoprotección. Antes ya se lo habían dicho, como Joey y otras personas que incluían sus jefes y compañeros, pero existía una diferencia descomunal entre lo que sentía cuando ellos se lo decían a cuando él lo hizo.

- Te lo agradezco.

- No lo hagas, sabes de lo que eres capaz, deberías explotar tu potencial.

- No puedo hacerlo, no puedo estudiar mientras exista éste sistema de altos impuestos.

Yami frunció el ceño.

- Háblame sobre eso…

- No sé exactamente desde cuándo, pero creo que después de que el nuevo faraón ascendió al trono –, Yami se tensó al ser introducido al tema – Se cobra por la seguridad del territorio.

- ¿La seguridad? Pero eso no requiere ninguna tarifa.

- Ahora sí. No solo eso, la delincuencia ha subido. Nadie puede salir a las calles ya de noche. Casi todo el tiempo, por no decir siempre hay asaltos en donde se involucra la violencia y atentados.

Estupefacto, Yami procesaba la información. No sabía absolutamente nada sobre eso. Era un rey pésimo que creyó saberlo todo mientras sus súbditos vivían cegados y silenciados por el miedo a ser ignorado o amenazado. Debía regresar al palacio para aclarar las cosas, estaba seguro que podría encontrar alguna solución, estaba a tiempo.

- No entiendo al faraón – dijo Yugi cruzando los brazos – Decían que sería un buen líder, todos lo adoran pero simple y sencillamente no concuerdo con su régimen.

Un desagradable resquemor se instaló en la garganta de Yami al escucharlo hablar así. Era notorio el por qué pensaba eso sobre él, y no podía evadir o excusarse de sus deberes. Siempre creyó estar preparado para convertirse en faraón, pero hasta ahora comprendía que la opinión de cada individuo también contaba y valía como la de él. Alguien estaba actuando a sus espaldas y el verse enterado a éstas alturas no tenía perdón. Pero se encargaría de colocar las cosas en su lugar, no por él si no por aquellas personas que se lo merecían y creían en su legado.

- ¿Lo conoces? – Yugi negó.

- Claro que lo he visto, pero jamás con detenimiento. Cuando sale a saludar al pueblo desde el palco de su palacio, y desde lejos –, enfatizó – son las únicas veces en las que lo que visto. No conozco sus ojos, ni nada por el estilo… Sólo su cabello – Yugi soltó un bufido – Y es bastante parecido al mío.

- Oh – tenía razón y era algo que también le pareció curioso y hasta singular – ¿Eso te molesta?

- No en realidad. Solo me resulta extraño – rió.

Yami se palpó la capucha que usaba sobre el cabello. Desde que Yugi lo conoció no se había descubierto completamente. No se tomó el tiempo de detenerse a pensar en hacerle saber sobre quien se trataba y entendía las razones de por qué no lo había reconocido tras su presentación. Sólo se trataba de alguien más, de un “extranjero” que sentía curiosidad por conocer Egipto a través de un niño que lo zarandeaba cada vez que lo veía.

Lo contempló una vez más a través del rabillo. Su casta y pura existencia lo atraía irremediablemente, y supo que así había sido desde un principio. Lo que creyó ser un capricho, ahora era algo vital que se mantenía aferrado a su corazón y que instaba en quedarse por petición propia. ¿Cómo en tan poco tiempo Yugi le cambió el mundo? ¿Eso era posible? Sí, era absurdo, pero real. Tan real como la luna que los alumbraba armoniosamente ésa noche de riesgos y secretos.

- Imagino que no es fácil manejar todo un territorio – habló de pronto Yugi, sacándolo de su ensimismamiento – Egipto es enorme, pero él no debe pensar solo en sí mismo, tiene personas quienes creen en él.

- ¿Tú crees en él?

- ¿Yo? – preguntó incrédulo.

- No, el árbol de allá – Yugi hizo un mohín – Por supuesto que tú.

- Lo que sucede es que, no me había detenido a pensarlo.

- No lo pienses, solo dilo.

- Creo que todos tienen en quién hacerlo, y yo quiero creer en él.

Fue inevitable para Yami impulsarse hacia enfrente al ver la expresión de Yugi. Sorprendido ante la apresurada cercanía, las mejillas del menor se tiñeron de rojo y sus ojos emitieron un brillo que lo dejó embelesado. Bajo el efecto, condujo su mano hacia el velo que seguía cubriendo el rostro de Yugi, quien no opuso resistencia, para deshacerse lentamente de él dejando al descubierto la apariencia carnosa de sus labios entreabiertos. El pecho de Yugi subía y bajaba con velocidad, sin poder ocultarlo olvidándose de respirar. Ante su cercanía los latidos de su corazón se aceleraron sin control, retumbándole hasta los oídos derritiendo todo a su paso.

El aliento sopló en los labios del otro, induciendo a Yugi a entrecerrar los ojos, oportunidad que Yami aprovechó para hablarle, murmurando de manera lenta y suave sin despegar los ojos de sus labios.

- ¿Confías en mí?

Envuelto por algo único, Yugi lo miró a los ojos, buscando en ellos algún atisbo de sarcasmo, engaño o frialdad, pero quedó cautivado al encontrar anhelo, esperanza, deseo y… No supo definirlo, pero la manera en que lo miraba era diferente a cualquier otro que le había mirado. Se sintió deseado y querido.

Dejándose llevar, se atrevió a deslizar su mano por el pecho de Yami, dejándola descansar en su centro. Viajó su mirada a los labios, para después volver a sus ojos, soplándole un:

- Sí.

Fuera el control y los estándares de paciencia. Incapaces de asimilar lo que sucedía, como si hubiese sido un acto predeterminado y antes de discernir lo que estaba ocurriendo, propio de un ávido impulso, Yami se abalanzó apoderándose de los labios de Yugi. Afanosos de un mayor contacto, Yami movió sus manos para acunar entre ellas el rostro de Yugi, marcando el ritmo. Sacó la lengua delineando con ella los labios inexpertos, pidiendo permiso para después palpar sutiles movimientos con ellos, abriéndose paso en la cavidad húmeda y caliente, hundiendo la lengua e invadiendo su boca con afán sintiendo cómo ésta le succionada con avidez. Exploró cada rincón recolectando sus quejidos que ahogaba con satisfacción percibiendo cómo con firmeza Yugi le envolvía con los brazos el cuello, intentando guiar el beso víctima de espasmos, propio de la excitación.

