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7 Días enlazados por Mei027

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Notas del fanfic:

Si se encuentran al tanto de mis demás historias reconocerán diferentes personajes que participan en mis otras obras. Sin embargo nada de ello interfiere en la trama central de este relato.

Espero que la disfruten :)

Besitos y abrazos♥

Notas del capitulo:

Hola holaa! Hace unos cuantos meses borré todas mis historias por un hackeo en Amor Yaoi. Pero decidí volver♥ A todas las personas nuevas que me leen por primera vez paso a presentarme: Me llamo Mei y escribo homoerótica hace unos cuatro años♥ Espero que disfruten mis historias y realmente les agradecería que me hagan saber sus opiniones :) Me ayudan a fortalecer cada aspecto de lo que escribo.

Saludos.

Mei♥

Septiembre del 2015


No lo podía creer. Si algo detestaba David de su persona era la capacidad de perder todo lo que le pertenecía hasta en su propia casa. Los botines ¿Dónde carajo había dejado sus botines? Por si fuera poco su madre, padre y hermanos padecían de esa manía. No era la primera vez que David estaba a punto de llegar tarde a un entrenamiento de fútbol por buscar la ropa adecuada. Tampoco era la primera vez que indagaba en la habitación de su hermana para dar con sus zapatillas. Sí, de su hermana. Aunque todo en ella fuera rosa y pequeño. A su madre le parecía que un par de botines de numero 43 encajaban a la perfección en el cuarto de una niña de ocho.


En 17 años no fue capaz de cambiar aquel mal hábito y David sabía que tampoco el milagro iba a suceder. Para sus nervios ya colapsados el ruido de la puerta retumbó por toda la casa. Entonces lo supo. Solo un imbécil, histérico del tiempo puntual podía golpear de aquella forma tan desaforada. Ese solo podía ser Federico. Uno de sus amigos del barrio. También su vecino, uno de los tantos. Quien tenía 20 años y por ende los distanciaban tres. A pesar de la diferencia se llevaban bien. Tampoco era que se trataban de los mejores inseparables. Solo que desde siempre habían jugado fútbol y de vez en cuando entrenaban juntos.


Observó su reloj de pulsera y chasqueó su lengua fastidiado. Claramente su amigo tenía razón si le soltaba un repertorio por su deplorable consciencia frente a los horarios. Eran las nueve cuando encontró las zapatillas deportivas en la habitación de sus padres, dentro de los cajones de su madre. Esa mujer era la distracción personificada. No lo pensó más y se los calzó de una vez. En unas cuantas zancadas ya se encontraba abriendo la puerta. De igual modo su casa era todo, menos, inmensa. Ciertamente pequeña para cinco personas.


-Hijo de puta –dijo Federico a modo de saludo y lo observó con sus ojos grises y carentes de expresión a su amigo –Salí a las ocho y media de la facultad y en menos de veinte minutos ya estaba listo ¿Tanto te cuesta organizarte? –inquirió y asesinó los ojos almendra de David. Sabía por la respiración agitada, el cabello castaño revuelto y el cuerpo apenas sudado que sin duda había perdido sus prendas por toda la casa.


-Ey, ey no te enojés –le sonrió David y le dio un manotazo a la cabellera rubia y ondulada de su responsable amigo –Solo me hacía rogar –bromeó y sintió como Fede le dio un leve codazo en sus costillas.


-Como todo señorito –comentó y le guiñó un ojo a su amigo para luego deslizar su vista por el cuerpo entrenado, casi tan alto como el suyo, de David.


-¿Ya querés serle infiel a Bruno? –preguntó sugerente. David se trataba de una de las pocas personas que se encontraba al tanto de la homosexualidad de Federico. Hace unos meses atrás había compartido con él aquel secreto por el hecho de ser una persona que no formaba parte de su círculo íntimo y porque a su vez Fede lo consideraba alguien confiable.


-En realidad no soy infiel porque no somos nada –zanjó la cuestión. Ciertamente aquello así era. Bruno no se trataba de alguien que dispusiera de un título en su vida. Solo era un chico, que también asistía al mismo Club, el "Sindicato de comercio", y que para su suerte era gay.


