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Deseo detrás de un insulto por devilasleep11

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Notas del fanfic:

Los personajes de este fic no son de mi propiedad, si no que son obra de Eichirou Oda.

DEDICADO A TODAS LAS CHICAS QUE ME PIDIERON UN ONE SHOT KIDLAW!!! (y a las que no igual :3)

BlackLady24

sayuuchin

 

Notas del capitulo:

HOOLA!!! 

Sé que muchas me querrán matar por no actualizar mi otro Fic... pero entiendanme tuve muchas complicaciones... Al parecer tendremos que esperar hasta la próxima semana para ese...

Y pues aprovechando que tenía este one shot escrito :3 SE LO DEDICO A TODA AMANTE DEL KIDLAW!!!!

Espero que les guste aunque solo sea un capítulo, he de decir que este tipo de cosas me complican... por lo general pienso en historias mucho más largas...

De todas formas... Una oportunidad a una historia nunca está de más xD y menos si es KidLaw C:

ESPERO QUE DISFRUTEN!!!!

 

 

 

I

 

Su mirada penetró mi cuerpo como una daga, haciendo que la luz detrás de él se hiciese estúpidamente intensa. Por un pequeño instante vi cómo ligeras luciérnagas de fuego revoloteaban a su alrededor.

Sin embargo, no fue nada de eso lo que me produjo semejante estremecimiento, ni mucho menos ese enorme deseo, sino que fue la hermosa oscuridad a la que me daba paso su pupila, como si fuese un agujero hasta su lóbrego y desconocido mundo interno en donde sus demonios bailaban al son de las flamas serpenteantes, aquellas que, en vez de iluminarle, le daban esa tenue luz impúdica de lujuria.

Me encantaba esa forma que tenía de mirarme, de desearme con todas sus fuerzas. De pronto supe que quería que me besase, que me estrechara con sus brazos tan fuertes como los míos, que asaltara mis labios con vehemencia, sin miramientos ni delicadeza, sólo buscando el intenso placer del constante roce, de la humedad, como cuando se pasa la mano por la hierba mojada en una mañana fría.

Mas no fue un beso lo que llegó a mi boca sino que, en un instante, vi cómo su brazo se elevaba, algo flectado, dejando expuesto debajo de su camisa, arremangada hasta el codo, los relieves exquisitos de sus músculos tensos que, pasando por el brazo y el antebrazo, terminaban en un macizo puño que llegaba a estar blanco por la fuerza de compresión.

Una milésima de segundo después lo vi chocar en cámara lenta contra mi boca. Mi cara por inercia se hizo hacia atrás y luego giró hacia el lado derecho, aumentando la superficie del golpe que me llegó a sacar una lágrima imprevista, no de dolor, si no que fue un acto reflejo de mi cuerpo.

El impacto produjo, posteriormente, que diese un par de pasos hacia atrás pero sin que cayese. Llevé mi mano por instinto a mi boca, sintiendo el gusto metálico de la sangre tocar mi lengua: el filo de uno de mis dientes había hecho una cortada. Después de unos segundos reparé en que la nariz también me sangraba un poco.

Moví mi mandíbula inferior pero no emití ningún gemido lastimero, todo lo contrario, le lancé una mirada de reproche por entre los mechones de cabello que caían por mi rostro.

-          ¿Qué pasa, Trafalgar? ¿Acaso quieres otro? ¿No te bastó con ese? - Dijo con su voz grave y deliciosa. Ni el golpe había apaciguado el ardor de mi interior. Mi alma le deseaba, mi cuerpo le urgía, eso para mí había hasta sido mejor que una caricia. Dio unos cuantos pasos hacia mí y se inclinó un poco, nuestras alturas no diferían por mucho pero, por tamaño puñetazo, me encontraba inconscientemente encogido. Sus amigos sonreían complacidos unos pasos más atrás, como si su amo estuviese dándole una lección a un perro callejero.- No vuelvas a hablarme de esa manera, ¿lo has entendido?

Susurró acercándose, dejando que mis fosas nasales se embriagaran con su exquisito aroma y mi deseo se acrecentara, más después de ver entre el cuello de su camisa las montañas que formaban sus clavículas y su superior depresión. Mis ojos delineaban con afán los músculos de su cuello, el cartílago de la garganta que formaba su manzana de adán, subiendo y bajando, mientras su voz me llegaba calmada y amenazante.

Retiré mi mano sólo para dejar a la vista mi rostro manchado de sangre y mi labio que comenzaba a inflamarse. Él abrió desmesuradamente los ojos al ver los míos, directos; no oculté el deseo que sentía por él, lanzaba cascadas de lujuria que caían por mi cuerpo y bajaban como ríos, llegaban al piso y hacían efímera esa distancia entre nosotros, tomándole los pies, subiendo lentamente, haciendo hervir su sangre. Sé que le contagie porque en ese momento la forma en que me devoró con la mirada fue evidente, casi transgresora.

-          No… - Ronroneé como gata en celo.- No he entendido…

Inspiró profundo y luego lanzó aquella bocanada de aire tratando de tranquilizarse. Lamí mis labios por los que caía un poco de líquido rojo y me acerqué coqueteándole descaradamente, levantando la cabeza para mirarlo con cierto desdén, ése que lo encabronaba, ése que lo excitaba aún más.

Por un momento pensé que me golpearía de nuevo, pero no lo hizo, en cambio apartó sus ojos de mí y se dio la vuelta.

-          Ya verás… Maldito hijo de puta… Te las haré pagar.

No pude evitarlo y me carcajeé. Sus amigos no entendían por qué no me había dado otro golpe, por qué no me había molido como siempre hacía con los demás idiotas. Yo sabía que me esperaba otro tipo de castigo y eso no hizo más que remover la hombría bajo mis pantalones.

