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Destino de sal por Neshii

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Notas del fanfic:

Todos los personajes son propiedad de CLAMP.

Se supone que yo tenía un enorme discurso para decir con respecto a este fic, pero estoy un poco HARTA de él, así que en aras de mi bienestar mental (?) me quedaré callada xD

Reto cumplido Cadiie, Syarehn, Leana n.n

Notas del capitulo:

Por asuntos que nada tiene que ver con el fic no, no, y repito NO ACEPTO REVIEWS. Comentario que me llegue, comentario que BORRARÉ, sin importar de quién sea. Sobra decir que están advertidos. Sólo disfruten la lectura (si es posible xD).

No es obsesión.

Tal vez un poco de acoso. En mi defensa diré que he tenido a la vista el escultural cuerpo que se pasea semidesnudo con total libertad. Ésa es una buena razón para haber cambiado el horario habitual y ahora entrenar por las mañanas.

¿Qué? ¿No les parece suficiente razón? Que tal si le añadimos el suave aroma que deja al pasar: salado y fresco a la vez, como el mar. Me gusta inspirar cuando pasa al lado mío; su aroma se queda en el aire como si revoloteara a su alrededor y dejara la estela de su presencia. Él siempre anuncia su llegada con el imponente porte del cual hace gala, y al irse, es imposible olvidarlo si logras captar su marca, su sello personal. Sólo eres testigo de su ancha espalda cada vez más lejos, e inconscientemente muerdes los labios porque es demasiado antojable su presencia… como para revolcarse en su aroma. En ese aroma a sal.

No tengo una obsesión hacia él. Tal vez es un poco de acoso. Pero él tiene la culpa por ser tan atrayente.

Bendito momento en que caí en este destino de sal.

 

»»»«««

 

—I—

 

—¿Es normal soñar con la misma persona varias veces a la semana? —preguntó sorbiendo su té helado. Los cubitos de hielo tintinearon al acomodarse en el vaso de cristal. Saboreó la bebida tan refrescante en ese día por de más caluroso; no importaba que fuera primavera, el sol se negaba a darles tregua y desde temprana hora en la mañana hasta el último segundo antes de ocultarse brillaba en todo su esplendor; más que calentar daba la sensación de quemar la piel. Por esa misma razón los tres amigos decidieron parar en esa cafetería a refrescarse un poco. En el balcón del segundo piso y sentados ante una mesa circular, sentían la ligera brisa de aire que poco podía calmar el sofocante calor; aún así Fai cerró los ojos al sentir una ráfaga de aire un poco más fuerte; inhaló profundo, inconscientemente trataba de encontrar ese aroma que lo había vuelto no obsesionado, sólo un poco acosador.

Sus amigos, Touya y Yukito, se miraron fugazmente; admitían que Fai no era la cordura andante, pero últimamente se estaba comportando un poco extraño, más extraño de lo usual: desde el cambio de sus horarios para entrenar, los constantes estados de querer llegar al nirvana cerrando los ojos con cada vientecillo que le pegaba en la cara y ahora preguntas extrañas de alguien que se estaba volviendo extraño, más extraño de lo usual. Yukito se inclinó un poco al frente observando su jugo de manzana mientras buscaba alguna coherencia en el extraño comportamiento del extraño de su amigo. Por su parte Touya tomó su café negro y se recargó en la silla, él ya daba por perdido a Fai y su extrañeza.

—¿A qué sueños te refieres? —preguntó Yukito.

—¿Húmedos? —contestó Fai completamente tranquilo. Touya se atragantó con la bebida y comenzó a toser, amén de la méndiga quemada que se dio.

—¿Conoces a la persona con la que tienes sueños húmedos? —Yukito parecía muy atento a la conversación e igual de tranquilo que su amigo.

—Es un hombre. Un hombre muy bien dotado —contestó en completa tranquilidad refiriéndose a la complexión del cuerpo del hombre, nada más. El ataque de tos de Touya se hizo más grande.

—¿Es desconocido? —Yukito tomó el vaso de vidrio entre sus manos, se inclinó un poco más.

—Podría decirse que sí, es desconocido.

—Ya. ¿Desde hace cuánto que no lo haces? Tener sexo me refiero —Yukito se puso una mano en el mentón al preguntar, estaba en completa concentración. Para ese entonces Touya se había caído de la silla.

—Un par de meses, quizá —contestó estirando los brazos sobre la mesa en completo plan tranquilizador—. La situación está difícil —concluyó como quien habla de dinero. Touya veía su vida pasar frente a sus ojos.

—Debe de ser eso entonces. Necesitas hacerlo —dijo Yukito como quien habla del clima—. ¿Tú qué opinas, Touya? —preguntó mirando hacia la silla vacía. Hasta ese momento ambos (por fin) se dieron cuenta del estado convaleciente de su amigo.

 

Mientras Yukito ayudaba a Touya a levantarse y se disculpaba una y otra vez, Fai se estiró a todo lo largo de la silla y dejó caer la cabeza hacia atrás. Por mucho que ya supiera la respuesta al porqué de sus sueños le gustaba platicar con Yukito; por esa misma razón decidió preguntarle al respecto, se entendían muy bien y siempre le daba la importancia a sus problemas por muy triviales que estos fueran. Ése hombre era el culpable de todo, con su cuerpo y aroma lo había hechizado para que todas las noches, desde que lo conoció «más a fondo» (léase: semidesnudo) soñara con él; con sus manos deslizándose por toda su piel, y deslizando otras cosas por su cuerpo. No era de extrañar que Fai a sus veintitrés años fuera un joven despierto y necesitado de diversión; el problema radicaba que desde hacía un tiempo no le interesaba otro cuerpo que no fuera «ése cuerpo», y precisamente ése cuerpo parecía imposible de obtener.

No le quedaba de otra más que secuestrarlo.

—No lo vayas a secuestrar. —La voz de Yukito lo trajo de regreso a la conversación. Fai los observó: Touya todavía estaba un poco azul mientras Yukito lo veía como si estuviera leyendo sus pensamientos.

—Tengo cuerdas y cloroformo —fue la inocente y, para él, obvia respuesta.

—Es ilegal, Fai —contestó como si eso fuera lo más importante para detener un secuestro.

—Esperen, me perdí la mitad de la conversación, pero ¿a Fai le gusta un hombre porque sueña con él seguido y ahora lo quiere secuestrar? —Touya (por fin) habló—. ¿No se supone que era un desconocido?

—Lo es, no lo conozco, sólo de vista. Asiste al mismo club deportivo; no sé qué deporte practica, pero nos hemos topado varias veces en los vestidores.

—Ahora entiendo lo «bien dotado» —farfulló el moreno.

—Nunca lo he visto desnudo; he intentado hacerlo, pero siempre tiene una toalla o los calzoncillo puestos, creo que es una persona reservada —contestó sonriendo tan tranquilizadoramente que a Touya le recorrió un escalofrío por toda la espalda.

—Tal vez sienta tu mirada acosadora.

—Aunque lo haga no parece alguien que se intimide tan fácil, sólo parece alguien que guarda las distancias con los demás. Por eso quiero…

—El secuestro no es la solución —interrumpió Yukito. Fai desvió la mirada no aceptando del todo esa respuesta—. Habla con él, conócelo.

Fai tomó de su bebida pensando que eso también podía ser una buena opción de no ser porque ése hombre en verdad parecía que no tenía intenciones de dejarse conocer.

 

—II—

 

El calor era insoportable, algo obvio siendo las cuatro de la tarde; a esa hora el sol no calentaba con tanta intensidad ya, pero se podía sentir claramente el calor que desprendía el cemento de las calles y edificios. Fai había dejado a sus amigos hacía un par de horas, hizo unos cuantos encargos pendientes y estaba más que dispuesto a ir a su casa para refrescarse un poco. Tenía el tiempo suficiente para hacerlo e ir al club deportivo donde se había inscrito un año atrás para practicar arquería y natación. Era bueno en esos deportes y le gustaban, pero nunca contempló dedicarse a ello o hacerlo una pasión; era más como un hobbie que lo mantenía en forma y lo desestresaba de la vida diaria. Durante los primeros diez meses asistió a las clases de la tarde, ése horario le gustaba mucho más; sin embargo un día el cual no pudo presentarse asistió en el horario matutino, y fue ahí dónde lo vio por primera vez.

Decir que le gustó al instante es quedarse corto; obsesionarse con él tal vez era exagerar; sólo, desde entonces, se había vuelto un poco acosador, nada del otro mundo. Cambió sus horarios a la mañana, pero de vez en cuando, como en ese día, regresaba en la tarde para darse un chapuzón en la piscina.

Su plan fue truncado cuando de la nada su nariz captó el aroma que tanto le apasionaba, era él sin duda. Se detuvo en medio de la calle y buscó por todos lados; eran cientos de personas las que desfilaban por las calles, conducían vehículos o entraban y salían de las tiendas. Miles de olores mezclándose formando el particular aroma de la ciudad. Encontrar a alguien dentro de ese inmenso lugar parecía imposible.

Pero no para su nariz.

Lo vio salir de una tienda. Vestido de negro y una camisa de manga corta; en una mano llevaba una mochila que recargaba sobre su hombro y colgaba en su espalda, en la otra mano tenía un bocadillo que comía con vehemencia. Fai lo observó con detenimiento y no pudo evitar morderse el labio inferior al ver como su piel brillaba ligeramente por culpa de una fina capa de sudor; aunque nunca lo había visto totalmente desnudo siempre se preguntó cómo se veía mejor: con la piel expuesta mostrando cada músculo en movimiento o con la ropa puesta incitándolo a despojarlo de las prendas y descubrir con las manos los secretos que resguardaba bajo la tela. De una u otra forma Fai estaba seguro que ése hombre era sexy, intimidante, fuerte y sensual, muy sensual.

Salió de su estado no obsesionado, pero sí un poco acosador cuando lo vio alejarse en dirección a dónde precisamente él iba. ¡Menuda suerte! No pensaba perder esa oportunidad. Sin ser un acosador lo siguió a una prudente distancia; quería lanzarse sobre él y platicar como Yukito le había propuesto, pero tal vez, y sólo tal vez, debía únicamente hablarle sin lanzarse encima, empero antes lo seguiría para saber un poco de su rutina. Era curioso, no acosador.

Terminaron llegando al club deportivo, algo frustrante para Fai ya que al final no se enteró de algo nuevo. Como última instancia decidió averiguar qué clase tomaba.

Kendo.

Decir que era bueno sería una ofensa a sus habilidades, era simplemente perfecto en ese deporte, incluso superior al maestro. Fai nunca había visto habilidades tan buenas y mucho menos esa pasión y fuerza que exudaba en cada movimiento. Se quedó sin palabras al observarlo con una sensación que le estrujaba el pecho y lo hacía temblar: la emoción de anhelar conocerlo… y reconocerlo con su propio cuerpo.

Lo esperó en los vestidores, emocionado por verlo de cerca, ansioso por hablar con él y nervioso como un chiquillo. En si no tenía un plan a seguir, o más bien sí: llegar, hablar, seducir y abalanzarse sobre él. Fácil, sencillo de recordar y directo a lo que quería. Si antes ya lo deseaba, en ese momento que ya había visto la pasión que exudaba quería garchárselo sin falta; la excitación en su vientre se lo reclamaba. ¿Qué resultaba ser heterosexual? Eso no importaba ante la determinación de Fai, y siempre podía fiarse de la confianza que el cloroformo y las cuerdas que celosamente guardaba en su casillero le daban. Yukito le había dicho que era ilegal usarlas, sin embargo a esas alturas Fai no estaba para considerar qué era correcto o no. Claro, estaba al tanto que ése hombre era fuerte, mucho; por eso primero tenía que ganarse un poco de su confianza, lo suficiente para poder llegar por detrás y usar el somnífero en caso de ser necesario. Siempre preferiría el método tradicional: que los dos estuvieran de acuerdo; se disfrutaba más y eso casi aseguraba otras rondas de sexo salvaje, pero igual no le molestaba un poco (mucho) de bondage en caso de ser necesario.

