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Adictos por DanteX

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Notas del capitulo:

Pues aquí os traigo otra historia que se me ocurrió hace mil años a raíz del aburrimiento que me producía el día a día. Espero que lo disfrutéis tanto como yo escribiéndolo.

 

AVISOS Y RENUNCIAS:

 

-One Piece NO me pertenece y espero que nunca lo haga por el bien de su spuersonajes. 

-Probablemente ya hayáis leído esta historia. La subí hace un tiempo, pero he tenido un problema con mi anterior cuenta y no hay forma de entrar, además de que todo el contenido está borrado.

El apartamento estaba calmado cuando volvió de la universidad aquella noche, aunque no era de extrañar: no tenía compañeros de piso y él era una persona que amaba el silencio y la tranquilidad.

 

Dejó la gabardina en el perchero del recibidor y tiró la bandolera hasta los topes de libros al suelo mientras un suspiro resignado escapaba de sus labios. La nieve se había ido acumulando en su chaqueta y gorro, pero hizo como si no existiera. Avanzó hasta la cocina y comenzó a prepararse un café nocturno.

 

El piso no era muy grande, pero le parecía lo suficientemente práctico como para vivir al menos dos personas. Había un sofá de cuero negro, una pequeña mesa y una televisión en el salón, desde detrás de la encimera de la cocina podías verlos perfectamente. “Concepto abierto” le había dicho el de la inmobiliaria, pero no era por eso por lo que se había enamorado de aquella casa.

 

Era por el gran ventanal del mismo salón, haciendo el papel de pared translúcida. Se veían todas y cada una de las luces de la ciudad y de los edificios cercanos, iluminando el apartamento sin tener que malgastar electricidad. Y para rematar, la multitud de estanterías plagadas de viejos volúmenes que forraban la pared.

 

Se sirvió el café mientras observaba la impresionante vista, sentado en una de las sillas de la cocina y con los codos en la mesa. Era la rutina: se iba temprano a la universidad, volvía a las diez y se pasaba dos tercios de la noche estudiando. Una de las ventajas que tenía era que no dormía mucho, las ojeras bajo sus ojos eran un cruel recordatorio de aquel hecho.

 

Se estaba erosionando por dentro. No era porque estuviera completamente solo, o porque el café aquella vez hubiera sido más dulce de lo normal. Sino porque su vida era monótona y constante, como si fuera el mismo episodio de una serie, repitiéndose una y otra vez.

 

No era una persona precisamente enérgica, de esas que no pueden parar ni un segundo, más bien de aquellas que se toman las cosas con calma y a sangre fría. Sin embargo necesitaba movimiento de vez en cuando, quizás algo de alcohol en una fiesta o un ligue de una noche, aunque tampoco era alguien especialmente sociable. Ahí estaba su principal problema.

 

Varias veces había pensado en suicidarse. Sabía cómo hacerlo, y tenía las pastillas de cianuro en un armario, como si fuera lo típico que te encuentras en una casa. Si no decidía a tragarlas no era por miedo, sino por esperanza. La esperanza de encontrar algo que le sacara de aquel estado de indiferencia y aburrimiento absoluto.

 

Apuró su vaso de cafeína y lo dejó en el interior de la pila. Podría haber cogido uno de sus libros y leer en su desgastado sofá, o directamente preparar el trabajo que le habían mandado como usualmente hacía, pero aquella noche solo quería pensar.

 

Fue a su habitación y encendió la luz. La cama, el escritorio, el armario empotrado y más libros para variar. Abrió la ventana, el aire helado le sacudió el cabello y pequeños copos de nieve penetraron en su santuario. No le importó. Sacó un paquete de cigarrillos y encendió uno mientras miraba más allá de la ventisca.

 

No le gustaba fumar. Como estudiante de medicina siempre era algo a lo había tenido mucha tirria, y solo fumaba cuando quería hacerse el duro o cuando quería cambiar sus hábitos de vida.