Se separaron, lo suficiente para seguir con el aliento rozando sus labios, tratando de recuperar el oxígeno que les fue arrebatado, cerciorándose que no se trataba de una ilusión. Yami descendió su mano derecha marcando un camino de caricias por la espalda de Yugi, disfrutando de la expresión sosegada que le ofrecía.

- Y-Yo no hago esto con nadie – musitó entrecortadamente aferrándose a su cuello – Es la…

- Entiendo – contestó quedadamente relamiéndose los labios.

- No te conozco –Yugi dejó de lado las formalidades – Pero desde que te vi no pude sacarte de mi cabeza.

- Yo tampoco – confesaron embriagados por el sabor del otro. Se besaron de nueva cuenta, creando el sonido acuoso de sus labios hinchados y deseosos.

- Eres un tipo altanero, necio, engreído y entrometido – lo ofendió, pero lejos de sentirlo como tal, Yami sonrió recibiendo un beso en protesta – Pero eso también me gustó de ti.

- Y tú eres un mocoso ruidoso, difícil y testarudo – le regresó, Yugi negó divertido – Pero eso me encanta – pasó su fogosa lengua por los pequeños labios – Oh, y no hay que olvidar tus patéticas patadas.

Yugi estuvo por protestar, pero Yami no se lo permitió, ingresando sin previo aviso su lengua para besarlo con mayor vehemencia que la vez anterior. Yugi pronto olvidó sus réplicas y dejó que hiciera con él lo que quisiera con su boca. Descendieron lentamente hasta que la espalda de Yugi tocó el césped, permitiendo que Yami se acomodara sobre él sin separarse del beso, el cual bajaba y subía de intensidad, jugando entre ellos sintiendo cómo una descarga de electricidad recorría sus cuerpos.

Un sollozo alertó a Yami. Una lágrima surcó por la mejilla de Yugi mientras apretaba fuertemente sus párpados. Esto no fue evadido por el mayor, el cual se separó e instintivamente limpió con la yema de sus dedos aquella gota salada que descendía lentamente. Abrió sus ojos al sentir el suave roce por su carrillo, lo miró fijamente y encontró unos ojos compasivos y apacibles.

- Mi amigo seguramente está preocupado y la está pasando muy mal. No tengo trabajo, no sé qué es lo que haré ahora – se desahogó. No pudo seguir reprimiendo lo que tanto le pesaba – Soy tan egoísta.

Debía encontrar la manera de salvar a Joey, de sacarlo de donde aquellos hombres lo tenían prisionero. Ni siquiera sabía si estaba bien, si estaba herido o algo peor y eso lo asediaba violentamente. ¿Cómo podía estar haciendo esto y pensando en lo que sentía cuando había cosas más importantes de las cuales preocuparse? La culpa lo invadía.

- Basta, no hagas eso – la potente voz de Yami lo asaltó y lo miró interrogante – No te culpes.

- Pero… Yo debería… – Yugi desvió el rostro. Estaba avergonzado con él mismo, no podía soportar su rojiza mirada.

- Deberías ser valiente por él y por ti.

- Tengo miedo.

- Está bien tenerlo – le sujetó del rostro, obligándolo a que lo mirase de frente – No huyas de lo que sientes, porque eso te volverá más fuerte. ¿Has entendido?

Demoró en responder, más al final terminó asintiendo mientras una fina lágrima viajaba por su pómulo, ahogando un sollozo. Se quedaron observando, no supieron por cuánto, el tiempo era algo fútil. Yami respetaba los sentimientos de Yugi y él los de Yami, comunicándoselo a través de la luz de sus ojos, siendo iluminados por la esperanza que sus corazones desprendían.

- No me abandonarás, ¿verdad? – el peso de aquella inocente pregunta lo tomó desprevenido.

Negó.

- Todo estará bien. De ahora en adelante, las cosas serán diferentes.

- ¿Me lo prometes?

Yami jamás prometía nada, porque eso significaba aferrarse a una expectativa, una la cual conduciría a la decepción. Sin embargo, movido bajo lo que le dictaba algo más poderoso que su mente, respondió:

- Lo prometo.

Yugi dejó salir un profundo suspiro de entre sus labios. Las palabras de Yami le traían una paz sosegable deshaciéndose de toda incertidumbre.

- Escucha – habló Yami – Quiero decirte algo… – debía decirle la verdad, ser honesto con él y aclararle su procedencia. Era el momento para hacerlo.

- Bésame – pidió estrujando entre sus manos la capucha de Yami.

- Espera, debes saber algo…

- Te lo ruego… Bésame, Yami.

Y sin poder evadirlo, así lo hizo, permitiendo que se llenase de él. Era la segunda vez que lo llamaba por su nombre, pero ésta vez su ronca y seductora voz tumbó por la borda todo su autocontrol.

No había lugar para los miedos e inseguridades porque ellos se brindaban la fuerza que necesitaban para avanzar y vencer todo tipo de altercados que se le cruzaran en el camino. Se tenían el uno al otro. Que dijeran que era precipitado, sí, sí lo era. Que no estaban pensando con claridad, posiblemente. Pero nunca antes se habían sentido más vivos.

Se permitieron explorar y conocerse, entre besos y caricias, colmando y llenando su alma de la esencia del otro.

 

 

 

El cantar de las aves y los rayos del sol golpeando su rostro fueron los responsables de su despertar. Cubriéndose con la palma el rostro, Yami entreabrió los ojos, tratando de acostumbrarse a la luz. Intentó incorporarse notando un peso extra sobre el cuerpo. Agachó el rostro, para encontrarse con el de Yugi, durmiendo plácidamente aferrado a su pecho en un respirar acompasado y tranquilo. Sonrió rememorando la noche anterior y condujo la mano para acariciarle su sonrojada y nívea mejilla. En respuesta, se removió balbuceando cosas inentendibles.

Adorable.

- Hey, despierta – le habló alborotando levemente sus tricolores cabellos.

Los párpados de Yugi se abrieron tomándose el tiempo en ello, revelando sus hermosas amatistas. En cuanto lo reconoció, sonrió tímidamente estrujando entre sus manos la capucha de Yami.

- B-Buenos días – saludó adormilado.

- ¿Cómo dormiste? ¿Pasaste frío?

Negó – Eres bastante cálido y cómodo.

- Habla por ti – Yugi se mostró preocupado.

- ¿Tan mal dormiste?

- Para nada – lo atrajo más hacia su cuerpo, rodeándole por la cintura – Es la primera vez que despierto con alguien a mi lado.

Las mejillas arreboladas de Yugi dejaron en evidencia su emoción.

- ¿Qué tal estuvo?