Él ya estaba pasando al lado de sus amigos, sin contestar preguntas e ignorando todo, cuando le grité:

-          ¡Estaré esperando… Eustass-ya!

Ni siquiera se giró pero supe que estaba bullendo, lo supe, lo conocía mejor que nadie. Sus amigos me miraron de forma extraña y luego de lanzarle unos cuantos insultos siguieron a su líder.

Yo me quedé solo y sangrando con una sonrisa en los labios.

-          Qué imbéciles… - Dije en voz baja, luego escupí al suelo y sonreí como idiota… Tal vez de verdad lo era.- Espero que no me defraudes esta vez…

Me senté en el piso de aquel vacío pasillo junto a mi mochila y tapé mi rostro con las manos antes de perderme. Yo era humo de un día cálido viajado con un peso que me mantenía atado al piso y no me dejaba volar; cuando uno se encuentra demasiado en el aire se le olvida la tierra a la que pertenece.

Soy una araña miserable, lo sé, y no trato de cambiar. Mi mundo es vacío y algo triste, pero tiene tantos momentos alegres que en realidad no sé si soy un pesimista disfrazado de optimista o viceversa. No me lastima casi nada. Digo casi porque en realidad nadie es totalmente inmortal e indolente; quien diga que sí, es un farsante. Cómo negar que uno tiene miedos; cómo negar que uno es mentiroso, que uno no tiene deseos; nunca he conocido persona que no tenga pecados y sea cobarde en lo natural de su esencia; los seres humanos lo llevamos en la sangre como animales asustadizos que somos.

Tengo una sola virtud y esa es que trato de no negarme a mí mismo, me soy sincero, porque no hay nada más estúpido que negarse a uno mismo, nada más desleal ni nada más inoportuno. Negarse sólo trae problemas, no importa el mundo, no importa cómo éste te mire, lo que importa es que tú sepas quién carajo eres, que aceptes tus males y los hagas parte de ti, los atesores, porque eso te hace ser tú, ser quien eres.

Lamentablemente, a veces olvido ese tipo de cosas y no cedo a mis caprichos, últimamente ocurre con más frecuencia, y todo es por quien hizo que mi labio brotara como una coliflor.

Hay personas que tienen bellos ojos puros, rincones que se apoderan de inocencias y recuerdos que se transforman en migajas; hay personas que tienen dentro de sí esa tristeza atrayente, esa cosa tan dulce que te dice que toda esperanza divina está demasiado lejos como para ayudarte, pero es mejor tener la confianza de que un mermado sentimiento llegue hasta los aposentos de un paraíso olvidado por la sociedad. Hay personas que, a pesar de las mentiras, se llenan de regocijo y creen que la vida es maravillosa; que tienen en su alma tantas cicatrices que ya otra más no importa; hay personas a las que nosotros llamamos decentes, respetables y buenas.

Él, sin embargo, no es nada de eso.

Lleva en sus ojos dos profundos pozos de desesperación y desconcierto, como si no supiese que se ve a sí mismo por las mañanas al espejo, como si los reflejos que proyectan los vidrios no fueran él en realidad, y la verdad es que no es él. Lleva en sus adentros las heridas vivas, y sangran; no trata de cicatrizarlas porque en el fondo son un recuerdo de las múltiples guerras de un niño que no tiene nada más que un roído juguete. Lleva a cuestas una sola esperanza, y a pesar de que la conozco, me niego a reconocerla, o más bien, me niego a aceptarla.

Él es un mentiroso de primera, un idiota que se niega, que no puede ser como es y a la vez es tal cual, tan simple como se muestra, aunque me moleste que oculte esas partes tan deliciosas de símismo.

Si soy humo, él es rumor, así es nuestra vida. Él no existe y a la vez es tan tangible como el hecho que se siente calor al poner tus manos en el fuego. No somos dos personas que compenetran completamente, como dos piezas de rompecabezas, él es él y yo soy yo, no tenemos aristas que nos conecten, no hay cavidades, no hay relleno, él es él y así me ha enfermado.

Lamentablemente somos dos personas individuales que se han encontrado en este mundo, él es de él, yo soy mío. No busco poseerlo, ese es un deseo demasiado hipócrita, tan endeble que puede ser borrado de la pizarra, él seguirá siempre siendo de él y, aunque me entregue su alma y corazón, si es que eso es posible, que no lo creo, no lo aceptaré nunca, no quiero poseerlo. También sé que él tampoco quiere poseerme, que sabe que nunca le entregaré nada, porque el día que lo haga,  dejaré de ser yo, no existiría como tal, ¿y cómo algo que no existe puede decir la verdad y tener un hueco de sensaciones que nos provoca estremecimientos? Yo quiero existir, ¿de qué otra forma puedo vivirle? Quiero que él exista. ¿De qué otra forma puede sentirme?

A nuestros cortos diecisiete años la vida nos ha golpeado, y al parecer, a mí literalmente lo ha hecho.

Entrecrucé las piernas, sentado aún en el piso, y apoyé la palma de las manos sobre el frío suelo, echando el peso de mi cuerpo sobre ellas. Me miré el pecho y suspiré, ya no sentía el ardor que le apremiaba hace unos instantes.

Corrió una pequeña ráfaga que venía desde el extremo a mi espada del pasillo hasta el otro, poniéndome la piel de gallina. Sabía que debía haber traído algún polerón, pero un testarudo nunca hace caso.

En el momento en creía que estaba completamente solo y que mi alma por fin había encontrado un modelo de paz, escuché unos pasos, me giré lentamente y vi a la doctora de colegio, esa tal Kureha, caminando algo apresurada; me miró algo extrañada y arrugó el entrecejo.