-¿Y cuándo pensás formalizar las cosas? –inquirió David con una media sonrisa y su ceño levantado, con la esperanza que a través de aquellos gestos lograse incomodar a su estático amigo. Lo cierto era que aquello jamás sucedía.


-No lo pienso hacer.


-¿Por qué no? –inquirió –Lamento decirte que no vas a tener oportunidad conmigo –arremetió divertido.


-Primero, no me interesa Bruno para algo más. Segundo, no espero eso bonito... -enumeró para luego guiñarle un ojo al chico –Tercero que hoy cuando salía de "Historia Argentina" lo crucé al tipo que te comenté la otra vez y ahora sé cómo se llama –le dijo cómplice a su amigo mientras recordaba que efectivamente ello había ocurrido cuando concluía una de sus clases en el Profesorado de Historia.


-¿Cómo se llama? –preguntó divertido taladrando con sus ojos al rostro del chico.


-Jeremías –respondió monocorde.


-¿Y? ¿Qué vas a hacer? ¿Lo vas a hablar? ¿Sabés que estudia? –preguntó David porque se hallaba al tanto que si no le cuestionaba cada cosa que quería saber, su amigo de pocas palabras nada le relataba.


-No voy a hacer nada. En eso que dijeron su nombre también hablaron algo de la novia, por ende es hetero –explicó Fede y observó la expresión desilusionada de su amigo. Realmente a David no le desmoralizaba que el tipo que le interesaba a su amigo fuera hetero, sino con la poca emoción que Federico relataba sus mierdas –Ah... y estudia Profesorado de matemáticas –concluyó con el cuestionario.


-Que aburrido que sos –opinó David -¿Así qué no pensás hacer nada?


-En realidad me interesa más de lo que debería pero que se le va a hacer –explicó con su acostumbrada lógica fría –No pienso romper mi regla.


-¿La de nunca meterte con heterosexuales? –inquirió David rememorando el dogma que su amigo una y otra vez le recordaba cada vez que éste comenzaba a mencionarle cada chico que podría estar con él.


-Exacto.


-¿Por eso no esperás una oportunidad conmigo? –cuestionó con gracia.


-Por eso mismo –dijo y ambos rieron con ganas antes de entrar al Club Sindicato de Comercio.


Atravesaron la extensión húmeda y grande de césped. Un césped que crujía bajo sus pies de forma aguada. Las nueve de la noche y en pleno septiembre solo podían presagiar pocas cosas y aquellas eran lluvias y una primavera que ya era inminente. Entraron en la pequeña cancha que el club disponía para los partidos de fútbol con cinco jugadores. Dada la hora el resto de los integrantes y el profesor ya se encontraban ahí.


-¡Qué raro llegando tarde! –comentó de forma irónica un joven rubio de unos veinticuatro años y gran porte deportivo.


-Perdón profe se nos hizo tarde –se disculpó David.


-¿Cómo lo justifican? –preguntó Agustín Gambandé, el joven profesor de los chicos del Sindicato de Comercio.


-El señorito perdió sus zapatos para ir al baile –comentó Federico a lo que el resto del equipo rió con ganas.


-Bueno basta... asómense ustedes dos que tenemos que hablar antes de ponernos a entrenar un poco –ordenó para luego indicarles la ronda en la que Camilo, Gonzalo y Marcos, los demás integrantes del equipo, se hallaban sentados.


-Yo sé que ellos tienen mejor defensiva que nosotros pero podemos compensarlo con nuestra ofensa –sugirió Camilo el centro izquierdo del equipo, un joven de 19 años moreno de estatura media y ojos marrones.


-Y además que Fede es mucho más alto que Leopoldo –acotó Gonzalo de 21, quien se trataba de un chico castaño, de ojos verdes y que ocupaba el puesto de defensivo derecho.


-Pero no te olvides que Simón y Bautista son igual de altos que Federico y muy buenos defensores –le recordó temeroso Marcos de 16, castaño y de grandes rulos marcados en su cabeza. Su temor se debía a que él formaba parte de la defensiva de su equipo al igual que Gonzalo.