Por experiencia sabía que ése hombre prefería quedarse un poco más de tiempo a entrenar así que cuando salía de las regaderas el vestidor estaba prácticamente vacío, a excepción de Fai. Esa tarde no fue diferente; cuando la gran mayoría de las personas terminaban de arreglarse, él entró en los vestidores. Fai, sentado en la banca del centro, la cabeza agachada y con las piernas estiradas, supo que era él al momento de cruzar la puerta, su aroma se lo decía; cerró los ojos dejándose llevar por las agradables sensaciones que siempre le llenaban la cabeza, el pecho y sobre todo el vientre, al percibirlos. Era tan jodidamente atrayente, como la libertad a un esclavo, la luz al final de un oscuro túnel que anunciaba la esperanzadora belleza del calor del sol y un refrescante viento, era como la dulce agua que se le niega a un sediento o el reconfortante fuego de una hoguera ante alguien muriéndose de frío. Ya no era un gusto, se había convertido en una necesidad. Fai agudizó el oído sólo para escuchar sus pasos, abrir su casillero, sacar sus menesteres y salir rumbo a las regaderas; respiró profundamente para captar cualquier rastro de su olor y resguardarlo hasta que regresara y empaparse nuevamente con su aroma a sal.

Al escucharlo regresar se levantó listo para (atacar) hablar. El vestidor estaba vacío a excepción de ellos dos; no iban a tener mucho tiempo para hablar a solas, en veinte minutos los vestidores estarían llenos de gente otra vez. Fai tenía que ser claro y conciso, ir al punto, pero sin ser directo. Cosa fácil. Lo vio entrar, como siempre llevaba una toalla alrededor de la cintura y una más pequeña alrededor de los hombros con la cual se secaba la cara.

—Hola —saludó Fai amigablemente, levantó una mano y sonrió. Nadie podía rechazar una amigable sonrisa llena de brillitos.

Fue ignorado completamente.

Los brillitos fueron reemplazados por nubes oscuras y espesas. Siempre le pasaba lo mismo, Fai no era una damisela en desgracia ni tampoco tímido, en otras ocasiones había intentado hablar con él siendo siempre ignorado como en esa ocasión. Su cloroformo, cuerdas y la idea del secuestro no habían nacido de la nada. Yukito le había dicho que hablara con él, pues bien, decidió que esa sería la última vez que lo intentara, lo siguiente era el secuestro.

Fai lo vio ponerse el boxer por debajo de la toalla para después quitársela. Sus sueños sobre lo bien dotado que estaba no eran en balde con semejante cuerpo bien trabajado. Generalmente desviaba la mirada cuando consideraba que estaba pasando de curioso a acosador, pero ese día no lo hizo ¿cómo hacerlo después de ver el esfuerzo que le imprimía a su pasión el kendo? ¡Imposible! Si antes lo deseaba por el simple hecho de ser atractivo (y su aroma), en ese momento la atracción se combinó con el respeto que sentía por él. Una mezcla tan fuerte y poderosa que pudo más que el decoro y las reglas de etiqueta.

Fue pescado infraganti mientras se lo comía con la mirada. Fai lo supo al escuchar el sonido metálico de la puerta del casillero al cerrarse con fuerza y que lo sacaba de su pervertido estupor. Se encontró con la mirada casi asesina que le regalaba ése hombre, una mirada que si bien podía lo asesinaba nueve veces antes de caer al suelo y de paso lo enterraba. Fai iba a morir, lo supo enseguida.

¿Y qué se hace en casos de vida o muerte? Una locura.

Si su destino fatídico ya estaba escrito, al diablo la seguridad y prudencia. Era todo o nada. Ganar o perder. Morir, pero al menos haber disfrutado la vida.

Se acercó con toda la rapidez que pudo; era ágil y estaba en forma. Al ver la expresión del otro, Fai supo que lo había agarrado desprevenido. Qué bien, pues desprevenido lo iba a besar, directo y al punto, lengua incluida; iba a saborear cada centímetro de esa boca hasta que la magia del momento se rompiera con algún puñetazo que, con posibilidad, lo llevara a la inconsciencia.

Cosa obvia, no se equivocó. Un golpe fulminante directo a su mandíbula.

Se mantuvo consciente mientras saboreaba la sangre de su labio partido; el dolor fue bastante, algo que no le importaba si todavía podía tener la sensación de sus labios unidos y la lengua de él enredándose con la propia. Giró la cabeza para poder verlo, grave error, todo comenzó a moverse y antes de poder distinguir la expresión en el rostro del otro para darse una idea de cómo proceder, fue cayendo, desvaneciéndose en la caída. Méndigo golpe de reacción retardada, al final sí se desmayó.

Si bien una persona desmayada generalmente no recuerda que pensó en su estado de inconsciencia, Fai fue la excepción, y, como no, su mente le regaló otra vez el mismo sueño húmedo de todas las noches: decir que podía soñar con tener sexo con un hombre no era del todo cierto. Si bien Fai no era virgen, sus experiencias bajo las sabanas se limitaban a féminas que le habían regalado buenos momentos, algunas felaciones hacia su persona y besos por de más intensos, nada del otro mundo. El cambio llegó cuando comenzó a tener esos recurrentes sueños dónde unas manos más grandes y anchas recorrían cada centímetro de su cuerpo, se las imaginaba frías, estremeciéndolo con cada roce; su boca le hacía un intenso oral que lo dejaba al borde del éxtasis para después preparar su cuerpo. En ese punto los primeros sueños se detenían; Fai, consciente que jamás iba a experimentar en sueños una sensación que no haya sentido antes en carne propia, se animó a tocarse el mismo. Al principio fue extraño, no le encontraba el chiste a meterse los dedos ahí donde nunca se había metido nada antes; nada comparado al placer que sentía cuando, consciente de qué era lo que se sentía, en sus sueños era ese sensual hombre quien lo ensanchaba con una rudeza poco usual, pero muy tentadora. Nunca llegó a vivir ser penetrado, siempre despertaba antes, eso sí, con tremenda erección y una ganas de follar hasta lo que no era follable.

Justo como en esa ocasión. No fue un sueño a causa de dormir, fue la inconsciencia de un fuerte golpe, pero sí revivió el sueño de siempre y recordó hasta el más pequeño detalle, por consiguiente al despertarse supo que tenía tremenda tienda de campaña en los pantalones.

Lo bueno para él es que estaba solo, lo malo es que estaba solo. No había rastro del causante de semejante situación, pero sí le dejó un recuerdo: una cazadora lo cubría del pecho. Supo que era de él, ese aroma era inconfundible. Como estaba acostado en la banca se sentó justo a tiempo para que las demás personas que entraron no pensaran que se estaba pajeando en un lugar público; eso le dio a entender que apenas habían pasado veinte minutos desde que se desmayó. Al menos se salvó de contestar preguntas comprometedoras.

Pero ahora qué iba a pasar con la relación que mantenía con ése hombre, o más bien falta dé; si antes no había conseguido poder entablar una conversación con él, mucho menos ahora que, si bien lo besó, pareciera que con ese beso cavó su propia tumba.

Claro, no sin antes darle un buen uso a la cazadora, en su casa, en su cuarto, solo y vistiendo únicamente esa prenda. Se abrazó con ella, respiró profundamente, cerró los ojos y dejó que sus manos tomaran el control siendo guiados por la excitación que esa prenda le daba. Se masturbó con delicadeza, imaginando que era ése hombre quien lo tocaba.

 

—III—

 

¿Podía considerarse derrotista? Fai soltó un suspiro al saber la respuesta a esa pregunta. No quería verlo de esa forma, era mucho más fácil pensar que tomaba las cosas como venían, y si esas cosas eran desgracias, bueno, ser un desgraciado no le importaba mucho. Mas que derrotista se creía realista; en una realidad dónde no luchaba por sus sueños; eso incluía al hombre que quería garcharse, pero por alguna extraña razón, que tenía mucho que ver con sus sueños húmedos de todas las noches y las tiendas de campaña en las mañanas, le era imposible dejar el asunto por la paz. Si bien había echado a perder la oportunidad perfecta la semana pasada, después de siete días en los cuales tuvo mucho tiempo para pensar decidió intentar nuevamente conseguir que ése hombre estuviera sobre él matándolo de placer. Fai soltó una risilla nerviosa, en el fondo rezaba para que ése hombre no lo matara con otra cosa que no fueran sendos orgasmos, o en su defecto conseguir otra prenda que estuviera impregnada con su aroma ya que la anterior ya no olía a él; de tanto uso era lógico que su propio aroma (a sexo) fuera mucho mayor. Sí, nadie podía decir que Fai era derrotista, al menos en cuanto deseos eróticos y garchadores con respecto ése hombre se trataba.

Si bien evitó asistir al club deportivo en esos siete días, ya era tiempo de regresar. Pasara lo que pasara en primer lugar debía de salir vivo y con una prenda de él o en el mejor de los escenarios: derechito al hotel. Hubiera preferido el horario de la tarde, pero no estaba muy seguro si él seguía yendo a esas horas, así que tuvo que conformase con asistir en las mañanas. Había más gente, punto en contra; pero era más fácil encontrarlo, punto a su favor. Mendiga suerte en su contra, ese día no asistió a sus clases de kendo.

Derrotado y no por su personalidad derrotista, Fai salió del club poco antes del medio día; lo estuvo esperando durante horas, era obvio que no se iba a presentar. Se acomodó la gabardina, el aire estaba helado, menudos cambios de clima. El pronóstico del tiempo advertía que la última tormenta invernal iba a traer fuertes vientos helados, cuanta verdad cabía en sus palabras. Fai se puso un gorro para no despeinar sus cabellos, bajó al metro y entró en le primer tren que llegó; ahí la temperatura era bastante cálida aun así no se quitó el gorro ni la gabardina, no quería pescar un resfriado con el cambio de temperatura al salir. Al ser medio día el vagón no tardó en llenarse, Fai se acercó a la puerta contraria (la que no abría en cada estación) con cara a la ventana para admirar el hermoso paisaje de un túnel oscuro. Sacó su móvil para entretenerse con un juego mientras llegaba a su destino; iba ganando la partida de solitario (?) cuando sus dedos dejaron de moverse; entre toda la gente, el calor del lugar, la humedad que aún residía del invierno pasado y el destino que parecía encantarle jugar con él, lo olió. A él. Su aroma. Delicioso y adictivo, una sal que era dulce al mismo tiempo, una imposible combinación de aromas que se arremolinaban a su alrededor. Estaba cerca, su olfato se lo decía; Fai no había alzado la mirada de su celular, quería buscarlo, sin embargo el recuerdo de su último encuentro que terminó en un golpe que lo dejó inconsciente lo detenía. Digo, estaba en un lugar público, no podía golpearlo ahí ¿o sí? Lo que más lo detenía eran esas malditas ganas traidoras de saltar encima de él al verlo. Su propio cuerpo lo traicionaba, o tal vez se había vuelto masoquista y ansiaba sentir otro puñetazo.