-          Vete a casa, muchacho… - Dijo sin rodeos, sin hacerme preguntas, ni mucho menos tomarle atención a la sangre, ya algo seca, en mi rostro. Así, áspera, pasó por mi lado e ignoró por completo que no le hice caso. - Los alumnos no deberían quedarse tirados en un pasillo, medio muertos, cuando ya han terminado las clases.... - Dijo desinteresadamente al dar unos pasos lejos de mí, luego se giró y, enarcando una ceja, observó que aún seguía en la misma posición. - Los mocosos  - dijo con su voz de bruja - deberían aprender a mantener la bocota cerrada…

La mujer se dio la vuelta y me dejó solo con una sonrisa en la boca. Era impresionante, pero ella, con solo darme una mirada, había descifrado lo que me había ocurrido, no con lujo de detalles, pero lo sabía, después de todo no era la primera vez que me veía siendo golpeado o lleno de sangre. Era una vieja bruja malvada y demasiado sabionda, pero me encantaba su personalidad, no se veían mujeres como esas en estos tiempos, ahora a las mujeres les gusta ser tontas y latosas.

Me levanté y puse mi mochila, caminé hasta la puerta del colegio: ese día pretendía deambular por la ciudad hasta hartarme. Pensaba tonterías y, para dejar de hacerlo, entraba a un par de librerías. No quería volver a mi casa, de seguro que allí pensaría más cosas ridículas.

Cuando estaba saliendo de mi última librería favorita ya era tarde y el sol se había puesto. Decidí que tal vez debía llegar a casa, a esta hora estarían todos ocupados y no me echarían ningún reproche por la cara. Comencé a caminar mientras miraba mis zapatos, como si esperara que ellos, por arte de magia, me diesen la repuesta a todas las preguntas que la humanidad se ha hecho por siglos, comenzado por “¿Por qué el cielo es azul, mami?”.

Sin embargo el tiempo en que me preguntaba ese tipo de cosas pasó hace mucho, y nunca fueron palabras proferidas por mi boca. En ese momento las preguntas que rondaban mi mente distaban de las tonterías que pensaba de niño, pero también sé que mi boca nunca pronunciará ninguna palabra.

Doblé en una esquina y unas cuadras más allá pasé por una plazuela y entonces escuché un grito, una inconfundible voz de muchacho: era rencorosa, eso fue lo que llamó mi atención. Giré mi cabeza hacia donde provenían lo gritos y las risas: eraun grupo de tipos, unos cinco, molestando a un chico, el cual me sorprendió con la incipiente delicadeza que irradiaba, a pesar de patalear y enfurruñarse cuando los tipos le empujaban, golpeaban y quitaban cosas.

Me les quedé mirando como un idiota, sin embargo, no repararon en mi presencia, siguieron en lo suyo como si no estuviese allí.

Mis piernas fueron fijadas al suelo con cemento después de notar lo que nadie más parecía notar: el líder del grupo que se acercaba al pequeño muchacho de aspecto delicado y rebelde a la vez, tenía “el brillo” en la mirada.

“El brillo” no era más que una extraña luz, una extraña llama que encendía la mirada de un sujeto cuando molestaba a otro, como una incitación impura, como si la lujuria se le desbordara por los ojos y cayera de sopetón sobre el otro; “el brillo” era ese deseo, el deseo urgente de hincar tus dientes en la piel contraria, bajar por ese cuerpo entre besos y caricias, embriagarse con él; era calcinar el anhelo potencial que la mirada, algo atemorizada, incrementaba, cambiando el ser racional por un energúmeno idiotizado que hacía de todo por llamar la atención de aquella mirada ingenua.

Puedo decirlo, cada vez que tenía la suerte de toparme con una escena semejante veía “el brillo”, siempre existía consciente o inconscientemente, pero allí estabaaquel impuro deseo, la lujuria en una mala palabra, en un puñetazo, en una risa cínica, en un apodo jocoso e hiriente.

Sonreí y seguí mi camino, sin ver si es que al final el tipo cedía a la tentación del diablo y unía su ardor con la sorpresa, sellando la carta al infierno en donde iba su firma, aceptando la condena eterna de ser cautivado su corazón.

Todo esto me recordó mi propia condena, mi condena en cabello rojizo, ojos de fiera y piel de mármol.

Eustass-ya y yo nos conocimos por casualidad una tarde de hace tres años. Iba apuradísimo corriendo escaleras abajo hacia el primer piso del colegio; en un mal movimiento, me topé con una dura y enorme muralla que me sorprendió por unos instantes, entonces escuché su voz grave, un suave siseo que me erizó la piel.

Y ví por primera vez ese brillo tan especial. Un rayo entró desde mi mollera, llegando hasta los pies, dejando mi cuerpo derretido. Sus ojos ámbar, eléctricos y fuertes me dejaron sin aliento. Esa vez un empujón me costó un esguince de muñeca que me dejó con la mano derecha inmovilizada por dos meses.

Allí comenzó lo que todos se refieren como mi martirio: Eustass Kid puso sus ojos en mí, metiéndose conmigo siempre que podía,  siempre encontrando una nueva forma de llamar mi atención, sin saber que sólo bastaba que me mirase de esa exquisita forma para tenerme derritiendo a sus pies.

Él se apoderó de todo mi deseo una tarde en que, estando a solas, nos topamos. Entre dimes y diretes, entre palabras, empujones e ironías, me asió de la chaqueta y, en un instante, tenía sus labios cuncuneando contra los míos, apoderándose de lo poco y nada de resistencia que me quedaba. Así ocurrió que a los besos se le unieron caricias, y luego las caricias eran dadas por su maravillosa y afiebrada lengua, empujándome cada día a la locura. De pronto, no sé cómo ni cuándo, terminé bajo su yugo: mis gemidos pidiendo por más se mezclaban con el crujir constante de la cama. En ese instante supe lo que era de verdad fundirse, perderse, no tener consciencia de la propia perversión.