- Deseo repetirlo – confesó sujetando su mentón para acariciarlo ganándose un intenso rubor que surcó hasta las orejas del menor – Debemos irnos.

Yugi se quejó, pero no le quedó más de otra que obedecer a Yami. Considerando la posición del sol, eran cerca de las ocho de la mañana, por lo que debían volver para saber lo que había sido del lugar en donde Yugi trabajaba y desde ahí trazar un plan. Entre más pronto, mejor.

Tomados de la mano, caminaron tomando la misma ruta de su llegada, pero esta vez no huían de nada. Estaban dispuestos a enfrentar lo que se aproximaba.

- Así que… – inició Yami, enfocando el camino de frondosos matorrales que los conducirían a la salir – Tenía razón.

- ¿Quién?

- Tu amigo – Yugi le seguía, sin entender – Por mí es que bailaste de ésa manera anoche.

- N-No es como si pudiera evitarlo – las reminiscencias de Yugi al volver a sentir lo que le provocó que Yami lo mirase, le estremecieron – Considérate culpable.

- Asumiré los cargos, después de todo el seguirte valió la pena.

Yugi se detuvo ante el comentario.

- ¿A qué te refieres?

- Olvídalo.

Yugi creó conciencia sobre lo que pretendía decirle, y al caer en cuenta se crispó de manera involuntaria ocultando el rostro sorprendido.

- ¡Eras tú!

- No grites, ya te escuché.

Yugi lo señaló acusatoriamente.

- ¡Eras tú el que me estaba espiando en aquél callejón y que me siguió!

Yami rodó los ojos, fastidiado.

- ¿Apenas te das cuenta? Eres un despistado de lo peor.

- ¡Y tú un acosador! – soltó su mano cubriéndose el rostro completamente sofocado – No puedo creer que me hayas visto hacer eso.

- Creo que fue un acto muy noble – dijo refiriéndose a los cachorros que auxilió – Ayudar a los demás no es algo por lo cual avergonzarse.

Yugi se descubrió, reflexionando lo recién dicho.

- ¿Tú has salvado a alguien? – inquirió siendo cuidadoso. Las dudas asaltaron su mente, ahora que lo recordaba sabía poco o nada sobre él.

- En realidad, no lo sé.

Una pequeña y cálida mano se enredó con la de él, en un fuerte apretón que lo hizo voltear hacia su fuente.

- Lo has hecho… A mí.

La seguridad que le transmitió hizo que todo rastro de indecisión desapareciera. Y pensar que él un día anterior pensaba completamente diferente. Yugi había llegado a su vida a cambiar paradigmas, renovando esperanzas y avivando emociones que creyó perdidas desde la infancia. Entonces comprendió que desde pequeño había estado esperando por éste momento, por encontrar a la persona indicada que le enseñara el valor de los sentimientos. Por ésa razón cada vez que recordaba su vida de niño una calidez lo abordaba, misma que le rodeaba en éste instante.

- Tengo que decirte algo – le dijo, mesurado. La sincera sonrisa de Yugi no desapareció, más hizo un ademán con la cabeza invitando a que continuara – Yo soy…

- ¡No se muevan!

Una voz desconocida echó por la borda el ambiente que se había creado. Ambos tricolores voltearon topándose con un grupo de cinco hombres armados, apuntándolos con sus lanzas.

- Identifíquense, ¡es una orden!

Yami los identificó como guardias reales, ya que a diferencia de los hombres que irrumpieron anoche, portaban el escudo imperial del ojo de Udyat de oro en sus capas. Confiado en que lo escucharía, se colocó frente a Yugi protegiéndolo.

- ¿De qué se nos acusa?

- Nos han dado órdenes directas de detener a quien muestra sus características.

- ¿Qué clase de características?

El que parecía ser el líder hizo un ademán con la cabeza, indicándole a otro que avanzara. El susodicho obedeció dirigiéndose a Yugi, pero Yami fue más rápido interponiéndose en su camino.

- No lo pueden tocar. Deben mostrar evidencias.

- Seguimos órdenes, en el nombre del faraón.

Yami arrugó la frente, austero.

- No blasfemen en el nombre del faraón.

Otro de los guardias, ofendido ante lo que dijo corrió hacia el menor, para jalarlo del brazo quien emitió un quejido de dolor ante el abrupto jaloneo.

- Suéltalo ahora mismo – su mirada se ensombreció, desprendiendo un aura peligrosa que alertó a los guardias. Yugi lo miró suplicante y asustado, sacándolo de sus cabales.

- ¿Por qué lo haríamos? – se burló el que sujetaba a Yugi.

Otro guardia sujetó de los brazos a Yami cuando éste estuvo a punto de abalanzarse sobre uno de ellos. Zafándose, le propinó un golpe en el estómago haciéndolo caer.

- Les ordeno que lo suelten, ahora mismo – vociferó iracundo acuchillando con su feroz mirada a los cuatro guardias, quienes dudosos se abalanzaron contra el encapuchado de ferviente convicción.

- ¿Ah sí? ¿Y quién nos lo ordena? – le reprendieron. Yugi intentó liberarse mordiendo la mano de quien lo apretaba dolorosamente de la muñeca. El guardia gruñó alzando la mano para abofetearlo.

Yami, quien presenció lo que estaba por ocurrir, evadió un golpe y empujó a dos de los guardias, para colocarse frente a Yugi, deteniendo la palma del hombre para descubrirse el rostro.

- ¡Lo ordena el faraón Atem! – su voz autoritaria resonó a sus alrededores, espantando a una parvada de pájaros que alzó el vuelo detrás de él.

Los cinco hombres quedaron perplejos y enseguida se inclinaron, arrodillándose en el piso al mismo tiempo que pedían disculpas como si su vida dependiera de ello, al no saber que se trataba de su rey.

Yugi, desde su posición con el rostro desencajado no perdió detalle de lo que presenciaba. ¡Era el mismísimo faraón de Egipto! Una incomprendida melancolía lo reprimió, tratando de asimilar, procesar y vislumbrar lo que estaba sucediendo. Las voces de escuchaban distorsionadas, creando un eco en su cabeza que cada vez se alejaban.

Yami siempre fue Atem y todo tuvo sentido, excepto el vacío que experimentaba.

- Yo no he ordenado nada, ¿cómo se atreven a tratar así a la gente? – la severidad de su voz imponía.

- Solamente seguimos órdenes mi faraón – se excusó uno de los hombres.

- Exijo saber de quién.

- Yo lo hice mi faraón.

