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Me quiero casar por Higary

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Notas del capitulo:

Holi hola, gente bonita!! Hace mucho que prometí un fanfic de esta pareja, pero no tenía ninguna buena idea, hasta que desempolvé esta de mi cuaderno de notas; en realidad fue concebida para un RoyxEd, pero mejor la adapté para Hanamichi y Rukawa, una de mis primeras parejas yaoiescas. Este oneshot es el primero que escribo con esta pareja como protagonista (ya los había utilizado, pero en crossovers) y forma parte de mi “Proyecto 100” (explicación más abajo), así como de la semana de festejos, ya que mañana 18 será mi cumpleaños. Espero que sea de su agrado, recibiré comentarios con saludos, golpes, amenazas, felicitaciones, cebollazos, jitomatazos, bombas, flores y demás. Sin más que añadir: ¡¡a leer!!

 

Proyecto 100: Este proyecto consta de subir el mismo día los 5 fanfics que faltaban para que mi cuenta en esta página llegara a los 100 publicados (éste sería el 98). Los oneshot que conforman este proyecto pertenecen a diferentes fandoms: Kyou Kara Maoh, Sekaiichi Hatsukoi, Slam Dunk, Avengers y Naruto.

 

Disclaimer: Los personajes son propiedad del mangaka Takehiko Inoue. Yo sólo quería escribir un oneshot de esta pareja que es de mis primeras cuando ingresé al oscuro mundo del yaoi XD

ME QUIERO CASAR

 

Seguir en contacto con tus viejos amigos de escuela en ocasiones es complicado debido a los distintos caminos que cada uno toma. Para quienes formaron parte de ese entrañable equipo de basquetbol de Shohoku, la historia no fue diferente.

 

Todos eran ahora adultos con responsabilidades y ocupaciones, por lo que sólo se reunían en ocasiones especiales, como aquella: la tan esperada boda de Ayako con Riota Miyagi. Ellos habían mantenido una especie de relación desde la preparatoria; Ayako le dio largas durante bastante tiempo hasta que finalmente le otorgó el “Sí” para unirse en matrimonio. Eso merecía la presencia del viejo grupo completo por más lejos u ocupados que estuvieran.

 

La ceremonia fue sencilla, pero emotiva y hermosa. Hanamichi Sakuragi fungió como el padrino luego de que le ganara en un juego de piedra, papel o tijeras a Hisashi Mitsui. Sí, tal ver era algo irresponsable elegir al padrino de bodas de esa manera, pero Riota fue el de la idea. Era eso o dejar que sus dos amigos (y candidatos) se molieran a golpes como en los viejos tiempos. Y seguramente a su amada Ayako no le haría gracia que el padrino saliera en las fotos con el rostro magullado.

 

La fiesta se estaba llevando a cabo en un salón bellamente decorado. El ambiente y la música eran bastante animados; los únicos que bailaban abrazados eran los recién casados. Hanamichi observaba lo felices que lucían. Se alegraba sinceramente por ellos, sin embargo eso no evitó que soltara un suspiro y mejor decidió salir a tomar un poco de aire para tranquilizarse.

 

Hanamichi Sakuragi actualmente se desempeñaba como entrenador de basquetbol, pero de un modo muy particular: tenía una asociación en la que trabaja con jóvenes delincuentes o problemáticos para que pudieran encontrar en el deporte una forma sana de entretenimiento, además de inculcarles disciplina y otros valores muy importantes. Justo como le ocurrió a él. Si bien su lesión en la espalda se recuperó lo más satisfactoriamente posible, no se engañó pensando que podría jugar profesionalmente hasta que la edad se lo impidiera, pero tampoco pensaba darse por vencido y debido a ello decidió dedicarse a trabajar en nuevas metas y proyectos.

