La nave en la que iban llegando estaba un poco destruida gracias a uno de los tantos linternas que salieron volando en todas direcciones cuando la batalla está en su clímax, Hal Jordan tenía un brazo roto pero eso no le quitaba lo parlanchín o la sonrisa de victoria, victoria que habían conseguido gracias a la fuerza de Superman, quien en el último momento fue quien dio el golpe decisivo.
Se habían ido hace un mes a Ysmault junto con algunos linternas azul (ya que la luz azul de la esperanza extinguía la flama roja) después de descubrir que los Red Lanterns comandados por su líder Atrocitus planeaban atacar a los guardianes. Pelear contra ellos había resultado ser muy difícil, los Red Lanterns eran incapaces de pensar con claridad y el razonar con ellos era imposible, justamente era eso lo que aumentaba aún más su fuerza y agresividad en la batalla. Pero al final habían sido derrotados y los héroes ahora regresaban a casa.
Durante el viaje de regreso el kriptoniano (quien por cierto ya estaba recuperado) se mantudo demasiado callado, sus pensamientos estaban solo en regresar de inmediato a la Tierra e ir volando a la mansión Wayne. No le molestaba ayudar en asuntos como aquellos, lo que realmente le preocupaba era el irse por mucho tiempo y estar lejos de Bruce. Los dos eran “oficialmente” amantes desde 4 meses apenas, su relación marchaba bien para asombro de muchos, pero había dos cosas que hacían que aquellos perdieran el premio a la “casi” mejor extraña supepareja.
La primera eran los celos del superhombre que a veces eran demasiado infantiles y la segunda, para desfortuna de él, era la faceta de playboy del niño bonito de Gótica. Eso les había traído problemas desde antes de su relación. A Clark le molestaba que Bruce se paseara por todas partes en compañía de tanta hermosa mujer se le atravesara y aún más le molestaba que él, su novio, ni siquiera lo pudiera tratar de otra forma que no fuera de compañerismo fuera de la habitación; era frustrante ver las fotos de los eventos que realizaba el heredero Wayne en donde salía con su bella sonrisa abrazando coquetamente la cintura de una o dos mujeres despampanantes. A pesar de que Bruce le decía constantemente que no había nada de qué preocuparse y que solo era una fachada los celos de Clark no menguaban. Bruce se irritaba por como actuaba cada vez que le reclamaba por lo mismo, pero casi siempre se tranquilizaba al pensar que no era del todo su culpa, después de todo el mismo sentía algo parecido cuando Lois Lane estaba cerca de Superman. A pesar de eso no podía hacer nada, tenía una reputación que mantener para poder seguir operando con libertad.
Cuando la nave ingreso a la Atalaya Superman se despidió de Hal, quien ya se imaginaba a donde iba con tanta emoción, y salió volando cual bólido en dirección a la ciudad del murciélago. Mientras volaba una sonrisa se dibujó en su rostro, lo que había esperado casi a las tres horas de haber partido pronto lo podría realizar.
Cuando estuvo a unos escasos 8 metros del balcón de su amante se frenó de golpe provocando un sonoro estruendo, la sonrisa que traía se borró tan rápido como agua en el desierto. Afino mejor su oído y lo que escucho no le gusta para nada. Al otro lado, en la habitación se escuchaba el latir acelerado de dos corazones uno de ellos lo conocía a la perfección, era Bruce. Los latidos estaban acompañados de pequeños jadeos y besos.
No hizo falta más para que el kriptoniano entrara sin ninguna delicadeza a ver qué era lo que pasaba. Sus claros ojos azules se iluminaron cual infierno en la tierra al ver como un hombre semidesnudo se encontraba encima de su novio dándole voraces besos en todo el tórax. Con un movimiento rápido que duro apenas unos escasos segundos tomo a aquel sujeto y salió con él por donde había entrado; tardo un poco pero regreso con un semblante completamente ajeno al boy scout de Metrópolis, su cuerpo rígido e inmovible apretando los puños fuertemente para controlar la ira que brotaba amenazante, sus ojos color carmesí que iluminaban débilmente la oscuridad del lugar (porque esa noche ni la luna era cómplice), el ceño fruncido y la mandíbula tensa y cuando comenzó a caminar decididamente hacia el vigilante de aquella oscura ciudad escucho que este aun jadeaba entrecortadamente aumentado, si es que era posible, su enfado.
-¿Quién es?- su voz potente sonó casi como una amenaza, y cuando estuvo más cerca y vio mejor lo que estaba en aquella cama se sorprendió tanto que casi olvida su enojo.