Nos metimos en un vertiginoso tornado de pasión del que ni él ni yo comprendió ni comprende aún cómo salir, entregándome a los placeres que nunca creí posibles, al calor del infierno, a una boca urgente que necesitaba un roce, al estiramiento involuntario de la columna al sentir que se conducía por toda la anatomía la electricidad de cada bofetada producida por el vaivén frenético de ambos.

Luego de esa devoción al averno me quedaba en su casa a dormir, nos dábamos una ducha antes, y él, por lo general, me prestaba un poco de su enorme ropa. A eso de las dos de la mañana llegaba su madre; siempre la escuchaba, pero nunca transé palabra con ella. Podrá parecer paradójico, pero en aquellos momentos él era tan atento y hasta dulce que me sentía a gusto. Cuando en las mañanas nos despertábamos a desayunar, él siempre tomaba té al que le echaba un poco de leche, yo tomaba café sin azúcar. Bromeábamos y le hacía enfadar, luego me mostraba su sonrisa o me dejaba escuchar su estruendosa risa.

Siempre salía yo primero, él llegaba tarde por lo que tenía enterado. Allí, en el colegio, era donde volvía a ser el idiota que tanto me encendía. Así nos pasábamos los días, meses y años con el mismo ciclo vicioso.

De esa forma llegué a conocer al chico maleante del colegio, al tipo que las chicas querían poseer, al chico al que los muchachos querían imitar. Pero ninguno sabía que ronroneaba cuando el sol le daba en la cara en la mañana, no sabían que tenía un lunarcito justo debajo de la escápula, manchando su nívea piel como una isla solitaria; que cuando estornudaba, en vez de hacer un escándalo, se tapaba la nariz y sonaba un ligero “ash”. Cosas así no las sabían; no sabían que cuando estaba tan excitado se lamía los labios y, entre suspiros, se mordía el labio inferior y sus mejillas se teñían de un delicioso carmín. No, nadie lo sabía…

Sin embargo, no teníamos ninguna promesa, nada que nos uniese, sólo nuestra terquedad, sólo sonrisas a medias, besos con ganas de más, miradas con rincones vacíos, vuelos sin fundamento. No había nada que pudiésemos hacer, nada que dependiese de verdad de él o de mí.

No quiero poseerle, no quiero esperar nada de él, no deseo ser suyo, no deseo que me entregue todo. Pero hay algo que siento que tal vez falta y que nunca superaremos, y eso es que nos aceptamos tal cual somos. A mí me encanta su violencia y a él leencanta mi supuesta crueldad; cada uno adora los defectos del otro, vivimos deseándonos, codiciándonos, esperándonos, sin hacer nada, sin concretar algo.

Nos pasamos la vida entera buscando una eterna mira y no la encontramos.

No me di cuenta cuando ya había llegado a casa. Tal vez si no fuese por el ruido de la música, la gente esperando entrar, lo típicos idiotas que venden quien sabe qué porquerías para meterse y no recordar nada al siguiente día, no lo hubiera notado.

Doflamingo administraba este lugar, bueno, en realidad no era él quien lo administraba sino que era el dueño; quien hacía que todo funcionara era Crocodile, su pareja o lo que sea, me cuesta verlos como una pareja real.

A ellos siempre les ha faltado algo en su relación, como si ambos se arrastraran hasta llegar a un beso: como serpientes se devoraban hasta literalmente. Más de una vez vi a Crocodile con el cuello enrojecido y marcas de dientes tan notables y dolorosas, lacerantes, pero él seguía caminando como si nada, espolvoreando al aire esa sensualidad innata que tenía y que se potenciaba con cada vileza que dejaba Doflamingo en su cuerpo. He de admitir que cuando era más pequeño esa sensualidad me embriagaba, pero sabía que el momento en que esa persona se veía aún más maravillosa y enloquecedora era cuando, a escondidas, Doflamingo se ceñía a su cuerpo y le susurraba palabras sobre la piel caliente, haciéndole estremecer. Ese era el poder del hombre que había decidido, arbitrariamente, que sería su hijo.

Entré como si nada por el costado donde había una pequeña escalera que daba de lleno con mi cuarto. Era el único que la usaba, Doflamingo y Crocodile siempre entraban a casa desde el bar.

Metí la llave en la puerta de mi cuarto y entré lanzando un suspiro, tirando la mochila al suelo que dio justo al lado de mi cama, encendiendo la luz. El sonido de la música ese día estaba más alto de lo normal, tarareéla canción que estaba puesta mientras me sacaba la camisa y dejaba que mi piel, ya fría, se enfriase aún más.

Me eché en la cama así, mientras mi boca se movía y cantaba la pegajosa canción; la gente también parecía más animosa. Era extraño, siempre que me sentía melancólico al mundo le gustaba mostrarme que se la pasaba lo más genial posible.

Me acurruqué en la cama como perro herido, lo único que me faltaba era comenzaba a gemir y a lamerme la inflamación en los labios.

Cerré los ojos esperando a que el sueño amnésico me pudiese ayudar un poco. El siguiente día prometía encontrarme con él de nuevo, sentir su calor otra vez, ver esos ojos fieros y exquisitos, comiendo hambrientos de mi complexión que no le negaba nada, que quería que hiciese con ella lo que se le antojara.

Mordí mi labio dolorido y jadeé como el perro que era: en la soledad de mi habitación podía ser lo más vergonzoso, mis caprichos más íntimos, aullar sin culpa. Mis manos avanzaron rápidamente hasta mi endurecida virilidad, toqueteándome mientras lanzaba cortos y melosos gemidos, de esos que siempre me guardaba; una cosa no era negar y otra era perder la dignidad. Pero no había nadie que me juzgara, nadie, sólo yo y mis recuerdos, sólo yo y mi deseo infantil.

Por unos instantes olvidé la música y las sábanas que rozaban impúdicas mi piel expuesta, olvidé el frío, olvidé todo, sólo estaba mi constante y rudo toqueteo.