 

Sin embargo viejos sueños frustrados no eran la razón por la que quería despejar su mente antes de continuar con la fiesta. No. El motivo era más sencillo: matrimonio. Aunque pocos lo sabían (en realidad sólo su amigo Yohei), Hanamichi tenía la ilusión de contraer nupcias con una persona a la que amara sin reservas y viceversa, alguien con quien contar al final del día y que sabes estará a tu lado en las buenas y malas. Una pareja para compartir la vida. Tal vez incluso tener algún hijo en el futuro (aunque eso todavía no lo tenía decidido). Lo malo es que su situación sentimental seguía siendo igual que durante la adolescencia: llena de fracasos.

 

¡No podía entenderlo! Era un hombre guapo, carismático, responsable, con gran sentido del humor, un trabajo satisfactorio y un corazón de oro. Cualquiera debería estar feliz de tenerlo a su lado como esposo. Entonces, ¿por qué demonios seguía soltero? ¡Si hasta deberían estarse peleando por su mano! Cada vez le estaba resultando más estresante ver cómo sus amigos y conocidos formaban familias mientras él seguía solo y con mucho amor para dar.

-¡Arg! –se jaló el cabello- ¡Maldita sea, quiero casarme!

Una vez desahogado eso volvió a suspirar, esta vez más calmado. De pronto escuchó unos ruidos a sus espaldas y deseó que se tratara del viento (aunque no hacía en lo más mínimo) o de algún animal que anduviera por ahí. Resultó que sí se trataba de cierto “zorro”.

-Vaya, no tenía idea de que estuvieras tan desesperado por echarte la soga al cuello, Sakuragi.

Un gruñido escapó de la garganta del pelirrojo, tampoco pudo evitar que sus mejillas se sonrojaran un poco debido a la vergüenza por haberse expuesto precisamente ante su viejo rival: Kaede Rukawa. Con el orgullo que le quedaba, Hanamichi se enderezó cuan alto era y caminó decidido de regreso a la fiesta, pero fue detenido por el pelinegro quien sonreía con burla.

-No has respondido a mi pregunta. ¿Sabes? Con lo enamoradizo que eres, creí que a estas alturas ya estarías rodeado por un puñado de niños.

-Cállate, idiota –se cruzó de brazos-. Es simplemente que no he encontrado a la pareja correcta.

-A mí no me pareció eso luego de escuchar tales gritos.

-… ¡Tú también sigues soltero! ¡Y ni novia te he conocido!

-Estoy demasiado ocupado como para perder mi tiempo con esas cosas.

Hanamichi no podía criticar nada en ese punto, ya que Rukawa había logrado su sueño de jugar para un equipo de la NBA. Recordó que antes de que partiera a Estados Unidos, el moreno lo visitó en varias ocasiones para burlarse de él, pero Sakuragi después entendió que en realidad lo hacía para ver cómo progresaba de su lesión. Y animarlo a su muy peculiar manera.

-Pues no deberías desperdiciar más años, Rukawa. Ya no eres tan joven, aunque dudo mucho que haya una pobre chica capaz de soportar tu amargado carácter.

-En la escuela yo solía tener fans, a diferencia tuya, torpe.

Aquello fue un golpe bajo. Iba a responder algo ofensivo, pero al ver la expresión divertida del otro, se dio cuenta de que lo dijo sólo para relajarlo por completo e incluso que ignorara todo el estrés por su falta de vida amorosa. Las peleas con el zorro siempre habían tenido ese efecto sobre él.

-Seguro que ahora se te acercan por la fama y el dinero, más que por tu físico y tu “encantadora” personalidad.

-Posiblemente –concedió Kaede-. Así que como ambos somos solteros y lo último que querrías de mí sería precisamente mi renombre, ¿por qué no te casas conmigo y asunto arreglado?

-… ¿Eh?

 

Seguramente escuchó mal, o se trataba de una broma absurda. Aquél sujeto con un rostro tan serio no podría haberle preguntado eso. Era una completa tontería. Pero bueno, si quería molestarlo de esa manera, le seguiría el juego un poco.

-Te recuerdo que el matrimonio entre dos hombres no es legal, imbécil.

-Y yo te recuerdo que llevo años viviendo y trabajando en Estados Unidos, donde sí lo es, idiota.

Antes de poder contestar, el buen Kogure hizo acto de presencia, sonriendo a ambos hombre (ya los había saludado antes) sin tener idea de lo que estaban hablando.

