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Amor en la catedral por deathotel22

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Notas del fanfic:

este fic esta basado un poco en la canción hijo de la luna y otro poco en el jorobado de Notre Dame, mezclados dieron como resultado esto... espero que les guste!!

Notas del capitulo:

este cap es un pelin largo, espero que les guste

Cuenta la leyenda que hace 18 años en Francia una gitana utilizó sus embrujos para cautivar a un capataz. El joven quedó prendado de ella en cuanto la vio y a pesar de las advertencias de sus amigos y familiares más cercanos, acerca de los peligros que implicaba relacionarse con una mujer de este tipo, el joven capataz hizo caso omiso.


Unos días después de conocerse se unieron en matrimonio. Los amigos del joven capataz al enterarse le dieron la espalda y muchos maldecían su unión- son cosas del diablo- cuchicheaban entre sí, cuando los veían pasar tomados de la mano. Conforme los meses fueron pasando, la gitana intentaba por todos los medios concebir un hijo, aun así cada vez se tornaba más difícil. Temía que sus conjuros no fueran suficientes para mantenerlo al capataz a su lado, y es que el joven quería un heredero, un varón que continuara con su estirpe. Desesperada, la gitana fue a la montaña y le rogó a la luna llena toda la noche.


La luna al ver la desesperación de la mujer le concedió su deseo. Nueve meses más adelante la gitana que llevaba por nombre Tasarla y cuyo significado era mañana, trajo al mundo un primero de septiembre a un varón.


Era una dicha muy grande, entre los pueblos siempre se decía que aquella familia que tuviera por primogénito a un varón sería bendecido con fortaleza y prosperidad.


Cuando el capataz, llamado Alexander Trümper vio a su hijo quedó indignado. El bebé era casi tan blanco como la luna y sus ojos eran color marrón claro, muy diferente a él que tenía la piel más tostada y los ojos color aceituna. Ni que decir de la gitana quien era morena y de ojos azabache. Sin embargo había otra cosa, el bebé tenía el rostro con rasgos angulosos, debía ser un castigo divino por juntarse con gente que practicaba brujería.


El capataz al sentirse deshonrado y humillado, desterró a la gitana de su lado, abandonándola cerca del río. Alexander decidió huir de sus tierras, era una vergüenza que la gente supiera que una vil gitana lo engañó con un extranjero y que por culpa de eso su hijo parecía una niña.


La gitana entristeció hasta casi fallecer, con sus últimas fuerzas caminó con el niño en brazos hasta la Catedral de Nuestra Señora, a rogar clemencia por el varón que llevaba en brazos.


Una mujer de unos veinte y tantos encima caminaba en la noche cerca de ahí. Ella también fue a pedir clemencia, pero por su infertilidad, hace años que estaba casada con un fabricante y no podía darle un hijo. Cuando vio agonizando a la gitana se acercó y escuchó sus plegarias.


-          Buena mujer que sufres lo imperdonable- dijo la gitana agonizando- en mis brazos llevo un bebé que ha sido rechazado por su padre y tú tienes en el alma un gran dolor, cuida a mi hijo y que la dicha esté contigo- después de esas palabras la gitana pereció.


La mujer creyó que era un regalo divino. La Virgen misericordiosa le estaba dando la oportunidad de ser madre. Cogió al niño en brazos y lo llevó hasta su casa.


-          He sido bendecida- le dijo a su esposo- nuestra señora de la clemencia me ha mandado esto como un regalo- le mostró al bebé.


-          ¡Sacrilegio!- gritó el hombre- eso es obra del diablo- se alejó mezquino- saca a esa abominación de mi casa-


Con esfuerzo la mujer consiguió que su esposo le dejara conservar al bebé. Pero cuando el bebé creció, el hombre llamado Gerard Vasco no soportó más. El engendro que su esposa Anethe tan tercamente se empecinó en cuidar cada vez se parecía más a una niña. Cuando la criatura cumplió los 8 años Gerard lo abandonó en  la catedral para que se le quitaran los demonios que tenía dentro, según él creía.


Anethe ante la resolución de su esposo cayó enferma de tristeza, pero el fabricante no dio su brazo a torcer. Sabía que lo único que había hecho Bill, así nombraron al pequeño, era robarle la alegría y la belleza a su esposa.


Aún convaleciente Anethe le llevaba comida y ropas a su hijo a escondidas a la catedral, pero temía que al ella morir su hijo también muriera por falta de cuidados. A hurtadillas le rogó a uno de los cuidadores de las parcelas que después de su muerte velara por el bienestar del muchacho.