Una nueva voz se hizo presente y Yugi tembló aterrorizado, lo cual no pasó desapercibido para Yami. Se trataba de Marik, que venía en compañía de Kaiba y cinco guardias más – éstos bajo el mando de Kaiba), quienes bajaron de sus caballos y se unieron a su rey.

- ¡Mi faraón! – corrió con evidente angustia – ¿¡Cómo se atreve a irse de ésa manera?! ¿Sabe qué es lo que hemos hecho para buscarlo?

- Después te explicaré, pero ahora tengo un asunto del cual encargarme – se giró hacia Marik – ¿Se puede saber bajo qué permiso hiciste eso?

- Mis más sinceras disculpas –, reverenció – pero es lo que creí necesario. No deseaba importunarlo con los escándalos de sus súbditos, es mi trabajo hacerme cargo de la seguridad de su pueblo.

- Tu trabajo es brindar la seguridad posible, no mandar a mis guardias a abusar de las personas sin evidencias.

- Mil perdones.

Cayendo en la figura detrás de él, Yami se acercó a Yugi. Lo veía muy mal y un amargo sabor se instaló en su garganta.

- Oye.

Yugi no quitó la mirada petrificada de la Marik. Esto alarmó – aun más – a Yami.

- Él es…

¿Él? Alto. Antes había escuchado de Yugi referirse hacia un hombre con ése mismo tono de voz.

“Él me llevará, amenazó con volver por mi cuando tuviera la oportunidad

Expandiendo sus orbes carmín a más no poder comenzó a armar el rompecabezas. Marik había estado en el lugar de trabajo de Yugi ésa noche, se encargaba de la seguridad del territorio, por lo que podía manejar a los guardias sin ningún inconveniente bajo su nombre como faraón y por ende, usarlos para un bien personal, sin importar que afectara a los demás.

Yami lo sujetó de los brazos, tratando de encontrar sus ojos.

- ¿Qué fue lo que Marik te hizo? – Yugi no contestó, no le miraba si quiera – Responde, ¿de dónde lo conoces?

- Mi faraón, yo jamás… – quiso hablar Marik.

- Silencio – le ordenó fríamente.

Kaiba observaba atentamente la situación. Parecía estar entendiendo lo que sucedía, y estaba todavía más intrigado al notar la forma en que Yami se aferraba al chico que lo acompañaba.

Ésta vez, Yami lo sujeto del rostro, y solo cuando sus ojos hicieron contacto Yugi reaccionó, aferrándose a sus manos. Eso fue más que suficiente para saber la conexión que compartía con los acontecimientos de ayer. La sangre le hirvió corroyendo sus entrañas, como si un puñal fuera clavado en su espalda. Era traición, y el castigo por eso era la muerte.

Se negó a creerlo, pero en cuanto lo pensó enseguida lo desechó. Todo encajaba, incluso la precipitada y ansiosa mirada de Marik. Se estaba delatando.

Un aura oscura lo rodeó peligrosamente.

- Marik, eres el responsable de que mi pueblo presente problemas económicos y no sólo eso, ellos viven con miedo porque la seguridad de la que TÚ te encargas es la que se encarga de mantenerlos así. Dime, ¿así como las personas confiarán en quien los protege cuando ellos mismos son quienes los agreden?

- Mi faraón, eso no… – Kaiba lo silenció, colocándose tras él al ver cómo retrocedía.

- Es una falta grave interrumpir al faraón – le amenazó. El rostro de Marik se contrajo en una mueca de irritación.

Yami deseaba preguntarle si había tocado a Yugi, si sus sucias manos le habían rozado tan siquiera un cabello, porque de hacerlo no se contendría. No obstante no permitiría que esto afectara la salud mental del menor, ya no más.

- ¿Eres responsable o no?

- ¡No! Soy inocente mi rey – gritó agitando las manos – Todo esto lo hice por un bien mayor, era necesario para su seguridad mi señor, todo fue por usted.

Yami entornó la mirada.

- ¿Por mí? – alzó el rostro, completamente autoritario. Marik se sintió increíblemente pequeño e insignificante – Lo hiciste solamente por ti.

Yami miró a los guardias de Kaiba y asintió, indicándoles que se los llevaran junto con los demás guardias que anteriormente los habían atacado. Entre jaloneos y griteríos, Marik fue arrastrado hacia los calabozos del palacio para su pronto veredicto. No sería un problema obtener las evidencias, solo constaba de tiempo para que una nueva forma de gobierno iniciara.

Yami suspiró quedadamente peinándose su rubio flequillo hacia atrás. Estaba cansado, tanto física como psicológicamente. ¿Cuánto tiempo estuvo ciego?

Su mano derecha, Kaiba, se acercó aguardando.

- Tenías razón – dijo Yami – Marik no era de fiar.

- Lamento lo sucedido – Yami negó y miró fugazmente a Yugi, quien se mantenía en su lugar, perdido en sus pensamientos – Anoche acometieron contra un establecimiento nocturno en el pueblo. Que Marik te diga dónde están las personas que atacaron para que las liberen en caso de que estén encerradas y busca a un chico llamado Joey – Yugi al reconocer el nombre, alzó el rostro saliendo de su estado – Habla con él y llévalo al palacio.

- Pero usted…

- No te preocupes por mí, debo asegurarme de algo antes. Te veré en el palacio.

- Como ordene, mi faraón – reverenció.

Al cabalgar su caballo, Kaiba dio marcha no sin antes mirar hacia atrás para encontrarse con la figura de Yami caminando lentamente hacia el chiquillo misterioso, el cual desprendía una luz enceguecedora que incluso los mismos dioses veneraban. Y ésa era la misma razón por la que se estaba marchando, porque sabía que su rey estaría a salvo a lado de aquella alma.

Una vez solos, Yami buscó las palabras correctas para hablar con Yugi. No sería sencillo, pero debía hacerlo para aclarar las cosas. Había sido testigo de mucho y lo evidente no se podía discutir.

- ¿Por qué no me dijo que era el faraón?

Nuevamente Yugi retomaba su pose de respeto. Mala señal para Yami.

Yugi era un completo revoltijo de dudas. Era cierto que estaba presente, que su mente estaba dividida entre su mundo y la realidad, pero descomunalmente no era algo que pudiese asimilar.

- Intenté hacerlo. Anoche tú…

- ¿Ahora es mi culpa? – dijo, más dolido que ofendido.

- ¿Es un hábito tuyo interrumpir? – al notar lo que había obtenido debido a su comentario sarcástico, resopló pasándose la palma de su mano sobre su rostro – Quiero explicarte, sólo escúchame.