-¡Qué bueno que los encontré! Hanamichi, es hora del discurso, todos te están esperando.

-Arg, ¡lo había olvidado! –sonrió presumido- Prepárense, porque el gran Sakuragi va a hacerlos llorar, jajaja.

-Idiota –murmuró Rukawa

Kogure se limitó a sonreír. A pesar de los años, algunas cosas no cambiaban, pero tampoco era algo malo. Le hacía recordar esa divertida época de preparatoria cuando estaban todos juntos en la escuela.

 

El discurso fue bastante gracioso y emotivo, lleno de anécdotas gracias a los años en que el padrino llevaba siendo amigo de los recién casados. Una vez concluido, la música empezó a sonar de nuevo y todos se dispusieron a bailar. Hanamichi alcanzó a ver a Haruko y su esposo; se veía adorable luciendo los cinco meses de embarazo que tenía. Riota se aproximó a él y le puso una mano en el hombro para llamar su atención.

-No me digas que sigues enamoras de ella, Hanamichi.

-Claro que no –respondió con sinceridad, sonriendo-. Eso lo superé hace mucho tiempo. Pero siempre la querré porque fue gracias a Haruko que comencé a jugar basquetbol y eso cambió totalmente mi vida.

Dejaron la conversación cuando observaron a Ayako ir hasta la mesa de Rukawa (quien parecía estarse durmiendo, algunas cosas no cambiaban) y tirar de él hacia la pista de baile. El moreno trataba de resistirse, pero la novia era demasiado insistente o muy buena chantajista, porque le murmuró algo al oído, consiguiendo que dejara de luchar, y lo jaló hasta donde estaban su esposo y el pelirrojo.

-¡Vamos, que la noche es joven! ¡Hay que seguir festejando antes de que Riota y yo nos vayamos de luna de miel!

Dicho eso empujó a Rukawa hacia Sakuragi. Ambos se observaron con fastidio, sin embargo prefirieron seguirle la corriente a los demás y se pusieron a bailar. No querían tener a una furiosa Ayako tras ellos por arruinar su fiesta. Era capaz de reprochárselos por el resto de sus vidas.

 

Contrario a lo que hubieran creído quienes los conocieron en su época de estudiantes, Sakuragi y Rukawa se divirtieron bastante bailando entre ellos, incuso conversando sobre sus vidas desde la última vez que hablaron. Porque nadie sabía que cuando Kaede se marchó a Estados Unidos, fue el pelirrojo quien lo llamó la noche previa a su primer partido sólo para desearle buena suerte… a su manera, claro. Ninguno mencionó ese asunto durante el resto de la velada y una vez la fiesta terminó, un intercambio de miradas fue su única despedida.

 

Un mes después de la boda, Hanamichi se encontraba en su oficina cuando recibió una excelente noticia: lo estaban invitando a que diera algunas conferencias sobre los proyectos que llevaba a cabo con los jóvenes. Su sorpresa aumentó cuando leyó que el lugar donde querían que expusiera su trabajo no era Japón, sino Estados Unidos. Takashi Sato, uno de los primeros chicos a los que conoció cuando empezó con todo aquello, se había mudado a Norteamérica y al ver los problemas de los adolescentes de su entorno, decidió ayudarlos de la misma manera en que alguna vez un alto pelirrojo le tendió a él la mano. Sakuragi no podía sentirse más orgulloso y satisfecho, de modo que sin pensarlo aceptó la invitación de inmediato.

 

No le costó mucho trabajo arreglar todos los trámites necesarios. Ahora sí tendría que agradecer a Takenori Akagi por casi haberlo obligado a tomar esos cursos de inglés, alegando que algún día le serían útiles. Debía recordar comprar un obsequio para el buen “Gori”.

 

La noche previa a su viaje, no supo qué fue lo que le ocurrió, pero sin darse cuenta ya había marcado el número telefónico de Rukawa. Como era de esperarse por el día y la diferencia horaria, fue la grabadora quien contestó, así que optó por dejar un mensaje.