El parcelador aceptó después que la mujer le dio una gran suma de dinero que consiguió por empeñar su anillo de matrimonio.


Cuando Bill alcanzó los 11 años, Anethe murió. Él se enteró del deceso de su madre por la misa que pasaron en su honor en la misma catedral que él vivía. Le hubiera encantado poderla ver, pero sabía que Gerard lo sacaría a patadas en cuanto se acercara.


 


Los años pasaron y el parcelador iba a escondidas hasta el campanario en donde Bill solía estar siempre a llenarlo de provisiones. En el fondo le daba algo de pena el muchacho, pero cuando lo veía tan idéntico a una señorita, el alma se le estremecía. No tenía contacto físico con Bill porque temía que algún castigo divino le cayera encima.


Bill a pesar de estar siempre en la catedral y no tener contacto humano no se sentía solo. Le gustaba pasearse por los corredores superiores y desde lo alto contemplar a los turistas que iban y venían sin mencionar al rio Sena que en las noches se veía mejor. También le gustaba jugar con tres gárgolas de madera que su madre le regaló antes de morir. Ellas eran sus mejores amigas les contaba todas sus aventuras, que no eran mucho por cierto, además de sus sueños. Bill se imaginaba que las gárgolas le hablaban y le daban consejo, aunque de vez en cuando lo reprimían por sus travesuras.


 


 


Una mañana resplandeciente, de un taxi bajaron tres individuos, un señor muy elegante con su esposa igual de elegante y su único hijo, quien al contrario de sus padres desencajaba un poco en el cuadro de la elegancia. Él muchacho llevaba ropas anchas y unas largas rastas rubias, acompañadas por un piercing en el labio inferior.


Estaban de vacaciones. A Simone Kaulitz se le metió en la cabeza hacer un viaje para San Valentín y nada mejor que hacerlo al lugar que más romántico le parecía: París. Jörg Kaulitz al ser un hombre complaciente aceptó la idea de su esposa. Unas vacaciones fuera de su natal Alemania les sentaría muy bien.


Simone era doctora en una clínica muy prestigiosa y el estrés era parte de su vida diaria, por otro lado Jörg era un hombre de negocios aunque nunca estaba en la oficina sino en algún campo de golf cerrando jugosos negocios, pero eso no le quitaba las ganas de alejarse también de lo mundano.


Tom en cambio era un muchacho práctico, no le gustaba complicarse la vida con tonterías absurdas. Él mismo se decía que era bastante curioso, argumentaba que debió heredarlo de su madre, aunque tenía un sentido artístico que no sabía a quién le pertenecía. Desde muy pequeño aprendió a tocar la guitarra y supo que posiblemente ese sería su futuro. Otra cosa que disfrutaba mucho era ver viejas edificaciones y la Catedral de Nuestra Señora, que en italiano vendría siendo Cathédrale Notre Dame le parecía un lugar estupendamente misterioso para admirar e investigar. Tom no era muy fanático de los idiomas pero estaba seguro que por muy diferente que fuera su querido alemán del italiano, no le causaría problemas.   


La familia conformada por estos tres personajes se hospedó en un hotel cerca de allí. Tom al crecer en un núcleo familiar permisible, era un joven que se valía por sí mismo o por lo menos intentaba hacerlo.


Simone insistió en visitar las góndolas primero. Tanto su esposo como su hijo tuvieron que obedecer, porque ver a Simone de mal genio era como presenciar el fin del mundo. Después del aburrido recorrido o eso les pareció a padre e hijo, fueron a comer.


Tom sin embargo tenía muchas ganas de visitar la catedral, sus padres accedieron esperando que así su hijo se librara de algunos pecados que llevaba encima.


La edificación era fantástica. A Jörg incluso se le erizó la piel cuando entraron, les parecía escalofriante y a la vez hermoso estar ahí. Tom se moría por ver las enormes campanas, las únicas que había visto en su vida eran unas diminutas de plástico que su madre colgaba cada año en el árbol de navidad. 


Escabulléndose un poco de sus padres subió hasta una de sus torres y pudo conocer a la campana mayor, según había leído en un libro se llamaba Emmanuelle y era la única campana originaria de la catedral que sobrevivió a la Revolución Francesa.