Hubo algo que me sacó de mi ensoñación: el sonido y vibración de mi celular dentro de la mochila. Abrí los ojos y con una rapidez desesperada fui a ver el mensaje que me habían dejado,  esperando que fuese suyo. Mi boca se torció en una sonrisa cuando lo leí:

“Ven ahora...”

La erección que estaba toqueteando se removió necesitada. Me levanté como alma que lleva el diablo y, tomando una chaqueta que había sobre la silla, en el escritorio, salí corriendo al encuentro de mi placer.

 

II

 

Cuando llegué se encontraba sentado en el portal de su casa, allí en el suelo mientras se frotaba las manos. La temperatura había descendido aún más pero yo estaba sudando, después de todo había corrido a su encuentro. Sentí que iba a morir con el constante golpeteo de mi corazón, con la urgencia de abrazarlo, de besarlo, de comerme hasta el último trocito de su alma.

Giró su cabeza hasta donde estaba, sentí que el suelo se abría y una llama del averno me rodeaba. Su cara seria, sus ojos, su piel, su cabello algo desordenado por la fría brisa. Se veía perfecto, como amo de la oscuridad, como dios del fuego que me calcinaba las entrañas, como imán…

Caminé hasta él, sellando con cada paso mi destino.

-          Te tardaste… - Ahora que me encontraba más cerca podía ver que sus mejillas estaban enrojecidas al igual que su nariz.

-          ¿Y qué esperabas? ¿Que corriese? - Mi voz sonó desinteresada, con cierto deje de desdén; aunque no me sintiera de esa forma, no quería que se diese cuenta que en realidad había corrido.- No te olvides que no me gusta que me den órdenes...

Vi que sus pupilas se dilataron un poco y su expresión cambió. Él había esperado que corriese a sus brazos, pero no le gustaba saber que tenía tan poco control sobre mí.

Eso me supuse hasta que caminó hasta mí y me tomó de la mano, entrando por fin a su casa. Sin embargo, no fue como siempre que me tomaba allí mismo, devorando mis labios, sino que seguimos caminando hasta su habitación. Cuando pasamos por la sala pude ver una estufa eléctrica encendida.

Su paso era algo rápido y su agarre fuerte, la oscuridad del pasillo hasta su cuarto le sentaba bien, no me resistí a nada. Me tiró a la habitación y, antes de que le reprochara, que tratara de enfadarlo con mi lengua afilada, hizo algo que no esperé… Me abrazó.

Era un abrazo algo torpe, como si no estuviese acostumbrado a ese tipo de acercamiento. Yo, por mi parte, ni siquiera le rodeé con mis brazos, no era un capricho que me dieran ganas de saciar, por lo menos no en ese momento.

Fue una gran sorpresa y mi corazón dio un brinco, aún más cuando se alejó un poco y, después de darme un tierno beso, lamió la inflamación de mis labios, haciéndome estremecer mientras entrecerraba los ojos.

-          Hey… Eustass-ya.- Dije con un hilo de voz.- ¿Y esto?

-          Cállate… - Dijo antes de volver a besarme. Sus labios estaban un poco partidos por el frío, pero eso los hizo aún más deliciosos, más codiciables.

Atacó entonces lentamente, rodeándome, haciéndome sentir que flotaba, que perforaba el cielo con mis manos, haciendo que cayese a la tierra pecadora. Cerré los ojos para sentir completamente cómo paseaba su lengua por mis labios, cómo cuando le daba paso me saboreaba, cómo enredaba la suya con la mía, cómo recorría mi paladar, atrapando mi músculo bucal, sorbiendo un poco, simulando que era mi despierta virilidad quien recibía esas atenciones.

Mordió mi lengua mientras bajaba sus manos por mi cuello y llegaba hasta el primer botón de mi chaqueta, yo me aferraba a su cuerpo con todas mis fuerzas, tratando de que mis piernas no cediesen con la exquisitez de sus labios.

Sin embargo, el bailoteo de nuestras lenguas duró poco. Esperé a que descendiese por mi cuello, que sembrara con su boca dejando las flores ardientes del placer, pero aquella noche Eustass-ya estaba especialmente raro. Después de que el tiempo se hizo demasiado sin sentirle comer mi carne desquiciadamente, abrí los ojos. Le encontré observándome con detenimiento, con esa abrazadora forma coqueta. Un suspiro salió furtivo junto a un pequeño temblor.

-          ¿Q-ue ocurre? - La voz me había fallado, y es que su mirada era intensa, su iris brillaba aunque era poca la luz que entraba por la ventana; él no había encendido las luces y eso era aún más provocador que tenerlas encendidas.

No me respondió, sino que bajó hasta mi cuello y lo mordió, marcando aquello que no le pertenecía, haciendo descender mi cordura en un quejido grave.

Así siguió hasta que supe que tenía mi cuello lleno de chupetones, que mis clavículas estaban mordidas y sangraban. Supe que mis rodillas habían cedido del todo y estaban apoyadas en el suelo, él se acurrucaba contra mi cuerpo que, poco a poco, se iba desmoronando. Me tenía aferrado con tanta pasión mientras lamía la sangre que él mismo había hecho brotar. La caricia de su lengua fue tan tierna, como cuando se cuida a los brotes de un rosal de flores rojas.

-          Eustass-ya… - Agregué con un suspiro, separando bruscamente su cabeza de mi piel, que chupaba como sanguijuela, era mi roja y pervertida sanguijuela. Le di cortos besos, picoteando aquel pórtico a la fiesta loca de su paladar y lo volví a separar bruscamente, enroscando mi boca en una sonrisa.- Tan desesperado, Eustass-ya… - Me acerqué a su oído, él se dejó hacer en todo momento.- Me lames como un perro… Eres mi perro hambriento…

Dicho eso le tomé de la camisa que traía puesta y, levantándome, ocupé la fuerza oponente para lanzarlo a mis pies lentamente, mirando cómo su cara quedaba cada vez más cerca de mi hinchado miembro a punto de explotar dentro de mis pantalones. Se veía realmente delicioso. Él me deseaba, le encantaba ser mi perro, mi mascota personal en la intimidad de esas cuatro paredes.