-Eh… Ho-Hola, soy Sakuragi. Bueno, sólo llamaba para comentarte que a partir de mañana estaré dos semanas en California, llegaré primero a Los Ángeles, y bueno… Tal vez podríamos… no sé, reunirnos o algo así. ¡No es que quiera verte ni nada, estúpido zorro! Así que no te hagas ideas equivocadas. Simplemente estoy siendo cortés. Uh… Pues eso era todo, ¿sabes qué? Mejor ignora mi mensaje. ¡Adiós!

Hanamichi colgó el teléfono y poco le faltó para darse de topes contra la pared. ¿En qué rayos estaba pensando cuando decidió llamar a Kaede Rukawa? Corrección, no estaba pensando, por eso lo hizo. Mejor terminaría de preparar sus cosas y ya no pensaría en ello. Conociendo la personalidad tan apática del moreno, posiblemente hasta ignoraría la llamada, así que no tenía caso preocuparse.

 

El viaje fue bastante tranquilo y lo ayudó a controlar sus nervios. Una vez llegó a Los Angeles, fue recibido por Takashi (pelo castaño y ojos oscuros), quien le sonreía con alegría. El pelirrojo no podía evitar sentirse orgulloso: el niño problemático que conoció alguna vez era ahora un hombre responsable y dispuesto a ayudar a los demás. Justo en ese momento podía afirmar que todo su trabajo bien valía la pena.

 

Ultimaron detalles para la primera conferencia de Sakuragi en territorio americano, la cual se llevó a cabo con éxito. A pesar de que al inicio seguía algo nervioso debido al idioma, una vez comenzó, siguió en piloto automático: hablando con total seguridad y dominio sobre el tema, además de un carisma y simpatía naturales que lograban que su público le prestara total atención en incluso rieran a sus bromas y comentarios chuscos.

 

Una vez terminada la conferencia y la sesión de preguntas y respuestas, Hanamichi estaba saludando a algunas personas cuando a varios metros distinguió una alta silueta que lo vigilaba. A pesar de la ropa informal y los lentes oscuros, él reconocería esa cabellera oscura y la pose altanera en cualquier lugar.

-¿Qué haces aquí, zorro? –preguntó en cuanto se acercó

Rukawa sonrió de medio lado mientras se quitaba los lentes. Con razón tenía tantas admiradoras desde la adolescencia, era ciertamente bastante atractivo. Apenas terminó de pensarlo, el pelirrojo se regañó y carraspeó para disimular.

-Todavía que vengo a escucharte hablar en un inglés bastante malo, me recibes de esa forma tan grosera.

-No molestes con eso –gruñó

-Bueno, después de cierta llamada tan extraña, admito que me dio curiosidad saber de qué hablarías. Ciertamente allá arriba no te parecías en nada al tipo agresivo e idiota con el que tenía que jugar basquetbol.

-Ja, ja, muy gracioso, imbécil.

A pesar de sus frases con groserías, Hanamichi se sentía algo contento por el hecho de que, incluso con su agenda tan ocupada, el pelinegro se tomó el tiempo y la molestia de ir a escucharlo. Tomando en cuenta lo mal que se llevaban cuando adolescentes, esto era un gran giro en su peculiar relación. Se observaron fijamente y la atmósfera se tornó un tanto incómoda, pues ninguno de los dos sabía qué decir a continuación. El pelirrojo hizo amago de abrir la boca, pero volvió a cerrarla, de modo que fue Kaede quien decidió romper con el silencio.

-¿Vamos a comer?

-Vaya, ¿tú invitándome?

-Deberías aprovechar mi generosidad.

Justo cuando iba a responderle, Takashi gritó su nombre y le hizo señas para que se acercara. Al parecer todavía quedaban personas a las que debía conocer y seguramente su joven ex protegido querría que se reunieran en un lugar más cómodo (como un restaurante) para platicar.