Tom en uno de los pasillos vio una sombra que le heló la sangre y cuando escuchó una voz pensó que eran fantasmas, pero antes de salir corriendo y arrastrado por su gran curiosidad caminó hasta la sombra que se extendía sobre uno de los muros. El lugar era obscuro pero divisó una figura delgada, pero no tanto como para ser un fantasma.


Aquella figura le estaba dando la espalda pero al asomarse un poco más pudo ver un rostro angelical, era una chica hermosa. Quiso acercarse y hablarle pero su madre lo interrumpió.


-          Tomás- dijo enérgica sujetándolo de una oreja- ¿por qué te separaste de nosotros? No llevamos ni un día en este país y ya estás haciendo travesuras, regresemos ahora mismo con tu padre- lo arrastró hasta la puerta de la catedral.


Pero la gran curiosidad de Tom lo hizo querer regresar, necesitaba conocer a la joven que estaba en la catedral.


 


Un día cuando los padres de Tom le dieron permiso de ocupar su día como le conviniera, él fue directamente y sin bifurcaciones a la ansiada catedral. Había mucha gente, especialmente turistas que se repartían alrededor de la construcción. Ágilmente se escabulló hasta los pisos más altos, era una tarea difícil y agotadora subir los 387 escalones dispuestos en espiral, pero las ansias del joven rastudo eran más que el cansancio.


Llegó hasta una de las torres y se puso a indagar. Esperaba que tal joven sí existiera y no hubiera sido fruto de su imaginación. Anduvo de torre en torre por largas horas hasta que la esperanza empezaba a agotársele.


-          Seguro sí fue un fantasma- se dijo a sí mismo apabullado.


Caminó un trecho del pasillo dispuesto a regresar cuando la sombra misteriosa apareció. Con cautela se fue acercando, ella estaba parada en uno de los ventanales observando la obscura noche.


-          Hola- dijo Tom despacio.


-          ¡Santo Cielo!- la figura dio un salto apartándose y haciendo que las sombras la cubrieran por completo- ¿Qué haces aquí?-


-          Me dio curiosidad- dijo intentando acercarse- ayer te vi… y pensé que podías ser un fantasma-


-          ¿Un fantasma?... ¿no te parece que soy bastante sólido para ser un fantasma?-


-          Eso aún no lo sé… ¿por qué no sales para que pueda verte?-


-          ¡No!- se alejó más- vete, no puedes estar aquí… regresa por donde viniste-


La misteriosa figura corrió a ocultarse en la otra torre, pero Tom no iba a darse por vencido y corrió tras ella.


-          ¡Detente!- dijo Tom agotado- no quiero hacerte daño-


-          He dicho que te vayas- se ocultó tras un pilar- no quiero que te acerques… no quiero que me veas-


-          Pero ¿Por qué no?...- dio dos pasos hacia adelante- ya te dije que no quiero hacerte daño, no me temas- dijo gentil.


-          Todos los que vienen a verme quieren hacerme daño- dijo apesadumbrada- vete y no regreses-


De un salto la figura desapareció. Por la obscuridad en la que se encontraba sumido, Tom no supo hacia donde se fue, resignado decidió regresar a casa, ahora que lo pensaba bien toda el día estuvo metido en la dichosa catedral.


 


Tom decidió no darse por vencido, pero le era imposible ir todos los días a la edificación, sus padres sospecharían. Por eso ideó escaparse en la noche y buscar a la joven escurridiza.


Al caer el sol, el joven de rastas se coló en la catedral, a pesar de estar ahí solo dos veces ya sabía por dónde ir sin perderse. Ahora estaba más confiado, la muchacha misteriosa no era ningún fantasma.


-          Te encontré- dijo Tom viendo una sombra pasearse.


Caminó sigilosamente hasta donde creyó que se escondía, subió unas escaleras y la vio cerca del ventanal más alto de la torre.


-          Le vista desde aquí es hermosa- dijo el rastudo detrás de ella.


-          ¿Qué haces aquí?- dijo la figura misteriosa intentando huir.


-          Te lo dije la otra vez, viene a verte-


-          No puedes- se alejó- no insistas más- corrió a esconderse.


Él corrió detrás de la muchacha, pero era muy escurridiza. Doblaron cerca de unas escaleras y la joven tomó ventaja.


-          Por favor, no huyas- dijo Tom corriendo detrás de ella.


-          No te me acerques- bajó unas escaleras.