 

Dio varias caladas hasta que tiró la colilla por la ventana. Le había dejado un sabor de boca espantoso, pero era algo diferente en su vida, y lo agradecía. También había pensado en conseguir droga de alguna parte, como éxtasis, LSD o algo más suave como la maría, algo que le obligara seguir querer viviendo aunque se estuviera matando lentamente. Sería una bonita metáfora.

 

Sonrió torcidamente. Algo a lo que volverse adicto. Ese era el secreto.

 

Y esperó. Probó con el chocolate, con la comida, con el sueño, e incluso consiguió liarse un porro, pero sus efectos le dejaron peor de lo que estaba. Probó con la música, con internet, con alguna serie de las que echaban por televisión. Comenzó las prácticas de cirugía con una rata que había encontrado, pero nada. Nada le causaba alguna sensación.

 

Pensó en la adrenalina y acabó cortándose la parte anterior del brazo. Nada. Solo un dolor amortiguado y la sangre resbalando por sus tatuajes. Acabó cosiéndose la herida, con agua oxigenada y una aguja normal. Ni siquiera le causó miedo.

 

Fue en ese momento, cuando tocaron a la puerta. Eran las dos de la mañana.

 

Con la aguja en la boca, y el hilo todavía en sus carnes, abrió la puerta sin prestar atención a su aspecto. Definitivamente no se esperó con lo que encontró en el vano.

 

Le reconoció como el vecino heavy del quinto. Mediría como dos metros, corpulento, pelirrojo y pálido. Vestía con cuero negro junto con cadenas, y todo su aspecto daba a entender que era alguien salvaje y violento. Fruncía el ceño y se notaba a leguas de distancia que su cabreo había sobrepasado límites recomendables.

 

Trafalgar Law no se movió del sitio mientras el otro parecía querer fulminarle ahí mismo. Dirigió su mirada roja a la herida.

 

—Si quieres suicidarte hazlo de una puta vez, enano —escupió con voz potente—. ¿Y por esa pequeña mierda has pegado ese grito? —señaló con la cabeza el corte a medio coser—. Dame una buena razón para no matarte aquí mismo por haberme despertado después de no dormir en…

 

—¿Quieres follar?

 

El silencio incrédulo que inundó la estancia no tuvo precio. Trafalgar no se alteró siquiera cuando se dio cuenta de que lo que acababa de decir, ni siquiera cuando analizó las palabras del otro y se percató de que no recordaba haber gritado en el momento de la laceración.

 

El pelirrojo le miraba con los ojos abiertos y evidentemente algo consternado, para después fruncir el ceño y apretar los dientes. Se cosió la herida del todo mientras esperaba a su respuesta.

 

—Mira, niñato —le cogió de la camisa con brusquedad—. No estoy para bromitas estúpidas, y si aprecias tu vida te sugiero que…

 

—Es Trafalgar Law, no niñato —dijo apartando su mano de la camisa y frunciendo el ceño—. Y no sé por qué iba a bromear con eso.

 

Sintió el cabreo nacer en su pecho. Y le encantó volver a sentir algo después de tantos meses, y todo gracias a aquel pelirrojo. No sabía cómo se llamaba, pero le dio igual, como últimamente le daban igual muchas cosas.

 

Le repasó de nuevo con la mirada, con un brillo grisáceo. Debajo de la chupa no llevaba nada, y al estar desabrochada se podían ver sus músculos marcados. Incluso sus piernas y brazos parecían estar entrenados. Se relamió.

 

El otro vio su gesto. Sus puños se suavizaron, y una sonrisa socarrona adornó su gesto bajo el pintalabios negro. Realmente, aquel moreno no parecía estar nada mal y quizás un buen polvo podría desestresarle del todo.

 

El enorme hombre cogió de la barbilla con una mano a Trafalgar y le besó. Fue duro, demandante e intenso. El moreno se  estremeció de anticipación al sentir la caliente lengua del otro pasearse a su antojo por su boca, recorriendo cada recoveco y mezclando sus salivas. Law,acostumbrado a los besos de las mujeres, aquello le pareció animal, puro instinto. Le encantó al instante.