-Creo que no se va a poder, zorro. Eh… pero todavía me voy a quedar dos semanas más –se arrepintió de haber dicho aquello en cuanto vio la sonrisa burlona del moreno

-Ya que pareces desesperado por tener una cita conmigo, sería vergonzoso para ti que te rechazara. De acuerdo, yo te llamo –y dicho eso dio media vuelta para marcharse como si nada

-… ¿Uh? Un momento… ¡¿Quién rayos quiere una cita contigo?! ¡Vuelve acá y retráctate, imbécil!

-Senpai, qué bueno que estás gritando todo eso en japonés –comentó Takashi, acercándosele y señalando a las personas que los observaban con curiosidad-, así ellos no te entienden nada.

Hanamichi bufó con fastidio y trató de componer su mejor expresión amistosa. Ninguna idiota estrella del baloncesto iba a arruinar su magnífico trabajo. Oh, no, primero muerto.

 

Al día siguiente Sakuragi continuó con su agenda sin ninguna llamada o mensaje fuera de lo normal. No era como si él estuviera esperando la llamada de cierto pelinegro, por supuesto que no, fue un detalle que simplemente le llamó la atención. Mejor se enfocó en sus charlas con pequeños grupos de adolescentes en diferentes zonas, algunos de ellos ya habían estado en correccionales, otros venían de hogares temporales, pero todos parecían realmente interesados en el programa de apoyo a la juventud por medio del deporte que Takashi quería establecer, siguiendo los pasos de lo que el pelirrojo hacía en Japón.

 

Fue en la noche que recibió el mensaje de un número desconocido, aunque por la forma en que estaba redactado, era evidente quién lo escribió.

“Tu chico amablemente me dijo toda tu agenda. Mañana a partir de las 6 pm estarás libre, así que pasaré por ti al hotel.”

¿Qué se creía ese idiota? Como si el fabuloso Sakuragi no tuviera cosas más importantes por hacer y se pusiera a disposición de Rukawa sin que éste le hubiera pedido al menos su opinión o darle la opción de negarse. Pero ya vería al día siguiente lo que sucedía cuando alguien intentaba imponerse ante él.

 

Bueno… Que cinco minutos antes de las seis de la tarde Hanamichi ya estuviera totalmente arreglado, no quería decir que había perdido la determinación de ayer. Únicamente sentía curiosidad por salir a turistear, ya que no contaba con mucho tiempo libre y eran pocos los lugares que Takashi le llevó a conocer en el par de días que tenía en el país. Además Rukawa jugaba en la NBA, lo que significaba que tenía dinero ¿no? Mínimo que lo invitara a cenar algo caro.

-Creo que estoy pensando como una chica ilusionada –murmuró, jalándose el cabello-. Está bien que me quiera casar, pero no estoy tan desesperado.

 

Puntual hizo acto de presencia el hombre de cabello negro. Sonrió de medio lado cuando divisó a su objetivo, quien observaba con curiosidad al resto de las personas en el lobby. Para ser japoneses, ambos eran bastante altos, además el cabello rojo de Sakuragi llamaba bastante la atención. Afortunadamente no se le había ocurrido volver a raparse como cuando perdieron aquél partido. Jamás lo comentó, pero odió que arruinara de esa manera su distintiva cabellera.

-Hey, deja de mirar a la gente –le dijo en cuanto llegó tras él-. ¿Acaso estás buscando otra cita?

-Claro que no –gruñó el otro-, simplemente estoy aprendiendo de otras cultura.

-Sí, cómo no, sujeto rechazado por cincuenta y un chicas.

Hanamichi iba a despotricar sobre ese tema tan sensible, pero entonces frente a sus ojos apareció una camiseta del equipo de basquetbol en el que jugaba Rukawa. El pelirrojo se desconcertó al principio, la tomó en sus manos y la analizó hasta que entendió: se trataba de un regalo.

-Siempre eres tan expresivo y elocuente, zorro.

-Un “gracias” habría sido mejor.

 

Recorrieron algunas tiendas, museos y teatros, pero ya que ninguno de los dos realmente era muy fanático de esos lugares, terminaron en unas canchas de baloncesto viendo jugar a varios jovencitos. Ambos sonrieron un poco: ahí se sentían en su ambiente.

-Con esas gafas oscuras pareces un yakuza –comentó Hanamichi de pronto

-No me interesa tener fanáticos tras de mí.