-Justamente defensores –puntualizó Gonzalo.


-No se confíen chicos. Simón y Bautista muchas veces ayudan a Micaél con la ofensa –les advirtió Gambandé acercando un plano al centro de la ronda. Un cuadro que disponía de las posiciones de cada equipo y que formaciones utilizaba cada uno de ellos.


-Estupideces –soltó David y tomó rápidamente aquel plano para hincar con fuerza su dedo en la zona donde se hallaba dibujado el grupo del club Deportivo Esgrima –Primero que nada, ellos no funcionan como equipo. Los cinco son excelentes jugadores pero muy individualistas. Además nosotros somos un todo y dos en la ofensiva –remarcó David dado que no solo Camilo se encontraba en aquella posición sino que él también pero del lado derecho –Simón y Bautista pueden ser muy versátiles pero el ego de Micaél contrarresta las habilidades de esos dos.


-Me gusta esa confianza David, pero no creo que sea conveniente subestimarlos. Desde hace tiempo que son primeros en este campeonato. Ustedes por otro lado tienen que cortar con esa racha de salir segundos. Están y estamos cerca pero justamente por eso no tenemos que confiarnos –les advirtió serio el profesor Gambandé sin quitar sus ojos del dedo de David que se posaba en el pequeño círculo con el nombre Micaél.


Lo cierto que a pesar de la confianza que David pretendía impregnar a todo el equipo, los seis temían por el resultado. Todos eran conscientes de con quienes se enfrentaban. Los eternos rivales de siempre. No solo de ellos sino que el antagonismo del Club Sindicato de Comercio con el carísimo y elitista Deportivo Esgrima siempre se trató de un gran espectáculo que su barrio disponía. En su ciudad de unos 400 mil habitantes se acostumbraba a un club por barrio pero en el suyo a falta de uno existían dos. Dos que disponían de un odio y fiera competencia de generación en generación.


El Sindicato de Comercio siempre había representado a la clase media de ciertos sectores populares de aquella zona, mientras que el Deportivo Esgrima les daba lugar a los señores feudales de la ciudad. Ello se notaba. En la estructura del lugar y en la inversión que este disponía en cada uno de los juegos que se practicaban dentro de aquella institución. Sin embargo lo que el Esgrima disponía de inversiones y grandes talentos, al Comercio le sobraba gente apasionada por el club. No importaba como pero este último siempre se las arreglaba para llegar a las últimas instancias de cada certamen al que se presentaba. Sin embargo perdía de forma constante con su antagonista habitual.


En aquella oportunidad no solo estaba en juego el orgullo, sino también el tema económico. El partido que debían jugar al otro día representaba grandes beneficios. El grupo que se quedara con el triunfo de aquel encuentro lograría llevar a cabo el Campeonato de Primavera por completo en su cancha, en sus instalaciones. Cuatro meses de competencia donde jugarían los equipos más importantes de la provincia. Ello significaba que todos los beneficios económicos que obtuvieran se los quedaría el Club local. El Sindicato de Comercio necesitaba ese dinero, cosa que el Esgrima tenía y de sobra solo por lo que sus asociados aportaban cada mes.


-Creo que vamos a poder. Yo estoy seguro de eso –puntualizó Camilo y les brindó una sonrisa a todos.


-Por supuesto que sí –aseguró David y se sumó al gesto de su amigo.


-¡Me gustan esos ánimos chicos! ¡Esa es la actitud que quiero ver! –celebró el profesor para luego incorporarse y alentar a que todos lo hicieran –Así que vamos fórmense uno atrás del otro para patear al arco. Federico te quiero bien atento ¿Sí?


-Sí Agus.


-¡David y Camilo quiero que lo ataquen por todos los ángulos! ¡Amaguen rápido y despístenlo! Justo eso es lo que le falta a Micaél –les explicó eufórico el joven y todo el equipo supo que aquel se trataría de un entrenamiento duro.