 

Su vecino le cogió de las caderas y le obligó a avanzar de espaldas. La puerta se cerró como último vestigio a lo que estaba por acontecer. Estuvieron tropezando varias veces, hasta que el pelirrojo se cansó y cogió a Law del trasero, alzándole hasta tenerle con sus piernas rodeando su cadera en el aire.

 

—Pues menudo culo te gastas, Trafalgar —comentó apretando con fuerza, a lo que el otro respondió con un jadeo—. ¿Tu habitación?

 

—Esa de ahí —señaló con la cabeza la puerta mientras acariciaba los mechones pelirrojos y se restregaba contra el cuerpo contrario. Cayó en la cuenta—. ¿Cómo te llamas?

 

—Kidd —respondió para comenzar a andar hacia la habitación—. Eustass Kidd.

 

Volvió  acaparar su boca. Cerraron la puerta y el nombrado le empotró contra el colchón con violencia. Law tuvo muy claro que aquella noche sería completamente del pelirrojo, y aquello le excitaba y le causaba aprehensión por ambas partes. Nunca lo había hecho con un hombre.

 

Inexpertamente, consiguió deshacerse de los pantalones del contrario y de su propia camisa, mientras que el otro retiraba todo lo demás. Pero entonces, de repente, lamió su oreja.

 

El gemido que soltó Trafalgar Law se quedaría grabado en la mente de Kidd, encendiéndole al extremo. Y no solo eso. Averiguó que el cuerpo de su acompañante era puro sexo. Esa piel que parecía chocolate, aquellas largas piernas que solo invitaban a ser abiertas y aquellos aros de mercurio ahogados en lujuria que eran sus ojos. Y no hablar de aquellos tatuajes negros que se pasaría horas lamiendo. Había tenido tal tentación en el piso de abajo, y ni se había dado cuenta.

 

Nunca se había acostado con alguien así. Volvió a estirar experimentalmente de los pendientes, a consecuencia de que le clavara las uñas. Era tan sensible.

 

Kidd lamió su oreja de nuevo, mientras sus manos recorrían su cuerpo y sus erecciones se rozaban. Bajó dando besos y algún mordisco ocasional hasta los pezones, los que lamió y mordisqueó todo lo que quiso, ganándose un grito sorprendido.

 

El moreno dirigió sus manos al cabello de Eustass, apretando y estirando. Se revolvió en su agarre, nervioso y con el corazón a mil kilómetros por hora, pero el otro no le dio ninguna oportunidad. Le sujetó de las caderas, haciendo alarde de su increíble fuerza.

 

—¿Cuánto hace que no haces esto? —preguntó repentinamente, bajando cada vez más con su lengua hasta detenerse en su ombligo.

 

Kidd notó como los músculos moreno se tensaban y cerraba los puños. Dirigió su vista hacia arriba algo confundido, pero se topó con que el moreno miraba hacia otro lado, aunque con el rostro sonrojado y algo jadeante.

 

—Nunca con un hombre.

 

Aquello fue como una patada en los huevos. El estirón que dio su erección hizo que soltara un jadeo grave. Su cuerpo quiso violarle a lo bestia hasta que no pudiera más, pero supo que esa no era la forma correcta de hacer las cosas. Podía ser un hijo de puta, pero tampoco era en plan ir violando a la gente. Carraspeó e intentó forzar una sonrisa para el otro, que le miraba de nuevo algo asustado aunque bajo una fachada de arrogancia.

 

Mierda. Aquella expresión iba a acabar con él.

 

—Vale, no importa —respondió, acariciándole los muslos intentando tranquilizarle—. ¿Tienes lubricante?

 

Porque había estado muy ciego para no ver el nerviosismo de Trafalgar, por muy experto y seguro de sí mismo que pareciera. Sin embargo, el otro compuso una sonrisilla tocapelotas, para luego soltar:

 

—Qué dulce te has vuelto de repente Eustass-ya…

 

Le fulminó con la mirada, ignorando el apelativo. Atrapó su erección con una mano y la apretó hasta que escuchó el alarido, aunque mezclado con una risilla. Sus ojos parecían estar invocado al diablo.