Con cuidado alzó la cabeza, el vidrio de la ventana era un buen espejo. Casi se le cayó la quijada al verlo justo detrás de él, de perfil, sujetándose de una barra de metal, con la mochila en su espalda y una expresión huraña. Fai inconscientemente se mordió el labio, ¡¿cómo carajos se podía ver tan kawai con semejante expresión asesina-panditas?! Fai volvió a bajar la cabeza, debía de pensar, y no en él; idear una manera para poder acercarse más. Si bien parecía que no lo había reconocido, eso podía cambiar en cualquier momento y echaría a perder otra excelente oportunidad. Como primera instancia levantó el trasero, como segunda dio un pequeñísimo paso hacia atrás; todo lo hacía mientras respiraba lo más profundo que podía, necesitaba captar cada partícula de sal, ser el único que podía olerlo, hacerlo suyo. Grave error: de tantas veces que usó la cazadora de ése hombre para masturbarse su cuerpo estaba reaccionando al percibir su aroma; ahora tenía otro pequeño gran problema que resolver.

Si Fai pensaba que estaba siendo muy arrogante al creer ser una víctima del destino, supo que no era así cuando en la siguiente estación decenas de personas entraron en el vagón. ¿Cómo podían caber tantas personas en un espacio tan reducido? Fácil, apretujándose los unos contra los otros. Así Fai tuvo que pegarse a la puerta y sentir claramente como ése hombre se apretaba en su espalda; escuchó una maldición de su parte mientras trataba de acomodarse para no aplastarlo en un vano intento por mantener su espacio personal. Fai tuvo que levantar un poco más la pelvis porque se estaba restregando contra la puerta del tren, no necesitaba más estímulo que el que estaba viviendo; se quedó paralizado al ver como la mano de ése hombre se apoyaba en el vidrio a la atura de su cabeza, fue un movimiento rápido, algo brusco ¿se habría dado cuenta que él era él, el mismo que lo besó de improvisto una semana antes? Fai alzó sólo la mirada, por el vidrió observó los ojos rojos de ése hombre que veían hacia el frente, a ningún punto en particular; respiró profundo, eso había estado cerca. Lástima que el aroma lo estaba volviendo loco; sin mayor movimiento que el del tren, sin palabras o sin verse a la cara sólo con su presencia y su aroma Fai se sentía en la gloria, una gloría que no podía tocar. ¿Y si e daba la vuelta?

Una extraña e infantil melodía interrumpió el exhaustivo estudio de Fai para decidir si lo mejor era estar de espaldas o de frente; escuchó otra maldición de parte de ése hombre y sintió como se movía para sacar su móvil. ¿Tenía la canción de Dango Daikazoku[1] como tono de llamada? Fai tuvo que morderse la lengua para no soltar la carcajada.

—¡Te fuiste sin avisarnos! ¡Shaoran ha estado buscándote! —La voz de un chiquillo se escuchó por todo el vagón cuando contestó.

—¡No me grites, bola de azúcar! ¡No tenía porqué quedarme después de que el mocoso ganara! —fue la contestación aun más fuerte de ése hombre. Aunque ruda, enojada y sin modales su voz era sexy.

—¡Kurogane, malo! ¡Queríamos ir a festejar todos juntos! ¿Dónde estás?

El tren llegó a la siguiente estación donde varías personas se bajaron. Todavía quedaba mucha gente, pero ya no había necesidad de apretarse tanto. Fai sintió como el hombre se alejaba, pero no se movió más de un par de pasos. «Así que Kurogane» se dijo y sonrió.

Antes de que la puerta se cerrara Kurogane tomó el brazo de Fai y lo sacó del vagón. Fai se dejó hacer, eso lo había agarrado desprevenido. Afuera ambos se quedaron cerca de la pared del pasillo para no estorbar en el flujo de personas.

—De acuerdo, deja de gritar —siguió hablando por teléfono, esta vez sin quitarle la vista de encima a Fai. Sentir la intensidad de esa mirada rojiza le paralizó cualquier movimiento y pensamiento—. ¡Y deja de cambiar mi tono de llamada! —gritó antes de colgar; su voz era bastante intimidante, pero por los pequeño grititos que se escuchaban al otro lado de la línea antes de cortar, Fai supuso que quién sea ese niño no le intimidaba.

—Este… Hola… ¿Kuro…san? —dijo Fai sonriendo. No podía negarse a su sonrisa otra vez ¿o sí?

—Devuélveme mi ropa —le contestó todavía más cabreado, pareciera que el mote «cariñoso» no le agradó.

—¿Eh?

—Mi ropa, la que te presté hace una semana, devuélvemela. Ya no te he visto en el club y no quiero que te la quedes.

«Así que me recuerda» pensó Fai y sólo por eso se sintió muy bien.

—Pensé que estabas enojado por lo otro.

—No me lo recuerdes, estoy tratando de olvidarlo —contestó, una venita se asomó en su frente, sin embargo Fai pudo «ver» que no había enojo real en su mirada.

«Tratando, eso significa que no puede.»

—Lo siento, Kuro-sama, pero no la traigo conmigo.

—Quieres dejar de llamarme así.

—Tu ropa está en mi casa, si quieres podemos ir por ella —le dijo ignorando su enfado. Kurogane lo observó detenidamente.

—Llévala al club la próxima vez que vayas, la puedes dejar en la recepción, yo pasaré por ella.

—Pero no iré al club en mucho tiempo, y mi casa está cerca —Fai sonrió, una mentira blanca no le hacía daño a nadie; sin embargo la duda de Kurogane al aceptar su oferta lo estaba poniendo inseguro. Antes que alguien pudiera hablar la misma melodía infantil los interrumpió. Kurogane contestó lo más rápido que pudo, en esa ocasión Fai sí soltó una risita.

—¡¿Qué quieres?! —contestó de mala manera.

—¡Shaoran te está esperando!

—Ya te dije que voy a ir, me acabas de llamar hace un par de minutos, estoy en camino —colgó sin esperar respuesta; se entretuvo un poco con el móvil cambiando el tono de llamada. La inseguridad de Fai se esfumó, no era que Kurogane se rehusara a ir a su casa por no querer, era más bien porque no podía.

—¿Todo bien?

—Sí, un mocoso amigo mío participó en un torneo de taekwondo, y como ganó quieren que vaya a celebrar con ellos… —se detuvo de repente ¿por qué le estaba dando explicaciones?—. No importa, cuándo sea, pero asegúrate de regresarme mi ropa —cambió el tema, mucho más calmado.

Fai guardó silencio; en verdad que con cada faceta que descubría de ése hombre quedaba más fascinado. Lo vio alejarse por el pasillo, no se despidió aun así para Fai no fue como si se negara a verlo, ahora tenía otra excusa para hablar con él.

—Cierto —Kurogane se dio la media vuelta para verlo—. El beso, no lo vuelvas a hacer —dijo. Si no fuera porque se volteó enseguida Fai podía asegurar que vio un leve sonrojo en su rostro.

Le costó trabajo respirar con normalidad; Fai sintió una fuerza en su pecho que le tensaba los músculos, ¿cómo era posible que esa sensación fuera tan agradable? Y lo decidió, se lanzó encima de él.

—¡¿Qué diablos te pasa?! —gritó tratando de mantener el equilibrio, con Fai colgando de su espalda fue un poco difícil.

—Iré contigo y después podemos ir a mi casa —contestó ignorando la pregunta, se bajó y caminó un par de pasos adelante.

—¿Ah? ¿Quién te invitó?

—No seas así, Kuropipi, es mejor si festejamos entre más personas la victoria de tu amigo.

—¡Esa no es excusa!

—¿Dónde es? ¿Por aquí? —Fai ignoró (nuevamente) los gritos de Kurogane, tomando una dirección cualquiera.

—Ya te dije que nadie te invitó. Y es por acá —Kurogane lo tomó por el cuello de la camisa para guiarlo por el otro lado. Molesto y gritando, al final lo llevó con él.

 

—IV—

 

—Buenas tardes, me llamo Fai D. Flourite y soy amigo de Kurotan —se presentó ante las cuatro personas que lo observaban asombrados por la forma en que llamó a Kurogane y la sonrisa inocente que ponía mientras este lo miraba con intenciones asesinas.

—¡No me llames así!

—Mucho gusto —se acercó un pequeño niño[2]—, me llamo Mokona Modoki, él es Shaoran —se acercó a un adolescente—; su padre Fujitaka y su maestro Seishiro —presentó a los dos personas que faltaban—. Es la primera vez que conocemos a un amigo de Kurotan.

—¡Tú también, bola de azúcar! —rezongó Kurogane jalando los cachetes del niño.

—Mucho gusto, Fai. Disculpa por hacerlos regresar, no sabía que Kurogane tuviera otros planes —Shaoran se excusó.

—No pasa nada. En sí apenas hoy nos conocimos —contestó dejando al chico muy confundido.

—Decidimos ir a comer, por qué no te nos unes Fai, para disculparnos por hacerte venir —Fujitaka habló.

—En serio no hay problema. Pero sí me gustaría comer con ustedes.

—¡¿Qué?! ¿Por qué lo invitan? Este chico me… fastidia —Kurogane cambió en el último momento su réplica.

—No seas maleducado, Kurogane —Seishiro se acomodó las gafas.

—Eso es algo que no te incumbe —espetó acercándose a él, se notaba que no tenían la mejor relación. El momento fue interrumpido por un cabezazo de Mokona hacia el estómago de Kurogane.

—¡Vamos a comer! —gritó.

 

Dentro de un restaurante-bar familiar bastante ameno, los seis pidieron una copiosa comida. Mientras Mokona y Kurogane discutían por los alimentos, Seishiro y Fujitaka conversaban tranquilamente.

—¿Cómo se conocieron? —preguntó Fai a Shaoran—. Es un grupo muy diverso.

—Seishiro es mi maestro en taekwondo y cuando decidí practicar kendo conocí a Kurogane, él es un experto —sonrió con respeto al hablar—; me ha enseñado mucho más que un arte marcial, es un gran mentor.

Después de escuchar eso Fai se concentró en el pelinegro; sonrió al verlo tratar de quitarle un pedazo de carne que Mokona se había robado de su plato. Parecía alguien huraño y antisocial, pero por lo que podía constatar era una gran persona.

—Y en algún punto Mokona se nos unió —Shaoran concluyó su historia. Ambos rieron.

Después de comer pidieron sake para brindar, y el sake se prolongó un par de horas. En ese tiempo Fujitaka le enseñó el video del torneo a Fai, Mokona le echaba porras a Shaoran como si no supiera que había ganado, el pobre no sabía dónde meterse por la vergüenza.

Fai logró llevarse muy bien con todos incluido Seishiro, muy a pesar de Kurogane; ambos eran mentores del mismo alumno, conscientes qué eran fuertes y sin poder saber quién lo era más les dejaba una extraña relación de odio-respeto, sus conversaciones eran cortantes, sin embargo parecía que ninguno de los dos lo tomaba por ofensa. En especial Fai congenió con Mokona y Shaoran, el niño pequeño era adorable y más con sus cachetes algo regordetes, le daba toda la razón a Kurogane para llamarlo «bola de azúcar» aunado al hecho de llevar un gorro con orejas de conejo; con Shaoran podía conversar muy bien, parecía el más prudente y maduro de los presentes, algo que hablaba bien de él por ser el segundo más joven. Ni que hablar de la confianza y tranquilidad que Fujitaka le brindó, era sin duda un excelente padre.

«Un grupo muy diverso» pensó divirtiéndose como pocas veces. Tal vez algún día podían salir junto con sus amigos; Fai apostaba que Yukito podía llevarse de maravilla con Seishiro, Touya no se cansaría de conversar con Fujitaka y Sakura se llevaría muy bien con Shaoran y Mokona. De solo imaginar los celos de Touya por su hermanita decidió que definitivamente un día saldrían juntos.