-Cierto, siempre has sido el señor popular, incluso desde la escuela. Recuerdo muy bien a tus porristas personales, jaja.

-Grr, yo prefiero omitir esos recuerdos.

-¿Sabes? Nunca entendí por qué no le hacías caso a ninguna chica, siendo que muchas iban tras de ti. Incluyendo a Haruko.

-Porque no me interesaban en lo más mínimo.

-Entonces… ¿no había nadie que te gustara?

-… Se nos está haciendo tarde e hice reservaciones para cenar. Será mejor darnos prisa.

Fue notorio que estaba evitando la pregunta. Sakuragi se encogió de hombros y lo siguió. Si no quería hablar de ello, él no iba a obligarlo. Todos tenemos algo de lo que no nos guste platicar con los demás.

 

El restaurante al que fueron no era de cinco estrellas, ni derrochaba elegancia por todos lados. Al contrario, era un pequeño pero acogedor lugar que resultó pertenecer a un chef de origen japonés, a quien Rukawa conoció poco después de mudarse a California. Hanamichi se sorprendió de ver al moreno llevarse tan bien con un hombre totalmente opuesto: simpático, amable, platicador. El hombre (de cincuenta años) les ofreció lo mejor de su menú, contento por tener esa noche en su restaurante a dos compatriotas.

-Además Rukawa-kun nunca trae a nadie –comentó, riendo-. Así que esta es una ocasión especial.

El chef se alejó, sin borrar la expresión emocionada de su rostro. Sakuragi arqueó una ceja mientras lo observaba marcharse y luego volteó a ver a su acompañante.

-Me da la impresión de que él piensa que esto es una cita.

-Vaya, entonces realmente el tiempo te ha vuelto mucho más observador. Sí, eso es exactamente lo que está pensando.

-¿Y por qué?

-Romántico empedernido –fue toda su explicación

 

La cena transcurrió sin ningún contratiempo (salvo por las miraditas que de vez en cuando el chef les lanzaba). Contra todo pronóstico, la charla resultó bastante entretenida. Rukawa parecía realmente interesado en las actividades que el pelirrojo desempeñaba; mientras que Hanamichi escuchaba atentamente algunas de las anécdotas de Kaede, pues alguna vez él también contempló cómo sería la vida si se dedicara profesionalmente al basquetbol. Era algo que no pudo hacerse realidad, pero ese deporte seguía siendo parte importante de su vida. Así que mejor se entretenía escuchando cómo a Rukawa al parecer no le gustaba mucho eso del “estrellato”, dado que sólo quería seguir demostrando que era bueno jugando. De por sí el ojinegro nunca había sido demasiado amistoso, seguramente tener que atender a los reporteros con cortesía no era de sus actividades favoritas.

-Por eso te dije en Japón que deberías casarte conmigo –soltó de pronto el de ojos oscuros

Sakuragi se atragantó con su comida y, una vez pudo tragar el bocado, observó a su acompañante como si le hubiera crecido otra cabeza.

-¿Eh?

-No quiero a una mujer escandalosa que me esté pidiendo explicaciones a cada rato ni que espere que cambie mi personalidad para ser romántico y cariñoso.

-… Me siento utilizado –fue todo lo que dijo

Al ver la sonrisa de medio lado del otro, asumió que se trataba de una broma. ¡Y qué bueno que eso era! De modo que pateó lejos ese pequeño retumbar que lo invadió tras escuchar semejante proposición. Rayos, parece que la soltería comenzaba a hacerle estragos. Definitivamente cuando fuera a Japón escucharía el consejo de Yohei y accedería a que le organizaran un omiai*, al menos para conocer a alguien nuevo.

 

Durante los siguientes días se reunieron un par de veces más. Aprovechando sus ratos libres de los entrenamientos y de las pláticas con grupos de apoyo a jóvenes, Rukawa llevó a Hanamichi a recorrer la ciudad y sus alrededores. Incluso el fin de semana lo invitó al partido de baloncesto de su equipo. Ahí conoció a Michael Adams, un alto (medía dos metros) rubio de ojos verdes quien era el mejor (y más cercano) amigo del pelinegro en América.