***


Solo un poco más. Ello se dijo una y otra vez Micaél, o Milo como sus amigos acostumbraban a decirle. Quitó la transpiración que se escurría por su frente de un manotazo y aprovechó aquel movimiento de su muñeca para observar el reloj. Las ocho y media. Eso significaba que hacía más de dos horas que se encontraba entrenando. Milo era obsesivo con cada cosa que se proponía y más si ello representaba arruinar a los Comerciantes. Sabía que iban a ganar. Estaba convencido. Aun cuando aquel partido decisivo debían jugarlo en territorio enemigo. Lo ideal para él y los demás bestias de su equipo hubiera sido jugar aquello en el Esgrima pero sabía que la victoria la iban a tener igual. Por las buenas o por las malas.


-No te exijas –le dijo Leopoldo, un joven de 20 años, arquero del equipo de fútbol cinco del Deportivo Esgrima. Restregó con fuerza ambas palmas de sus manos. A pesar de cubrirlas con guantes estas le ardían.


Su amigo sí que podía ser un animal cuando se lo proponía. Sabía que Milo jamás escuchaba cualquier opinión y menos si contradecía lo que éste pensaba. Por ello Leo se puso en guardia al notar la figura alta y atlética de su amigo tomar carrera para patear nuevamente con excesiva fuerza. Por suerte estaba al tanto de la personalidad del chico y no porque este fuera su amigo, sino por el simple hecho de ser su compañero en aquel deporte desde hacía más de cinco años. Por ello Leopoldo se estiró a su derecha pero le fue imposible arrebatar aquel tiro. Ese gol formó una sonrisa suficiente en el rostro de Micaél. Los ojos azules de Milo nunca se vieron tan triunfales.


-Demasiado lento –dijo el castaño y observó victorioso a Leopoldo, el arquero del grupo, que en aquel momento se hallaba bañado en sudor. Sudor que tornaba más oscuro su pelo de un colorado intenso.


-Estoy algo cansado Milo. Quiero descansar hasta que llegue el resto –soltó Leo para luego desplomarse en el piso hasta quedar completamente tendido sobre el y notar la presencia del único centro del equipo arrojarse a su lado.


-Creo que te exigí demasiado hoy ¿no? –inquirió y le dedicó una sonrisa fatigada a su compañero. 


-Lo que pasa es que hoy a la mañana también entrené un poco y vengo con un cansancio acumulado –sonrió mientras sentía como el aire de su pecho salía a borbotones, al igual que Milo que se encontraba agitado –¿Tu hermano viene hoy? –preguntó Leo ya que le parecía raro que el mellizo de Milo no llegara junto con él.


-Le dije para venir antes pero se quedó con su novia un rato más –le explicó y rememoró el momento donde efectivamente Vicente salió de su casa a eso de las cinco de la tarde para verse con Luz.


En nada se parecían, al menos en esencia porque para desgracia de Milo con su hermano se trataban de dos gotas de agua. Los mellizos de 18 años en lo único que podían diferenciarse era por un tatuaje que daba gracias a Dios, Vicente se había hecho. Se trataba del símbolo de géminis en la muñeca. Dos gemelos que para Milo no eran más que la peor ironía. Sin embargo a pesar que su hermano era un vago e irresponsable lo amaba y lo defendía como fuera. Todos sabían que si Vicente ocupaba el lugar de defensor centro no era más que por el solo hecho de ser el hermano de uno de los mejores jugadores que tuvo el Esgrima en fútbol cinco y ese era Micaél.


-¿Va a llegar para las nueve? –inquirió Leo porque estaba seguro que si no venía con Milo era imposible que Vicente cumpliera horarios.


-Esperemos que si –dijo Micaél y al instante la puerta del gimnasio se abrió. Se giró esperanzado de que aquellos pasos fueran los de Vicente pero se trataban de Bautista y Simón.


De los cinco integrantes del grupo aquellos dos jóvenes eran los únicos que podían considerarse amigos, una vez fuera de la cancha y de las inmediaciones del Deportivo Esgrima. Ambos de 18 años, de cuerpos grandes y medidas altas se trataban de los defensores laterales del equipo. Bautista el típico rubio, de ojos celestes y Simón moreno y de profundos y soberbios ojos azules. A su vez iban juntos a la escuela por ello su relación iba más allá de lo deportivo.