En algún momento Fai se sintió observado, supo enseguida que era por Kurogane, le sonrió con sinceridad, era lo mínimo que podía hacer al regalarle tan buena tarde. Kurogane no respondió a la sonrisa tampoco desvió la mirada, lo observó un rato más hasta que Mokona lo interrumpió.

Al final de la reunión Fujitaka sacó una cámara fotográfica y les pidió a todos que se acomodaran para retratar el momento, llamó a un mesero para que tomara la fotografía.

—Yo tomaré la foto —se ofreció Fai, quería salir en ese recuerdo y les agradecía de corazón que lo hayan tomado en cuenta, pero estaba consciente que aún no pertenecía a ese grupo—. Si no es mucha molestia me gustaría tener una copia después.

—Claro, y gracias —contestó Fujitaka.

Fai tomó la fotografía: Shaoran al centro con su medalla colgando en el pecho, Fujitaka a su lado derecho sujetándolo de los hombros y con una clara expresión de orgullo, Seishiro detrás de él, en la foto no se alcanzaba a ver, pero tenía su mano sobre la cabeza de Shaoran en un gesto un tanto paternal y protector; Kurogane iba a su lado izquierdo, el único que no había tocado al joven ganador hasta que el flash los deslumbró y Mokona saltó sobre Kurogane. Una excelente fotografía.

 

—V—

 

—¡Vamos a beber a otro lado! —Fai alzó los brazos feliz de la vida y por efecto del alcohol. Por su parte Kurogane parecía que no había tomado una sola copa. Después de pasar varias horas tomando y conversando amenamente, salieron del restaurante cuando ya era de noche. Kurogane y Fai se despidieron del grupo con la excusa de ir a casa del rubio, algo que dejó un poco desconcertados a los demás. No importó que Kurogane explicara la situación, Shaoran y su padre se despidieron un tanto sonrojados, Seishiro mirándolos con sospecha y Mokona cantando algo sobre el amor y ellos dos.

De camino al tren Fai había soltado sus deseos de seguir tomando en otro lado.

—Quedamos en ir a tu casa. Andando.

—Vaya, Kurotan, qué ansioso —el coqueteo de su voz no pasó desapercibido.

—¡Por mi ropa! —aclaró en un grito.

Fai se carcajeó y casi dando saltos llegó al tren; se sentía tan bien que el frío de la noche era hasta reparador. Para él, en ese momento, todo era más hermoso: más oscura la noche y con un mayor número de estrellas brillando de mágica forma, el sonido de los grillos y cigarras, del aire pasando por algún árbol, todo era más bello, ¿cómo no se había dado cuenta de ello antes? Tal vez por la compañía que lo seguía detrás, o por el alcohol… no, era la compañía.

Se subieron al tren teniendo de fondo una plática sin sentido de un borracho que no soportaba muy bien el alcohol, a Fai no le paraba la boca; en contra de todo pronóstico Kurogane se había mantenido en calma y silencio, parecía que no le estaba poniendo nada de atención a su compañía, a la vez que a su compañía no parecía importarle ser ignorado, los dos siguieron cada quien en lo suyo: Fai hablando sin parar y Kurogane evitando tener contacto visual con él.

A un par de estaciones faltantes, la creciente masa de gente dentro del vagón no dejó que Fai siguiera en sus tonteras, así que, recordando lo que había pasado en la tarde y sin la intensión de dejar pasar la oportunidad, llevó a Kurogane hacía una esquina. Fai se recargó de espalda a la pared mientras que acercaba a Kurogane hacia él. En sí no era la gente suficiente para estar tan juntos el uno del otro, pero mientras Kurogane no se resistiera, Fai aprovecharía la situación preguntándose hasta dónde sería el límite impuesto y qué pasaría si lo atravesaba. En algún punto lo cogió de las caderas con toda la libertad del mundo apretando ligeramente la carne; ambos se veían a los ojos tratando de saber los pensamientos que pasaban por sus cabezas.

—¿Qué intenciones tienes conmigo? —Kurogane preguntó.

Fai no contestó, se limitó a sonreír de manera pícara, pero que a Kurogane le pareció de cierta forma honesta. Movió la mano y con la punta de los dedos delineó la parte frontal del cinturón de Kurogane; justo en medio, por encima de la hebilla, jaló un poco hacia sí. Ninguno de los dos se atrevió a desviar la mirada. Fai sentía el latir de su corazón hasta en las sienes, se estaba arriesgando y eso lo sabía aun con el efecto del alcohol. Ya lo había besado una vez, aunque obtuvo un golpe también conoció la amabilidad de Kurogane al cubrirlo con su ropa, no alejarse de él e incluso conocer a sus amigos. Y ahí estaban nuevamente en una situación de riesgo, con Fai llevando las cosas al límite arriesgando el inicio de una buena amistad por el deseo de tenerlo entre sus piernas. Con un poco más de confianza al ver que no era rechazado Fai bajó un poco la mano, al cierre; lo cogió entre dos dedos y fue bajando metiendo entre la tela del pantalón, conforme se abría, el dedo medio; saber que detrás estaba su pene aceleró sus latidos.

Hasta que se detuvo cuando Kurogane lo sujetó de la mano y paró su avance.

—Llegamos —dijo.

Por un momento Fai no supo de qué hablaba, la voz femenina que anunciaba su destino por los altavoces del tren lo sacó de su confusión. Vio a Kurogane subirse la cremallera antes de darse la vuelta y salir del vagón; Fai lo siguió más relajado, al parecer no estaba en contra de sus coqueteos descarados. ¿Eso significaba que podía seguir adelante? Sus intenciones fueron claramente expuestas y mientras no tuviera un rotundo «no», él seguiría.

Caminaron sin prisas; la noche era bastante fresca, ya sin el fuerte viento, un clima que le encantaba a Fai. Decir que se sentía feliz era poco; nunca imaginó que estaría una fría noche caminando junto al artífice de sus sueños húmedos camino a casa. Sentir la temperatura ambiental baja, oler el aroma a sal y caminar en un silencio nada incómodo era lo necesario para sentirse satisfecho. Sin embargo cuando alguien obtiene lo que quiere, ansía más; por eso Fai decidió que esa noche se lo garcharía, como mínimo. Pero antes un beso, ahí en la calle, como preámbulo de lo que sucedería después en su cama.

—¿Vives solo? —Kurogane preguntó de la nada, quizá para romper el silencio. Fai quiso contestar rápido, pero su cerebro sólo llegaba a la conclusión que el pelinegro estaba tanteando el terreno.

—Sí, en la casa de mis padres. Ellos murieron hace años —dijo sin saber muy bien porqué, era como si deseara contarle toda su vida, asimismo que fuera Kurogane quien preguntara primero le hacía pensar que tenía un interés real. Esperó un momento para escuchar las típicas condolencias, jamás llegaron así que continuó—. Es algo cansada de limpiar, pero no puedo considerar otro lugar como mi hogar.

—¿No tienes hermanos?

—Tenía uno, mi gemelo. También falleció. —Silencio— ¿Y tú, Kuropipi, vives con tu familia?

—Mis padres murieron cuando era un niño. Ahora vivo con mi hermana[3].

—¿Menor que tú? —preguntó mas que nada para desviar el tema, a Kurogane no parecía importarle, pero a él le incomodaba recordar a su familia.

—Sí, aunque tenga la manía de darme órdenes —dijo sonriendo algo molesto. Fai entendió el porqué se llevaba tan bien con Mokona, su instinto de hermano mayor.

Maldito alcohol que le cambiaba de humor tan rápido a Fai, de estar feliz y algo ansioso pasó a los recuerdos melancólicos de su familia perdida y el sentimiento de tener un hermano; sonrió con amargura al sentir una punzada de envidia frente a Kurogane, él tenía una hermana pequeña a la cual llamar familia. Lo único que poseía Fai era una casa como recordatorio de los vínculos que mantenía con los muertos. El silencio entre ellos se hizo más pesado; usualmente Fai hablaría de un tema sin importancia para no seguir recordando su pasado que seguía doliéndole, gesticularía mucho y sonreiría de manera abierta como defensa contra las demás personas para que nadie se enterara de sus fallidos intentos de olvidar un dolor renuente y molesto. En otras ocasiones le daría la espalda a su pasado huyendo como un cobarde; algo que le estaba costando poder hacer frente a Kurogane.

—Kuro-sama —se detuvo y miró directamente a los ojos rojos. Hacía tiempo aprendió a ahogar las lágrimas, no había cantidad de alcohol suficiente en el mundo para hacerlo llorar por mucho que le dolieran los recuerdos—. ¿Me puedes besar?

Ese no era el plan. Eso no debía de estar pasando. Era una situación deprimente, patética, tan vulnerable como íntima. Se suponía que sólo buscaba divertirse con él, dejar salir a flote sus instintos sexuales ahogados en sueños húmedos. No se conocían, apenas unas horas antes supieron sus nombres, tuvieron una plática trivial de un asunto trivial con respuestas triviales. El plan no era ése. Debía de estar preparándose mentalmente para, con posibilidad, tener una buena ronda de sexo. Sexo natural, como cualquier otro. Y ahí estaba mendigando un poco de afecto que los recuerdos le exigían.

—No —contestó, tan simple como eso. Continuó caminando dejando a Fai detrás, petrificado.

Una brisa más fría, más húmeda. ¡Maldito alcohol que era capaz de hacerlo cambiar de un estado emocional a otro! Si el alcohol lo había puesto nostálgico, que sea el mismo alcohol quien corte de raíz la situación. Y bendito sea el sake que le hizo marearse hasta casi perder el conocimiento, así era más fácil evitar los recuerdos y una simple palabra que dolía como lija tratando de pasar por su garganta: «no». Estaba exagerando la situación, imposible que una negativa de alguien a quien apenas conocía le doliera. Aun así tantas noches soñando con él, horas de sueño que con dos simple letras fueron desperdiciadas. Como dolía romper las ilusiones y engaños que uno mismo se crea.

Kurogane escuchó algo parecido a un costal lleno de papas caer al suelo. Volteó y como supuso encontró a Fai descansando plácidamente a mitad de la calle. Una venita asomó en su frente ¿y ahora qué carajos iba a hacer? Suspiró mientras regresaba por Fai.

—No tomes si no aguantas el alcohol —le dijo a un inconsciente cuerpo. Era extraño, todo el tiempo de regreso Fai se había comportado bastante eufórico, sin señales de que el alcohol le hubiera afectado más de la cuenta, el pequeño intercambio de palabras que tuvieron posiblemente le afectó—. Todos tienen sus demonios, sólo debes enfrentarlos —le dijo cuando lo levantó.

Aspiró su aroma y maldijo.

En ese punto Kurogane se dio cuenta del pequeño problema que tenía entre manos: ¿qué iba a hacer con Fai? No en el ámbito de sus coqueteos y la razón por la cual se los permitía; no tenía que ver con el hecho de reconocerlo en el tren y acercarse para pedirle su cazadora (prenda que no le importaba perder); tampoco con el hecho de llevarlo junto a sus amigos o fastidiarle que se llevara tan bien con Seishiro (por el simple hecho de ser Seishiro); asimismo no era el motivo de estar parados a mitad de la calle en una noche cerrada y el devanándose los sesos para encontrar la solución a su pequeño problema dormido. Era el pequeño hecho de no saber ¡dónde carajos vivía Fai!

¿Y si lo dejaba en una esquina? Nadie se lo iba a llevar. Descartó el hecho de llevarlo a su propia casa ya que estaba demasiado lejos y de ninguna forma pensaba cargarlo todo el camino. ¿Si le echaba agüita hasta despertarlo? Buena idea, de no ser porque no encontraba una tienda o bebedero cerca, ni personas en la calle. Conclusión: lo mejor era dejarlo sentadito en algún lugar. Arrastró el cuerpo hasta un poste donde lo acomodó.