-          Al menos dime tu nombre-


-          ¿Para qué quieres sabes?-


-          No tengo una razón en especial- dijo jadeando- solo quiero saber… yo soy Tomás Kaulitz, pero puedes decirme Tom-


-          Bueno Tom…- giró colgándose en un pilastrón- te digo que te alejes de aquí, este no es un lugar para ti-


-          ¿Cómo estas tan segura? Eso lo decidiré yo-


La persecución continuó escaleras arriba. Cuando la figura misteriosa llegó a uno de los pasillos, trastabilló con sus pies y perdió el equilibrio. Tom se lanzó para sujetarla pero también cayó, al último segundo alcanzó a poner las manos detrás de la cabeza de la figura misteriosa para que no se golpeara.


Ambos cerraron los ojos para amortiguar el golpe. Tom abrió los ojos primero y vio a la bella figura bajo él. Tenía el cabello largo y de un negro azabache muy hermoso, su rostro era blanco, casi tan blanco como la luna.


-          ¿Estás bien?- dijo el rastudo poniéndose de pie.


-          Sí…supongo que sí- sujetó la mano que le ofreció el muchacho.


Tom observó a la chica escurridiza con cuidado. Tenía una figura delgada y tal como lo notó en la caída, sus cabellos eran negros. Pero había algo más, quien Tom pensó se trataba de una chica, en realidad era un joven, calculaba que más o menos de su edad. 


-          ¿Por qué me ves tanto?- intentó huir pero el rastudo lo sujetó del brazo.


-          No te voy a dejar escapar, no de nuevo- dijo gentil- estoy muy agotado para perseguirte otra vez-


-          Eres muy terco- dijo girando la cabeza para cubrir su rostro.


-          Y tu muy escurridizo… pensé que nunca te alcanzaría- le soltó el brazo, sabía que no escaparía- eres rápido-


-          ¿Dijiste rápido?- dijo extrañado- ¿tú no crees que soy una chica?- su voz era temerosa.


-          Debo admitir que por un momento me engañaste, pero… ahora sé que eres un hombre…un joven para ser exactos, igual que yo-


-          ¿Y no piensas salir huyendo?-


-          Claro que no, ¿Por qué haría algo así?-


-          La gente que sabe de mí, lo hace- dijo deprimido- creen que soy el fruto de una maldición- caminó hasta una pequeña banquita y se sentó.


-          ¿La gente cree eso?...- se acercó hasta el chico- pues perdóname que te lo diga, pero la gente de por aquí no es muy lista-


-          ¿Cómo sabes eso?-


-          Pues tendrían que estar locos para huir de ti, eres a simple vista, muy lindo- se sonrojó un poco cuando dijo eso.


-          ¡Parezco una mujer!- dijo fastidiado.


-          Claro que no… solo tienes los rasgos finos, eso es todo… si supieras la cantidad de gente que yo conozco así y nadie huye de ellos-


-          Me estas mintiendo- dijo desconfiando.


-          No podría mentirte con algo así… pero aún no se tu nombre-


-          Soy Bill…- dijo nervioso- Bill Vasco-


-          Bueno Bill, como ya te dije yo soy Tom… es un gusto conocerte- extendió la mano como saludo.


-          Dime algo- estrechó su mano- ¿por qué te empecinaste en seguirme?-


-          Porque me causaste mucha intriga, soy algo curioso- sonrió apenado- ahora yo quiero saber algo ¿Por qué estás en la catedral?-


-          Vivo aquí… desde que tenía 8 años- dijo triste- mi padre me trajo para librarse de mi-


-          ¡Eso es espantoso! ¿Y tu madre? ¿no hizo nada para detenerlo?-


-          Sí hizo… pero murió cuando tenía 11 años… ella venía todos los días a cuidarme y antes de morir me regaló esto…- le mostró sus 3 gárgolas.


-          No puedo creer que te hicieran algo así…debes estar muy triste estando aquí tu solo-


-          Para nada- se le dibujó una sonrisa- es divertido pasear por la catedral y observar a la gente pasar-


-          Pero algún día debes salir-


-          No lo voy a hacer… la gente de afuera no me quiere y tampoco tengo a donde ir- su semblante entristeció.


-          No te pongas triste… yo vendré seguido a visitarte hasta que tenga que irme, claro-


-          ¿A dónde vas a ir?-


-          A mi país natal… solo vine de vacaciones con mis padres, yo vivo en Alemania-


-          ¿Eso queda muy lejos?-


-          En avión no tanto, pero supongo que caminando sí-


-          ¿Qué es un avión?- dijo desconcertado.