-¿Qué cuentan? –saludó Simón cuando llegó hasta donde se encontraban Milo y Leo.


-Micaél me mató –respondió Leopoldo y el castaño a su lado rodó sus ojos indignado.


-Es un exagerado. Recibí tu mensaje para venir antes pero estás muy loco sí pensabas que iba a estar acá a las seis de la tarde –dijo Simón a Milo –Salí a correr a eso de la cinco de la mañana antes de ir a la escuela. Más de eso no me pidas –le explicó y observó como este dirigió su autoritaria mirada a Bautista.


-Estuve ocupado –dijo Bauti y no pensaba decir nada más. No tenía ganas de estar dos horas antes del entrenamiento y punto. Aquel tipo no lo iba a obligar.


-Perfecto –ironizó Milo y se incorporó para luego tomar la pelota y pateársela a Simón –¿Una picada antes que venga el profesor?


-Sí –asintió Simón y observó a Bautista que en aquel momento se hallaba de peor humor que de costumbre. Sin embargo pensó que no hacía falta centrarse en sus dramas. Si tenía ganas de hablar sabía que podía hacerlo con él y con los demás también -¿Te sumás?


-No.


-Bien –respondieron al mismo tiempo Simón y Milo mientras el rubio se arrojó al suelo junto con Leo que continuaba sin reponerse del entrenamiento que minutos antes había compartido con Micaél.


Permanecieron así hasta que llegó el profesor. Héctor Molinari, se trataba del entrenador encargado de ejercitar y supervisar a todos los equipos de fútbol del Deportivo Esgrima. De unos treinta años, moreno y con el típico bronceado que todo deportista disponía por pasar largas horas de entrenamiento bajo el sol. Una vez que este puso un pie dentro del gimnasio desplegó un plano que simulaba una cancha con diez puntos dispersos en toda la hoja. Por si fuera poco en esta se materializaban flechas, anotaciones en cada círculo y diferentes palabras que señalaban las tácticas de juego y los puntos débiles y fuertes de cada integrante de los comerciantes.


-¿Se dan cuenta cuál es la clave? –inquirió el profesor observando uno por uno a los integrantes.


-David –puntualizó Milo –David es la clave del equipo. Si lo bloqueamos a él tenemos prácticamente el partido ganado. Por eso Simón y Bautista tienen que marcarlo como sea, aunque eso signifique descuidar la defensa pero en ese caso Vicente me pude ayudar –explicó para todos.


-¿Dónde está Vicente? –preguntó Héctor de malhumor.


-Tenía unas cosas que hacer –lo justificó Milo y pateó disimuladamente a Leo que lo miró significativo a sabiendas de su mentira.


-¿Qué piensan ustedes dos? –preguntó el profesor a los defensores que si se encontraban presentes.


-Pienso que Milo tiene razón –opinó el moreno.


-Yo también. Los demás son unos inútiles –dijo Bautista –Pero hay que admitir que su arquero es bastante hábil –reconoció.


-Atáquenlo por la izquierda –recomendó Leo –me fije en los últimos partidos que jugó y los goles que pudieron meterle siempre fueron por ese lado. No intenten ni por arriba y ni por abajo.


-Perfecto. Gracias Leo –dijo Milo.


-Muy bien chicos. A entrenar –sentenció el profesor y comenzó a aplaudir para movilizar de una vez a los esgrimas – ¡Mañana vamos a humillarlos en su propia cancha! –gritó a lo que todos celebraron con ganas aquel comentario efusivo.


***


David observó por la ventana de la cocina antes de salir al exterior. Las seis de la tarde y llovía sin parar desde que había iniciado el día. Una mierda, pero agradecía que su club tenía su campo de juego bajo techo. La del Deportivo Esgrima era mucho más grande y cómoda pero se hallaba fuera. Con este tiempo hubiera sido imposible jugar. Ya que no solo llovía sin parar, sino que el ambiente era de tormenta. David escuchó los acostumbrados y escandalosos golpes en su puerta y sonrió satisfecho, esta vez sí se encontraba listo justo a tiempo.