—Disculpe, ¿Fai se encuentra bien? —Una dulce voz femenina lo asustó. Kurogane se dio la vuelta tratando de encontrar una respuesta coherente y que no lo dejara como un asesino serial dejando el cuerpo del delito, literal.

Una pequeña jovencita los miraba curiosa; perecía un ángel con su vestido blanco y el largo (largo) cabello rubio; era muy bonita y sus enormes ojos llenos de inocencia fueron una terrible arma contra Kurogane (?). Estaba acorralado, no supo qué contestar.

—¿Fai se encuentra bien? —volvió a preguntar.

—¿Lo… conoces?

—Sí, es Fai, mi vecino —sonrió al responder. En verdad era un ángel, un ángel salvador—. ¿Se encuentra bien?

—Sí, sólo esta un poco… —Kurogane observó el cuerpo del delito— ¿inconsciente? —contestó y al mirar a la jovencita supo que ésta no le entendió—. Está ebrio, nada más. ¿Puedes decirme dónde vive?

—¿Eres amigo de Fai?

—Algo así.

—Mucho gusto, yo soy Chii, amiga de Fai —hizo una reverencia al saludar.

—Kurogane —se presentó con toda la amabilidad de un hombre de gran tamaño, presencia imponente, mirada de fuego y un tono de voz bastante arisco y cortante podían reunir; cosa que a Chii le valió (o no se dio cuenta) y sonrió con tremenda dulzura.

 

Chii se ofreció a ayudar a Kurogane a llevar el cuerpo del delito, pero éste se negó (Kurogane, no el cuerpo); caminaron alrededor de dos cuadras y llegaron a una residencia bastante amplia de corte antiguo y acabados modernos; el pequeño jardín estaba bien cuidado con rosales blancos y césped recién cortado. Parecía que el ambiente no encajaba dentro de la calle con casas de estilo más tradicional, y a la vez le daba un aire misterioso y postmodernista al lugar.

Chii sacó de su vestido un llavero, se entretuvo un rato buscando la llave correcta y abrió la puerta principal.

—Fai me dijo que siempre que quisiera podía visitarlo, por eso me dio una llave —explicó haciéndose a un lado para que Kurogane pudiera entrar. El pelinegro se quedó a mitad de la estancia pensando que Fai era más amable de lo que en un principio creyó, pero luego de recibir otra sonrisa llena de dulzura asesina de parte de Chii supo que era imposible negarle algo a esa chiquilla.

El reloj que estaba colgado en la pared del living comenzó a sonar. Las once de la noche.

—No es muy tarde para que estés fuera de casa —el instinto de hermano protector de Kurogane le habló a Chii.

—Siempre salgo a estas horas, es cuando puedo ver a mi hermana.

—¿Vive por aquí?

—No. Pero todas las noches me viene a visitar, justo ahora me está llamando.

—No escucho nada.

—Es que suele hacerlo cuando está en los tejados y sólo yo puedo oírla —¿explicó?—. Tengo que irme. Cuide de Fai, por favor —hizo una reverencia al despedirse.

La chiquilla salió corriendo dejando a un Kurogane completamente confundido. Miró a Fai cuando este balbuceó algo sin sentido. En verdad Dios los hace y ellos se juntan.

 

Después de subir las escaleras y abrir un par de puertas, Kurogane halló la habitación que creía era del rubio, parecía usada recientemente; todos los demás cuartos tenían una atmósfera un poco pesada como si el tiempo se hubiera estancado dentro. Kurogane dejó a Fai sobre la cama lo más delicadamente posible que pudo, lástima de la fuerza excesiva que utilizó ya que Fai rebotó hasta caer al otro lado de la cama. «Maldición» dijo y al ver que Fai no despertó simplemente lo volvió a subir al colchón.

—Kuropipi quédate esta noche conmigo —Fai dijo acomodándose en la cama, abrazó un par de almohadas y comenzó a roncar.

Kurogane exhaló un tanto harto de la situación, se giró para salir y dio con su cazadora colgada en un gancho al lado de la puerta. La cogió para llevársela, escuchó un gruñido de borracho detrás de él y observó a Fai. Si se llevaba la prenda ya no tendría motivo para verlo. Pasados unos minutos tomó una decisión.

 

—VI—

 

Fai gruñó ante la muy jodedera y cegadora luz del sol cuando la muy desgraciada entró por la ventana. Se echó las sábanas sobre el rostro y trató de pensar cómo era posible que el sol entrara por la ventana si se suponía que siempre dejaba las cortinas puestas antes de salir de casa. Un fuerte dolor de cabeza fue su principal enemigo para darle coherencia a sus ideas, consecuencia directa de haber tomado tanto. Unos golpecitos en la puerta de su habitación lo hicieron despejarse el rostro. ¿Por qué la méndiga luz tenía que ser tan potente a las once de la madrugada? Fai se sentó en la cama cuando Chii entró en la habitación, llevaba una charola en las manos.

—Buenos días, Fai.

—Hola, Chii.

—Te traje el desayuno —sonrió al hablar y dejó sobre las piernas de Fai la charola con un par de rebanadas de pan con mermelada, un café con leche y un frasco con pastillas para el dolor de cabeza.

—Gracias —dijo un poco más repuesto al acostumbrarse a la luz—. ¿Chii, cómo sabías que iba a necesitar esto? —levantó el frasco. Lo abrió y se tomó un par de pastillas.

—Anoche Kurogane me dijo que estabas ebrio; le pregunté a Hideki y me contestó que las ibas a necesitar.

—Ya veo… ¿Dónde conociste a Kurogane? —preguntó mientas comía.

—En la calle. Le enseñé dónde vivías. ¿No debí hacerlo? —dijo algo preocupada.

—Está bien, gracias —le dio una palmadita en la cabeza para tranquilizarla.

Fai siguió desayunando mientras Chii abría la ventana; ella fue quien quitó las cortinas para que entrara el sol. Chii estuvo hablando de un par de cosas que Fai no lograba captar del todo, su concentración estaba puesta en el deseo de evitar mirar hacia la puerta, exactamente a los ganchos al lado, ahí donde se suponía estaba la cazadora de Kurogane. No quería voltear y confirmar lo que sus ojos veían por la periferia de su mirada: el lugar vacío.

 

Sí, tal vez ya no tenía la excusa de la cazadora para poder llevarlo a su casa, pero eso no significaba que iban a dejar de hablar. Eran adultos con la suficiente madurez para poder seguir conociéndose sin tener un motivo en específico. Fai cerró la puerta de su casillero en el club deportivo, ¿para qué quería seguir conociendo a Kurogane? En un principio sólo quería terminar con él en el mismo espacio acolchado, sudorosos, jadeantes y satisfechos; pero ahora era más bien la sensación de querer saber sobre su vida, sus gustos, lo que sea que lo hiciera enfadar por mucho que fuera una lista muy larga. Había desarrollado un interés real por Kurogane y no solo por lo que le colgaba entre las piernas.

Estaba jodido.

Kurogane no parecía del tipo de hombre que aceptara salir con otro en plan romántico; tampoco Fai. No se podía imaginar a Kurogane hablando de su futuro estando él dentro de esos planes; tampoco Fai. Venga, que pensar en Kurogane a sus setenta años, arrugado y amargado estando él a su lado era un poco psicodélico; también para Fai… al menos tenían cosas en común. «Estoy exagerando» se dijo mientras golpeaba el casillero con la frente. No era posible que con tan poco tiempo de haberlo conocido (más muchas, muchas, noches de sueño) haya logrado ponerle el mundo de cabeza, y aparte estando en sus cinco sentidos, sobrio. Definitivamente exageraba en historias y futuros en donde ni siquiera existía un presente. Suspiró, más que romper sus ilusiones de insospechadas ideas románticas (y sexuales sobretodo) le jodía saber que ya no tenía algo que lo vinculara con Kurogane, aunque en un principio nunca lo hubo. Kurogane sólo fue amable con él, debería de estar agradecido de que aún tuvo la oportunidad de conocerlo un poco después del numerito del beso. El beso y todo lo demás.

Fai no sabía exactamente qué pensar: por un lado aún no podía descartar el hecho de que eran dos hombres prácticamente desconocidos el mayor obstáculo, pero aunque Kurogane lo había rechazado, golpeado y detenido no parecía realmente molesto con sus insinuaciones. Fai observó la punta de sus dedos, del dedo medio, aquel que, fuera de la tela, sintió la firmeza de ese pene que tanto ansiaba probar. Una oleada de calor le llegó al rostro, recargó la espalda en los casilleros y bajó la cabeza para tratar de calmarse; en verdad Kurogane era capaz de volverlo loco de deseo e interés.

¡Qué diablos! Esperaría a Kurogane para poder hablar con él; no necesitaba de una prenda para mantener una conversación, su falta de relación no dependía de ello (?). Su espera se convirtió en ansiosos momentos donde las manos le sudaban, tenía severas palpitaciones y casi vomitaba las mariposas de su estómago; lo iba a ver después de sus descaradas insinuaciones, dentro de sus cinco sentidos y sobre todo después de la cortante negativa ante el beso que le pidió. No tenía idea de qué esperar, lo único que deseaba era poder verlo y decirle «hola».

—Hola —dijo cuando vio a Kurogane entrar en los vestidores. El aroma a sal le pegó de forma contundente. Una sucesión repetitiva de imágenes le pasó por la cabeza: el cuerpo semidesnudo de Kurogane, verlo practicar kendo, el beso robado, tenerlo tan cerca en el tren, su mirada al delinear su cuerpo, la expresión que tenía ante el «no», junto a las creaciones de sus sueños… Y ahí estaban nuevamente uno frente al otro.

Kurogane  no respondió, le dedicó una mirada que duró largos segundos y se dirigió a su casillero. Fai respiró hondo, no sentía a la defensiva a Kurogane sólo comportándose como él era.

—Gracias por llevarme a casa.

—Si no soportas el alcohol, no tomes.

—Pero fue divertido —contestó luego de soltar una risita. En respuesta Kurogane le dedicó una mirada agria.

No hubo tiempo de hablar, el pelinegro cogió un par de toallas y salió rumbo a las regaderas. Fai se mordió el labio, si estuvieran completamente solos se aventuraría a hacerle compañía; verlo por fin desnudo era una tentación que desesperadamente ansiaba saciar. En cambio se sentó en la banca a esperar.

No tardó mucho tiempo cuando Kurogane entró con la piel húmeda y caliente; se había secado el exceso de agua, pero eso no era suficiente para unos cuantos mechones de su cabello que goteaban con parsimonia. Un espasmo de excitación golpeó el bajo vientre de Fai; en algún lugar de su mente se decía que dejara de ser tan evidente, pero con cada encuentro que mantenía con Kurogane su libido e interés aumentaba. Cómo agradeció que en ese momento estuvieran solos.

—No has contestado a mi pregunta —Kurogane habló sacando su ropa del locker. Fai guardó silencio al no saber a qué se refería—. ¿Qué intenciones tienes conmigo? —preguntó sin mirarlo. Fai pestañeó, ¿no habían sido sus coqueteos descarados lo suficientemente claros? Digo, cualquiera a quien le agarren el pene después de preguntar eso pensaría que sexo cadente y sin contemplaciones es lo que se busca—. Si lo único que quieres es sexo, adelante —continuó cerrando el casillero, dejó la ropa dentro.