Yugi, manteniendo la misma expresión compungida, no dijo más.

- Jamás quise ocultarte quién era, es sólo que estaba demasiado preocupado por lo que ocurría con mi pueblo y las presentaciones pasaron a segundo plano – explicó – Traté de decírtelo, Incluso un segundo antes de que los guardias nos interceptaran. No pensaba guardar el secreto por siempre.

- ¿Cómo creer en usted? Hace momentos atrás creí que era alguien, ahora resulta que es el faraón. ¡¿Quién se supone que es en realidad?!

- Soy el mismo con quien pasaste la noche.

Yugi recordó los besos y las tímidas caricias que ambos se regalaron la noche anterior, reviviendo su calor, la cercanía, su aliento entibiarle los labios y su intensa mirada al mismo tiempo que una corriente eléctrica le recorrió por toda la espina dorsal. No sólo tocó su cuerpo, si no también sintió su alma. Atrayente, heroica, valerosa, apasionada e imponente, pero sobre todo: humana.

Se agachó, ocultando sus ojos detrás de su rubio flequillo, no podía verlo a la cara. Contuvo las ganas de llorar, la vergüenza y la incontinencia que de manera involuntaria y desventajosa se apoderó de él. ¿Cómo podía sentir todo eso en un solo segundo? Su corazón brincaba como loco dentro de su pecho y apenas podía respirar. Debía tratarse de la reciente confesión. Estaba aturdido, confundido y…

¿Qué era ésa sensación que brotaba desde lo más profundo de su ser? Nunca antes lo había experimentado, pero llevaba instalado por – a su parecer – demasiado tiempo. Y si mal no recordaba, comenzó desde que sus ojos se toparon con los de Yami en aquél momento en que bailaba para una bola de pervertidos que solo deseaban satisfacer la vista y su imaginación. Con él fue distinto, no supo cómo definirlo pero su cuerpo junto con su alma sintió como si fuera jaloneado provocando una caída libre, sin protecciones, sin inseguridades y sin límites.

Lo que le provocaba Yami significaba más que atracción. Esto ya no era una emoción.

Era un sentimiento, y era lo bastante profundo como para temerle.

El suspiro del mayor hizo que se estremeciera, estaba a punto de decirle algo cuando él todavía no sabía qué responderle. Lo estaba dejando sin armas, cuando ni siquiera le había dado la oportunidad de luchar.

- No voy a exigirte que me respondas, puedes quedarte callado si es lo que quieres, no haré nada al respecto – mintió. No podía con el dolor de saber que Yugi podría alejarse de su lado. Sin embargo, sabiendo esto, apostó todo por el todo. Sólo podía confiar en que Yugi escuchara su corazón y éste le respondiera.

- ¿Por qué? – Yami lo escuchó. Su voz apenas fue audible, pero el sufrimiento ante la pregunta fue palpable, estrujando su pecho – ¿Por qué me hace esto?

- ¿Qué es lo que te estoy haciendo? – exigió escuetamente, tratando de controlar su impaciencia.

- ¿Qué estás tratando de ganar? – volvió a interrogar. En ése instante, Yami pudo contemplar finalmente los ojos violetas del menor, ahogados en llanto e impotencia, pero a la vez con un poderoso brillo que inundó y memorizó en sus retinas – ¡Tú eres el faraón! Yo… Yo… – sollozó – Soy un simple plebeyo.

Lo eran, las cosas eran así. Yami era el emperador de todo un país, líder y poderoso señor de las arenas, de un imperio que había sido alzado épocas atrás con un legado y con un futuro que iluminaba y cegaba, mientras que Yugi era un plebeyo, un súbdito más que no poseía una educación digna de admirar así como tampoco un lugar en donde vivir.

Eso es lo que Yugi veía, no más ni menos. Una diferencia descomunal los alejaba, los distanciaba a una velocidad que dolía y que lentamente engrandecía. ¿Cómo era posible que la realidad fuera tan cruel? Creyó que finalmente había encontrado a ésa persona, que iluminaría su sendero de oscuridad para guiarle de la mano, que a su lado lucharían contra las adversidades y superarían las barreras. Qué incrédulo era, pecaba de inocente y fantasioso.

Se llevó una mano al pecho, tratando de controlar las emociones que se arremolinaban dentro de sí que no hacían más que lastimarle. ¿Cómo lo dejaría ahora? ¿Cómo había sido posible sentir tanto en tan poco tiempo?

- Oye… Basta – escuchó la ronca voz de Yami hablarle. Cómo le encantaba el sonido de su voz, aunque éstas fueran más frías que el hielo. No supo interpretar la intención, pero no era pena ¿verdad? Podía sentir desprecio por él, pero no lástima, eso no.

Por su parte, Yami no podía creer lo escuchado, a pesar de que sabía que tenía razón. Yugi lo tenía bien presente. Existían leyes y políticas que delimitaban las relaciones, más al tratarse del faraón y un “plebeyo” – como se hizo llamar –, pero el que lo expresara de ésa manera había quebrado algo, que irremediablemente le impedía acercarse con temor a que el menor se rompiera frente a él.

- ¿¡Por qué vino a mi mundo a poner las cosas al revés?! – gritó Yugi desesperado en un arranque por no verse vulnerable – Puede irse si así lo quiere. Adelante, hágalo, pero no olvide que dejará aquí a alguien que hizo lo que quiso con su sentir. ¡Esto es su responsabilidad!

- Me dices que me vaya, pero exiges que me haga responsable. ¿Quién entiende eso? – Yami trataba de que Yugi entrara en razón, no podía permitir que siguiera con ello. Se le acercó, con la clara decisión de que lo mirase, sin importar lo que pensara o dijera, debía escucharlo.

- No se acerque – dijo sin moverse y Yami se detuvo.

- Es verdad… Soy el faraón Atem – Yugi ante su confesión se sintió pequeño – Pero eso no significa que sea otra persona y que des por finalizado algo cuando es evidente que existe algo más que se puede hacer por nosotros, ¿entiendes lo que representa regir un país? Mi palabra es ley.

- ¿Qué es lo que está queriendo decir?

- Dedúcelo tú.

Si lo que quería era ponerlo a prueba, definitivamente no se dejaría. No sabía lo que pasaba por su mente, tampoco a lo que se refería si todo estaba claro. Sí, era el faraón, pero qué pretendía lograr con decir que lo que decía se hacía. La confusión era dibujaba en sus finos rasgos, reflexionado, y justo en el instante en que la palabra “nosotros” apareció en su memoria, sus ojos se expandieron.

