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Deathmask no podía dejar de pensar. Las preguntas, recuerdos y especulaciones se apilaban uno sobre otro, como las máscaras en su viejo templo. En un rincón de la habitación, su armadura descansaba en una caja. En algún lugar del pueblo, Helena debía ya haber descubierto el dinero que le había dejado en la puerta. Y allí mismo, arriba, abajo y en todas partes, el perfume de Aphrodite impregnaba el aire. La puerta se abrió sin aviso, y el aroma floral se intensificó cuando Aphrodite entró.

−Parece que Aiolia se fue del pueblo esta mañana −dijo, mirando a Deathmask desde el umbral.

−¿No te sientes mal de no haber ido con él?

−Aún no estoy listo para irme de este lugar tan entretenido... −respondió Aphrodite, y a continuación se acercó a la cama donde Deathmask estaba recostado y subió a ella sin pedir permiso. A estas alturas ya no lo necesitaba, pero le molestó que Deathmask evitara verlo a los ojos. Era como si no estuviera realmente allí−. ¿En qué estás pensando?

−En muchas cosas. Demasiadas a la vez, quizás −concedió Deathmask.

−Creí que estábamos en la misma página.

−Sí, sí, excepto por la parte en que quieres contarle a todo el mundo que eres un santo de oro, aunque tenemos que intentar pasar desapercibidos.

−Eso no fue solamente mi culpa. Tú complicaste las cosas cuando le dijiste a la florista que no éramos amigos, ni compañeros de trabajo...

−¿Qué querías que dijera que somos? −preguntó Deathmask, molesto.

−¿Qué somos?

Deathmask no respondió. No era algo que le gustara poner en palabras. Las palabras ataban y encasillaban. Él prefería ser libre. El único lugar donde las ataduras podían ser divertidas era en la cama.

El colchón se hundió un poco bajo el peso de Aphrodite cuando este se acomodó sobre Deathmask y apoyó las manos sobre su pecho. No había escapatoria. Ya sabía cómo terminaría todo esto. Igual que siempre. Allí estaba Aphrodite, con su estúpidamente sedoso cabello cayendo en cascada hacia él. ¿Cómo podía ser real? Si bien era cierto que Aphrodite no estaba poniendo mucha voluntad en pasar desapercibido, Deathmask no estaba seguro de que esforzarse le hubiera ayudado a no llamar tanto la atención.

Era imposible mirar a otro lado cuando él estaba en los alrededores. A veces le enojaba descubrirse a sí mismo recorriéndolo con la mirada de arriba abajo, imaginando el momento en que estuvieran solos, y era peor aún cuando Aphrodite notaba su interés y le devolvía la cortesía con una sonrisa, dejándolo en evidencia. Una sonrisa, un beso, y luego algo más.

Con un rápido gesto, Deathmask estiró la mano y deshizo el nudo del moño enlazado alrededor del cuello de su compañero. Sintió su cuerpo reaccionar de inmediato, palpitar con anticipación, y escuchó a Aphrodite reír para sus adentros. Cuando Deathmask se incorporó de repente, Aphrodite perdió el equilibrio, pero el otro pasó un brazo por su cintura para sostenerlo y mantenerlo cerca. Fue un gesto brusco, poco elegante, casi violento.

−Silencio −dijo Deathmask, sus dedos apoyándose sobre la boca de Aphrodite.

−Me parece que alguien necesita relajarse un poco −señaló Aphrodite con un suspiro.

Tonterías, pensó Deathmask, y gruñó algo ininteligible entre dientes. En ocasiones le molestaba lo bien que Aphrodite lo conocía, porque no estaba seguro de cómo habían llegado a aquel punto. Aún así, controló las ansias de actuar y dejó que Aphrodite volviera a tomar las riendas, aunque fuera por unos momentos. Lo dejó volver a posicionarse mejor sobre la cama, y dejó que le quitara de las manos el lazo que había servido como moño hasta hacía unos momentos.

−¿Qué haces? −preguntó Deathmask cuando Aphrodite se colocó detrás de él.

−¿Qué pasa? ¿Tanto te preocupa?

Resignado, Deathmask se quedó callado, y entonces el mundo a su alrededor se oscureció, cuando Aphrodite le vendó los ojos. Después de unos segundos de tensión, sus músculos se aflojaron. Sintió una caricia en los labios. ¿Qué era? ¿Un beso? ¿Una rosa? Era difícil saber, tratándose de Aphrodite. Todo su cuerpo parecía estar hecho de pétalos. Buscó acercarlo hasta poder sentir la respiración del otro, agitada, contra su cuello.

−¿Y ahora? −preguntó Deathmask, descubriendo sus ojos, pero guardando el trozo de tela en su puño.

−Haz lo que quieras conmigo −murmuró Aphrodite−. No tengo miedo.

Fin...?

Notas finales:

La inspiración para esta mini historia fue una combinación de haber terminado Soul of Gold y haber visto estos hermosos fanarts :)


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