Fai no pudo contestar, presenciar como Kurogane se daba la vuelta para estar de cara a él y se deshacía de la toalla sobre sus caderas lo dejó atónito. Ahí estaba frente a él, desnudo, en todo su esplendor, destrozando los esquemas que se había creado en sueños. Se levantó y tragó saliva al sentir como su propio miembro despertaba listo para actuar. Si Kurogane se le estaba poniendo en bandeja de plata, ¡quién era él para negarse!

—Creo que hay algo más por lo que debo de respetarte, Kuro-sama —dijo mirando directamente al miembro del pelinegro. Dio los dos pasos que los separaban y se hincó para estar a la altura de su entrepierna.

Fai cerró los ojos al percibir el aroma a sal, era más fuerte, concentrado, capaz de erizarle cada vello de su cuerpo. Aspiró al momento de llevar las manos a los muslos, acarició largo y lento hacia arriba, presionó sobre la carne de las caderas y abrió los ojos. Sin dejar de mirarse mutuamente a los ojos, Fai abrió la boca y con la lengua recogió el glande del aún dormido pene de Kurogane; cerró los labios alrededor de la carne que poco a poco se endurecía y cuando hundió las mejillas para succionar se deleitó con la mueca que Kurogane puso. Al principio fue una sucesión de lengüetazos para lubricar con su saliva la delicada piel, chupando de vez en cuando conforme la erección aumentaba; cuando Fai logró su cometido, ladeó un poco la cabeza y bajó sus labios hacia los testículos, chupó y besó al mismo tiempo que aspiraba el aroma a almizcle salado por sobre la piel y los vellos púbicos. Empezó la felación cuando Kurogane lo cogió de los cabellos y jaló un poco para despejar su cara y observarlo con genuina atención como devoraba su miembro y le arrancaba exhalaciones profundas, era mucho mejor de lo que esperaba.

Un par de minutos después la pelvis de Kurogane embestía a un ritmo acelerado dentro de la boca de Fai. Podía sentir como las manos del rubio se paseaban por sus nalgas arañándolas y con ello dando un extra a su ya de por sí incontrolable libido. Estaba a punto de llegar al orgasmo y había decidido correrse dentro de su boca. Levantó la cabeza hacia el techo y soltó un pesado suspiro al eyacular; sintió que Fai bebía todo su semen e inclusive se daba el lujo de «limpiarle» el miembro con la lengua; antes de que se levantara Fai le dio un sonoro beso a su miembro, parecía más satisfecho que Kurogane.

—Continuemos —susurró Fai sacándose la camisa.

—Esto es sólo sexo.

—Sólo sexo —repitió desabrochándose el pantalón.

—No quiero que te vuelvas a meter en mi vida, nada de pegarte a mí o presentarme a tus amigos. Sólo sexo.

Fai se detuvo. ¿Qué habían sido esas peticiones? Un poco más y le pedía que no le dirigiera la palabra. Por alguna razón la excitación que tenía se convirtió en una fuerte opresión en el pecho, los latidos seguían a la misma velocidad, pero por un motivo diferente; se concentró el sabor amargo del esperma que aún mantenía en la lengua. Sólo sexo. Eso era lo que quería, y el tenerlo le resultó insoportable; la bandeja de plata en la que Kurogane se tendió le cortó de tajo los deseos de tomarlo.

—No… —susurró, le era imposible decirlo en voz alta. No quería sólo sexo, quería a Kurogane por completo. ¿Podía decirle eso: confesar algo que en ese momento ni él sabía que deseaba?

—¿Qué intenciones tienes conmigo? —repitió la misma jodida pregunta que minutos antes era tan fácil de contestar y que ahora era insufriblemente confusa.

Demasiadas dudas, mucha confusión. Los dos solos en los vestidores, Kurogane desnudo dispuesto a darle lo que siempre soñó (literal); teniendo en las manos lo que deseaba y con la presión de saber que el «sólo sexo» tenía un costo demasiado alto.

—Disculpa —contestó, tomó su camisa y salió del vestidor sin atreverse a mirar a Kurogane. Si no podía con la presión lo mejor que se le ocurrió fue evitar el problema.

 

—VII—

 

Alzó la mano para llamar al mesero que no tardó en llegar a su mesa. Touya y Yukito se miraron preocupados entre sí.

—Otra, por favor —pidió Fai levantando la copa.

—No, ya no quiere nada. Gracias —le dijo Yukito al mesero que se debatió a quien de los dos hacerle caso; después de una sonrisa de parte de Yukito del tipo tan linda y amable que hasta resultaba asesina se decidió por hacerle caso. Se llevó las copas vacías y se alejó lo más rápido que pudo.

—Yo quería otra —rezongó Fai.

—Llevas cinco copas en menos de una hora —explicó Yukito muy serio. A su lado Touya asentía—. No me importaría que fuera sake, pero es helado, Fai, eso engorda —Touya giró lentamente su cabeza hacia su amigo, ganas no le faltaban de decirle que él se tragaba tres litros de helado en el mismo tiempo, pero era mejor no despertar a la bestia de pocas pulgas y jetón que dormía dentro de él (?).

Fai suspiró, cuánta razón tenía su amigo; sin embargo más que emborracharse quería ahogar sus penas en azúcar, calorías y carbohidratos. Touya y Yukito lo miraron el doble de preocupados, cuando Fai prefería el helado al alcohol en verdad estaba deprimido.

—¿Qué sucede? —preguntó Yukito.

—Algo pasó con tu chico de los sueños húmedos —aventuró Touya.

—¿Hablaste con él? ¿Te rechazó?

—No, al contrario, me dijo que si sólo era sexo estaba bien.

—¿Entonces, tan malo es en la cama?

Touya volvió a observar a Yukito, a veces (siempre) no sabía de dónde sacaba esas ideas. Por su parte Fai se sonrojó al recordar que de malo no tuvo nada; cierto fue que él hizo la mayor parte del trabajo, pero recordar el sabor junto al aroma a sal era suficiente para tener orgasmos mentales.

—Ya no quieres sólo sexo —dijo Touya después de un largo momento de silencio.

—Pero eso es aún mejor, ¿o no?

—No si es rechazado. —Yukito borró la sonrisa que tenía.

—Para rechazarme primero necesito confesarme —dijo Fai. Recargó la cabeza sobre su mano y sonrió como siempre, ya no parecía el mismo Fai que quería acabar con todo el helado del mundo y de otras dimensiones existentes.

—¿Por qué no se lo dices? Tal vez tengas una oportunidad.

Fai miró por la ventana de la heladería donde quedó de verse con sus amigos. El clima volvió a ser caluroso y se podía notar lo inclemente que estaba; para ser casi verano se extrañaban las lluvias. En los dos meses que pasaron desde su infructuoso casi sexo que rechazó cobardemente, Fai había cambiado su rutina de deporte, dejó de ir al club y se concentró en correr para mantenerse en forma; extrañaba la piscina y una buena sesión de arquería, pero mientras conseguía otro lugar para practicar, el par de kilómetros que trotaba o andaba en bicicleta con Chii era su único entrenamiento.

Siempre creyó que con el tiempo iba a olvidar a Kurogane; los sueños húmedos remitieron en gran medida reemplazados por lindas escenas vomitivas de arcoiris donde los dos estaban juntos, no en plano sexual sino romántico, confesándose sentimientos que en un principio Fai no creyó tener, mucho menos Kurogane después de ver lo huraño y amargado que era. Eso fue peor, hasta con miedo se despertaba y terminaba con la cabeza bajo la almohada muriéndose de la vergüenza. Cómo extrañaba las tiendas de campaña. En algún punto consideró que necesitaba desahogarse con otra persona para sacarse al pelinegro de la cabeza. Grave error. Con una mujer fue tan desabrido el asunto que hasta un mal sabor le quedó en la boca, ni hablar de su intento con un hombre, hasta náuseas le daban de sólo recordarlo.

¿Por qué no enfrentaba a Kurogane si era obvio que no le era indiferente? Podía haberle dicho que no quería sólo sexo sino algo más formal, decirle que en el fondo le gustaba, pero el problema radicaba en si Kurogane aceptaba. Fai nunca fue una persona de relaciones cercanas, hablando estrictamente de noviazgo podía contarlas con los dedos de una mano, y hasta le sobraban, asimismo esas relaciones duraban menos tiempo que un parpadeo. Básicamente siempre que la relación se hacía más profunda Fai tendía  alejarse, eso era mucho más sencillo que enfrentarse a la posibilidad de salir herido si se abría de corazón y resultaba que la persona en la cual confiaba lo traicionaba. Pasó li mismo con sus padres, sucedió lo mismo con su hermano: las personas a las cuales amaba y sabía que lo amaron, lo dejaron solo, pero aun, lo dejaron sólo con el dolor de la soledad.

Con esos antecedentes Fai prefería mantener sus distancias; si su propia familia lo dejó ¿qué podía esperar de terceras personas? Confiar en ellas era un paso que ni se proponía realizar, y por eso Kurogane se convirtió en el primer nombre en su lista de personas a las cuales evitar: parecía tan fácil confiar en él. Estando ebrio, sobrio, rodeados de gente, desnudos, no importaba lugar y forma, Kurogane le daba ese «algo» que tanto miedo le daba obtener.

Era mucho más simple huir, evitar el problema y pasar a lo siguiente que la vida le pusiera enfrente. Y por alguna razón tomar esa decisión le dejó tal vacío a Fai que lo único que se le ocurrió fue llenarlo con helado.

—No vas a dejarlo ir. —La voz de Yukito era dulce y serena, pero su mirada firme le hacía saber a Fai que hablaba muy en serio.

—Mejor arrepiéntete de haberlo tomado, que de haber huido. —Esta vez Touya le habló.

Fai los observó durante un largo rato. Tanto se preocupaba por no dejar que nadie se acercara a él, cuando sus amigos poco a poco traspasaron sus barreras. No era la misma situación, no podía compararlos, pero, no se arrepentía de la amistad que forjó con ellos, así terminara en ese preciso momento, volvería a hacerse su amigo porque valía la pena arriesgarse.

¿Era lo mismo para Kurogane?

 

—VIII—

 

Primera parte del plan: completada con éxito.

Aunque propiamente dicho no era la primera parte, ni tenía un plan. Fai sólo había llegado al club a pasar un buen rato de despeje antiestrés con una buena jornada de ejercicio a medio día porque a esas horas estaba seguro de no encontrarse con Kurogane. Y no se lo encontró, gracias al cielo. Le era imposible negar que una parte de él estaba un poco frustrada; sí, era un cobarde por alejarse casi diez semanas, pero entre que decidía qué hacer y llevarlo acabo el tiempo se le fue volando, o lo que es lo mismo: evitó el problema hasta que ya no pudo con las ansias de ver a Kurogane. Tanto así era el poder que el pelinegro tenía sobre él; una razón extra para alejarse, a la vez que era una razón más para no poder hacerlo. Entonces, su maquiavélico plan que diseñó en segundos era más bien una vaga suposición de coincidencias muy mal hechas: se estaría en el club hasta que los kendokas hicieran acto de presencia y él coincidentemente se encontrara con Kurogane, a la vista de todos para que ni pudiera caer en sus redes de sensual tentación (?) ni Kurogane pudiera golpearlo (otra vez) y así caer inconsciente (nuevamente).

Por eso la primera parte de su plan que no era propiamente dicho un plan ni era la primera parte, estaba hecha. Y como Fai es un hombre inteligente que aprende de sus errores, supo enseguida que al ser víctima del destino/karma, lo iba a llevar a encontrarse con Kurogane en un lugar no tan concurrido, en un horario no tan esperado y de una manera un poco diferente a lo planeado: justo bajo el chorro de agua caliente de las regaderas.