- ¿Está diciendo que por mí es que piensa ir en contra de las leyes de sus antepasados y planea cambiarlas? Eso es absurdo.

- Estoy empezando a creer que no te importa – soltó, tan gélido que Yugi apenas pudo soportarlo – O es que acaso, ¿no sientes algo por mí? – fue hasta ése punto en que Yugi alzó el rostro, completamente consternado – Tú mismo anoche te confesaste, ¿era mentira?

- No es justo – evidenció su dolor cuando las lágrimas se acumularon en sus expresivos ojos – Yo jamás le oculté nada, siempre fui sincero, en cambio usted...

- Mis acciones hablan por mí, ¿no te lo he demostrado?

Las imágenes de la noche anterior no solo volvieran a aparecer, si no que recordó la forma en que le había tomado de la mano sin pensarlo cuando escaparon, en su intensa mirada cuando chocaba con la suya, en sus afanosas manos aferrándose a su cuerpo rogando por un abrazo desesperado por calor, al ser defendido de los guardias, de Marik y su insistente mordacidad por que se quedara.

Se hubiera marchado, dejándolo solo, si su punto era utilizarlo ¿cierto? La impulsividad de sus emociones hablaban por él, pero tampoco es que descartara cualquier posibilidad. Tenía miedo de que lo lastimaran, que jugaran con él porque ya desde hace mucho tiempo recibió una enseñanza – a base de duras experiencias – y ésa era que todos dan, pero siempre esperan algo a cambio. Le costaba confiar, ¿por qué está vez era diferente? Dejó entrar a Yami a su vida, abriéndole las puertas de su alma, descubriéndola por completo aún cuando su razón le decía que era pronto.

Su mutismo le dio pauta a Yami de retomar otro paso, acortando un poco más la distancia que los separaba, siendo cuidadoso de no asustarlo.

- ¿Quieres en verdad que me vaya? – insistió – ¿Quieres que borre de mi memoria todo lo que pasamos y que me olvide de ti? ¿Eso es lo que quieres?

La pregunta cayó como yunque sobre su cuerpo, inmovilizándolo e impidiendo el paso del aire. Un nudo en la garganta le impidió hablar, quedándose en el mismo lugar con la vista fija en algún punto de la arena que ceñía bajo sus pies. La temperatura había aumentado, pero se sentía helado, inerte en un mundo, en un suelo que no existía al este desaparecer combinándose con un oscuro sentimiento, dejándolo sin soporte.

- Sí – musitó, juntando toda su fuerza en ésa simple y corta palabra, pero que cargaba con un pesado significado.

No sabía si había hablado su consciente o su corazón, pero eso era lo mejor. Olvidarse, uno del otro y retomar su antigua vida, así no habría brechas de diferencias ni guerras innecesarias. Tal vez no era lo mejor para él, pero sí para Yami. Y aunque Yami jamás se enterara, Yugi estaba dispuesto a sacrificar su felicidad por la de Yami, porque solo le habían bastado unas para conocer algo que creyó inexistente. A veces para proteger un tesoro, era necesario sacrificarse.

Yami en un semblante indiferente y neutral, lo miró. ¿Estaba hablando en serio? Por el exterior lucía impávido, pero por dentro se encontraba indignado, abatido y decepcionado. Creyó que podría tener una oportunidad con Yugi, porque con él había aprendido a ver el mundo, a valorarlo y a sentir algo más allá que la responsabilidad que su imperio. Pero tampoco podía obligarlo, no iría en contra de su voluntad y sus decisiones, pasando por sobre ellas para anteponer las propias.

Suspiró por la nariz, sintiendo cómo un vacío se apoderaba de él, atravesando cual mil cuchillas su pecho encadenándolo a una realidad que no deseaba. Una sensación jamás experimentada, nunca pedida pero sí real.

- En ése caso… – articuló indolente, sin saber las heridas que se causaban el uno al otro – Se acabó.

Volviéndole la mirada, Yugi respondió:

- Se acabó.

Sin más, ambos se dieron la vuelta, cada uno volviendo a su propio mundo, a donde pertenecían dejando atrás lo que fue y lo que pudo haber sido, para olvidar que algún día pudieron continuar con una historia que inició tras el roce de una mirada.

 

 

 

Paso tras paso era una agonía. Le ardían los pies y odiaba cómo su mente le obligaba a mantener la vista hacia enfrente cuando su corazón le dictaba voltear. No, no podía hacerlo porque de eso dependía el futuro de Yami y su objetivo era claro. Inhaló profundamente, armándose de una fortaleza que no creyó poseer, malherida, y siguió con su camino. El tiempo parecía moverse con lentitud ante la amarga realidad de su separación, con la idea de intentar evitarla a toda costa y con la absurda esperanza de que Yami le retendría; más ya se habían despedido y no existía vuelta de hoja. No se permitió llorar frente a él, no quiso agobiarlo con un llanto ensombrecido que arruinaría la última imagen de su persona, pidiéndole a cambio que avanzara sin importar qué, dejando que sus deseos murieran silenciosas en su garganta.

No se permitiría dudar, aunque las preguntas atiborraban su mente sin parar.

Pero surgieron sin aviso unas que – aun bajo su mandato – no pudo evitar: ¿se arrepentía de haberlo conocido? Seguramente las cosas serían diferentes de no haberlo hecho, pero… ¿dónde estaría ahora? ¿Qué pensaría? ¿Estaría tan siquiera con vida? Yami le había enseñado tanto, y le aterrorizó la idea de no haberlo conocido.

Y sólo cuando un punzante palpitar le obligó a reaccionar, se dio cuenta de que no sabía qué hacer. Inconscientemente su mano terminó sobre su pecho, estrujando sus ropajes con fuerza hasta arrugarla entre sus dedos. Sus pies se plantaron en la arena y su cuerpo tembló víctima del último pensamiento.

Inhalaba y exhalaba con dificultad, sintiendo cómo las lágrimas se aglomeraban en sus ojos, creando prismas y figuras extrañas que no lograba distinguir. La imagen de Yami marchándose, dándole la espalda, separándose cada vez más, sin tener la dicha de volver a ver su rostro le hizo escarmentar con lo que decidió.

No.

No podía estar sin él.

Yami estuvo dispuesto a pelear contra todos con tal de permanecer a su lado. ¿Por qué no luchar tomados de la mano? Le podría brindar de su fuerza, porque ahora más que nunca estaba seguro que no existía poder que le pudiera arrebatar lo que sentía.

Estaba enamorado.