 

Por la personalidad tan amistosa del rubio, inmediatamente congenió con el pelirrojo y se pusieron a platicar como si se conocieran de toda la vida. El americano resultaba muy entretenido, salvo por sus indirectas de que él y Kaede (como llamaba al pelinegro) salían juntos y que la visita en realidad era para que se casaran. Al inicio le desconcertó con esos comentarios, después resultó sencillo seguirle la corriente, afirmando que Rukawa era un prometido de lo peor, porque lo tenía exiliado en Japón para que no observara la “desenfrenada” vida que llevaba en territorio estadounidense.

-Sobre todo porque cada semana salgo con alguien diferente –respondió el aludido en tono sarcástico

Los otros dos soltaron carcajadas de sólo imaginarse al de ojos negros en plan romántico. Era una escena tan bizarra que seguramente sería una señal del apocalipsis o algo similar. Rukawa arrugó el ceño, pero en el fondo se sentía satisfecho de ver a sus dos acompañantes llevándose tan bien, aunque fuera porque se reían a costa suya.

 

Ambos se dieron cuenta, pero ninguno era capaz de admitirlo. En esas dos semanas se conocieron de un modo mucho más profundo que durante los años que compartieron en Shohoku. Seguían soltándose comentarios mordaces, pero ya no estaban totalmente teñidos por aquella rivalidad deportiva; ahora cada uno respetaba y admiraba el trabajo del otro, compartían sus experiencias y, contra todo pronóstico, se dieron cuenta de que podían convivir en gran armonía: se divertían, peleaban, volvían a reír, de nuevo discutían y terminaban compartiendo una cena y recordando anécdotas o platicando sobre sus antiguos compañeros de equipo, su familia por elección.

 

El día de la despedida llegó. Takashi se había ofrecido a llevarlo al aeropuerto, pero Hanamichi se negó, pues la noche anterior Rukawa acordó que sería él quien iría a dejarlo. Ambos hombres estaban frente a frente en silencio, aunque evitaban mirarse directamente. El ambiente se sentía incómodo, como no lo había hecho en la última semana donde pareció como si se conocieran de toda la vida.

-Bueno –habló el pelirrojo, rascándose la cabeza-… supongo que esta es la despedida.

Trataba de aparentar calma, pero la verdad es que se sentía triste por la separación. Cierto, en Japón tenía mucho trabajo por delante, era algo que lo apasionaba, sin embargo esos últimos días habían sido… increíbles, en compañía del moreno.

-Hum… Esto no estaría pasando si hubieras aceptado mi propuesta de matrimonio.

Esas palabras sobresaltaron a Sakuragi. Pensó que seguramente se trataba de la misma broma, pero entonces se dio cuenta de la expresión del otro. Parecía como si hablara muy en serio. Antes de poder responderle, Kaede tomó la iniciativa y aprovechando su desconcierto, lo besó. Fue un toque rudo y espontáneo, así que al separarse Hanamichi hizo lo primero que se le ocurrió: estiró el brazo y le soltó un puñetazo en la cara (mientras se sonrojaba completamente).

-Ya me esperaba esto –comentó el pelinegro, sobándose el golpe

-T-Tú… ¿Q-Qué rayos…? ¡¿Por qué hiciste eso, zorro estúpido?!

-Porque quise –se encogió de hombros y, olvidando que acababa de atacarlo, se inclinó hacia él, sonriendo con soberbia-. Más te vale seguir vivo hasta que nos veamos la próxima vez.

Sin añadir nada más dio media vuelta y comenzó a alejarse. El pelirrojo seguía sin recuperarse de la sorpresa. ¿Qué demonios había sido todo eso? Pero al parecer el otro hombre estaba dispuesto a seguir impresionándolo, porque giró el rostro y alzó la mano en gesto de despedida.

-Y también más te vale seguir soltero, idiota.