Con un par de hombres pecho peludo (literal) como acompañantes, Kurogane y Fai solo pudieron quedarse mirando… a los ojos, nada más a los ojos. Fai sabía que si echaba la vista un poco más abajo su propio cuerpo lo traicionaría, su mente le daría un golpe bajo queriéndose lanzar a los brazos del pelinegro y su boca estaría propensa a besarle… los labios; así que los ojos estaban bien, perfectamente bien. Eso sin contar que, fuera de la vergüenza de saberse desnudo por primera vez, la intensidad del nudo en la garganta al ver a Kurogane no lo dejaba pensar con claridad; no era vergüenza, sino culpa por desaparecer tanto tiempo cuando él fue quien acosaba a Kurogane desde un principio. Y es que con semejante mirada rojiza que lo dejaba más desnudo que su situación actual, Fai lo único que deseaba era echarse a correr… después de darle un rápido vistazo al panorama.

Por su parte Kurogane sólo quería matar a Fai, tal vez golpearlo si le entraba la consideración, pero de preferencia asesinarlo era su primera opción. Él tenía muy claro lo que quería (fuera muertes) y el comportamiento del rubio lo sacaba de quicio; si Fai no pensaba dejar las cosas en claro, ya tendría que hacerlo él. Kurogane no era un hombre de medias tintas, para él era fácil entender las cosas cuando estaban en blanco y negro, nada de diferentes tonalidades de grises, podía aceptarlas, pero siempre preferiría los extremos. Por eso esa situación de tira y afloja estaba acabando con su paciencia. Después de dos meses de no verse, creyó que Fai se había alejado para siempre; eso estaba bien si era su decisión, no le iba a reprochar. Obviamente se lo iba a encontrar en el club, sin problemas con ello, un saludo era más que suficiente. Pero esa jodida mirada de gato abandonado bajo la lluvia en medio  de la carretera que le dedicó nada más al verlo le hizo ver que de terminar con el jueguito de «yo te coqueteo con todo el descaro del mundo siendo un acosador profesional mientras tú me dejas» nomás no; al contrario, Kurogane no quería reconocerlo, pero hasta parecía que Fai llevó a otro nivel su estatus de acosador a algo con mayor profundidad con respecto a sus sentimientos. Por que sí, Kurogane podía ser todo lo huraño y amargado que quiera, eso no le quitaba ser un hombre observador y que siempre estaba al tanto de lo que pasaba a su alrededor, eso incluía a cierto rubio molesto que siempre lo esperaba después de ducharse y al cual le costaba trabajo dejar de mirarlo cuando se vestía. Única cosa que no había cambiado en eso dos meses: fuera de parecer gato asustado, Fai daba la impresión de resistirse a bajar la mirada a otro lugar que no fueran sus ojos.

Contra todo pronóstico ambos terminaron de ducharse en silencio. Fai fue el primero en cerrar la llave del agua, apenas secarse, ponerse una toalla alrededor de la cintura y salir de las regaderas con dirección a los vestidores; era suficiente con sentirse lleno de culpa para todavía agregarle el plus de estar desnudo, un poco de ropa le vendría bien para coger tantita confianza. Confianza que perdió antes si quiera de obtenerla al escuchar los pasos de alguien siguiéndolo, no eran de ninguno de los hombres que los acompañaron en las duchas, sólo podían ser de Kurogane. Vaya cambio de acontecimientos: de ser Fai quien lo acosaba la cosa terminó con Kurogane persiguiéndolo, desnudos, ambos. ¿Hablar o no hablar? He ahí el dilema, por eso Fai prefirió casi correr.

Llegó a los vestidores queriendo azotarle la puerta en las narices a Kurogane para que no entrara y lo dejara vestirse en paz, pero eso iba a ser más culpa añadida a la que ya traía de por sí; dejó la puerta abierta y fue directo a su casillero. Se mordió el labio, malditos nervios, o miedo por lo que iba a pasar; y por primera vez estando junto a Kurogane y solos en una habitación no pensaba en sexo.

Escuchó que la puerta era cerrada, unos cuantos segundos de jodido silencio y los pasos que se acercaban a él. Fai le daba la espalda, algo que ya no podía seguir haciendo. Poco a poco se dio la media vuelta, sólo tuvo tiempo de observar el cuerpo borroso de Kurogane, un fuerte y rápido movimiento hizo que casi se cayera.

Kurogane lo cogió de las muñecas y llevó sus manos hacia atrás, pegadas a la espalda. Fai en un principio se quedó quieto, sorprendido por su acción; no tardó mucho tiempo en reaccionar, intentó soltarse, sin embargo el agarre era demasiado fuerte ¿o en el fondo no deseaba alejarse? Dio un pequeño respingo al sentir que Kurogane se recargaba en él, cuerpo contra cuerpo, era consciente de la presión que ejercía. Bajó la cabeza para ocultar su sonrojo, si seguía así iba a tener una reacción muy evidente en su cuerpo y con la cercanía de Kurogane éste lo iba a notar. El ambiente se cargó de una tensión nerviosa, incitante, deseosa de saber hasta dónde eran capaces de llegar. Fai aflojó cada músculo de su cuerpo dispuesto a aceptar cualquier situación.

—¿A qué estás jugando? —preguntó Kurogane, su voz se escuchaba un poco molesta —Me vienes siguiendo desde que nos encontramos aquí, te metes en mi vida a la fuerza y luego huyes —dijo mientras aumentaba la presión entre ambos cuerpos. El sonrojo de Fai aumentó al sentir claramente en su bajo vientre las formas de Kurogane. ¿Era normal sentir tan «firme» el asunto?— Odio a la gente que no pude enfrentarse a sus problemas…

—Entonces soy la clase de persona que más detestas —interrumpió. Fai sonrió en todo su esplendor como siempre lo hacía al ocultar el miedo, la culpa y la decepción hacia sí mismo. Las palabras de Kurogane le habían dolido, mucho más de lo que podía reconocer porque sabía que eran verdad: se comportaba como un cobarde al perseguir algo que tanto deseaba y huyendo al conseguir una oportunidad mucho mayor. ¿Valía la pena arriesgarse cuando la posibilidad de sufrir el tormento de la decepción después era tan grande como la recompensa misma? Por eso en un principio sólo buscaba sexo, nada de romance o sentimientos que pudieran morir, nada de esas estúpidas complicaciones o las dudas que estaba viviendo.

Kurogane lo cogió del mentón con una mano, aún lo mantenía sujeto; estaba seguro de tener el completo control de la situación, fuera del hecho de ser más fuerte físicamente, era el hecho de tener la última palabra en la conversación junto al poder que ejercía en Fai. Era verdad que odiaba ese tipo de personas, en otro caso ya le hubiera roto la cara y una pierna desde el primer momento en que lo besó; pero a la vez los pequeños momentos en los que Fai parecía no importarle su mal trato, cuando hacía lo que se le daba su regalada gana y terminaba tomando decisiones por los dos, eran los responsables de que estuviera ahí reteniéndolo y exigiendo respuestas. Fai le parecía alguien inalcanzable, a veces cobarde a la vez que esa cobardía podía confundirse con libertad por sus acciones. Aspiró su aroma: fresco, ligero, con una ligera nota de ozono, como un fuerte viento que se antepone a la tormenta, antes de devastar tiempo y espacio, y la vez capaz de llevarse las nubes de tormenta muy lejos si así lo quería. Fai era ese momento de incertidumbre que podía llevarse el desastre o la calma. Y eso a Kurogane lo tenía fascinado.

Unos fuertes golpes seguidos de reclamos se escucharon a través de la puerta.

—Kuropipi, se van a enojar si no abrimos —Fai señaló hacia la entrada; ambos escucharon los reclamos de los que parecían ser los dos hombres que se quedaron en las regaderas—. Podemos hablar en otro lado, te prometo que ésta vez no huiré —concluyó sonriendo.

Kurogane lo observó sin creerle una sola palabra.

—¡Largo! —exclamó, no había sido un grito especialmente fuerte, pero sí lo suficiente para hacer callar a los hombres. Kurogane sospechaba que en el momento en que dejara ir a Fai posiblemente ya no cruzarían caminos. No sabía nada sobre él mas que era un acosador, gay, fastidioso y con una estúpida manía de llamarlo con estúpidos sobrenombres. No conocía su historia o sus motivos para ser un cobarde que, como el viento, llega, te roza impertinentemente hasta el más pequeño rincón; lo sientes como una suavidad refrescante o la potencia que te imposibilita moverte: a veces frío, a veces cálido, siempre estando ahí. Pero que nunca se deja agarrar. Parecía que le gustaba burlarse retozando alrededor de todos y a la vez alejándose, deslizando su presencia entre los dedos de aquellos que en un afán inútil anhelaban sujetarse a él. Kurogane exhaló, él era un inútil.

—No podemos estar aquí, sin dejar pasar a la gente. Es un lugar público, Kurotan.

—Aparte de cobarde, estúpido —dijo sonriendo con malicia. Fai se sorprendió al ver su expresión; una parte de él se sentía como una presa a punto de ser devorada, otra como un pecador que ha sido descubierto ante los ojos de su Señor, y una tercera como el amante que desea ser tomado. Fue cerrando los ojos conforme sentía el aliento de Kurogane acercarse a sus labios.

Bendito momento en que su destino se entrelazó con la sal de un mar indomable.

—¡Abran la puerta ahora mismo! —Una voz más autoritaria detrás de la puerta los interrumpió.

Maldito destino que siempre se interponía.

—Eh, no quiero terminar con esto, pero, tenemos que hacer lo que nos dicen —susurró Fai un poco frustrado. Sintió como Kurogane disminuía la fuerza con la cual lo sujetaba de las muñecas e inconscientemente trató de sujetar las caderas del pelinegro, pero no lo dejó; sin soltarlo completamente Kurogane le alzó las manos por encima de su cabeza y ladeó el rostro para acercarse a la oreja.

—Déjalos —dijo. Con sólo eso Fai soltó un leve suspiro, cada vello de su cuerpo se erizó, entre otras cosas.

Nuevos gritos y golpes más fuertes. Una venita se asomó en la frente de Kurogane. Se acercó a la puerta dejando a Fai con la duda de su preceder; abrió y sin palabras, sólo con la mirada asesina de alguien que se sabe capaz de matar a todos con el poder de sus ojos rojos, los silenció, a toda la panda de miembros, personal del club y hasta el dueño del lugar. Nadie se atrevió a reclamarle, todos se fueron silbando para encontrar alguna otra cosa más importante (y menos riesgosa en cuanto a su supervivencia) qué hacer, como ir a ver las florecillas del jardín.

—Wow, Kuro-sama, eso fue sorprendente —Fai aplaudía la increíble manera de dispersar una multitud en su contra, sin mediar palabra.

Kurogane azotó la puerta, el seguro se puso solito, venga, que le daba miedo la presencia del pelinegro. El ambiente se había relajado considerablemente.

—Ya no quiero tener sólo sexo contigo —habló Fai envalentonado por el cambio brusco de ambiente y tener a Kurogane de espaldas a él—. Tal vez sea egoísta, pero quiero todo de ti.

Fai, muerto de la vergüenza, pudo observar como los hombros del pelinegro subían y bajaban como si estuviera riendo, pero no escuchaba sonido alguno; lo vio darse la vuelta y acercarse a él. Hubiera sido bueno que tuviera la imagen mental de la expresión de Kurogane en ese momento, pero como siempre lo traicionaba su cuerpo, del rostro no le vio nada ya que, sin esperar, el pelinegro se quitó la toalla que descansaba en su pelvis y se acercó con pasos decididos, obviamente Fai le miró todo, menos el rostro.