 

—El. Puto. Lubricante —sentenció volviendo a apretar el apéndice, haciendo que el otro rechinara los dientes y cerrara los ojos del dolor.

 

—En… el cajón —acertó a decir, para luego añadir con un tinte amenazador—: Y no me des órdenes.

 

Con un gruñido e ignorando su última frase, se estiró para abrir el cajón de la mesilla. Dentro había ropa interior, preservativos y el dichoso gel medio  vacío. Era irónico que alguien tan asocial tuviera tantos ligues, aunque no en sus últimos meses.

 

Cogió el lubricante y un condón, sin mirar si estaba caducado o no. Total, tenía pinta de que al menos era de ese año. Pero Trafalgar le paró a medio camino.

 

—Olvida el condón —exigió—. Solo quiero que me folles a mí.

 

El otro arqueó una ceja, pero acató sus órdenes. Vertió parte del lubricante en sus dedos y los acercó a su entrada, totalmente contraída por los nervios. Dirigió la mano contraria a la erección y comenzó a masturbarle.

 

—Ah… —un gemido escapó de la boca de Law—. A-h…

 

Un dedo se deslizó en su interior. Se estremeció al sentir el líquido frío en su entrada, pero se obligó a relajarse, o sabía que luego sería peor. Lo notó abrirse paso,haciendo que apretara las sábanas, haciendo que la herida se resintiera. La sangre manó un tanto de su brazo, pero no le dio importancia.

 

Notó cómo se movía dentro de él, dilatándole poco a poco. Hizo un movimiento diferente, enroscando los dedos hacia dentro con brusquedad. La sensación fue tan intensa que se arqueó en el colchón, abrió las piernas con una flexibilidad fascinante y echó la cabeza hacia atrás, soltando un fuerte gemido. Un hilo de saliva descendió por sus labios.

 

Kidd hizo hincapié en ese punto, deleitándose con sus reacciones y sonrió. Después añadió otro par de dedos al primero, pero su entrada ya estaba totalmente relajada y más dilatada, así que solo sintió una leve incomodidad.

 

—Jo-joder… —masculló. Su mente de médico analizó que aquello era la próstata, pero otro movimiento la acalló con una oleada de placer.



Mientras tanto, el otro luchaba por contenerse como podía. Sus gemidos le estaban llevando rápidamente al abismo, y aquello le cabreó. Retiró la mano de golpe, ganándose un gruñido en respuesta. El otro le miró, con una sonrisa burlona y una mirada desafiante.

 

Cogiéndole de las caderas, se dispuso a entrar. Law le miró expectante desde su posición, en un gesto sensual y determinado.

 

Solo necesitó una estocada. Kidd jadeó, con los brazos apoyados a los lados de la cabeza del moreno, que no emitió ningún sonido. Sin embargo, al contrario de lo que cabía esperar, Law, completamente sonrojado, respiraba entrecortadamente pero con una sonrisa temblorosa en los labios.

 

Le besó. Tuvo que hacerlo. Tuvo que hacerlo cuando una lágrima de placer descendió por su mejilla acaramelada, cuando aquella boca entreabierta dejó escapar un gruñido preñado de gusto ante el contacto de piel contra piel.

 

Le estaba volviendo loco.

 

Comenzaron el baile de estocadas, cada vez más rápido, más potente. Al rato el cuerpo de Law dejó de responderle, abrumado por todas las sensaciones que le atacaron de pronto, saturando su sistema nervioso y haciendo que su cabeza volara, haciendo que sus gemidos no acabaran jamás.

 

Y gritó en el orgasmo más fuerte de su vida, arrastrando a Kidd consigo, con la garganta prácticamente desgarrada de placer.

 

****

 

Las persianas estaban bajadas cuando Trafalgar Law se despertó en una nebulosa, arrebujado en las mantas y con los labios pintados de negro. Emitió un sonidito, parecido a un gemido cuando consiguió abrir los ojos y observó la hora en el despertador. Pasaban de las once de la mañana. A duras penas, recordó por suerte que era sábado.