-¡Ajá! Venías directo a retarme. No lo pudiste hacer –celebró David al rostro impasible pero algo divertido de Federcio.


-Dale imbécil que con esta lluvia no sé cómo vamos a llegar.


-De verdad que cada día te estás volviendo un poco más puto amigo –soltó con gracia David –Vamos caminando no seas llorón. Son solo un par de calles –dijo y tomó la manga de su amigo para salir pitando de la entrada de su casa.


-¿Viene alguien a verte? –preguntó Fede mientras corrían todo lo que sus piernas podían y la lluvia empapaba su rostro y cuerpo. Sin embargo su persona se hallaba más mojada por hacer unos pasos demás hasta llegar a la casa de David.


-Sí, mis dos hermanos y mi papá pero tienen que esperar a que este pase a buscarlos después del trabajo –le explicó a los gritos -¿A vos?


-Unos amigos y Bruno –dijo.


-¡Eso Galán! –lo molestó David a lo que su amigo sin dejar de correr le dio un codazo en sus costillas.


Federico estaba a punto de soltarle algún que otro comentario a su amigo cuando apenas unos metros antes de llegar a la entrada de su club un auto pasó por su lado y con ello provocó una ola inmensa al pisar un charco. Aquella maniobra los mojó el triple de lo que las tres calles que habían recorrido lograron hacerlo.


-¡Qué lluvia! –les gritó alguien que había sacado la cabeza por la ventanilla. Un grito completamente dirigido hacia David y Federico. Lo que no sabían ambos chicos cuál de los dos mellizos era el responsable.


-Micaél –aseguró David desfigurado por la lluvia y la rabia.


-¿Tenía el tatuaje? –preguntó Federico quitando su cabello empapado que tapaba por completa su cara.


-No. Por eso.


-Ay pobrecitos. Se mojaron tanto –dijo uno de los defensores del Esgrima que había aparecido delante de ambos chicos de la mismísima nada. Una vez que este retiró su amplio paraguas supieron que se trataba de Simón.


-Tomen mi paraguas chicos –ofreció el otro joven que se hallaba al lado del moreno y taladró con sus aguados ojos color celestes las figuras empapadas de David y Federico. Antes que estos fueran capaces de retrucarles algo, Bautista acercó su sombrilla para abrirla y cerrarla rápidamente delante de sus caras y así salpicar más agua.


-Hijos de puta –se exasperó David dispuesto a romperles las caras pero Federico lo tomó con fuerza por el codo. 


-Ni te gastes.


-Guarden toda esa bronca para cuando les ganemos –dijo Bautista y antes de girarse le dio una fuerte palmada en la cara a Federico que le dejó a este ardiendo la mejilla.


-Ignoralos David –puntualizó inexpresivo el rubio presionando con mayor fuerza el brazo de su amigo que al observar aquella cachetada que él había recibido parecía dispuesto a abalanzárseles. 


A Federico le costó mucho trabajo sosegar a su amigo y vecino. Apenas llegar a los cambiadores el castaño comenzó a quejarse de aquellos imbéciles con los demás integrantes. Agradecían el hecho de guardar ropa demás en sus mochilas impermeables. Por lo que pudieron ponerse vestimentas secas y limpias que llevarían puestas para jugar.


-David tenes que controlarte. Ellos van a hacer ese tipo de cosas para provocarte. Juegan bien pero juegan sucio y eso nosotros lo sabemos –lo reprendió Camilo.


-Pero tampoco podemos permitir que hagan ese tipo de cosas –se quejó el chico.


-Sí no se enojó Federico menos tenes que enojarte vos –le aconsejó Gonzalo.


-Además que ellos siempre hicieron ese tipo de cosas –le recordó Fede que continuaba cambiándose –Es solo cuestión de acostumbrarse. De última podemos devolverle los favores una vez que termine el partido.


-Eso es verdad –dijo Marcos.