Mordió su labio inferior, hasta casi hacerlo sangrar. Quería gritar, pero ¿se armaría de valor para hacerlo?

Y su historia no podía terminar así, no sin dar lucha antes. Si Yami sentía o no lo mismo que él, si estaba haciendo lo correcto o no, no le importaba. Sería capaz de desafiar a los mismísimos dioses egipcios con tal de permanecer a su lado.

Con el corazón bombeándole a mil por hora, se giró gritando el nombre de Yami al mismo tiempo que movía sus pies hundiéndose en aquél manto suave y ámbaroso, resultándole difícil mantener el paso, pero pronto eso pasó a segundo plano cuando divisó la figura de Yami a unos cuántos metros, caminando bajo la brisa del desierto, agitando sus cabellos y capa, en una danza que le pareció de lo más sublime. Sus ojos se iluminaron al ver cómo giraba el rostro hacia su dirección, completamente sorprendido.

Había respetado su decisión, lo dejó ir porque no quiso obligarlo a un futuro ambiguo del que ahora confiaba ciegamente. Antes sobrevivía, pero con la seguridad y determinación que Yami le transmitía, pudo correr hacia él con una única idea en mente…

Vivir.

Con toda la energía que su cuerpo emanaba, Yugi se abalanzó a los brazos de Yami, que lo recibieron encajando y amoldándose con perfección.

- TE AMO, TE AMO, TE AMO – repitió una y otra vez aferrándose a su cuerpo como si su vida dependiera de ello. Deseaba con todo su ser que Yami lo escuchara, que sus sentimientos llegaran hasta él y que, de ser posible, los aceptara.

- Yo también – le escuchó susurrar cerca de su oído, en un soplido que le hizo abrir los ojos de golpe – Te amo.

Y eso le bastó para que sus piernas flaquearan. ¿Qué hubiera sucedido de haber continuado su camino del lado contrario? Eso siempre sería un misterio, pero sabía que jamás se arrepentiría.

 

 

 

Estaba parado frente al espejo de cuerpo entero, admirando su nueva imagen. Las vestimentas reales le sentaban bien, aunque el acostumbrarse a ellas costaría. Suspiró curveando los delicados labios, rememorando la confesión que cumplía tres semanas de haberse concretado.

Los sentimientos de ambos habían sido confesados, y aunque al principio esto les trajo complicaciones con las leyes egipcias al final estaban allí, aguardando el momento adecuado para que sus vidas avanzaran hacia una nueva etapa.

Llevó una mano hacia su cabeza, tocando ligeramente la tiara de oro que adornaba su tricolor cabello. En su corta existencia, no imaginó portar algo parecido, mucho menos encontrarse en el mismísimo palacio para dormir en una cama vestida de seda siendo rodeada de lujos y elegante excentricidad, digna de un rey, una que compartiría con la persona que ocupaba su corazón, cada noche y cada despertar, tras una sesión de entrega que seguramente se aproximaría como se lo había dejado en claro el mismísimo faraón.

Su rostro adaptó el color carmín recordando las palabras de Yami:

«Ésta noche, serás completamente mío»  

¿Por qué era tan directo? No era necesario y le mataba la forma en que lo había dicho. Su voz ronca y profunda caló hasta sus huesos produciéndole un escalofrío que le erizó la piel. Agitó la cabeza tratando de olvidarlo y concentrarse, no era momento de pensar en eso, mucho menos en imaginarlo.

Enfocó su vista en el enorme ventanal de la habitación, mostrándole un hermoso día soleado.

¿Quién lo hubiera imaginado? Los sueños podían volverse realidad y esto los superaba con creces.

- ¿Estás listo? – le llamó un chico cruzado de brazos, recargado en el marco de lo que correspondía la puerta.

- Joey – Yugi lo reconoció saliendo de su ensimismamiento.

- Te estamos esperando, ¿en qué tanto piensas? – dijo abandonando la pared al notar cómo el tricolor se dirigía hacia él.

- En todo – fue su simple respuesta, para recibir una jovial sonrisa por parte de su amigo.

Joey sabía a lo que se refería con un todo, por lo que se sintió satisfecho. El rubio había sido liberado del calabozo en que había sido cautivo durante dos días, tras obtener la información por parte del mismo Marik al no soportar la tortura, quien pagó su condena con el cargo de traición. Kaiba lo había encontrado personalmente, encerrado y con una palidez descomunal que, el día de hoy, ya no presentaba. Tal vez su primer encuentro no fue de lo más agradable, debido a que Joey solo intentó defenderse ante el extraño, al creer que le haría daño proporcionándole un fuerte golpe en el rostro, pero al transcurrir los días, su trato fue distinto. Si se pudiera definir con una palabra, la correcta sería: especial. Discutían cada vez que podían, pero las furtivas miradas y desapariciones le dejaban en claro a Yugi que existía algo más que “desprecio”, como se refería Joey para con el castaño.

- ¿Y el sacerdote Kaiba? – indagó Yugi, sabiendo que con esto provocaría al rubio, recibiendo un sonrojo como respuesta.

- Ni me hables de ése engreído – giró el rostro, con falsa ofensa – Mejor dime, ¿cómo te sientes? – Joey dio por zanjado el tema, mirando de pies a cabeza a su amigo – Te ves bien.

- Gracias – sonrió – No sé si pueda acostumbrarme a esto.

Sintió una mano sobre su hombro, brindándole de su apoyo incondicional, como lo había hecho toda la vida.

- Lo harás – Yugi agradecía a Ra por tener a Joey, su mejor amigo.

- ¿Se puede saber por qué demoras tanto? – se escuchó desde la puerta. Ambos giraron encontrándose con la figura del sacerdote del faraón, Kaiba – Creí que serías más listo, pero eso nos deja una lección: no envíes a un perro a hacer lo que tú mismo puedes hacer.

- ¡Oye tú maldito! – lo señaló directamente el rubio, completamente ultrajado – ¡Deja de una buena vez de decirme así!

- ¿Cómo? – contestó indolente – Ah, cierto, que te gusta más ser llamado cachorro.

El color se le subió a las mejillas, evidenciando su vergüenza. Yugi soltó una risilla a lo cual el rubio no pudo responder.

- ¡Bastardo! – vociferó plantándose frente a él sacando humo por los oídos – Si no quieres conocer la ira de mi puño será mejor que te calles.

- No me das miedo, cachorro.

- ¿¡Qué?!

- Lo estamos esperando – se dirigió hacia Yugi quien veía divertido la escena, viendo cómo Kaiba ignoraba los alegatos del rubio – Con su permiso – Yugi hizo un movimiento con la cabeza para ver cómo el castaño se retiraba.