 

Se giró sobre su espalda, pero el movimiento hizo que todos sus huesos rechinaran unos con otros de dolor. Se colocó el antebrazo sobre los ojos hasta que la tortura disminuyó. Después, sonrió suavemente, por una veza con emociones surcando su cuerpo.



****

 

Después de una ducha con agua muy fría y la infructuosa búsqueda de sus calzoncillos, el futuro médico llegó a la conclusión de que el hombre ya se había ido, y hacía rato además. Con tranquilidad, se preparó el desayuno y se volvió a coser la herida del brazo mientras miraba las noticias.


Mientras el murmullo de la televisión le arropaba, analizó los sucesos de la noche anterior. Sí, se lo había pasado bien y hacía meses que no echaba un polvo así, pero solo había sido un rollo pasajero, y esa noche se ahogaría en la multitud de fotocopias que era su vida.

 

Trafalgar Law decidió que no le daba la gana.

 

Había estado buscando la razón por su existencia en aquel mundo, e incluso casi llega a mutilarse un brazo para comprobar si no se había quedado sin emociones. Eustass Kidd le había demostrado que no. Vale, quizás volverse adicto al sexo no era buena idea, pero a aquellas alturas, ya se la sudaba un poco sus malos hábitos y conductas masoquistas.

 

Decidió poner rumbo a su vida, establecer una especie de amor enfermizo en torno a una persona y obsesionarse por ella. O por lo que guardaba en los pantalones, sea dicho.  Había encontrado la clave que estaba buscando.

 

El resto del día extrañamente se lo pasó durmiendo, con una sonrisa esbozada en la cara y las ganas de que llegara viernes de nuevo.


*Una semana después*

 

Eustass Kidd tenía una vida ajetreada. Desde pequeño le había encantado la mecánica, pero su sueño había sido formar una banda de rock duro. Nadie sabe cómo lo consiguió exactamente, pero consiguió establecer un equilibrio entre esas dos pasiones, yendo a la universidad por la mañana y tocando en un bar de mala muerte por la noche, solo durmiendo escasas cinco horas al día por la tarde. Y eso cuando no estaba en época de exámenes, claro.

 

Por eso, cuando el mismo chico moreno al que se había tirado una semana atrás se presentó en su puerta a la hora de su siesta, hizo un esfuerzo muy grande para no reconstruirle la cara sin cirugía. La semana anterior había conseguido que le diesen fiesta en el bar, y sus planes habían consistido en dormir, dormir y dormir. Pero claro, no tenía suficiente con que mister “Trafalgar Law” le tocara los cojones solo aquella noche en concreto, sino que había tenido la desfachatez de presentarse como si tal cosa.

 

Todo tenía su parte buena, por supuesto. Acostarse con una persona virgen no le sucedía muy a menudo, y no podía decir que no lo había disfrutado. Otra cosa era que ahora viniese a reclamar.

 

—¿Qué coño quieres? —preguntó con brusquedad al abrir.

 

Ante la pregunta, el moreno, apoyado en el marco de la puerta, sonrió de forma afilada. Se llevó una mano al cinturón de la gabardina negra con motas amarillas que llevaba, y le dio un estirón, haciendo que sutilmente la tela resbalara por sus hombros y cayera al suelo en un susurro.

 

Completamente desnudo.

 

****

 

Seguramente, si a Kidd le hubieran dicho hacía un par de semanas que un niñato le iba a manipular tan descaradamente, le hubiera molido la cara a hostias. Pero había algo, algo extraño en su forma de llevarle a la cama.

 

En cuanto sus labios chocaron de nuevo con los morenos, supo que aquel sabor le había cautivado por completo. Chocolate y café. Fusionados en una sintonía que volvía locos sus sentidos. Quizás fuera la tentación que suponía acostarse dos veces con la misma persona por morbo, pero tampoco era eso.

 

Si algo sabía era que el cuerpo de Trafalgar Law era una droga.

 

Y se había vuelto adicto.

Notas finales:

Y esto es todo ^.^ Acepto tomatazos, críticas y demás. 


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