-          Cielos, tienes mucho que aprender-


Tom se quedó unas horas más mostrándole a Bill las muchas cosas que se perdió del mundo actual por vivir en la catedral. Bill puso una cara de asombro cuando el rastudo le enseño su Smartphone.


 


Pasaron varios días y Tom hacía el mismo recorrido, en la mañana se quedaba con sus padres y al atardecer se escapaba del hotel y se escabullía en Notre Dame.


Pasar con Bill era muy divertido, a cambio de enseñarle todo sobre el mundo, el pelinegro le mostraba los secretos de la catedral. Era algo que a Tom le tenía fascinado.


-          Hasta el más experto de los historiadores me tendría envidia ahora- dijo Tom parado frente a un ventanal.


-          ¿Por qué lo dices?- dijo Bill curioso.


-          Conozco la catedral casi como la palma de mi mano y todo gracias a ti- le tocó la nariz con sutileza.


-          Tú también me has enseñado mucho- dijo viendo al horizonte.


-          Me siento muy feliz de estar aquí contigo- dijo con añoranza, pegándose más a Bill- todo esto es muy hermoso-


-          Siempre me gustó contemplar la vista desde aquí-


-          Pero yo me refería más a la compañía- sujetó el rostro del azabache- reflejado por la luz de la luna, eres bellísimo- lo dijo en un susurro.


-          Yo…- Bill sentía un hormigueo muy extraño en su estómago-…yo…-


Las palabras se murieron antes de salir. Tom juntó sus labios lentamente y sintió que con el rose Bill se estremecía, pero él le acarició una mejilla para tranquilizarlo y terminó de juntar sus labios. Al principio Bill se sintió torpe pero se dejó llevar por Tom, no sabía lo que hacía pero le gustaba mucho.      


 


    


A Bill le costaba un poco acostumbrarse a los besos que le daba Tom, pero el mismo Tom le dijo que iba mejorando en el divino arte de besar.


Tom no sabía que era, pero estaba enamorado de ese misterioso joven azabache. Nunca se cuestionó sus gustos, de hecho en Alemania tenía algunas amiguitas especiales, pero con este joven las cosas eran distintas, con él no tenía que fingir quien no era, con él se sentía cómodo, se sentía él mismo.


Por eso el día que cayó San Valentín, quiso hacer algo especial. Como sabía que Bill se negaría a abandonar la catedral, decidió ambientar el lugar donde el pelinegro pasaba más a menudo para una linda cena romántica.   


Le fue difícil ir cargando las cosas hasta Notre Dame sin que lo descubrieran, pero lo logró. Puso todo su empeño para que las cosas salieran bien.


-          ¿Te gusta?- dijo Tom llevando a Bill al lugar de la mano.


-          Es precioso- admiró todo alrededor- ¿Lo hiciste para mí?-


-          Claro, hoy es un día especial- lo condujo hasta la improvisada mesita- afuera se celebra una fecha importante entre los enamorados y amigos-


-          Eso suena interesante- dijo feliz.


Comieron entre risas. Tom le contó sus aventuras en Alemania y en los muchos problemas que se metía por ser curioso.


Después de un lindo rato ameno, se sentaron en una alfombra blanca que Tom compró. Bill se sentó entre las piernas del rastudo y este lo abrazaba cariñosamente.


El rose de labios inició lentamente y con el tiempo se fue intensificando. Poco a poco se fueron recostando en la alfombra, Tom no sentía rechazo de Bill y avanzó con cuidado. No era algo que hubiera planeado, él jamás se aprovecharía así del dulce joven a quien tanto quería y sí Bill le decía que pararan él lo haría.


Pero Bill nunca lo hizo, nunca lo rechazó. Sintió un hormigueo especial en todo el cuerpo y aunque no sabía bien que estaba haciendo confiaba ciegamente en la única persona que no le temía, en la única persona que le había demostrado que era especial.


Los besos siguieron a las caricias y cuando quisieron darse cuenta lo único que cubría sus desnudos cuerpos era la luz de la luna que curiosa se colaba entre los ventanales de la catedral.


Tom estaba nervioso, jamás había hecho algo parecido con alguien de su mismo sexo y temía lastimar a Bill. Poco a poco descendió besando el níveo cuerpo de su amado joven. Bill estaba sonrojado y agitado pero nunca dijo nada. Hasta que Tom entro en su cuerpo y un grito salió de su garganta. El joven de rastas se asustó mucho e intentó distraerlo, lo besó, lo besó hasta el cansancio y nunca lo soltó.