-          Vamos, perro… - Susurré cuando ya estaba lo suficientemente erguido para que, al moverme, mi endurecimiento tocase su suave mejilla, algo enrojecida por la vergüenza. Estaba extasiado.- Lámeme… Hay que mimar a la mascota de vez en cuando… Te daré un delicioso premio…

Tuve que morder mi labio, inflamado aún más con esa dura sesión de besos, para no gemir cuando pronuncié esas palabras. Me gustaba poder actuar como el tipo malo de vez en cuando, no ser el que levanta el trasero con la cara llorosa mientras ruega por una enorme polla que lo levante de una estocada.

Él relamió sus labios colorados y exquisitos. Después de lanzarme una mirada lasciva restregó su cara por mi miembro sin quitarme los ojos de encima. Tuve que aferrarme a la chaqueta, como si esta me mantuviese sostenido a una cordura que no tenía desde que me levanté de mi cama en dirección a ese lugar, excitado con la ilusión del encuentro.

¿Quién lo diría? Eustass Kid, el chico malo, el chico rudo, el hijo de puta admirado por todos, el cabrón por las que todas sentían ríos correr desde sus calzones, ése estaba desesperado desabrochando mi cinturón y pantalón dejándome solo en interiores, salivando, queriendo chupármela, contagiarse con la temperatura de mi sangre que palpitaba dentro cada vez que él se restregaba o abría la boca sobre la tela de mi ropa interior.

Paseó tantas veces la lengua por sobre la tela que en un instante ya estaba húmeda y se pegaba indecentemente a mi miembro, como una segunda piel. Luego vino el último golpe de gracia, sentirlo chupar, sorber, besar, hacer tantos sonidos lascivos con su boca, hasta que una especie de gemido de deleite salió de su garganta y entonces supe que estaba perdiendo y que al final no era yo el amo, no era él el perro: éramos el demonio y el condenado. Estaba condenado a chamuscarme en su músculo bucal hecho de lava.

-          Maldición… mmm… E-Eustass-ya~ no así… no… - Sus ojos expresaron la interrogación debida, su boca preguntó con una macabra y sensual sonrisa antes de lamer de nuevo.- ¡No! Ahck… ngh…

-          ¿No? - Escucharle fue como agua en medio del desierto; los decibeles bajos de su voz siempre, desde el primer día, me habían encantado; quería escucharle gemir, que gimiera mientras me saboreaba.

-          No… Sácamelomm… - Sonrió con malicia, cerrando por primera vez los ojos. Desde donde estaba sus pestañas rojizas me dejaron sin aire; quería que engullera por completo mi falo, raspar su garganta.

-          No comprendo…

-          Sácamelo… Quiero… ¡AHHH! - La sorpresa me hizo tensar por completo. Empujé con fuerza contra su cara, presionando su nariz y labios contra mí. El muy maldito me había mordido ligeramente, paseándome con el delicado filo de sus dientes desde la raíz hasta donde terminaba el bulto.

-          ¿Quieres…?

-          Lámelo… Directamente… - Traté de controlarme.- Saca mi ropa interior... nck... Chú-chúpalo… chúpame directamente… - Estaba rogando, estaba mareado y rogando.  Sentía que las mejillas me explotarían. Después de todo me encantaba levantar el trasero para que él me empujase contra el cabecero de la cama haciéndome brincar.

-          ¿No era un perro? ¿Acaso el amo le ruega a su perro? - Estaba enfadado por aquello, pero aun así tomó mi ropa interior y la tiró sin misericordia; mi miembro dio un golpecito contra su cara al salir disparado, justo en el lugar en donde sus labios se cosían; jadeé con fuerza, él cerró uno de sus ojos y acarició la punta con su suave mejilla dejándola mojada. Ardía, su mejilla ardía y estaba resbalosa.

Friccionando mi glande hasta la apertura de sus labios atrapó mi virilidad y, sin miramientos, tragó hasta donde le permitió su anatomía. Sentí su garganta rozar la punta ya hipersensible y luego su delicioso paladar cuando lo sacó succionando con tanta fuerza que llegó a dolerme un poco, pero de todas formas lancé el gemido furioso de mis entrañas.

Sentí que ya no daba más, y de hecho no pude. Caí hasta su altura sin poder evitarlo, jadeando, con mi miembro tan duro y punzante, con la saliva cayendo desde la comisura de mis labios; ligeros temblores atacaban mi cuerpo y ni siquiera había terminado, él solo había chupado un poco.

Su sonrisa victoriosa era tan deliciosa, tan coqueta… Sinceramente perdí.

-          ¿Soy un buen perro? - Su voz podía ser suficiente para hacerme correr. Retorcí mis labios húmedos e indecentes en una curvatura algo cruel.

-          Eres el mejor perro que puede existir…

No sé cómo, pero me vi en el suelo de la habitación: había sido arrojado con violencia, tenía el pecho contra la madera fría de su cuarto, ni siquiera me había quitado la chaqueta así que sólo eran mis manos quienes sentían el glaciar al que me había arrojado.

Despojado a medias de mis pantalones, sentí sus manos hundirse en la carne de mi trasero. Me estremecí con violencia y traté de mirar hacia atrás pero una mano empujó mi cabeza contra el suelo. Se acercó tanto que podía perfectamente haberme fundido con su calor. Su aliento llegó hasta mi oído, su respiración arrítmica era delirante.

-          Este perro está caliente… - Grave, tanto que podía competir con la profundidad del averno.- Y se follará a esta perrita cachonda que se encontró…

Mordió la parte posterior de mi cuello, justo en la vértebra que sobresalía, antes de comenzar a bajar por la espalda. Otra marca impura para el repertorio de aquella noche.