Eso fue lo último que escuchó de él. Hanamichi seguía con la boca ligeramente abierta ante tantas sorpresas; al darse cuenta de cómo las personas alrededor lo observaban, carraspeó, sujetó su maleta y mejor se encaminó a registrar el equipaje. Si una diminuta sonrisa le adornaba el rostro mientras avanzaba, él lo negaría hasta el final de los tiempos.

-Estúpido Rukawa…

 

El tiempo es constante y jamás se detiene. En un abrir y cerrar de ojos transcurrió un año y Hanamichi se encontraba nuevamente en California, pero esta vez en un pequeño salón, acompañado de sus seres queridos más cercanos que hicieron el viaje con él hasta ahí. Le habían asignado una habitación donde pudiera arreglarse, lo cual era una suerte porque no quería que los demás observaran cómo estaba batallando para colocar la corbata. Malditos nervios. De pronto la puerta se abrió y por ella entró un elegante Yohei, quien sonreía con diversión al ver el puchero en el rostro de su amigo.

-¿Necesitas ayuda con eso? –le preguntó

-No, ya lo tengo.

El otro sonrió con diversión, pero no volvió a ofrecer su ayuda. Sabía bien lo terco que era su amigo de cabello rojo y, dado lo nervioso que él se encontraba, no quería arriesgarse a sufrir uno de sus inmortales cabezazos que tanto lo caracterizaron durante su juventud.

-¿Sabes, Hanamichi? Desde que éramos chicos siempre supe que algún día sería tu padrino de bodas –sonrió con maldad-, pero nunca esperé que tu novia no fuera novia, sino novio.

-… Para ser honesto, yo tampoco lo hubiera esperado, Yohei.

Se miraron unos instantes y rompieron a reír ante lo gracioso que resultaba todo eso. Aún así Hanamichi no cambiaría absolutamente nada de lo que estaba viviendo. El último año había sido el más loco, pero también el más feliz de su vida (quizá sólo comparable a aquél que compartió con Akagi, Mitsui, Riota y el resto de ese legendario equipo de Shohoku).

 

Poco tiempo después, ambos amigos se encaminaron hacia el pequeño altar y ocuparon sus lugares frente a Kaede Rukawa y Michael Adams, quien sonriente fungía como el padrino del pelinegro. El juez también tomó su lugar y, a pesar de su expresión tan apática de siempre, Rukawa no dudó en sujetar la mano del pelirrojo cuando el discurso sobre el amor comenzó.

 

Todos los invitados escuchaban con atención. Entre ellos estaba, Takenori Akagi, quien extendió una mano a su viejo amigo Kogure, provocando que éste soltara un suspiro, sacó su cartera y de ella extrajo varios billetes que le entregó.

-Te dije que un día esos dos idiotas terminarían juntos –murmuró el ex capitán

-Siempre pensé que lo decías porque no deseabas tener a Sakuragi de cuñado, no porque fuera una sospecha real.

-Era evidente con la tensión que se sentía en la cancha cuando estaban juntos.

 

Cuando fue su turno para decir sus votos, Rukawa no podía dejar de pensar en lo surrealista que resultaba todo aquello. A decir verdad él había estado enamorado de ese torpe pelirrojo desde sus años como compañeros de equipo, pero el imbécil estaba cegado por la hermana de Akagi y a él únicamente lo veía como su rival en el club y en el amor. Gracias a eso Hanamichi tardó tanto (¡años!) en darse cuenta de la buena pareja que hacían ellos dos. Se complementaban. En fin, ya no tenía caso molestarse por ello. A partir de ahora Hanamichi Sakuragi sería su esposo y ciertamente resultaría complicado dividir su tiempo y sus vidas entre Japón y Estados Unidos, pero ambos ya habían analizado los pros y contras y aún así decidieron casarse. De cualquier forma pareciera como si todos esos años ellos ya hubieran mantenido una relación a larga distancia, así que estaban seguros de que al final las cosas iban a funcionar de la mejor manera posible.

 

FIN

THE END

OWARI

Notas finales:

*Omiai: Costumbre japonesa, que todavía sigue bastante vigente en la actualidad, a través de la cual se presentan a dos jóvenes desconocidos entre ellos con la idea de matrimonio.


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