No había conversado demasiado con Kaiba, pero por el tiempo que venía conociéndolo le parecía inteligente, leal, serio pero una buena persona. Las veces en las que lo había encontrado con Yami, éste siempre se dirigía hacia él con mucho respeto e inclusive algunas palabras fueron cruzadas entre ellos en medio de ligeras sonrisas, las cuales reflejaban una gratitud ilimitada. Parecían hermanos, así como Joey lo era para él.

- ¡No me ignores! ¡Oye! – el rubio le siguió dando zancadas exageradas con los pies – ¡Te veo allá amigo! – solo volvió para saludarle y así continuar con su anterior discusión.

Yugi suspiró bajando los hombros con tranquilidad. Se miró una vez al espejo para sonreírle a su propio reflejo y seguido abandonó la habitación.

Sus doradas sandalias producían eco al chocar contra el piso de mármol y su imagen era reflejada a través de él. Con la seguridad dibujada en su rostro, visualizó a Kaiba y a Joey a un costado del enorme balcón, mirándolo con una expresión apacible y orgullosa respectivamente, a la espera de su cercanía.

Giró el rostro, para encontrarse con otra figura, la cual era rodeada por los fuertes rayos del sol haciéndole recordar a las deidades que surcaban los cielos. Sus ojos chocaron creando una corriente de electricidad, rubíes y amatistas. Yugi sonrió al instante en que vio cómo la varonil mano se alzaba desafiando la gravedad para extenderla hacia su dirección, invitando a sujetarla con ahínco y vehemencia.

El aceptar su invitación significaba una sola cosa: unir su vida por siempre a ésa persona.

No tenía duda alguna, y sin pensarlo la tomó siendo acogida con delicadeza. Su calor lo recibió y su cuerpo reaccionó a su roce.

- ¿Estás listo? – preguntó Yami, sujetándolo de sus caderas para acercarlo a su cuerpo.

- No puedo creer que esté sucediendo esto, es como un sueño.

- No lo es, mocoso – ante el énfasis que produjo su voz y los recuerdos que traían con el calificativo, Yugi rodó los ojos mostrando una dulce sonrisa.

- Gracias – dijo, apoyando las manos en el pecho de Yami.

- ¿Por qué?

- La situación está cambiando y mejorando dentro de poco tiempo ahora que has declarado nuevas leyes. El pueblo está contento.

- Lo sé. No puedo creer que haya vivido engañado por Marik – la expresión de culpa surcó el rostro de Yami, siendo sanadora la mano de Yugi sobre su mejilla.

- Ya hablamos sobre esto, no fue tu culpa – Yami lo acercó aún más hacia sí, haciendo fricción de sus abdómenes – Buscaste soluciones, el pueblo prevalece y le rinde ovación a su faraón, siendo fieles a tu reinado. Todos están agradecidos.

- Yo soy el agradecido, tú fuiste el que me salvó.

- Ésa debería ser mi línea – rió tímidamente, endulzando los oídos de Yami. Le fascinaba su sonrisa – Joey se la pasa quejándose de que su habitación es enorme, pero yo sé que le encanta.

- Kaiba fue quien la eligió – confesó ante la sorpresa de Yugi soltando un 'Oh' como respuesta.

Después de una leve pausa, en la que ambos se contemplaron y llenaron del otro con su radiante mirada, Yami se acercó – todavía más – hasta que sus frentes chocaron delicadamente.

- Desde hoy guiarás Egipto junto conmigo – Yugi asintió cerrando los ojos, percibiendo el calor de Yami combinarse con su piel – ¿Sabes lo que eso significa?

- Sí, lo sé. Y sin importar qué, estaré a tu lado, en las buenas y malas. Por siempre – Yami sonrió complacido por sus palabras, momento que aprovechó Yugi para armarse de valor y preguntarle lo que desde hace días lo merodeaba – Yami… Yo, ¿qué significo para ti?

La pregunta descolocó a Yami por segundos, hincándose en la expresión de Yugi siendo iluminada por sus joyas amatistas, aquellas que al instante de conocerlas quedó prendado de ellas, como un poderoso imán del que no se puede escapar.

Llevó la mano derecha a la nuca del menor, obligándole a que lo mirara fijamente, mientras que Yugi se dejaba hacer captando el olor afrodisiaco que despedía.

- Eres mi luz – dijo con la mayor entereza de su voz – Desde que te vi supe que eras para mí y aunque al principio quise negármelo, no pude. Fue más fuerte que yo y no me arrepiento de absolutamente nada sin con eso llegaste a mí. Prefiero morir hoy que vivir cientos de años sin haberte conocido – a Yugi se le llenaron los ojos de lágrimas, y por primera vez permitió que Yami fuera testigo de ellas, porque éstas eran símbolo de su felicidad, de la felicidad que de ahora en adelante compartirían por el resto de sus vidas.

Ante la hermosa imagen que le regalaba, Yami terminó con la distancia para besar los labios de Yugi, saboreando el exquisito sabor del que se declaraba adicto. La delicadeza y entrega con la que lo besó, los condujo directamente al cielo, permitiendo que sus corazones retumbaran desenfrenadamente dentro de sus pechos, sellando a la perfección con la promesa de amarse hasta el fin de los tiempos.

Fue hasta que se separaron, escuchando el vocerío de la multitud aclamando por ver a su faraón presentarse junto con la persona a la que estaría unido, que comandarían sus tierras y que regirían con valor y honor, cuando Yami apremió el instante con unas últimas palabras, para dar inicio al nuevo camino que se abría paso frente a ellos, con una luz más brillante que el sol el cual abordarían tomados de la mano, sin miedo – tal vez con problemas de por medio – que sería superado por el gran amor que cada transcurrir crecía más y más.

- Eres… Mi dulce tentación.

 

 

FIN.

 

Notas finales:

(1)    Ventana de las Apariciones: Parte del palacio egipcio que era usada por el faraón en algunas ocasiones, para hacerse visible a sus súbditos.

(2)    Shendyt:  falda de prendas de vestir que estaba hecha de tela y se usa alrededor de la cintura, por lo general se extiende hasta por encima de las rodillas. Es representativa en faraones, deidades y plebeyos.

 

¡Saludos mis queridos lectores!

Sé que tengo pendientes, pero no pude evitar escribir éste pequeña historia.

En verdad espero que les haya gustado y mil gracias a todos aquellos que leyeron y se dieron su tiempo para hacerlo.

Se les quiere~

 


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