Me desabrochó la chaqueta dándose cuenta que no llevaba camisa debajo de ella, sólo le esperaban dos erguidos pezones y un estómago endurecido por el soporte del placer. Pellizcó sin misericordia las dos piedrecillas en mi pecho mientras reía, mofándose de qué tan grande era mi ambición por él, de cuánto le necesitaba a mi lado.

-          Así que la perra esperaba que la aplastaran contra el piso… ¿No?

No me despojó de la chaqueta, simplemente siguió bajando entre caricias esporádicas hasta que su cara estuvo a la altura de mi trasero. Antes de que pudiese pensarlo siquiera, sentí su lengua lamiéndome sin compasión. Escuché el chapoteo constante de su saliva metiéndose en mi entrada, haciéndome arañar la madera. Deliré cuando él retorció su lengua dentro mío y tomó mi miembro, que ya comenzaba a gotear; le volví a sentir reírse, otra vez se burlaba porque no podía aguantarme, porque estaba tan excitado que tiraba mi culo contra su cara esperando por más.

Antes de sentirme preparado ya mis músculos se contraían contra su boca, sabiendo que él también se quemaba en las llamas del anhelo. Imaginarme su miembro a punto de explotar en su prisión de tela me encendía aún más.

Escuché el rumor de su cinturón siendo abierto, ese inconfundible “tlic, tlic, tlic…”, ya comenzaba a salivar sabiendo lo que pasaría en ese momento, lo que me esperaba.

Y entonces sentí su endurecida polla rozar mi palpitante trasero, restregándose, haciéndome sentir toda su envergadura, toda su potencia, hasta sentí una de sus hinchadas venas. Tuve que morder mi torturado labio para no gemir y quedar ronco antes de tiempo.

Sentí mí entrada ser estirada ligeramente cuando trató de meterla por instinto mientras se seguía rozando sin compasión, masturbándose violentamente con mis glúteos. Podía soportar eso sin que mi mente se fuese a blanco, podía; pero como a Eustass Kid le gusta hacerme sentir como su verdadera perra, no le bastaba, quería más que sólo el roce con mi piel.

Agarró su miembro y esta vez hizo algo que de verdad no esperé: metió la punta. Demonios, si hubiese sido yo, no hubiese aguantado toda esa sensación; si yo le tuviese debajo de mí, hecho un desastre como estaba, juro que no lo hubiera ni pensado para empalarle; siempre me impresionaba el increíble control que tenía, o eso pensé.

Sin más, miré hacia atrás y allí estaba él, ligeramente encorvado, con sus dedos enterrados en mi carne, jadeando con fuerza, tenía hasta un poco de sudor en la frente y las mejillas coloradas. Era una bestia sedienta, con la boca a sólo unos centímetros de su dulce manantial.

-          Muévete… - Ordenó la voz del averno.- Entiérrame hasta el fondo…

Con eso mi cordura, o lo que quedaba de ella, se desvaneció y caí completamente en lo más bajo.

Comencé a avanzar lento pero seguro, sintiendo cómo se abría paso por mi cuerpo. Nuestros jadeos constantes resonaban en mi vacía cabeza, empujándome aún más hacia la base de su miembro, hasta tragarlo todo.

Al terminar el último tramo, me contraje sobre su miembro apretujándolo, asfixiándolo, haciéndole saber que estaba listo, que quería que comenzara con su delicioso vaivén, primero lento, exquisito, acariciándome la próstata con cariño, luego rápido, inventando un nuevo nombre para el paraíso.

Sin embargo, la primera parte pasó a ser ignorada cuando tomó de mis manos, apoyadas en el suelo, y me levantó, comenzando con las furiosas bofetadas hambrientas. El gemido que lancé se escuchó muy parecido al balar de una oveja, y se hizo agudo en el último tramo.

No puedo decir que clase de cara puse, ni mucho menos cómo fueron mis demás gritos y gemidos, sólo sé que me sacudía con vehemencia, que mi boca era un desastre de mi saliva y la de él, que lloraba de puro y duro placer, que mi peso muerto era sujetado por sus firmes manos mientras me lanzaba con sus caderas filosas contra en suelo. La posición era exquisita, inimaginable, hasta hilarante, dando de lleno contra aquel exquisito punto que hacía que mi trasero enloqueciera y también empujase contra su pelvis.

Perdí la cuenta de cuántas veces llamé su nombre, de cuántas veces estuve a punto de correrme cuando mi miembro chocaba contra mi vientre, vorágine de la lujuria en las caderas de un semental. Locura en sus besos. Deseos sin freno.

Éramos la perfecta sinfonía, la amalgama de urgencias. Sin embargo, cuando se cree que no puede existir más placer en la tierra es cuando tu cuerpo pierde el control completo, cuando sientes que te cortas, que te deshaces y vuelves a lo que eras en un segundo, que lames el aire en busca de un consuelo, que todo tu cuerpo le pertenece a una sola cuerda tensa, esa cuerda que es tirada por dos íncubos. En ese momento todo pierde real sentido y tu cerebro se desconecta, se entumece y gritas, chillas y la semilla que sale disparada es tan caliente que sientes que quema completamente el conducto a su paso. Y lloras, lloras sin poder evitarlo… y tiemblas… y caes… y eres castigado...

Y sabes, al ver el líquido blanquecino desparramado, que el acto glorioso puede haber acabado, que tu pecho no puede expandirse más para aspirar el aire viciado de la habitación. Y conoces el sabor de un verdadero orgasmo.

Antes de que todo el peso de su cuerpo cayese sobre mí, se apartó y, en vez de tumbarse a mi lado, se sentó con la respiración alterada, la piel destilando su esencia más delirante. Yo estaba tirado con la cara contra el piso, completamente agotado, hecho un verdadero desastre. Él echó su cabello hacia atrás y entre ligeros jadeos me miró, afilando mi pasión, mi necesidad de tenerle entre mis brazos.