-Bien chicos en cinco minutos los quiero listos –los alertó Agustín que entró a los cambiadores pero apenas hacerlo notó el ambiente tenso -¿Qué pasa? ¿Ey por qué esas caras? ¡Están por jugar una final que puede darle mucho beneficio al club si ganan!


-Es que Micaél los mojó a David y a Fede con su auto cuando estaban por entrar al club –le explicó Gonzalo al profesor mientras David continuaba con el rostro malhumorado ordenando sus cosas y Federico impasible atando sus cordones –También Simón se les burló cómo siempre y Bautista le pegó una cachetada a Fede.


-Ay chicos no sean llorones. Es solo agua, por lo que veo sus egos están bien y Federico sigue teniendo intacta su cara –dijo Agustín tomando el mentón del rubio para observar bien el rostro de este.


-Es lo que yo le digo a David –dijo Federico.


No se habló más del tema y todos sabían que por más lamentos no podían cambiar las personalidades de sus enemigos. Aquello era una estupidez por ello se animaron entre todos. Agustín tenía razón estaban jugando una final que si la ganaban podían obtener grandes cosas para su humilde y precario club. Se alentaron todavía más después del precalentamiento y notar como poco a poco las gradas comenzaban a llenarse más y más y para la felicidad de todos ellos de caras conocidas. Debían ganas. Podían ganar y estaban convencidos que lo iban a hacer.


-¿Para qué estás haciendo eso? –preguntó Milo a su hermano que vendaba su muñeca para luego tomar la suya y hacer lo mismo –Los números en nuestra camiseta nos delatan idiota.


-Pero ayuda a la confusión. A la suerte también hay que buscarla –dijo Vicente y le guiñó un ojo a la figura idéntica de sí mismo que lo miraba confundido.


-No te entiendo pero supongo que sabés lo que haces ¿Verdad? –preguntó Micaél y le sonrió malévolo.


-Claro.


-Los idiotas ya están en la cancha ahora nos toca salir a nosotros –les informó Simón a los dos hermanos para que se acercaran hasta donde el resto se encontraba.


-Perfecto –dijeron Milo y Vicente a la vez y se sumaron a Bautista y Leopoldo junto con Simón.


Apenas salir de los cambiadores que los comerciantes le asignaron el ambiente festivo y de competencia llenaron los oídos de aquellos cinco intrusos y los demás jugadores que se encontraban en la banca como suplentes. En las gradas se hallaba muchísima gente. De un lado impregnado por el color azul que era el correspondiente del Deportivo Esgrima y del otro rojo que se trataba del correspondiente para los locales.


-¡Hola! –saludó alegre e hipócrita Vicente a los cinco chicos vestidos de colorado que ya se encontraban en el centro de la cancha. Por supuesto que ninguno de ellos le devolvió el saludo.


-Parece que a los comerciantes no les enseñaron modales –comentó con una tristeza fingida Milo.


-Parece que ustedes con el tiempo se vuelven más estúpidos –le devolvió el comentario David con el ceño elevado y una sonrisa ácida en sus labios.


-Ahí se supone Simón que deberíamos reírnos del ingenioso comentario de Deivi –dijo Bautista a lo que su amigo rió con ganas. Pero como notó que ninguno de los comerciantes pareció afectado arremetió con mayor cizaña -¿Y a vos cómo te quedó la cara?


-Muy bien. Mejor que la tuya –puntualizó Federico sin mover un solo músculo de su rostro y con su mirada despectiva fulminando al tipo ese.


-Y eso que ni si quiera lo tocaste amigo –celebró David para chocar la palma de Federico con la suya.


-Exacto.


-A vos tendríamos que cagarte a piñas David para emparejártela –opinó con malicia Micaél –Tampoco que vas a tener que esperar mucho, cuando termine el partido te hacemos el favor –concluyó para luego alejarse a las risas con su grupo y esperar la llegada del árbitro que efectivamente dio la señal de que iniciaba el partido.


-Dejalos David. Les vamos a ganar –le aseguró Federico al chico que parecía a punto de explotar.


-Por supuesto –dijo y observó con una sonrisa convencida a los demás integrantes que le devolvieron el gesto. Lo harían. Se juró que lo harían.


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