Kurogane lo besó con fiereza, con todo el jodido repudio que tenía hacia la cobardía, con la inmensa y más jodida fascinación que por el momento no se atrevía  admitir, y por su personalidad: tosca y huraña. Kurogane no pensaba irse con rodeos, si Fai no pensaba decidir si se convertía en su tormento o en su calma, él lo haría caminar conforme a sus propios deseos. Se estaba comportando como un egoísta, culpa de Fai por ser un cobarde. Mientras lo besaba sonrió al sentir que intentaba abrazarlo, por ello, sin darle tiempo a reaccionar, lo empujó con el cuerpo completo hasta estrellarlo en los casilleros. El resoplido de Fai se combinó con el sonido de las puertas metálicas.

Fai lo observó confundido, asombrado y con una nota de enojo por la última acción, pero las cosas ya se habían dado y se dejaría llevar por la corriente hasta llegar al mar, ahí donde el aroma a sal de Kurogane podía atraparlo por cinco minutos o por toda una eternidad.

Los labios volvieron a unirse con mayor pasión, ya sin reservas, deleitándose con los deliciosos escalofríos que lograban cruzar sus cuerpos con algo que podía considerarse simple, pero que en ese momento y para ellos era un anhelo cumplido, un deseo incontrolable que podían realizar. Fai se deshizo de la única tela que llevaba, se abrió un poco de piernas para dejar que Kurogane metiera una de las suyas y así acercar sus miembros. Con ambas manos rodeó los penes que comenzó a masturbar. Los dos jadearon por esa acción. Sin esperar más tiempo Kurogane se apoyó en los casilleros y comenzó a embestir las manos que rodeaban ambos penes mientras que besaba y mordía toda piel a su alcance; por su parte Fai observaba la forma en que sus caderas se movían, el morbo de saber que sería penetrado con el mismo movimiento lo hizo correrse primero, seguido muy de cerca por el pelinegro.

Kurogane lo cargó del trasero; era ligero, demasiado para su gusto. Un pensamiento le atravesó la mente, se sorprendió por ello; besó a Fai en un intento por alejar esas ideas, no era propio de él. Llevando las manos por debajo de los muslos de Fai le impidió que lo rodeara con las piernas; no quería darle ni un mínimo de libertad, ansiaba destrozarlo a su antojo, dictando el camino que su placer debía seguir, lo iba a llevar por senderos inigualables bajo su completo control. Se sentó en la banca.

—Quiero ver como te preparas tú mismo —dijo, la voz ronca y contenida de lujuria le provocó un espasmo a Fai.

Utilizó la combinación de sus espermas como lubricante; su mano, detrás de la espalda, se abrió espacio entre las nalgas; soltó un gemino ante el primer dedo. Ninguno de los dos dejaba de mirarse, Fai se sentía completamente expuesto ante las órdenes de Kurogane; no sólo era el hecho de impedirle mover las piernas, acatar sus órdenes o sentir la suave molestia en combinación con placer en su espalda baja; era la mirada de Kurogane concentrada en su cuerpo desprovisto de ropa, era esa respiración errática por culpa del mismo Fai, el aroma a sal, a mar poderoso, indomable e intimidante, que a cada segundo aumentaba llenando sus fosas nasales de lo que Kurogane representaba; era esa orden y postura, la atmósfera, los dos desnudos, el momento, las promesas de placer, el hecho de estar ahí con él.

—No, ya no quiero esperar más… —Fai alejó sus dedos y trató de impulsarse para levantar las caderas, sin embargo el fuerte agarre en sus muslos no le daban opción de moverse. Kurogane sonrió como un depredador que gusta de divertirse con su presa.

—Aún puedes esperar —contestó apretando con mayor fuerza las piernas de Fai—. Muéstrame cómo te masturbas.

—Kuro-sama, después… Ahora, penétrame, fóllame, por favor… —Aunque sus palabras lograron excitar al pelinegro, algo en su tono de voz le molestó, era como si se estuviera rebajando, humillando para obtener lo que deseaba.

—Lo haré, no tienes porqué suplicar… —dijo cortante.

Las palabras de Kurogane lograron adentrarse muy en su interior; no tenía porqué suplicar, pero ver la mirada rojiza de Kurogane, su voz para él claramente molesta, la fuerza con la que presionaba sus muslos, no en la palma sino en la punta de los dedos fueron los desencadenantes para saber que todo ese tiempo, los días de acoso, las noches perdidas en sueños, los pensamientos, los orgasmos, todo lo que conllevaba a Kurogane y lo ponía a su misma altura era por los dos. Nada de un egoísta deseo o una necesidad compulsiva. Era un destino de sal entre oleadas de un mar de placer.

—Kuro…gane… mírame —dijo entre exhalaciones de caliente aire. Abrió todo cuanto pudo las piernas para mostrarse como con una mano se masturbaba y con la otra tocaba su piel en las zonas marcadas con los dientes del pelinegro. Dejó salir los jadeos contenidos; cogió al confianza que Kurogane siempre le dio y que no había querido tomar, para hacerla suya y darle el valor de abrirse y mostrar su verdadero yo.

Sobra decir que Kurogane sintió el cambio, logrando captar lo jodidamente excitante que Fai podía ser con el simple hecho de ser él. Los vellos de su nuca se erizaron, los músculos de su cuerpo se tensaron en pequeños espasmos de un agradable vacío, que sería llenado con el placer de un próximo orgasmo. La promesa de ello lo hizo jadear. Una parte de él quería lanzarse a sus labios, dejarlos hinchados y rojos a la vez que deseaba seguir observando el espectáculo. ¿Cómo era posible que Fai lo dejara sin aliento con sus suaves gemidos? El movimiento de su mano le acarreaba exquisitas sensaciones a su propio sexo; se le antojó ayudarlo con ese torturante vaivén; el sólo hecho de imaginarse a sí mismo entre las piernas de Fai oliendo su vello rubio y probando el sabor de su pene así como de sus testículos fue el parte aguas para que su propio libido se volviera loco.

Casi como un animal guiado por su instinto lo soltó de los muslos y lo recargó en la banca. Sujetó ambos tobillos para alzarle las piernas y tener el espacio que necesitaba. Quería penetrarlo duro y firme, moverse hasta vaciarse en su interior y calmar los deseos que el cuerpo de Fai, Fai mismo, lo hacía tener. Y con todo ello deseaba más que nada ser testigo de la expresión perdida en placer de Fai, escucharlo gemir y pedir por más, retorciéndose sin control.

—Voy ha hacer que te desmayes del placer —prometió seguro de cumplir sus palabras.

—Es lo que estoy esperando, Kurotan —dijo sujetándose de la orilla de la banca, estaba más que preparado y deseoso de recibirlo en su interior.

Kurogane lo tuvo que soltar de una pierna para guiar su miembro a la entrada del rubio. En seguida sintió la succión, tan húmeda y caliente; trató de relajar los músculos o si no sería capaz de prácticamente violarlo, bien sabía que ante la virginidad de Fai debía de irse con cuidado. Se concentró en su rostro, no quería perder detalle de las expresiones que ponía: nervios, expectación, susto, dolor, placer, un mar de sensaciones… un goce de emociones en su propio pecho.

Sus caderas chocaron. Ambos cerraron los ojos para mantener a flote el control que aun tenían. Kurogane le mordió un tobillo con delicada rudeza.

—¡Kuro-sama, muévete rápido! —exigió ante el dulce dolor. Extendió sus manos para tratar de alcanzarlo. Al ver como los párpados del pelinegro dejaban a la vista las pupilas rojas Fai sonrió suplicando por tomarlo de los labios. No era una súplica como la anterior, en ese momento ambos sabían que iban a disfrutar.

—Gato desesperado —murmuró inclinándose hacia el frente. Amén de la buena flexibilidad de Fai que le permitía mantener sus piernas sobre los hombros mientras lo besaba con desesperación.

Kurogane impulsó la cadera en un rápido movimiento hacia arriba y se dejó caer sobre Fai quien cortó el beso para jadear. Eso había sido doloroso y muy íntimo; fue una sensación extraña el tener el pene de Kurogane saliendo y entrando de su cuerpo. Estaban teniendo sexo, algo tan maquinal como mágico, pero era Kurogane quien se movía en su interior, era su pene el que se abría paso entre sus entrañas… eran ambos los abrazados que se besaban y formaban uno irradiando placer, sintiendo el calor entre ellos.

—Me gusta como hueles —dijo Kurogane entre las estocadas cada vez más veloces. Fai no contestó, no podía hacerlo; esa declaración fue un golpe a su excitación ya alterada, estaba a punto de correrse y apena la faena había comenzado.

Saber que compartían el mismo gusto, la misma debilidad, darse cuenta que a los dos les fascinaba el aroma del otro, era algo simple, insignificante para los demás y ala vez era algo tan importante para Fai que se aferró con más fuerza a la espalda de Kurogane, sin pensar en dejarlo ir, sin creer en esas dulces palabras minimalistas que alteraban cada célula de su cuerpo.

Aroma fresco, a sal, a sexo, lo hizo arquearse al sentir como su punto máximo de placer era golpeado; encogió los dedos de los pies, clavó las uñas hasta hacer sangrar.

—Kuro-sama… Kurogane…

Con cada susurro de su nombre disfrazado de jadeo Kurogane aumentó la velocidad, la potencia en sus caderas; el placer en su bajo vientre que lo obligaba a mover de esa manera tan desesperada su pelvis era casi comparable con el gozo de ver esas expresiones de placer puro. No sabía el porqué del cambio tan drástico en Fai al abrirse completamente a él o el momento de dejarse llevar por el movimiento de sus caderas. Pero qué importaba, verlo disfrutar era delicioso, sentir su calor asfixiante y húmedo la gloria. Así que se movería más rápido; si tanto lo había acosado le daría una razón para quedarse… o muchas más razones.

Esa tarde Kurogane se corrió cinco veces, y ambos perdieron la cuenta de las veces que Fai manchó sus vientres.

 

—IX—

 

Fai abrió los ojos, jodido sueño que había tenido. Se recargó en los codos y despejó su cara del flequillo rubio, miró el reloj, aun era temprano. Bostezó y se dio la vuelta en la cama para quedar boca arriba, levantó la sábana y, como supuso, tenía una enorme erección mañanera. Doble jodido sueño que había tenido.

Sonrió feliz de la vida, se giró a un lado de la cama y abrazó la espalda de quien dormía con él. Aspiró el aroma de su nuca. Grave error, eso repercutió directamente en sus partes nobles.

Pero qué importaba. Podía tener todos los sueños húmedos que su mente deseara recrear, para él ya no era un problema. Ya no más… Fai se recargó en su brazo al escuchar un gruñido de pocas pulgas; ese sonido era lo mejor que podía oír cada mañana.

—Buenos días, Kuro-sama…

Notas finales:

[1] Dango Daikazoku es el ending de Clannad

[2] Sí, ya sé que no tengo perdón de dios al  volver un niño a Mokona, a mi favor diré que me fue imposible añadirlo en una historia que no tiene magia y/o fantasía, tuve que humanizarlo… pueden golpearme por eso xD Pongo «niño» usando el termino genérico, ustedes pueden verlo en el sexo que más les guste, niño o niña n.n

[3] No es relevante para la historia, pero no pude resistirme en poner a Tomoyo como hermana de Kurogane xD

 

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Esto es lo más largo que he escrito en mi vida, no lo vuelvo a hacer. Y por un laaaaargo tiempo me alejaré del KuroFai. Necesito despejar mi cerebro -_-

Gracias por leer.

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¡Me largo a mi zona de confort!


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