Allí estaba de nuevo “el brillo”. Lamentablemente, en estas ocasiones en que mi mente perdía cualquier atisbo de consciencia es que aceptaba totalmente lo que ese fulgor en su mirada significaba, aquello que su alma gritaba: eran sus sentimientos completos, su ingenuidad, su pureza, o lo poco que quedaba de ella.

Aquella “pureza” me decía que yo era especial para él, más que especial, era importante, que al final me entregaba algo que no podía aceptar de ninguna manera, su completa preocupación, sus incompletas caricias. Allí estaba lo que tanto le costaba decir, su aparente gran cruz. Ya no era quien fue, le había cambiado la vida.

A estas horas de seguro él estaría con alguna mujerzuela teniendo sexo barato, desperdiciando su vida. A estas horas se sentiría vacío, desenfrenado, errático. No podría decir a ciencia cierta si ahora se sentía más claro o era igual de confusa su mente, pero sí podía decir que yo era importante para él, más que cualquier amigo, más que cualquier pariente, más que cualquier otra cosa en el mundo.

Su brillo siempre fue algo especial, porque él, en su retorcido mundo, creía que teniéndome aquí estaría bien, como si quisiese darle fuerza a la debilidad que percibía su instinto en mí. Su esperanza vacía era que no le dejase. Es la esperanza de todos los tipos que molestan a otro, no desaparecer de la vida de aquellos ojos llorosos, de aquellas palabras de rencor.

La idea era estar, ser, aunque sólo fuese el idiota que le molestaba, existía en su mundo. Y aunque yo lo negase, él estaba más vívido en el mío que pareciese que mi alma lo abrazaba cada día.

Nos fuimos a la cama cuando nuestras respiraciones se calmaron, él me desvistió, yo también le desvestí. Pasamos la noche entre besos, caricias y éxtasis, cada cual tomando al otro cada que tenía la oportunidad. No conté las veces que le hice mío y tampoco las veces que él me llevó a su reino en las profundidades.

En todo momento le miré… embelesado por “SU brillo”.

 

III

Le observé con codicia, sabiendo qué era lo que me esperaba. Había abierto la boca a propósito, quería llamar su atención, que esos ojos fieros me miraran con la pasión debida.

Sus amigos por detrás le alentaban a que me golpease, a que me moliera a puñetazos, como todos los días. Yo también, al parecer, lo deseaba.

Se acercó a mí, lanzándome esa carga exquisita de hombría. Me perdí completamente en cómo me devoraba, en cómo urgían sus labios por lo míos, en cómo deseaba que me hiciera trizas, como hace unas noches atrás en que, sin misericordia, me hizo venir tres veces seguidas. Nunca imaginé que semejante locura fuese probable siquiera.

Se acercaba el golpe y yo ya tenía mis ojos cerrados esperándolo.

Pero en esta ocasión, en vez de un duro mazo, a mi boca llegó la suave caricia de su dedo pulgar. Abrí los ojos con la boca ligeramente abierta de la impresión, cuando él asaltó mis labios, reclamándolos, mordiéndolos, succionando, lamiendo. Creí por un instante que en realidad sí me había golpeado pero que se le había pasado la mano y, mi inconsciente persona era quien soñaba semejante beso.

Nadie podía creerlo, menos yo, cuando sus manos subían por mi espalda en una delicada caricia fugitiva e igualmente afiebrada como la lengua del pelirrojo.

Cuando terminó me regaló una mirada socarrona y siguió su camino, nuevamente sin darle ninguna explicación a nadie. Yo me quedé allí con las piernas hechas gelatina, con las manos temblorosas y los labios húmedos, sin saber qué hacer ni qué decir, mirando su espalda desaparecer por el pasillo.

Por primera vez en mi vida mis mejillas se tiñeron de rojo vivo, se colorearon con una especie de extraña vergüenza.

Por primera vez en mi vida mi mano tapó mi boca y contuve el aliento.

Por primera vez en mi vida… Deseaba que fuese mío, sólo mío… quería poseerle, y más que nada, ser completamente suyo…

Y allí, con la vista del techo del pasillo, con el recuerdo de las caras de incredulidad de sus amigos, con la sensación deliciosa al ver ese brillo tierno y perfecto en sus ojos ambarinos, algo distinto, delicado, cariñoso, más potente que cualquier otro brillo: “El brillo definitivo”. Con ello me di cuenta de cuán especial fue y sería él para mí...

Sonreí, sonreí como un niño y floté.

Eustass Kid me gustaba… le quería… y él sentía lo mismo.

Notas finales:

WWWWWAAAAAA!!!!

Bellezas! 

Esta historia surgió de la nada... y es que ambos personaes son algo oscuros y melancólicos... pero quería subir esto hace un montón y ahora que esta bien pues los traigo ante ustedes...

Y ES QUE LAW Y KID!!! Dios tantas veces que me han escrito "KID!!! DALE DURO CONTRA EL MURO", "Maldición, viólatelo, Kid", "¿¡Y EL LEMÓN!?".

Y es que para mi después de tanto no escribir lemon y volver a leer esto fue como un golpecito a mi crazón cansado de llegar de la universidad (por cierto acabo de llegar recien por eso subo tan tarde ;-;)

Además que dios... una historia de bulling es un poco.. extraña más pensando en que esa especie de masoquismo por parte de Law me encanta!!!! Dios y Kid tan... tan... PERFECTO COMO SIEMPRE!!!

Bueno ya me calmo xD

Espero lo que les haya gustado tanto como a mi escribirlo!!! Y que no les haya hecho perder el tiempo :3

Espero sus tomatazos y opiniones exquisitas en un review!!!

Devil~ 

(~*^*)~


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