La excitación y el deseo crecían en ambos de formas muy parecidas. El sonido de las embestidas pronto se convirtió junto con unos cuantos suspiros en el único ruido que reinaba en Paris.


El gozo y la plenitud dieron paso al estremecimiento mutuo. Tom sin poder más derramó su semilla dentro del joven pelinegro, mientras que Bill lo hizo con la ayuda del rastudo en su pecho.


Lentamente Tom salió del cuerpo de su joven amado y lo acurrucó entre sus brazos. Era una noche especial, una noche en la que Tom se dio cuenta que jamás abandonaría a Bill.   


El rastudo cogió unas sábanas y los envolvió a ambos. Sentía que su corazón explotaría de la dicha que sentía en esos momentos. Al poco tiempo ambos quedaron dormidos presa del cansancio y de las experiencias vividas.


Mientras dormían una sombra se coló en la torre más alta, pero no avanzó más. En cuanto se dio cuenta que dos figuras retozaban tranquilas envueltas entre sabanas se fue. Poco a poco entre la obscuridad de la ciudad se perdió.


 


Los rayos del sol llegaron a los ventanales de Notre Dame y Bill acostumbrado a despertar cuando estos le pegaban en la cara se desperezó.


-          Tom- lo movió con cuidado- Tom.


-          Mmm- dijo adormilado- ¿Quién se murió?- bostezó un poco.


-          No se ha muerto nadie- dijo divertido- o buen sí… se murió la noche, ya amaneció-


-          Tan rápido amaneció- dijo incrédulo- te ves hermoso- le dio un beso en la mejilla a Bill- no me voy a cansar de verte nunca- le dio un corto beso en los labios.


-          Eres la única persona que me ha dicho eso- se acomodó en el pecho del joven de rastas.


-          Espero ser la única para siempre- acarició su cabello- ¿Qué horas crees que sean?-


-          Pronto serán las 6, las campanas aun no suenan-


-          Cielos… creo que debo irme, si mis padres ven que no dormí en el hotel me van a matar-


Recogió su ropa y se vistió rápidamente.


-          ¿Vendrás a verme luego?- dijo Bill esperanzado.


-          Claro- le dio un dulce beso- faltan unos cuantos días para que regresa a mi país- Bill entristeció- pero no te pongas así, voy a venir todos los días- acarició su mejilla- y el día que tenga que partir vendré a despedirme-


-          Voy a extrañarte cuando te vayas-


-          Regresaré- le sujetó de las manos- regresaré por ti, no quiero que estés solo nunca más- lo abrazó gentilmente- te voy a dejar eso- le entrego la bandana que solía usar en su cabeza- piensa en mí cada vez que la veas-


-          Lo haré- dijo feliz- y quiero que te lleves una de mis gárgolas-


-          Pero… tú las quieres mucho, ¿Estás seguro de darme una?-


-          Sí, así recordaras Notre Dame y a mí también-


-          Yo siempre te recordaré, así pierda la memoria-


Tom le dio un beso profundo de despedida y antes de marcharse guardó una de las pequeñas gárgolas en sus anchos pantalones. 


 


 


Bill estaba emocionado, desde que Tom se fue en la mañana no paraba de danzar de lo contento que estaba, aunque lo hacía con cuidado porque le dolía el cuerpo. Un tierno sonrojo cubría sus mejillas al recordar lo que hizo con Tom, estaba seguro que ese acto tan mágico no lo hacía cualquiera y se sentía muy dichoso.


La tarde llegó pero Tom no apareció. Bill se asustó mucho, tal vez su familia lo castigó. Sujetó la bandana muy fuerte entre sus manos rogando para que nada malo le sucediera y que al día siguiente si pudiera visitarlo.


Pero ni el siguiente, ni el siguiente, ni el que le seguía Tom apareció. Bill se sintió muy triste y engañado. Todos huían de él, nunca debió confiar en ese extranjero que decía palabras bonitas. Se juró a sí mismo jamás dejarse ver por alguien más.    

Notas finales:

lo tenía escrito y de hecho lo iba a subir en san valentín, peeero... me dio pereza jaja.... gracias a todos, cualquier duda, comentario, petición dejenlo en los comentarios gracias a todos por leer!!!


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